El evangelio

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CÓMO ABORDAMOS EL EVANGELIO

El Evangelio es un texto expresamente escrito para no ser entendido si se pretende leer como una obra de ensayo. Está escrito para las personas que han despertado a la conciencia e intencionadamente velado para aquellos que no han hecho un esfuerzo por ver.

Es cierto que, siguiendo la costumbre oriental, Jesucristo recurre con frecuencia a la práctica de explicar unos cuentos breves, llamados parábolas, que hay que interpretar. Pero en ellos no encontramos consejos morales apropiados para dar un tono ético y ejemplar a nuestra existencia; al contrario: tropezamos con planteos a todas luces injustos y contradictorios, cuando no claramente rechazables, puestos expresamente para llamar nuestra atención.

Los que ya tenemos cierta edad recibimos de pequeños una educación religiosa por parte de una Iglesia católica que se responsabilizaba de interpretar estos fragmentos. Probablemente, despertaron en nosotros las ganas de comprenderlos, pero no tuvieron demasiado éxito en explicarlos. El dogma resulta cómodo para evitar preguntas, pero no necesariamente resulta convincente si hay que contestarlas. Sin embargo, consiguieron despertar nuestro interés de la forma que reflejamos en la aproximación inicial que denominamos Recuerdos escolares.

Pretendemos que esta aproximación inicial sirva de introducción para los más jóvenes que, no sabemos si por suerte o por desgracia, han llegado a la madurez ignorando el mensaje del Evangelio. Nosotros hemos vuelto a él después de recorrer otras tradiciones religiosas o filosóficas, en busca de una luz que finalmente encontramos en el camino de Antonio Blay.

La propuesta de Blay resalta por su claridad, a la hora de presentar la existencia como una manifestación de la esencia, conectando así dos niveles que la educación que recibimos presentaba como mundos paralelos. Tanto la espiritualidad católica como las de matriz oriental proponían unos objetivos que parecían imposibles de encarnar para personas normales. Blay demostró, con su experiencia personal, que el nivel terrenal solo tiene sentido considerado desde la espiritualidad, y para transmitirla estableció una serie de conceptos que definen el ámbito psicológico y metafísico. Estos conceptos, que hemos denominado claves simbólicas, son los que hemos utilizado para traducir los textos evangélicos a un lenguaje actual, que habla de situaciones habituales en nuestra existencia.

La traducción aparece a continuación con el título explícito de: Interpretación según la línea de Antonio Blay. Está claro que es una interpretación que parte de unas premisas cuestionables: las citadas claves; pero a nosotros nos ha sorprendido la facilidad con que su aplicación revela el sentido oculto y las indicaciones concretas que los textos contienen, y nos ha parecido interesante comunicarlo a las personas que buscan una orientación procedente de lo Superior.

No hemos tenido más que establecer una equivalencia entre las figuras que aparecen en las parábolas y los conceptos que manejamos en nuestra línea de Trabajo, para constatar que el Evangelio contienen indicaciones muy precisas para atender situaciones que se resisten a ser asimiladas y tratadas en clave espiritual. Curiosamente, estas indicaciones suelen poner en solfa nuestra idea de bondad, espiritualidad, devoción etc. Y es que la trascendencia no tiene nada que ver con ninguna idea.

El Evangelio exige un salto previo en nuestra conciencia para aprovechar sus indicaciones; el famoso: «¡Levántate y anda!». Después de leer, reflexionar y asimilar estas observaciones, nuestra existencia cambia forzosamente. En el último apartado que titulamos Indicaciones para el Trabajo espiritual, queremos compartir con cualquier persona interesada en la trascendencia las enseñanzas que hemos descubierto trabajando estos fragmentos.

Capítulo I:
EL DESPERTAR

Según Antonio Blay, estamos identificados con una idea de nosotros mismos que él llama “personaje”. El personaje es una descripción imaginaria, basada en el prejuicio de que somos una mezcla de virtudes y defectos. Si no queremos vernos rechazados, debemos andar con tiento para disimular estos defectos y, al mismo tiempo, tenemos que aprovechar cualquier situación propicia para llamar la atención sobre las virtudes en las que destacamos, con el fin de ser reconocidos y aprobados.

