Czytaj książkę: «Jesús, maestro interior 3»
OBSERVACIONES ÚTILES
PARA PRACTICAR LA LECTURA ORANTE
DEL EVANGELIO
1. Nota. Conviene que todos los que desean practicar la «lectura orante del Evangelio» lean detenidamente la presentación que hago de esta práctica en el volumen 1 de esta obra, capítulo 10 (pp. 121-135). Esto les ayudará a entender y practicar desde el comienzo la lectura orante del Evangelio, inspirada en la tradición de la lectio divina.
2. Advertencia importante. Quien realiza la lectura orante del Evangelio no ha de olvidar nunca que todas las orientaciones y sugerencias que encuentre en este libro no han de sustituir o suplantar su propia actividad personal. Esto quiere decir que cada persona ha de decidir cuánto tiempo le dedicará a cada texto evangélico y a cada momento (lectura, oración…). Será también cada cual quien vea qué sugerencias le ayudan o cuáles deja de lado a la hora de meditar, orar… Esta responsabilidad personal es decisiva para una lectura eficaz del Evangelio.
3. Ritmo semanal. Dado el estilo de vida actual y las dificultades que tenemos para encontrar un tiempo de recogimiento y silencio, esta propuesta está pensada para dedicar a cada texto evangélico una semana, de tal manera que cada persona pueda encontrar los días y los momentos más adecuados para hacer su lectura orante.
4. Antes de iniciar la sesión. Al comenzar la sesión y antes de iniciar la lectura del Evangelio, cada cual se preocupará de recogerse. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma… despacio… sin forzar. Vamos acallando nuestro ruido interior. Tomamos conciencia de lo que vamos a hacer: «Voy a escuchar a Jesús; Dios me va a hablar por medio de él, ¿qué escucharé en estos momentos de mi vida?». Podemos repetir dos o más veces alguna invocación: «Jesús está en mí», «Tú me miras con amor», «Tus palabras son espíritu y vida», «Señor, muéstrame al Padre»… Es bueno que cada cual aprenda a recogerse y a hacer silencio de manera personal y creativa. Esta breve pausa para disponer nuestro corazón puede cambiar profundamente nuestro acercamiento al Evangelio.
5. Lectura del texto evangélico señalado. Si es necesario, lo podemos leer más de una vez. Leemos el texto muy despacio. No tenemos prisa alguna. Lo importante es captar bien lo que el texto nos quiere comunicar. Si lo leemos despacio, muchas palabras que hemos escuchado tantas veces de forma rutinaria empezarán a tocar nuestro corazón. Después de leer el texto, se puede también leer el comentario que ofrezco para captar mejor lo que dice el autor.
En cualquier caso, hemos de fijarnos en las «palabras» que más nos llaman la atención. Pero, sobre todo, centramos nuestra atención en Jesús. Tenemos que captar bien qué es lo que dice y qué es lo que hace. Hemos de grabar en nosotros sus palabras y sus gestos. Poco a poco iremos descubriendo el estilo de vivir de Jesús. Y poco a poco iremos aprendiendo de él a vivir como él.
6. La meditación. No basta con entender bien el texto escrito por el evangelista. Esa lectura es todavía algo exterior que puede quedar solo en nuestra mente. Ahora, en la meditación, nos disponemos a escuchar interiormente el mensaje que nos llega de Jesús, nuestro Maestro interior. Lo hacemos repitiendo y saboreando las palabras y los gestos de Jesús; escucharemos de él llamadas, verdades que nos dan luz, caminos nuevos que nos atraen hacia él…
En el libro se ofrecen diversas sugerencias para escuchar interiormente el mensaje que nos llega de sus palabras o sus gestos. Cada cual puede seleccionar las que le ayuden a escuchar mejor lo que Jesús le comunica a él personalmente.
7. La oración. Hasta ahora hemos estado escuchando el Evangelio y acogiendo y meditando el mensaje de Jesús, nuestro Maestro interior. En este momento le respondemos. Lo hacemos desde nuestro corazón. Nuestro agradecimiento despertará en nosotros un diálogo sencillo con Jesús. Esta oración puede ser de gran variedad: agradecimiento por la luz que hemos recibido, invocación para que reavive nuestra fe, deseo sincero de caminar por los caminos concretos que se nos van abriendo, decisión de seguir liberándonos de nuestro falso ego…
En el libro se ofrecen sugerencias para despertar esta oración dirigida a Jesús, pero cada persona ha de ver si le ayudan a mantener con Jesús un diálogo sincero, auténtico, nacido desde su propio corazón.
