El pensamiento económico del reformismo criollo

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La gran estrategia del imperio portugués: don Luís da Cunha y los orígenes del Reformismo Ilustrado luso-brasileño36

Nelson Mendes Cantarino37 y Fernando Ribero Leite Neto38

Los albores del siglo XVIII trajeron nuevos dilemas para Portugal. Con la consolidación del poder económico y marítimo de Gran Bretaña, una cuestión central se impuso a la Corona portuguesa ¿cómo asegurar la seguridad y la integridad imperial, en una situación en la cual Lisboa debía posicionarse frente a presiones que no le dejaban autonomía de decisión?

En este contexto ¿será que los portugueses crearon y siguieron una gran estrategia para garantizar la soberanía y la integridad del imperio en este periodo de turbulencia?

La primera observación que debemos hacer es que las grandes estrategias no siempre son agresivas ni implican solamente actividades bélicas. Todas ellas abarcan, incluso, las decisiones de un Estado determinado sobre su seguridad y suponen la integración de objetivos generales, políticos, económicos y militares. Las estrategias globales deben ser analizadas antes que nada por sus costos políticos y económicos y por el uso de la diplomacia, la aplicación de la fuerza y el uso de incentivos que pueden ser subvenciones, mercedes y regalos. Las estrategias más eficaces hacen apenas lo indispensable para derrotar y disuadir a aquellos que los amenazan, recurriendo no solo a la disuasión, sino también a la propaganda y al engaño39.

¿Cómo establecer una economía próspera, capaz de permitir una posición autónoma de Lisboa frente a la competencia entre los Estados modernos? Esos eran los objetivos de don Luís da Cunha (1662-1749), ministro plenipotenciario y embajador. Da Cunha fue un observador astuto, posicionado en cortes europeas como Londres, La Haya y París, entre otras. En sus misiones escribió memorias y pareceres comparando las políticas económicas de otros poderes europeos con el potencial portugués, siempre buscando comprender cómo el comercio, la diplomacia y el poder militar podían ser condensados en una gran estrategia.

Para una mejor comprensión del alcance de las propuestas de don Luís da Cunha, debemos tener en mente el contexto de transformaciones en el cual estaba escribiendo y los dilemas que la Corona portuguesa enfrentaba.

La Economía Política, el aumento de las tensiones internacionales y la autonomía de Lisboa

[…] the Theory of Trade is a Princely Science, and the true Regulation of it the Key of Empire.

(Wood, 1718, citado en Armitage, 2009, p. 146).

The interest of the King of England is to keep France from being too great on the continent and the French interest is to keep us from being masters of the sea.

(Coventry, 1673, citado en O’Brien, 2003, p. 11).

El financiamiento del poder estatal y la administración próspera de sus recursos son los fundamentos para la conservación de la paz y del orden público, pues viabilizan las acciones de la autoridad constituida. El apaciguamiento interno que la economía política —la administración pública de los encargos y necesidades del Estado— trajo para las monarquías nacionales, produjo una visión del futuro como una competencia global entre Estados comerciales. Ya para mediados del siglo XVII, la interdependencia de la política y la economía se volvió, por primera vez, tópico central de la teoría de los gobiernos, pues se hizo evidente para los contemporáneos que lo que sucedía en el comercio internacional era determinante para la manutención militar y política de los Estados soberanos. Así, la dirección del proceso económico se volvió político y fue dirigido por la autoridad pública y por los grupos sociales que le daban sustento. Quedaba implícita, en la política moderna, la idea de que la lógica del comercio estaba vinculada con la dinámica de la guerra. Este es el contexto de Jealousy of Trade, momento en que todo el globo se transformó en un escenario de disputas comerciales entre las potencias europeas (Hont, 2005b, pp. 1-8)40.

Este cambio en la perspectiva económica del Estado se basó en movimientos concomitantes: uno de ellos es político y está relacionado con la conclusión de las guerras religiosas en Francia y con el resultado de las revoluciones políticas en la Inglaterra del siglo XVII. Así, después de la solución de conflictos internos, los franceses enfrentarían el poder hegemónico de los españoles. Los ingleses, a su vez, combatieron con éxito la supremacía comercial de los holandeses41.