En realidad, estos supuestos defectos y virtudes son los miedos e ilusiones de las personas que nos educaron: les preocupaba que tuviéramos las dificultades que ellos habían sufrido y querían que realizáramos los sueños que no habían alcanzado. En la práctica, lo que hicieron fue imbuirnos unos miedos y unas ilusiones que no tienen nada que ver con nosotros, pero que interfieren nuestro contacto personal con la realidad. Así, vemos convertida nuestra existencia en una especie de tragicomedia, en la que hemos de probar nuestro valor evitando el rechazo y alcanzando el éxito.

En esta comedia, partimos de la idea de no ser nadie; nuestra existencia se convierte en una cruzada para adquirir identidad y demostrar que valemos y que podemos. Según el personaje, lo demostraremos con nuestros logros: somos lo que tenemos. No todo es riqueza material, también podemos ser importantes y valiosos en clave de sabiduría, sacrificio y altura espiritual.

Llamamos despertar al hecho de reconocernos en el actor que está interpretando esta comedia. No necesitamos ninguna máscara para llamar la atención ni obtener prestigio o poder, porque ya somos capacidad de ver, amar y hacer; lo somos a imagen y semejanza de Dios. El problema es que nos hemos confundido con el papel que representamos y hemos acabado olvidando nuestra naturaleza esencial. Estamos buscando fuera lo que ya somos.

En esta cruzada por obtener identidad, reconocimiento y poder, podemos considerar también el propósito de hacer carrera espiritual. Muchos fracasos en lo material se subliman presentándolos como sacrificio o renuncia. Así que, también podemos desvirtuar la mística, utilizándola como un terreno en el que destacar. De hecho, el personaje nos puede angustiar y atormentar, acusándonos de no cumplir los requisitos que se nos exigen. Y podemos adoptar el papel de inquisidores para sobreponernos a la impotencia.

Despertar no tiene nada que ver con nuestra manera personal de ser ni con las teorías que profesamos, la moral que defendemos o la influencia que tenemos sobre los demás. Despertar es tomar conciencia de la realidad esencial que somos para vivir desde ella.

Esto no se consigue intentado quedar bien, se alcanza redescubriendo la identidad que nos permita descansar en lo que somos, tal como somos y anhelando, simplemente, el contacto con lo Superior que todo lo cura. La clave es el amor por la Esencia que se expresa en nosotros y en todo lo demás.

PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

(Lucas 15, 11-32)

«Y añadió: Un hombre tenía dos hijos, y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda, y pasados

pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana , y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente.

Después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y comenzó a sentir necesidad. Fue y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a apacentar puercos. Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado.

Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.

Y levantándose, se vino a su padre. Cuando aún estaba lejos, viole el padre, y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta. El hijo mayor se hallaba en el campo, y cuando, de vuelta, se acercaba a la casa, oyó la música y los coros; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar un becerro cebado, porque le ha recobrado sano. Él se enojó y no quería entrar; pero su padre salió y le llamó. Él respondió y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos, y nunca me diste un cabrito para hacer fiesta con mis amigos, y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su fortuna con meretrices, le matas un becerro cebado. Él le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son; mas era preciso el tener fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado».

Recuerdos escolares:

Esta parábola nos situaba de manera drástica en nuestra condición de pecadores incapaces de seguir un camino correcto. El hijo pródigo era el que se entregaba a la mala vida, desperdiciando los buenos consejos y enseñanzas que le habían dado sus padres; seguramente, como consecuencia de “malas compañías” que le habían desviado del camino correcto. Tras los aparentes goces iniciales que proporcionaba el mal camino venía la perdición, la caída en una total miseria material y psicológica. Estos amigos que nos habían convencido con sus cantos de sirena se aprovecharían de nosotros y nos dejarían tirados, totalmente perdidos y sin recursos. Era una parábola que pretendía vacunarnos para no tener que vernos en esta tesitura de volver a casa fracasados y humillados, teniendo que implorar el perdón por nuestra mala cabeza.

