El ecologismo de los pobres

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Sea cual sea la primera, esas dos corrientes de ambientalismo («el culto de lo silvestre» y «el credo de la ecoeficiencia») viven hoy en día simultáneamente, cruzándose a veces. En este sentido, vemos que la búsqueda utilitarista de la eficiencia en el manejo de los bosques podría enfrentarse con los derechos de los animales. O en el sentido opuesto, los mercados reales o ficticios de recursos genéticos o de paisajes naturales podrían ser vistos como instrumentos eficientes para su preservación. La idea de establecer contratos de bioprospección fue promovida primero en Costa Rica por un biólogo de la conservación, Daniel Janzen, quien evolucionó hacia la economía de los recursos naturales. El Convenio de Biodiversidad de 1992 promueve el acceso mercantil a los recursos genéticos como el principal instrumento para la conservación (ver capítulo VI). Sin embargo, la comercialización de la biodiversidad es un instrumento peligroso para la conservación. Los horizontes temporales de las empresas farmacéuticas son cortos (40 o 50 años máximo), mientras la conservación y coevolución de la biodiversidad es asunto de decenas de miles de años. Si las rentas provenientes de la conservación a corto plazo resultan bajas, y si la lógica de conservación se torna meramente económica, la amenaza a la conservación será más fuerte que nunca. Efectivamente, otros biólogos de la conservación de Estados Unidos (por ejemplo, Michael Soulé) se quejan de que la preservación de la naturaleza pierde su fundamento deontológico porque los economistas con su filosofía utilitarista están controlando cada vez más el movimiento ambientalista. En otras palabras, Michael Soulé piensa que recientemente ocurrió un cambio lamentable dentro del movimiento ambiental; la idea del desarrollo sostenible se ha impuesto frente a la reverencia por lo silvestre. Esta cronología de ideas es plausible si se considera el «desarrollo sostenible» como una auténtica novedad, pero es más dudosa si vemos el desarrollo sostenible como lo que es, un hermano gemelo de la «modernización ecológica» y una reencarnación de la ecoeficiencia de Pinchot.

A veces, aquellos cuyo interés en el ambiente pertenece exclusivamente a la esfera de la preservación de lo silvestre exageran la facilidad con la que puede desmaterializarse la economía, y se convierten en creyentes oportunistas en el evangelio de la ecoeficiencia. ¿Por qué? Porque al afirmar que el cambio tecnológico hará compatible la producción de bienes con la sustentabilidad ecológica, enfatizan la preservación de aquella parte de la naturaleza que todavía queda fuera de la economía. Entonces, el «culto a lo silvestre» y el «credo de la ecoeficiencia» a veces duermen juntos. Así vemos la asociación entre la Shell y el WWF para plantaciones de eucaliptos en algunos lugares del mundo, con el argumento de que esto disminuirá la presión sobre los bosques naturales y presumiblemente también aumentará la captación de carbono. El prefacio de una versión popular del libro de Aldo Leopold, A Sand County Almanac (1949), por su hijo Luna Leopold (1970), contiene una apelación escrita en 1966 contra la energía hidroeléctrica en Alaska y el Oeste, que inundaría áreas de crianza de aves acuáticas migratorias. La economía no debía ser el factor determinante, escribió Luna Leopold hace 35 años, y además las cuentas económicas estaban mal hechas porque «se pueden encontrar fuentes alternativas y factibles de energía eléctrica». Aquí encontramos juntos el argumento de la preservación de la naturaleza y la posición pronuclear. No todos los ambientalistas estadounidenses estarían de acuerdo. Años antes, en 1956, Lewis Mumford, quien se preocupaba más por la contaminación industrial y la expansión urbana que por la preservación de la naturaleza, ya había alertado sobre los usos de la energía nuclear en tiempos de paz: «apenas hemos empezado a resolver los problemas de la contaminación industrial cotidiana. Pero, sin ni siquiera realizar un análisis prudente, nuestros líderes políticos y empresariales ahora proponen crear energía atómica en una vasta escala sin tener ni la más mínima noción de cómo disponer de los desechos fisionados» (Mumford en Thomas et al., 1956: 1.147).

