La práctica de la atención plena

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LA MEDITACIÓN
ESTÁ EN TODAS PARTES

Imaginen a pacientes meditando y haciendo yoga por prescripción facultativa en hospitales y centros de salud de todo el país y de todo el mundo. A veces son los médicos los que imparten la enseñanza mientras que, en otras ocasiones, se integran en el programa meditando junto a sus pacientes.

Después de participar en un retiro de siete días de duración orientado a profesionales de la salud que querían entrenarse en un programa de reducción del estrés basado en la atención plena (PREBAP) [mindfullness-based stress reduction (MBSR)] que tuvo lugar en California, Andries Kroese, un destacado cirujano vascular de Oslo que llevaba treinta años practicando meditación y asistiendo periódicamente a retiros de vipassana1 en la India, tomó finalmente la decisión –que llevaba mucho tiempo acariciando– de reducir el tiempo dedicado a la práctica quirúrgica y entregarse a su pasión de enseñar meditación a sus colegas y pacientes de la península escandinava. Entonces escribió un libro sobre la reducción del estrés basada en la atención plena que acabó convirtiéndose en un best seller en Noruega y Suecia.

Un buen día, me telefoneó Howard Nudelman, cirujano de El Camino Hospital de Mountain View (California), para decirme que acababan de diagnosticarle un melanoma y que no creía que le quedase mucho tiempo de vida. También me dijo que estaba familiarizado con la meditación y que había descubierto su extraordinario poder para transformar la vida personal. Según me explicó, después de haber leído mi libro Vivir con plenitud las crisis se dio cuenta de que había descubierto el modo de llevar a cabo lo que, durante tanto tiempo, había estado soñando, aplicar la meditación, al ámbito de la medicina y que, durante el tiempo que le quedara de vida, quería trabajar en ese sentido en su hospital. Un mes más tarde vino a visitarnos con un equipo de médicos y administrativos y, poco más tarde, puso en marcha un programa de reducción del estrés basado en la atención plena dirigido por Bob Stahl, un extraordinario monitor de meditación, cuyo éxito no tardó en obligarle a recabar la colaboración de otros monitores. De eso hará ya más de diez años. Howard nunca se molestó en decirme que dirigía un grupo que estaba tratando de establecer un centro de meditación de la atención plena en el área de la bahía (que finalmente acabó convirtiéndose en el Spirit Rock Meditation Center de Woodacre, [California]). Murió al año de su visita y nuestro jefe de cirugía, Brownie Wheeler, a quien le había presentado durante su visita, pronunció, a fines de ese año en California, el discurso inaugural de la Howard Nudelman Memorial Lecture.

El Camino Hospital es actualmente uno de los treinta hospitales, centros médicos y clínicas del área de San Francisco que ofrecen a sus pacientes la posibilidad de participar en el PREBAP, entre los cuales se cuentan, en el momento de escribir este libro, diecisiete del sistema Kaiser-Permanente en el norte de California, un método que no se limita a enseñar a los pacientes, sino también a los médicos y al personal administrativo. En la actualidad, el PREBAP se aplica desde Seattle hasta Miami, desde Worcester (Massachusets), donde comenzó, hasta San Diego (California), desde Whitehorse (Territorio del Yukón) hasta Vancouver, Calgary, Toronto y Halifax, desde Hong Kong hasta Gales, y desde México hasta Buenos Aires. También se lleva a cabo en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), en Australia y en Nueva Zelanda y, desde hace mucho tiempo, en los centros médicos de Duke, Stanford, la Universidad de Wisconsin, la Universidad de Virginia, el Jefferson Medical College y otros destacados centros médicos de todo el país. Cada vez son más los científicos que realizan investigaciones clínicas sobre las aplicaciones de la atención plena en los ámbitos de la medicina y la psicología, y hasta existe una nueva terapia orientada a impedir la reincidencia de la depresión, llamada terapia cognitiva basada en la atención plena [mindfullnes-based cognitive therapy (MBCT)], cuya eficacia –puesta de relieve por varias investigaciones clínicas– está despertando un gran interés dentro el ámbito de la psicología clínica.

