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Lamentablemente, Scott seguía adoleciendo del blues del matrimoniator. Su hermano Bob recuerda que una vez Scott le estaba soltando otra perorata de que «nunca se iba a volver a casar, jamás de los jamases, mientras íbamos en coche por Yorkville en un día caluroso y soplaba una brisa del noroeste; y en eso que una chica india con un sari cruzó la calle, y el sari se le quedó pegado al cuerpo por culpa de la brisa. Era una preciosidad. Santo cielo, a Scott se le levantaron las orejas, y esto ocurría cinco minutos después de que me perjurara que jamás en la vida volvería a fijarse en una mujer».

En 1960, obtener un divorcio en Canadá era prácticamente imposible. «La única posibilidad de que te concedieran el divorcio era demostrar que había habido adulterio», explicaba Scott. «Era la manera de conseguirlo, y había muchos chicos y chicas que se ganaban la vida a costa de ello. El listillo del abogado matrimonialista llamaba a una de aquellas chicas para que se quedara en enaguas o en bragas en la cama de una habitación de hotel y que el tipo que debía testificar en el juicio entrara y la viera allí.» Rassy puso una condición especial: que esa persona fuera Astrid. «Quería que ella fuera la mujer que encontraran en mi habitación», decía Scott, riendo. «Era duro estar con Rassy en el juzgado.»

Una vez el matrimonio tocó a su fin, Rassy emprendió una batalla campal, atacando a Scott con la misma tenacidad con la que lo había apoyado antaño. «Había defraudado a Rassy enormemente, y ella no estaba dispuesta a rendirse en absoluto», comentaba Scott. «Se dedicó a ir por toda la ciudad poniéndome a caldo.»

Y todavía seguía poniéndolo a caldo más de treinta años después. «Scott era un hombre muy peculiar: nunca mostraba su admiración por las cosas que hacían los demás. Scott no confía en nada que haga nadie a no ser que él esté al mando y no podía soportar que alguien apreciara algo que yo hubiera hecho; lo sacaba de quicio. Era un egoísta; no tenía ni la más remota idea de lo que necesitaban los demás. Un bloque de hielo es lo que es.»

Tras la ruptura, Bob se quedó en Toronto con su padre, mientras que Neil regresó a Winnipeg con Rassy. «Probablemente, el mayor error que cometí fue no decirles a los dos que podían venir a vivir conmigo si así lo preferían», recuerda Scott. «Es algo de lo que siempre me he arrepentido, porque Bob decidió venirse conmigo y la verdad es que yo no soportaba la idea de que Rassy se quedara sola, porque era en plan: “Vamos a ver, yo me marcho, y Bob se viene conmigo, así que…”. Neil fue, en cierto modo, no diría la víctima pero… Un consejo para todo el mundo: ni se os ocurra separaros de la familia sin haberles dicho antes que los queréis y que pueden irse a vivir con vosotros siempre que quieran.»

El divorcio fue especialmente duro para Bob. «En aquel momento yo no quería irme de allí, ni vivir en otro sitio; no quería acabar en un lugar donde no conociera a nadie», comentaba. «Ya estaba hasta el gorro de tanta mudanza. Jugaba al golf como amateur, que era como una lucha a vida o muerte. Me parecía que era mi única válvula de escape.»

«No había manera factible de tenerlos a los dos contentos; en mi opinión, era una situación sin salida. Todo aquello me afectó enormemente; creo que a Neil no le afectó tanto, porque aún estaba protegido, por así decirlo; me refiero a que era demasiado joven para hacer lo que yo hice: trabajar.»

Para Bob todo suponía una lucha constante; se peleó con su familia, dejó pasar la oportunidad de hacer carrera en el golf y se dedicó a deambular por la vida intentando encontrarle un sentido que aún parece seguir escapándosele. Bob recuerda un día de invierno, al poco de separarse la familia, en que daba una vuelta por Winnipeg con Neil y se hicieron la promesa de que el primero que consiguiera triunfar en la vida ayudaría al otro a cumplir sus sueños. Más de cuarenta años después, Neil sigue ayudando a su hermano a hacer realidad el suyo.