La justicia ambiental y el ecologismo de los pobres

Como se verá a lo largo de este libro pues es éste su tema principal, tanto la primera como la segunda corrientes ecologistas son desafiadas hoy en día por una tercera corriente, conocida como el ecologismo de los pobres, ecologismo popular, movimiento de la justicia ambiental. También ha sido llamada el ecologismo de la livelihood, del sustento y supervivencia humanas (Garí, 2000), y hasta la ecología de la liberación (Peet y Watts, 1996). Esta tercera corriente señala que desgraciadamente el crecimiento económico implica mayores impactos en el medio ambiente, y llama la atención al desplazamiento geográfico de fuentes de recursos y de sumideros de residuos. En este sentido vemos que los países industrializados dependen de las importaciones provenientes del Sur para una parte creciente de sus demandas cada vez mayores de materias primas o de bienes de consumo. Estados Unidos importa la mitad del petróleo que consume. La Unión Europea importa casi cuatro veces más toneladas de materiales (incluidos energéticos) que las que exporta, mientras la América latina exporta seis veces más toneladas de materiales (incluidos energéticos) que las que importa. El continente que es el principal socio comercial de España, no en dinero sino en el tonelaje que importamos, es África. El resultado a nivel global es que la frontera del petróleo y gas, la frontera del aluminio, la frontera del cobre, las fronteras del eucalipto y de la palma de aceite, la frontera del camarón, la frontera del oro, la frontera de la soja transgénica... avanzan hacia nuevos territorios. Esto crea impactos que no son resueltos por políticas económicas o cambios en la tecnología, y por tanto caen desproporcionadamente sobre algunos grupos sociales que muchas veces protestan y resisten (aunque tales grupos no suelen llamarse ecologistas). Algunos grupos amenazados apelan a los derechos territoriales indígenas y también a la sacralidad de la naturaleza para defender y asegurar su sustento. Efectivamente, existen largas tradiciones en algunos países (documentadas en la India por Madhav Gadgil) de dejar áreas para conservación, como arboledas o bosques sagrados. No obstante, el eje principal de esta tercera corriente no es una reverencia sagrada a la naturaleza sino un interés material por el medio ambiente como fuente y condición para el sustento; no tanto una preocupación por los derechos de las demás especies y las generaciones futuras humanas sino por los humanos pobres de hoy. No cuenta con los mismos fundamentos éticos (ni estéticos) del culto de lo silvestre. Su ética nace de una demanda de justicia social contemporánea entre humanos. Considero esto a la vez como un factor positivo y como una debilidad.

Esta tercera corriente señala que muchas veces los grupos indígenas y campesinos han coevolucionado sustentablemente con la naturaleza. Han asegurado la conservación de la biodiversidad. Las organizaciones que representan grupos de campesinos muestran un creciente orgullo agroecológico por sus complejos sistemas agrícolas y variedades de semillas. No es un orgullo me­ramente retrospectivo, hoy en día existen muchos inventores e innovadores, como lo ha demostrado la Honey Bee Network en India (Gupta, 1996). El debate iniciado por la Organización de NN UU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sobre los llamados «derechos de los agricultores» ayuda a esta tendencia de defensa de los agricultores, hoy organizada en la Vía Campesina y apoyada por ONG globales como ETCGroup (anteriormente RAFI) y GRAIN (Genetic Resources Action International). Mientras las empresas químicas y de semillas exigen que se les pague por sus semillas mejoradas y sus plaguicidas y demandan que se respeten sus derechos de propiedad intelectual a través de los acuerdos comerciales, ocurre que el conocimiento tradicional sobre semillas, plaguicidas y hierbas medicinales ha sido explotado gratis sin reconocimiento. Esto se llama «biopiratería» (ver el capítulo VI para una discusión detallada).

