El ecologismo de los pobres

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Hay necesidad de considerar simultáneamente las distintas formas de conocimiento apropiadas para los diferentes niveles de análisis. Esto se nota en el nacimiento de la Economía Ecológica y también en las frecuentes exhortaciones a las evaluaciones integradas, a moverse en un marco holístico, a respetar la «consiliencia» entre las diversas ciencias de manera que los supuestos de una no sean negados por los hallazgos de otra (como dice Edward Wilson), o las demandas para apoyar el análisis de sistemas, o, en fin, la «orquestación de las ciencias». Todo esto concuerda bien con las ideas de la «coevolución» y de la «complejidad emergente», que implican el estudio de las dimensiones humanas del cambio ecológico y, por lo tanto, el estudio de las percepciones humanas sobre el medio ambiente. Esto significa introducir en la ecología y en la demografía la actuación humana autoconsciente y la interpretación humana reflexiva. Mientras la «complejidad emergente» examina el futuro inesperado, la «coevolución» mira a la historia. La complejidad surge del comportamiento no lineal de los sistemas y además de la relevancia de los hallazgos de distintas disciplinas para predecir lo que sucederá. Por ejemplo, la política sobre el efecto invernadero debe considerar también lo que ocurre en la política sobre la lluvia ácida ya que el dióxido de azufre tiene un efecto que contrarresta los aumentos de temperatura. A veces la investigación en lugar de alcanzar conclusiones firmes, lleva a un aumento de la incertidumbre. En general, hace falta investigar no sólo las complejas relaciones físicas y químicas, sino también la demografía humana, la sociología ambiental, la economía y la política. De ahí que se proponga una «evaluación integrada» que reconozca la legitimidad de los varios puntos de vista acerca del mismo problema. Cuando existen conflictos ambientales, las conclusiones de las ciencias son utilizadas para respaldar a una u otra posición. Así, se dice, los organismos genéticamente modificados (OGM) son «sanos» pero la energía nuclear es peligrosa, mientras que las dioxinas no presentan una verdadera amenaza aunque sí estamos amenazados por disruptores endocrinos. Muchas veces los argumentos se apoyan en las inevitables incertidumbres de la información ecológica que surgen no sólo de los vacíos en la investigación, sino también de la complejidad de los sistemas. La gobernabilidad, entonces, requiere este enfoque integral, pero ¿cómo lograr la integración?

En los conflictos sobre el conocimiento rural los científicos investigan y traducen el conocimiento práctico local a términos universales (por ejemplo, el mantenimiento y experimentación cotidiana con semillas de papa se convierten en formas de conservación y coevolución in situ de la biodiversidad). La etnoecología se subdivide en etnobotánica, etnoedafología, etc. Y así los conocimientos locales sobre plantas y cualidades del suelo se elevan al rango científico que sin duda merecen. Tal vez ocurre esto también con la medicina tradicional. Por el contrario, en los nuevos conflictos de contaminación industrial, los intérpretes locales traducen el conocimiento científico (y la ignorancia científica) a un lenguaje localmente útil. No se puede invocar al conocimiento tradicional en muchos conflictos ecológicos urbanos, o en problemas globales como el aumento de efecto invernadero, o en los nuevos riesgos tecnológicos. Aquí la noción de la «ciencia posnormal» conecta lo nuevo con lo viejo, lo rural y lo urbano, lo local y lo global. Es cierto que no había ningún conocimiento tradicional sobre los peligros de la energía nuclear, sobre los impactos del DDT, el DBCP o el malathión, sobre la relación entre la contaminación urbana y el asma infantil, sobre los efectos del asbesto o amianto, ni seguramente sobre los efectos del plomo (por lo menos como aditivo en la gasolina), o sobre los peligros de los cultivos transgénicos. De la misma manera que los mineros del cobre y sus familias se volvieron expertos en la contaminación provocada por el dióxido de azufre, la gente local afectada por los impactos aprende el vocabulario que necesita.

