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Antes de los Mynah Birds di toda una serie de recitales acústicos en solitario; creo que Joni y Chuck Mitchell fueron los que me consiguieron los bolos de la zona de Detroit y Ann Arbor. El café Chess Mate era un antiguo club de folk que había en Detroit, en Livernois con la ciento once, muy cerca de la hamburguesería White Tower. «The Old Laughing Lady»; estaba allí tomando un café y escribí la letra en unas servilletas. No sé qué me motivó a escribirla. Me salió así, en una servilleta, sin guitarra, estando en un café.

—¿Te sentías parte de la escena folk de Toronto?

—Casi. La verdad es que apenas tuve oportunidad de probar, porque no me quedé allí mucho tiempo. Yo era el último de la fila, era el nuevo, por así decirlo. Tampoco es que fuera muy bueno. Mis canciones eran bastante chorras. Las puedes escuchar en la cinta esa de Elektra… Eran lo que eran.

Vicky Taylor era una buena amiga. Tenía un piso justo encima del Night Owl donde pasé una temporadita. Se le iba un poco la olla. Se ponía supertriste por cualquier cosa… Pero no le duraba mucho. Era una fiestera del copón. Tenía algo de pasta y le iba la fiesta. Me dejaba dormir en el suelo; a mí y a John Kay. Los Sparrow originales eran geniales, con Dennis Edmonton a la guitarra: Mars Bonfire. Tenían ese sonido típico de Toronto, peculiar y bueno. John me enseñó algunas cosas interesantes con la guitarra, truquitos para tocar bajos cuando tocas con los dedos. Gran parte de la base de mi técnica con la guitarra rítmica se la debo a John Kay.

Vicky Taylor tenía un disco —de Bert Jansch, su primer álbum— que yo no paraba de escuchar. Es uno de los mejores guitarras que he oído en mi vida. Podría pasarme años hablando de este tío, del talento que tiene el muy cabrón. Cada nota me dejaba destrozado. Bert Jansch; un guitarra acústico impresionante, fuera de lo común. Él y Dylan son la misma historia. Bob Dylan es un gran guitarrista; toca la guitarra acústica muy bien, es excelente con la guitarra rítmica y se está volviendo un buen guitarra solista. Es un tío tremendamente expresivo.

—¿Quién hizo qué te aficionaras a Phil Ochs?

—Yo ya hacía muchísimo que sabía quién era Phil Ochs. Desde los primeros tiempos de la escena folkie de Toronto. Gran cantautor. Muy melódico. Un personaje curioso. 43

El Allen Ward Trio, qué buenos eran. Recordaban a Peter, Paul and Mary; a veces llevaban con ellos a David Rea, y entonces molaban más. David Rea era una pasada. Para mí eran una especie de modelo, porque tenían un trabajo de verdad. Podían tocar en los clubs; no siempre, pero alguna que otra vez.

Esa fue la primera vez que me coloqué. En el piso de David Rea, con algunos miembros del Allen Ward Trio: Craig Allen, Robin Ward. Hachís. Fue divertido. Todo un descubrimiento.

—¿A qué te refieres?

—Pues a eso, a lo de colocarse. Era divertido, sin más. No tenía nada de serio, ni mucho menos, ¿sabes?, je, je.

«Mi madre pintaba al óleo, y mi padre tocaba el violín en la orquesta y cantaba con un megáfono», explicaba Bruce Palmer. Nacido el 9 de septiembre de 1946, Bruce se inició en el mundo del jazz y del R&B gracias a su hermano Stephen. «Probablemente fuera el primer tío de Toronto que se fue a vivir con una negra y la llevó a cenar a casa de sus padres», recuerda Palmer.