El movimiento en Estados Unidos por la Justicia Ambiental es un movimiento social organizado contra casos locales de «racismo ambiental» (ver capítulo VIII). Tiene fuertes vínculos con el movimiento de derechos civiles de Martin Luther King de los años sesenta. Se puede decir que, aun más que el culto a lo silvestre, este movimiento por la justicia ambiental es un producto de la mentalidad estadounidense, en cuanto ésta está obsesionada por el racismo y antirracismo. Muchos proyectos sociales en los centros de las ciudades y áreas industriales en varias partes del país han llamado la atención sobre la contaminación del aire, la pintura con plomo, las estaciones de transferencia de la basura municipal, los desechos tóxicos y otros peligros ambientales que se concentran en barrios pobres y de minorías raciales (Purdy, 2000: 6). Hasta muy recientemente, la Justicia Ambiental como movimiento organizado ha estado limitado a su país de origen, mientras el ecologismo popular o ecologismo de los pobres son nombres aplicados a movimientos del Tercer Mundo que luchan contra los impactos ambientales que amenazan a los pobres, que conforman la mayoría de la población en muchos países. Estos incluyen movimientos de campesinos cuyos campos o tierras de pastos han sido destruidos por minas o canteras, movimientos de pescadores artesanales contra los barcos de alta tecnología u otras formas de pesca industrial (Kurien, 1992, McGrath et al., 1993) que destruyen su sustento al tiempo que agotan las pesquerías, y movimientos contra minas o fábricas por comunidades afectadas por la contaminación del aire o que viven río abajo. Esta tercera corriente recibe apoyo de la Agroecología, la Etnoecología, la Ecología Política, y en alguna medida de la Ecología Urbana y la Economía Ecológica. También ha sido apoyada por algunos sociólogos ambientales.

 

Esta tercera corriente está creciendo a nivel mundial por los inevitables conflictos ecológicos distributivos. Al incrementarse la escala de la economía, se producen más desechos, se dañan los sistemas naturales, se menoscaban los derechos de las futuras generaciones, se pierde el conocimiento de los recursos genéticos, algunos grupos de la generación actual son privados del acceso a recursos y servicios ambientales y sufren una cantidad desproporcionada de contaminación. Las nuevas tecnologías pueden tal vez reducir la intensidad energética y material de la economía, pero sólo después de que se haya causado mucho daño, y de hecho pueden desencadenar el «efecto Jevons». Además, las nuevas tecnologías muchas veces implican «sorpresas» (analizadas en el capítulo II bajo la rúbrica de «ciencia posnormal»). Así pues, las nuevas tecnologías no necesariamente representan una solución al conflicto entre la economía y el medio ambiente. Por el contrario, los peligros desconocidos de las nuevas tecnologías muchas veces incrementan los conflictos de justicia ambiental. Por ejemplo, sobre la ubicación de incineradoras que pueden producir dioxinas, la ubicación de sitios para almacenar desechos nucleares, o el uso de las semillas transgénicas. El movimiento por la justicia ambiental ha dado ejemplos de ciencia participativa, bajo el nombre de «epidemiología popular». En el Tercer Mundo, la combinación de la ciencia formal y la informal, la idea de «la ciencia con la gente» antes que «la ciencia sin la gente» o incluso «la ciencia para la gente», caracteriza a la defensa de la agroecología tradicional de los grupos campesinos e indígenas, de los cuales hay mucho que aprender en un verdadero diálogo de saberes.

El movimiento por la justicia ambiental de Estados Unidos tomó conciencia de sí mismo a inicios de los años ochenta. Su «historia oficial» coloca su primera aparición en 1982, y los primeros discursos académicos a inicios de los años noventa. La noción de un ecologismo de los pobres también cuenta con una historia de veinte años. Ramachandra Guha identificó las dos principales corrientes ambientales como wilderness thinking (lo que ahora llamamos «el culto de lo silvestre») y scientific industrialism, que ahora llamamos «el credo de la ecoeficiencia», «la modernización ecológica», «el desarrollo sostenible». La tercera corriente fue identificada a partir de 1985 como el «agrarismo ecologista» (Guha y Martínez Alier, 1997: cap. IV), parecido al «narod­nismo ecológico» (Martínez Alier y Schlupmann, 1987), implicando un vínculo entre los movimientos campesinos de resistencia y la crítica ecológica para enfrentarse tanto a la modernización agrícola como a la silvicultura «científica» (véase la historia del movimiento Chipko: Guha, 1989, ed. rev. 2000).