Eso es lo que hizo una generación entera de activistas antinucleares en la década de los setenta. Mi primer encuentro con un conflicto ambiental fue en el valle del Ebro, en Cataluña, causado por una propuesta de construcción de una represa hidroeléctrica en Xerta (que no se construyó) y por la construcción de dos plantas nucleares en el pueblo de Ascò (de 1.000 Mw cada una). La lucha local en Ascò fue liderada por un sastre, Carranza, y un sacerdote, Redorat. El cura distribuía escritos en inglés sobre los riesgos de la energía nuclear, y trataba de convencer a la población (todavía bajo el régimen de Franco) de que debía oponerse a las plantas de energía nuclear.

En todo caso, el ecologismo popular no se detiene por falta de conocimiento, depende del conocimiento tradicional sobre el manejo de los recursos o del conocimiento adquirido sobre nuevas formas de contaminación o depredación de recursos, o también, muchas veces, de la incertidumbre o ignorancia sobre los riesgos de las nuevas tecnologías que el conocimiento científico no puede disipar. Los portavoces de la industria se desesperan cuando la ciencia ya no puede (en tales casos de incertidumbre) ser usada al servicio del poder. Por eso les llaman a los activistas «maestros manipuladores» que exigen «un riesgo cero», que «sustituyen las políticas sensatas por el activismo político», haciendo imposible que los reguladores públicos basen sus decisiones en la «ciencia sólida».3

La Economía Ecológica como «orquestación de las ciencias» toma en cuenta las contradicciones entre las disciplinas, también toma en cuenta los cambios en las percepciones históricas de las relaciones entre los seres humanos y el medio ambiente, y destaca los límites de las opiniones de los expertos en disciplinas específicas. Como sostienen Funtowicz, Ravetz y otros estudiosos de los riesgos ambientales, en muchos problemas actuales importantes y urgentes, en los cuales los valores están en disputa y las incertidumbres (que no pueden reducirse a riesgos probabilísticos) son altas, observamos que los expertos «cualificados» son desafiados muchas veces por ciudadanos cualesquiera o por integrantes de grupos ambientalistas. Un problema específico de gestión ambiental puede permanecer un tiempo dentro de la ciencia «normal», en la cual existen posibilidades de ir al laboratorio y realizar análisis. Luego los desafíos aparecen. También puede ocurrir lo contrario, que un problema desciende del debate posnormal a la ciencia normal (como está ocurriendo con los riesgos del amianto o asbesto). En la ciencia posnormal, a diferencia de la ciencia normal, no se puede excluir a los no expertos, porque los expertos oficiales y cualificados son manifiestamente incapaces de proporcionar respuestas convincentes a los problemas que enfrentan. La «sociedad del riesgo» de Ulrich Beck (Beck, 1992) contiene un análisis semejante, aunque referido solamente a nuevas tecnologías en países ricos (el síndrome de Chernobyl). Además, en esta propuesta de Beck la palabra «riesgo» no es técnicamente correcta porque implica distribuciones conocidas de probabilidad. En situaciones complejas o al enfrentar tecnologías nuevas, la incertidumbre predomina. Deben manejarse peligros antes que riesgos, y esto no es fácil. De ahí, por ejemplo, las estadísticas dudosas pero socialmente eficaces de la epidemiología popular del movimiento de Justicia Ambiental de Estados Unidos, los debates continuos sobre los peligros de la energía nuclear, los debates sobre los peligros de los nuevos alimentos biotecnológicos, o los argumentos orgullosos y verosímiles desarrollados por los etnoecólogos en base al conocimiento práctico de las po­blaciones indígenas y campesinas a favor de mantener viva la agricultura tradicional y multifuncional de la India, China, África y América Latina, desmantelando el muro entre el conocimiento indígena y el científico. El activismo ambiental muchas veces se convierte en una fuente importante de conocimiento. Esta es la ciencia posnormal, basada en la evaluación ampliada a los no expertos oficiales, yendo pues más allá de la estricta peer review por la propia naturaleza de los problemas, lo cual lleva a métodos participativos de resolución de conflictos y hacia la «democracia deliberativa», nociones muy queridas por los economistas ecológicos.

Con estos antecedentes de Economía Ecológica y ciencia posnormal, en el capítulo III discutiremos los índices físicos propuestos para caracterizar los «perfiles metabólicos» de las sociedades humanas y para medir su avance o retroceso hacia la sustentabilidad, incluyendo la discusión de la noción de capacidad de carga y la demografía humana. Después, en el capítulo IV, entraremos en el estudio concreto de conflictos ecológicos distributivos, tema central de este libro.