Rassy pensaba que todo habría sido distinto si Bob se hubiera ido con ella a Winnipeg, por supuesto. «Scott le tenía manía a Bob. Puedes cargarte a alguien solo con palabras, dejarle con la moral por los suelos si aprovechas la menor oportunidad para menospreciarle, y eso es lo que hizo Scott.»

Neil lo interiorizaba todo y se metió de lleno en la música. En el futuro, a menudo se vería como un espectador aparentemente pasivo ante aquella marabunta de productores, mánager y músicos que pugnaban por acaparar su atención; tal vez sea un tipo de afecto que Young es capaz de entender.

Neil sostenía sus cartas tan pegadas al pecho que ni siquiera sus más allegados tenían claro lo que se traía entre manos. Puede que su música rezume sentimiento en su estado más puro, pero, como persona, «el impasible e introspectivo Neil» era con frecuencia un ser imperturbable e inescrutable.

Supongo que el concepto de divorcio todavía no estaba muy extendido, así que mamá y papá fueron pioneros, je, je.

¿Recuerdas haber vivido muchas peleas durante la infancia?

¿Entre mi madre y mi padre? Sí, bastantes. Había peleas, porque mi madre se exaltaba con facilidad, no te lo imaginas.

¿Cómo te afectaba a ti?

Pues, la verdad es que no me acuerdo; o sea, que no guardo ningún recuerdo especial de pasarlo mal ni nada por el estilo. Era algo que estaba ahí, pero tampoco pasaba con tanta frecuencia como para molestar demasiado. Creo que, al separarse mis padres, fue cuando pensé: «Vaya, así que las peleas iban en serio». A ver, intentaron arreglarlo, pero no salió bien. Algo ocurrió, pero no sé el qué.

Papá se pasó un pelín de sociable, creo yo. Era un tipo muy simpático, je, je. Conocía a mucha gente, ¿estamos?

Y Rassy sabía que tu padre conocía a mucha gente, ¡y las tenía a todas fichadas!

Aquello debió de ponerla enferma, tener que llevar la cuenta de toda esa mierda; y mientras papá se lo pasaba de puta madre. Mi padre es un tío guay, y yo podría aprender mucho de él, así que más me vale espabilar…

Me debían de tener de lo más protegido, porque toda aquella mierda podía estar pasando delante de mis narices, pero yo no me enteraba de nada, es verdad. Estaba en la parra.

Todavía recuerdo cómo intentaba verle el lado positivo a la situación, porque pensaba: «Bueno, joder, tampoco es para tanto; no lo es. Mentalízate».

No sé. Al principio lloraba, me quedé hecho polvo y tal, pero, eh, ¿sabes? Por otro lado, creo que era consciente de que no eran felices juntos, y pensaba: «Venga, puede que mamá conozca a alguien; puede que papá sea feliz así». Me daba la impresión de que teníamos que tirar p’alante y ser positivos; o sea, que yo ya estaba centrado en el futuro, por así decirlo, ya me entiendes.

El ambiente familiar no es que hubiera sido muy bueno, que digamos; había un mal rollo bestial y no guardo muy buena memoria de aquella casa de Old Orchard. Recuerdo que no me veían mucho el pelo por allí, que pasaba bastante tiempo en casa de mis colegas, por eso creo que cuando papá se fue en parte me alegré, y pensaba que por fin haríamos cosas divertidas, ¡menos mal! Ya sabes: «Vamos a comprar una camisa nueva. Mira qué camisas más guapas, joder; venga, va, que empiece la marcha». Je, je.

Le pregunté a tu padre qué teníais en común, según él, y me dijo que la actitud con las mujeres. «Le pedía en matrimonio a la primera que se me cruzaba», dijo.

JAJAJAJAJAJAjajajaja… Ahí estamos. Esa frase me suena, joder; por un momento no sabría decir si es suya o mía.