En 1988 mi amigo el historiador peruano Alberto Flores Galindo, quien tenía personalmente un gran interés por los Narodniki del siglo XIX y principios del XX de Europa del Este y Rusia, se quejó de que la expresión «econarodnismo» demandaba un conocimiento histórico que no estaba a disposición del público en general, y sugirió usar en su lugar la expresión «el ecologismo de los pobres». La revista Cambio, de Lima, publicó en enero de 1989 una larga entrevista conmigo, bajo el título «El Ecologismo de los Pobres».6 Con el auspicio del «Social Sciences Research Council» (Nueva York), Rama­chandra Guha y yo mismo organizamos tres reuniones internacionales a inicios de los años noventa sobre las diversas variedades del ambientalismo y el ecologismo de los pobres (Martínez Alier y Hershberg, 1992). Como se explica en el capítulo IV, hubo mucha investigación de Ecología Política durante los años noventa en esta línea.

La convergencia entre la noción rural tercermundista del ecologismo de los pobres y la noción urbana de la justicia ambiental como es utilizada en Estados Unidos, fue sugerida por Guha y Martínez Alier (1997: caps. I y II). Una de las tareas del presente libro es precisamente comparar el movimiento por la justicia ambiental en Estados Unidos con el ecologismo de los pobres, más difuso y más extendido a nivel mundial, para mostrar que se pueden entender como una sola corriente. En Estados Unidos, un libro sobre el movimiento para la justicia ambiental, podría fácilmente ser titulado o subtitulado «El ecologismo de los pobres y las minorías», porque este movimiento lucha por los grupos minoritarios y contra el racismo ambiental en Estados Unidos, mientras que el presente libro se preocupa de la mayoría de la humanidad, de aquellos que ocupan relativamente poco espacio ambiental, que han manejado sistemas agrícolas y agroforestales sustentables, que aprovechan prudentemente los depósitos temporales y sumideros de carbono, cuyo sustento está amenazado por minas, pozos petroleros, represas, deforestación y plantaciones forestales para alimentar el creciente uso de energía y materiales dentro o fuera de sus propios países. ¿Cómo investigar acerca de los miles de conflictos ecológicos locales, que muchas veces ni se reportan en los periódicos regionales y que aún no han sido o nunca fueron asumidos como propios por grupos ambientalistas locales y por redes ambientales internacionales? ¿En qué archivos encontrarán los historiadores los materiales para reconstruir la historia del ecologismo de los pobres?

Lo que sean las minorías y las mayorías depende del contexto. Estados Unidos cuenta con una población creciente que representa menos del 5% de la población mundial. De la población de Estados Unidos, las «minorías» conforman aproximadamente la tercera parte. A nivel mundial, la mayoría de los países que en su conjunto constituyen la mayoría de la humanidad, cuentan con poblaciones que en el contexto de Estados Unidos se clasificarían como minorías. El movimiento Chipko o la lucha de Chico Mendes en los años 1970 y 1980 eran conflictos por la justicia ambiental, pero no es necesario ni útil interpretarlos en términos de racismo ambiental. El mo­vimiento por la justicia ambiental es potencialmente de gran importancia, siempre y cuando aprenda a hablar a nombre no sólo de las minorías dentro de Estados Unidos sino de las mayorías fuera de Estados Unidos (que no siempre se definen en términos raciales) y que se involucre en asuntos como la biopiratería y bioseguridad y el cambio climático, más allá de los problemas locales de contaminación. Lo que el movimiento de la justicia ambiental hereda del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos también tiene valor a nivel mundial debido a su contribución a formas gandhianas de lucha no violenta.

Por lo tanto, en resumen, existen tres corrientes de preocupación y activismo ambientales:

• El «culto a lo silvestre», preocupado por la preservación de la naturaleza silvestre pero sin decir nada sobre la industria o la urbanización, indiferente u opuesto al crecimiento económico, muy preocupado por el crecimiento poblacional, respaldado científicamente por la biología de la conservación.

