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Neil era todo un caballero. Una noche en que la pareja salió y se les hizo muy tarde, Young la acompañó hasta la puerta en vez de dejarla en la acera. «Fue genial… Mamá salió de inmediato y él se excusó por haberse demorado en llevarme a casa y le explicó el motivo. No me pusieron ninguna pega. Neil siempre fue una persona responsable.»

Pero al cabo de cinco meses, Young acabó con la relación de golpe y porrazo. «Vino una noche y me pidió que le devolviera el anillo», comentaba Pam. «Me quedé bastante consternada.» Young intentó reactivar la relación algunos meses más tarde. El músico, siempre sin un duro, llevó a Pam a la heladería Dairy Queen. «Aquello era algo inaudito: Neil comprando cucuruchos. Me acarició la mano, me miró y me dijo que me quería, así, sin más. Yo no supe cómo encajarlo, no sabía qué decir… Y le solté: “¡Tú me quieres a mí y yo quiero un helado!” ¿No te parece patético?»

No volvieron a ser pareja, pero Young seguiría mucho tiempo con Pam Smith en la cabeza. A parte de esa relación, su habilidad para conectar con los miembros del sexo opuesto seguía siendo pésima. Terry Crosby, un futuro Squire, recuerda una noche, estando de gira, en que las cosas se pusieron tan mal que Doug Campbell, otro candidato a Squire «se ofreció a prestarle su novia a Neil, porque él no tenía. Creo que el comportamiento de Neil venía muy condicionado por un montón de problemas de su vida personal: la polio, la ruptura de sus padres. Parecía que las cosas no acababan de funcionar. Era muy cortado con las chicas, se sentía intimidado por ellas».

La única mujer que ocupaba un lugar preponderante en la vida de Neil Young —Rassy— no se mostraba muy predispuesta a hablar del tema. «Neil no tenía novia de ninguna clase», espetó lacónica. «Estaba demasiado ocupado con la música.»

Yo vivía en otra dimensión, en una dimensión musical. Las vidas de los demás giraban en torno a las chicas, los bailes y el deporte. La mía, en torno a la música. Cuando iba al baile de alguna escuela, era porque tenía un bolo y esa noche me iba a sacar siete pavos y medio, joder, o la banda se iba a sacar veinticinco pavos. A eso iba yo a los bailes: a tocar, así que toda la parte del alterne me la perdí.

Al acabar de tocar, ¡esa era una de las primeras cosas en las que te centrabas! Pero no teníamos toda la noche para ir tirando la caña como los demás que estaban allí a la que caía. Fue curiosa, mi manera de madurar: pasé de no tener ni idea de chicas y de no saber muy bien cómo relacionarme con ellas a tenerlas a todas tirándoseme encima al empezar a hacerme famoso. No sabía qué pensar de todo aquello, pero así es la vida.

—¿Te resultaba fácil el trato con las mujeres?

—No, para nada. No sé por qué, pero está claro que no me resultó nada fácil. Tenía algo que ver con mi madre.

—¿Cómo llevaba Rassy el tema de las novias?

—No es que me apoyara mucho en ese aspecto de mi vida, que digamos… No sé. No recuerdo que me diera ningún tipo de consejo importante al respecto.

—Rassy tenía mucho carácter.

—Era muy dominante; como todas las mujeres que he conocido en mi vida, de Pam en adelante. Me gusta que sean así. Y la gente que tiene un carácter tan fuerte, creo —sobre todo cuando eres tan joven—, creo que actúa sin darse cuenta del daño que hace; sin darse cuenta de lo que hay. Yo no tenía ningún punto de referencia por el que guiarme para saber cómo se suponía que tenía que actuar un tío, lo que tenías que tragarte y lo que no… Todavía sigo en fase de aprendizaje.

Las chicas sentían que pasaba de ellas cuando me acompañaban a los conciertos; se crea como una especie de vacío, es como si dejara de existir, en plan: ¿Dónde cojones ha ido Neil? Y eso es algo muy angustioso.