No podemos olvidar el hecho de que la guerra y la estrategia militar se volvieron cada vez más costosas en la Europa de la posguerra de los Treinta Años (1618-1648). En los albores del siglo XVIII, la guerra se había vuelto extremadamente onerosa, tanto por el desarrollo de nuevas tecnologías militares, como por la participación de las potencias europeas en las sucesivas guerras. El resultado fue la necesidad de la manutención de ejércitos permanentes entrenados, abastecidos y listos para entrar en combate, abandonando así la vieja costumbre de licenciar a los soldados al final de los conflictos (Parker, 2003).

Resueltos los conflictos domésticos y establecido un nuevo status quo político, Inglaterra expandió su aparato administrativo, que sería responsable no solo de su territorio en el Viejo Mundo, sino también de sus súbditos y de sus colonias de allende del mar. Bajo el auge de sus actividades expansionistas, los gastos del gobierno británico pasaron de ser cerca de 2 millones de libras —valor medio de gasto en periodos de paz— a 150 millones de libras: un aumento de aproximadamente 75 veces (Pocock, 2003, p. 425).

La solución de la Corona inglesa para enfrentar esta presión financiera fue movilizar préstamos particulares. Desde la Edad Media, los soberanos endeudados recurrían a la comunidad bancaria internacional para financiar sus aventuras militares. Al final del siglo XVII, mientras tanto, los mecanismos de recaudación de fondos se volvieron mucho más diversificados y complejos, requiriendo una administración gubernamental igualmente compleja. En este contexto los ingleses bautizaron su sistema como Crédito Público o de Deuda Nacional. Para la operación regular de este sistema, fue decisiva la fundación del Banco de Inglaterra en 1690, que pasó a centralizar y a administrar la captación de préstamos, además de estimular la oferta de papeles del Tesoro en las bolsas de Londres y Amsterdam (Hont, 2005a, pp. 325-353)42. Así, el status quo político británico del período de prevalencia Whig, que se extiende de la Revolución Gloriosa (1688-89) a mediados del siglo XVIII, está basado en el Crédito Público (sustentación económica) del ejército del rey con el partido Whig en el Parlamento (sustentación política)43.

Juntos, la guerra y el comercio fueron los motores del desarrollo económico británico (O’Brien, 2003, pp. 11-33; 1988, pp.1-32.)44. Entre ideologías justificativas y la necesidad de comprender y de administrar mejor los resultados de este proceso vemos el uso instrumental de la economía política. De su acepción original —del gobierno del Estado como una casa grande45— las ideas económicas van a servir para calcular y maximizar los beneficios de la colonización de extensas áreas de ultramar (Pagden, 1995, pp.156-177).

El argumento hasta aquí presentado no se separa de la visión que usualmente asocia las ideas económicas del mercantilismo a un conjunto de conceptos desarrollados en la práctica por ministros, juristas y comerciantes como objetivo económico, político y estratégico: el establecimiento de Estados nacionales centralizados. Partiendo de esta interpretación, la receta mercantilista estaba basada en un intenso proteccionismo estatal y en una amplia intervención de las coronas en la economía. Una fuerte autoridad central era vista como esencial para la expansión de los mercados y para la protección de los intereses comerciales de los mercaderes locales. Sin embargo, su aplicación variaba conforme a la situación del país, sus recursos y el modelo de gobierno vigente. En Holanda, por ejemplo, el poder estatal era subordinado a las necesidades del comercio. En Inglaterra y en Francia, a su vez, la iniciativa económica estatal estaba relacionada con los intereses militares, generalmente agresivos, en relación con los otros países europeos. Los mercantilistas, limitando su análisis al ámbito de la circulación de bienes, profundizaron el conocimiento de cuestiones como la balanza comercial, las tasas de cambio y los movimientos del dinero (Heckscher, 1983)46.

