Shakey

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—Ha sido un intento de la hostia, muy bueno, pero no es lo que yo quiero. No me importa que me den ideas a la hora de escoger las canciones buenas… Pero las chungas también deberían incluirse.

—¿Por qué?

—Pues para que se vea la diferencia. Hay cosas que están bien, pero hay otras que son bazofia que no se editó, y con motivo. Así puedes echarle un vistazo y ver lo que hay. Para eso están los archivos, joder, no para ir del palo «Aquí tenéis a Neil Young en todo su esplendor: su enorme, increíble, cojonudo esplendor». Eso no es lo que yo quiero.

Quiero que la gente sepa lo malo que era, joder; lo asustado que estaba y lo bueno que era. La pura realidad, eso es lo que busco, y no un producto. Y creo que eso es lo que quieren los fans de verdad: el puto pack completo.

Y cuando haya acabado con los Archivos, cuando haya elegido lo que se incluye y ya lo tenga todo a punto, voy a destruir todo lo demás.

—¿En serio?

—Lo voy a enterrar.

—¿Te estás quedando conmigo o realmente es lo que has decidido?

—No te quepa duda. Voy a cavar un hoyo de la hostia, lo echaré todo ahí dentro y luego lo taparé bien tapado. Y así desaparecerá todo.

—Pero la gente tiene palas. Me refiero a tu gente de confianza.

—¡¿Que mi gente de confianza tiene palas?!

—¿Eres la persona adecuada para recopilar los Archivos?

—Oye, que ya están recopilados. Lo único que falta por hacer es comprobar que estén en orden cronológico, elegir el diseño y la presentación y ponerlos a la venta.

Mira, me importa una mierda si la gente los COMPRA o no. Es algo que quiero hacer y punto. Aunque solo se pongan a la venta doscientos ejemplares, firmados por mí, joder, pero que se publiquen. Una vez estén acabados, la gente podrá hacer con ellos lo que les salga del culo y ordenarlos como les dé la puñetera gana, pero tendrán todo el puto mogollón para elegir, y no solo una parte. Todo significa todo: lo bueno, lo feo y lo malo.

—¿Crees que debería plantearme el libro de la misma manera?

—No, porque la música es un caso aparte. Si lo metes todo en el puto libro… Para empezar, te saldría un tocharro de veinte tomos, joder, y no lo acabarías en tu vida. Además, habría la hostia de cosas que podrían hacer daño a mucha gente.

Por otro lado, tampoco me gustaría que fuera un libro donde yo quedara como dios, como alguien que lo ha hecho todo perfecto en su vida, ni que parezca un artificio ideado para justificar cada cosa que he hecho, joder.

—VALE, YA LO VOY PILLANDO.

—Así que obviamente no será un libro de ese tipo. Pero eso es lo único que me importa: no tengo la menor intención de hacerle daño a nadie. Siempre se pueden decir las cosas de manera que sea el lector quien ate cabos, quien saque sus propias conclusiones.

El problema que tiene la autobiografía es la falta de perspectiva de la persona que la escribe. Precisamente por ese motivo yo nunca escribiré mi autobiografía. Nunca. Ya se lo he dicho a Pegi: «Nunca me lo permitas». No tiene razón de ser.

Mucha gente me dice continuamente que mi música les ha ayudado en ciertos momentos de sus vidas, y nunca he podido entender la dinámica que hay detrás de todo esto, pero debe de tener que ver con mi manera de hacer las cosas. Lo que hago es dar la información suficiente para suscitar algún sentimiento en la gente y así luego pueden asociar sus propias vidas a esas imágenes de modo que parezca que se puedan aplicar a ellos directamente. Es como si la canción hubiera sido escrita para ellos. Les sorprende que sus vidas queden reflejadas de una manera tan directa y tan obvia, y esto es posible porque evito hablar de cosas demasiado concretas que les hagan sentirse excluidos.

Escribir una autobiografía iría en contra de la esencia de todo este proceso. Además, sería algo dificilísimo. Prefiero dedicarme a hacer discos, que es lo mío. Venga, di algo.

—Me veo en el manicomio.

—Joder, es que nos podemos tirar toda la vida con esto. Podría acabar siendo peor que los Archivos, je, je. Si nos da mucho por culo, podemos convertirlo en un proyecto artístico. Es un libro, así que el contenido es cosa tuya. Total, no lo pienso leer.