Hace treinta años parecía casi inconcebible que los mundos académico y clínico reconociesen la importancia de la meditación y del yoga… y no digamos ya que acabasen empleándolos. Hoy en día, sin embargo, su uso es tan habitual que ni siquiera se los considera recursos alternativos, sino que forman parte del arsenal de herramientas habitualmente empleadas por la medicina. Cada vez son más los hospitales que forman a sus alumnos y al personal administrativo en los programas de la atención plena. Hay hospitales en los que hasta se enseña meditación a los pacientes de la unidad de trasplantes de médula ósea, un método muy sofisticado y agresivo que constituye uno de los últimos recursos médicos. Este programa pionero está siendo dirigido por mi antigua colega de la Stress Reduction Clinic, Elana Rosenbaum, que sufrió un trasplante óseo de médula cuando se le diagnosticó un linfoma y cuya calidad humana –puesta de relieve durante las complicaciones que sufrió después de un tratamiento que la condujo al umbral de la muerte– sorprendió tanto al personal administrativo y médico de la unidad que muchos de ellos se aprestaron a seguir el programa y aprender la práctica de la atención plena para brindarlo después a los pacientes de sus respectivas unidades. También existen programas PREBAP para los residentes de los barrios más conflictivos y para los “sin techo”. En los Estados Unidos hay programas PREBAP que se imparten completamente en español. En la actualidad hay programas de la atención plena dirigidos hacia el tratamiento del dolor, a enfermos de cáncer, a pacientes que padecen de enfermedades cardíacas y a futuros padre y también son muchos los pacientes que no esperan a que sus médicos les sugieran la conveniencia de seguir ese tipo de programas, sino que simplemente los solicitan y los emprenden por su propia cuenta.

La meditación de la atención plena se enseña hoy en día en algunos bufetes de abogados y también se imparte a los alumnos de las facultades de derecho de Yale, Columbia, Harvard, Missouri y otras universidades. En 2002 tuvo lugar, en la facultad de derecho de la Universidad de Harvard, un congreso sobre la atención plena, el derecho y la resolución alternativa de conflictos, cuyas ponencias se vieron recogidas ese mismo año en un número monográfico de la Harvard Negotiation Law Review. Son muchos los abogados de prominentes bufetes que, hoy en día, practican yoga y meditación. Un abogado vestido con traje y corbata ocupó recientemente la portada del suplemento dominical del Boston Globe Sunday Magazine haciendo la postura del árbol, sonriendo y sin calcetines a modo de ilustración de un artículo titulado «The New (Kinder, Gentler) Lawyer».

¿Qué es lo que está sucediendo?

Los líderes del mundo empresarial asisten a rigurosos retiros de meditación de cinco días ofrecidos por el CFM, que comienzan a las seis en punto de la mañana porque, según dicen, quieren entrenarse en la atención plena y la reducción del estrés, y aportar, de ese modo, una mayor conciencia a la vida de la empresa y a la empresa de la vida. Algunas escuelas pioneras, tanto públicas como privadas, están poniendo en marcha programas de atención plena en los ámbitos de la enseñanza primaria, media y superior. Durante la temporada en que Phil Jackson ejerció de entrenador de los Chicago Bulls, el equipo aprendió y practicó la atención plena bajo la tutela de George Mumford, que también dirigió nuestro proyecto en el ámbito carcelario y cofundó nuestra clínica de la PREBAP en los barrios conflictivos. Cuando Jackson se trasladó a Los Angeles a entrenar a los Lakers, también enseñó la práctica de la atención plena. Y hay que decir que ambos equipos fueron campeones de la NBA (los Bulls cuatro veces y los Lakers en un par de ocasiones). También debemos decir que el hermano de Jackson enseña PREBAP en la facultad de medicina de la UVA Medical School de Charlottesville (Virginia). Y reseñemos por último que, en la actualidad –y no sólo en nuestro país, sino también en lugares como Gran Bretaña y la India– las prisiones ofrecen programas de meditación en los que participan conjuntamente los presos y el personal administrativo.