8. La contemplación. De esta oración agradecida vamos pasando de forma casi natural a lo que la tradición llama «contemplación», es decir, una oración de quietud y descanso solo en Dios. A esta contemplación nos vamos acercando cuando vamos acallando todos nuestros ruidos y permanecemos en silencio interior, descansando en el misterio del amor insondable de Dios.
Esta contemplación no es algo reservado a personas selectas. No hemos de preocuparnos de si hemos llegado o no a una oración realmente contemplativa. Si nos distraemos, volvemos con paciencia a recogernos. En el libro se ofrecen algunas breves invocaciones, tomadas de los salmos, para disponer nuestro corazón a un silencio contemplativo.
9. El compromiso. La lectura orante del Evangelio no termina en la contemplación, sino en nuestra vida concreta de cada día, pues el verdadero criterio de nuestro encuentro con Jesús, nuestro Maestro interior, y con Dios es la conversión práctica. A lo largo de nuestro recorrido, la lectura orante del Evangelio nos invitará de manera permanente a tomar decisiones para renovar interiormente diversos aspectos de nuestra vida cristiana.
Esta renovación interior se concretará, sobre todo, en una doble dirección: aprender a vivir específicamente la espiritualidad de Jesús en estos tiempos de crisis y, en consecuencia, aprender a vivir abriendo caminos concretos al proyecto humanizador del Padre: lo que Jesús llamaba el «reino de Dios». Las sugerencias que ofrece este libro solo tienen la finalidad de recordarnos a todos la invitación a concretar y revisar nuestros compromisos personales. Así evitaremos practicar una lectura del evangelio vacía de verdadera conversión.
10. Las sugerencias que aparecen al final de cada tema sobre plegarias para pronunciar juntos o información de cantos, aunque pueden servir para todos, son para ser utilizadas más precisamente en las sesiones que se realizan en grupo en parroquias, monasterios o casas de ejercicios.
ENCUENTRO EN GRUPO
1. Antes del encuentro
1. Preparar y cuidar el lugar
– Oratorio
– Capilla en algunas parroquias
– Monasterio
2. Ambientar con algún signo, si parece oportuno
– Biblia
– Icono
– Cirio encendido
3. Música suave, si parece oportuno
4. Asientos cómodos
5. Entrar y sentarse en silencio
2. Rasgos del encuentro
1. Conducido por un guía
2. Duración: en torno a una hora
3. Texto evangélico: trabajado en el propio hogar
4. En silencio: solo interrumpido para cantar o pronunciar alguna oración
3. Guion del encuentro
1. Preparación inicial
– Canto de entrada
– Invitación (guía)
– Breve silencio
2. Proclamación del Evangelio (el tiempo oportuno)
– Breve invitación (guía)
– Proclamación del texto por un participante
– Silencio: los participantes pueden leer el texto en su libro
– Canto
3. Meditación del Evangelio y diálogo con Jesús (15 minutos)
– Invitación (guía)
– Silencio
4. Compartir la experiencia que hemos vivido al hacer la lectura orante del texto (el tiempo oportuno)
5. Despedida
– Canto o plegaria
– Padrenuestro (todos juntos, de pie, con las manos unidas)
– Abrazo de paz
SUGERENCIAS PARA EL GUÍA
Nota. La mejor preparación para guiar el encuentro es hacer previamente la lectura orante del texto que será proclamado en la parroquia, monasterio o casa de espiritualidad.
1. Sugerencias para el inicio del encuentro
1. Primeras palabras
– Nos sentamos cómodamente, nos relajamos.
– Nos hacemos conscientes de nuestra respiración. Respiramos despacio, con calma, sin forzar nada.
– Vamos acallando nuestro ruido interior. Hacemos silencio.
2. Repetir
– Señor Jesús, estás en mi corazón (dos, tres, cuatro veces).
– Señor Jesús, estás en lo íntimo de mi ser (dos, tres, cuatro veces).
3. Repetir estas u otras frases:
– Jesús, tú me miras con amor.
– Me quieres como soy.
– Me amas con ternura.