El concierto en el L.A. Sports Arena empezó exactamente igual que los otros cincuenta y dos conciertos de la gira, con los acordes desgarradores de «Hey Hey, My My (Into the Black)». Esta pequeña oda al demonio que a veces es el rock and roll contiene la tristemente célebre frase «It’s better to burn out than to fade away3». Para algunos es todo un himno; otros se escandalizan. A mí me hacía gracia, porque me parecía un topicazo. Como muchas de las canciones de Young, para cada persona significa algo distinto.

El hit hizo enloquecer al público, y eso que Shakey no estaba precisamente predicando a su rebaño. Muchos de los presentes eran chavales —apenas unos renacuajos cuando la canción se editó por primera vez— alucinando como el que más. A Young el apellido le viene que ni pintado: Neil Young sabe de qué va esto del rock, seguramente mejor que el resto de sus colegas del gremio. «El rock and roll es simplemente una manera de referirse a la música del espíritu joven, del aquí y el ahora», dijo Young. «Es algo que no puedes anticipar, algo que no te esperabas.»

Esta noche acompañaba a Young en el escenario su mejor banda de rock, Crazy Horse: Frank «Poncho» Sampedro, Ralph Molina y Billy Talbot; tres inadaptados musicales, y una banda por la que solo Young puede sentir fascinación. A la primera de cambio, pueden equivocarse de nota, acelerarse, ir demasiado lentos y, por regla general, ejecutar a trancas y barrancas temas que llevan tocando veinte años. Los Horse distan mucho de ser unos virtuosos y hace años que son el hazmerreír de los supuestos músicos profesionales, pero antes me quedo con diez horas de Crazy Horse en su estado más deplorable que con la discografía completa en solitario de Clapton o Sting, ya que al menos rara vez te aburres. ¿Despegará la canción a toda mecha como un cohete o se estrellará antes de empezar? Con los Horse todo es posible. Ahí está la gracia.

En los noventa, cuando estaban de gira presentando Ragged Glory —un disco aclamado por la crítica que marcó su retorno—, los Crazy Horse se convirtieron de repente en la institución más inverosímil del rock, lo cual no significa que todo haya sido un camino de rosas. Young ha mantenido a los Horse en activo de la única manera que sabe hacerlo: dejándolos plantados para irse a tocar con otros músicos y regresando cuando vuelve a sentir el gusanillo y se lo pide el cuerpo. Eso es lo que hace que la banda no pierda su frescura, los mantiene en guardia; pero también le ha pasado a los Horse una buena factura. Son como un matrimonio que se está casando y divorciando continuamente.

La gira de 1991 fue especialmente dura y acabó como el rosario de la aurora. No obstante, esta noche Shakey estaba imparable, dándolo todo, arrancándole a Old Black unas notas que dolían; una música increíble, de lo mejor que ha hecho en su vida. No está mal para un tío de cuarenta y cinco tacos. «Puedes sentir cómo se entrega», comentaba James Taylor. «Neil se entrega por completo.»

Young lucha constantemente por mantenerse fiel a sus principios. Pocos músicos de su categoría han llegado a tales extremos para mantener su integridad. Jamás ha publicado una recopilación de grandes éxitos, a no ser que consideremos como tal el excéntrico Decade, un triple disco recopilatorio de su carrera aparecido en 1977 en el que ni siquiera aparecía su foto en la portada. Young ha descartado discos enteros, dejado en la estacada a bandas y giras de un plumazo; ha renunciado al éxito apabullante para dedicarse a grabar unos discos etílicos y chapuceros condenados al fracaso comercial más absoluto, y todo por seguir a su musa. ¿Os acordáis de esos one-hit wonders de antaño, tan apreciados porque han conseguido, sin saber muy bien cómo, que sus penosos gallos y gorgoritos se conviertan en vestigio de una época? Pues casi toda la obra de Young tiene esa chispa tan alucinante. Y al mismo tiempo que el rock ha ido creciendo y edulcorándose hasta rozar el absurdo, Young ha intentado mantenerse puro y desafiante como nunca.

«Neil se deja llevar por su música», me dijo Elliot Roberts. «Si Neil siente que no está siendo fiel a sí mismo, no puede seguir.»

