Caracterización agroecológica y resiliencia de sistemas citrícolas en el departamento del Meta, Colombia

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Agradecimientos

Quiero expresar mis agradecimientos a los funcionarios administrativos e investigadores del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de la Universidad Nacional de Colombia - Sede Bogotá, con especial reconocimiento a los profesores Tomás León Sicard y Javier Toro Calderón, igualmente al profesor Diego Miranda Lasprilla, adscrito a la Facultad de Ciencias Agrarias, y a la Vicerrectoría Académica de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC), por el apoyo logístico brindado para llevar a feliz término el presente producto académico.

Introducción

La agricultura es la interacción más significativa que el ser humano ha desarrollado con la naturaleza, actividad que está vinculada al comportamiento impredecible del sistema climático. A nivel mundial se constatan los efectos negativos del cambio climático (CC) y de la variabilidad climática (VC) sobre el rendimiento de los cultivos, convirtiéndose en una amenaza para la seguridad y soberanía alimentaria (Casanova, Martínez, López, Landeros y López, 2018; Food and Agriculture Organization of the United Nations [FAO], 2011; Van Asten et al., 2015).

En la actualidad, la VC es un tema relevante, debido a sus efectos en todas las escalas geográficas, e incide en aspectos sociales, económicos y ecosistémicos (Intergovernmental Panel on Climate Change [IPCC], 2007). Los eventos climáticos extremos como sequías, inundaciones y altas temperaturas también afectan las propiedades químicas, físicas y biológicas del suelo, alteran los parámetros hidrofísicos, predisponen al arrastre del suelo y modifican la ocurrencia e intensidad de los patógenos y su control (Sloat et al., 2020; Word Meteorological Organization [WMO], 2011).

Trabajos desarrollados en América Latina muestran los efectos de las variaciones climáticas, manifestados en pérdidas de la biodiversidad, incremento de la temperatura, sequías, precipitaciones fuertes, procesos de salinización, desertificación, disminución de tierras agrícolas y en general, reducción de la productividad del sector agropecuario hasta en un 50 % (Altieri y Nicholls, 2008; 2017; Nicholls y Altieri, 2011; 2012a; Rojas, 2011; Rosenzweig y Hillel, 2008).

Las fluctuaciones del clima, asociadas a teleconexiones, afectan significativamente los procesos fisiológicos de las plantas y la actividad humana, produciendo impactos socioeconómicos y ambientales de grandes proporciones, de ahí la importancia de analizar las fluctuaciones de la precipitación, al igual que la variabilidad de la temperatura del aire (Yang y Wang, 2019), relacionadas con las propiedades físicas del suelo, cobertura y pendiente (Liu et al., 2020).

Bajo condiciones tropicales las anomalías son cada vez más recurrentes e intensas y están asociadas a fenómenos de VC y CC (Montealegre y Pabón, 2000).

En Colombia, los efectos de las anomalías climáticas se expresan con mayor intensidad, comparativamente con otros países de la región, debido a su ubicación geográfica próxima al sector 3-4, donde se manifiesta el aumento de la temperatura superficial del mar (TSM) de las aguas del océano Pacífico. La tendencia del calentamiento se hace evidente al analizar las series de temperaturas mínimas, que concuerdan con las series de las temperaturas medias. La causa de este calentamiento se relaciona con la concentración en la atmósfera de los gases de efecto invernadero, como también con los procesos asociados a las actividades de los seres humanos, como por ejemplo procesos de urbanización, construcción de diferentes clases de infraestructuras, talas, quemas, deforestación y en resumen por cambio en el uso del suelo (Pérez, Poveda, Mesa, Carvajal y Ochoa, 1998; Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2011; Rodríguez, 2007).

Ante este panorama existen múltiples estrategias para interactuar con los cambios ambientales. En el caso de las ciencias agrícolas, se han propuesto diferentes enfoques. El tradicional se fundamenta en técnicas convencionales, caracterizadas por altos subsidios externos de materia y energía, disminuyendo la biodiversidad con algunas afectaciones medioambientales que se evidencian en procedimientos y protocolos productivos. Otros enfoques complementarios o alternativos como los que plantea la agroecología como ciencia, dimensionan la producción como un sistema complejo donde interactúan los agroecosistemas con la oferta ambiental, y se convierten en una estrategia efectiva, con capacidad de respuestas de largo plazo a este tipo de problemas.

Bajo el enfoque agroecológico se diseñan prácticas agrarias con base en conocimientos tradicionales o ancestrales, se promueve la agrobiodiversidad (intensificación ecológica y cultural), la autonomía de los productores y la conservación y manejo adecuado de los recursos naturales, estimulando con éxito las regulaciones biológicas aún en agriculturas campesinas de pequeña escala (Altieri, 1999; García, 2000; Hainzelin, 2013; León y Altieri, 2010; Méndez y Gliessman, 2002; Toledo, 1990).