Un verano tuve la ocasión de codirigir, junto a Kurt Hoelting, pescador y maestro de meditación de Inside Passages, un retiro de meditación para activistas medioambientales que incluían, además de la meditación sedente, el yoga y paseos meditativos, excursiones meditativas en kayak. El retiro tuvo lugar en las islas exteriores aisladas del vasto territorio virgen de la bahía de Tebenkof, en el sudeste de Alaska, a donde llegamos en hidroavión. Cuando volvimos al pueblo después pasar ocho días en pleno bosque, el artículo de portada de Time Magazine (4 de agosto de 2003) versaba sobre la meditación. El mismo hecho de que se tratara de un artículo destacado en portada y de que incluyese detalladas descripciones sobre los efectos de la meditación en el cerebro y la salud constituye un claro indicador del grado en que la meditación ha acabado impregnando el pensamiento prevalente de nuestra cultura. Ya no podemos seguir pensando, pues, que se trata de una actividad marginal que sólo interesa a unos cuantos locos.

Son muchos los centros de meditación que, en la actualidad, están floreciendo en todas partes, brindando retiros, clases y talleres que cada vez llegan a más personas dispuestas a aprender y practicar. El yoga jamás ha sido tan popular como lo es ahora, ha tenido su propia portada en Time hará aproximadamente un año y son muchas las personas, tanto niños como adultos de todo el mundo, que están empezando a practicarlo. En 2003, la revista Time dedicó un número especial a la medicina cuerpo-mente y lo mismo hizo Newsweek en 2004, ambos centrados en el tema de la meditación.

 

¿Qué es lo que está ocurriendo? Bien podríamos decir que estamos asistiendo a los primeros estadios del despertar de nuestra cultura a las potencialidades que se ocultan en nuestro interior, al cultivo de la conciencia y a la familiarización con la quietud y el silencio. Estamos empezando a darnos cuenta de la capacidad del momento presente para aumentar la claridad y la comprensión mental, la estabilidad emocional y la sabiduría. La meditación, dicho en otras palabra se ha establecido entre nosotros, ha dejado de ser algo exótico y ajeno a nuestra cultura y es hoy en día tan americana como cualquier otra cosa. Y, dado el estado del mundo y las enormes fuerzas que inciden en nuestras vidas, no nos queda más remedio que decir que lo ha hecho en el momento más oportuno.

Pero recuerden, ¡la meditación no es lo que creemos!

1. Meditación de la atención plena empleada en la tradición budista Theravada.

LOS COMIENZOS

Desde comienzos a finales de la década de 1970, estudié con el maestro zen coreano Seung Sahn, que literalmente significa “Montaña Alta”, el nombre de la montaña china en la que, según se dice, alcanzó la iluminación Hui Neng, el sexto patriarca zen. Todos creíamos que realmente se llamaba Soen Sa Nim, pero recientemente he descubierto que su nombre significa “honrado maestro zen”.

Seung Sahn había llegado de Corea y había acabado recalando en Providence (Rhode Island), donde algunos alumnos de la Universidad de Brown acabaron “descubriéndole” desempeñando el insólito trabajo (aunque no tardamos en darnos cuenta de que, en su caso, todo era insólito) de reparar lavadoras en una pequeña tienda propiedad de unos amigos coreanos. Esos estudiantes organizaron en torno a él un grupo informal para descubrir quién era y lo que tenía que ofrecer que acabó convirtiéndose en el Providence Zen Center, donde en las décadas siguientes se multiplicó en muchos otros centros repartidos por todo el mundo que hoy en día se dedican a impartir las enseñanzas de Soen Sa Nim.

Un colega estudiante me habló de él y un buen día me decidí a viajar a Providence para conocerle. Había algo en él que le convertía en una persona realmente fascinante. En primer lugar, se trataba de un maestro zen –sea esto lo que sea– que reparaba lavadoras y parecía muy feliz de hacerlo. Tenía un rostro redondo muy sincero y atractivo. Siempre estaba totalmente presente y era él mismo, sin engaños ni ínfulas de ningún tipo. Su cabeza estaba rapada porque, en su opinión, el cabello es “la hierba de la ignorancia” y decía que los monjes tenían que rapárselo regularmente. Llevaba divertidos zapatos blancos sin cordones tan grandes que parecían pequeñas barcas (los monjes coreanos no utilizan el cuero, porque proviene de los animales) y, en los primeros tiempos, solía pasar el día en ropa interior aunque, cuando impartía enseñanza, llevaba largas túnicas de color gris y un sencillo kesha marrón, un cuadrado plano de pedazos de tela cosido en torno a su cuello que descansa sobre el pecho y que, en el zen, constituye un recordatorio de los andrajos con que vestían en China los primeros practicantes del zen. También usaba ropas más vistosas y coloridas para ocasiones y ceremonias especiales que realizaba para la comunidad budista coreana local.