Su pasión por B. B. King, Lightnin’ Hopkins y John Coltrane fue lo que incitó a Palmer a dedicarse a la música. Tocaba en una banda llamada Jack London and the Sparrows cuando vio cantar a Ricky James Matthews III —que mucho después se convertiría en Rick James, ese fenómeno megafreak del funk— en un grupo llamado los Mynah Birds. «Lo vi actuar y era una auténtica pasada», comentaba Palmer, que acabó cambiándole el puesto al bajista para entrar en el grupo. James, cuyo verdadero nombre era James Johnson, era de Buffalo (Nueva York) y se creía el nuevo Mick Jagger, algo un tanto irónico teniendo en cuenta que era negro, aunque según le dijo Palmer a Scott Young, «por lo que a nosotros respectaba, por aquel entonces era blanco».

Los Mynah Birds —ataviados con chaquetas de cuero negras, jerséis amarillos de cuello de cisne y botines— tenían montada una película un tanto surrealista. La financiación de la banda corría a cargo de Craig Eaton, de la dinastía de los grandes almacenes Eaton’s. Según la leyenda, invirtió un dineral en la banda y les abrió una cuenta ilimitada para sus necesidades logísticas. «Íbamos a Eaton’s, cogíamos el ascensor que llevaba al despacho de John y le decíamos: “John, necesitamos unos setecientos dólares para el almuerzo. Gracias”.» Por lo visto, Eaton disfrutaba ejerciendo de empresario del rock and roll. Entraba al camerino con su gabardina y, según le contó Palmer a Scott Young, «se paseaba de un lado a otro dando grandes zancadas como si fuera Knute Rockne y nos animaba a salir al campo a noquearlos».44

Neil Young entró a formar parte de este entorno enrarecido de manera accidental. Palmer recuerda que se lo encontró por la calle cargando con un ampli. Los Mynah Birds acababan de quedarse sin un guitarra, así que Palmer le dijo a Young: «Vente a nuestro grupo; canta un negro y hacemos rock and roll, pero no te preocupes, que nos da igual que solo sepas tocar una Gibson de doce cuerdas y que cantes como un marica».

Fue así como Young pasó a ser un Mynah Bird. Por primera vez, era un mero músico de acompañamiento. Los afortunados que consiguieron ver una de las pocas actuaciones que ofreció la banda dicen que eran alucinantes. «Neil solo llevaba la guitarra acústica de doce cuerdas con una pastilla D’Armond, rellena de papel de periódico para evitar el feedback», comentaba Comrie Smith, que recuerda un sensacional temazo original de Young y James —en el que ambos compartían armonías vocales— llamado «Hideaway». «Neil de repente paraba de tocar la guitarra y empezaba un solo de armónica; lanzaba la armónica bien alto y Ricky la cogía y continuaba con el solo.»

Young y James fueron compañeros de correrías durante una temporadita. «Neil siempre decía de Ricky que traía el soul instalado de fábrica», comentaba Smith. Él y Young compartían piso con James en el 88 de Charles Street y se alimentaban a base de bollería que James birlaba a altas horas de la madrugada. El apartamento era la típica leonera sin muebles propia de unos músicos. «Había por el suelo bolas de polvo como arbustos rodantes», explicaba Linda Smith. «Neil abría la puerta del armario y me decía que las empujara adentro con la escoba.» James también fue responsable del breve tonteo de Young con las anfetaminas.

Los Mynah Birds estaban imparables. Young aprovechó el patrocinio de Eaton para agenciarse una nueva Rickenbacker de seis cuerdas, y el grupo consiguió un contrato de grabación. «Pasamos de tocar en garitos de Toronto a grabar un disco para la Motown», comentaba Palmer. Al ser un grupo de rock blanco con un cantante negro al frente, los Mynah Birds fueron tratados como reyes. «La Motown nos daba unas tarjetas de miembros con las que podías comprar lo que quisieras», explicaba Palmer. «Y si te paraba la poli, no tenías que pagar; te limitabas a decir: “artista de la Motown”.» Por aquellas sesiones pasaron todas las superestrellas de Detroit, incluidos Berry Gordy Jr., Smokey Robinson y Holland-Dozier-Holland. «Si pensaban que al sonido le faltaba fuerza, traían a un par de cantantes de la Motown», le contó Young a Cameron Crowe. «¡Y nos Motownizaban!»