La agroecología no excluye otras ciencias y técnicas, sino que las complementa e integra; su objeto de estudio son los agroecosistemas, caracterizados por su alta complejidad.

Un concepto integrador de este enfoque es la estructura agroecológica principal (EAP), propuesto por León (2010a) y sobre el cual se están desarrollando múltiples investigaciones (Cleves-Leguízamo, 2018; Cleves-Leguízamo, Toro, Martínez y León, 2017; Córdoba y León 2013; León, 2014; León, Mendoza y Córdoba, 2014; León, Toro, Martínez y Cleves-Leguízamo, 2018; Mesa, 2012) que evidencian que la EAP es una herramienta útil para evaluar diferentes componentes de los sistemas de producción.

La EAP se convierte en una expresión de la diversidad (ecosistémica y cultural) de los agroecosistemas y, por lo tanto, está asociada a la resiliencia B, definida como la capacidad de un sistema para mantener su estructura organizacional y su productividad tras una perturbación, en respuesta a las fluctuaciones ambientales, considerando a la biodiversidad funcional como un factor atenuante (Lin, 2007).

La agrobiodiversidad potencializa las posibilidades de respuesta, generándole al sistema mayor resiliencia. En este aspecto, las prácticas culturales cumplen un papel fundamental debido a que pueden adaptarse para responder ante cambios de origen natural o antropogénico, en lo que se denomina resiliencia social o adquirida, y en este sentido la evaluación de la EAP podría potencializar la resiliencia inherente (propia de cada sistema).

El punto de partida para identificar, implementar y monitorear acciones estratégicas de resiliencia a la VC y CC requiere del análisis de la situación de la vulnerabilidad, con un énfasis en las condiciones climáticas locales (Instituto de Estudios Ambientales, Hidrología y Meteorología [Ideam] y Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural [MADR], 2012). El reto es identificar las capacidades de resiliencia, de manera que la vulnerabilidad pueda ser reducida, permitiendo a los agricultores resistir y recuperarse de los eventos climáticos (Nicholls y Altieri, 2012a).

La producción de cítricos en el departamento del Meta fue introducida por colonos provenientes del interior del país en la década de los sesenta, proceso en el que el apoyo institucional (ICA-Corpoica) en los procesos de investigación y extensión ha sido fundamental. La citricultura, en general, ha presentado buena adaptación a las condiciones del trópico bajo. Aun así, los agricultores han manifestado que en los últimos diez años han sido más evidentes los problemas asociados a la ocurrencia de eventos climáticos extremos de diferentes escalas temporales. De acuerdo a lo reportado por Montealegre (2010a), estas anomalías son cada vez más frecuentes e intensas y afectan significativamente los procesos fisiológicos de las plantas. La justificación que soporta la elección de estos agroecosistemas y su ubicación geográfica se relaciona con los cambios notables que el sector agrario ha enfrentado recientemente.

A pesar de que el departamento del Meta presenta condiciones edafoclimáticas adecuadas para la producción de cítricos, según el trabajo de investigación de Orduz y Garzón (2012), los factores climáticos inciden en la fenología de la naranja var. Valencia y se expresan en la producción (kg/árbol), así como en la ocurrencia de la alternancia. La capacidad de respuesta de las comunidades agrícolas frente a las anomalías climáticas está en función de la disponibilidad de recursos ecosistémicos y de factores culturales como el mercado, las políticas públicas, la oferta institucional, la situación social, además de la disponibilidad de infraestructura y de bienes de capital (Boshell, 2008).

En concordancia con el objetivo, se evaluó la resiliencia a la VC de agroecosistemas citrícolas de naranja var. Valencia con diferente EAP, localizados en el departamento del Meta, Colombia.

Entre los objetivos específicos se propusieron: i) caracterizar, tipificar y clasificar los sistemas productivos citrícolas localizados en el departamento del Meta; ii) caracterizar la VC de la zona; iii) determinar la EAP, en sistemas productivos de naranja var. Valencia tipificados en el departamento del Meta, Colombia, y iv) estudiar los factores culturales y ecosistémicos (ecofisiología) asociados a la resiliencia de los agroecosistemas de naranja var. Valencia.

Capítulo 1.
Sustento conceptual

En el presente capítulo se analizan los principales ejes conceptuales abordados en esta investigación: el pensamiento ambiental relacionado con la agroecología como ciencia, la estructura agroecológica principal (EAP), la variabilidad climática (VC), los requerimientos ecofisiológicos de los cítricos y la resiliencia considerada como una característica “emergente” de los agroecosistemas.