—«I Wonder», un tema de los Squires, habla de cómo tu chica acaba yéndose con otro. ¿Estaba inspirado en un hecho real? Pam recuerda que una vez fuiste a verla y estaba con otro chico.

—Puede que tuviera algo que ver con Pam.

—La traición actúa como un extraño telón de fondo en algunas de tus canciones.

—Ya, es verdad… No creo que tenga que ver con Pam, aunque puede que fuera un tema soterrado. Ahí todavía queda algo por resolver, porque cada vez que hablo de ello me asaltan todo tipo de sentimientos.

—¿Haces eso por principio: borrar de tu mente cualquier episodio desagradable?

—No se trata de ningún principio. Creo que así es como actúa mi cabeza en el plano subliminal; me quedo con las cosas buenas y punto. Puede que en mi subconsciente hayan quedado grabadas todas esas cosas en las que no quiero pensar, que ni siquiera recuerdo, porque las he tenido encerradas a cal y canto dentro de mi propia cabeza. Y puede que sea eso lo que alimente ese tipo de sentimiento particular que brota de mi música.

—Pam recuerda que os volvisteis a ver en la heladería Dairy Queen, donde tú le profesaste tu amor y ella te respondió: «Tú me quieres a mí; y yo quiero un helado».

—Sí, seguro que aquello me estuvo rondando por la cabeza durante un par de semanas.

—Eso es lo que pensó Pam.

—Je, je. No se me ocurre nada que pasara con Pam que no fuera bueno. Por ejemplo, ya sé que debimos de cortar en algún momento, pero no lo recuerdo. Prefiero recordar cómo me sentía en aquella época sin intentar especificar demasiado, porque parece que cuanto más lo haces, más se apaga el sentimiento…

Pam es un encanto de chica; una buena persona. Lo pasábamos muy bien juntos. Era desenfadada, era divertido hablar con ella, estar con ella; y además, era guapa.

Nunca se volvió contra mí, je, je. Eso es lo que más me gusta de ella, porque recuerdo que siempre tenía palabras de apoyo para mí.

Yo soy demasiado cabezón y ponía a Pam de los nervios. Lo único que recuerdo ahora es que sé que me quería tanto como yo a ella. Puede que no fuera capaz de decirlo, pero lo sé.

«Estaba jugando al tenis y viene Neil y me dice: “Acabo de escuchar a unos tíos que llevan unos flequillos larguísimos que les tapan toda la frente; se llaman los Beatles”», recuerda Allen Bates. «Estaba flipadísimo.»

La Invasión británica arrasó Winnipeg a principios de 1964 y, como era habitual, los primeros en apuntarse a la nueva moda fueron los Reflections, que empezaron a incluir temas de los Beatles en su repertorio, y de paso hicieron que los Squires se engancharan al nuevo sonido. El ídolo de Young, Randy Bachman, llegó incluso a cambiar su adorada Gretsch por el instrumento preferido de los pelo-casco: una Rickenbacker. La Beatlemanía introduciría otro cambio radical además del peinado de orinal y los botines, porque la música instrumental de los Squires ya no bastaba para hacerse un nombre en la escena musical de Winnipeg; ahora era indispensable tener un cantante. En la era de Paul McCartney, Cliff Richard y Roy Orbison, los agudos gorgoritos de Young sin duda alguna destacaban. Según recuerda Ken Smythe, los primeros pinitos que hizo Neil como vocalista durante los ensayos en el sótano de su casa no cautivaron al personal precisamente. «Mi madre era profesora de música y pensaba que no lo hacíamos nada mal, allá abajo en el sótano… Hasta que Neil empezó a cantar.»

