El gorrión en el nido

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—Pero ¿qué puedo hacer diferente?, el sueldo de Patxi es el que es y no tenemos otros ingresos —añadió Paka.

—Pues tú misma lo estás diciendo: tener otros ingresos. Como siempre, las mejores respuestas las tiene uno mismo en su interior —dijo la madre—. Haz cosas que sepas; arreglar ropa de gente del pueblo, preparar una peluquería en casa, que eres una excelente peluquera y sabes maquillar muy bien, puedes hacer algún tipo de pasta, bizcocho o pan que puedas vender, que también eres buena repostera, o cualquier actividad similar que te permita compaginar tus labores de ama de casa, esposa y futura madre.

Paka se quedó mirando hacia arriba analizando cuál de las opciones era la más viable.

—También —le dijo su madre— quien tiene la obligación de aportar los dineros es Patxi, habla con él para que haga algo al respecto y en cualquier caso utiliza tu imaginación, hija, es tu mejor aliada.

Aquella noche Paka habló con Patxi y entre ambos vieron qué posibilidades tenían.

—Patxi, tenemos que hablar de algo importante —dijo Paka en tono serio buscando la mirada de su marido.

—¿Qué pasa?, no me asustes —respondió Patxi al ver aquella mirada que ya conocía y que sabía que no traía buenas noticias.

—He estado echando cuentas y no nos llega —dijo Paka—, deberíamos poner una huerta delante de La Central y árboles frutales, criar un par de gorrinos y preparar un gallinero, con ello tendríamos verduras y legumbres, frutas, huevos y carne de pollo y gorrino, lo que nos aliviaría de gastos y podríamos ahorrar.

—Pero ¿qué dices? —contestó alarmado Patxi—, en mi vida he tenido nada de lo que me propones y no tengo ni idea de lo que hay que hacer.

—Yo estoy acostumbrada a la huerta —prosiguió Paka, dispuesta a conseguir su fin—. Sé cuidar de los animales, conozco cómo guardar el estiércol de los gorrinos y las gallinas para que sirva de abono, cómo quedarme con algunas semillas de una cosecha para la siguiente siembra, cómo alimentar a los animales con las sobras de las comidas y cómo hacer trueque para conseguir leche, aceite, vino y otras necesidades que no obtengamos directamente.

—Para, para —le cortó Patxi, aturdido por tanta propuesta—. Conmigo no cuentes para esas tareas, a mí la huerta ni me gusta ni la quiero.

—Bueno, pues déjame eso a mí y tú hazte cazador y pescador como la mayoría de los del pueblo, así traerás truchas del río, codornices, perdices y palomas, y puede que consigas cazar algún conejo. Y si te esfuerzas puedes hacerte con un corzo o un jabalí. Yo prepararía la carne y el pescado en escabeche, ahumado o en salazón, igual que haría mermeladas y conservas con los tomates y las frutas que sobrasen.

—Mira, Paka —dijo Patxi—. Vamos a ver si nos entendemos; yo nunca he estado al corriente de las huertas, ni he tenido animales en casa, y la caza y la pesca están lejos de mis miras. He recibido una instrucción técnica, primero en el Ave María de Don Gotzón, y después por correspondencia, y ayudado por mi padre terminé de asentar mis conocimientos con la experiencia en la fábrica. Todo esto lo conoces de sobra y me extraña tu propuesta. Lo de trabajar la tierra y guardar el estiércol para el abono directamente me da asco, y lo de criar animales en casa, darles de comer y convivir con ellos para luego comérmelos, me parece una brutalidad. Solo de pensarlo siento pena y arcadas; a mí los animales que viven libres en el campo o en el río no me han hecho nada para matarlos como si fuesen reos de alguna acción imposible de perdonar. Me gusta verlos libres, corriendo, volando o nadando y hacerles sufrir me parece de una gran vileza, aunque sea para alimentarnos. Si fuese capaz no comería carne de animales, pero me gusta demasiado, siempre y cuando no los tenga que matar yo ni ver cómo lo hacen otros.

—Pues ya dirás qué hacemos —dijo Paka.

—Valoro tu iniciativa y comprendo que tengo que dar una respuesta adecuada —dijo Patxi—, así que déjame pensar una propuesta que encaje en las aspiraciones de ambos, soy consciente de que la responsabilidad de los ingresos en la familia es del hombre y la de gestionarlos con cautela de la mujer, así que lo maduro y te contesto.