Por desgracia, todo se fue al garete cuando detuvieron a James en el estudio por ausentarse de la marina sin permiso. «Nosotros pensábamos que era canadiense», comentaba Palmer. «A pesar de que en Canadá no hay negros.» Supuestamente, el single «It’s My Time» fue retirado el mismo día de su lanzamiento, y las grabaciones del disco se archivaron y continúan inéditas hasta la fecha. El mánager del grupo, Morley Shelman, huyó con los veinticinco mil dólares del adelanto y al poco fue víctima de una sobredosis.

—¿Cómo era ser colega de Rick James?

—Una experiencia muy cañera. Ricky era genial. Era un poquito susceptible y dominante, pero un buen tipo. Tenía muchísimo talento. Estaba decidido a triunfar a toda costa. Mira que escaquearse de la mili. Yo no era el alma máter de los Mynah Birds; era el guitarra solista, Ricky era el líder. Él estaba delante, a lo suyo, y yo estaba al fondo dándole un poco a la guitarra rítmica, un poco a la solista, marcando el ritmillo con mi colega Bruce. Lo pasábamos bien. Hasta que llegué a Toronto creo que los Beatles eran mi grupo inglés preferido; pero cuando llegué a Toronto digamos que los Stones ocuparon su puesto, junto con Rick James. A él le flipaban los Stones. «Get Off My Cloud», «Satisfaction», «Can I Get a Witness»; tocábamos todos esos temas. Los Stones nos empezaron a molar cada vez más. Eran supersencillos y molaban mogollón.

Éramos un grupo tope auténtico. Me gusta lo de ser uno más y no tener que cantar todo el rato. Es muy parecido a tocar con Bob. Tiene algo que mola.

Éramos el único grupo blanco de la Motown. No se nos daba demasiado bien todo el rollo de la etiqueta y de la coreografía: la pose, los movimientos. Teniendo en cuenta las circunstancias, pensé que encajábamos bastante bien.

Creo que conocí a Bruce en el apartamento que tenía David Rea debajo del Riverboat. Bruce era un tipo genial, uno de los mejores guitarras que he oído en mi vida. Un guitarra de blues. Ni Stephen ni yo tocábamos la mitad de bien que Bruce. Pero él tocaba el bajo, no era el guitarra. Además de tocar, cantaba, y era la hostia de funky. Un bluesman funky. Llevaba una vieja Kay. Sigue siendo capaz de tocar el blues así, como si nada.

 

—¿Qué efecto te producían las anfetaminas?

—Me mantenían despierto. Hacían que quisiera a todo el mundo. Me plantaba frente al espejo y me ponía contento solo con mirarme. Inhalábamos nitrito de amilo, pero yo lo hice poco tiempo. No mola.

—A Comrie le dio la impresión cuando fue a verte a tu apartamento de que había alguna movida de la que no estaba al tanto.

—Je, je. ¿Cuando vino al piso de los Mynah Birds? Ah, ya. ¡Vaya tela! Estoy seguro de que había varias movidas de las que ni yo estaba al tanto.

A su regreso a Toronto tras el fracaso de los Mynah Birds, Young mataba el tiempo jugando a las damas con Palmer en el Cellar, un café situado en un sótano, que abría toda la noche y estaba regentado por un puñado de hipsters. Según Comrie Smith, era «el típico antro inmundo de Yorkville». La que llevaba la batuta en aquella pandilla era Tannis Neiman, una escuálida cantante folk con el pelo negro, que era mitad india Cree y, por lo visto, toda de armas tomar. «Menuda maniática», comentaba Janine Hollinghead, otra de las que dirigía aquel garito junto con Neiman y la artista Beverly Davies.

A veces Young actuaba en el club en solitario y solía lucir un look más bien mod: una elegante camisa blanca adornada con un enorme lunar rosa. Beverly Davies recuerda que tocaba un tema inolvidable titulado «It’s Leaves and It’s Grass and It’s Outta Your Class». Young vivió con Davies durante un tiempo en un apartamento de Avenue Road, a dos pasos del Webster’s, un restaurante y garito de moda que abría las veinticuatro horas.