– Te siento cerca.
– Necesito tu ayuda.
– Me das paz.
2. Al proclamar el Evangelio:
– Tus palabras son espíritu y vida.
– Tú tienes palabras de vida eterna.
– Maestro, ¿dónde vives?
– Señor, que se me abra mi corazón.
3. Al iniciar la meditación del Evangelio:
– Creo, Señor, ayuda a mi poca fe.
– Hágase en mí según tu palabra.
– Señor, si quieres, puedes limpiarme.
– Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.
– Maestro, que vuelva a ver.
– Ten compasión de mí, que soy pecador.
– Señor, dame de esa agua y no tendré más sed.
4. Acción de gracias al final del encuentro:
– Es bueno dar gracias al Señor.
– Dios mío, te daré gracias por siempre.
– Damos gracias al Señor, porque es bueno.
– Te damos gracias, porque nos has escuchado.
– Alma mía, recobra tu calma, que el Señor ha sido bueno contigo.
– El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos.
PRESENTACIÓN
En el volumen segundo, titulado Primeros pasos, hemos orientado nuestra lectura orante del Evangelio a suscitar en nosotros algunas actitudes básicas para hacer nuestro recorrido. Así, hemos tratado de despertar en nosotros la actitud de búsqueda (capítulo 1); hemos escuchado la llamada de Jesús a acoger en nosotros su Espíritu (capítulo 2); nos hemos comprometido a acogerlo como nuestro Maestro interior (capítulo 3); por último, guiados por Jesús, nuestro Maestro interior, hemos dado los primeros pasos para aprender a abrirnos al misterio de Dios en lo secreto del corazón (capítulo 4).
Ahora comenzamos a encauzar nuestra lectura orante del Evangelio para ir reavivando los rasgos más importantes de la espiritualidad de Jesús. En este volumen tercero nos disponemos, antes que nada, a recuperar en nosotros su espiritualidad, marcada por una confianza absoluta e incondicional en un Dios al que experimenta como Padre y Madre. Jesús actúa siempre, incluso en los momentos más críticos, movido por su confianza total en Dios.
Esta confianza total en el Padre es de suma importancia, pues explica cómo busca la voluntad de Dios de manera audaz, creativa e innovadora, sin dejarse condicionar por tradiciones, costumbres o leyes, ni por instituciones tan poderosas como el Imperio de Roma o el templo de Jerusalén, que buscaron impedir su tarea de abrir caminos al reino de Dios. Para Jesús, lo primero es el proyecto humanizador del Padre: una vida más digna y dichosa para todos, empezando por los últimos. Nada ni nadie lo apartará de ese camino.
CAPÍTULO 5
DESPERTAR EN NOSOTROS LA EXPERIENCIA DE DIOS
VIVIDA POR JESÚS
SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO:
SUMERGIDOS EN LA INDIFERENCIA ANTE DIOS
Todavía hace unos años era la religión la que ofrecía a la mayoría de las personas criterios para interpretar la vida y principios para orientarla con sentido y responsabilidad. Hoy vivimos sumergidos en una «cultura de la intrascendencia» que arrastra a las personas hacia el «aquí» y el «ahora», sin apertura al misterio último de la existencia. Una cultura que arranca a las personas de sí mismas y las hace vivir olvidando las grandes cuestiones que lleva el ser humano en su interior.
La ciencia nos ofrece hoy conocimientos que hace solo unos años no habríamos sospechado; la tecnología nos ofrece posibilidades y horizontes nunca imaginados; estamos informados de cuanto acontece en nuestro planeta; pero son cada vez más los que ignoran el camino para conocerse a sí mismos y crecer en libertad. Se puede decir que «el ser humano se está haciendo incapaz de querer, de ser libre, de juzgar por sí mismo, de cambiar su modo de vida. Se está convirtiendo en un robot disciplinado que obedece las órdenes que le envía la sociedad y aprende dócilmente de los medios de comunicación informática lo que es, lo que quiere y cómo debe pensar y vivir» (G. Hourdin).
En el interior de esta «cultura de la intrascendencia», la crisis religiosa se va decantando hacia la indiferencia. Por lo general, no se puede hablar propiamente de ateísmo, ni siquiera de agnosticismo. Lo que mejor define la posición de muchos hoy es una indiferencia religiosa en la que apenas hay preguntas, dudas ni crisis.