La verdad es que es curioso, porque mucha gente viene y me cuenta la INFANCIA TAN TRISTE que tuve; que si vaya lástima todo lo que pasó, que mira que parecías estar siempre tan deprimido. Y cada vez que oigo esto, me planteo: «Pues yo no creo que fuera para tanto; yo no lo veo así». Pero es que incluso ahora, hay mogollón de gente que mira mi foto y me ve superdepre y piensa que siempre estoy de bajón; hasta mis hijos: «Papá, a ver si te animas». Lo mismo que cuando estoy en el cine con Pegi, comiendo palomitas —gromf, gromf, gromf— y me quedo emparrado pensando en algo, vete a saber el qué, y Pegi me suelta: «Baja de la parra, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?». Cuando a lo mejor estaba todo pillado dándole vueltas a algún detalle de vete a saber qué, joder, de Lionel o de cómo le voy a decir a Billy que tal y tal canción se van a quedar fuera del disco…

Tengo una expresividad facial de la hostia; ya sé que a veces me estreso, pero por lo visto desde fuera parece que esté mucho peor de lo que estoy… Y parezco un puto maníaco la mitad del tiempo; ¡qué heavy! Yo me considero un tío más bien divertido, un tío de puta madre.

«When I was a young boy / My mama said to me / Your daddy’s leavin’ home today / I think he’s gone to stay / We packed up all our bags / And drove to Winnipeg20», escribiría Young trece años después en «Don’t Be Denied», «resumiendo en seis versos lo que su madre y yo tardamos un año o más en vivir, con amarga acritud», comentaba su padre.

Bob recuerda volver a la residencia familiar y encontrarla vacía. Rassy y Neil se habían esfumado. «Se las habían pirado y yo ni siquiera sabía que se habían marchado.»

Rassy y Neil se trasladaron a Winnipeg, confiando en empezar allí desde cero. Toda la energía que Rassy había invertido hasta entonces en apoyar a su marido pasaba a concentrarse ahora, para bien o para mal, en su hijo.

Neil estuvo todo el viaje hasta Winnipeg absorto en la música. «Neil se mordía las uñas, así que si conseguía pasarse una hora sin mordérselas, le dejaba tocar la guitarra», recuerda Rassy. «Conque eso fue lo que hicimos durante todo el viaje, que es un trayecto largo de narices.»

 

CAPÍTULO 3 DEJAR ATRÁS CIERTAS COSAS

«Neil es un tipo al que le gusta coleccionar antiguallas, así que yo doy la talla de sobra», dijo Harper riendo afablemente.

Jack Harper —o Harper a secas, como lo llama Neil— fue mi guía en Winnipeg. Harper, un todoterreno compacto y atlético, que parecía estar metido en un millón de proyectos a la vez, es profesor titular de la Facultad de Educación Física y Estudios Recreativos de la Universidad de Manitoba. Casado con Pat, su novia del instituto, Jack es lo menos parecido a un roquero que he visto a lo largo de este proyecto, aunque lo cierto es que se las arregla para escaparse a aporrear la batería en Midlife Crisis, un grupete variopinto de amateurs ya veteranos que toca, entre otros temas de Neil Young, «Cinnamon Girl», y, según el propio Harper, «no muy bien». Ensayan en el centro cívico de Crescentwood, una vieja sala recreativa donde Neil tocó con su primer grupo de verdad muchas décadas antes.

Neil y Jack se conocieron en el otoño de 1962 en el Instituto Kelvin. Jack entró a formar parte del grupo de Neil, y este lo echaría al cabo de un mes. «Harper estaba en el equipo de atletismo, era carne de gimnasio, un tío sociable, muy extrovertido», explicaba Mike Katchmar, su antiguo profesor de educación física. «No creo que Neil se relacionara con mucha gente, que digamos; era una persona muy callada.» El músico rarito y el popular deportista continúan siendo íntimos más de treinta años después. «Neil y Jack son una pareja de lo más peculiar: uno tan extrovertido y el otro tan callado», comentaba Katchmar. «Son como el día y la noche.» Aun así, cada vez que Neil pasa por Winnipeg, es a Harper al primero que busca. «No me da la impresión de que Jack haya cambiado mucho desde que Neil lo conoció», decía Joel Bernstein, el archivista de Young. «Creo que eso hace que Neil se sienta cómodo.»