Tienes que estar dispuesto a darlo todo y estar seguro de que realmente tienes mucho que ofrecer, porque si sales ahí fuera sin estar preparado para darlo todo —y no tienes la fuerza necesaria para entregarte al máximo de tus posibilidades—, si no estás dispuesto a aguantar la vela hasta el final, cuando está a punto de derretirse y desaparecer, entonces no eres nada. Ni siquiera deberías estar ahí. Lo único que haces es perder el tiempo…

ENTREVISTA CON LAURA GROSS, 1988

Diez meses después, Young volvía a salir de gira para ofrecer una serie de seis actuaciones en solitario en el Beacon Theatre de Nueva York. Al verlo solo sobre el escenario, rodeado de instrumentos acústicos, me costaba creer que este tipo era el mismo que había estado arrancándole a Old Black notas torcidas y ruidos ensordecedores. «A Neil le gusta tocar en grupos, pero en realidad es un músico en solitario», había declarado Danny Whitten, el ya desaparecido guitarrista de los Horse. «En el fondo sabe que se lo tiene que currar él solo.»

 

Los conciertos del Beacon fueron tan apacibles como ensordecedores los de los Horse, una bestia totalmente distinta. «Me meto de lleno en todo lo que hago, hasta llegar a un punto en que no me importa nada más. Posiblemente sea un extremista», dijo Young en 1989.

Como buen camaleón, Young se ha dejado la piel en todo lo que ha hecho, que abarca del rock de los cincuenta al country, pasando por el R&B y el techno pop, pero hay dos extremos entre los que se desarrolla todo lo demás: el rock and roll crudo y arrollador interpretado por la clásica formación de cuatro miembros y su faceta acústica en solitario, simple y desprovista de florituras. «Neil sabe cómo ganarse al público y mantenerlo embelesado durante dos horas, sin más ayuda que su guitarra», comentaba Willie Nelson.

Pero aquí se enfrentaba al público típico de Nueva York, un público sediento de sangre. Querían que tocase los hits, querían a Old Black y querían cualquier cosa menos lo que Young les ofrecía: un puñado de baladas nuevas que no habían escuchado en su vida. Discutió con el público, le gritó, se lo cameló, pero por encima de todo no dejó de tocar. «Puta pesadilla de concierto», diría Young después. «No querían escuchar esas canciones de ninguna manera, pero lo cierto es que lo acabaron haciendo, ¿verdad?» Young era el que reía el último, como de costumbre. Harvest Moon, que recoge las canciones que hicieron perder la paciencia al público del Beacon, se convertiría en uno de los mayores éxitos de su carrera.

Comparado con el despliegue de medios que había supuesto la gira de Ragged Glory, la de Harvest Moon era minimalismo puro: un equipo técnico compuesto por un puñado de tíos, Shakey y su autobús. El golf pasaría a ocupar el lugar de los ensayos, y Young parecía deleitarse con lo imprevisible de los conciertos. Me acerqué al backstage con la esperanza de conseguir una entrevista; lo que no me imaginaba ni de lejos es que aún tendría que perseguir a Young durante otro año y medio. Por allí pululaban los típicos famosillos de tres al cuarto: desde los cómicos cansinos del momento hasta la última sensación efímera del rock, todos babeando. Pero había un invitado cuyo nombre se mencionaba únicamente entre susurros cargados de respeto: Bob Dylan.

Dylan estuvo presente en los seis conciertos del Beacon y frecuentaba el autobús de Young entre las actuaciones. Allí estaban dos de los mayores iconoclastas del rock, de palique, como buenos colegas. Ambos son amigos desde hace décadas y, desde mediados de los setenta, han tocado juntos en algún que otro concierto benéfico; Young también se ha presentado, guitarra en mano, en varias actuaciones de Dylan. Young ha hecho versiones de Dylan, siendo «All Along the Watchtower» la más notable; Dylan, que yo sepa, nunca le ha devuelto el favor (aparte de hacer los coros en una versión patatera de «Helpless» en un concierto benéfico en 1974). Cuatro años mayor que Young, Dylan ya lo había hecho todo antes y mejor, y sin él no habría Neil Young, que tiene muy claro cuál es el lugar que ocupa respecto a Dylan. «Yo no soy más que un mero alumno aplicado de este tío, joder. Él es el verdadero maestro.» Pero, en estos momentos, ¿quién quedaba a parte de Dylan?