1. Ver la página web de la Fundación para la Educación Económica (www.fee.org/about/misesbio).

2. En repetidas ocasiones John O´Neill ha llamado la atención a este argumento de von Mises.

3. Anuncio en el New York Times, 26 de noviembre 1999, firmado por Daniel J. Popeo, presidente, Washington Legal Foundation, que se refiere a denuncias exageradas en cuanto a los peligros de las dioxinas. Tales portavoces de la industria deberían tomar cursos de ciencia posnormal.

III. INDICES DE (IN)SUSTENTABILIDAD Y NEOMALTHUSIANISMO

Debido a los defectos de la valoración monetaria, los economistas ecológicos favorecen el uso de indicadores e índices físicos para juzgar el impacto de la economía humana en el medio ambiente. Así, dejamos de lado las correcciones monetarias al PIB en la perspectiva de la sustentabilidad «débil» como la de El Serafy (ver capítulo anterior), o la de Hueting quien computa el coste económico de ajustar la economía a normas o estándares de contaminación o extracción de recursos. ¿De dónde provienen tales normas y estándares? ¿Dependen éstos de determinaciones científicas únicamente o de negociaciones sociales y políticas? También dejamos de lado el índice del bienestar económico sustentable (ISEW) de Daly y Cobb, calculado por primera vez en Estados Unidos, y que ha inspirado investigaciones en otros países, y cuyo resultado es una cifra conmensurable en términos monetarios con el PIB aunque muchas veces con una tendencia bastante diferente (Daly y Cobb, 1989, 1994). Los índices principales de (in)sustentabilidad discutidos actualmente son los considerados abajo. (Una discusión más detallada tanto de la sustentabilidad «débil» como «fuerte» puede verse en Martínez Alier y Roca, 2000, así como una aplicación a Ecuador, en Falconí, 2002).

 

La apropiación humana de la producción primaria neta

La AHPPN (HANPP, en inglés) es la apropiación humana de la producción primaria neta. Fue propuesta por Vitousek et al. (1986). La Producción Primaria Neta (PPN) es la cantidad de energía puesta a disposición de las demás especies vivas, los heterótrofos, por las productoras primarias, las plantas. Se mide en toneladas de biomasa seca, en toneladas de carbono o en unidades de energía. De esta PPN la humanidad utiliza alrededor del 40% en los ecosistemas terrestres. Mientras más elevado es el índice AHPPN, menos biomasa hay para la biodiversidad «silvestre». La proporción de PPN de la cual la humanidad se apropia se está incrementando debido al crecimiento de la población y también debido a las demandas crecientes de tierra per cápita para la urbanización, la cosecha de alimentos para la gente o el ganado y la obtención de madera («las plantaciones no son bosques» es un lema de los ecologistas de los países tropicales) y para agrocombustibles. Los humanos deben decidir si quieren que la AHPPN siga subiendo, dejando cada vez menos lugar para las demás especies, o si quieren reducir la AHPPN al 30 o 20% en los ecosistemas terrestres. Las agencias internacionales podrían calcular e incluir este índice en sus publicaciones. Omitirlo en el debate político, implica también una decisión.

La AHPPN es un índice que proviene de la ecología de sistemas. Si es o no un buen índice de pérdida de biodiversidad puede discutirse porque las relaciones entre el flujo de energía, el crecimiento de la biomasa y la biodiversidad, no son sencillas. Un desierto puede contener poca biomasa debido al estrés hídrico, pero sin embargo sus especies son muy interesantes. Es más, el cálculo de la AHPPN no es nada fácil. Existen preguntas técnicas, que se pueden resolver explícitamente. ¿Se debe incluir la producción primaria subterránea? También existen preguntas conceptuales (Vitousek et al., 1986, Haberl, 1997). La idea es que la apropiación humana no sólo consiste en cosechar sino en disminuir la producción de biomasa (debido al sellado del suelo con asfalto). Es decir, la AHPPN se calcula en tres etapas. Primera, ¿cuál sería la PPN en los ecosistemas naturales de un territorio concreto (pero ¿en qué tiempos históricos, exactamente?). Segunda, ¿cuál es la PPN con el uso actual del suelo? En tercer lugar, de la PPN actual ¿qué parte se quedan los humanos y las especies asociadas a los humanos? En los cambios de bosque o vegetación natural a la agricultura no irrigada, la PPN potencial será más alta que la PPN de la vegetación actualmente dominante. Así que, si la PPN de la vegetación potencial es 100, y la PPN de la vegetación actualmente dominante es 60, de la cual se cosecha la mitad para el uso humano, la AHPPN no es el 50% sino el 70%. No obstante, al cambiar de hábitats secos a la agricultura de irrigación, y quizás también en determinadas plantaciones forestales, la PPN de la vegetación actualmente dominante podría ser más alta que la PPN de la vegetación potencial que se daría naturalmente. ¿En general, la agricultura aumenta o disminuye la PPN? Y también nos preguntamos, ¿qué tipos de agricultura son más compatibles con la biodiversidad?