Pueden pasar temporadas largas sin que Young dé señales de vida, o sin que conteste una llamada siquiera, pero Jack lo entiende. «Mucha gente pierde la paciencia con Neil», comentaba Harper, que es muy cuidadoso con las palabras que emplea, puesto que de ningún modo pretende hacer enfadar a su viejo amigo. «Mantener la correspondencia no se le da muy bien, que digamos, y tampoco tiene grandes dotes de comunicador… y no por ello me siento ofendido. Neil está en lo suyo, pero siempre sé de él cuando se trata de algo importante.» Cuando Harper perdió a uno de sus padres, Neil le escribió una carta. Young puede llegar a ser un tipo tremendamente parco en palabras, así que una carta de su puño y letra no es moco de pavo. Al comentarlo, Jack se emocionó de tal modo que fue incapaz de seguir hablando.

«La pequeña ciudad más grande de Norteamérica», así es como Harper define Winnipeg. El día que llegué, encabezaba los titulares la anécdota ocurrida en un supermercado local cuya cajera no se había presentado a trabajar, así que los clientes habían cogido lo que necesitaban y habían dejado el dinero en la caja.

En invierno hace un frío criminal —según Neil, al caminar por la nieve, escuchas el crujir de tus pisadas— y en verano está plagado de mosquitos; hay que estar hecho de cemento para sobrevivir en este clima. Winnipeg fue incorporada a la Confederación Canadiense en 1873 y su ubicación, en la confluencia de los ríos Rojo y Assiniboine, hizo que se convirtiera en centro de comercio y puerta al Oeste, donde los nativos convivían con una mezcla variopinta de ucranianos, judíos, británicos y escoceses.

«Sus peculiaridades geográficas son dignas de mención», comentaba Randy Bachman, el músico oriundo de Winnipeg que saltó a la fama en el mundo del rock con grupos tan archicanadienses como los Guess Who o Bachman Turner Overdrive. «Es una ciudad muy aislada, perdida en medio de la nada; está casi en el centro exacto de Norteamérica.» Los canadienses del Este pueden ser unos pedantes redomados, calificando a la ciudad de «Villapaleto del hockey y las praderas». «Winnipeg es nadalandia», comentaba el escritor Juan Rodriguez. «Ni siquiera es la ciudad más ventosa.» Sin embargo, cuando le pidieron a Young que asistiera a la versión canadiense de los Grammies, los premios Juno, dijo que lo haría con una condición: que Winnipeg fuera la anfitriona de la ceremonia.

«Creo que esta ciudad, con su mentalidad de pradera, ha definido los valores de Neil», afirmaba Harper, y un día, al salir de la ciudad con el coche a través de aquella pradera interminable, se me metió en la cabeza el rumor solitario del Harvest; sentí que había mucho de Winnipeg en Neil.

A principios de los sesenta, Winnipeg contaba con una importante escena musical, sustentada en su mayor parte por una red de centros cívicos. Los vecinos usaban estas salas comunitarias —siempre pegadas a la omnipresente pista de hockey al aire libre— para todo tipo de propósitos. Como recuerda Randy Bachman: «El domingo por la noche ibas y te encontrabas con que había una boda; el martes, una despedida de soltera; el jueves jugaban al bingo. Hasta que a alguien se le ocurrió: “Dejemos las noches de los viernes para los chavales; organicemos bailes”».