«Neil no estaba seguro de valer para cantar», afirmaba Koblun. «Creo que fue el aspecto económico lo que le hizo decidirse, porque si pillábamos a un cantante, tocábamos a menos pasta por cabeza.» El primer recuerdo que tiene Neil de cantar en público es en la cafetería del Instituto Kelvin versionando a los Beatles. Algo más adelante, durante la siguiente sesión de grabación de los Squires en la emisora CKRC el 2 de abril de 1964, la banda grabó un puñado de temas originales de Young, entre ellos uno titulado «I Wonder», que incluía voz.

Al acabar la sesión, el ingeniero de sonido Harry Taylor le dijo a Young sin rodeos: «Chaval, eres un buen guitarra, pero nunca llegarás a nada como cantante».

Harry, quiero que sepas, ¡que tienes toda la razón! Pero lamentablemente, por motivos económicos, voy a tener que cantar. Aquello fue un factor determinante. Teniendo en cuenta que nos sacábamos veinte dólares por noche a repartir entre cuatro, si metíamos a otro tío más, nos costaba un pavo a cada uno. Pensé, venga, voy a probar a ver qué pasa. No es que me muriera de ganas por ser el cantante y pensara: «Cómo mola, tengo unas ganas locas de salir ahí fuera a cantar».

—¿Qué reacción provocó tu manera de cantar?

—Bueno, seguro que no debió de ser como para tirar cohetes, ¿no te parece? La primera vez que salí a cantar delante de todo el mundo, fue una rayada de la hostia. Todavía recuerdo aquel día; estaba cagado. Tocábamos en un colegio; montamos todo el equipo y tocamos allí mismo, en la cafetería. Creo que tocamos «It Won’t Be Long» y «Money». Y luego nos fuimos a clase.

—¿Se te pasó el cague después de cantar?

—Ajá. Después de exponerme de aquella manera, creí oír a alguien gritar algo del tipo: «Chaval, no vuelvas a hacer eso». Je, je. La verdad es que no recuerdo bien cuál fue la reacción; recuerdo más bien cómo me sentí yo, que me sentí genial por haber cantado.

—Y seguirías cantando.

—Sí, aunque no lo describiría como una prueba, en plan que iba a cantar y si me salía bien, seguía, je, je. Cuando te pones a cantar —a no ser que todo el mundo te grite a la cara: «No vuelvas a hacer eso»—, creo que ya no paras. Yo seguí intentando cantar; lo estaba intentando, je, je. Mi propia voz me resulta un puto misterio. No sé qué pasa, pero suena distinta todo el tiempo. Puedo cantar en plan tranquilo y sonar de una manera, y puedo cantar alto y berreando y sonar de manera completamente distinta. Llevo varias voces diferentes en mi interior, y cuanto más me suelto, más canto y mejor lo hago.

 

Canadá estaba bastante al día en el tema musical. Podías conseguir muchos discos raros en Canadá que ni siquiera llegaban a Estados Unidos. Los primeros discos de los Beatles, por ejemplo. Nosotros ya los conocíamos mucho antes de que aparecieran en El show de Sullivan. Los Beatles fueron número uno en Canadá antes que en Estados Unidos. Todos los singles del principio, «From Me to You»; «She Loves You» fue número uno, y nunca llegó a ser número uno en Estados Unidos; total, que nos llegaba todo el rollo inglés de inmediato.

Pero yo creo que estaba mucho más metido en mogollón de música rara que me molaba. Wolfman Jack; Dick Biondi, que era un disc-jockey la hostia de importante en Chicago por aquel entonces. En la WLS, emisora que se pillaba desde Winnipeg. American Bandstand Shindig, con Leon Russell26, teníamos acceso a todos aquellos programas. Vi a los Crickets después de que muriera Buddy Holly. Con Glen Hardin al piano, Sonny Curtis, Jerry Allison; eran fantásticos. Lo único es que no tenían a Buddy con ellos. Tocaron en una pista de patinaje en Winnipeg Beach. Recuerdo ver cómo montaban el equipo ellos mismos; llevaban un Cadillac y una furgoneta de alquiler. ¡Qué tiempos aquellos!