En la Unión Europea actualmente, debido a que la biomasa no se usa apenas como combustible y debido al uso de energía de combustibles fósiles en una agricultura intensiva que ocupa menos tierra, la AHPPN que había aumentado durante décadas y décadas, está disminuyendo. Por eso hay lobos e incluso osos de nuevo en algunos bosques donde ya no había. Aquí vemos que ese índice señala, a esa escala geográfica, una mayor sustentabilidad, pero claramente la tendencia no será la misma en el mundo.

Finalmente nos preguntamos, ¿cuáles son los agentes sociales en los conflictos sobre la AHPPN? Sería necesario estudiar los intereses de los distintos grupos sociales en distintas formas de uso de la tierra. Por ejemplo, al convertir un delta o un humedal lleno de vida silvestre en una área agrícola de uso privado, o al convertir un bosque de manglar en piscinas camaroneras, ¿qué usos de la PPN se privi­legian? ¿cuáles son sacrificados? ¿qué grupos sociales se benefician? ¿quiénes sufren? ¿quizás unos países están importando la PPN de otros? ¿a qué precios? Más allá del conflicto interhumano, ¿qué valores sociales están en juego cuando se discuten los derechos de existencia de otras especies que estarían garantizados con una porción adecuada de la PPN?

El ecoespacio y la huella ecológica

¿Cuál es la carga ambiental de la economía, en términos de espacio? H. T. Odum planteó la pregunta, y autores más recientes (Opschoor, Rees) elaboraron algunas respuestas. En vez de preguntar cuál es la población máxima que puede mantenerse sustentablemente en una región o un país específico, la cuestión se convierte en: ¿cuánta tierra productiva se necesita (como fuente y sumidero) para sostener una población dada en su nivel actual de vida con las tecnologías actuales? En concreto, la huella ecológica de una persona suma cuatro tipos de uso del suelo: a) La tierra usada para alimentar a una persona, que dependerá de si come más o menos carne, y de la intensidad del cultivo. b) La tierra usada para producir madera para papel y para otros usos. c) La tierra edificada y pavimentada para calles, carreteras... d) La tierra que hipotéticamente serviría para producir energía en forma de biomasa equivalente al uso actual de energía de combustibles fósiles (y nuclear) de esa persona, o alternativamente la tierra necesaria para que su vegetación absorbiera el dióxido de carbono producido. La huella ecológica representa, en hectáreas, algunos aspectos importantes del impacto ambiental humano, pero es criticada precisamente por pretender incluir demasiado en un solo índice, que además está dominado en ciudades o países ricos por el uso exosomático de energía. Si uno conoce el uso de energía de biomasa y de los combustibles fósiles, prácticamente ya conoce la huella ecológica. Pero su virtud es ser un índice territorial, de ahí tal vez su popularidad. Los cálculos, no sólo para ciudades y regiones metropolitanas (cuya «huella ecológica» es centenares de veces más grande que su propio territorio), sino para países europeos densamente poblados (suponiendo huellas ecológicas per cápita de 3 hectáreas) o Japón o Corea del Sur (con huellas ecológicas per cápita de 2 hectáreas) muestran que esos países ocupan ecoespacios diez o quince veces mayores que sus propios territorios. Esta es la «capacidad de carga expropiada», de la cual surge una «deuda ecológica» (para más detalles ver Wackernagel y Rees, 1995; para una crítica y aplicación histórica, ver Haberl et al. 2001).