Por un pavo o menos, podías meterte en un club, ver a un grupo, tomarte una Pepsi y, con un poco de suerte, bailar con un miembro del otro sexo. Para caldear el ambiente entre grupo y grupo, había unos fonógrafos desvencijados donde sonaban a todo volumen discos de 45 rpm. Inocencia es la palabra que mejor define la situación: los padres vigilaban los bailes, no se servía alcohol a menores de veintiún años y las drogas formaban parte de un futuro muy lejano. «Era un ambiente muy sano», sostenía Jim Kale. «No tenías que preocuparte por si algún pervertido violaba a tus hijos, o por si se producía algún tiroteo indiscriminado desde un automóvil; no tenías que preocuparte por nada. Todo era muy civilizado.»

Kale tocaba el bajo en Allan’s Silvertones, también conocidos como Chad Allan and the Reflections, también conocidos como Chad Allan and the Expressions, y finalmente más conocidos como los Guess Who. Cuando Neil Young estaba empezando, Chad Allan (alias Allan Kowbel) and the Expressions eran los reyes del circuito de los centros cívicos; con Kale, concretamente, haría buenas migas, y de vez en cuando hacía las delicias de Young al prestarle su codiciadísimo ampli Fender Concert, una pieza de equipo fuera de lo común en esta ciudad de la pradera. «Fue el primer amplificador grande que alguien tuvo en Winnipeg con el logotipo de Fender», comentaba Randy Bachman, guitarrista y compositor del grupo, cuyo estilo ejercería una enorme influencia en Neil. «El resto venía de los grandes almacenes Sears.»

Había montones de centros cívicos repartidos por Winnipeg, que resultarían clave para las futuras promesas necesitadas de rodaje y algo de pasta. Los disc-jockeys eran tan populares como los grupos; si te codeabas con un pinchadiscos de renombre, como Bob Bradburn o Irving «Doc» Steen, además de hacerte publicidad en la radio, tenías garantizado un buen quórum el fin de semana. «Irv Steen era un santo, joder», comentaba Jim Kale, «era una especie de hermano mayor que acudía allí y hacía de maestro de ceremonias, y todo por la módica cantidad de diez dólares. Ayudó a muchos chavales.» La CKY y la CKRC eran las principales emisoras de radio de AM, y los grupos iban al programa de música local, Teen Dance Party, a hacer playback. Cuando no estaban de gira, los músicos de rock solían reunirse en el Paddlewheel, un restaurante que había en los grandes almacenes Hudson’s Bay del centro de la ciudad, o iban a comer hamburguesas al Red Top, donde el locutor de la CKRC, Jim Paulsen, entrevistaba a grupos en directo.

El sábado tocaba ritual: coger el autobús al centro, comer patatas fritas con salsa de jugo de carne en el Paddlewheel, y luego ir a las tiendas de música como Lowe’s Music o Winnipeg Piano a babear con los instrumentos. Antes de que Randy Bachman consiguiera ahorrar lo suficiente para comprarse su adorada Gretsch Chet Atkins, se sucedieron incontables visitas con Neil Young a estas tiendas solo para verla en el escaparate. «Nos quedábamos allí plantados, mirándola fijamente, como si fuera una tía en pelotas o algo por el estilo», comentaba Bachman.

Luego estaban los clubs nocturnos. Regentado por un granjero jubilado, el Twilight Zone, con su diminuto escenario, era uno de los garitos más frecuentados por los grupos entre bolo y bolo. El colectivo beatnik folkie se daba cita en el Fourth Dimension, un café que cobraba una entrada de 25 centavos la hora. También estaba el Town and Country Supper Club para los pijos y el famoso Cellar, un tugurio en un sótano cargado de humo donde volaban tanto las botellas como los puñetazos. «El Cellar era una mierda pinchada de un palo», dijo alegremente Jim Kale.