Alto, pálido y huraño —además de enigmático a muerte—, a los veinte años este lobo solitario lo tenía todo para llevar a las chicas de calle, pero a la mayoría de sus admiradoras enseguida les decepcionaba la aparente falta de interés de Young. «En aquella época Neil estaba rodeado de mujeres», comentaba Hollinghead. «Creo que tenía a las mujeres a sus pies allí por donde iba, y no sabía muy bien qué hacer, ni cómo llevar la situación; Beverly estaba enamorada de él, Judi también, Tannis tres cuartos de lo mismo… Neil parecía tener un imán para las mujeres, y sin embargo las repelía como loco.»

Entretanto, el enorme e inevitable tirón cultural suscitado por los Beatles empezaba a generar unos extraños híbridos en Estados Unidos, donde la tropa marginal de folkies y jugbands aderezaba el ritmo de moda con una pizca de conciencia social y unos granitos de poesía. A mediados de 1965, adolescentes y universitarios estaban ya más que entregados a este fenómeno y de la noche a la mañana parecieron alcanzar el éxito multitudinario grupos como The Lovin’ Spoonful o The Mamas and the Papas; a la cabeza de todos ellos estaban los Byrds de Los Ángeles. «Los Byrds fueron los que empezaron a “salirse del tiesto”», comentaba el crítico musical Richard Meltzer. «Todo giraba en torno a las drogas. Era música para fumar petas.» «De los Byrds», diría Young años después, «aprendí a cómo ser guay.»

Dylan subió el listón con los alaridos caóticos de «Like a Rolling Stone». Grabado en Nueva York por azares del destino con una banda de colgados que llevaban una semana sin dormir y tenían delante la oportunidad de sus vidas, es, sin lugar a dudas, uno de los discos más catárticos que jamás haya visto la luz. Echaba por tierra el límite de tres minutos —duraba el doble— y fue el primer top ten para Dylan, alcanzando el número dos a finales de agosto; también suscitó los abucheos de los folkies más puristas el 25 de julio en el Newport Folk Festival. Pero ni siquiera la petulancia de los tradicionalistas pudo detener el inminente tsunami. «Para el año 65, ya se cocía algo», afirmaba Meltzer. «Era algo enorme; un fenómeno cultural universal.»

Young debió de pensar que aquel fenómeno universal le estaba pasando de largo. Había fracasado como cantante folk, le debía dinero a media ciudad y tenía un compromiso con un grupo cuyo líder se encontraba ahora entre rejas. La situación no tenía pinta de mejorar, precisamente. Su padre recuerda cruzarse con él por la calle aquel invierno y verlo sin guantes estando la temperatura a bajo cero. Scott se ofreció a comprarle unos, pero Neil rechazó su oferta y siguió su camino errante. Tardarían tres años y medio en volverse a ver.

Young urdió un plan con Palmer para huir de allí. Ahora tenían un amigo en Estados Unidos, Stephen Stills, que supuestamente estaba en California, aunque nadie tenía ni idea de dónde estaba exactamente. Beverly Davies recuerda aquel profético día en que todos estaban en el Webster’s y «California Dreamin’» de The Mamas and the Papas empezó a sonar en la gramola.

«Vámonos a California a convertirnos en estrellas del rock», fue la proclama de Young.

Eso me suena a cuento canadiense. Suena demasiado verídico para ser cierto.

Me había fijado un objetivo. Primero quise dejar la escuela para irme a Los Ángeles. Luego modifiqué un poco el plan: dejo la escuela y me voy a Toronto. Pensé que, si conseguía triunfar en Toronto, sería más fácil hacerlo también en Los Ángeles. Así que me fui a Toronto y no conseguí triunfar. Entonces me dije: «A tomar por culo Toronto. Me iré a Los Ángeles y conseguiré triunfar allí. Total, si acabo triunfando en Toronto, a lo único que aspiraré es a ser enorme en Toronto, pero si me voy a Los Ángeles y tengo éxito, me haré famoso en todo el puto MUNDO». Así hablaré con más gente, conseguiré tener más público, que al fin y al cabo es lo que importa.