Tenía una forma muy peculiar de hablar que se debía, al comienzo al menos, a sus dificultades con la gramática inglesa y a su desconocimiento del vocabulario. A pesar de todo ello, sin embargo, su pésimo inglés con acento coreano era tan fresco que penetraba muy profundamente en la mente del oyente, porque jamás habíamos oído pensar de esa manera y no podíamos procesar sus comentarios del mismo modo en que solíamos hacerlo. Y, como suele ocurrir en tales circunstancias, muchos de sus discípulos empezaron a imitar su forma de hablar, diciendo cosas tales como: «Ve directo, no controles tu mente», «La flecha ya ha dado en el blanco», «Déjalo estar, simplemente déjalo estar» y «Ya sabes», que, si bien tenían sentido para ellos, resultaban muy extrañas para todos los demás.

Soen Sa Nim mediría poco más de metro setenta y cinco y no era ni delgado ni grueso, aunque quizás pudiera describírsele como una persona corpulenta. Parecía joven, pero debía tener unos cuarenta y cinco años. Según se decía, era muy conocido y respetado en Corea, pero había decidido trasladarse a Estados Unidos –donde, en esa época, estaba la acción– para transmitir allí su enseñanza. Los jóvenes americanos de comienzos de la década de 1970 tenían ciertamente mucha energía y estaban muy interesados en las tradiciones meditativas orientales, y él formaba parte de la oleada de maestros orientales de meditación que, entre los años 1960 y 1970, acabaron recalando en Estados Unidos. Los lectores interesados en sus enseñanzas, pueden leer Echando cenizas sobre el Buda, de Stephen Mitchell.

Soen Sa Nim solía comenzar sus intervenciones públicas tomando el pulido y nudoso bastón “zen” de tres ramas retorcidas que solía tener a mano y en el que, en ocasiones, apoyaba el mentón mientras contemplaba con atención a la audiencia. Después lo elevaba horizontalmente sobre su cabeza y rugía:

–¿Ven ustedes esto? –despertando el silencio y las miradas confundidas de los presentes y luego lo dejaba caer de golpe sobre el suelo o sobre una mesa que se hallaba frente a él–. ¿Escuchan esto? –preguntaba entonces, provocando más silencio y despertando más confusión en los presentes.

Entonces comenzaba la charla. A menudo no explicaba el significado de ese gambito de apertura pero, después de haberlo visto en repetidas ocasiones, su mensaje iba quedando cada vez más claro. El zen, la meditación o la atención no requieren de grandes complicaciones y la meditación no aspira a desarrollar una filosofía muy elaborada de la vida o de la mente. No tiene nada que ver con el pensamiento, sino con atenerse a las cosas más sencillas. ¿Está usted, en este mismo instante, viendo? ¿Está oyendo? El que ve y el que oye, sin adornos de ningún tipo, es la mente original, la mente original despojada de todo concepto, incluido el concepto de “mente original”. Eso ya está aquí, ya está presente y, ciertamente, resulta imposible de perder.

¿Quién es, pues, el que está viendo, cuando usted ve el bastón? ¿Quién está escuchando cuando usted escucha el sonido del bastón al caer? En el momento inicial de la percepción, antes de que el pensamiento se ponga en marcha y la mente segregue pensamientos tales como «¿Qué significará esto?», «Por supuesto que veo el bastón», «Eso es un bastón», «Creo que es la primera vez que veo un bastón así», «Me pregunto de dónde lo habrá sacado», «Seguramente será un bastón coreano», «Me gustaría tener un bastón como ése», «¿Será el único que tiene un bastón así?», «¡Qué genial!», «¡Vaya!», «¡Qué interesante parece la meditación!», «Yo también podría hacer eso», «¿Qué tal me quedaría a mí esa ropa?», etc.

O, en el caso de que escuche el sonido de un fuerte golpe, «Vaya forma más curiosa de iniciar una conversación», «Por supuesto que he escuchado el ruido» «¿Acaso cree que somos sordos?», «¿Ha caído realmente sobre la mesa?», «Seguro que habrá dejado una muesca en la mesa», «¡Vaya golpe!», «¿Cómo puede hacer eso?», «¿No sabe que la mesa debe pertenecer a alguien?», «¿Acaso no le importa?», «¡Qué persona tan extraña!».