Otra transformación fundamental fue la de la propia concepción de mercado, ahora basada en nociones del derecho natural, establecidas en las primeras décadas del siglo XVIII. Partiendo del argumento de que Dios creó el mundo perfecto y bondadoso, además de la idea de que todo lo que hay en el mundo está sometido a las leyes naturales para proporcionar la conservación y la felicidad de los hombres, se creía que el plan divino solo se realizaría cuando cada individuo actuara conscientemente para mejorar su propia condición. El derecho natural sería, entonces, uno de los factores responsables de colocar al hombre en el centro de las especulaciones filosóficas y consecuentemente en el desarrollo de un nuevo espíritu científico que sería guiado por la razón, principal instrumento utilizado por los individuos para descifrar el mundo en el que vivían sin recurrir a explicaciones trascendentales. Este cambio de concepción del mundo origina un proceso de secularización, siendo una de sus características la emergencia de diversas disciplinas intelectuales, cada una con su especialidad y posteriormente, sus especialistas47.

 

Ya la asociación entre la historia natural y el discurso económico autónomo proviene de la voluntad de comprender el funcionamiento material del mundo natural que, cada vez más, se hacía presente al discurrir el siglo XVIII. Entre las motivaciones detrás del interés público por las nuevas ciencias del mundo natural podemos citar la utilidad y la aplicación de ellas en la solución de problemas de la vida real. Se creó entonces una estrecha relación ente las ciencias naturales y las cuestiones de carácter económico, pues varias concepciones originalmente de las ciencias de la naturaleza —como orden, equilibrio y regulación— son absorbidas por el discurso económico en formación (Cardoso, 2004, pp. 3-23.)48.

La economía política se vuelve así más compleja que las ideas mercantiles, al incluir en su alcance el análisis de las relaciones económicas entre los individuos y el intento de establecer leyes que expliquen estas relaciones de manera integral (Dumont, 2000, pp. 77-94). Tal proceso de valorización del individuo y también del movimiento lleva a la primacía de lo económico sobre la política pública. Se trata, sin embargo, de un movimiento más sutil, pues tiene un sesgo filosófico y cultural, y agrega la transición de la hegemonía a la idea de gloria —típica de la Edad Media y del inicio de la Edad Moderna— a la noción de interés, fundamental para el control de las emociones personales (pasiones) y reguladora de un nuevo orden político en el que la expansión económica llevaría bienestar a la mayor parte de la población49.

Para el reino de Portugal y los soberanos de la casa de Braganza, las últimas décadas del siglo XVII fueron de lucha por su independencia y por el reconocimiento internacional. El periodo de la guerra de Restauración (1641-1668) (Costa, 2004) fue de disputa de paradigmas gubernativas de la Corona: ¿cómo maximizar la eficiencia de los engranajes del poder y del esfuerzo de guerra contra los enemigos en las fronteras del reino y del imperio?

Con los Braganza, los tribunales regios pasaron a tener el predominio en la estructura de gobierno, sirviendo de contrapunto al modelo de gobierno de Madrid, basado principalmente en las Juntas y los válidos50. Entonces se crearon nuevas instancias gubernativas superiores, como el Consejo de Estado, el Consejo de Guerra, el Consejo de Ultramar y la Junta de los Tres Estados. La gestación de las políticas regias se daba a través del diálogo y a través de disputas por la influencia entre estos consejos superiores que centralizaban la administración diplomática, militar, financiera y patrimonial de la Corona. Además, estos consejos debían responder y arbitrar demandas que se originaban en los espacios periféricos del imperio (Loureiro, 2014, pp.44-57).

Pero este proceso de reorganización de las esferas de gobierno de la monarquía portuguesa no fue unívoco. Todavía en los años más perturbados por la guerra con los Habsburgos el control del gobierno de la casa real y de los procesos políticos de la Corona estuvieron a cargo de Luís Vasconcelos e Sousa, tercer conde de Castelo Melhor. Durante casi cinco años completos (1662-1667) Castelo Melhor asumió el cargo de secretario de la Puridad (Escrivão da Puridade) con una gestión de los asuntos públicos próxima a los privados españoles (Dantas, 2012, pp.171-186).