Elliot Roberts ha ejercido de mánager de uno y otro. «Los dos son muy veleidosos. Tienen exactamente las mismas costumbres cuando salen de gira, se preparan de la misma manera. Son parecidísimos en cuanto al objeto de su satisfacción: para ellos solo existen buenos conciertos y malos conciertos. En otras cosas son diametralmente opuestos. A Bob le gusta tener cerca a la familia y estar con los suyos. Es culo de mal asiento, no le gusta quedarse en un sitio mucho tiempo; Neil, si pudiera, se quedaría en el mismo sitio para siempre.»

«Neil es un excéntrico con un objetivo en mente; Bob es un excéntrico con un objetivo en mente, pero no me queda muy claro de qué objetivo se trata, y la única persona que puede que tenga claro cuál es, es Bob», comentaba el tour manager Richard Fernandez, que ha trabajado para ambos. «Los demás solo podemos elucubrar al respecto.»

¿En qué se diferencia su música? Sandy Mazzeo, un amigo de Neil de toda la vida, lo resumía así: «Las canciones de Dylan tratan de lo que sucede a su alrededor, mientras que Neil escribe sobre lo que ocurre en su interior».

La interacción Dylan/Young por antonomasia se produjo en junio de 1988, cuando Dylan estaba de gira por California y Neil decidió participar en un par de conciertos. «Neil llegaba al volante de su Cadillac descapotable con su ampli Silvertone en el asiento de atrás», recuerda Fernandez. ¿Se sentía Young intimidado al aparecer junto a uno de sus ídolos en el escenario? «Nunca lo he visto sentirse intimidado por nadie en el plano musical», me dijo David Briggs. Si Willie toca con Neil, es Willie el que sigue a Neil. Si Neil toca con Waylon, Waylon sigue a Neil. Cuando empuña su guitarra, su aura se magnifica. Es él quien aprieta el gatillo.»

Hasta con Dylan apretó Young el gatillo, y a pesar del gran aprecio que Bob siente por Neil, no tardó en verse atrapado en la línea de fuego. «Neil acaparó todo el protagonismo del concierto», dijo Elliot Roberts, que después del concierto escuchaba a Dylan manifestar su temor ante la intervención de Young la noche siguiente, cuando Neil se le acercó dando saltos. «¡Un concierto genial! ¿Nos vemos mañana, Bob?» «Sí, Neil», dijo Bob con resignación. Ni siquiera Dylan era capaz de decirle que no.

En el Beacon se había colocado una guitarra de más al final de la última actuación y corría el rumor de que Dylan iba a salir a acompañar a Young en un par de temas, pero no fue así.

«El otro día estaba pensando en la voz de Neil», escribe Rickie Lee Jones. «Titubeante, quejumbrosa, masculina y femenina… toda esa tristeza y esa indecisión [en su voz expresan] cómo se siente un adolescente. Le estás diciendo adiós a la niñez en esos años.» Para Jones, Young ejemplifica el sonido de ese adiós, es una voz que habla de manera libre y espontánea, ajena al comedimiento típico de los adultos. El estilo improvisado y sin editar característico de la música de Young no hace más que subrayar esta realidad, donde importa tanto lo que queda fuera del lienzo como la pintura que salpica su interior.

«Sus canciones nunca fueron obras acabadas. Echaba un vistazo a algo, decía algo, sentía algo; pero lo normal era que al final no hubiera un significado moral claro en todo aquello; no había un chiste que pillar, no había una razón de ser para aquel despliegue lírico…» En estas simples frases Jones resume de manera casi perfecta lo que hace que este tipo sea tan especial. Para ella, como para tantos otros, Neil Young es de una «integridad incuestionable».

A pesar de haberse suavizado con los años en su progresiva tendencia a la melancolía, la de Young es una voz que expresa dolor. Su inusitada visión de la historia de Estados Unidos desde la perspectiva de un canadiense resulta tan evocadora y sobria como cualquier fotografía de Walker Evans. Sus canciones no proporcionan respuestas, se limitan a hacer hincapié en las preguntas.

El catálogo de Young es impresionante. Entre 1967 y 2001, ha publicado cuarenta y seis álbumes, siete de los cuales han sido disco de platino certificado, y nueve, disco de oro (a partir de 1997). Tiene en su haber más de cuatrocientas canciones: canciones de confesiones en primera persona, canciones de viajes a través del tiempo, canciones sobre personajes varios, canciones lisérgicas, canciones de broma; canciones de lo más dispares, y aun así en todas ellas se le reconoce al instante. «Expecting to Fly», «Mr.Soul», «Cowgirl in the Sand», «Helpless», «I Believe in You», «Harvest», «Tired Eyes», «On the Beach», «Star of Bethlehem», «Will to Love», «Like a Hurricane», «Danger Bird», «Powderfinger», «Transformer Man», «Depression Blues», «Rockin’ in the Free World», «Fuckin’ Up», «Unknown Legend», «My Heart», «I’m the Ocean».