El coste energético de conseguir energía

REIE (EROI, en inglés) significa el rendimiento energético de los insumos de energía, y también tiene sus raíces en el trabajo de H. T. Odum. ¿Existe una tendencia hacia un incremento en el coste energético de producir energía? (ver Hall et al., 1986). La idea de examinar el metabolismo energético de la sociedad humana es bien conocida por los antropólogos ecológicos. Fue desarrollada en la monografía clásica Pigs for the Ancestors —Cerdos para los Antepasados— de Roy Rappaport de 1967 y otros trabajos posteriores. Los primeros cálculos son de Podolinsky en 1880 (véase la traducción castellana del trabajo original de Podolinsky en Martínez Alier, ed., 1995). Para que una economía sea sustentable, la productividad energética del trabajo humano (es decir, cuánta energía se produce por día de trabajo humano) debe superar (o igualar, si todos trabajan) a la eficiencia de la transformación de la energía de los alimentos convertida en el trabajo humano. Ese es el principio de Podolinsky. Es decir, si una persona come al día 2.500 kcal y transforma en trabajo una quinta parte (por cierto, un coeficiente mejor que el de una máquina de vapor de la época), la productividad de ese trabajo debe ser al menos de cinco veces, para poder alimentarse. Con eso no alcanzará, pues no todos trabajan y además hay necesidades otras que la alimentación. La productividad energética de un minero de carbón (escribió Podolinsky) era muchísimo mayor que la de un agricultor primitivo, pero este superávit obtenido de los combustibles fósiles era transitorio, además existía ya una teoría que ligaba los cambios climáticos a la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, como había explicado Sterry Hunt durante una reunión de la Sociedad Británica para el Avance de la Ciencia, en el otoño de 1878. Esto lo escribió Podolinsky pocos años antes de que Svante Arrhenius estableciera la teoría del efecto invernadero.

En 1909, Max Weber criticaba la interpretación de Wilhelm Ostwald de la historia económica en términos de (a) una tendencia al mayor uso de energía y a la sustitución de energía humana por otros tipos de energía y (b) una tendencia en cada tecnología (por ejemplo, la máquina de vapor) a un mayor rendimiento en el uso de la energía. Max Weber argumentó que las decisiones empresariales sobre los procesos industriales o productos nuevos se basaban en los precios y no en cálculos energéticos. Los empresarios no prestaban ninguna atención a las cuentas energéticas per se (Weber, 1909). (En 1909, no era obligatoria una auditoría ambiental de las empresas que aún no se requiere hoy en día.) Max Weber (cuya crítica contra Ostwald fue muy alabada por Hayek años más tarde) todavía no cuestionaba los precios de la energía desde un punto de vista ambiental, como lo haríamos ahora.

A partir de 1973 se publicaron algunos famosos estudios sobre el flujo de energía en la agricultura, de los cuales los más conocidos son los de David Pimentel que demostraban una disminución en la eficiencia en la producción de maíz en Estados Unidos, debido a un uso intensivo de insumos energéticos (provenientes del petróleo). La agricultura mexicana de la milpa era energéticamente más eficiente que la agricultura de Iowa o Illinois. Un nuevo campo de investigación (histórico y transversal) se abrió con estos estudios sobre la eficiencia en el uso de energía en distintos sectores de la economía, incluyendo el propio sector energético (leña, petróleo, gas, etc.) (Peet, 1992), y también teniendo en cuenta que una mayor eficiencia energética podía, paradójicamente, conducir a una mayor utilización de energía, al reducir su coste (el efecto Jevons). Tales análisis energéticos no implican en absoluto la adopción de una «teoría energética del valor». Tampoco implican que haya escasez de fuentes de energía. Tal vez el problema más grave para la sustentabilidad sea la disponibilidad (o la toxicidad) de los materiales o la falta de sumideros para los desechos, más que la escasez de recursos.