Pasaron un par de días en los que Paka cada vez que se cruzaba con su marido le decía en tono de guasa: ¿Lo has madurado?, ¿lo has madurado? Hasta que Patxi le dijo que se sentase, que le iba a proponer una solución.

—Estoy de acuerdo —dijo Patxi— en plantar árboles frutales, aunque sé que pasarán varios años antes de obtener frutos. También me parece adecuado preparar un gallinero, pero con la condición de que seas tú, Paka, quien se encargue de su gestión y me mantengas al margen de huevos, gallinas, estiércol y demás zarandajas.

—No te preocupes —dijo Paka muy interesada por la conversación—, sigue, sigue.

—Fuera del horario de trabajo —continuó Patxi— puedo dedicar tiempo a vender y reparar aparatos de radio y hacer instalaciones y mantenimiento de todo lo relacionado con la electricidad entre los vecinos del pueblo que, aunque la mayoría son unos manitas, en cuanto tienen que enfrentarse a la electricidad prefieren pasar a otro el encargo antes de meterse con un enemigo al que no comprenden y les muerde al menor descuido.

Llegados a este punto, Paka le miró con ojitos, hubo acuerdo sellado con un beso y una consumación. De inmediato Patxi se puso manos a la obra.

Primero fue al caserío de Silvestre, el caserío se situaba bajo la peña de San Miguel y desde él se divisaba todo el pueblo y más allá. Silvestre vivía aislado con su hermana Modesta, hablaban poco y siempre en euskera. Eran autosuficientes, tenían ganado, huerta y multitud de árboles; de hecho, Silvestre era quien más conocía en la comarca de árboles frutales y de árboles en general. Gustaba de llevar albarcas, calcetines de lana de oveja y amplio blusón de cuadros azules del que por la parte trasera le colgaba siempre un paraguas. Patxi y Silvestre quedaron junto a La Central.

—Hola, Silvestre —saludó Patxi al verlo llegar.

—Egun on —dijo Silvestre contestando al saludo.

—Verás, queremos plantar árboles frutales y quería saber qué nos aconsejas.

—Aquí a este lado isquierdo —dijo Silvestre de inmediato—, plantar tres siruelos de los de siruelas claudias, cagüen sos, las más ricas, no las hay mejores para mermeladas, los pondré en renke uno tras otro. Ahí enfrente plantar cuatro hermosos nogales que cuando sean grandes dar sombra a una mesa en el sentro y unos bancos alrededor. A esta derecha de los nogales, dos membrillos para buen olor en armarios de casa y haser dulse para comer con queso y con nueses de los nogales. A ese fondo un mansano de reinetas para mansanas asadas y un peral de peras de agua refrescantes en verano, ¡anda la hostia que no son buenas! A esta derecha plantar dos castaños para castañas de asar y una higuera para compotas con mansanas y peras. También plantar un par de pinos de piñas para ensender fuego en invierno y dar buen olor. A los lados del camino plantar árboles grandes que al creser y juntar harán túnel.

—¿Y qué hacemos con los árboles que ya hay? —preguntó Patxi.

—No matar árboles, Patxi, solo por nesesidad se puede —dijo Silvestre—. Los chopos ya aquí antes que tú y que yo y los castaños pilongos que acompañar Sirauntsa ser matrimonio con rio.

—Me parece bien, Silvestre —dijo Patxi—. Lo que pasa es que lo que dices valdrá mucho dinero y ahora mismo estoy un poco justo.

—No preocupar, Patxi, yo nesesitar lus en caserío. Tu llevar lus a caserío y yo pagar material y poner árboles —dijo Silvestre alargando la mano en señal de trato.

Patxi también se hizo con un libro de cuentas y trazó en sus páginas varias líneas verticales con un encabezamiento en cada una de ellas indicando: fecha, cliente, trabajo realizado, importe facturado y total. En este libro apuntaría cada uno de los trabajos y para estrenarlo anotó la fecha de inicio del encargo de Silvestre. En trabajo realizado puso: «llevar línea eléctrica al caserío de Silvestre y poner bombillas en todas las estancias»; en importe facturado: «árboles frutales» y total «cero». No era un gran comienzo, pero era un comienzo.