No es difícil describir esta indiferencia. Sencillamente, Dios no interesa. Personas que hace unos años eran cristianos practicantes viven hoy sin nostalgia ni horizonte religioso alguno. No se trata de una ideología. Es más bien una «atmósfera envolvente» donde la relación con el misterio último de la vida se va diluyendo silenciosamente.
En la sociedad posmoderna ya no es posible vivir el hecho religioso desde la creencia en verdades abstractas. Ha llegado el momento de reconstruir la experiencia de la fe en un contexto social de incertidumbre e indiferencia. Hemos de aprender a experimentar la vida desde una «fe dubitante» (Miguel de Unamuno). Reconocer que no lo sabemos todo ni tenemos respuesta para todo. No hemos de olvidar que muchas veces «la fe genuina solo puede aparecer como duda superada» (Ladislaus Boros).
La fe ha de ser experimentada para ser vivida y recreada. La confianza en ese Misterio que los creyentes llamamos Dios lo cambia todo. Esa confianza no es resultado de un razonamiento ni la convicción provocada por otros desde fuera. En el creyente hay una certeza de fondo, pero acompañada de oscuridad. El que confía acepta vivir desde esa Presencia oculta, pero inconfundible, de Dios. Lo hace porque cree que la palabra «Dios» encierra el misterio último de la existencia y la plenitud de vida que anhela el ser humano.
Hemos de recordar el discurso de Pablo en el Areópago, donde, dirigiéndose a los atenienses, les dice: «Buscamos y encontramos a Dios a tientas, aunque no se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos de los Apóstoles 17,27-28). En este camino que todos recorremos a tientas, lo que nos da luz y nos orienta a los cristianos es conocer y vivir la experiencia de Dios vivida por Jesús.
13
LA EXPERIENCIA DECISIVA DE DIOS
VIVIDA POR JESÚS
Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma. Voy a escuchar a Jesús. Él es mi Maestro interior… Me va a descubrir su experiencia de Dios como Padre… Una experiencia que fue clave en su vida… ¿Qué me enseñará a mí en estos momentos?…
Marcos 1,7-11
7 Juan proclamaba, diciendo:
–Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno de postrarme ante él para desatar la correa de sus sandalias. 8 Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.
9 Por entonces sucedió que llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
10 En cuanto salió del agua vio rasgarse el cielo y al Espíritu descender sobre él como una paloma.
11 Se oyó entonces una voz del cielo:
–Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco.
Estamos en un momento muy importante de nuestro recorrido. Vamos a meditar la experiencia decisiva de Dios vivida por Jesús. Esta experiencia de Dios como Padre es la clave que explica toda su actuación, alentada por una confianza total en él y una docilidad incondicional a su proyecto humanizador. Esta experiencia de Dios como Padre-Madre es también hoy clave para fundamentar nuestra espiritualidad de seguidores de Jesús en medio de la sociedad posmoderna.
LEEMOS
Los evangelistas coinciden en afirmar que la actividad profética de Jesús por las aldeas de Galilea comenzó a partir de una experiencia intensa de Dios que Jesús vivió después de ser bautizado por Juan en el río Jordán. Esta experiencia transformó radicalmente su vida. Nos acercamos a meditarla siguiendo el relato más antiguo, que es el de Marcos.
Es sorprendente observar cómo describe este evangelista la primera aparición de Jesús en su evangelio. No dice nada de su nacimiento ni de su infancia. Jesús aparece como uno más en medio de la gente que viene hasta el Jordán a recibir el bautismo. Nada se nos dice de él hasta este momento. Solo que «llegó desde Nazaret de Galilea», una aldea pequeña e insignificante, de algo más de doscientos habitantes, perdida en una región montañosa cuyo nombre nunca es mencionado en los libros sagrados de Israel.
Para facilitar nuestra lectura podemos ordenar el relato en diferentes momentos: 1) una breve introducción en la que Juan el Bautista presenta a Jesús: «Él os bautizará con Espíritu Santo»; 2) Jesús es bautizado con agua por Juan; 3) la experiencia vivida por Jesús al salir del agua; en la descripción de esta experiencia veremos con detalle: a) Jesús ve rasgarse el cielo; b) ve luego al Espíritu descendiendo sobre él; c) por último, se oye una voz del cielo dirigida a Jesús: «Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco».
