Shakey

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Ella se quedó muy amarga; aquello le afectó mucho. Creo que la separación fue demasiado para Rassy.

June Callwood recuerda que recibió una llamada el día que Scott se fue de casa: «Rassy me llamo histérica. Yo sabía la tremenda tragedia que aquello suponía para ella, porque la vida de Rassy giraba en torno a Scott y no le quedaba más válvula de escape que pintar sillas».

A Callwood le sorprendió que Rassy se pusiera en contacto con ella, ya que desde el altercado de los cotilleos de Rassy no es que hubieran sido uña y carne precisamente, pero le ofreció su apoyo. Aquella renovada amistad no duraría ni veinticuatro horas. «Al día siguiente Bob me llamó y me dijo que se había pasado la noche vomitando», comentaba Callwood. «No encontraba a su madre por ninguna parte y el impasible e introspectivo Neil ya se había ido a la escuela. Bob no podía ir; me dio la impresión de que estaba fatal.»

Toots, la hermana de Rassy, no tardó en llegar de Winnipeg y encontrarse la casa sumida en el caos más absoluto. «Allí transcurrieron tres de las peores semanas de mi vida. Bob se pasaba toda la noche despierto poniendo una música funesta, y a Rassy le daban ataques de histeria cada diez minutos.» Según Toots, el único que aportaba un toque de alegría era Neiler, que un día volvió a casa del colegio ataviado con un sombrero con una pluma enorme en un intento de animar al personal. «Neil se esforzaba muchísimo, pobre crío, por actuar como si allí no pasara nada. Llegaba a casa silbando, pero era cerrar la puerta y venirse todo abajo; aunque Neil nunca tiraba la toalla. Me daba mucha pena tener que dejarlo allí, muchísima. Pero ¿qué iba a hacer? No podía arrebatarle a su hijo.»

Snooky llegó desde Texas para intentar ayudar. «Rassy no paraba de llorar; yo nunca la había visto llorar y era una situación verdaderamente angustiosa. Rassy ni siquiera me oyó cuando le dije: “No llores; por estas cosas no se llora. No es lo adecuado en estos casos”. Nuestra madre se habría enojado con Rassy por comportarse así, no le habría parecido nada bien, pero, total, Rassy llevaba tal berrinche que aquello le traía sin cuidado.»

Snooky dijo que intentó hablar con Scott: «Su opinión de Rassy se resumía en una frase: “Cada vez deja la cuenta a cero”. Scott no se refería al dinero, sino a su relación, al hecho de que cada día tenía que volver a la casilla de salida para que se le considerara una persona decente. Pensé que era un comentario muy feo y recuerdo aquellas palabras, porque pensé: “Me pregunto si realmente llegó a conocer a Rassy”».

El divorcio no entraba en los parámetros de resolución de conflictos de la familia Ragland, ya que Bill y Pearl habían permanecido juntos a pesar de que para algunos su matrimonio se hallaba exento de toda pasión. «Cuando mi padre decía una cosa, ya no había vuelta de hoja», afirmaba Snooky. «Cumplía sus promesas aunque le fuera la vida en ello, y así fue como nos educó, nos hartamos de oír esa cantinela. Estábamos convencidas de que una vez dábamos nuestra palabra ya no había nada que hacer, punto final. No podías echarte atrás y cambiar de opinión acerca de algo importante, y sé que Rassy se sentía así; Scott la dejó tremendamente aturdida.

»Hasta entonces la vida para Rassy había sido una carcajada continua, todo le resultaba divertido… Pero después de aquello, todo cambió; ya no se reía como antes y bebía mucho más; no sé cuánto, pero bebía mucho. Quien la conociera después del divorcio, nunca conoció a la verdadera Rassy, porque ya no volvió a ser la misma. Aquello le partió el corazón.»

Un par de días después de la ruptura, Scott llevó a sus dos hijos a Ciccione’s, un restaurante italiano de Toronto que continúa entre los predilectos de la familia, para darles la mala noticia. «Traté de explicarles que les quería, pero que no quería seguir viviendo con su madre», escribe Scott. «No sé si tuvo mucho sentido lo que les dije… No quería que aquello acabara con los niños desapareciendo del mapa, pero no sabía qué iba a pasar.»