Cuanto mayor sea el público, más podrás experimentar, más te darás a conocer y más posibilidades tendrás de gustar a mucha gente, aunque no les gustes a todos. Lo tuve claro desde el principio: ¿por qué perder el tiempo intentando triunfar en un sitio que daba igual? Puestos a intentarlo, ¿por qué no probar en un lugar donde el éxito tenga un efecto inmediato?

Los Byrds me parecían una auténtica pasada. Llevaban un rollo distinto, ya sabes. Yo estaba en plan: «Buah, aquello tiene que ser la rehostia». No sé si mi intención era ir allí para parecerme a ellos, pero lo que sí que quería era ir a Los Ángeles para ver de qué coño iba todo aquello.

Eran la novedad. Representaban la unión del folk y el rock and roll. Todos los folkies iban a empezar con el rollo eléctrico. A unos les daba miedo y a otros no, pero todos eran conscientes de que un tema no se limitaba a las Canciones y las Letras, y eso les daba miedo a algunos. Porque cuando tocas con una banda, añades a la fórmula un tercer elemento tan importante como los otros dos, y eso fue lo que escuché en los Byrds, y no me dio ningún miedo, porque yo ya tocaba la guitarra eléctrica. Me sentía cómodo con eso.

—Dylan ha descrito su música como «un intento por hacer algo que no se había hecho antes».

—Pues, creo que lo ha conseguido. ¿Y qué me dices de mí? No, fue Bob el que consiguió hacerlo, je, je. No sé… No sé.

En mi opinión, Dylan es el más grande de todo ese género de cantautores/poetas. Es único, como Woody Guthrie. ¿Y en el plano literario? El tío se sale. Es como Longfellow, o uno de esos cabrones, eso es lo que es. Incluso tomó el nombre prestado de un poeta. Mira si tenía claro lo que era, je, je.

Hubo un tiempo en que su mensaje se percibía con mucha fuerza —con muchísima fuerza—, y afectó a toda una generación. Todo el mundo se identificaba con su voz, con lo que decía, y realmente te sentías parte de aquello. Pocos artistas han tenido ese tipo de repercusión; Woody Guthrie tuvo un tipo de repercusión parecido. Hank Williams.

Ejerció una gran influencia en mí cuando estaba empezando. El hilo conductor que tiene su música; no tanto en el plano musical, sino más bien el sentimiento que le ponía a todo lo que hacía… Lo que creaba. Su música también era algo único, como ocurre con Jimmy Rodgers o Woody Guthrie. Además, yo estaba en ese momento de la vida en que te planteas «¿A quién quieres imitar? ¿A quién te quieres parecer?». Y eso es algo que cala hondo.

Al principio, cuando Bob decidió tocar con un grupo, a todo el mundo le pareció un cambio radical. Yo pensé que era genial, me dejó de piedra, joder… Yo ya había tocado rock and roll y folk. Iba alternando de uno a otro, así que a mí nunca me importó en absoluto. No podía entender qué problema había. Tocar la guitarra eléctrica o la acústica, ¿qué coño importa? ¿Qué problema hay? Pues los que pretenden ponerle una etiqueta. Esos que intentan encasillarte y pensaban que con él ya lo habían conseguido.

Siempre había sido un folkie y tenía unos seguidores que odiaban el rock and roll. Eran los intelectualoides, los hippies beatniks, los guays. No les iba nada toda esta mierda del rock and roll.

Es el clásico caso de alguien que te intenta encasillar. Él se limitó a hacer lo que quería: empezó con el folk, grabó algunos discos, cantó, se convirtió en un héroe del folk, hizo todo lo que tenía que hacer y luego decidió seguir con su camino; así que en realidad no había ningún problema. El problema fue la reacción que provocó.

El público se enfadaba, porque sabía que ya había habido otros espectadores que lo habían hecho, así que ellos también tenían que hacerlo. Es como lo que me pasó con Trans, cuando me puse el vocoder y la gente me abucheaba. Era lo mismo que le pasaba a Bob, a escala mucho menor, claro, pero así es como yo me identifico con eso.

