The Empire

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Tenían por norma que les pagaran al final de cada concierto, pero el dueño del Phil’s, uno de los bares donde tocaban, les pidió que le dieran oportunidad de que les pagara mensualmente. Aunque a regañadientes, aceptaron. El primer mes todo salió bien. Al siguiente, Felipe Macedo, el gerente del lugar, solo pudo saldar la mitad de lo acordado. Prometió que recibirían lo que faltaba en unas semanas, sin falta. Lo apalabrado el día del pago se fue atrasando y resolvieron enfrentar el problema. Reunidos en el Phil’s, se dieron cuenta de que Macedo de nuevo pretendía postergar lo que había prometido. Ricardo le dio la espalda y caminó hacia la salida. Llegó a la barra y usó la guitarra como bastón para arrasar con los vasos y las botellas. Prometió regresar al día siguiente por su pago. Cuando volvieron al Phil’s los esperaba una comitiva y recibieron su pago con todo e intereses. Al final, Felipe Macedo todavía les dijo: «Si no les rompí los brazos es solo porque son amigos de Lafitte; además necesitan de ellos para ganarse la vida».

Llevaban casi medio año recorriendo el circuito de bares, y Lafitte los reunió para hablar con ellos. Era momento de dar el salto a una presentación como titulares. Debían dejar de ser una buena banda de covers para empezar a mostrar su material original. Tenían suficientes canciones para hacerlo. El viejo los hizo poner los pies en la tierra. Andaban deslumbrados con los conciertos, con las fans que conquistaban y con la fama que en poco tiempo habían conseguido. Lafitte sabía que si no daban un paso adelante, no pasarían de ahí. Había muchas bandas parecidas, con algo de talento. Sin embargo, era necesario trabajar más y con objetivos bien definidos para ascender al siguiente nivel. De modo que fue directo al grano: era hora de grabar un disco. Sin eso, no tenían tarjeta de presentación. No les gustó nada oír las palabras de Lafitte. No les gustaba que los criticaran, y Lafitte les estaba jalando las orejas. Pero como tenían crédito pendiente con él, estaban obligados a oírlo. Decidieron, pues, que el 2000 sería el año en que Lazy Mayhem Orchestra se revelaría al mundo.

Al abstraerse en el proceso creativo con el fin de concebir canciones, poco a poco fueron ganando más solidez. Las ideas se multiplicaron y descubrieron nuevos caminos. A lo largo del proceso, Tiago y Eddie forjaron una gran complicidad, aprendieron a construir una base rítmica sólida para que Mário y Ricardo pudieran lucirse. El bajista era el único que tenía una formación musical, así que empezó a incorporar teclados y sintetizadores a las creaciones. Eran una banda de rock puro, pero él ayudaba a dar diversidad a los ambientes en que se movían.

Mientras tanto, las facturas de la vida que llevaban comenzaron a llegar. El ambiente en las familias Gomes estaba al borde de la crisis. Los padres de los primos los tenían entre la espada y la pared, y entre más presionaban, ellos se sentían cada vez más acorralados. La cuerda acabó por romperse. Tiago y Ricardo dejaron de ir a la escuela y se fueron a dormir con Mário al Dramático. El dinero que ganaban en los bares era suficiente para que comieran bien, y pasaban casi todo su tiempo libre ensayando. Sus padres llegaron a presentarse en la Woodstock para tratar que sus hijos entraran en razón, pero su esfuerzo fue vano. Ya eran mayores de edad y no podían obligarlos a volver a su casa. Estaban convencidos de haber tomado la decisión correcta.

La desconfianza paternal no aplicaba al caso de Eddie. La pareja Steppleton nunca le limitó a su hijo el acceso al alcohol y a las drogas. Lo educaron de forma liberal y no creían en el poder de la prohibición. Madre e hijo compartían con frecuencia los mismo cigarros de marihuana en el estudio de Lady Marion. Ella se iba a pintar, mientras que él se quedaba escribiendo letras para la banda. Fue en una fiesta en esa casa —a la que llegaron sin invitación— que los amigos tuvieron su primer experiencia con cocaína. La lujosa mansión estaba repleta de invitados. Para el trío de adolescentes aquello era la entrada a un admirable mundo nuevo. Confiesa Tiago:

Parecía como si estuviéramos en una película: hombres mayores rodeados de mujeres jóvenes, y mujeres mayores acompañadas de muchachos mucho más jóvenes que ellas. Había un grupo de chicos y chicas de nuestra edad que andaban por ahí, tan deslumbrados como nosotros. Reconocía algunos de los rostros de la televisión, eran actores o modelos o las dos cosas. Circulaban charolas de comida por todas partes, había botellas de alcohol sobre todas las superficies. Eddie volteó hacia nosotros y nos dijo que nos relajáramos. Para él era fácil decirlo, era su casa. Nos presentó con sus padre y aun cuando no nos habían invitado nos agradecieron por haber asistido y nos dijeron que nos divirtiéramos. Seguimos su consejo religiosamente. A media noche, ya muy borrachos, nos sentamos en uno de los sofás de una sala con un trío —un muchacho y dos chicas que decían ser modelos—. Nosotros dijimos ser músicos. Creo que ninguno mintió, pero ninguno dijo la verdad completa. Pasó una mujer mayor, guapa a morir, de vestido negro con un escote descomunal, que le entregó al muchacho una cajita. Él la abrió e hizo unas líneas de polvo blanco sobre la mesa, frente a nosotros. Nos invitaron a esnifar cocaína. Mário no lo pensó dos veces. Temerosos, también la probamos. ¡Y nos gustó! Poco tiempo después Ricardo desapareció y yo me borré. No me acuerdo de nada.

El guitarrista se escapó a una de las habitaciones del segundo piso, acompañado de una de las modelos que estaban en el sofá. Susy —así se llamaba la futura esposa de Ricardo—, quien después de esa noche no volvió a despegarse de ellos. Iba al Dramático y asistía a todos los ensayos y los conciertos. Con el tiempo aprendió a montar el PA. Fue la primera roadie de la banda.

Sabían cuál era el paso que debían dar a continuación: grabar un demotape que sirviera para presentar a la Lazy Mayhem Orchestra. Sin ese registro no lograrían sentarse frente al escritorio de ninguna disquera. Sin embargo, un demotape, por simple que fuera, exigía tiempo y rentar un estudio, lo cual era bastante caro. Una tarea complicada para ellos, que no tenían dinero.

Mário les presentó una alternativa. Le habló a los amigos de un primo que tenía un restaurante en Coimbra. Hablaba de él como si fuera un viejo conocido, aunque ellos no recordaban haber oído nada de ese primo. Hasta donde sabían, Mário había roto los lazos con toda su familia. De cualquier modo, prefirieron no hacer preguntas. Anastácio Andrade era el dueño de El Horno de Leña, un lugar famoso por su comida tradicional portuguesa. Quería transmitir un anuncio en la radio regional, necesitaba un jingle y estaba dispuesto a pagar por él. Un par de llamadas después habían fijado el precio: cincuenta mil escudos por la canción. Tiago era el más reticente. No podía creer que fueran a componer el jingle de un restaurante para tragones, si no tenían siquiera donde grabar. Eddie, que consideraba que era una idea genial, alegó que no se trataba de una canción. Les bastaba con escribir una frase y grabarla en el Dramático, con sonido directo, usando el material de Laffite. Valdría la pena el esfuerzo. Estaba en juego dinero fácil.

Recurrieron al pobre Lafitte, quien instaló un estudio improvisado y se vio obligado a asumir las funciones de ingeniero de sonido. Esa misma noche grabaron un tema de veinte segundos con la frase «El Horno de Leña lo está esperando. Vamos a comer sabroso… ¡Es delicioso!». La melodía, desvergonzadamente inspirada en «Barbie Girl» de los Acqua, pasó durante toda la primavera y el verano en los cortes comerciales de las estaciones de radio locales de la Beira Litoral. Fue la primera canción de su autoría en ser registrada en la Sociedad Portuguesa de Autores, aunque el nombre del compositor estuviera atribuido al desconocido Anastácio Andrade, el «primo» de Mário. Eran muy bajas las expectativas de que el pago fuera realizado de acuerdo con lo acordado, por eso sorprendió a todo el grupo (a excepción del promotor de la negociación) que les pagaran los cincuenta mil escudos la semana siguiente. Con ese dinero en la bolsa, salieron en busca de un estudio de grabación. Encontraron un hueco en la agenda de Alcochete, cuya sala de grabación no tenía más de diez metros cuadrados. El técnico de sonido iba de un lado para otro, ajustando los micrófonos sin dirigirles la palabra. Se limitó a indicarles el rec y el stop haciéndoles señas con las manos para que supieran cuando estaba grabando. Las dos horas que pasaron en aquella salita les costaron cien mil escudos, y no pudieron grabar más que tres temas: «This Bitch», «A Minor» y «Suburbia». Mário recuerda que quedaron muy decepcionados con el resultado.