Finalmente, preparó el gallinero en el trastero bajo la escalera que daba acceso a la planta superior donde se ubicaba la vivienda. Lo vació, colocó una valla cerrando el espacio donde las gallinas podrían salir al aire libre, arregló la puerta haciéndola más fuerte para que el zorro no robase las gallinas y colocó en el interior, a la derecha según se entraba, una fila de gruesas varas de madera, de pared a pared, donde las gallinas dormirían con un acceso a modo de escalera. Debajo, lo rellenó de paja para recoger el abono. A la izquierda preparó unos nichos rellenos también de paja donde las gallinas pondrían los huevos y los incubarían. Los padres de Paka aportaron tres gallinas blancas y el tío Julio, que vivía en la misma casa que los padres, otras tres coloradas. El gallo multicolor hubo que comprarlo con el dinero de la bolsa de «varios».

Con todo en marcha comenzaron a pasar los días, los árboles aún tardarían en hacerse ver y algunos encargos de instalaciones habían comenzado a llegar, Patxi vendió una radio, la compraba por piezas, la montaba y se la entregaba al cliente, probada y funcionando, obteniendo así, en la transacción, un buen beneficio. Por su parte, las gallinas comenzaron a poner huevos, unas los ponían blancos y otras colorados, pero ninguna se puso culeca y no conseguían tener polluelos. Patxi le echaba la culpa al gallo:

—Con tanta «pluma» multicolor arcoíris no tengo claro si es gallo o gallona —comentaba con Paka—. Además, nunca canta antes de las diez de la mañana, lo que me hace sospechar que es un vago.

 

—Con seis gallinas a las que atender todas las noches, se le debe de hacer muy tarde y quedar muy cansado, por lo que es normal que luego no madrugue —le justificaba Paka.

Con los huevos, Paka pudo hacer tortillas, huevos duros y revueltos con los perretxicos que trajo Patxi en primavera, además de claras batidas y mayonesas. Los que sobraban los empleaba para hacer trueque y así consiguió no gastarse todo el dinero de la bolsa de la comida.

Paka, comenzó a tener algunos síntomas de embarazo y en cuanto pudo, le informó a su madre de su sospecha:

—Mamá, creo que estoy esperando un bebé, pero no lo tengo claro. Me encuentro cansada y me dan arcadas cada vez que preparo huevos en cualquier forma, además, tengo un retraso. ¿Tú qué crees?

—Pues no lo sé, aún es pronto para estar segura, pero me haría muy feliz ser abuela —le dijo su madre mostrando su alegría y recurriendo a su personal botica—. Mira, hija, te entrego este puñado de trigo y este otro de cebada. Coloca el trigo en una lata pequeña de sardinas bien lavada y haz lo mismo con el de cebada y luego los cubres con tu orina. Al cabo de dos semanas debes mirar en su interior, si las semillas no han germinado es que no estás embarazada, si germina el trigo es que estás embarazada de una niña, y si germina la cebada es que estás embarazada de un niño.

La madre de Paka era un poco bruja y conocía todas las hierbas del campo, disponía de una buena despensa con botes identificados por el efecto de alivio que producían sus infusiones, las etiquetas estaban pegadas en cada frasco, algunas amarilleaban por el paso de los años y se podía leer en ellas: fiebre, dolor de tripas, piedras de riñón, cólico miserere, tristeza profunda, y así una larga lista de males con sus remedios.

—Así lo haré, mamá —dijo Paka.

Paka siguió al pie de la letra las instrucciones: colocó las dos latas con su respectivo contenido en un lugar del gallinero donde sabía que las gallinas no llegaban y donde tenía la seguridad de que Patxi no las encontraría. Cuando dejó las latas vio con sorpresa que una gallina se había puesto culeca y estaba incubando los huevos.

Al final del mes, como cualquier otro día, llegó Patxi a comer, trayendo el sobre con el salario, al que añadió los dineros que había conseguido con las instalaciones y la venta de la radio. Comieron, Patxi echó la cabezada de costumbre y volvió al trabajo. Tras recoger la mesa, lavar los platos y barrer la cocina, Paka sacó las bolsas de tela; completó la de la comida hasta el importe total del mes añadiendo lo que faltaba, ya que aún contenía algunas monedas. Rellenó el resto de bolsas y consiguió meter algunas monedas y un billete en la del ahorro. Con la alegría del éxito se acercó al gallinero a ver el estado de las latas tras las dos semanas de espera. La primera en ser inspeccionada fue la del trigo y estaba como la había dejado; no había germinado. Luego miró la de la cebada y su corazón le dio un vuelco mientras le parecía que la cabeza se le iba, estaba embarazada de un niño.