• El «evangelio de la ecoeficiencia», preocupado por el manejo sustentable o «uso prudente» de los recursos naturales y por el control de la contaminación no sólo en contextos industriales sino en la agricultura, la pesca y la silvicultura, descansando en la creencia de que las nuevas tecnologías y la «internalización de las externalidades» son instrumentos decisivos de la modernización ecológica. Está respaldado por la ecología industrial y la economía ambiental.

• El movimiento por la justicia ambiental, el ecologismo popular, el ecologismo de los pobres, nacidos de los conflictos ambientales a nivel local, regional, nacional y global causados por el crecimiento económico y la desigualdad social. Ejemplos son los conflictos por el uso del agua, el acceso a los bosques, sobre las cargas de contaminación y el comercio ecológicamente desigual, que están siendo estudiados por la Ecología Política. Los actores de tales conflictos muchas veces no utilizan un lenguaje ambiental, y ésta es una de las razones por la cual esta tercera corriente del ecologismo no se identificó hasta los años ochenta. Este libro analiza injusticias ambientales de hace un siglo y también de hace apenas pocos meses.

Hay puntos de contacto y puntos de desacuerdo entre estos tres tipos de ambientalismo. Notamos que una misma organización puede pertenecer a más de uno. Incluso el Sierra Club ha publicado libros sobre justicia ambiental, aunque ha trabajado sobre todo en la preservación de la naturaleza. Greenpeace se fundó hace treinta años como organización preocupada por las pruebas nucleares militares, y también por la preservación de unas especies de ballenas en peligro de extinción. Ha participado también en conflictos de justicia ambiental. Tuvo un gran papel en el Convenio de Basilea que prohibe la exportación de desechos tóxicos a África y otros lugares. Ha respaldado y capacitado a comunidades urbanas pobres en su lucha contra el riesgo de las dioxinas provenientes de las incineradoras. Ha apoyado a las comunidades del manglar en su lucha contra la industria camaronera. A veces Greenpeace también ha jugado el rol de promotor de la ecoeficiencia, por ejemplo al recomendar una nevera en Alemania que no sólo no utiliza CFC sino que es eficiente en el uso de energía. Una cosa une a todos los ambientalistas. Existe un poderoso lobby antiecologista, tal vez más fuerte en el Sur que en el Norte. En el Sur, los ambientalistas son atacados muchas veces por los empresarios y por el gobierno (y por los remanentes de la vieja izquierda) como siervos de extranjeros que buscan parar el desarrollo económico. En la India, los activistas antinucleares son considerados contrarios a la patria y al desarrollo. En la Argentina, los escasos activistas antitransgénicos también han sido considerados traidores a la patria por los exportadores agrícolas.

1. Las palabras ambientalismo y ecologismo se emplean aquí indistintamente. Los usos varían: en Colombia el ambientalismo es más radical que el ecologismo, en Chile o España ocurre lo contrario.

2. O, más bien se debe decir fuera de la economía industrializada porque la protección de la naturaleza en la forma de una red de reservas naturales científicas, zapovedniki, también existió en Rusía bajo el régimen soviético (WEINER, 1988, 1999).

3. Ver CALLICOTT y NELSON (1988) sobre el gran debate sobre lo silvestre en Estados Unidos, iniciado por Ramachandra Guha (1989) con su «Crítica desde el Tercer Mundo» a los «ecologístas profundos» y a los biólogos de la conservación

4. Agradezco los comentarios escritos de Roland C. Clements, 28 enero 2000.

5. Presentación en la Escuela de Forestería y estudios Ambientales de la Universidad de Yale, 4 de febrero 2000, tambien Grove (1994).

6. «El ecologismo de los pobres» apareció también en los libros de MARTÍNEZ ALIER (1992) GADGIL y GUHA (1995: cap IV) y GUHA y MARTÍMEZ ALIER (1997: cap. I). Probablemente, se uso por primera vez en inglés (el equivalente académico de un permiso de trabajp para un sans papiers) en MARTÍNEZ ALIER (1991)