Después de cenar, Bob y Neil acompañaron a Scott de vuelta a la redacción del Globe and Mail y, antes de despedirse, Neil se acercó a su padre y le dio unas palmaditas en el brazo, «como diciendo que lo sentía mucho, que a lo mejor era el caso». Tras haber pasado con Neil el tiempo suficiente como para saber que no es precisamente efusivo a la hora de expresar sentimientos, sentí curiosidad por cómo le afectó a Scott aquel gesto, y me contó esta historia a modo de respuesta:

«Si Neil estaba en la misma sala que alguien gordo o con algún tipo de defecto —o que hubiera sufrido alguna pérdida— y alguien hacía algún comentario que pudiera herir a esa persona, a Neil se le llenaban los ojos de lágrimas, y te hablo de cuando tenía cinco o seis años. Era muy sensible a los sentimientos de los demás, y ya sé que luego ha herido los sentimientos de mucha gente de un modo u otro, pero cuando era pequeño, aquello me llamaba la atención. Neil demostraba tener una sensibilidad extraordinaria hacia las penas ajenas, y qué decir de las palmaditas que me dio delante del edificio del Globe and Mail. Aquello no se me olvida.»

A medida que se desintegraba su familia, aumentaba la obsesión de Neil por la música. La primera vez que alguien recuerda haber visto a Neil tocar un instrumento —un ukelele barato de plástico— fue en la Navidad de 1958. Sus padres recuerdan comprárselo como regalo de Navidad; Neil dice que su padre se lo había comprado meses atrás en Pickering. En cualquier caso, Young empezó a centrarse en la música. Scott escribe que Neil «cerraba la puerta de su habitación, que estaba al final de las escaleras, y oíamos “praaang, una pausa para cambiar los dedos de acorde, “prang”, otra pausa para volver a cambiar de acorde, “prang”…».

¿Cuáles eran las raíces musicales de los Ragland? Tenemos la ínfima muestra de los atormentados pinitos con el piano de la abuela Pearl y el amor que le profesaba Rassy a ese instrumento. Según Scott: «La música era lo único que conseguía hacerla llorar, sobre todo la música de ópera. Vio El gran vals cinco veces; iba allá donde la proyectaran. Una vez Rassy me dijo que lo que más le hubiera gustado en la vida habría sido tener una buena voz para poder cantar, así que esos eran los antecedentes cuando Neil empezó».

En la familia de Scott abundaban los campesinos cosechadores. «Si estábamos en la granja y se ponía a llover, te ibas corriendo a casa a toda pastilla y cogías el primer instrumento que encontrabas», recuerda Bob, el hermano de Scott. «Uno podía acabar con un violín, otro con un banjo, con una mandolina o una armónica; en esta familia nos sentimos bastante orgullosos de nuestras aptitudes musicales.»

Siendo adolescente, Neil pudo comprobar las increíbles dotes musicales de los Young al asistir al funeral de un familiar en Winnipeg. «Cuando murió la prima Alice, nos reunimos unos cuantos en casa de uno de los primos y le dijimos a Neil que se trajera la guitarra, ya que estaba empezando a ser conocido en Winnipeg», recuerda el tío Bob. «Neil entra en aquella casita, ve a todos aquellos granjeros sentados en círculo —a los que por poco les salía el heno por las orejas— y se pone a darle a la guitarra. Entonces los demás empiezan a tocar y, madre mía, le costó horrores seguirles el ritmo; iban todos como locos.»

Neil no recuerda esta historia y, al no tener mucho contacto con ese lado de la familia, no guardaría mucha conciencia de esta tradición, aunque hubo dos personas en la familia que le impactaron enormemente: el tío Bob y la abuela Jean.