Fui a ver un programa de Dick Clark Caravan of Stars con Fabian de presentador27. Esto era cuando el tío ya estaba de vuelta de todo; salía y no paraba de decir: «No os preocupéis, no voy a cantar». Vi a Roy Orbison cuando estaba en lo más alto, joder, en el 61 o el 62; en Winnipeg. Roy and the Candymen. Se salieron.

Los Beatles molaban porque eran un grupo; pusieron de moda las bandas, por eso me afectaron los Beatles. Me dejaron muy impresionado al principio, pero no siguieron juntos mucho tiempo, así que perdías un poco la pista de lo que hacían. Los Beatles aportaron muchas cosas en muy poco tiempo; fue brutal. Dejaron la hostia de material.

¿Qué pensaba de John Lennon? Que era increíble; un tipo curioso, tan idealista. Nunca llegué a verlo en directo. Ojalá hubiera tenido la oportunidad de tocar con él; seguro que habría molado.

Los Rolling Stones, aquello ya era otra cosa, porque siguieron en el ajo, en vez de durar solo cinco años. Tardaron más en aportar algo grande. Los Beatles tardaron unos cinco años en hacer su aportación; visto y no visto, ¿verdad? Los Rolling Stones sacaron «Miss You» mucho después, años después de que se separaran los Beatles. Y si piensas en los Rolling Stones, ese es uno de sus mejores LP, Some Girls; con Ron Wood, ya sabes. Habían pasado por un montón de cambios. Me molaba el hecho de que los Stones duraran tanto y no dejaran de hacer música que resulta imprescindible.

Lo que realmente me molaba de los Stones era cuando Brian Jones y Keith Richards tocaban juntos. A pesar de que Brian Jones no era más que un niñato al que le tiraba el blues guarro, tenía un punto exótico. Tío, al principio Brian Jones aportaba algo muy marciano al grupo; ¿qué me dices de las virguerías con el slide y toda la pesca? Era muy cañero, Jones; una lástima que estuviera tan loco. Menudo drogata. Todos eran jóvenes y estaban experimentando mogollón de cambios rapidísimo. Brian no logró vivir para contarlo.

«Satisfaction» era un disco buenísimo y «Get Off My Cloud», aún mejor. Más suelto, no tan comercial. Se dejaban llevar a saco. Ya sé que «Get Off My Cloud» es peor canción, y que la ejecución probablemente tampoco sea tan buena como la de «Satisfaction», o puede que sí, pero lo que tiene es que obviamente no deja de ser una puta canción improvisada de camino al estudio o la noche anterior, ¿entiendes? Eso es lo que me gusta de ese tema, que suena a los Rolling Stones de verdad.

Recuerdo escuchar uno de sus singles muy del principio: «I’m a Man». Era tope duro, muy crudo… Salió en la época en que estaba aprendiendo a tocar, y le prestas mucha atención a las canciones, estás aprendiendo. Entonces te planteas las cosas de manera algo distinta, no te importa tanto lo que dice la canción como si es fácil o difícil de tocar. Si es fácil, entonces ¿significa que no saben tocar? ¿Son buenos o no? Todavía intentas sacar todo eso en claro. Lo que pasa es que te llegas a quedar tan pillado con unos cuantos acordes y cambios que pierdes la perspectiva… Te olvidas de que esas chorradas son las más difíciles; hacer de ellas algo grande.

Hace muchos años, cuando iba al instituto, intentaba decidir lo que quería hacer… Pensaba que a lo mejor me gustaría llegar a ser como uno de esos guitarras de rock que estiran las cuerdas, se ponen a tocar de rodillas y vuelven loco al personal. Pero luego pensé que también quería ser como ese otro tipo de tío, el que sale al escenario con una guitarra acústica sin más, y cantar un puñado de canciones, cantar sobre cosas que sentía muy en mi interior y sobre lo que veía que sucedía a mi alrededor.