De todo eso precisamente se trataba.

–¿Ve? Casi nunca vemos así.

–¿Oye? Casi nunca oímos así.

Los pensamientos, las interpretaciones y las emociones se ponen tan rápidamente en marcha después de cualquier experiencia –y, cuando hay expectativas, antes incluso de que se origine la experiencia– que apenas podemos decir que estábamos realmente “ahí” en el momento original de la percepción, en el momento original de la audición porque, si lo hubiéramos estado, se hallaría “aquí” y no “ahí”.

En realidad, nosotros no vemos el bastón ni escuchamos el golpe, sino tan sólo nuestros conceptos. Nosotros evaluamos, enjuiciamos, divagamos, establecemos categorías y reaccionamos emocionalmente tan deprisa que solemos perdermos el momento de la percepción pura, el momento de la audición pura. En ese momento, al menos, podemos decir que hemos perdido nuestra mente y que nos hemos desconectado de nuestros sentidos.

Obviamente, durante esos momentos de inconsciencia, tendemos a perdernos y a sumirnos durante largos períodos de tiempo, sin darnos siquiera cuenta de ello, en pautas automáticas de pensamiento y sentimiento.

Así pues, cuando Soen Sa Nim nos preguntaba «¿Ven ustedes esto?» o «¿Escuchan ustedes esto?», la suya no era una pregunta tan trivial como, a primera vista, pudiera parecer. En realidad, estaba invitándonos a despertar del sueño del ensimismamiento y de la incesante cháchara que nos aleja de lo que realmente está ocurriendo en esos momentos a los que llamamos nuestra vida.

ULISES
Y EL VIDENTE CIEGO

A veces, para tratar de que alguien despierte a las cosas tal cual son, decimos «¡Sé sensato!» pero, como es fácil de advertir, nadie –incluidos nosotros mismos– se torna mágicamente sensato por el simple hecho de que alguien se lo pida. De hecho, hay veces en que toda su orientación –hacia sí mismos, hacia las situaciones o hacia los demás– requiere de un cambio radical. Pero ¿cómo llevar a cabo ese cambio? Hay veces en que, para despertar, necesitamos experimentar una crisis…, si tal crisis no acaba antes con nosotros.

Hay ocasiones en las que, para indicar que alguien está desconectado de la realidad, decimos: «Es un insensato», pero lo cierto es que, en la mayor parte de los casos, no resulta nada sencillo recuperar el contacto perdido. ¿Qué debería hacer uno cuando ha llegado tan lejos? ¿Qué debería hacer una sociedad o incluso un mundo que se hubiera alejado tanto de los sentidos que cada uno centrase su atención en un aspecto diferente del elefante, pero nadie aprehendiese la totalidad? En tal caso, lo que anteriormente considerábamos un elefante se metamorfosea y se convierte en una especie de monstruo que escapa de nuestro control hasta el punto de que somos incapaces de percibir y nombrar lo que es, como ciudadanos-espectadores que nos hubiésemos adentrado en el territorio de un emperador engañado con el “traje nuevo” invisible que acaban de confeccionarle.

Lo cierto es que, sin la necesaria práctica, resulta muy difícil volver a los sentidos, y por eso estamos, hablando en términos generales, muy poco entrenados. Nosotros no estamos muy familiarizados con los sentidos, no estamos muy familiarizados con aquellos aspectos del cuerpo y de la mente que participan, dependen o se ven conformados por los sentidos. Dicho en otras palabras, nuestra percepción y nuestra conciencia, tanto interior como exterior, se hallan completamente distorsionadas, y el modo más adecuado de corregir esa distorsión consiste en ejercitar una y otra vez nuestras facultades y nuestra atención. Tengamos en cuenta que lo que se fortalece, robustece y flexibiliza a través de ese tipo de entrenamiento –con frecuencia, todo hay que decirlo, con gran resistencia por nuestra parte– es mucho más interesante que un bíceps.

