El pensamiento económico del reformismo criollo

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En su análisis de tres visiones críticas sobre la situación económica de la América española en los años finales del siglo xviii, José Enrique Covarrubias se enfoca en sendas obras de los viajeros Alejandro Malaespina y Alexander von Humboldt, así como del liberal español Álvaro Flórez Estrada. Covarrubias especifica como objetivo de su trabajo, mostrar cómo se manifestaban las ideas smithianas acerca de la formulación de teorías o sistemas en conjunción con la imaginación en los análisis de los tres autores mencionados. Concluye que la obra Axiomas políticas sobre la América del navegante italiano tiene en común con La riqueza de las naciones “el sistema de Newton como un ejemplo acabado de esa cientificidad teórica y sistemática a que aspira.” Humboldt, en cambio, sostiene Covarrubias, “ofrece el material informativo previo a la sistematización o teorización geográfica de las causas de la prosperidad”. Sin embargo, su “proceder metodológico de los cálculos conjeturales”, junto con su método comparativo, cumple con la funcionalidad “casi maquinal” “deseada por Smith en las teorías o sistemas”. Florez Estrada, por otra parte, en su obra “Examen imparcial de las disensiones de España con la América […]” se apoya, según Covarrubias, “tanto en las ideas smithianas sobre el libre cambio y la moneda como en la teoría del comercio de Condillac”.

La última contribución de la presente obra está dedicada al examen de la labor de popularización de la ciencia por el intelectual liberal gaditano José Joaquín Mora durante la primera mitad del siglo xix. Los autores de este ensayo, Juan Zabalza y Jesús Astigarraga, destacan la actividad de Mora en los ámbitos de la educación, al igual que en los de las ediciones, en ambos lados del Atlántico. Mediante la divulgación de la economía política, Mora buscó contribuir a la transformación de las sociedades de Antiguo Régimen. Se dirigía a un público educado con el objetivo de lograr con su influencia las transformaciones institucionales y políticas económicas necesarias para tal cambio. En el centro del análisis que llevan a cabo Zabalza y Astigarraga sobre el proyecto intelectual de Mora están los artículos que este publicó en El Mercurio Chileno, así como las “entradas” sobre economía en la Enciclopedia Moderna. Los autores determinan como influencias decisivas en el pensamiento económico de Mora, “la tradición smithiana, renovada a través de la obra de McCulloch durante el primer tercio del siglo xix”, que el liberal español supo explicar de manera simplificada a un público amplio, demostrando al mismo tiempo su profunda comprensión de dichas teorías.

Hace un tiempo, José Carlos Chiaramonte llamó la atención sobre “la crítica ilustrada de la realidad”, a propósito de las ideas económicas, entre otras, para un mejor desarrollo de la sociedad (Chiaramonte, 1994). Sin duda, se ha avanzado en el conocimiento de estas ideas y seguirá revisándose lo que conocemos. La presente obra, un trabajo colectivo llevado a cabo como propuesta de los coordinadores a un conjunto de especialistas para ser debatido en la reunión de cladhe celebrada en Sao Paulo en 2016, se inscribe en ese mismo objetivo: analizar la crítica de la realidad llevada a término en América desde el pensamiento económico práctico en la alborada de los cambios que conducirán a una época nueva.

José Antonio Piqueras

Johanna von Grafenstein

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1. Una actualización en Gelman, Llopies E. y Marichal, 2014.

2. Véase una interpretación global en Kuethe y Andrien (2014). Una interpretación en perspectiva modernizadora, en García Ayluardo (2010). Un balance desde la perspectiva clásica en Guimerá (1996). Una interpretación del concepto y su función historiográfica en Sánchez Santiró (2016, pp.19-51).

3. Véase la aproximación de Martínez López-Cano y Ludlow (2007); Grafenstein (2006, pp.41-66).

En defensa del territorio: los almaceneros del Consulado de México ante los “extranjeros”

Matilde Souto Mantecón4

Este estudio propone ser una reflexión sobre las reformas económicas en la época borbónica desde la perspectiva americana.5 Parte de la idea de que el comercio colonial fue uno de los sectores en los que, en relación con América, primero fijó su atención el gobierno de Felipe V, de modo que las representaciones escritas por el Consulado de México parecieron la fuente más prometedora para adentrarse en “esa mirada americana” sobre los cambios planeados por el nuevo gobierno. Mi propósito consiste en analizar varias de las representaciones escritas en las primeras décadas del siglo XVIII por los grandes comerciantes del virreinato de Nueva España para conocer qué posición adoptaron ante los cambios que comenzaron a verificarse en el comercio transatlántico desde el fin de la Guerra de Sucesión española.