La extraordinaria confluencia de ondas radiofónicas producida por un capricho de la geografía contribuía a ampliar los horizontes musicales de todos estos chavales canadienses. «Lo que pasa con Winnipeg es que está al extremo de las llamadas grandes llanuras; vamos, que todo es plano desde Winnipeg prácticamente hasta Texas», explicaba Randy Bachman. Aquello significaba que los jóvenes ávidos de música podían sintonizar habitualmente emisoras de lugares tan remotos como Shreveport o Nueva Orleans, lo que les permitía escuchar toda una serie de exóticos sonidos regionales. Según recuerda Bachman: «Yo le preguntaba: “Neil, ¿escuchaste la radio el miércoles por la noche? ¿Oíste el tema ese de Slim Harpo? ¿Sabes cómo hacer la parte de la guitarra?”. Porque yo, de hecho, tenía la guitarra al lado de la radio toda la noche confiando en que volvieran a tocar la misma canción noche tras noche. Intentabas sacar los acordes de blues y garabatear parte de la letra».

«When you move in right up close next to me / That’s when I get the shakes all over me21», aúlla Chad Allan en «Shakin’ All Over», el hit de los Guess Who de 1965, que fue grabado en unas condiciones durísimas —en mitad de la noche y con un solo micrófono en los estudios de una televisión local, con toda la banda enchufada al ampli de Kale, el Fender Concert, y con el reverb a tope— y constituye el documento por antonomasia de la escena musical primigenia de Winnipeg, representada por la voz desesperada de Allan, el amenazante piano de acompañamiento de Bob Ashley y los gritos que Bachman le arrancaba a su Gretsch.

«Shakin’ All Over» ya había sido un éxito en Inglaterra en 1960 interpretado por Johnny Kidd and the Pirates. Al principio de su carrera musical, un amigo de Chad Allan le había aficionado a su colección de música importada de Inglaterra y así consiguió que el grupo de Allan pasara a ser, según Bachman: «una copia del copón de los grupos ingleses». Allan empezó, sin proponérselo, una moda: muchos canadienses tenían raíces británicas, y sus familiares pasaron a ser la línea de abastecimiento de discos del otro lado del charco. «Nos enviaban sus viejos discos de 45 rpm», comentaba Bachman. «Para nosotros aquel material era toda una novedad y hacía de Winnipeg un lugar único, por esa conexión tan especial que teníamos con Inglaterra. Teníamos a todos los grandes, mucho antes de la llegada de los Beatles o Cliff Richard.»

Algunos de los discos ingleses más influyentes de principios de los sesenta eran de los Shadows, el grupo de acompañamiento del ídolo pop británico Cliff Richard, que tenía su propia cosecha de hits instrumentales. «Los Shadows eran en realidad una formación de cuatro miembros, pero sonaban como una sinfonía», afirmaba Bachman. Su guitarrista Hank B. Marvin utilizaba una Fender Stratocaster con dos elementos clave que también se convertirían en parte integral del sonido de la guitarra de Neil Young: una palanca de vibrato —una palanca de metal unida al puente para hacer bendings y conseguir mayor impacto emocional— y un Echoplex, que genera un eco de duración y repetición modulables. Marvin tocaba con cacharros de este tipo, pero manteniendo el sonido limpio y simple, justo lo contrario de lo que hacían los roqueros de garaje instrumental como Link Wray. «Hank Marvin era el mejor guitarra melódico», sostenía Bachman.

Randy Bachman, un muchacho grandote de cara aniñada dos años mayor que Young, era, desde muy niño, capaz de sacarle chispas a la guitarra. Llevaba una gran Gretsch Chet Atkins naranja de caja —la guitarra de su mentor, el genio del jazz Lenny Breau— que conectaba a una pieza de equipo letal: una grabadora alemana que le ayudaba a reproducir uno de los elementos clave del sonido de Hank B. Marvin. Randy Bachman «era el único tío en toda la ciudad que sonaba con eco», recuerda con admiración quien pronto se convertiría en compañero de grupo de Young, Ken Koblun.