Echamos a perder esa oportunidad. Éramos inexpertos… El tiempo del estudio estaba limitado y el reloj no paraba de presionarnos. El resultado final fue bastante pobre, pero ¿qué podíamos hacer? Era nuestra demotape, con aquellas tres canciones teníamos que conquistar el mundo.

La primera persona a quien mostraron la grabación fue Lafitte. Apenas iba a la mitad «This Bitch» y ya estaba arrugando la nariz. Afirmaba que eran «mucho mejores que esa mierda». Aun cuando fuera cierto, era con «aquella mierda» que tenían que ir a la lucha. Intentaron en varias disqueras. Enviaron cartas de presentación junto con la maqueta. Sin respuesta. Volvieron a enviar cartas y preguntaron a todos los conocidos —amigos, dueños de bares, colegas de otras bandas, periodistas— si sabían de alguien que pudiera abrirles las puertas. Empezaban a desesperarse, cuando Tiago se le ocurrió dar miniconciertos en la mismas disqueras donde querían ser recibidos. Podía suceder que a alguien le pareciera chistoso y por esa razón decidieran recibirles la maqueta.

Intentaron en las principales firmas con sede en Lisboa, pero solo atrajeron la atención de los de seguridad. Los corrían de mal modo. Por la manera como los miraban, parecía que no habían sido los primeros en ejecutar esa idea. De la lista que tenían, ya solo les quedaba la Gramophone, y la fiel Susy los ayudó a montar el circo en la entrada de la empresa. Lo hicieron lo más rápido posible, para evitar que los de seguridad o la policía los interrumpiera antes de que pudieran tocar un par de canciones. Conectaron los amplificadores a un generador que les habían prestado y comenzaron a tocar. La Gramophone estaba situada en el actual Parque das Nações. Había mucha gente caminando en la calle y al oírlos acababan dándoles dinero. Grupos de adolescentes que seguramente se habían escapado de clases, se sentaron a escucharlos. Por fin salió alguien del edificio y les preguntó qué querían. Ellos explicaron el objetivo de aquel espectáculo, y diez minutos después les dijeron que serían recibidos. La reunión no duró mucho. Se limitaron a entregar la maqueta y a presentarse, medio abochornados. Miguel Marques, uno de los A&R**** de la Gramophone Records recuerda a la fecha:

 

En ese momento recibía maquetas, cassettes, demotapes y solicitudes de entrevista todos los días. Había decenas de bandas nuevas que surgían a cada instante y era imposible prestarles mucha atención. Confieso que le encontré gracia al modo en que se presentaron. No todo el mundo tiene los pantalones para plantarse y tocar en la puerta de una disquera. Había una buena dosis de irreverencia que me pareció atrayente, pero quedé bastante desilusionado con la reunión. Eran demasiado jóvenes, apáticos, demasiado impresionados con mi presencia y sin saber lo que querían. No tenían ni mánager… Si nadie apostaba en ellos, ¿qué esperaban de mí? Vivíamos tiempos de vacas flacas, acababan de llegar los download piratas, la época de oro del Napster. Necesitábamos recortar gastos. Era una cuestión de supervivencia y hasta se hablaba de cerrar la oficina de Lisboa. En este contexto, apostar por desconocidos era casi un suicidio. El sonido tenía algo de potencial, los chicos demostraban virtuosismo, pero hasta ahí llegaban. La grabación era muy mala, por ejemplo. Yo necesitaba gente que tuviera una estructura profesional que los apoyara, así reduciría los riesgos. Acabé por deciles que no, pero los recomendé con otra disquera, nacional y más pequeña. Conocía al dueño y creía que a pesar de todo merecían una oportunidad.

El fin de año se acercaba, cuando recibieron una llamada de Paulo Fontes, dueño de la S&M Records. Les informó que los había recomendado Miguel Marques y estaba interesado en agendar una reunión para oír la maqueta de los Lazy Mayhem. Ellos creían que entrarían al mundo de la música por la puerta grande, pero después de tantos esfuerzos la única invitación que recibieron fue de una disquera pequeña. La realidad era como un balde de agua fría lanzado sobre sus expectativas, aunque también se dieron cuenta de que aquella podía ser la única posibilidad de éxito que tenían. Quedaron de verse dos días después. Paulo Fontes era una persona afable, con el cuerpo cubierto de tatuajes, que mantenía a flote la S&M Records con dosis iguales de creatividad financiera y mucha pasión.