Si bien Bob Young pasó la mayor parte de su vida trabajando como encargado de relaciones públicas, la música era su gran pasión. «Mi padre era capaz de tocar cualquier instrumento de cuerda que le pusieran delante», sostenía su hija Marny Smith, que actuaba junto a sus hermanas, Stephanie y Penny, en un grupo vocal itinerante que había montado su padre. «Recuerdo que Neil siempre observaba a mi padre allí donde íbamos», comentaba.

Se da por sentado que Scott Young, que se sabía los acordes básicos con el ukelele, fue quien enseñó a tocar a Neil, afirmación que refutó con vehemencia el hermano de Scott, Bob, que, cuando lo conocí, pese a pasar de los ochenta y no andar bien de salud, se apresuró a sacar su ukelele Arthur Godfrey12 y se lanzó con «How in the heck can I wash my neck if it ain’t gonna rain no more?13». Bob afirma categóricamente que le dio clases a Neil, aunque localiza la acción en Omemee, cuando Neil todavía no tenía su propio instrumento. Neil también menciona a su abuela Jean, la matriarca del clan de los Young.

Jean era genial, una artista con una personalidad tremenda; tiene que ser ella la raíz de todo… Por su manera de ser. Todo el mundo la apreciaba; a pesar de ser extrovertida, había algo que nunca acababas de entender. Cantaba como los ángeles y tocaba el piano; solía reunir a la gente y ponerse a cantar en un santiamén, y siempre estaba organizando funciones para los mineros y cosas por el estilo. Vivía de la música. Yo la vi y la oí tocar el piano, y era magnífica, ojalá la hubiera conocido mejor porque sinceramente pienso que era alguien especial.

Mi tío Bob también era genial. Tenía tres hijas —mis primas— y las tenía adiestradas, es decir que era en plan ¡BUM!: «¡La laa la laaaa!». Y se marcaban unas armonías vocales a tres voces perfectas, flipantes, así, chasqueando los dedos para marcar el ritmo, con un magnetismo alucinante, y mi tío las acompañaba al ukelele o lo que fuera, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras las chavalas meneaban el esqueleto. Luego mi tío dejaba de tocar: «A ver, chicas: ¿qué queréis cantar ahora?». Dios, eran geniales.

Me empecé a centrar en el ukelele cuando vivíamos en Brock Road. Luego, cuando nos mudamos a Old Orchard, en Toronto, ya me dediqué a ello más en serio. Creo que los primeros temas que aprendí fueron «Billy Boy», «Rachel and Rachel» y «Bury Me Not on the Lone Prairie». Papá se defiende, pero no lo hace ni la mitad de bien que su hermano. Fuimos a por el ukelele y papá me dio unas nociones básicas, y luego vino mi tío y me enseñó de verdad; las manos le iban a toda hostia y yo: «Tío Bob, ¿qué leches estás haciendo?». Duuuba duuup duuup…

 

Pasé de un ukelele básico a otro mejor, luego a un banjo ukelele y después a un ukelele barítono; todo menos una guitarra. Me estaba aficionando a la música.

«Cuando iba a la escuela, siempre me daba por cambiar de manera repentina», declaró Young a Dave Zimmer en 1988. «Hablo aún de la escuela secundaria, donde me daba por llevar el mismo tipo de ropa y tal durante un año y medio hasta que de repente un día empezaba a llevar ropa diferente y ya no me volvía a poner más la otra ropa. Me iba de un extremo al otro… Obviamente, había algo de mí mismo que no me gustaba; por algún motivo, no me siento seguro.»

Neil Young llevaba unos zapatos blancos de ante la primera vez que se topó con Comrie Smith, que se convertiría en uno de los alicientes de su etapa en Old Orchard: el primer compinche musical de la infancia de Neil. Se conocieron en clase de matemáticas de noveno grado en el Instituto John Wanless, y no tardaron en hacerse amigos gracias a su pasión compartida por el rock and roll. Al empezar el décimo grado en el otoño de 1959, quedaban todos los días delante del supermercado A&P que hacía esquina entre Yonge y St. Germain para ir juntos al Lawrence Park Collegiate14.