Y luego vi a Bob Dylan, y a tantos otros: Phil Ochs, Tim Hardin, Pete Seeger, y se me empezaron a aclarar las ideas; sin embargo, no conseguía olvidarme del tipo aquel que tocaba la guitarra dando saltos… Me quedó claro lo que quería hacer con mi vida.

FRAGMENTO DEL DISCURSO QUE DIO NEIL YOUNG EN 1998 CON MOTIVO DE LA ENTRADA DE WOODY GUTHRIE EN EL SALÓN DE LA FAMA DEL ROCK.

«Neil acababa de descubrir a Bob Dylan», comentaba Joni Mitchell. «Estaba en una etapa de transición entre el rock and roll y el folk. Se le acababa de ocurrir la idea de escribir letras más poéticas, así que empezó a frecuentar el circuito de los cafés.» Joan Anderson también era otra cantautora folk en ciernes que hacía la ronda de los garitos del mundillo cuando coincidió por primera vez con Neil Young en el Fourth Dimension a mediados de 1965. Situado muy a las afueras de Winnipeg, cerca de la universidad, el club formaba parte de una cadena, un «pequeño circuito que comprendía tres o cuatro ciudades, así que podías tocar en todos los 4-D del tirón», explicaba Randy Bachman. Una experiencia de lo más bohemia para un joven Squire. «Luz tenue, muchas velas y mucho incienso, y mogollón de tías sin sujetador», dijo Allen Bates.

Mitchell y Young eran una especie de almas gemelas; ambos eran jóvenes, muy apasionados y únicos donde los haya, de manera exasperante. El encuentro debió de ser como dos marcianos que se reconocen el uno al otro en medio de la pradera. Si bien nunca estuvieron tan unidos como algunos creen —básicamente, porque ambos son lobos solitarios—, sus caminos se cruzarían con frecuencia en los años venideros. «Neil y yo tenemos mucho en común: somos canadienses, Escorpio, contrajimos la polio durante la misma epidemia y nos hizo mella en las mismas partes del cuerpo; y los dos tenemos un humor bastante negro», comentaba Mitchell. «Los típicos canadienses.» Mitchell recuerda acabar asistiendo a un acontecimiento deportivo con Neil para ver a Rassy jugar al curling. «Rassy era chabacana y de armas tomar. Auténtica denominación de origen de la pradera.»

Mitchell nunca tuvo la oportunidad de ver a los Squires en el 4-D, toda una lástima, porque después de que Young convenciera a los del club para que incluyeran algo de rock and roll en su programación, la banda consiguió desatar el frenesí de los beatniks en aquel febrero de 1964. Los miembros del grupo recuerdan que las versiones de los Beatles triunfaban a lo grande, incluso a pesar de los escarceos de Young como vocalista. «Cuando tocamos “It Won’t Be Long” en el 4-D, la verdad es que nos llovieron los aplausos», recuerda Bates. «Neil vino después diciendo: “¡Les ha gustado! ¡Les ha gustado!”. Estaba entusiasmadísimo.»

El 4-D pasaría a convertirse en el local de moda y, para Young, siempre sin blanca, en una manera de comer por la patilla. No cabe duda de que todo el contacto con la música folk contribuyó a meterle más ideas en la cabeza y a ampliar su vocabulario musical más allá del rock and roll de los años cincuenta. Sin embargo, nunca renunció a sus raíces. Lo bueno de Young radica, en parte, en que se curtiera tocando en una banda instrumental un tanto rarita que se desvivía por tocar «Rumble» poniendo en ello todo su empeño, y en que, a diferencia de la mayoría de sus colegas folkies, jamás olvidó ni disminuyó la intensidad de aquel impresionante sonido tan cojonudo que había cautivado su atención en primer lugar. En el alma de Young había sitio para «Bop-A-lena» y «Don’t Think Twice, It’s All Right», para el tipo serio de la guitarra acústica y para el roquero doblacuerdas; a veces en la misma canción. Al cabo de un año o poco más, Young descubriría que mientras estuviera en la cuarta dimensión28, podía ser ambos.