El uso de materiales

El indicador denominado IMPS (MIPS, en inglés) representa el insumo de materiales por unidad de servicio, y fue desarrollado por el Instituto de Wuppertal (Schmidt-Bleek). Suma los materiales utilizados en la producción. Por ejemplo, kilogramos de cobre pero también los materiales desechados en la extracción del mineral de cobre (las mochilas ecológicas). Se cuentan los minerales, los portadores de energía (carbón, petróleo, gas), toda la biomasa (aunque no el agua, que se utiliza en cantidades mucho mayores), incluyendo todo el «ciclo de vida» hasta las fases de disposición final o reciclaje. Esta utilización de materiales se mide en kilogramos o toneladas, y se compara con los servicios proporcionados, sector por sector, y, en principio, para toda la economía. Por ejemplo, para proporcionar el servicio de un kilómetro/pasajero, o el espacio de vivienda de un cierto número de metros cuadrados, ¿cuál es la cantidad de material usado, comparando diferentes regiones del mundo, o comparando los valores actuales con los históricos? ¿Es el IMPS de la rehabilitación de viviendas menor que el IMPS de la nueva construcción? ¿Es el IMPS de la enseñanza a distancia menor que el IMPS de la enseñanza presencial, suponiendo claro está que sean el mismo servicio? El IMPS ha sido muy útil en los años noventa para introducir la idea de «mochila ecológica», tan relevante en esta época en que los impactos ambientales se desplazan del Norte al Sur. Su intención era medir la intensidad del uso de materiales en el proceso de producción. No es relevante, ni pretende serlo, para el análisis de la toxicidad de los materiales.

 

La idea del IMPS se desarrolló más a fondo en las estadísticas publicadas por el World Resources Institute en 1997 con respecto a la demanda directa de materiales y la demanda total de materiales (la diferencia son las «mochilas ecológicas») de las economías de algunos países (Estados Unidos, Alemania, Holanda y Japón) tanto desde las fuentes domésticas como las importaciones, falseando así la hipótesis de la «desmaterialización» de la producción.

Se cuenta pues la extracción/producción doméstica de recursos naturales en un país durante un año, más las importaciones, menos las exportaciones de tales recursos. Esto se convierte en acumulación de stock o en producción de residuos. Se incluyen tanto los materiales no renovables (combustibles fósiles, minerales) como materiales renovables (madera, materiales que se procesan como alimentos). La producción doméstica incluye por lo menos una parte de las «mochilas ecológicas» pero si, como en Europa, el tonelaje de las importaciones es mucho más alto que el de las exportaciones, la estadística de Flujos de Materiales sólo muestra una parte del desplazamiento de las cargas ambientales a otros continentes. Existen dificultades estadísticas para calcular las «mochilas ecológicas» de las importaciones de materiales extraídos/producidos en lugares distantes bajo condiciones tecnológicas, geográficas y sociales diferentes. Hay trabajos posteriores sobre los flujos de materiales presentados en el año 2000 por el World Resources Institute y otros centros de investigación, comparando la situación de los países citados anteriormente y también de Austria en cuanto a los Flujos de Materiales per cápita (Matthews et al., 2000. Véase también, pp. 358-359).

La oficina de estadísticas de la Unión Europea, Eurostat, publica actualmente una estadística del uso de materiales, en toneladas, en todas las economías europeas (habiendo construido una serie entre 1980 y el 2000) (Weisz et al., 2001), y para España está disponible el reciente y excepcional trabajo de Oscar Carpintero quien ha calculado cuarenta años de uso de materiales en la economía española desde la década de los cincuenta, mostrando que a) el tonelaje (incluyendo mochilas ecológicas) crece al mismo ritmo que el PIB, b) los materiales abióticos crecen más que la biomasa, cuyo uso crece relativamente poco a partir de la década de los sesenta, c) las importaciones de materiales crecen mucho más que las exportaciones, d) el uso de materiales (uso corriente más acumulación de stock) en España es per cápita todavía menor que la media de la Europa más próspera, pero seguimos avanzando rápidamente. No hay pues en España ninguna señal de «desmaterialización» de la economía, ni en términos absolutos ni per cápita, ni tampoco (a diferencia de Alemania) relativamente al PIB (Carpintero, 2002, 2003). Claro está que por decirlo así, al medio ambiente la mejora por unidad de PIB poca cuenta le trae, si resulta que el PIB aumenta.

Todos los índices que se mencionan aquí se miden en unidades diferentes. ¿Cómo debe juzgarse una situación en la cual, por ejemplo, un indicador o índice sintético como el uso de materiales (en toneladas) aumenta mientras la AHPPN mejora, el REIE cae y el PIB crece, el desempleo disminuye pero crece la violencia doméstica? La conmensurabilidad implicaría la reducción de tales valores a un supervalor que abarque todo, pero esto no es necesario para alcanzar apreciaciones razonables a través de una suerte de evaluación macroeconómica multicriterial (Faucheux y O’Connor, 1998).

