La mano del fuego

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Z serii: Candaya Poesía #14
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La obra lírica de Joan Vinyoli, turbadora y luminosa a la vez, es como aquella “lucecita de la taberna [que] se filtra por los vidrios empañados de telarañas, llamándonos al convite” del poema “Una lápida”. El lector va a encontrar en ella una infinidad de estímulos para la reflexión acerca de la necesidad del canto (de la poesía, en definitiva), de la inexorabilidad de la pérdida, de la sensación casi física de los zarpazos del tiempo en nuestro ser, de la urgencia de recurrir a los paraísos artificiales por ver de no naufragar en la angustia, del inexcusable cumplimiento del goce, de la condición permanentemente sedienta del deseo humano, del raro milagro del amor, de la realidad última e incontestable de la muerte. Lo que une esa variedad temática, a mi modo de ver, es la captura de la belleza, que Vinyoli hace suya de una forma casi mística, como queriendo diluir su conciencia en ella: en la contemplación, en suma. Una contemplación que se convierte en verso magníficamente tallado, a veces quebrado para mejor subrayar el silencio meditativo, a veces dotado de algunos trampantojos para mejor dar cuenta de la equivocidad de todo lo que nos rodea.

Vinyoli, en su poesía, se convierte –se sustancia– en esa inquietante bola de billar del poema transcrito, en el gallo de la veleta que da vueltas al compás alocado del viento del ser, en una escafandra que permite sumergirse en el océano de la conciencia o, consecutivamente, en

Resucitado conejo lleno de pintura

roja, en desollado estremecimiento,

decapitado pollo dando unos pasos

horribles hasta caer en el gran charco.

El poeta tenía una intuición muy aguda para crear correlatos objetivos, al decir de Eliot, a veces absolutamente abrumadores. Y para alternarlos con algunos de los símbolos más socorridos de su lírica, como el del árbol que se desarraiga y corre hacia no se sabe dónde, hacia lo oscuro, hacia lo insondable, hacia lo Callado:

corren los árboles ciegamente hacia la noche.

En la poesía de Joan Vinyoli convive esa honda reflexión sobre la vida y la muerte, sobre la dicha y el dolor, sobre el amor y la melancolía, sobre lo uno y lo diverso, sobre la conciencia y la dispersión, con hallazgos deslumbrantes, en los que parece recomendarnos disfrutar de las pequeñas cosas reveladoras:

Mira, pesa, palpa

la delicadeza de las bellotas.

Como se desprende del portentoso “Días en el campo”, se trata de educar la mirada para ser capaz de ver aquello que nos distingue más inequívocamente en tanto que hombres y mujeres. Su mirada a veces se torna telescopio (y entonces une el claror de los astros con la necesidad de luz del ser), a veces se torna microscopio (y entonces consigue aislar la grandeza de los universos minúsculos para aprender de ellos). Pero, sea como fuere, Vinyoli –quien se definió en algunos poemas como “Joan cargado de sombras” y “huésped inexperto de la tierra”–, el gran, inmenso poeta que es Joan Vinyoli, ese que, al amar, “adora hasta el esqueleto”, el mismo que nos propone usar de los muertos para no distanciarnos demasiado de lo que fuimos ni de su legado, Joan Vinyoli, acaso el más grande de los poetas que ha dado la lengua catalana durante el siglo XX –en cualquier caso, sí el más influyente–, no deja jamás de mostrarnos en sus estremecedores versos “la antigua fuerza de la mano del hombre”, como concluye en el poema citado:

Legón, azada, azadón,

dicen por el mango la indefensión

de no poder servir sin la mano de un hombre,

pero proclaman sin tregua,

bajo el óxido del filo,

LA MANO DEL FUEGO Antología poética
EL CAMPANARCAST

Sovint, sovint, com per la dreta escala

d’un campanar, fosca i en runes,

pujo cercant la inaccessible llum;

ple de fatiga dono voltes,

palpant els murs en la tenebra espessa,

graó rera graó.

Però de temps en temps,

sento la veu de les campanes,

clara i alegre, ressonar,

tocant a festa allà en l’altura,

i veig per la finestra en el silenci

de l’alba els camps estesos, esperant.

Aurores de la infància, com us trobo

llavors, ah, com encara dintre meu,

una llavor de joia perdurable

pugna per fer-se planta exuberant!

Com crides, infantesa, en les profundes

capes del cor, com, de genolls, et trobo,

Déu meu, llavors, tornat pura lloança!

EL CAMPANARIO CAT

A menudo, a menudo, como por la empinada escalera

de un campanario, oscura y en ruinas,

subo buscando la inaccesible luz;

extenuado doy vueltas,

tanteando los muros en la tiniebla espesa,

peldaño tras peldaño.

Pero de tanto en tanto,

oigo la voz de las campanas,

clara y alegre, resonar,

tocando a fiesta allá en la altura,

y veo por la ventana en el silencio

del alba los campos extendidos, esperando.

¡Auroras de la infancia, cómo os encuentro

entonces, ah, cómo aún dentro de mí,

una semilla de júbilo perdurable

pugna por hacerse planta exuberante!

¡Cómo gritas, infancia, en las profundas

capas del corazón, cómo, de rodillas, te encuentro,

Dios mío, entonces, vuelto pura alabanza!

SOL DAVANT TEU CAST

Sol davant teu, encesa llunyania

reveladora, digue’m el secret

que vetlla en tu.

Silenci.

L’últim clam

del dia mor, deixant-me sols preguntes.

Com ara el món, així també la vida:

posta constant, fluent, cap a naixences

que no sabem.

De tants que et precediren

i ja no són, avui ets el resum:

petita veu que puja com la flama,

dient només: Tots som per a morir.

Un breu instant, però, sobre la terra

cremar estimant t’és concedit.

Altre saber no t’és donat: cal perdre’s

en foc humil, però l’amor coneix.

SOLO ANTE TI CAT

Solo ante ti, encendida lejanía

reveladora, dime el secreto

que vela en ti.

Silencio.

El último clamor

del día muere, dejándome sólo preguntas.

Como el mundo, así también la vida:

puesta constante, fluyente, hacia nacimientos

que no sabemos.

De tantos que te precedieron

y ya no están, hoy eres el resumen:

pequeña voz que sube como la llama,

diciendo apenas: Todos somos para morir.

Pero un breve instante sobre la tierra

arder amando te es concedido.

Otro saber no te es dado: es necesario perderse

en fuego humilde, pero el amor conoce.

GALLCAST

Gall que cimeges en la torre més alta,

heus-me aquí en la partió de la nit i l’aurora.

En la nit del temps crida sempre el teu cant.

Temps difunt, temps difunt, et veig

com un riu allargant-se en la fosca.

De la terra sóc hoste inexpert,

sempre en exili, dintre meu,

mirant les aigües entre murs

de la ciutat abandonada.

Gall que cimeges en la nit,

gall salvatge endinsat

en la boscúria espessa –qui no es mou

de la ribera trista, contemplant

el pas feixuc de l’aigua morta,

mai no et veurà ni sentirà el teu crit.

Però el bon caçador que es lleva

a l’hora greu entre la nit i l’alba,

sent la crida en el bosc,

ple de secretes aigües vives,

i pren el camí que duu

cap a la veu intacta.

Penell tocat per l’aurora,

al cim de tot de la flama,

pausadament gira el gall.

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