Cuando escucharon la maqueta en la oficina de Fontes, ellos se retorcieron en las sillas. Entre más escuchaban, más se notaba la precaria calidad de la grabación. Si la decisión hubiera dependido de aquel sonido, no habrían tenido posibilidad alguna, sin embargo el dueño de la disquera había hecho la tarea y eso les ayudó. Las críticas que recabó de las presentaciones en vivo de los Lazy Mayhem eran muy favorables, y eso le daba confianza suficiente para ofrecerles un contrato. Tiago se acuerda que no lograron ocultar su alegría:

Tan pronto como oímos aquellas palabras nos pusimos eufóricos. Todo aquello por lo que habíamos batallado valdría la pena. Nuestra reacción fue tan exagerada, aunque sincera, que temí que Fontes se arrepintiera y se retractara. Parecíamos demasiado desesperados…

Lo peor vino después, cuando vieron lo que estaba sobre el escritorio. La S&M Records estaba dispuesta a cederles tiempo de estudio ilimitado para grabar un álbum. Paulo Fontes asumiría el trabajo de producción. La disquera les entregaría cien mil escudos por cabeza y otros cien cada que el disco vendiera quinientas copias. La mitad de los derechos de representación y promoción de los Lazy Mayhem pasarían a las manos de la disquera. Cuando Paulo Fontes terminó de presentar su propuesta, comenzaron a reírse. La cantidad que recibirían por la grabación era irrisoria, y todavía tendrían que renunciar a una parte sustancial del ingreso base de la banda: las ganancias de los conciertos. De inmediato le dijeron que no. El empresario no se mostró muy preocupado. Se limitó a pedirles que lo pensaran mejor y que le dieran una respuesta definitiva de ahí a unos días.

Susy y Lafitte esperaban noticias de la reunión en la Woodstock. Cuando los vieron entrar notaron los rostros apesadumbrados, evidencia de que las cosas no habían salido bien. Resumieron lo sucedido, acusando a Paulo Fontes de charlatán. No valía la pena aceptar un regalo envenenado como aquel, concluyeron.

Lafitte se quedó callado durante un rato, de brazos cruzados, con los ojos cerrados, como si estuviera rumiando la situación, pensando los pros y los contras. En esos casos era mejor no interrumpirlo. Por fin, abrió los ojos, volteó hacia ellos y defendió la propuesta. Les dijo que era una oportunidad única que no podían despreciar. Esa declaración fue el inició de una discusión determinante para el futuro de The Empire. Los músicos no se esperaban una respuesta como aquella, y al principio el silencio se impuso en el salón. El primero en articular un argumento fue Mário, el más impulsivo del grupo. Comparó las condiciones puestas sobre la mesa con trabajo esclavo y añadió que sería una vergüenza aceptar aquella oferta. El extremismo de ambas posturas que siguió es descrito por Susy Gomes:

Tengo grabado en la memoria ese momento. Me acuerdo de que Lafitte volteó hacia Mário y le soltó un sermón tremendo: «Mírate en el espejo, por favor… —le pidió—. Ustedes no existen, son un sueño megalómano de cuatro pendejos que saben tocar tres acordes. Se ganan la vida como changuitos, imitando a bandas famosas, en bares de segunda y de tercera categoría. Viven en un salón prestado por un viejo que tiene el cerebro frito por la droga y que no sabe qué hacer con el tiempo que le queda de vida. ¿Y piensan que van a tener oportunidades mejores que esta?». Lafitte hizo una pausa y bajó el tono de voz antes de añadir: «Si son tan buenos como creen, ¿dónde está su mánager? ¿Dónde está el A&R de una disquera grande que les dé un contrato para firma? ¿Saben por qué nadie les llama? ¡Porque no valen nada!».