 

El hecho de poder ser perdonados, reconociendo el error cometido, solo era un premio de consolación, porque la gente de bien nunca nos absolvería, quedaríamos desprestigiados para los restos, seguirían mirándonos mal y sintiéndose agraviados por la excesiva misericordia divina. Pero Dios es muy bueno, y Él nos acogería, aunque la sociedad nos continuara despreciando.

Claves simbólicas:

Para ver el trasfondo de la parábola, vamos a atender una serie de claves simbólicas que nos pueden llevar a una interpretación más profunda. Estas claves son: la hacienda, el país remoto, los cerdos, los jornaleros, el padre y el hijo mayor.

La hacienda es la existencia, el terreno en el que debemos actualizar el potencial que somos; el país remoto son los objetivos que supuestamente hemos de alcanzar, como si la hacienda no nos bastara; los cerdos son los niveles de conciencia que rigen los planos materiales; los jornaleros son el conjunto de conocimientos, sensibilidad y habilidades que hemos incorporado y que utilizamos para llevar a cabo estas tareas; el padre es la esencia, el potencial que somos y que nos ha sido dado en usufructo, y el hijo mayor son las instrucciones ideológicas, morales y espirituales que hemos recibido.

Interpretación según la línea de Antonio Blay:

Nuestra existencia se desarrolla en dos niveles claramente diferenciados: el más elevado, del hermano mayor, conformado por una educación ideológica, moral o religiosa; y el de la lucha en el mundo material y emocional, simbolizada por el hermano pequeño. El Yo Esencial, el potencial, la capacidad de ver, amar y hacer que somos se pone a disposición de ambas partes, pero la parte que se ocupa de la existencia se ve obligada a poner toda su atención en el exterior, porque anda por terrenos difíciles y esto le lleva a olvidar su naturaleza esencial. Pierde de vista que ya es alguien por derecho propio y emplea el potencial que es para conseguir prestigio, éxito y poder en el mundo. El hijo pródigo, es el personaje.

Así malgastamos el potencial buscando fuera lo que ya somos; lo hacemos porque nos hemos desconectado del fondo y hemos perdido la conciencia de nuestra naturaleza esencial. Hemos olvidado por completo nuestra filiación espiritual y pretendemos apoyarnos en el reconocimiento, valoración y auxilio del exterior, lo que acaba siempre generando desengaño y frustración. Invertimos nuestras capacidades esenciales en lo que el mundo nos exige y solo conseguimos un pobre sucedáneo de la esencia que tenemos olvidada en el inconsciente. La frustración genera angustia e intentamos paliarla buscando satisfacciones sensoriales y psicológicas. El problema es que estos intentos, en vez de darnos fuerza, nos la consumen. Aquello que satisface nuestro cuerpo y nuestro psiquismo no necesariamente colma el espíritu. Pero, a menudo, el sistema nos niega, incluso, estos premios de consolación.

La propia sensación de carencia despierta un recuerdo subliminal de este fondo esencial que permanece en el inconsciente; es lo que llamamos: demanda. Nos lleva a cuestionar la existencia que estamos llevando y a intuir que, quizás, podamos recuperar lo que recordamos de nuestra infancia, cuando todavía no nos habíamos desconectado de lo Superior. No nos hacemos muchas ilusiones, solo pretendemos encontrar un poco de alivio. El caso es que llegados a este punto, ya no deseamos ser importantes, solo queremos volver a degustar algo que sea sólido y real.

Entonces podemos levantarnos internamente, es decir: despertar y situarnos por encima de este nivel de confusión del personaje. Despertar es recuperar la conciencia de quiénes somos y ponernos en camino para tener un protagonismo en la existencia, al mismo tiempo que conseguimos una cierta autonomía personal. Basta eso para experimentar una sensación interior de renacimiento y confianza en nosotros mismos, porque de inmediato volvemos a tomar conciencia del potencial que somos. El potencial no se ha consumido en esta etapa de desorientación, sigue incólume y nos devuelve la conciencia de nuestra filiación.