Al principio me interesaban Kingston Trio; Peter, Paul and Mary, pero hace la tira, cuando eran populares en el mundillo universitario; luego, Dylan. La música folk, el mundillo de los cafés. Me gustaba: la música sonando continuamente; la gente; estar por allí, fumando cigarrillos, bebiendo café. Era divertido. Iba al 4-D a pasar el rato; nunca tenía suficiente dinero y siempre me dejaban entrar por el morro.

«Four Strong Winds», de Ian and Sylvia, significaba mucho para mí. Recuerdo ponerla en Falcon Lake, estando con Jack, Pam y Pat, y escucharla una y otra vez. Es la canción, la melodía, todo el conjunto; pero también tenía un mensaje, ¿sabes?: dejar atrás ciertas cosas, esa sensación de que algo no va a salir bien. Me sentía identificado con el sentimiento que describía la canción.

—¿Quién hizo que te aficionaras a Bob Dylan?

—Bob. Empezó a sonar por la radio un buen día, en Winnipeg. Era en la época en que intentaba dar con la manera de conseguir un visado para ir a Estados Unidos, de llegar a Los Ángeles directamente desde Winnipeg. Quedaba mucho con unos chavales que iban a un instituto privado al que yo no podía ir, porque no nos lo podíamos permitir. Eran gente de puta madre, algo mayores que yo y tenían Freewheelin’ o su primer disco. Fue entonces cuando lo escuché por primera vez y me moló mucho.

Dije: «Este tío es todo un personaje». Sabía que me iba a gustar desde la primera vez que lo oí. Su voz era tan diferente; nunca había oído a nadie que sonara así, supongo que si hubiera podido escuchar mi propia voz, je, je… Siempre ha habido montones de voces peculiares. ¿Qué me dices de Ray Peterson y su «Tell Laura I Love Her»? Eso sí que es una voz rara. Roy Orbison tiene una voz rara; preciosa, pero rara, con ese sonido aterciopelado, como de ópera.

Me gustó la voz de Bob en cuanto la oí por primera vez. Pensé: «Anda, también hay un tío que suena diferente haciendo este rollo; me encanta este tío. Ahora ya sé que yo también puedo componer canciones».

Desde la separación familiar, Scott había pasado a un segundo plano en la vida de Neil y, básicamente, el contacto se limitaba a las airadas discusiones telefónicas con Rassy reclamándole más dinero. «Rassy era una persona de trato difícil», comentaba Astrid, la segunda esposa de Scott, que recuerda que una operadora acabó cortando una llamada por ser tan mal hablada. Astrid también recuerda la frustración que sentía Scott por la falta de información acerca de los estudios de su hijo: «En numerosas ocasiones pidió que le mantuviera informado y no obtuvo respuesta».

Tanto Pam Smith como Jack Harper recuerdan lo nervioso que se ponía Neil por lo poco que veía a su padre. «Parecía angustiarle tanto», comentaba Harper. «Recuerdo decirle: “Oye, ¿quieres que vaya contigo?” Me dijo que no, que iba a encargarse de ello él solo.» Fue durante una de aquellas visitas, en mayo de 1961, cuando Neil le habló a su padre por primera vez de su interés por la música y le dio una tarjeta de los Esquires, la banda de la que no tardarían en echarle. Scott reconoce que en aquel momento no encajó nada bien aquella pasión de Neil por la música. «No acababa de entenderlo; yo no estaba ahí con él todo el tiempo, no había estado presente para poder ver y oír», escribe Scott.

Según Rassy, esa libertad para poder dedicarse a la música habría sido inconcebible de haber estado Scott al mando. «A Neil nunca se le habría permitido ensayar tantas horas si no hubiéramos estado separados. Cielos, ni pensarlo; demasiado ruido.» Bob coincidía con ella: «Creo que para Neil resultó muy positivo tener a alguien que no le echara la bronca continuamente por lo mal que iba en los estudios. Muchas veces, esos padres empeñados en apostar por lo seguro acaban por cargarse toda la chispa creativa».