Y esas son solo algunas de las más destacadas de lo que tiene publicado. En los Archivos permanecen ocultas canciones y actuaciones que son indudablemente de lo mejor que ha hecho en su vida, pero que nunca han visto la luz. Existen discos enteros que acabaron en un cajón porque Neil cambió de idea, a los que hay que añadir tres largometrajes, dos bandas sonoras, montones de proyectos de vídeo y un número incontable de giras. Todo lo que toca Young lleva su marca inconfundible, poco importa que sea una canción, la portada de un disco, un coche o una guitarra. Neil Young es un visionario y, para muchos, uno de los pocos vestigios, Dylan aparte, que nos recuerda que sí, que algo ocurrió en los sesenta.

RANDY NEWMAN: La mayoría de gente produce sus mejores trabajos en su juventud. Neil Young sigue siendo tan bueno como siempre, que ya es mucho decir… Y no parece haber trampa ni cartón. No creo que haya nadie mejor que venga del mundo del rock and roll.

LINK WRAY: Neil es un fuera de serie, pero no deja que eso le afecte. Podría venderse si quisiera, pero él no es así. Ha decidido no hacerlo. Neil siempre ha mantenido la integridad.

LINDA RONSTADT: La mayoría de nosotros solo dispone de un año para llegar a lo más alto de las listas de ventas; luego dejas de estar de moda. Neil ha tenido una carrera increíble.

ELTON JOHN: Neil siempre se ha entregado al máximo en todo lo que ha hecho; no hay mucha gente de la que se pueda decir esto. Consigue emocionarme con cualquier tipo de música que toque, da igual que sea potente, suave o country. Neil es muy polifacético, y creo que por eso lo respeta tanto todo el mundo, desde los músicos más veteranos como yo hasta las generaciones más jóvenes, como Pearl Jam y compañía; sabe cómo salir ahí fuera y darlo todo.

JAMES TAYLOR: Me encanta su actitud. Ha significado mucho para mí. Su posición bien definida respecto a temas como los patrocinadores o el negocio en que se ha convertido el mundo de la música… Neil siempre ha hecho frente a todo eso. Está bien que haya gente como él que defienda toda una serie de valores, y que luego además predique con el ejemplo.

DAVID BOWIE: Siento una profunda admiración hacia Neil. Todo lo que hace tiene un toque juvenil de redención, rezuma esa alegría que le causa ser un pensador independiente en Norteamérica.

WILLIE NELSON: ¿Qué se puede decir? Pues que es un tío que sabe cómo escribir canciones. Es más que un compositor, más que un cantante, es un artista. Reunir esas tres cualidades a ese nivel es algo rarísimo.

BRYAN FERRY: Me gusta Neil Young. Muchísimo.

J. J. CALE: No hay nadie que suene como Neil Young. El suyo es un sonido tremendamente original y, si tiene alguna influencia, no se nota.

DEAN STOCKWELL: No se me ocurre nadie a quien le tenga más respeto que a Neil Young. Creo que es uno de los mejores músicos vivos, por no decir el mejor.

PETER BUCK: Para mí Neil Young siempre ha sido una fuente de inspiración, porque me fijo en él y me doy cuenta de que hace lo que le sale de los huevos. Algunos de sus mensajes son positivos, algunos son negativos, y luego hay otros que no tienen ningún sentido.

EDDIE VEDDER: No sé si hay otro músico que haya entrado a formar parte del Salón de la Fama del Rock que siga teniendo hoy en día la importancia que tiene Neil Young. Algunas de sus mejores canciones están en su último disco.

EMMYLOU HARRIS: Su música es atemporal, roza el misticismo. Neil crea unos discos magníficos, fáciles de identificar; no hace falta que nadie te diga de quién se trata. Es único. No se me ocurre nadie que le llegue ni de lejos a la suela del zapato.

THURSTON MOORE: Neil es lo más. Es Hank Williams.