Smith, un adolescente hipster con el flequillo bien alzado intentando imitar el tupé de Elvis, se quedó anonadado con el estilo de Young. «Neil merodeaba por Yonge Street. Era un tipo muy delgado, muy alto, con el pelo engominado hacia atrás por los lados, pero muy corto por arriba. Iba con un transistor, zapatos blancos de ante, un bonito suéter molón y pantalones negros; era un tío muy fardón.»

A pesar de las limitaciones económicas propias de una madre separada, Rassy no escatimaba en gastos para el vestuario de Neil y le compraba jerséis deportivos y llamativas cazadoras de pana en Halpern’s, una exclusiva tienda de ropa. Comrie recuerda a Rassy más como a una colega de Neil que como a su madre. «Era muy agradable y muy abierta con nosotros; tenía un punto infantil, y yo pensaba que sería genial tener una madre como Rassy, que iba en plan: “Adelante, a por todas”. La libertad que tenía Neil era la envidia de todos.»

Hacerse amigo de un chaval hijo de padres separados supuso todo un problema para Comrie. «Mis padres nunca acabaron de aceptar a Neil, porque pensaban que me convendría más relacionarme con gente de un entorno más estable.»

Smith recuerda que Young era un manojo de nervios al que la separación de sus padres había afectado muchísimo. «Neil se exaltaba mucho con el tema de la ruptura; no paraba de hablar de ello y solía acabar con la cara roja como un tomate.» Además de aquella facilidad para enrojecer, Young tenía la manía de «sacudir los dedos a tal velocidad que hacía que las uñas chasquearan ruidosamente», pero Neil se las ingenió para hacer de sus tics nerviosos todo un numerito que utilizaba en clase. «Le sacó mucho provecho», comentaba Smith. «Con solo entrar, poner aquel careto y sacudir los dedos, tenía a toda la clase partiéndose.»

Neil se hizo popular entre las chicas gracias a sus payasadas, ya fueran intencionadas o innatas. «A todas les hacía gracia porque era muy divertido», decía Smith, que recuerda perfectamente que Young le lanzó a una chica una goma elástica al pecho para demostrar que llevaba relleno. «¿Has visto, Comrie? Ha rebotado enseguida», exclamó Neil, quien, para sorpresa de Smith, incluso consiguió hacer reír a su víctima. «Si llego a ser yo, ¡me mata!»

Con ese comportamiento, Neil se ganó un puesto casi permanente junto al despacho del subdirector, pero incluso desde allí se las arreglaba para hacer alguna barrabasada. «Recuerdo ver un petardo pasar zumbando por la ventana de la clase, pasos acelerados, a Neil corriendo por delante de clase para volver a su pupitre en el pasillo, a la Srta. Smith salir disparada por la puerta para interceptarlo y a toda la clase partiéndose.»

También está el capítulo de la inspección del cuerpo de cadetes un día de mayo de un calor sofocante. Comrie recuerda ir de uniforme y con los zapatos negros de cordones y tener que mascar una goma elástica para evitar desmayarse. Young se puso en la fila como si tal cosa con sus adorados zapatos blancos de ante. Cuando lo expulsaron de la ceremonia, Young «no podía parar de reír», comentaba Smith; «nos tocó quedarnos allí firmes una hora».

Young sentía una especial empatía hacia sus compañeros más huraños, ya que sin duda debía de verse un poco reflejado en aquellos marginados. Gary Renzetti era «un chaval espabilado sin un duro y de pocas luces», explicaba Smith, «que llevaba unas pintas como si se hubiera pasado la noche escarbando en los contenedores del vecindario». Un día, Neil decidió echarle un cable a Renzetti en uno de tantos días de vejaciones estampándole un libro de matemáticas en la cabeza a uno de sus torturadores. La siguiente vez que uno de aquellos gamberros empezó a meterse con Renzetti, Neil le pidió al profesor un diccionario y ¡PLAS! Cuenta la leyenda que dejó al pandillero de marras seco. «Me expulsaron un día y medio, pero le dejé claro a aquella peña cómo me las gastaba», le contaría Young a Cameron Crowe muchos años más tarde. «Así es como me planteo yo las peleas: puestos a pelear, vas a saco con quien sea o lo que sea que te moleste; si no, mejor no meterse.»