 

Quienes visitaron el hogar de Scott y Astrid del 280 de Inglewood Drive recuerdan un ambiente conservador hasta resultar sofocante, y muchos lo atribuyen a la esposa de Scott. «Astrid no tenía sentido del humor alguno», comentaba June Callwood. «Era muy islandesa, siempre vestía de blanco y negro exclusivamente, dándonos a entender a todos que los colores eran una vulgaridad. Ninguno conseguimos caerle bien, y Scott se lo tomó como una muestra de antipatía por nuestra parte.» Una vez más, Scott se puso del lado de su pareja, decía Callwood, igual «que había hecho con Rassy».29

El tema de la música salió durante una visita de una semana a la casa de Scott en el verano de 1962, en un momento en que las notas que sacaba Neil en Winnipeg iban de mal en peor. «Casi parecía que Neil solo seguía yendo a clase para poder continuar beneficiándose de aquel arreglo económico», afirmaba Astrid, en referencia a los cien dólares mensuales que Rassy recibía mientras Neil fuera a la escuela. «Neil dijo: “Soy incapaz de concentrarme en el colegio… Estoy tan enfrascado en la música que se me va la cabeza”», recuerda Scott, que le sugirió a su hijo dejar el colegio y apuntarse a clases en el conservatorio. Pero, según Astrid, a Neil no le interesó la oferta, y recuerda que «dijo: “No, si tengo que lanzarme, ahora es el momento de hacerlo; no hay tiempo que perder”».

Si bien la idea de meter a ese roquero tan poco comunicativo en una escuela de música parece bien intencionada pero equivocada, lo cierto es que la propuesta fue objeto de escarnio en Winnipeg. «“¿Crees que a Neil le gustaría estudiar en un conservatorio de Toronto que cuesta cien pavos al mes?” Seguro que aquello habría sido la mar de interesante», comentaba Rassy. «Scott vive en una nube.»

Scott era, sin lugar a dudas, el más conservador de los dos y hacía hincapié en la importancia de acabar los estudios y contar con una carrera como base. «Mi padre tenía la manía de vincular cualquier cosa que hiciera a los resultados académicos de la persona con quien estuviera tratando», explicaba Bob. «Y a mi madre le daba por analizar el sistema escolar y decir: “Estos paletos no tienen ni idea de lo que hacen”. No es que se limitara a decirlo sin más, es que si la provocaban era capaz de ir y soltárselo a ellos a la cara.»

Este choque de principios alcanzó su apogeo por culpa de un amplificador. A principios de mayo de 1964, Scott recibió una carta de su hijo en la que le pedía un préstamo de seiscientos dólares para comprarse un ampli. «Voy mejor en los estudios y por fin estoy empezando a centrarme», le escribía Neil, sin tener ni idea de que Scott ya se había puesto en contacto con el colegio y preguntado por sus notas: cuatro suspensos, lo que significaba uno más que en Navidad. El 9 de mayo, Scott le respondió por escrito, de manera categórica, reprendiendo a Neil por su falta de honestidad y ofreciéndose a cofinanciar el préstamo para el amplificador si sus notas mejoraban en junio:

No es mi intención desanimarte, pero es obvio que tienes que empezar a afrontar los hechos seriamente. Si hubiera leído la carta que me escribiste sin conocer los hechos, habría pensado que todo iba a las mil maravillas. Desgraciadamente, no te veo con la suficiente frecuencia para saber cómo vives el día a día, pero si aspiras a llegar a alguna parte, sea lo que sea que quieras hacer, tienes que ser capaz de distinguir entre lo que tú ESPERAS que ocurra y lo que realmente es cierto. Creo que, si te esfuerzas, puedes sacar buenas notas; pero eso pasa por ESFORZARSE en serio, y no limitarse a decir que las cosas van mejor, cuando tienes cuatro suspensos de siete asignaturas en todas las narices…