 

Bachman dio con aquel invento por accidente. «Estaba desesperado; me refiero a que en Winnipeg ni siquiera podías comprar un ampli, por no hablar ya de una unidad de eco.» La madre de Bob Ashley era maestra y tenía una grabadora Korting que utilizaba en las clases de francés hasta que se descubrió que, al cambiar ligeramente la posición de los cabezales, se podía crear un espacio que producía eco. «Sin proponérmelo, pude conseguir el tipo de eco de estudio que Elvis tenía en “Blue Moon of Kentucky”», comentaba Bachman. «Me dejó alucinado, porque era el sonido de Hank Marvin y los Shadows, ¿sabes?»

Bachman era otro maniático del sonido. Se dedicaba a estudiar los solos que escuchaba en la radio y en los discos, y se fijaba muchísimo en los guitarristas de cualquier grupo que pasara por la ciudad. «Iba a los conciertos de Brenda Lee and the Casuals —“Flipa, el tío hacía el solo en el traste quince”— y tomaba notas de los solos.» Bachman afirmaba que aquella era la única manera de aprender en Winnipeg. «No nos sabíamos las notas en el mástil. Todos tocábamos imitando a los demás, por intuición y de oído.»

Todo lo que Bachman aprendía se lo enseñaba luego a su propio protegido. «Neil se plantaba al borde del escenario, él y Koblun, y no paraban de sonreír y de tomar notas», recuerda Bachman. «Yo no le enseñaba nada, pero él veía dónde tocaba las notas en el mástil. Básicamente, los dos queríamos tocar el mismo rollo: James Burton acompañando a Ricky Nelson, Scotty Moore acompañando a Elvis o Hank Marvin acompañando a Cliff Richard.»

Randy Bachman era mi héroe a la guitarra y ejerció en mí una enorme influencia. El mejor guitarrista de toda la ciudad. Tocaba con muchísimo estilo; era muy funky; llevaba una especie de grabadora que había trucado para conseguir el efecto de eco. Me tenía alucinado.

Yo sabía que él había estado escuchando el mismo tipo de música que yo: Jimmy Reed, los Shadows; Randy también era muy fan de Hank B. Marvin, que conseguía sacar un tono muy rico en matices, como el de una gran campana, un tono rompedor. Jet Harris, el bajista, también, y juntos eran la hostia; llevaban un ritmo muy molón y los pasos de baile que se marcaban eran la hostia, alucinantes; el twist and shake y todo; tenían que ser buenos para hacer todas esas cosas mientras tocaban. Para mí, solo tocar aquello ya habría sido la hostia de difícil.

Pero Randy tocaba muy bien; yo no, pero él sí, algo que sigue siendo así hasta cierto punto. Yo he conseguido mejorar un poco, y él sigue siendo increíble. Es muy grande, un guitarra de rock and roll de pura cepa. Y cuando estábamos empezando, él era lo más; íbamos y nos plantábamos en el público a observarlo. Allan Kowbel era buenísimo. Bob Ashley, el pianista, era muy guay, con aquellas gafotas y aquella pinta como de empollón. Era un pianista tremendo; ¡qué tempo! Gary Petersen era el batería y Jim Kale, el bajista, que era muy bueno; Koblun se fijaba en Kale, y yo en Randy, pero la verdad es que toda la puta banda me tenía alucinado, me parecían todos buenísimos. Aquella banda no tenía ningún defecto, al menos en aquella época. Cuando vivíamos en Winnipeg, escuchaba algunos discos viejos que tenía mamá, que no es que fueran blues del Delta, pero algo de blues tenían. Pero fue al escuchar a Jimmy Reed cuando me enganché a saco; debía de ser la época en que estaba aprendiendo a tocar la guitarra y Sonny Terry y Brownie McGhee pasaron de gira por Winnipeg. Fui a verlos y me moló su rollo.

Un día escuché por la radio «Baby What You Want Me to Do» y, joder, me entraron ganas de pillarme todo lo que hubiera sacado. Su primer disco fue Just Jimmy Reed, con «Goin’ to New York»; luego me pillé Rockin’ with Reed. Qué músico tan extraordinario, y esa armónica; yo soy incapaz de hacer todas esas virguerías, ni siquiera ahora. Esas notas altas y chirriantes, que aun así suenan muy dulces; ese sonido tan sentido y chillón parece un gato callejero, tío. Es la hostia de original, joder; enorme sin ni siquiera proponérselo.