A ver, no es que fuera «¡A MATAR!» literalmente. Lo que sí hice fue darle al tipo en la cabeza con el diccionario con todas mis fuerzas, y me quedé anchísimo; no es algo que recomiende hacer, pero sin duda te ayuda a desahogarte y luego te sientes mucho mejor. ¿John Wanless? Tenías que llegar en el momento adecuado. Si llegaba un poco antes de hora, podía llevarme una paliza que te cagas, así que me aseguraba de llegar justo a tiempo. Y cuando te pirabas de la escuela, salías cagando leches y te ibas bien lejos, porque la gente era muy gilipollas. Ya sabes cómo se ceban con uno en el colegio.

En toda clase siempre está el típico tío que le cae mal a todo el mundo, el marciano de turno, joder; pues yo tengo que entablar conversación con esa persona, ¿estamos? El mío era Gary Renzetti. Apenas lo conocía, lo único que sabía es que el tío vivía en su puta galaxia paralela y que todos se metían con él, no sé por qué; a lo mejor era porque no hablaba inglés muy bien, puede que fuera por eso. Era un tipo grandote que iba vestido como de los años cuarenta, con ropa que parecía usada, no sé. Nunca llegué a conocerlo mucho, pero me caía bien. Me dije a mí mismo: «Este pobre capullo de Renzetti lo tiene muy crudo; vamos a ver qué tal se lo monta». Era curioso.

Algunas personas me han dicho: «Fíjate en la infancia de Neil; es un caso clásico del tipo “La revancha de los novatos”».

¿“La revancha de los novatos”? Genial.

¿Qué tiene de bueno?

Pues que adquirir el estatus de empollón con el conocimiento tan de ir por casa que tengo de ese concepto me parece un logro cojonudo, y me siento orgulloso.

Me tocaba llevar los putos zapatos blancos de ante, que molaba porque sentías los pies ligeros y te podías mover con facilidad. Los limpiaba con una cosa que se llamaba Sani-White, un potingue blanco que venía en un frasco con una especie de esponja en la parte superior, y con eso los pintabas; era como si te blanquearas los pies.

Yo siempre iba dos o tres años por detrás del resto. Los zapatos blancos de ante estaban más que pasados de moda cuando yo empecé a usarlos; estaban superpasados, ya no los llevaba nadie para cuando tuve los míos, así que eran motivo más que suficiente para encabronar al personal; me desmarcaban del resto.

Al salir de clase, Comrie y Neil iban directos a la casa de Comrie en el número 46 de Golfdale, sobre todo al flamante equipo Philips de alta fidelidad de su padre. Smith lo tenía todo: Jerry Lee Lewis; EP y singles de 45 rpm de Elvis; el disco de 78 rpm donde Little Richard berreaba «She’s Got It»; Roy Orbison; temas instrumentales de Link Wray y del pianista de Nashville Floyd Cramer. Es más, Comrie tenía hasta un par de LP: The Chirping Crickets de Buddy Holly and the Crickets y Go Bo Diddley.

Como verdaderos cazadores de discos que eran, Neil y Comrie tenían unos gustos muy particulares. «Nos gustaban los sonidos raros», comentaba Smith. «Sonidos originales que no se habían escuchado hasta entonces.» Comrie recuerda que Young se volvía como loco con ciertos discos, normalmente con los más guitarreros, como el machacón y demencial «Muleskinner Blues» de los Fendermen o «I Sure Do Love You Baby», una cara B de Gene Vincent con un solo arrollador que usaba el volumen de la guitarra en lugar de distorsión; pero fue la actitud de Richie Valens en su versión de «Framed» lo que realmente cautivó a Young: una auténtica jerga lumpen que contenía el imperecedero pareado «I was walkin’ down the Street, mindin’ my own affair / When along came a cop, grabbed me by my underwear15».