Nuestros sentidos –incluyendo, obviamente, nuestra mente– nos engañan la mayor parte del tiempo a causa de los hábitos y del hecho de que no son pasivos, sino que requieren de una evaluación y una interpretación activa y coherente en la que participan diferentes regiones cerebrales. Vemos, pero apenas si nos damos cuenta de que lo que vemos depende de la relación que se establece entre nuestra capacidad de ver y lo que tenemos delante. Creemos que lo que pensamos está simplemente frente a nosotros, pero ignoramos que, en realidad, nuestra experiencia se ve seleccionada por los numerosos filtros impuestos por constructos inconscientes de pensamiento y por el modo misterioso en que parecemos estar vivos en el mundo que registramos a través de los ojos.

No cabe duda, pues, de que vemos ciertas cosas, pero que también, al mismo tiempo, quizás no vemos las más importantes. Nuestra forma de mirar es automática y está sujeta a los hábitos, lo que significa que nuestra mirada es limitada y que, en ocasiones, no vemos ni olemos siquiera lo que se halla ante nuestras propias narices. Vemos, por así decirlo, con el piloto automático, dando por sentado el milagro de la percepción que acaba convirtiéndose en parte del sustrato inadvertido con el que nos ocupamos de nuestras cosas.

 

Podemos tener hijos y pasar años sin verlos siquiera, porque lo único que “vemos” son las ideas, “teñidas” por nuestras expectativas y nuestros miedos que, al respecto, tenemos. Y lo mismo podríamos decir con todas y cada una de nuestras relaciones. Vivimos sumidos en el mundo natural, pero, la mayor parte de las veces, no nos damos cuenta de ello, pasamos por alto la milagrosa refracción de la luz del sol en la gota de agua que se halla depositada sobre una hoja y hasta soslayamos los distorsionados reflejos que nos proporcionan los parabrisas y las ventanas. Y tampoco nos damos cuenta, hablando en términos generales, de que los demás, incluido el mundo natural que forma parte del paisaje que nos rodea –algo que conoceríamos mucho mejor si pasáramos una noche en mitad del bosque–, también nos ven y tienen de nosotros una visión que puede ser muy diferente de la que nosotros mismos tenemos.

Quizás la ceguera dominante y endémica que aqueja a los seres humanos sea una de las razones por las que Homero, en los mismos albores de la civilización occidental –hacia la mitad de su relato oral de la Odisea (en torno a -800 aC)–, llevó a Ulises a buscar a Tiresias hasta el borde del Hades para conocer su destino y lo que debía hacer para regresar a su hogar. Porque Tiresias era un vidente ciego y todos sabemos que, cuando aparece en escena un “vidente ciego”, las cosas van a ponerse más interesantes y verdaderas. Con todo ello, Homero parece estar diciéndonos que la verdadera visión trasciende la mera visión física. De hecho, la vista puede llegar a convertirse, en este sentido, en un impedimento para encontrar nuestro auténtico camino. Debemos aprender a ver más allá de nuestra ceguera habitual y caracteriológica, producto, en el caso de Ulises, de su arrogancia y de su astucia, que eran, simultáneamente, su fortaleza y su perdición y, en consecuencia, un regalo incomparable para tener en cuenta y del que aprender.1

Nosotros no sólo no vemos lo que está presente sino que, muy a menudo, vemos incluso lo que no está. ¡Un ejemplo claro de que el ojo y la mente construyen las cosas! Ello se debe, en parte, a nuestra imaginación creativa y, en parte –como evidencia el triángulo de la figura que presentamos a continuación (al que se conoce como triángulo de Kanizsa)–, a la configuración misma de nuestro sistema nervioso. Soen Sa Nim decía: «Si dices que esto es un bastón, te golpearé (con su bastón zen) treinta veces –cosa que ciertamente no hacía (pero que sí ocurría en la antigua China)–. Pero si, por el contrario, dices que no lo es, te golpearé treinta veces. ¿Qué es lo que respondes?». Para ello, Soen Sa Nim no usaba el triángulo de Kanizsa, sino cualquier objeto que tenía a mano. «Si dices que esto es un vaso, un reloj de pulsera, una roca, etc., te golpearé treinta veces y, si dices que esto no es un vaso, no es un reloj de pulsera, no es una roca, etc., te golpearé treinta veces. ¿Qué es lo que respondes?» Así era como nos enseñaba a no identificarnos con la forma ni con la vacuidad… o, al menos, a no mostrar esa identificación porque, a pesar de todos nuestros esfuerzos, nos identificábamos de continuo y seguíamos insistiendo, esperando aprender y crecer a lo largo del proceso, gracias al exquisito cuidado que ponía en su trato aparentemente desdeñoso.