Creo que usa armónicas viejísimas. Ojo al dato —que eso también es aplicable a las cuerdas de guitarra—, la guitarra, cuanto más jodida, suena mejor, con las cuerdas roñosas y a punto de romperse. Las cuerdas viejas suenan bien, como más dulces.

Cuando toco «Baby What You Want Me to Do» con los Horse… A ver, he oído versiones anteriores de otra gente, pero no he oído a nadie que la toque así; a parte de Jimmy Reed. Y todo es por ese ritmo perezoso y constante, que yo me copio de él, porque me divierte, y a la peña le mola el rollo… Creo que es la manera ideal de interpretar una canción como esa. No es que me plantee llegar nunca a dar con la versión definitiva, porque nunca habrá una versión definitiva de ninguna de sus canciones; a parte de las suyas.22

Jimmy Reed es la prueba de que lo que tocas es lo de menos y que lo que importa es el sentimiento, porque tocaba igual en casi cada puta canción; los cambios variaban un poco, pero ese riff siempre estaba ahí, el turnaround. «Tangtangtangtangtatata…» ¿De dónde cojones salió? ¿Se lo inventó él o se lo copió de alguien? Y ¿cómo lo hace para meterlo en cada canción y aun así conseguir que quede bien? Parece sonar siempre algo diferente… Jimmy Reed era el amo. No había bajo en aquellos discos, ya ves; usaban una guitarra afinada grave. Escucha cualquier otro disco, fíjate en el bajo y luego ponte sus discos; ya verás como solo se escuchan guitarras bajas. Es impresionante, yo sigo sin saber cómo se lo monta esa gente. Es como ver tocar a John Lee Hooker; es imposible saber qué coño hace. [El bajista de los Stray Gators] Tim Drummond me enseñó las notas que realmente utilizan, pero sigue sonando raro cuando pruebo a hacerlo yo.


Rassy Young [abajo] formó parte del jurado en el concurso Twenty Questions cuando Neil y ella vivían en Winnipeg. «Rassy era bastante graciosa en televisión», comentaba Neil. «Papá también estaba metido en un concurso, y yo soy el que rompe la puta cadena. Se acabaron los concursos. Por algún sitio hay que cortar.» © Western Canada Pictorial Index. Cortesía de John Einarson.

La primera dirección de Rassy y Neil en Winnipeg fue el número 5 de Gray Apartments, en el barrio obrero de Fort Rouge. Pearl, la madre de Rassy, había elegido el lugar por ella. Su hermana Toots y su marido, Neil, también vivían cerca y ayudaron a Rassy hasta que ni siquiera ellos pudieron seguir soportando a aquella persona amargada en la que se había convertido después del divorcio. «Se dedicó a fastidiar a todas sus antiguas amistades, una tras otra, hasta quedarse casi sin amigos», explicaba Toots. «Rassy no paraba de entrometerse en todo.»

Rassy consiguió redondear su pensión al estrenarse como jurado, por increíble que parezca, en un concurso de una televisión local. Presentado por Stewart MacPherson, un inglés bastante irascible, el concurso Twenty Questions de la CJAY contaba como jurado con: Nola Halter, Rassy y un tipo llamado Bill Trebilcoe, que sería el último romance de Rassy. El objetivo del programa era adivinar, en solo veinte preguntas, quién o qué era el invitado misterioso, y Rassy se sacaba la friolera de setenta dólares a la semana.

Es una pena que no existan copias de las grabaciones del programa, como parece ser el caso, ya que dicen que Rassy era de lo más dicharachera como jurado. «Creo que a Stew le fascinaba lo retorcida que era Rassy», comentaba Halter. «Hacía unas preguntas de lo más peregrino, ¡Señor! Y los demás solo queríamos que se nos tragara la tierra.»