1. «Él os bautizará con Espíritu Santo» (vv. 7-8)
Marcos introduce su relato con unas palabras del Bautista que hace la presentación de Jesús. Dice así: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo». Hemos de entender bien estas palabras: Jesús no viene detrás del Bautista para seguirle y ser su discípulo; viene para iniciar una nueva etapa de salvación. Juan lo dice abiertamente: «Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Juan representa el pasado. Su bautismo de agua es símbolo de una etapa de preparación: conversión, purificación y perdón de los pecados. Pero Jesús viene a «bautizar con Espíritu Santo».
Por eso el Bautista reconoce humildemente que no es digno de postrarse ante él para «desatar la correa de sus sandalias». Esta expresión es muy gráfica, pues atar y desatar las sandalias del maestro era una de las tareas de los discípulos.
Los cristianos damos mucha importancia al bautismo de agua, incluso cuando es recibido de manera inconsciente de niños, sin que luego seamos capaces de orientar sus vidas hacia el seguimiento a Jesús. No podemos sentirnos satisfechos ante esta situación tan desfigurada y empobrecida del bautismo cristiano. Es difícil que esa fe pueda subsistir en la sociedad de nuestros días. Es la hora de recordar que lo importante es dejarnos bautizar por Jesús con el Espíritu Santo. Este es el «bautismo espiritual», la «renovación interior» que necesitamos promover en nuestras comunidades. Esto es lo que buscamos también nosotros por este camino humilde de la lectura orante del Evangelio.
2. Jesús es bautizado por Juan con agua del Jordán (v. 9)
En realidad, el evangelista no describe el bautismo de Jesús. Solo dice qué sucedió: «Llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán». Este bautismo de Jesús es uno de los datos históricos más seguros de su vida. Jesús no se dirige a Jerusalén para recibir instrucciones de los dirigentes religiosos del Templo. No acude tampoco a instruirse en la escuela de alguno de los escribas o maestros de la Ley. Jesús viene a Juan Bautista para ser bautizado por él en las aguas del Jordán.
Esto significa que Jesús comparte la visión del Bautista sobre la situación crítica que está viviendo Israel y la necesidad de una conversión radical para acoger a Dios. Sin duda, comparte también la esperanza de Juan: pronto conocerán la irrupción salvadora de Dios; Israel será restaurado, la alianza con Dios será renovada y fortalecida; las gentes podrán vivir una vida digna, propia del pueblo de Dios.
Por otra parte, se puede decir que Jesús se siente solidario con su pueblo, identificado con todos los que buscan un nuevo comienzo de Israel. Probablemente, en este momento, Jesús no tiene todavía un proyecto propio definido. Como todo ser humano, ha de buscar el sentido de su vida. Jesús está abierto a Dios para escuchar su llamada.
3. La experiencia vivida por Jesús al salir del agua (vv. 10-11)
Marcos tiene interés en subrayar que Jesús vive su experiencia «en cuanto salió del agua», es decir, cuando ya no está el Bautista actuando sobre él. Esta experiencia tan intensa, que va a transformar decisivamente su vida, no es fruto de la eficacia del bautismo de agua de Juan. Lucas dice en su relato que Jesús vivió su experiencia «mientras oraba», sugiriendo que se trató de una «experiencia interior» (Lucas 3,21). Como es natural, los evangelistas no pueden penetrar en el mundo interior de Jesús para describirlo. Lo que hacen es evocarlo con diversos recursos literarios para que los seguidores de Jesús podamos «asomarnos» de alguna manera a la experiencia vivida por él de un Dios Padre, que es la clave de su espiritualidad y ha de ser también de la nuestra.
a) Jesús ve rasgarse el cielo (v. 10a)
Marcos comienza a describir la experiencia de Jesús diciendo que, habiendo salido ya del agua del Jordán, Jesús «ve rasgarse el cielo». El pueblo llevaba mucho tiempo con la sensación de que los cielos estaban cerrados. Una especie de muro impedía a Dios comunicarse con su pueblo. Dios estaba allí arriba, lejos y distante; el pueblo de Israel, aquí abajo, en la tierra, huérfano de toda ayuda. Ya no había profetas. Nadie era capaz de consolar al pueblo con la Palabra de Dios. Israel sufría la más dura de las sequías. Ya no llovía sobre el pueblo la Palabra alentadora y confortante de Dios. Tal vez Marcos está recordando la súplica del profeta Isaías: «Ojalá rasgaras el cielo y descendieras» (Isaías 63,19). Jesús abre los ojos y descubre que los cielos se están rasgando. Dios ya no se puede contener. Se va a comunicar directamente con Jesús. El evangelista nos habla de una doble experiencia. En primer lugar, Jesús ve al Espíritu de Dios descender sobre él. Luego se oye una voz del cielo, que le dice: «Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco».