Con una sonrisa profunda, los ojos brillantes y su mano sobre el vientre, se fue a descansar a la cama; estaba culeca y tenía que empollar a su criatura, mientras al fondo se oía el sonido, procedente del gallinero, del piar escandaloso de los primeros pollitos recién nacidos.

III

DE CÓMO NACIÓ GORRI

Paka seguía adelante con su embarazo arropada por el cariño de Patxi y de todos los familiares y amigos. Iba a ser el primer hijo, nieto y sobrino, así que padres, tíos y abuelos estaban emocionados por el suceso. Tal vez por esto, o porque les faltaba experiencia en su nuevo cargo, todos se encontraban preocupados por el constante cansancio que arrastraba Paka y que la mantenía más tiempo en el lecho que realizando sus actividades habituales, que en muchas ocasiones eran asumidas por su madre o por Patxi que, muy a su pesar, tuvo que hacerse cargo del gallinero.

A la vista de que la situación empeoraba tuvieron que llamar al doctor H. Nike para que la auscultara y recetara algo que le subiese el tono vital. El doctor H. Nike había sido contratado para tener su consulta permanente en las oficinas de la fábrica. Era inglés, de la edad de Patxi y Paka, y había estudiado medicina general para especializarse en medicina industrial en las fundiciones inglesas. Delgado, alto, de pelo rubio y ojos azules, le costaba hacerse entender en la mezcla de idiomas con que se expresaba y a menudo daba la impresión de que no se enteraba de lo que querían explicarle.

La fábrica en la que trabajaban Patxi y el doctor H. Nike era una fundición donde, en el alto horno, con mineral de hierro, carbón vegetal, piedra caliza y otros ingredientes, obtenían como resultado una colada de hierro que adecuadamente tratada se convertía en hierro dulce, que así se llamaba aunque su sabor era como el de cualquier otro hierro. Para todo su proceso la fábrica utilizaba mucha agua, que obtenía de «el Nacedero», llamado así por ser donde nacía el río, el lugar en el que manaba agua bajo la peña de modo constante, más abundante cuando llovía que cuando había sequía. Mediante canales, se suministraba el inquieto fluido a diferentes aplicaciones que hacían que todo funcionase correctamente. Canales de más de quinientos años, algunos de los cuales habían servido para mover antiguos molinos de los que aún quedaban varios en la zona.

Tras más de ciento cincuenta años produciendo y dando trabajo a muchas familias, los amos, que es como coloquialmente se llamaba a los dueños de la fábrica, se habían preocupado de crear algunos servicios para mejorar el nivel de vida de sus empleados, entre los que se incluía el doctor H. Nike, que era médico privado de las familias que trabajaban en la fábrica, el colegio del Ave María para los chicos, con el maestro don Gotzón, y el colegio de las monjas para las chicas. La fábrica gestionaba un economato: La Cooperativa de Consumo La Unión Obrera, apodada «La Cope», donde los precios eran más bajos y se apuntaban las compras en una cartilla que luego se descontaba del sueldo, y para rematar los servicios había construido en el pueblo, encima de La Cope, un casino con su escenario, su reservado donde jugar a las cartas, su sala de billar, su piano; todo ello muy inglés, tan inglés como el doctor H. Nike.

Con su bata blanca y su espéculo, auscultó a Paka como lo hace cualquier médico español, diciendo eso de tosa, respire profundo y otra vez, solo que el doctor H. Nike decía:

—Tosos, repare hondo, more time, Paka, please.

La pobre Paka no sabía si respirar, contener el aliento, reírse o llorar. Al final el doctor sacó su aguja sin decir nada y le extrajo sangre. Fue lo más claro de toda la auscultación.

A los pocos días volvió con los resultados y dijo textualmente:

—Paka, tene usted una mania de horse y yo recetar pastillas para crecel los granulos red. Si no ver mejoras ir a cyty a transfusionar.

Todo ello transcrito se trataba de una anemia de caballo y de un medicamento para que le aumentasen los glóbulos rojos, a lo que añadió que si no se le pasaba habría que ir al hospital de la capital para realizar una transfusión de sangre. A pesar del tratamiento, Paka no acababa de encontrarse bien y a las dos semanas de haberlo iniciado volvió el doctor H. Nike a hacerle otro análisis sin que el resultado diese ninguna mejoría sobre el primero. El doctor consideró que aún era pronto para obtener los beneficios de la química y que sería mejor continuarlo durante dos semanas más.