Me complace enormemente tu interés por la música y tu aparente destreza, pero eso ahora no es tan importante como que acabes tus estudios lo antes posible. Tu madre recibe cien dólares todos los meses para que puedas estudiar, sin tener que preocuparte por conseguir el dinero por otros medios…

No quiero extenderme en una larga perorata sobre este tema: No tienes tiempo. Los exámenes deben de estar al caer, y cada hora delante del libro cuenta, así que ahora es el momento de demostrar lo mucho que vales. Lo sé, porque lo hacías cuando eras niño; siempre fuiste optimista, pero también mostrabas determinación y un par de huevos cuando era necesario, y creo que ahora es el caso. Me harías el padre más feliz de todo Canadá si dentro de unos meses vinieras a enseñarme las notas diciendo: «Venga, Papá, ya estoy preparado para el amplificador».

Te quiere, Papá.

Pete «El Dragón Mágico» Barber, un amigo de Neil, estaba con Young el día que recibió la carta. «Volvíamos a casa del colegio y Neil llevaba la carta. Se sentía defraudado, dolido; incluso te diría que enfadado. Fue algo muy duro.»

La carta de Scott no suscitó otra de su hijo a modo de respuesta; en vez de ello, escribe: «provocó que mi exmujer me contestara con una carta larguísima, en la que me preguntaba que qué problema tenía, me decía que siempre medía las cosas —incluida ella, nuestros hijos, todo— en función del dinero. Como diatriba, no tiene parangón; es una lección magistral». Para poder escribir en su columna del Globe and Mail acerca de este incidente —y de los sucesivos en referencia a su exmujer y a su hijo—, Scott se inventó un alias: James Reilly Dunn. «Escribir a través de otra persona te permite ser totalmente franco con el prójimo acerca de tus sentimientos», afirmaba Scott, sonando muy parecido a como lo haría su hijo años después, al explicar cómo escribía canciones desde el punto de vista de otro personaje.

«James Reilly Dunn era mi álter ego», explicaba Scott. «Era todo un personajillo: llevaba los calcetines agujereados y se pasaba un pelín con la bebida. En aquel momento, tenía en Winnipeg a mi hijo, al que quería muchísimo, y había gente que estaba del lado de Rassy y en mi contra sin parar de ponerme a caldo, que no es que me importara, pero muchas veces pasaban cosas que me era imposible explicar. Era difícil ya para mí, así que ya ni te cuento si se lo tenía que explicar a algún amigo, total que si James Reilly Dunn era capaz de resolverlo en setecientas palabras… De hecho, en algunas columnas medio justificaba mi manera de actuar, que pensaba que mucha gente podía compartir o no; por eso interesaba a unos y enojaba a otros por igual.»

Una de las personas a las que enojó fue a Rassy, que se tomó aquellas columnas —que eran bastante inofensivas— como un ataque directo. «No sé en qué estaría pensando Scott, pero está claro que escribía unas columnas deleznables, poniéndome a parir por dejar que Neil se saliera con la suya. Mi abogado me dijo que lo demandara y le sacara hasta el último penique, pero Neil no quería, porque habría montado un berenjenal impresionante.»

No cabe duda de que para Rassy ayudar a su hijo a hacer realidad sus sueños era una manera de desautorizar a su exmarido. «A Scott le parecía fatal que yo le permitiera a Neil hacer todo aquello, pero no podía hacer nada para impedírmelo.» Esas Navidades, Rassy consiguió reunir el dinero necesario para comprarle a Neil el amplificador. Scott pasaría a la posteridad como el malo de la película; sin embargo, en Neil and Me sostiene: «Volvería a actuar del mismo modo. Es mi manera de obrar; hay que aprender a valorar las cosas». (Años después, cuando Astrid, la hija de Scott, empezó a mostrar interés por la música, no tardó en recibir un regalo de su hermanastro Neil: un ampli.)