Se le estaba viendo el plumero, al público. Estaban quedando como unos estrechos de mente, demostraban ser muy poco abiertos de miras. Je, je. Bob siguió a la suya. Ya había tenido ese mismo problema con anterioridad, así que no creo que le impidiera avanzar en absoluto. Tiene gracia, la cosa.

Además, Bob llevaba una banda excelente. Aquella primera formación era la bomba. Mike Bloomfield. Al Kooper. Tío, menuda caña; sobre todo Mike Bloomfield. ¡Vaya pedazo de guitarra! Recuerdo escuchar en la radio «Like a Rolling Stone». Iba andando por la acera, creo que llevaba toda la noche despierto; volvía de casa de los Eaton a la mía, caminando de vuelta a Yorkville, no sé si solo o con Rick James. Iba andando por la ciudad, y de repente oí aquello. Estaba en la calle. Creo que sonaba por la radio, no estoy seguro. Empecé a oír la canción con esa letra tan alucinante, con todas aquellas imágenes y tal, y pensé: «Esto es lo más flipante que he oído nunca». Era una pasada. «Like a Rolling Stone» era algo fuera de lo común cuando salió.

Y yo me sentía superidentificado con aquel tema. Me encantaba. Me animaba a seguir intentándolo. La letra, el ritmo, tan grandes; la emoción que me provocaba todo aquello me recuerda mucho a mogollón de ¿sabes estos grupos de ahora que van del palo como abstracto? Joder, pues aquello era igual, era exactamente eso, la misma sensación. Yo me identifico con «Like a Rolling Stone» igual que los chavales de ahora se identifican con Eddie Vedder, Nirvana o Soundgarden.

Escucho todo lo que hace. No hay un solo disco que haya hecho que no haya escuchado. Dylan es tan bueno, que te lo tienes que racionar. Es decir, creo que me gustaba tanto la música de Bob que llegó un momento en que decidí conscientemente dejar de escucharla, porque me afectaba demasiado. Me di cuenta en un momento dado de que: «Si me pasaba escuchándolo, acabaría siendo su clon». Porque soy como una esponja.

Hay una canción que escribí después de escuchar «Positively 4th Street» que es penosa… ¿Cómo coño se llamaba la dichosa canción?45 Había una tía que me tiraba los trastos, pero luego no quería follar conmigo, así que la dejé. Y me cogí un cabreo de la hostia y compuse este tema. Era una canción chunga, no era muy agradable, que digamos. Me di cuenta de que podías utilizar el disco para comportarte como un gilipollas y decirle a la gente lo que en realidad pensabas de ella. Me di cuenta del filón que había ahí…

Básicamente, desde que Bob pasó página y se convirtió en cantautor y también en miembro del grupo, no ha parado de avanzar. Ha dado algún que otro cambio radical, pero la verdad es que se ha mantenido bastante constante. Sus cambios no son tan radicales como los de Bobby Darin. Sigue siendo mi favorito en cuanto a la letra de las canciones. «Tom Thumb Blues»; me encanta: la melodía y la letra. La chavala. El tío. Esas imágenes de barrio de viviendas de protección oficial. Esa canción es casi como una película, de una libertad total. Típico de Dylan, eso de soltar así las cosas y sacarlo todo. Je, je.

 

Algún día me gustaría que hiciéramos una gira juntos, donde tocáramos en la misma banda: su banda. Con Bob se podría grabar un disco excelente en tres días.

Mira que es cachondo, Dylan. Estábamos en Europa una vez, la primera vez que realmente compartíamos cartel en un concierto no benéfico, y se me acerca. Acababa de dar una actuación realmente cojonuda. Habían arrasado. Viene y me susurra al oído: «Bueno, ya te he caldeado el ambiente»… ¡Señor, cómo aprecio a este tipo!

Es un tío de una honestidad brutal. Le encanta decir la verdad, je, je; incluso disfruta con ello.