Lafitte era así. Daba sus opiniones de forma brusca, sin medir las consecuencias de sus palabras. Demostraba poca sensatez al decirlo de aquella manera, en un momento en el que todos se sentían derrotados. Mário reaccionó de forma impetuosa y amenazó con irse de la Woodstock para nunca más volver. El viejo todavía trató de retractarse y explicarle que, por mucho que los quisiera, tenía que ser realista con respecto al futuro. Pero era demasiado tarde. Mário se levantó y, antes de azotar la puerta, soltó un sonoro: «¡Chingas a tu puta madre!». Se hizo un silencio sepulcral. El vocalista y Lafitte tenían una relación especial, mucho más importante que la firma de un contrato con una disquera. Aquella discusión los angustió, y Ricardo fue detrás de Mário para tratar de calmarlo, asumiendo su papel de mediador. Susy cuenta como el vocalista se mostró inflexible:

Ricardo trato de convencerlo, pero Mário no quiso volver al Dramático. Se pasaba los días en cafeterías o bares, bebiendo solo. Dormía en bancas de parque. No estaba escondido, sabíamos dónde encontrarlo, sin embargo era mejor dejarlo en paz. Era difícil para todos. Ricardo y Tiago habían abandonado la casa de sus padres y no tenían grandes perspectivas de vivir bien, pero para Mário era una cuestión de supervivencia. Ricardo estaba seguro de que si la banda no tenía éxito, su amigo se mataba o se dejaba morir. Lafitte, por otro lado, estaba arrepentido de lo que había dicho. Habló con los otros tres y les explicó lo que pensaba de los Lazy Mayhem. Estaba de acuerdo con que no era el mejor contrato del mundo, pero era la única alternativa que tenían. Por lo menos en ese momento. Sería un escalón más. Dos días después de la discusión, Ricardo volvió a encontrarse con Mário. Se sentaron a platicar y llegaron a la conclusión de que no tenían alternativa. Aceptarían la oferta. Mário también estaba arrepentido de lo que le había dicho a Lafitte y quería hacer las paces. Acordaron firmar el contrato con Paulo y celebrar con bombo y platillo en el Dramático el álbum de debut de la banda y la reconciliación. Al mismo tiempo, darían una noticia de primera mano: invitar a Lafitte para que fuera el mánager oficial de los Lazy Mayhem.

Ese día, después de la comida se dirigieron a la S&M Records. Aceptaron los términos del contrato, programaron las fechas para comenzar con las grabaciones y sellaron el acuerdo con un apretón de manos y una botella de vino. Cuando salieron de la disquera, Ricardo recibió una llamada de Susy. Tenía un celular nuevo, regalo de su madre para estar siempre en contacto, ahora que estaba fuera de casa. Le extrañó la llamada de Susy porque ella había quedado de ir a la Woodstock para preparar la cena de la celebración.

—Ricardo… Acabo de llegar al Dramático —dijo llorando, muy alterada— Es Lafitte… Está muerto.

Notas:

* El padre de Ricardo Gomes. [N. del A.]

** Canción de cumpleaños en portugués. [N. de la T.]

*** Nombre del supermercado local. [N. de la T.]

**** El A&R (Artist & Repertoire) de una disquera es el responsable del scout de talentos y de la supervisión de su desarrollo artístico. [N. del A.]

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El riff inicial de la guitarra. Como si abriera las puertas del cielo… Una guitarra muestra, como ningún otro instrumento, el poder del rock. La versatilidad de una canción depende de la capacidad de controlar ese poder y de introducirlo en la estructura orgánica completada por el bajo y la batería. Con esa dinámica, la canción queda lista.

Entrevista de Richie Gomez para Guitar World:

Los ocho momentos de una canción de rock

La tarde del 11 de noviembre de 2000, Miguel Lafitte murió víctima de un accidente vascular cerebral. Los médicos lo atribuyeron a las decenas de años de consumo de alcohol, tabaco y drogas. Sin embargo, Mário tenía una opinión diferente. Cree, hasta el día de hoy, que la tragedia fue causada por la discusión entre ambos. Sin Lafitte, la banda quedó desprovista de asidero. Sin él, eran un grupo de postadolescentes que no sabían hacia dónde ir. De entrada, se iban a quedar sin un espacio dónde dormir y ensayar.