 

Pensamiento ambiental y agroecología

En esencia, el pensamiento ambiental reconoce y plantea que los seres humanos no tienen nicho ecológico o función natural dentro de los ecosistemas, y que para transformar su entorno construyeron un sistema parabiológico de adaptación y transformación de los ecosistemas. A este sistema se le reconoce como “cultura”, y es la manera particular como los seres humanos se relacionan con su base de sustentación ecosistémica de acuerdo con sus múltiples intereses, relaciones simbólicas, económicas, sociales, políticas y tecnológicas (Ángel, 1996, 2003).

El complejo sistema cultural incluye tres dimensiones. i) la primera de ellas corresponde a las construcciones teóricas de tipo simbólico, es decir, las construcciones mentales, las ideas o las formas de pensar y de entender el mundo, que van desde los mitos hasta la ciencia, pasando por el derecho, la filosofía, el análisis histórico, las creencias religiosas, las representaciones ideológicas o las expresiones del arte. ii) La segunda dimensión se refiere a los tipos de organización (socioeconómica, religiosa, militar y política) construidos por los grupos humanos a lo largo de la historia. iii) La tercera dimensión son las plataformas tecnológicas que, inmersas en los símbolos y en las organizaciones sociales, se constituyen en los sistemas e instrumentos para transformar el medio ecosistémico. La cultura, así entendida, es un macroconcepto unificador que engloba todas las actuaciones de los seres humanos y la incidencia de sus actividades en la transformación del resto de la naturaleza para propiciar su capacidad adaptativa, incluyendo la ciencia y la técnica (Ángel, 1995, 1996).

En este contexto, la agricultura es la actividad en la que se manifiesta con mayor intensidad la interacción humana con su entorno natural. Es un proceso de coevolución entre los ecosistemas artificializados y las culturas humanas (Hecht, 1995, 1999). En el plano agrario, la dimensión ambiental exige entonces comprender las limitaciones y potencialidades del escenario biofísico o ecosistémico en el que se desarrollan las actividades de producción, pero al mismo tiempo dicha dimensión implica una aproximación cultural a los grupos humanos, de manera que se puedan entender las trasformaciones de la naturaleza que han propiciado su capacidad adaptativa (León, 2014).

A raíz de las grandes hambrunas ocurridas en China e India, en los años sesenta los países industrializados diseñaron a nivel global un programa técnico, económico y administrativo denominado genéricamente Revolución verde y caracterizado, entre otros aspectos, por: aumento significativo en la producción y productividad, principalmente de monocultivos semestrales (cereales) mejorados genéticamente, alto uso de insumos de síntesis química y desarrollo de maquinaria agrícola especializada, con marcada incidencia ambiental, los procesos de comercialización, la concentración de la tierra y graves implicaciones en la salud de los productores. A nivel global, esta etapa coincidió con alzas sin precedentes en el costo y en el consumo de energías no renovables, ocasionando pérdidas económicas, desplazamiento de los pequeños productores y concentración de la propiedad (Núñez, 2005).

Méndez y Gliessman (2002) indican que la agroecología surgió como respuesta a los problemas de sustentabilidad y deterioro ambiental anteriormente mencionados. El uso contemporáneo del término “agroecología” data de los años setenta, pero la ciencia y práctica de la agricultura ecológica es tan antigua como el origen mismo de la agricultura (Altieri, 1999).

Por su parte, Gliessman (2001) sitúa el origen de la agroecología en la combinación de esfuerzos entre agrónomos y ecólogos, con la que se amplía la participación del componente social y se valoran los conocimientos tradicionales ancestrales y los saberes aprendidos.

Teóricos como León y Altieri (2010) consideran que la agroecología como ciencia tiene como objeto de estudio los agroecosistemas, y que analiza en ellos las interacciones ecológicas y culturales desde una mirada sistémica, siendo una expresión natural de las discusiones ambientales que han sido trasladadas al sector productivo primario (León, 2010b, 2014) (figura 1).

Figura 1. Esquema del concepto de agroecología


Fuente: elaboración propia con base en datos de León (2010a, 2014) y León y Altieri (2010).

Como se indicó previamente, el enfoque agroecológico considera a los agroecosistemas como su unidad de estudio y analiza los ciclos de los minerales, las transformaciones de la energía, los procesos biológicos y las relaciones socioeconómicas (Altieri, 2010; Altieri y Nicholls, 2008).