Paka no entendía al médico inglés y esto le hacía desconfiar de él, entre que no veía mejora en su estado físico y que no le cambiaba de medicación, tenía dudas de que el rubio de ojos azules tuviese claro lo que se traía entre manos. Además, era especialista en medicina industrial, y tener hijos, hasta donde ella conocía, no era un trabajo industrial. Un día que pasó su madre a visitarla le confesó sus dudas:

—Mamá —le dijo Paka algo angustiada por su permanente cansancio—. Yo no le entiendo al doctor, los días pasan y no veo que haga nada para solucionar lo que tengo. Siempre que he estado enferma tú has cuidado de mí con tus remedios y siempre me he curado. ¿Por qué no me tratas tú sin que lo sepa el doctor?

—Mira, Paka —le contestó la madre, halagada—. Estoy orgullosa de mis conocimientos en remedios naturales y que lo reconozcas me alegra. Estoy segura de que en mis manos tu cambio será total, pero no se lo cuentes a Patxi, ya sabes que Patxi no cree en la medicina natural y tiene una gran fe en los médicos.

—Y para qué contarte lo aficionado que es a todo tipo de pastillas —replicó la hija.

Lo primero que hizo la madre de Paka fue preparar tres manzanas reinetas en las que introdujo varios clavos llenos de óxido. Cuando Patxi se encontraba trabajando se las llevó a su hija.

—Mira —le dijo a su hija mostrándole las reinetas atravesadas por los clavos oxidados—. Pasadas veinticuatro horas sacas los clavos y los clavas en otras tres manzanas durante veinticuatro horas y te comes las manzanas desclavadas a razón de una cada ocho horas, repitiendo esta operación todos los días hasta que los análisis sean correctos.

—¿Y qué hago con las pastillas que me ha recetado el doctor? —preguntó Paka a su madre.

—No tomes ni una sola pastilla de las recetadas por el médico rubio —le contestó su madre y continuó diciendo—: a la vez que te comes las manzanas desclavadas debes hacerte una infusión con las hierbas que te he preparado en este frasco al que he etiquetado como «flojera extrema» y que contiene dientes de león, eneldo, ortigas y jugo crudo de remolacha roja. A la infusión puedes echarle un chorrito de patxaran para darle buen sabor.

—Gracias, mamá, sabía que tú conocías la solución mejor que nadie —le confirmó Paka.

Patxi la pilló un día comiendo manzanas llenas de agujeros y se extrañó ante tan peculiar escena.

—Pero ¿qué haces comiendo manzanas con gusanos? —preguntó Patxi.

—Mi madre me ha dicho que la carne de gusano es la mejor para quitar el cansancio, así que me ha traído unas manzanas rellenas de gusanos —contestó Paka con sorna.

—Tu madre y sus pócimas milagrosas. Eso que estás comiendo es asqueroso.

—Si estás cansado te preparo un revuelto de gusanos que te vas a chupar los dedos —dijo Paka continuando con la broma.

—Te agradezco el detalle, pero me encuentro perfectamente —contestó Patxi dando por terminada la conversación.

Pasadas dos semanas, volvió el médico rubio a auscultar a Paka y durante un buen rato le estuvo hablando sin que Paka entendiese nada de lo que decía. Finalmente, en silencio, como siempre, le sacó sangre para hacer el análisis correspondiente. Cuando llegaron los resultados, el rubio dijo que había que repetir el análisis, que no podía estar bien, que el nivel de glóbulos rojos era tan alto que superaba al de los recios mineros que sacaban el mineral de hierro. La madre suspendió el tratamiento de inmediato, ya que tan malo puede ser el defecto como el exceso. Los nuevos análisis volvieron a dar niveles altos, pero dentro de lo normal, así que el rubio, satisfecho de su excelente trabajo, le dijo a Paka que interrumpiese las pastillas, que su receta había cumplido su función y Patxi, muy agradecido, le entregó un cestillo con una docena de manzanas reinetas como reconocimiento. En el cestillo, y sin que Patxi se percatase de ello, se encontraban tres desclavadas que habían quedado sin ser comidas al terminar el tratamiento.

El resto del embarazo lo pasó Paka sin mayores incidencias, tomando algunas tisanas que le recomendaba su madre hasta que un día, cuando Patxi se encontraba echando la cabezada tras la comida y ella lavando los platos, sintió cómo un fluido tibio descendía entre sus piernas.