Pero persiste un problema: la parte moral o religiosa se niega a aceptarnos e insiste en condenarnos; es el hermano mayor. Esta parte ha cultivado grandes pensamientos, incluso, podemos haber experimentado a través de ella una devoción por lo espiritual. Pero nada de eso se ha reflejado en nuestra vida cotidiana; estas ideas y sentimientos, más bien, han resultado estériles; y la prueba es que no nos han dado ninguna satisfacción. Al contrario, es una parte de nuestra personalidad que persiste en hacernos culpables y está celosa de las experiencias que ha tenido la parte supuestamente inferior. Así que, habrá que atenderla, reuniendo ambas en la totalidad de nosotros mismos.

Indicaciones para el Trabajo espiritual:

El fenómeno del personaje es un accidente en la evolución del ser humano, pero es un hecho que distorsiona la existencia, obligándonos a invertir la energía, la inteligencia y el amor que somos en esta tragicomedia que hemos descrito más arriba. El hijo pródigo somos nosotros, malgastando el potencial en objetivos utópicos y olvidando nuestra naturaleza esencial.

Llega un momento en el que la idea de que el futuro nos traerá los objetivos que el personaje nos propone no se sostiene y, entonces, nos preguntamos por el sentido que le estamos dando a nuestra existencia. Una vez superada la tentación de culpar a los demás de nuestro infortunio y viendo claro que no vamos a cobrar las facturas que pretendemos pasarle al mundo, no tenemos más remedio que reconocer que hemos errado en el camino.

Basta este reconocimiento y la intención de superar el error, para que el Yo Esencial reaparezca en nuestra conciencia en forma de despertar. Despertamos como sirvientes del potencial, dispuestos a invertir nuestras capacidades en la tarea que lo Superior decida ponernos delante: «Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros».

En el mismo momento en el que nos ponemos a actualizar el potencial, tomamos conciencia de serlo. Y en esta conciencia recuperamos nuestra naturaleza esencial y nos descubrimos siendo lo que nunca habíamos dejado de ser: ahí está la satisfacción de nuestras necesidades, de todas ellas, tanto las materiales como las espirituales.

Aquí, se presenta metafóricamente el mensaje central de Jesucristo: habíamos muerto, y hemos resucitado; estábamos perdidos y nos hemos encontrado, porque el Ser Esencial nos ha recibido. No hemos vuelto exactamente al punto de partida; ahora, somos conscientes tanto del Ser como de la función que estamos haciendo en este mundo. Precisamente porque nos hemos equivocado, somos capaces de vivir de forma consciente y voluntaria.

Pero tenemos que convencer a esta parte de la personalidad que no nos perdona y pretende mantenernos desconectados y exiliados. Es la parte moralista e inquisidora del yo ideal que se considera buena porque rechaza esta otra parte desorientada. Conviene ver que esta parte moral no se ha extraviado porque nunca ha hecho nada por sí misma, se ha limitado a mantener las consignas que recibió y no ha tenido que enfrentar dificultad alguna. Se ha refugiado detrás de unos ideales que ha disfrazado de espiritualidad y solo puede exhibirlos criticando y rechazando a quienes no los cumplen.

Solo la acción nos redime; el pensamiento y las buenas intenciones son algo inútil. La lección que nos da aquí el Trabajo es que, a menudo, los ideales constituyen el obstáculo más grande para nuestra evolución; sobre todo, cuando los utilizamos para condenarnos a nosotros mismos por habernos equivocado y no estar a la altura.

PARÁBOLA DEL REY QUE CONVIDÓ A LAS BODAS DE SU HIJO

(Mateo 22, 2-14)

«El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó el banquete de bodas a su hijo. Envió a sus criados a llamar a los invitados a las bodas, pero estos no quisieron venir. De nuevo envió a otros siervos, ordenándoles: Decid a los invitados: Mi comida está preparada; los becerros y cebones, muertos; todo está pronto, venid a las bodas. Pero ellos, desdeñosos, se fueron, quién a su campo, quién a su negocio. Otros, agarrando a los siervos, los ultrajaron y les dieron muerte. El rey, montando en cólera, envió sus ejércitos, hizo matar a aquellos asesinos y dio su ciudad a las llamas. Después dijo a sus siervos: El banquete está dispuesto, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a las salidas de los caminos, y a cuantos encontréis llamadlos a las bodas. Salieron a los caminos los siervos y reunieron a cuantos encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas quedó llena de convidados. Entrando el rey para ver a los que estaban a la mesa, vio allí a un hombre que no llevaba traje de boda, y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda? Él enmudeció. Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos».