«De repente, un domingo Neil me llama por teléfono», comentaba Comrie Smith. «Hacía tiempo que no sabía nada de él. Me dijo: “Tengo que llevar unas cosas del equipo al Tee Pee Motor Inn que hay en Pickering. ¿Crees que me podrías ayudar?”.» Smith salió zumbando hacía Charles Street, donde Young estaba cargando gran parte del equipo de los Mynah Birds en una destartalada furgoneta Econoline roja. Todo lo que no cupo lo embutieron en el Plymouth del 41 de Comrie. Smith no lo sabía, pero Young y Palmer habían decidido vender todo el equipo que les había comprado Eaton para financiar el viaje a California. «Yo no tenía ni idea», afirmaba Smith, que llevó el equipo tan contento por la autopista 401 hasta su destino en Pickering.

Smith acabó por mosquearse. «A la vuelta, le dije: “Neil, ¿qué coño pasa aquí?”». Young evitó entrar en los detalles desagradables, pero, al empezar a sonar el omnipresente «California Dreamin’» por la vieja radio a válvulas del coche de Comrie, acabó por desvelarle sus planes de futuro: «Mira, Comrie, estoy oyendo a The Mamas and the Papas cantar “All the leaves are brown, and the skies are gray…46”. Me voy a Estados Unidos a triunfar de una vez por todas. Estoy a punto de pirarme». Smith recuerda que Neil gritó por la ventanilla: «¡Hoy es Toronto, mañana será el mundo!».

Lo siguiente que hizo Young fue agenciarse un vehículo para el viaje: otro coche fúnebre, un Pontiac del 53, al que bautizó Mort Dos. Puesto que Comrie nunca había montado en el Mort original, Young le llevó a dar una vuelta por todos los lugares que solían frecuentar y se detuvieron en su antiguo rincón con vistas a Yonge Street donde habían fumado en pipa y soñado con convertirse en estrellas de rock. Smith no lo sabía, pero Young se estaba despidiendo. Linda Smith, también presente, no vio que Neil sintiera mucho remordimiento al mirar al pasado.

«Neil estaba muy seguro de sí mismo, muy centrado. Era obvio que iba a triunfar. Creo que lo tenía todo planeado… Sabía lo que se hacía. No creo que Neil hiciera nada de manera espontánea; daba la impresión de que actuaba de manera insensata y espontánea, pero yo creo que en realidad lo tenía todo preparado y no dijo ni mu. Creo que toda su vida se rige por ese mismo patrón.»

Esos tíos tendrían que tomarse alguna pastilla, no sé. ¡Anda ya! Pensad con un poquito de claridad, je, je. ¿Cuánto tiempo se supone que llevaba maquinando? Esa es la pregunta clave. ¿Un mes? ¿Dos meses? ¿Desde antes de nacer? ¿Cuándo preparé el Plan y cuándo lo puse en Práctica? Je, je. Eso me gustaría saber. Ya no me refiero solo a Linda, es algo mucho más general. ¿Puede uno planificar toda su vida por adelantado y ser espontáneo? Porque yo rara vez hice algo que no quisiera hacer. Llegaba un momento en que tomaba una decisión, pero ¿me paraba a pensar muy a menudo en la siguiente decisión que debía tomar, o en la que vendría después de aquella? Supongo que cuanto más se prolongara la situación, más debía de pararme a pensar en el futuro. Pero ¿sabía hacia dónde tirar? No. No, a menos que pasara algo. Siempre acababa pasando alguna cosa… Aparecía algún elemento nuevo que te hacía plantearte a dónde querías ir o lo que querías hacer. Las cosas iban así, esa fue mi manera de actuar durante todo aquel período; y durante toda mi vida.

El Cellar fue el punto de partida del viaje. Ahora el grupo de Young estaba formado por Bruce Palmer, Tannis Neiman, Janine Hollinghead, un tal Mike Gallagher —que no era músico, pero tenía algo de pasta— y una pelirroja llamada Judy Mack, que supuestamente también tenía algún dinero, con lo cual, Beverly Davies —que estaba sin un duro— se quedó fuera del viaje. «Beverly es la que se quedó sin ir», comentaba Hollinghead. «Los seis la dejamos en la estacada.»