TOWNES VAN ZANDT: Yo sé leer el aura y te puedo decir, chaval, que el color verde claro es mal asunto. Conozco a mogollón de tíos con el aura verde; la mayoría están muertos. Y luego está esa aura más bien dorada, brillante, casi llena, que ha hecho que mucha gente se sienta realizada. Neil es capaz de eso. Neil es oro. Oro.

Topicazos aparte, Neil Young sigue siendo un personaje solitario. Se muestra retraído y misterioso hasta en sus círculos más íntimos; basa sus amistades en el trabajo, que parece no tener fin. Y a pesar de haber tocado con muchos grupos: Buffalo Springfield; Crosby, Stills, Nash and Young; Crazy Horse; The Stray Gators; Booker T. and the MGs o Pearl Jam, en su discurso del Salón de la Fama del Rock le dijo al público que el suyo era «un viaje en solitario».

Y aunque jamás lo reconocerá, lo cierto es que el viaje no ha sido nada fácil. Young lo tuvo prácticamente todo en contra desde el principio. Le dijeron que no sabía cantar ni tocar la guitarra ni componer, pero él no dejó que nada se interpusiera en su camino y no solo ha conseguido triunfar, lo ha hecho, además, de manera imperecedera.

 

Young ejerce también de magnate de trenes eléctricos, actor, ranchero y, aunque seguramente le costaría reconocerlo, defensor de causas humanitarias. En su calidad de miembro fundador de Farm Aid, ha recaudado millones para los granjeros estadounidenses y, con Pegi, ha hecho lo propio para los niños a través del Bridge School. Young nunca se corta a la hora de expresar su opinión. Ha sido un férreo crítico de la industria musical, en particular de temas como la grabación digital y el patrocinio de las grandes empresas. También ha criticado la política medioambiental del gobierno estadounidense. En los ochenta, mostró abiertamente su apoyo a Ronald Reagan. Si hay algo que no es, es previsible. Para bien o para mal, Neil Young siempre ha hecho las cosas a su manera.

Su determinación resulta inspiradora, pero también puede llegar a convertirse en agotadora e incluso en aterradora. Neil Young tiene su lado oscuro. Como él mismo reconoce, ha dejado a su paso «una gran estela de destrucción».

Un día, mientras hablaba con Gary Burden —director artístico de una de las mejores portadas de Young y amigo suyo desde hace muchos años—, salió el tema de la voluntad de Neil y yo le dije que me daba la impresión de que se tratase de quien se tratase al final todo el mundo cedía ante Shakey. Burden se rio. «Ah, sí. Yo también lo hice. Y tú estás en ello. Neil es un músico como la copa de un pino, pero también es un cabronazo sin escrúpulos. Él siempre va a la suya, siempre está maquinando algo.»

—¿Alguna vez has mirado al Diablo a los ojos?

No. No me hagas esto.

—Es una frase que repites constantemente en las entrevistas.

—Sí… [mira al autor a los ojos] Jimmy, mírame a los ojos, je, je. Te lo tengo que preguntar: no serás tú el Diablo, ¿verdad?

Tío, odiaría tener que escribir mi autobiografía, cuanto más lo pienso, más claro lo tengo.

—Entonces a lo mejor deberíamos devolver el dinero de una puta vez.

—Je, je. ¿Por qué no les sacas toda la pasta que puedas y después entierras el libro de los cojones? Puedes huir a Panamá. Venga, yo te cubro, je, je. Y luego, cuando me muera, todo el mundo podrá leerlo. ¿Qué me dices? Es una buena idea, lo único es que me tendría que morir demasiado pronto.

—Bueno, o yo.

—Pues eso.

Cuando era un chaval, la música de Neil Young cambió mi vida. Un capricho de la fortuna quiso que entrara en su mundo. Era alguien a quien admiraba y quería saber cómo era por dentro; quería abrirle el cerebro con un abrelatas para sacar en claro qué era aquello que fluía por allí que conseguía conmover y llegarle al alma a medio planeta.

Fue un largo viaje y hubo veces que pensé que acabaría conmigo. Durante este periplo de algo más de una década murieron diez de las personas a las que había entrevistado; hubo matrimonios que se hundieron, familias que se distanciaron; se produjo un vaivén de músicos. Y Young, entretanto, no paraba de avanzar; siempre buscando, creando. Era una locura seguirle el ritmo. Nuestras entrevistas se sucedieron a lo largo y ancho del continente y siempre a la carrera: en aviones, en coches, incluso en barcos. Hay que decir que aún me quedan suficientes preguntas sin responder como para mantenerme ocupado otra década más. Esta obra no es un obituario, sino una pintura de acción, un proceso inacabado.