—He roto aguas —le dijo a Patxi despertándolo de su letargo—. Ve rápido a buscar al doctor H. Nike y avisa a mi madre mientras termino de limpiar y recoger todo.

—Ya voy, ya voy. Tranquila, tranquila —se repetía Patxi en un esfuerzo por controlar sus nervios.

Primero aparecieron los padres de Paka y poco después Patxi, con H. Nike que, de inmediato, examinó a la parturienta dictaminando que aún había dilatado muy poco y que no sería un parto rápido, no obstante, todos se quedaron esperando acontecimientos y fueron pasando las horas. Las contracciones llegaron casi a la medianoche y Paka se asustó, sabía que aquello dolía, pero no se imaginaba que tanto, H. Nike seguía vigilando el proceso, pero Paka continuaba sin dilatar lo suficiente, todos los síntomas indicaban que se trataba de un parto seco de los que duran muchas horas, incluso días.

 

Donostia, que se había enterado de la noticia, acudió a dar consuelo espiritual y, entre contracción y contracción, rezaba un Padre Nuestro y un Dios te salve María, rogando a Dios que todo fuese bien y rápido, pero las cosas no iban ni bien ni rápidas. A eso de las dos de la mañana H. Nike informó de que el niño venía de nalgas y que se había subido dentro del vientre de su madre todo lo que le era posible, que aquello se estaba complicando y que era mejor llamar a Mateo para que viniese con su goitibera por si había que enviar a Paka al hospital de la capital, donde tenían los medios y la experiencia en partos complicados, experiencia de la que H. Nike carecía.

Con Mateo esperando en la puerta se hicieron los preparativos para llevar al hospital a Paka, que se retorcía de dolor en cada contracción, pero antes de tomar la decisión la madre de Paka pidió autorización para intentar salvar el parto en casa:

—Yo he visto más partos como este —dijo la madre de Paka— y creo que no es necesario llevarla al hospital, con una infusión que conozco el parto se produciría de inmediato y sin complicaciones, pero necesito que me autoricéis a dársela.

—Ah, no —dijo Patxi de inmediato—, hay que hacer lo que el doctor H. Nike considere lo más adecuado y dejarse de inventos.

—Tal vez Patxi tenga razón —asintió el padre de Paka—, es mucho riesgo y si algo sale mal nunca te lo perdonarás.

—Por Dios, que sinrazón intentar con pócimas sustituir la opinión de una eminencia —exclamó Donostia.

—Yo creo que debiéramos ir a la capital cuanto antes —añadió Mateo.

—Mi opinar best hospital in city —concluyó H. Nike.

—Por favor —intervino Paka con gesto de dolor—, dejad que mi madre me dé el preparado, y si pasado un rato no me hace efecto, definitivamente me lleváis al hospital.

La madre se acercó a su casa y volvió con un vaso que contenía un líquido que le hizo beber a su hija a sorbos cortos.

—Toma, Paka, bébetelo despacio sin dejar ni una gota en el vaso, no te preocupes, que no sabe a nada, pero es muy efectivo. Cuando lo termines te levantas y permaneces de pie mientras el bebedizo hace efecto.

Paka siguió las instrucciones de su madre al pie de la letra guiada por la total confianza que tenía en ella, y a los pocos minutos, ante los ojos incrédulos de H. Nike, el niño, por sí solo, comenzó a asomar la cabeza. Así, el parto se produjo el día cinco del mes cinco del año de Nuestro Señor de mil novecientos cincuenta y cinco a las cinco de la madrugada. El recién nacido tardó en arrancar a llorar, como si sus genes le indicasen que los vascos no lloran, hasta que harto de recibir cachetes en el culo y de aguantar la respiración hasta ponerse morado, exhaló un grito de protesta que todos los asistentes celebraron sin que el recién nacido hubiese derramado ni una sola lágrima.

Paka Goñi había dado a luz un niño en su domicilio, en el pequeño pueblo del interior del País Vasco, al que pusieron por nombre Joseba por ser el santo a quien Paka pedía los favores y que nunca la había defraudado. Joseba Gorrikoetxeabengoa Goñi acababa de hacer abuelos a los padres, padres a los hijos y tíos y tías a los hermanos. El niño había nacido y toda la estructura familiar había cambiado.