b) Jesús «ve al Espíritu descender sobre él como una paloma» (v. 10b)
Este «Espíritu» que desciende sobre Jesús es el «aliento de Dios», que crea y sostiene la vida; la «fuerza vivificadora» que cura y anima a todo viviente; el «amor» de Dios, que lo renueva y transforma todo. Por eso Jesús, lleno del Espíritu de Dios, no se dedicará a condenar y destruir, sino a curar la vida y a liberar de «espíritus malignos». El evangelio de Juan pone en labios de Jesús estas palabras que resumen de manera admirable su actuación, movida siempre por la fuerza vivificadora del Espíritu: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10,10).
A lo largo de nuestro recorrido iremos descubriendo cómo el Espíritu de Dios conduce siempre a Jesús a introducir vida y salud; a combatir el sufrimiento, el mal y la desgracia; a liberar a las personas del miedo y la desconfianza; a devolver la dignidad a los leprosos y excluidos de la convivencia; a ofrecer el perdón a los pecadores; a bendecir a los niños; a defender a las mujeres… Por eso, los primeros cristianos llamaron muy pronto a Jesús «Cristo», es decir, el «Ungido» por el Espíritu, convirtiéndose en el segundo nombre de Jesús. También nosotros nos llamamos «cristianos», porque vivimos «ungidos» por ese Espíritu que nos llega por medio de Jesús.
En el relato se dice que el Espíritu desciende sobre Jesús «como una paloma». No sabemos qué se quiere evocar con esta expresión. Tal vez quiere destacar la fuerza creadora del Espíritu de Dios, que ya, al comienzo de la creación, «aleteaba sobre las aguas» (Génesis 1,2). Tal vez quiere decirnos sencillamente que el Espíritu desciende suavemente sobre Jesús, como lo hacen las palomas. De hecho, Jesús no se imponía a nadie por la fuerza, sino que se acercaba a las personas de manera afable y respetuosa, «sin quebrar la caña cascada ni apagar la mecha que se está extinguiendo» (Mateo 21,18-21).
c) Se oye una voz del cielo dirigida a Jesús:
«Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco» (v. 11)
Enseguida se oye una voz del cielo. Todos la pueden oír, pero está dirigida directamente a Jesús: «Tú eres mi Hijo querido. En ti me complazco». Todo es diferente a lo vivido trece siglos antes por Moisés en el monte Horeb, cuando se acerca tembloroso a la zarza ardiendo, descalzo, para no manchar la tierra sagrada (Éxodo 3,1-14). Dios no dice a Jesús: «Yo soy el que soy», sino: «¡Tú eres mi Hijo querido!». No se le revela como Misterio insondable, sino como Padre íntimo y cercano: «¡Tú eres mi Hijo querido! Tu ser tiene su origen en mí. Eres mío. Yo soy tu Padre». El relato subraya el carácter gozoso y entrañable con que habla Dios: «En ti me complazco. Te quiero entrañablemente. Me llena de gozo que seas mi Hijo. Me siento feliz». Jesús responderá a lo largo de su vida con una palabra: Abbá, «Padre querido». En adelante no lo llamará con otro nombre cuando se comunique con él. Esta invocación lo dice todo: su confianza total en Dios y su disponibilidad.
Confianza total y docilidad incondicional
Al hacer nuestro recorrido de lectura orante iremos descubriendo en Jesús dos actitudes fundamentales ante Dios, su Padre querido: confianza total y docilidad incondicional. Dos actitudes básicas también hoy para nosotros si queremos ser sus seguidores.