A Young no es que le entusiasmara demasiado la idea de abrir de par en par aquellas puertas de su intimidad que había conseguido mantener cerradas a cal y canto durante años. ¿Acaso le entusiasmaría a alguien? Al empezar con el libro le comentó a un colega: «Ya le dije a Jimmy que se iba a encontrar con mogollón de resistencia a la hora de poner en marcha este proyecto. Lo que no le dije es por parte de quién». Debería haberlo visto venir. Hacer promoción no es algo que apasione a Neil. En una ocasión, declaró a la revista Newsweek a propósito de las entrevistas: «No es algo que juegue a mi favor, porque no quiero estar ahí. Casi preferiría que se reconociera mi ausencia, y no mi presencia».

Así que este libro en cierto modo es todo un misterio; un relato de detectives psicodélico. En una cita aparecida en un viejo recorte de prensa, Neil ya me daba una pista: «Parte de la gente de mi entorno piensa que soy un fenómeno, cuando en realidad los fenómenos son toda esa gente que tengo alrededor». Así que le hice caso y entrevisté a cientos de personas que habían formado parte de la vida de Young de un modo u otro, muchos de los cuales nunca habían hablado del tema hasta entonces. Los testigos de Young pasaron a ser mis guías. Me embarqué en mi propio viaje a través del pasado4, siguiendo sus huellas desde Canadá hasta Los Ángeles y de ahí al resto del mundo. Lo curioso del caso es que cuando por fin regresé y fui a verlo, Young se mostró de lo más interesado en saber qué traía conmigo a mi vuelta. «Yo no puedo hacer esto», me dijo con nostalgia. «Pero tú, sí.»

Intercalada con el texto biográfico se va desarrollando una interminable entrevista con Young, que va vagando cual fantasma por el recorrido de su propia vida. Es como si en Ciudadano Kane Charles Foster Kane aún siguiera vivo y feliz en Xanadú y estuviera dispuesto no solo a hablar conmigo —aunque fuera a regañadientes—, sino que además al final me acabara llevando hasta el núcleo central de su proceso creativo para desvelarme el secreto de su éxito.

Esta también es, por supuesto, una historia sobre el rock and roll: lo que significa para Young y lo que ha significado para mí. ¿Es raro cambiar o es el único modo de sobrevivir? Y ¿es mejor quemarse que apagarse lentamente?

—¿Cuáles crees que son tus defectos?

—Joder, ¿cuánto tiempo tienes?

—De sobra.

—Bueno, pues yo no tengo tanto tiempo, así que vuelve a escuchar el resto de las cintas y punto. Ya te contarán los demás todo sobre mis defectos, y seguro que estarán en lo cierto; todos ellos.

—Qué fácil ha sido. Mira, así me ahorro tener que contrastar la información.

—Je, je.

—¿Te consideras una persona reservada?

—No, no, no. ¿Tú crees que lo soy?

—Joder, reservado de cojones.

—«Reservado.» ¿A qué te refieres? ¿En qué sentido? Hostia, es que no paras de hacer preguntas, ¡es que es toda mi puta vida! Cuando me miras, pienso: «Coño, este tío ha hablado con todo el mundo que conozco, joder; con gente de la que ya me había olvidado».

Te los he puesto a todos en bandeja. Te he cedido a todos mis amigos. Ahora soy yo el responsable, o sea que espero que el libro de los cojones sea bueno, porque, si no, voy a quedar como un capullo. Uf, Jimmy, no me gustaría nada estar en tu pellejo.

—Eeeeeeeeh, que esto va tocando a su fin, así que ahora no me jodas.

—Me ha gustado ese comentario; muy alentador, sí, señor. He intentado cooperar contigo de la mejor manera que he podido, pero ahora me alegro de estar a punto de acabar. Solo de pensarlo llego al nirvana, pero me he propuesto completar esta tarea hasta el punto que sea factible hacerlo, que es precisamente este momento. Después ya…

Es difícil escribir un relato sobre mí, porque esta no es más que la primera parte.

—Quiero que eso figure en el libro, en la portada.

—¿Que es la primera parte? Tú mandas, tío. Es tu libro.