El local de la Woodstock era rentado, así que tan pronto como el dueño supo de la muerte de Lafitte, les informó que quería la tienda vacía lo más rápido posible. Como su querido amigo no tenía familia o herederos conocidos, los cuatro se convirtieron en los fieles depositarios de todo cuanto él poseía. Los instrumentos estaban a consignación, por lo que regresaron a los distribuidores de las marcas. El material usado, los discos, las revistas y los archivos quedaron a su disposición. Pasaron el peine, pieza por pieza, artículo por artículo, y escogieron las mejores cosas, sobre todo instrumentos y discos. Se sentían incapaces de vaciar el espacio porque el dolor de la pérdida de Lafitte era demasiado fuerte. Susy fue quien organizó todo. Vendió en lote y a precios de saldo los objetos que ellos no querían. Al final, acabaron con una vieja Ford Transit, llena de cacharros y poco más de cien mil escudos en la cartera, ya contando con el adelanto de la S&M Records. Necesitaban con urgencia un lugar para guardar sus pertenencias y dónde dormir.

Fueron semanas duras. Cancelaron los conciertos —única fuente de ingresos de la banda— para concentrarse en el trabajo de estudio y tener el disco listo cuanto antes. Pronto se dieron cuenta de que también necesitaban dinero para comer. Los primos Gomes eran demasiado orgullosos para recurrir a su familia.

Eddie fue quien les aseguró la sobrevivencia. Estacionaban la Transit en un parque de acceso gratuito y esperaban a que el inglés les llevara comida, bebida y tabaco. Los bancos servían de cama, y la puerta trasera hacía las veces de mesa para comer. El bajista tenía dificultades para expresar sus sentimientos y se encerraba en un mundo donde solo él entraba. De esta manera era como demostraba la importancia que tenían los amigos en su vida. Comer así, soportando tras las espaldas un maletero repleto de cachivaches, era su definición de amistad. Aquellos momentos sirvieron para hacer luto por Lafitte.

 

Paulo Fontes comenzó a preocuparse. Ya les había entregado el adelanto con la firma del contrato y necesitaba terminar el álbum para recuperar la inversión. A pesar de que no conocía a Lafitte, respetó el luto durante una semana. Ahora era momento de volver al trabajo. La incansable Susy descubrió una buhardilla libre en el Príncipe Real. Era una sola extensión de treinta metros cuadrados con un baño al lado y evidentes señales de decadencia. Pertenecía al contador de la agencia de modelos donde trabajaba. Les pidió una renta mensual de treinta mil escudos por mes, a partir de que terminaran las obras para rehabilitar el lugar. Estuvieron de acuerdo, sobre todo porque serían ellos quienes harían los arreglos, y eso sería la excusa perfecta para insonorizar el espacio, así tendrían un lugar para ensayar. Mário se acuerda del sitio que se encontraron:

El altillo estaba completamente arruinado. Había una ventana muy grande y sin vidrios, solo con los marcos de madera que amenazaban con soltarse en cualquier momento. El techo tenía uno que otro agujero por donde se colaba la lluvia, y descubrimos que la regadera del baño no funcionaba. A pesar de eso, nos quedamos con el lugar. Hicimos los arreglos. El trabajo físico fue una especie de catarsis para lo que nos había sucedido.

Al darse cuenta de que el edificio estaba prácticamente deshabitado, desistieron de la idea de insonorizar y se limitaron a hacer obras ligeras para garantizar su supervivencia en aquel lugar. Tiago ya era especialista en seleccionar basura para su eventual rescate y reciclaje. Luego de una semana, los treinta metros cuadrados contaban con dos literas de metal, una colección de instrumentos que incluía una batería, un equipo de sonido y dos televisores.

Eddie propuso que si el salón de la Woodstock había sido el Dramático, el nuevo cuartel general también debía ser bautizado. Luego de algunas discusiones, se decidieron por Coliseo, en otra referencia a una emblemática sala de espectáculos. Mário parecía alejado de esa plática. La excitación por la proximidad de la grabación, y el esfuerzo físico de las obras, empezaban a causarle un dolor que temía que no desapareciera. Haber encontrado a alguien en quien confiar fue un paso muy grande para quien nunca había recibido afecto. No lograba lidiar con la pérdida de Lafitte. Sobre todo, por las causas que la precedieron. Se refugió en la bebida y se le fueron las ganas de grabar. La banda estaba viviendo un momento paradójico. Estaban haciendo aquello por lo que tanto habían luchado, precisamente en el momento en que se sentían vacíos, llenos de miedo, incapaces de levantar el vuelo. Solo la insistencia de Paulo Fontes los obligó a programar las necesarias sesiones de trabajo. El distanciamiento de Mário acabó por perjudicar el resultado, según explica Tiago:

Las grabaciones no estuvieron mal. Paulo era un buen técnico y, a pesar de que el equipo de la S&M era modesto, sabía lo que estaba haciendo. Logró cocinar un omelette con pocos huevos. Nosotros tocamos casi de forma mecánica. Todo muy bien hecho, pero sin alma. Tal como había sucedido con la grabación de la maqueta, nos inhibimos y no pudimos sacar todo lo que teníamos. Para empeorar la situación, Mário era una sombra de sí mismo. Él era quien electrizaba al público y ahora estaba apagado. Por eso fue que perdimos autenticidad.