«A Neil le parecía fabuloso», recuerda Smith; hasta el punto de que cuando la Srta. Pat Smith les puso como deberes para la clase de lengua copiar un poema de memoria, Young garabateó la letra de «Framed» y se la entregó.

Cuando su obsesión por los discos se lo permitía, Neil y Comrie acudían a los bailes que organizaban en Saint Leonard o en Saint Timothy los fines de semana para echar un vistazo a los grupos locales. «Neil y yo nos quedábamos al lado del escenario babeando», comentaba Smith, que todavía recuerda la tarde de un sábado en que un chaval algo mayor los invitó a su casa para ver ensayar a los Sultans.

Como cabía esperar, todo esto derivó en la idea de formar un grupo, y Smith recuerda que Neil sopesaba las diferentes posibilidades: ¿Vamos a tocar un tipo de música en el que las letras tengan importancia? ¿Éxitos de los 40 Principales? ¿Instrumentales? ¿Música folk? La opinión de Rassy se tenía muchísimo en cuenta. «Estaba empeñada en que Neil hiciera un rollo más lírico, tipo The Kingston Trio», explicaba Smith. «Neil dijo: “Bueno, pues si formamos un grupo, céntrate en los bongos, Comrie, hazme caso”.»

Ante la insistencia de Young, Smith fue y se compró unos bongos por doce pavos y recuerda estar sentado al borde de la cama, probando los bongos, mientras Neil aporreaba el ukelele, ambos tocando al son del disco de 45 rpm de Preston Epps «Bongo Rock». «Al final llegamos a la conclusión de que necesitábamos más gente en el grupo.»

Un domingo por la tarde, aprovechando que los padres de Comrie habían ido a misa, la pareja fue más allá y pasó a ser un cuarteto: Neil al ukelele, Comrie a los bongos y sus colegas de clase Bob McConnell y Harold Greer a la guitarra y al bajo. «Let’s go to the hop, oh baby, let’s go to the hop16», coreaban alegremente Danny and the Juniors una y otra vez desde el equipo de música mientras el grupo tanteaba los acordes, para acabar por atreverse a ensayarla ellos solos. Según Comrie: «Al cabo de una hora, dijimos: “¡Vaya tela! ¡Vamos a tener que aprender más canciones!”».

Ahora por fin eran un grupo, a pesar de que nadie recuerde el nombre del conjunto, si es que lo tenía. Lo que sí que tenían eran conjuntos, en plural: unas camisetas doradas de cuello de barco y media manga con estampados geométricos que Neil había elegido en Halpern’s. Young y Smith no dudaron en presentarse de esa guisa en la escuela, pensando que eran lo más, hasta que algún graciosillo soltó: «¡Mirad, si son Zipi y Zape!». «Menudo bajonazo», farfullaba Smith unos treinta y cinco años más tarde.

Fingíamos ser un grupo, pero ninguno sabía tocar; si no sonaba el disco de fondo, no había nada que hacer.

Recuerdo que en casa se escuchaba mucho a The Kingston Trio y que Rassy ponía discos de Lena Horne, de Glenn Miller y de todas esas big-bands; aquel tipo de música era lo que solía sonar en casa durante la época de Old Orchard Grove.

Comrie es un tío muy majo. Sigue tocando, tiene un grupete; me envió una cinta, pero todavía no la he escuchado. Soy lo peor; nunca escucho las cintas de los demás.

 

La peña no se da cuenta de la poca música que escucho, apenas nada. Estoy fuera de onda, lo digo en serio; comparado con lo puesta que está la mayoría de la gente, con sus conocimientos musicales y del panorama actual… Yo siempre he pensado que cuanto menos supiera, mejor.

Pero sí que tenía mis discos fetiche. Recuerdo que me fascinaba que los Everly Brothers hubieran versionado «Lucille». A pesar de que se trataba de los Everly Brothers, yo notaba que le faltaba algo; estaba genial, pero no producía la sensación que producía la canción original; es lo que suele pasar con el original y la copia.