Todos sabemos que, cuando percibimos a través de los ojos, vemos ciertas formas pero no otras, por más que se hallen delante mismo de nosotros. También podemos ser condicionados con facilidad a ver de ciertos modos, pero no de otros. A fin de cuentas, la selectividad de nuestra percepción es una habilidad de la que se sirven continuamente los prestidigitadores, cuya destreza desconcierta –al tiempo que deleita– a nuestra mente, desviando con habilidad nuestra atención y confundiendo el funcionamiento de nuestros sentidos.

En otro orden más general de cosas, las personas de diferentes culturas pueden percibir el mismo evento de maneras muy distintas, en función de sus sistemas de creencias y de su orientación porque, al contemplar el mundo a través de diferentes lentes mentales, perciben realidades también diferentes. No existe, en este sentido, ninguna realidad que sea completamente cierta, y la inmensa mayoría de ellas sólo lo son en cierta medida. ¿Son los americanos los liberadores de Irak o, por el contrario, son sus opresores? Responda con mucho cuidado a esta pregunta, porque su respuesta pondrá claramente de relieve lo identificado que se halle con su visión, una visión que sólo es parcialmente cierta y que, en consecuencia, sólo es también parcialmente verdadera.

Todos caemos con facilidad, en nuestra búsqueda de respuestas absolutas, en el pensamiento en blanco y negro. Es cierto que, de ese modo, nos sentimos mejor y más seguros, pero también lo es que nos tornamos mucho más ciegos. Esto es bueno y aquello es malo; esto es correcto y aquello está equivocado; nosotros somos fuertes y ellos débiles; nosotros somos inteligentes y ellos estúpidos; ella es un encanto y él un desastre, yo estoy destrozado y ellos están locos; él nunca saldrá de esto, ella es insensible y yo jamás podré hacer tal cosa… Una forma de pensar que parece no tener fin…

Todo estas afirmaciones son pensamientos que, aun parcialmente ciertos, tienden a ser distorsionadores y limitadores porque, en la mayor parte de los casos, en la vida real, las cosas sólo son ciertas de un modo relativo. No existe tal cosa como una persona alta, porque las personas sólo son relativamente altas y, del mismo modo, tampoco existe una persona inteligente, porque uno sólo es relativamente inteligente. Por ello, cuando contemplamos esa forma de pensar desde la perspectiva proporcionada por una conciencia más elevada, descubrimos que tiende a ser demasiado rígida, limitadora e inevitablemente –al menos en parte– errónea. Así pues, cuando vemos y/o pensamos en blanco y negro, acabamos llegando de manera automática e irreflexiva a conclusiones demasiado fijas y limitadoras que, con frecuencia, distorsionan nuestra capacidad de encontrar, en medio de los altibajos de la vida, el camino de “vuelta a casa”. El discernimiento –a diferencia del juicio–, por el contrario, nos enseña a ver, oír, sentir y percibir la existencia de infinitos matices de gris entre el pensamiento completamente negro y el pensamiento completamente blanco, entre lo absolutamente bueno y lo absolutamente malo. Así pues, nuestros juicios reflejos nos llevan a limitar de forma automática e inadvertida el rango posible de lo real y nos impiden ver el espectro completo de lo real, mientras que el “discernimiento sabio” nos ayuda a descubrir la existencia de múltiples posibilidades intermedias y a navegar adecuadamente a través de ellas.

Hay todo un campo de las matemáticas y de la ingeniería que se basa en la compleja pauta fractal que existe entre un camino y otro por completo diferente. Lo curioso es que, cuanta más atención prestamos a la gradación de las cosas, más clara –y no al contrario– se torna nuestra mente, un punto que convendrá recordar cuando exploremos con más detenimiento el funcionamiento de la atención plena. En su libro Fuzzy Thinking, Bart Kosko, de la Universidad del Sur de California, señala que el mundo del cero y del uno, el mundo del blanco y del negro, es el mundo esbozado por Aristóteles que también fue, dicho sea de paso, quien primero habló de los cinco sentidos de los que habla la cultura occidental. Las distintas gradaciones del gris, así como también el cero y uno constituyen, por su parte, el mundo esbozado por el Buda. ¿Cuál de ambos modelos del mundo es correcto?