Recuerdos escolares:

Desde luego, nosotros habíamos sido educados para no rechazar una posible invitación de las autoridades. Nos sorprendía que pudiera haber quien hiciera algo así; pero, como los ricos supuestamente son malos y los pobres buenos, nos cuadraba que pudiera suceder. Sin embargo, nos parecía que el castigo del rey a los invitados descorteses era un poco exagerado, porque ordenaba que los mataran. Sin duda, de haber imaginado que el rey se enfadaría tanto, hubieran actuado de otra manera. Por eso, nos extrañaba también tamaña ignorancia de la situación por parte de los convidados en primer lugar.

Ya nos parecía bien que en sustitución se invitara a los pobres, pero tampoco terminábamos de comprender que el rey no discriminara entre buenos y malos. Y, aunque no nos atrevíamos a decirlo, pensábamos que era una arbitrariedad exigirle a un pobre que se presentara vestido de ceremonia; sobre todo, después de haberlo recogido estando de camino. Exigir esto a los ricos era comprensible, pero ¿a un pobre? Lógico que se quedara callado, ¿qué podía contestar? Seguramente, se sentiría muy cortado. Y el rey lo mandaba nada menos que al infierno, porque esto del crujir de dientes sabíamos por otras parábolas que era el infierno.

La lectura literal:

Tradicionalmente, se interpreta esta parábola como evidencia de que la gente desatiende lo Superior porque está preocupada por lo material. Sin embargo, cuando leemos la parábola con mayor atención, nos sorprende la saña del rey contra los que no quieren asistir a la boda y sus exigencias a los que asisten. Se nos ha dicho que el hombre goza de la posibilidad de optar entre lo de arriba y lo de abajo, pero aquí parece que, si no estás todo el tiempo pendiente de los mandatos de Dios, lo tienes mal, seas rico o pobre.

Claves simbólicas:

Esto nos indica que aquí se plantea algo que va más allá de nuestra posibilidad de decidir. Parece que se nos está llamando la atención para que consideremos hasta qué punto es grave desatender esta eventualidad. Vamos a investigar este mensaje con el auxilio de las siguientes claves: la boda, los siervos, los convidados, el exterminio, las calles, los comensales y el traje de ceremonia.

La boda, en el Evangelio, simboliza siempre la unión entre el espíritu y la materia; los siervos o criados representan a la personalidad que está al servicio del yo esencial; el exterminio es la muerte de la personalidad cuando olvida su función; las calles son las diferentes situaciones de la existencia; los comensales son los que practican las ideas del Trabajo, utilizando esta existencia para actualizar el potencial, y el traje de ceremonia es el nivel de conciencia que esta práctica conlleva.

Interpretación según la línea de Antonio Blay:

Prácticamente, todos escuchamos la demanda del fondo en un momento u otro de nuestra existencia: aparece como una invitación a encontrar el sentido de esta existencia en algo más esencial que los objetivos que intentamos alcanzar; pero estamos tan preocupados por el buen fin de nuestros asuntos personales que, tras unos momentos de duda, acabamos por silenciar nuestra conciencia e ignorar esta demanda.

 

En algún momento de nuestra juventud, nos preguntamos qué estábamos haciendo aquí e, incluso, tuvimos un amago de rebeldía ante el proyecto de vida que la sociedad nos presentaba; pero, poco a poco, la dinámica social se nos impuso y acabamos identificados con ella. A lo mejor, sospechábamos que habíamos caído en una trampa, pero no nos atrevimos a romper el guion de vida que llevamos tantos años interpretando. Cuando la conciencia nos presiona, siempre buscamos la manera de acallarla.