Empecé a comprarme discos de 78 rpm. El «Bony Moronie» de Larry Williams, Hank Ballard and the Midnighters, el «Rawhide» de Link Wray, ¿esa que hace: «Ñañañá ña ñáña»? Fue la que sacó después de «Rumble», y las dos eran la bomba. El «Sea of Love» de Phil Phillips, Jack Scott. Me gustaba Sam Cooke, pero no lo suficiente como para comprarme el disco. El que sí que me flipaba era Buddy Holly, pero tampoco me entusiasmaba tanto como para comprar el disco hasta que salió el LP con todas las canciones y entonces me lo compré, porque nunca compraba los singles; salvo excepciones como Larry Williams y algunos de aquellos clásicos que compraba en formato de 78 rpm lo antes posible. Robinson’s era una especie de tienda de electrodomésticos donde trabajaba una señora muy simpática con la que hablábamos continuamente. Creo que Comrie y yo íbamos mucho por allí juntos, porque estaba al lado de su casa. Llegabas allí y aquello era como el Hit Parade; lo tenían todo, y nosotros en plan: «¡Qué fuerte! ¿Esa canción ya está a la venta?» Cogías aquellos discazos enormes, los escondías bajo el brazo y luego fardabas del rollo: «Aquí tengo un disco. ¡Vosotros no tenéis una mierda!».

«Last Date» de Floyd Cramer me tenía flipadísimo. La verdad es que era el único tema suyo que conocía. «Du du du duuuu». Con todas las notas ligadas. Todas; y en continuo movimiento. Me molaba aquel sonido, así que hay mucho de eso en mi forma de tocar la guitarra… ligando las notas; es algo que siempre he hecho. La primera vez que lo probé con la guitarra pensé que era una pasada, pero Randy Bachman lo hizo primero. Randy es la primera persona que he escuchado en mi vida capaz de conseguir cosas con la guitarra que me recordaran a Floyd. Tiraba de las cuerdas en plan «tu- tuuiiing», y creaba una armonía nueva haciendo un bending17 sobre una cuerda en un double-stop, dejando la otra quieta. Pensé: «Si él puede hacerlo, yo también; puede que me cueste dos años aprender a hacerlo, y que lo acabe haciendo solo la mitad de rápido, pero lo sacaré por cojones».

Siempre fui un apasionado de Roy Orbison; «Only the Lonely» era todo un hitazo cuando íbamos por la tienda de discos de la señora aquella. Qué voz, qué arreglos y qué discos tan impresionantes. Roy ha sido lo más parecido a Bob que ha dado el rock and roll. Era tan… sincero y llegó tan alto. El tío sacaba unos discos de la hostia; eran discos revolucionarios, un hit detrás de otro sin parar… Todo un fuera de serie. Con esa voz que tenía que parecía un puto cantante de ópera, cantando aquellas baladas con un ritmo al estilo de el Bolero de Ravel. ¿Qué coño era aquello? Era en plan, ¿de dónde ha salido esto? «Evergreen», «Blue Bayou»… Me encantaba el puto disco y lo escuchaba sin parar, una y otra vez. Es que me flipaba el puto tema; y ese estilo que tiene, esa manera de cantar. Eso sí que es una CANCIÓN con mayúsculas, joder. Ahí tienes a un cantautor especializado en tragedias que se implica hasta tal punto que resulta casi imposible abarcar la profundidad de su sentimiento. Lo que hace es profundo y oscuro, y siempre hurga en la herida, pero la cosa nunca llega a ponerse negra; se queda en azul, en un azul oscuro.18 Es que lo clava, el tono dramático. La música de Roy tiene un tono tristón, pero con ese punto de orgullo.

¿Qué es lo que te gustaba de Del Shannon?