En efecto, fue en ese momento, al terminar la guerra, cuando realmente pudo ponerse en marcha el nuevo gobierno borbónico, pero tuvo que comenzar por hacer frente a los estragos causados por una década larga de conflicto bélico antes de poder llevar a la práctica sus nuevas ideas de gobierno. Es probable que por esto las reformas de gobierno siempre fueron atemperadas, si no es que postergadas, ya que se debieron atender de forma inmediata las circunstancias generadas por la guerra y se prefirieron correcciones más que grandes innovaciones. Pero hubo además otro factor que debe ser considerado.

La nueva política y sus reformas no podían aplicarse de forma mecánica y directa en sociedades que ya eran muy complejas, diferentes entre sí y distintas también a la metrópoli y, sobre todo, que funcionaban con una dinámica propia arraigada a lo largo del siglo XVII. Tratándose específicamente de Nueva España, a lo largo de ese siglo los grandes comerciantes del virreinato que residían en la ciudad de México, la capital virreinal, habían conseguido el control del comercio marítimo dentro de su propio territorio y, naturalmente, reaccionaron oponiéndose a varios de los cambios del sistema comercial cuando sintieron amenazado su control. En particular, rechazaron los cambios que favorecieron la intromisión y la competencia de los comerciantes venidos de fuera, es decir, los que ellos consideraron “extranjeros”. Entre ellos estuvieron desde luego los ingleses que vinieron como factores de la Compañía Real de Inglaterra6, pero también, y en esto debe ponerse atención, los mismos comerciantes españoles venidos de Cádiz con las flotas. Siguiendo el discurso y los argumentos de los comerciantes mexicanos en varias de sus representaciones, se puede ver cómo va en aumento la oposición a la presencia de los gaditanos en el interior del virreinato, y cómo ese rechazo va convirtiendo a los flotistas de Cádiz en “extranjeros” a los ojos de los comerciantes mexicanos. Unos y otros eran españoles, súbditos de la misma Corona; los propios comerciantes mexicanos en su mayoría habían nacido en España, así que la calificación nada tenía que ver con el lugar de procedencia original, pero los comerciantes de Nueva España defendieron su territorio de comercio como algo propio, en el que todos los venidos de fuera eran ajenos a él, eran “extranjeros”.

En aras de la claridad, conviene aquí establecer quiénes eran los distintos grupos de comerciantes españoles que compitieron dentro del virreinato de Nueva España. Las representaciones estudiadas fueron escritas por el prior y los cónsules del Consulado de México, gremio que aglutinaba a todos los grandes comerciantes del virreinato dedicados al giro ultramarino. Todos ellos eran mayoristas dedicados a importar y exportar y fueron conocidos como almaceneros, precisamente porque compraban y guardaban grandes lotes de mercancías que después revendían por las distintas provincias novohispanas. A ellos nos referiremos como comerciantes “mexicanos”, aunque, como se dijo, la mayor parte era originaria de España. Eran mexicanos porque tras varios años de residencia y vecindad en el virreinato allí habían hecho su vida y labrado su fortuna. El otro grupo de comerciantes españoles involucrado en el giro ultramarino eran los recién llegados provenientes de España, los que venían en las flotas de comercio y que eran en general factores, encomenderos o empleados de grandes comerciantes que permanecían en la Península. A ellos nos referiremos como flotistas o gaditanos, porque venían en las flotas que zarpaban de Cádiz, no porque fueran oriundos de esa ciudad, o también les llamaremos factores españoles porque en su mayoría eran, como se dijo, empleados de los grandes mercaderes europeos.

Conviene también establecer desde aquí los principales agravios que los comerciantes mexicanos resintieron por el curso que siguió el comercio marítimo bajo el nuevo gobierno borbónico. De acuerdo con las representaciones escritas por el Consulado de la ciudad de México en la primera mitad del siglo XVIII, uno de los principales problemas que enfrentaron fue la internación de los flotistas, es decir, que los comerciantes venidos de España en las flotas circularan dentro del virreinato, se instalaran y permanecieran en él por muy largas temporadas, lo que desató la competencia entre mexicanos y gaditanos en el interior mismo del territorio de Nueva España. Un segundo contratiempo fue la saturación de los mercados mexicanos con mercancías importadas, y un tercer y muy alarmante problema fue la intromisión de los “extranjeros” en el comercio con China, un mercado que los mexicanos consideraban suyo porque fue a través de su territorio, concretamente por medio de sus negocios en Filipinas, que ese comercio se realizaba. Estos son los temas que preocupaban a los mexicanos y sobre los que querían llamar la atención del rey y sus ministros. No está de más recordar que las representaciones no necesariamente describen la situación real del comercio novohispano, sino que exhiben lo que preocupaba a los comerciantes mexicanos o, sobre todo, los asuntos que ellos querían que la corte española atendiera.