– Confianza total. La vida entera de Jesús transpira esa confianza en Dios, su Padre. Todo lo hace movido por esa actitud genuina, limpia, espontánea, de confianza en él. No se apoya en la religión del Templo ni en las doctrinas de los maestros de la Ley. Su confianza en el Padre le hace vivir de manera creativa, innovadora y audaz. Libre de cualquier tradición, costumbre o norma que le pueda impedir abrir caminos al reino de Dios. Su fe en el Padre es absoluta. Por eso le apena tanto la «poca fe» de sus discípulos. Con esa fe pequeña y raquítica no podrán seguir sus pasos. Por eso les repetirá una y otra vez de diversas maneras: «No tengáis miedo… Confiad».
– Docilidad incondicional. Esta confianza genera en Jesús una docilidad incondicional a su Padre querido. Solo busca cumplir su voluntad. Es lo primero para Jesús. Nada ni nadie lo apartará de su fidelidad al Padre. Como hijo bueno busca ser la alegría de su Padre querido, como hijo fiel vivirá identificándose con él e imitando siempre su modo de actuar. En labios de Jesús nunca aparecen los términos «obediencia» ni «obedecer». Su actitud ante el Padre no consiste en cumplir «leyes» dictadas por él, sino en vivir identificado con él buscando siempre lo que más le agrada: la vida plena de sus hijos.
A lo largo de nuestra lectura orante del Evangelio veremos siempre a Jesús identificado con su Padre querido. Por eso, viendo cómo actúa Jesús, iremos aprendiendo cómo es el Padre, cómo nos siente, cómo nos busca, qué quiere para sus hijos. Al ahondar en los gestos concretos de Jesús podremos decir: así se acerca el Padre a los que sufren, así busca a los perdidos, así bendice a los pequeños, así alivia a los enfermos, así perdona a los pecadores, así acoge, así comprende, así nos ama.
MEDITAMOS
Hemos leído el relato de Marcos que nos ha hablado del bautismo de agua que recibe Jesús en el río Jordán de manos del Bautista. Luego, nos hemos detenido, sobre todo, en leer la descripción que nos ofrece de la experiencia de Dios vivida por Jesús al salir del agua. Nos disponemos ahora a meditar las dos escenas. La primera de manera breve. La segunda, ahondando detenidamente en la experiencia de Dios que vive Jesús al salir del agua.
1. Jesús es bautizado por Juan con agua del Jordán (v. 9)
Contemplo la escena deteniéndome en Jesús… Tomo conciencia de lo que está viviendo en su interior… Su decisión de bautizarse significa que se siente solidario de aquel pueblo en crisis religiosa y que se une al movimiento profético de conversión radical a Dios que promueve el Bautista para caminar hacia un nuevo Israel más fiel a la alianza.
– ¿Me preocupa la crisis de humanidad que se está viviendo en nuestros días o vivo al margen de todo lo que no sea mi pequeño mundo?…
– ¿He pensado alguna vez que puedo contribuir a la renovación del cristianismo actual?…
– El bautismo cristiano es siempre en el Espíritu Santo. Pero puede ocurrir que se quede solo en bautizo de agua… ¿Es este mi caso?…
– ¿Estoy dispuesto a dejarme bautizar interiormente por Jesús con Espíritu Santo?… ¿Qué puedo hacer?… ¿Me puede ayudar la lectura orante del Evangelio?…
2. La experiencia vivida por Jesús al salir del agua (vv. 10-11)
a) Jesús ve rasgarse el cielo (v. 10a)
Abro los ojos como Jesús y veo que el cielo se rasga y queda abierto sobre mí.
– Con la venida de Jesús, el cielo se nos abre… ¿Qué me dice a mí esta imagen… en estos momentos?…
– ¿Siento todavía a Dios lejos… distante… inaccesible… ¿Por qué?
– ¿Experimento que Jesús me está abriendo un camino hacia el misterio de Dios?…
b) Jesús ve al Espíritu descender sobre él (v. 10b)
Contemplo a Jesús acogiendo el Espíritu de Dios, que desciende sobre él… No para acapararlo, sino para comunicarlo a todos: «Recibid el Espíritu Santo» (texto 3).
– ¿Soy consciente de que el Espíritu de Dios habita ya en mí porque lo estoy recibiendo de Jesús?…
– ¿Reservo en mi vida algunos momentos para acoger en silencio al Espíritu de Dios?…
– ¿En qué circunstancias he podido experimentar ese Espíritu de Dios actuando en mí como aliento… amor… fuerza vivificadora… perdón…?
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