H. Nike estaba maravillado por el efecto de la pócima de la recién estrenada abuela y, haciéndose un aparte con ella, no pudo menos que interesarse por el brebaje.

—Doña —dijo H. Nike dirigiéndose a la abuela—. Su drink es mervellese, ¿poder dar receta for mí?

—Claro, doctor —le contestó la abuela con su eterna sonrisa—. El bebedizo es solo agua del Nacedero, el problema con mi hija es que estaba tan asustada que ella misma retenía el feto poniendo en peligro a ambos, en cuanto bebió la pócima y por la fe que tenía en mis preparados, consiguió relajarse y dejar que la naturaleza siguiese su curso sin que Paka interfiriera.

—Thanks, doña, thanks —contestó H. Nike, que solo entendió: agua del Nacedero. Del resto del discurso apenas si tuvo consciencia entre su mal castellano y toda la noche en vela, así que, para él, el agua del Nacedero pasó a ser medicinal y se la recetó desde entonces a sus pacientes, con lo cual obtuvo notables éxitos.

IV

DE CÓMO GORRI RECIBIÓ EL BAUTISMO

Donostia insistió en que el recién nacido debía ser bautizado a la mayor brevedad posible, y lo mejor era hacerlo el próximo domingo en misa de diez, aunque la madre no pudiese asistir por no haberse recuperado del parto antes de esa fecha, lo que, por otra parte, era habitual.

Las razones para realizar el bautizo cuanto antes eran de peso, y es que si al niño —y Dios no lo quisiese—, le sucediera algo sin estar bautizado, su tierna alma no iría al cielo, se quedaría en el limbo de los justos, un lugar indeterminado donde iban a parar las almas de los inocentes que no habían recibido el bautismo en la fe de sus padres. Siendo todos conscientes de ello, estuvieron de acuerdo y de inmediato se procedió a realizar los preparativos para el bautizo.

Con lo precipitado del acontecimiento no podrían invitar al tío de Madrid, ni al tío soltero que vivía en el pueblo pesquero, tampoco a la tía que vivía al otro lado de las montañas, a ellos les escribirían una carta dándoles la buena nueva, y en cuanto fuese posible le harían una foto al recién nacido en un estudio de la capital, y se la enviarían para que lo conociesen.

Los amigos y familiares del pueblo estarían todos invitados y estaba claro que la madrina sería la abuela que tanto ayudó con el embarazo y con el parto, lo que no estaba tan claro es quién sería el padrino. La abuela representaba a la parte de Paka, pero por la parte de Patxi en el pueblo solo estaba su hermana, la casada con el músico, que también era mujer, y no estaba consentido que el bautizado tuviese dos madrinas y ningún padrino, así que el familiar varón más cercano de Patxi era el marido de su hermana, y a él fue a quien le hicieron la encomienda de apadrinar al bebé, encargo que aceptó con gusto.

Como siempre que se hace una lista de invitados, hay algunos que claramente se quedan fuera y otros que claramente se quedan dentro, pero siempre hay alguien que se queda la mitad dentro y la mitad fuera, y como se les quiere generalmente bien y tampoco queda bien visto si se les corta en dos partes, hay que decidir si dentro o fuera, pero enteros. Este era el caso del jefe de Patxi, el dueño de la fábrica, «el amo».

Normalmente, «el amo» no asistía a los acontecimientos familiares de sus empleados, y bajo ese punto de vista el no contar con su presencia parecía adecuado, pero tampoco la relación de Patxi con su jefe era como la del resto de sus empleados. Patxi y «el amo» se conocían desde pequeños y habían sido compañeros de juegos, aunque siempre existió la diferencia de clase que se dejaba notar cuando alguno tenía que ceder; que siempre era Patxi. Así, cada uno desde la infancia supo cuál era su lugar, como en el sistema de castas de la India, el macho alfa o la estructura jerárquica de los macacos. Tanto Patxi como su jefe sabían su lugar en la estructura que les había tocado vivir, lo que no quitaba para que sintiesen una cierta simpatía mutua y cómplice que arrastraban desde que ambos cazaban jilgueros con liza, pescaban cangrejos con retel o hacían txabolas en los jardines del palacio donde vivía «el amo» con su familia.

El primer impulso de Patxi fue no invitarle al bautizo:

—Mira —le dijo Patxi a Paka—, no suele asistir a ningún acontecimiento de los empleados y puede que le pongamos en un compromiso.