El orden y la alteración del régimen de comercio marítimo en Nueva España hasta 1713

Desde el siglo XVI el comercio entre España y sus colonias americanas se realizó dentro de la Carrera de Indias —nombre con el que se conocía de forma general a los barcos que navegaban entre España y América—. El régimen comercial del imperio español se caracterizó por ser un monopolio reservado exclusivamente a los mercaderes españoles reunidos en tres consulados: el de Sevilla, que en 1717 se trasladaría a Cádiz, y los de México y Lima. El control de este monopolio se ejercía al obligar a que todas las mercancías fueran transportadas en los barcos españoles de la Carrera que debían cruzar el Atlántico en flotas, las cuales navegaban exclusivamente entre los puertos de Sevilla, Veracruz, Cartagena y Portobelo7. En España todo el tráfico se concentraba en Sevilla y Cádiz, y del lado americano en el puerto de Veracruz, en el caso de Nueva España, y en Cartagena y Portobelo, en el virreinato peruano. Este orden de cosas comenzó a alterarse al iniciar el siglo XVIII, durante la Guerra de Sucesión, cuando España tuvo que ceder y permitir que las flotas españolas fueran acompañadas por barcos franceses durante su travesía a Veracruz para ayudarles en la defensa ante los posibles ataques ingleses y, sobre todo, por el compromiso político que Felipe V adquirió con Francia por su apoyo en favor de la causa borbónica. El hecho de que autorizaran el arribo de barcos franceses a los puertos hispanoamericanos significó que se abrió la posibilidad para que el comercio extranjero se colara en ellos. El permitir la llegada de franceses al virreinato de Nueva España vulneró una de las cláusulas del régimen mercantil español que más celosamente se había intentado proteger desde el siglo XVI, aunque bien es cierto que no siempre exitosamente: la intromisión extranjera en el comercio colonial español.

Además de las entradas de los franceses al virreinato novohispano, otro factor que alteró dramáticamente la regularidad del comercio español fueron las maniobras navales inglesas durante la guerra. La presencia de las fragatas enemigas merodeando por el mar a la salida de Cádiz y a la llegada al Caribe provocó que la llegada de las flotas a Veracruz se espaciara mucho unas de otras, tanto que, en los primeros años, entre 1700 y 1705, no llegó ninguna. En ese tiempo solo pudieron llegar los llamados azogues, que eran flotillas de dos o tres barcos cargados con mercurio y una porción corta de mercancías (véase el cuadro anexo al final del capítulo). El envío de estos barcos en plena guerra, a pesar de los riesgos que esta planteaba, era necesario para mantener la comunicación entre España y Nueva España, incluso indispensable por la guerra misma, pues el mercurio tenía que llegar al virreinato para refinar la plata, y la plata tenía que llegar a España para hacer frente a los gastos provocados por la propia contienda bélica. La urgencia de mantener en pie las comunicaciones entre la colonia y la metrópoli obligó a que se echara mano de cuanto recurso estuviera al alcance, como las flotillas de azogues, los barcos de la Armada de Barlovento (que al ser enviados a Europa eran distraídos de su función principal, que era vigilar las aguas del Caribe y el Golfo de México) o los navíos de registro, como se llamaba a los barcos que surcaban el Atlántico de manera aislada sin la protección de una flota8. Navegar sin el acompañamiento de una flota custodiada por naves de guerra era sin duda arriesgado, pero así estos navíos sueltos podían desplazarse con mayor rapidez y ligereza, cualidades que en un momento dado podían permitirles evadir los barcos enemigos.

 

Los estragos de la guerra que alteraron el orden del régimen mercantil no terminaron con la guerra misma. Antes al contrario, para poner fin a la contienda bélica y poder firmar los tratados de paz entre España y Gran Bretaña en 1713, los españoles tuvieron que ceder a los ingleses notables ventajas comerciales en la América española. Esto trajo como consecuencia que la puerta del comercio americano se cerrara para los franceses y se abriera para los ingleses. Las cesiones hechas por España a Inglaterra quedaron establecidas en el Tratado del Asiento y consistieron en el monopolio o asiento de la venta de esclavos negros en Hispanoamérica y el permiso para enviar un navío de 500 toneladas con mercancías a Veracruz cada vez que los españoles enviaran una flota9. Esto implicó permitir que los empleados o factores de la compañía inglesa entraran y se establecieran en el territorio novohispano mientras efectuaban sus operaciones comerciales. La presencia de los comerciantes ingleses en Nueva España no fue desde luego masiva ni mucho menos, pero sí tuvo un impacto que no se puede menospreciar. Aunque fuera gota a gota, apenas unos cuantos individuos, la intervención de los ingleses fue horadando el sistema comercial español, y aquí solo nos referimos al comercio legal autorizado por el Tratado del Asiento, no al contrabando que era enorme desde mucho tiempo atrás. Baste pensar que los tratos clandestinos entre los novohispanos y los ingleses era una práctica tan normalizada que esos tratos figuran como un mecanismo cotidiano de intercambio entre ingleses y veracruzanos en la novela Coronel Jack, del primer gran novelista inglés Daniel Defoe.