Total, que el espíritu desaparece y nuestra existencia camina de forma imparable hacia la nada, porque la forma por sí sola carece de realidad. Todas las cosas importantes para el personaje, lo que creemos que nos da prestigio, fama y seguridad, acabará destruido por la muerte física, que no es otra cosa que la retirada de la vida de los vehículos que utilizamos. Y esta muerte se puede producir sin que hayamos establecido relación alguna entre nuestra naturaleza esencial y estas actividades que monopolizan nuestra existencia. La parábola puede parecer muy dura, cuando leemos que el rey castiga con la muerte a aquellos que no se dignan responder a su invitación a la boda, pero refleja exactamente lo que sucede, visto desde la perspectiva del espíritu.

Sin embargo, la misericordia divina, al constatar hasta qué punto estamos identificados y absorbidos por estas cosas, supuestamente importantes, recurre a la estrategia de llamar a las otras partes de nuestra personalidad que hemos desatendido y están sufriendo. Porque el éxito en una dimensión de la personalidad conlleva siempre el descuido de otras partes; y la falta de desarrollo de cualquier parte se traduce en sufrimiento. La dedicación a lo que consideramos importante nos distrae de lo esencial, pero no consigue satisfacernos: no impide que nos sintamos desamparados, desorientados y solos, porque no podemos aposentarnos en algo verdaderamente sólido y real. Este desamparo es lo que, en último término, nos conduce a prestar atención al espíritu.

Los que responden a la invitación del Ser Esencial son, a la postre, los desorientados que andan perdidos por los caminos. La parábola resalta que el Ser no discrimina a nadie por criterios morales; sin embargo, el error debe admitirse y resolverse para volver a conectar con la esencia. Si alguien piensa que, por el solo hecho de ser pobre, lo Superior lo va a auxiliar, es que no ha entendido nada.

Indicaciones para el Trabajo espiritual:

Hay que resaltar que no somos nosotros los que decidimos acudir a la boda, sino que el espíritu nos llama en momentos de vacío existencial o de desorientación. Nos llama cuando nos preguntamos hacia dónde vamos y con qué propósito, cuando nos encontramos en una encrucijada de caminos sin saber cuál de ellos elegir. Por eso, no nos podemos atribuir el mérito de haber sido llamados; sucede simplemente que, en ciertos momentos de la existencia, lo Superior toma cuerpo en nuestra conciencia para recordarnos que somos algo por nosotros mismos, algo independiente de este personaje social con el que nos hemos identificado y que estamos representando.

Pero, cuando decidimos atender la llamada y aceptar su invitación, asumimos de inmediato un compromiso con nosotros mismos, que implica un cambio radical de perspectiva. No podemos atender a lo Superior con los mismos modos y con la misma atención que prestamos a lo ordinario. Lo Superior nos exige que acudamos a este encuentro aportando lo mejor de nosotros mismos; el traje de ceremonia indispensable es un estado de conciencia coherente con lo que pretendemos vivir. Y esto supone una previa preparación en nuestra conciencia.

No es suficiente con estar de acuerdo con las ideas del Trabajo, con pensar en ellas y desear aplicarlas, tenemos que vivir conforme a las mismas. Y esto no se hace soñando despiertos, se lleva a cabo transformando la manera que tenemos de atender lo cotidiano y reorganizando nuestra jerarquía de valores, de manera que la espiritualidad quede por encima, no aparte. Lo Superior se nos aparece en las dificultades, no para ayudarnos a superarlas, sino para que aprendamos a evitarlas con una mayor conciencia de la realidad. Seguro que no estamos llevando una existencia acorde con el espíritu, porque si lo hiciéramos, estaríamos en otras condiciones, no andaríamos errando por los caminos.

Así que, no podemos considerar la invitación como una lotería que nos ha tocado en suerte. Podemos recorrer algunas etapas del camino espiritual sin haber desenmascarado al personaje, buscando alcanzar sus objetivos, atraídos por la esperanza de conseguir cosas extraordinarias por vías presuntamente mágicas. Pero esta presunción desvirtúa por completo el Trabajo espiritual y lo aboca al fracaso. Y después de este fracaso no queda nada, solo incomprensión, soledad y miedo, porque cuando el Yo Esencial intenta contactar con una conciencia que se considera defraudada, la comunicación deviene imposible.

La expulsión del que va impropiamente vestido simboliza la pérdida total de expectativas del que ha decidido poner la espiritualidad al servicio del personaje.

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