¿Se desmaterializa el consumo?

En las teorías económicas de la producción y el consumo, reinan soberanamente los principios de la compensación y de la sustitución. No así en la Economía Ecológica, en la cual se utilizan diversas escalas de valor para «tener en cuenta la naturaleza». En la teoría del consumo de la Economía Ecológica algunos bienes son más importantes y no pueden ser sustituidos por otros (los economistas ortodoxos llaman a esa situación un orden «lexicográfico» de preferencias y creen que es un evento extraordinario). Así, ningún otro bien puede sustituir o compensar la mínima cantidad de energía endosomáticamente necesaria para la vida humana. Esto no implica una visión biológica de las necesidades humanas, al contrario, la especie humana exhibe enormes diferencias intraespecíficas, socialmente definidas, en el uso exosomático de la energía, es decir en su «tecnometabolismo». Decir que el consumo endosomático de 1.500 o 2.000 kcal o el uso exosomático de 100.000 o 200.000 kcal por persona/por día son necesidades o deseos socialmente construidos, sería dejar de lado las explicaciones ecológicas y/o implicaciones de semejante uso de energía, en tanto que llamar al consumo diario de 1.500 o 2.000 kcal una «preferencia individual inescrutable revelada en el mercado» sería un buen ejemplo del punto de vista metafísico de la economía convencional (véase en Martínez Alier y Schlüpmann, 1987, la polémica al respecto entre Hayek y Lancelot Hogben).

Existe otro enfoque que, como señala John Gowdy, utiliza como base el «principio de irreductibilidad» de las necesidades (proclamado por Georgescu-Roegen en la anterior edición de la Enciclopedia de las Ciencias Sociales, en el artículo sobre «Utilidad»). Según Max-Neef (Ekins y Max-Neef, 1992) todos los humanos tienen las mismas necesidades, descritas como de «subsistencia», «afecto», «protección», «entendimiento», «participación», «ocio», «creación», «identidad», y «libertad», y no existe un principio generalizado de sustitución entre ellas. Se pueden satisfacer tales necesidades con distintos «satisfactores». En vez de tomar los servicios económicos como dados, como se hace en el IMPS (pasajero/km, metros cuadrados de espacio para vivir), podemos preguntar ¿por qué tanto viaje?, ¿por qué tanta construcción de casas con materiales nuevos? Podemos preguntarnos: ¿hay una tendencia hacia el uso de «satisfactores» con una creciente intensidad energética y material para satisfacer necesidades predominantemente no materiales? (Jackson y Marks, 1999).

Son erróneas las expectativas de que una economía con menos industria y más servicios sea menos intensiva en términos de energía y recursos materiales porque el dinero ganado en el sector servicios irá destinado a un consumo que por ahora es muy intensivo en energía y materiales. El análisis input-output de las formas de vida domésticas (por Faye Duchin y otros autores) señala los altos requerimientos de energía y materiales en los patrones de consumo de muchos de quienes trabajan en el sector «posindustrial».

El tiempo, el espacio y la tasa de descuento

Un principio aceptado por todos los economistas ecológicos es que la economía es un sistema abierto. En la termodinámica, los sistemas se clasifican como «abiertos» a la entrada y salida de energía y materiales, «cerrados» si lo están a la entrada y salida de materiales aunque estén abiertos a la entrada y salida de energía, como es el caso de la Tierra, y sistemas «aislados» (sin entrada o salida de energía y materiales). La disponibilidad de energía solar y los ciclos del agua y de los materiales permiten que las formas de vida se vuelvan cada vez más complejas y organizadas, y lo mismo se aplica a la economía. Se disipa energía y se producen residuos en esos procesos. Se puede reciclar al menos una parte de los residuos o, cuando esto no es posible, la economía toma nuevos recursos. Sin embargo, cuando la dimensión de la economía es demasiado grande y su velocidad excesiva, los ciclos naturales no pueden reproducir los recursos, o absorber o asimilar los residuos como, por ejemplo, los metales pesados o el dióxido de carbono.