Percibimos entonces que diversos paradigmas de gobierno para la Corona portuguesa todavía estaban en disputa a fines del siglo XVII. El modelo mercantilista de consolidación estatal avanza en el reinado de don João V, cuyo largo reinado (1706-1750) fue el momento de la actividad de don Luís da Cunha. Incluso, al comienzo de este reinado algunos eventos marcaron la percepción de que se necesitaban reformas gubernamentales. La Guerra de Sucesión por el trono español demostró que la doctrina militar portuguesa, un éxito durante las luchas de la Restauración, ya no satisfizo las necesidades de los nuevos campos de batalla. La modernización era necesaria, por ejemplo, en la elección de comandos militares, generalmente entregados a la alta nobleza del reino. Además, el proceso de toma de decisiones en Lisboa comenzó a exigir una mayor agilidad, como lo demuestra el nuevo prestigio que las secretarías de Estado alcanzan frente a los consejos y otras esferas de toma de decisiones colectivas51.

Otro cambio significativo fue el papel destacado que desempeñó la diplomacia de representación en la política de la Corona portuguesa. Se pone mucho énfasis en las relaciones de Lisboa con la Santa Sede, con los Braganza demandando paridad de trato con las otras grandes potencias católicas en su relación con el papado, lo que se logró con el título de Su Majestad Fidelísima otorgado a los monarcas portugueses por el papa Bento XVI en 1748. Pero en las primeras décadas del siglo XVIII, la diplomacia portuguesa también participó activamente en congresos que buscaban pacificar el continente europeo y establecer un nuevo status quo dinástico y el reconocimiento de nuevas dimensiones para conceptos como el de límite —que ahora significa el límite del poder/soberanía. A partir del Congreso de Utrecht (1713-1715), la contradicción entre la creencia en el cosmopolitismo y la necesidad de definir fronteras serán arbitrados por la diplomacia y por los rituales del ceremonial diplomático.

Don Luís da Cunha y los orígenes del Reformismo Ilustrado portugués

O poder próprio em que se funda a conservação de Portugal, ou são as forças interiores do Reino ou as exteriores das Conquistas [...] porque, posto que o poder militar conste e se componha de gente, armas, munições, cavalos, etc., tudo isto se reduz a dinheiros.

El mismo poder en el que se basa la conservación de Portugal, o son las fuerzas internas del Reino o las externas de las Conquistas [...] porque, puesto que el poder militar está compuesto por personas, armas, municiones, caballos, etc., todo esto se reduce a dinero (Padre Antônio Vieira).

Posiblemente el hombre que mejor entendió la nueva coyuntura internacional, sus disputas y su nuevo equilibrio de poder fue don Luís da Cunha (1662-1749)52. Sirviendo como representante diplomático en las principales Cortes de Europa, don Luís vivió parte de su vida en el extranjero, donde entró en contacto con las nuevas ideas del siglo y participó activamente como observador en importantes conferencias diplomáticas, como las que concluyeron los acuerdos de paz de Utrecht (1713-1715)53.

Así, podemos ubicarlo, junto a Luis António Verney (1713-1792), como uno de los arquetipos de los extrangeirados, letrados que, a la sombra del Estado, intentaron adaptar las ideas y la epistemología del nuevo siglo al contexto portugués54. Como defensor de la razón del Estado55 pudo construir una red de poder a través de sus opiniones y consejos, difundidos a través de cartas, memorias e instrucciones. En particular, dos de esos textos describen claramente su visión de la geopolítica portuguesa y los caminos que deben seguir los que tomaron las riendas del poder en Lisboa: las Instrucciones Políticas, escritas para su alumno Marco Antônio de Azevedo Coutinho (1688- 1750) y su Testamento político, remitido al futuro rey don José I (1714-1777) (Cunha, 2001; 1976)56.