Lo mismo que me gustaba de Roy Orbison. Utilizaba unos acordes rarísimos, y había algo en él que me llamaba la atención; vaya personaje más trágico.19 Me parecía el personaje siniestro por definición, oculto tras aquella apariencia de Bobby Rydell, tú ya me entiendes. «Hats Off to Larry», «Runaway», «Swiss Maid»; era tremendamente original. Llevaba un rollo muy raro, iba totalmente a su bola, sin importarle las modas. No sé cómo se le llegaron a ocurrir todas aquellas ideas.

Bobby Darin. Por aquella época era bastante peculiar… Un tipo curioso. Ahora que lo pienso, su primera canción se publicó estando yo en Pickering: «Queen of the Hop». Apreciaba lo que hacía, pero tampoco es que el mensaje de sus canciones me llegara al alma, aunque «Queen of the Hop» molaba bastante, te podías hacer una buena idea de lo que iba aquello. «Dream Lover» tampoco estaba nada mal. ¿Y te acuerdas de cuando hizo la versión de «If I Were a Carpenter» de Tim Hardin? Pues ahí sonaba totalmente distinto. «Mack the Knife» también molaba, pero casi llegaba a distraerte, porque era un cambio tan radical, que pensabas: «Para el carro, por el amor de Dios. Esto es una pasada, pero ¿quién cojones es este…? ¿Es el mismo tío? ¿Qué coño le ha pasado?»

Es el primer músico que yo recuerde que te hacía pensar: «Hostias, ya ha vuelto a cambiar; es totalmente distinto, pero le sigue poniendo el mismo empeño, no suena desganado en absoluto». «Dream Lover», «Mack the Knife», «If I Were a Carpenter», «Queen of the Hop», «Splish Splash»; dígame, Sr. Darin: ¿Compuso usted todos esos discos el mismo día? Je, je, je; si no, ¿qué fue lo que le ocurrió?

No paraba de cambiar, es como si se fuera de un extremo al otro, así que es difícil saber quién era realmente Bobby Darin.

A veces, Comrie y Neil se reunían en un escondite secreto que tenían en el barrio —y se apresuraban a sacar un par de pipas rebosantes de una mezcla de tabaco especialmente nocivo llamado Bond Street— para hablar de chicas, grupos, discos y otros asuntos importantes mientras echaban unas caladas. Según Comrie, aquellas conversaciones siempre acababan derivando de un modo u otro a los problemas familiares de Neil.

Cuando se separaron Scott y Rassy, las cosas fueron de mal en peor. El nuevo amor de Scott, Astrid, le había estado escribiendo y le enviaba las cartas a la dirección de su hermano. Merle, la esposa de Bob, se hizo con una de aquellas cartas y se la reenvió a Rassy, seguramente como represalia por la animadversión que esta había mostrado hacia ella. «Sabía de sobra que Rassy reconocería la letra de una mujer y abriría la carta; y la leería», comentaba Scott. «Que fue exactamente lo que ocurrió.» En 1960, Rassy pidió el divorcio. Según Scott, Rassy le dijo que les había enseñado a los niños la carta de Astrid, hecho que Scott dio por cierto durante más de veinte años, hasta que se puso a escribir Neil and Me y Neil le dijo a su padre que él nunca había visto aquella carta. «¿Por qué me diría aquello Rassy?», le preguntó Scott. «Solo intentaba hacerte sentir bien contigo mismo», le contestó Neil en broma.

Scott tuvo remordimientos de conciencia durante años. «El primer amor es algo muy fuerte, y nunca acabas de estar seguro de hacer lo correcto cuando tomas una decisión tan drástica acerca de un matrimonio», comentaba. «Solía pensar que las parejas que estuvieran verdaderamente en sus cabales podían encontrar la manera de sobrellevar las cosas, de hacer que funcionaran. Nuestro matrimonio tenía tantas cosas buenas: nuestros dos hijos, todo lo que hicimos, los problemas profesionales que logramos resolver juntos… Me parece que para Rassy el matrimonio perfecto hubiera consistido en arreglar nuestras diferencias y en que yo alcanzara una gran popularidad como escritor, pero sin traicionar el amor que habíamos jurado profesarnos el uno al otro.»