León (2014) los definió como:

El conjunto de relaciones e interacciones que suceden entre suelos, climas, plantas cultivadas, organismos de distintos niveles tróficos, plantas adventicias y grupos humanos en determinados espacios geográficos, cuando son enfocadas desde el punto de vista de sus flujos energéticos y de información, de sus ciclos materiales y de sus relaciones simbólicas, sociales, económicas y políticas, que se expresan en distintas formas tecnológicas de manejo dentro de contextos culturales específicos, tanto desde el punto de vista de las interacciones ecológicas como culturales. (p. 53)

La estructura de los agroecosistemas es una construcción sociocultural producto de la evolución del hombre con el resto de la naturaleza, cuyo dinamismo y complejidad se deben a su interacción con los factores ambientales. Su localización en un espacio geográfico es un factor que facilita su estudio (Altieri, 1999; León, 2014).

El clima

Para conceptualizar la VC es necesario abordar, en primer lugar, la definición de clima. Clima es el estado del sistema climático; es una red altamente compleja integrada por la atmósfera, la hidrósfera, la criósfera, la superficie terrestre, la biósfera y las interacciones entre estos elementos, que definen la influencia de las oscilaciones atmosféricas, al igual que las condiciones ambientales predominantes en un lugar.

En este contexto cambia el sentido que los meteorólogos le atribuyen a la palabra “ambiente”, que se trata más como un referente climático que como las relaciones ecosistema-cultura a las que alude Ángel (1997) en su definición del concepto, que resulta mucho más extenso (figura 2):

[…] [el ambiente] no solo designa las condiciones abióticas del medio físico que rodea a los sistemas vivos e influye en su formación, sino también cualquier medio en el que se desarrolle la formación de cualquier sistema, como por ejemplo el ambiente social en el que se desenvuelve el individuo. (p. 51)

Figura 2. Esquema del concepto de clima


Fuente: elaboración propia con base en datos de Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC, 1992), IPCC (2007) y Semarnat e INE (2009).

Sin embargo, puede afirmarse que el concepto de clima es también una construcción cultural que se elabora a partir de procesos materiales y simbólicos y que involucra el reconocimiento de los saberes, creencias y prácticas que tienen las comunidades con respecto a la incidencia física de las variables ambientales más importantes: temperatura, precipitación, humedad relativa y velocidad del viento, contribuyen al diseño de medidas de mitigación y adaptación ante la ocurrencia de eventos climáticos extremos (Correa, 2011; Mariño, 2011).

Cambio climático (CC)

El cambio climático (CC) se define como la variación del estado del clima durante largos periodos de tiempo. Se hace evidente en el aumento mundial del promedio de la temperatura del aire, del nivel del mar y en los constantes deshielos, y se origina tanto en procesos naturales como en cambios de origen antropogénicos asociados a procesos productivos industriales, agrícolas y mineros, expresados con cambios en el uso del suelo que afectan la composición química de la atmósfera (Hurtado, González y Valbuena, 2019; IPCC, 2007).

Variabilidad climática (VC)

La variabilidad climática (VC) se define como las fluctuaciones del clima durante periodos de tiempo relativamente cortos. Se mide por las desviaciones estadísticas de una variable meteorológica con relación a su promedio en un mismo periodo de tiempo, diferencia que se denomina “anomalía” (Montealegre, 2010a, 2010b; Pabón, 1997).

La VC responde, entre otros fenómenos, al establecimiento y desarrollo de oscilaciones o fluctuaciones atmosféricas que pueden afectar amplias y lejanas regiones del planeta. Esta característica, llamada teleconexión, describe la estructura espacial de la VC y ayuda a entenderla en un amplio rango de escalas tanto espaciales como temporales (Ruiz, 2008).

En América Latina, la VC ha impactado diferentes regiones, lo cual se evidencia con el incremento de la ocurrencia e intensidad de eventos climáticos extremos, cada vez más frecuentes e intensos. En Colombia, por su ubicación en la zona de influencia directa del calentamiento de las aguas del océano Pacífico, el impacto es mucho más significativo que en cualquier otro país de la región, afectando severamente los procesos productivos (Altieri et al., 2012; FAO, 2011; Instituto Nacional de Ciencia Agrícola [Inca] y Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, 2012; IPCC, 2001; Leblanc, Russo, Cueva y Subia, 2006; Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [PNUD], 2011; Rodríguez, 2007).

La VC y el CC se manifiestan por el incremento considerable de inundaciones, sequías, deslizamientos y pérdida de suelos (entre otros).

La agricultura colombiana, en especial la de los pequeños productores, tiene una alta dependencia de las condiciones ambientales locales, que inciden sobre la fisiología de las especies cultivadas, la eficiencia de los sistemas productivos y la reducción del componente de subsistencia si no se dispone de medidas de mitigación adecuadas (Altieri y Nicholls, 2008; Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales [Ideam], Agropecuaria Somos Campo [Asocampo] y Asociación de Cabildos Genaro Sánchez; Cardona, 2010; Pabón, 2011).