El primero de estos textos aborda directamente el trípode estratégico de prosperidad económica, fuerza militar y liderazgo político. La primera preocupación que don Luís da Cunha externó a su discípulo es el pobre equilibrio entre los intereses portugueses y los de sus vecinos españoles. Era una prioridad, entonces, disminuir las ventajas comparativas que el gobierno de Madrid exhibía sobre el poder de los secretarios de Estado en Lisboa, ya que solo de esa manera la independencia política del Reino de Portugal estaría definitivamente asegurada.

El razonamiento de don Luís sigue la lógica de las ideas mercantilistas: las ventajas españolas se basaban en su población más numerosa, en su mayor extensión geográfica, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo —y en el mayor poder económico y militar que sus territorios y su población le proporcionaban. El hecho de que el territorio portugués en Europa fuera pequeño podría evitarse con la consolidación de la soberanía portuguesa sobre los dominios de ultramar. Tales dominios deberían garantizarse mediante la firma de tratados que legalizaran la posesión de tierras que ya estaban bajo control portugués y el establecimiento de límites naturales que permitiesen la defensa militar y el control económico57.

Respecto a la brecha demográfica, fue necesario detener las sangrías que llevaron a la despoblación del Reino y a la ociosidad58. Confiado por el hecho de que estaba sirviendo en el extranjero y sabiendo que su Instrucción circularía entre un público restringido, don Luís da Cunha no temía denunciar, a veces con comentarios poco ortodoxos, las causas del problema.

La gran cantidad de conventos y monasterios en el reino fue la primera sangría que se tuvo. Este factor fue el culpable de obstaculizar la inversión productiva debido a las donaciones hechas por los devotos. En muchos casos, las donaciones se convirtieron en activos inalienables de las comunidades religiosas que poseían grandes extensiones de tierra ociosa o producían solo para la subsistencia o el beneficio de los religiosos. Así, los claustros estaban llenos de hombres que podrían ser útiles en la administración del imperio y en el sector productivo. Los recogimientos femeninos también iban en detrimento de los intereses del reino, ya que en ese proceso estaban vinculadas las dotes necesarias, como los capitales y las mujeres sin la más mínima vocación religiosa59.

En el mismo sentido, la situación de los recogimientos en los territorios conquistados era aun más preocupante. Esta segunda sangría podría conducir a la pérdida del Imperio, ya sea por la falta de hombres en la administración civil y militar o “donde se necesita gente para trabajar en sus plantaciones y minas para aumentar su comercio”, o por los elevados costos de mantenimiento de los celibatarios. Sin embargo, don Luís dejó en claro que la solución debía abarcar tanto el reino como el ultramar, ya que todos los territorios de la monarquía enfrentaban el mismo problema60.

El diagnóstico de la tercera sangría es uno de los pasajes más controvertidos en los escritos de don Luís da Cunha. El objetivo de su crítica es la Inquisición61 y, en ese pasaje, escuchamos los ecos de la protesta del Padre Antonio Vieira (1608-1697), quien, en la coyuntura histórica de la Restauración (1640) y la lucha por la independencia de Portugal, defendió una política de tolerancia para los judíos, debido a la necesidad de capital en la economía portuguesa62.

Para don Luís, el “proceder de la Inquisición, en lugar de extirpar el judaísmo, lo multiplica” y también “hace salir de Portugal a la gente más apropiada para su comercio”. Se proponen algunos remedios: la adopción de las etapas procesales utilizadas en los tribunales reales, la obligación de los bienes confiscados de ser devueltos a los herederos de los acusados y, finalmente, un perdón general seguido por la decisión de “dar a los judíos la libertad de conciencia”63.

La mejoría de la explotación del territorio y el fomento del crecimiento de la población productiva deberían ser acompañados por una nueva política de alianzas y por el fortalecimiento del poder militar de la Corona. En asuntos militares, don Luís defendió la formación de un escuadrón de guerra y una marina mercante, para la nacionalización efectiva del comercio ultramarino y para la defensa del imperio. El ejército, a su vez, debería ser profesionalizado para que al menos pudiera garantizar la defensa del reino y los territorios de ultramar. Estos objetivos solo se cumplirían a largo plazo. Hasta que se alcanzara dicha estructura, no había forma de escapar de la alianza inglesa y del apoyo de su armada (Cunha, 2001, pp. 273-276).