Hollinghead recuerda que a Young no le apasionaba la idea de abandonar la ciudad en otro coche fúnebre viejo y cutre, y comentaba que Davies le ayudó mucho a recuperar la confianza en sí mismo. «Beverly fue prácticamente la que planeó el viaje, la que convenció a Neil de que lo volviera intentar.» Palmer le dio a la llorosa Beverly su último dólar, y luego Neil cogió su saco de dormir con dibujos de indios y tipis en el interior y le dijo que «cuando tuviera dinero, se lo enviaría».

El desvencijado coche fúnebre iba cargado hasta arriba con seis muchachos escuálidos, un montón de guitarras, amplis, un autoarpa y una cantidad nada desdeñable de maría que llevaba Palmer, que, decía Hollinghead, «compartió con el resto, pero solo al principio». Según Hollinghead, partieron de Toronto el 22 de marzo de 1966. Young calculaba que tardarían cinco días en llegar a Los Ángeles. Empezaron por ir hacia al oeste, dando una vuelta enorme porque Young, muy paranoico con la idea de cruzar la frontera por Detroit, quería cruzar por Sault Ste. Marie. Tuvo una buena corazonada, ya que al llegar a la frontera a las tantas solo se encontraron con un viejo en una mecedora que se creyó toda la película que le contó Young de que iba a visitar a su madre en Winnipeg y quería cruzar por Estados Unidos para acortar.

Una vez a salvo al otro lado de la frontera, el grupo no tardó en perderse en el Bosque Nacional de Hiawatha, donde pasó la que debió de ser la única noche tranquila del viaje. En aquella cuadrilla no es que reinara la armonía. Young, a quien sin duda todavía le rondaba por la cabeza lo ocurrido con el Mort original, se ponía de los nervios cuando otro cogía el volante. «Estaba tumbado en la parte trasera del coche intentando dormir, pero solo conseguía obsesionarme escuchando el sonido de la transmisión», le contó Young a Nick Kent. Varias personas me contaron que Neiman se puso hecha una furia con Young y lo acusó de atiborrarse de los tranquilizantes que le había dado Vicky Taylor para sobrellevar el viaje. «La madre de Tannis se había suicidado con una sobredosis de calmantes», recuerda Beverly Davies, según la cual Tannis afirmaba que Young «no paraba de engullir pastillas durante el viaje».

Cuando iban por Ohio, a Young se le cruzaron los cables. «Llevá-bamos dos días y medio en la carretera prácticamente sin parar», comentaba Hollinghead. «Alimentándonos a base de comida basura, gastando más dinero del que teníamos; y cuando todavía no llevábamos ni la tercera parte del trayecto, a Neil se le fue la olla una mañana y paró el coche. Básicamente, dijo: “Fuera, venga, todo el mundo fuera”, y empezó a destrozarlo todo, a tirar todo por el suelo. El tío vació el coche. Creo que por un momento Neil se planteó dejarnos allí con todo y largarse. Pero se quedó allí plantado con los faldones de la camisa colgando y los ojos inyectados en sangre, alzó los brazos a los dioses, pegó un berrido al cielo, “¡AAAAAGGHHH!”, y se le pasó. Nos metimos todos en el coche y nos fuimos.»

Las chicas no paraban de pelearse y tal; creo que la cosa empezó a ponerse fea. Así que dije: «¡Si no os comportáis, os mando a todas a tomar por culo!». No sé cómo podía conducir con tranquilizantes. Creo que lo único que hice en el viaje fue fumar hierba, pero a lo mejor lo he bloqueado de mi cabeza. Entonces aún no tomaba speed. No. Lo que pasa es que Tannis debió de alucinar al ver cómo era yo en realidad. ¡Porque estaba histérico de la hostia! Estaba de los nervios. Saltaba por todo… Por eso no podía fumar hierba en aquella época… Estaba todavía… Tratando de encontrar el equilibrio; porque estaba bastante desequilibrado.