Grabaron los mismos temas que conforman el álbum debut de The Empire. La única diferencia entre el disco de la Lazy Mayhem Orchestra (todavía se llamaban así) y el primer álbum de los The Empire (nombre con el que se presentarían de manera definitiva al año siguiente) era el orden de las canciones: «Big Mamma, Fat Pussy», «This Bitch Ain’t Gonna Fuck Me No More», «A Minor», «Faster», «My Head Aches», «Love To See You Move», «My Chair Is Burning», «I Can’t See You», «Feeling Alone», «Depravation» y «Suburbia».

Durante las grabaciones surgieron diferencias de opinión entre los Lazy Mayhem y Paulo Fontes. La banda deseaba un sonido más rudo, parecido a la batería, el bajo y las guitarras clásicos del rock, mientras que el productor defendía que podían ir un poco más lejos. Como no pudieron llegar a un consenso, y ya habían perdido bastante tiempo, dejaron el material en bruto; Fontes lo perfeccionaría en la fase de producción.

Tiago considera que la experiencia adquirida tocando en vivo contribuyó mucho para acortar el tiempo de la grabación, que se limitó a cinco días:

Para nosotros solo tenía sentido si tocábamos juntos y al mismo tiempo. Nos era muy extraño eso de tocar cada uno por su lado, con audífonos en la cabeza, sin sentir la vibración del compañero que estaba al lado. Tal vez por eso fue tan rápido. Eddie y yo grabábamos casi siempre en conjunto, y hubo canciones, como «Suburbia» o «My Head Aches», en que registramos todo de golpe, en un solo take.

Después de las grabaciones, y por primera vez en muchos meses, se separaron. No soportaban estar juntos. El hecho de permanecer unidos no les permitía superar el pasado, aun cuando ya lo hubieran aceptado. Terminadas las sesiones en la S&M, cada uno siguió su camino.

Vivir cerca de Barrio Alto fue un puerto de abrigo para Mário. Iba todas las noches, solo o acompañado, y bebía vasos de vino tinto con los amigos que se encontraba en la Tasca do Zé. Hizo amistad con Choina, un tipo que arreglaba coches y pasaba droga para completar el gasto. Inevitablemente probó la heroína y dejó de aparecerse por el altillo. Se pasaba el día entero en la Tasca y por la noche erraba sin rumbo. Para conseguir fondos le ayudaba a Choina a distribuir los encargos a los clientes sin que la banda supiera. Ricardo pasaba su tiempo libre con Susy. Después de la semana de grabación desaparecieron en el Citroën AX de la modelo durante cinco días y nadie supo de ellos. Regresaron con los hombros izquierdos tatuados: ella con una R y el con una S. Mientras tanto, Tiago intentó volver a acercarse a sus padres. Cenaron juntos y estuvieron una noche entera hasta las cuatro de la mañana tratando de entender las decisiones del hijo. El más relajado del grupo era Eddie. Tenía una vida familiar estable (a su manera) y era quien menos contacto había tenido con Lafitte.

A pesar de las vacaciones autoimpuestas, el álbum quedó listo a inicios de 2001. Era resultado del trabajo a contrarreloj de Paulo Fontes, que quería recuperar su magra inversión. Se juntaron en la S&M y escucharon el registro dos veces seguidas, sin hacer grandes comentarios. Tenían noción de que tocaban mucho mejor en vivo, pero el resultado no los avergonzaba. La emoción de tener por primera vez un material grabado también opacaba su sentido crítico. Paulo les dijo que Eddie lo visitó algunas veces. Le había dado consejos sobre cómo hacer sobresalir las virtudes sonoras de los Lazy Mayhem: «Un día será un gran productor de música», profetizó el dueño de S&M.

La selección del título para el álbum hizo surgir un nuevo punto de fricción. Mário sugirió «Big Mamma», para incredulidad de Paulo Fontes, porque sabía que era una de las letras preferidas de Eddie.