Si la riqueza es el resultado de la circulación de bienes, el comercio es la clave para la prosperidad de las naciones. Al identificar los obstáculos para el fortalecimiento del comercio portugués, don Luís demuestra los límites de sus ideas. Una lectura apresurada muestra a un reformador dispuesto a soportar las consecuencias de un cambio social más profundo: mera ilusión. Su primera sugerencia para aumentar la prosperidad del comercio es la reforma de los abusos de los privilegiados, “porque los impuestos y las cargas de los que están exentos llevan a los mismos pueblos y, por lo tanto, socavan la hacienda real”. Se destacaron los familiares del Santo Oficio, hombres que se distinguieron al “arrestar a cuatro judíos miserables, si es que lo son” y que solo querían ser reputados cristianos antiguos (Cunha, 2001, pp. 281-282). Don Luís no profundiza sobre la discusión en torno a los privilegios fiscales de la nobleza y el clero. Su posición como hombre del Antiguo Régimen queda clara en dos de sus sugerencias: la elevación de familias nobles a Casas de Primera Nobleza, para que sus miembros puedan asumir el gobierno de las provincias del reino y de los territorios conquistados64; y la reorganización de las órdenes honorarias, con el reconocimiento de la Orden de Cristo, que, entre las portuguesas, tenía el mayor prestigio internacional, para no trivializar su atribución65.

 

Otras medidas en busca del equilibrio de la balanza comercial son propuestas por don Luís, entre ellas una renovación de la pragmática sobre el lujo. Para el autor, hay una división entre lujo profano y lujo devoto. El profano es aquel que sigue la moda, “que puede satisfacer la ambición o la locura de los hombres”, dando forma a nuevos patrones de consumo en los que los gustos de la alta aristocracia se convierten en una referencia para la sociedad. Este tipo de lujo no podría traer beneficios al reino: sus bienes eran producidos en el extranjero —generalmente en Francia— y gravaban las importaciones66.

El lujo piadoso, a su vez, era pernicioso, porque además de limitar el entorno circulante del reino, de él “nace que el oro que se pierde tanto en el dorado de la madera, deja de circular entre el pueblo, que pagaría las cosas a precio justo” (Cunha, 2001, p. 286). Además, este segundo tipo de lujo también restringió el crédito necesario para impulsar la economía. En este punto de su razonamiento, don Luís criticó a otra institución presente en todo el imperio portugués: la Santa Casa de la Misericordia. Hermano ausente de la Casa de Lisboa, el diplomático defendió la buena costumbre de dar limosna y cuidar a los más necesitados. Sin embargo, el problema era el mal hábito de aquellos que creían que las malas acciones serían perdonadas a quienes daban limosnas sustanciales a la institución o el equivalente en capitales a las arcas de la Misericordia67.

Otro aspecto de la devoción portuguesa que no se vio excluido por el ojo crítico de don Luís fue el número excesivo de feriados y de festividades religiosas. El objetivo de la crítica es combatir la ociosidad, “porque la ociosidad es contraria al buen gobierno, y la madre de todos los vicios”. Era un lujo sacrificar dos tercios de los días del año en contrición y manifestaciones públicas de fe. Era aceptable que los hombres participasen de las festividades y las misas, siempre que el resto del día estuviera ocupado con actividades productivas. Coqueteando con la herejía, don Luís cita el ejemplo de los países protestantes que solo guardaban los domingos y el período de Pascua. En esos países, el respeto por el trabajo productivo y la condena a la ociosidad aumentaron la riqueza del Estado y no desviaron a los fieles del camino de la justicia68.

Una solución al lujo profano fue retomar la política de manufacturas del reinado de don Pedro II (1667-1706). Dirigido por don Luís de Menezes, 3er conde de Ericeira (1632-1690), este esfuerzo intentó reequilibrar las finanzas públicas en un contexto de crisis. La Corona portuguesa extrajo del comercio colonial y de los derechos de aduana una parte significativa de sus ingresos, por lo que fue trágico para el Estado reducir el comercio y bajar los precios de los productos portugueses durante el último cuarto del siglo XVII. Además de la crisis internacional, los gastos de la Guerra de Restauración (1641-1668) resultaron en una falta de moneda —debido a los gastos del conflicto—, en el aumento en las importaciones y la disminución en el suministro de plata de la América española (Pinto, 1979, pp. 1-38; Pedreira, 1994, pp. 21-63).

La caída de los ingresos del Estado, combinada con la falta de medios de pago en el escenario internacional, llevó a la Corona a optar por una reforma monetaria basada en la devaluación y un nuevo proceso de acuñación. El problema era el déficit incontrolable de las importaciones de bienes manufacturados y de alimentos, así como de la necesidad de abastecer a la ciudad de Lisboa (Pedreira, 1994, pp. 23-24).

En este contexto, surgen las primeras pragmáticas y textos de autores como Duarte Ribeiro de Macedo, defendiendo la instauración de manufacturas en el reino para reemplazar las importaciones y equilibrar la balanza comercial. Uno de los sectores más fortalecidos por el apoyo estatal fue la lana, hecho que pesó mucho sobre el resultado del déficit. Asimismo, la producción de paños de lino fue expandida por diversas regiones del país y, tradicionalmente, tuvo su parte en el suministro del reino y del imperio. Las nuevas fábricas recibieron el beneplácito real y se instalaron en regiones con tradición en el oficio y con gran disponibilidad de materia prima (Serra da Estrela y Alentejo). Las manufacturas consideradas centrales69 se encontraban en Covilhã y Estremoz70.

Al elogiar la política manufacturera del siglo anterior, don Luís da Cunha se mostró escéptico ante el Tratado de Methuen (1703). Así, las ventajas políticas del pacto eran evidentes, mientras que las económicas no tanto. La protección de la escuadra inglesa y la legitimidad proporcionada por la alianza con ingleses, austriacos y holandeses protegieron a Portugal del avance francés sobre el trono español. El problema, según el diplomático, era la inconsistencia del argumento defendido por los productores y tejedores ingleses: la entrada de vinos portugueses en Inglaterra debería compensarse con la salida de telas británicas en condiciones recíprocas. En su análisis, la consecuencia de esta política y la suspensión de la pragmática que protegía las manufacturas de telas del reino, fue la profundización del déficit en la balanza comercial portuguesa (Cluny, 1999, pp. 60-62).

Sin embargo, la reanudación de la prosperidad económica no sería el resultado de equilibrar las desventajas con los vecinos españoles, la alianza inglesa, la estabilidad de las finanzas estatales, una visión más pragmática de la vida religiosa y la tolerancia hacia judíos y sus capitales. Por lo tanto, para que Portugal se estableciera como potencia de primera magnitud, era necesario tener un control efectivo de la riqueza del imperio. Don Luís es explícito en su declaración: “los territorios conquistados que supuse eran un accesorio de Portugal, los considero fundamentales e incluso garantías de su conservación, especialmente los de Brasil”. Nos enfrentamos a una curiosa inversión: la relación entre Portugal y su imperio siempre se había expresado en los términos en que el reino, debilitado en el contexto europeo, debería proteger sus conquistas de la codicia de los poderes rivales. Ahora, las riquezas de los dominios ultramarinos deberían reforzar el prestigio portugués en Europa71.

Para que la riqueza de Portugal no solo generara la prosperidad de los demás, era necesario transformar inmediatamente los territorios conquistados, posesiones y dominios de ultramar en colonias. Un control más racional de los recursos de la América portuguesa conduciría inevitablemente a la Corona portuguesa a ocupar un lugar entre las principales potencias europeas (Furtado, 2007, pp. 69-87).

Todavía en sus Instrucciones, don Luís demuestra tener una visión global del imperio, proponiendo políticas para los dominios de Oriente y África. Dichas políticas deberían reducir los gastos de la Corona al liberar recursos para el gobierno de América. Este es el propósito de su propuesta de crear una empresa comercial de India y África72.