El físico y el filósofo

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EL ASCENSO Y LA CAÍDA

Pero si fue tan sumamente famoso, ¿por qué Bergson es mucho menos conocido actualmente? La entrada de «Tiempo» en la Stanford Encyclopedia of Philosophy (2010) ni siquiera le menciona. Muchas veces, los expertos interesados en este tema recurren a autores menos controvertidos, como John McTaggart, que fueron mucho menos importantes durante esos años76.

¿Cómo se pudo borrar de la historia una figura que había sido tan prominente? La muerte de Bergson el 3 de enero de 1941 fue en particular sobrecogedora porque el mundo ya le había dado por muerto77. El debate con Einstein precipitó su vertiginosa caída. El filósofo había alcanzado la cúspide de su popularidad cuando tenía casi cincuenta años. Pero esta popularidad le abandonó tan pronto como le había llegado. Einstein, en cambio, siguió siendo un perfecto desconocido para el gran público hasta que llegó a la cuarentena, pero pudo conservar su condición de icono hasta después de morir.

La controversia afectó a la percepción y al recuerdo de ambos hombres. Einstein solía retratarse como una figura inquebrantable que luchó contra la intuición y que albergaba opiniones muy sólidas acerca del poder de la ciencia como medio privilegiado para averiguar la verdad sobre el mundo. En parte, el desarrollo y el resultado de su debate con Bergson nos suelen llevar a pensar que la teoría de la relatividad fue probada empíricamente de forma irrefutable: «Los experimentos han fallado a favor de la concepción de Einstein», explicó Hans Reichenbach, uno de los defensores más acérrimos de Einstein y, hemos de recordar, un enemigo declarado de Bergson78. A la luz de la relación personal de Reichenbach con Einstein y el concepto negativo que tenía de Bergson, podemos ver lo tendenciosa que era su formulación.

La primera vez que Einstein desarrolló su teoría en 1905 fue criticado a menudo por carecer de pruebas empíricas. Einstein continuó esmerándose mucho en ella, desarrollando una teoría más sólida, conocida como la teoría general79. Explicó con mayor claridad algunas de sus hipótesis previas, como las relativas a «la constancia de la velocidad de la luz» (aproximadamente 300.000 km/s) y a la velocidad «infinitamente grande», dos premisas que parecían contradecirse. Luego reclasificó su obra anterior como parte de la teoría «especial», que —para gran sorpresa suya— seguía siendo completamente válida con el nuevo marco de referencia. La teoría más «general» ensanchó su radio de acción, sus aplicaciones y la cantidad de comprobaciones experimentales.

El número de experimentos que han demostrado sin asomo de duda la validez de la teoría de Einstein se han ido multiplicando. En 1972 se produjo una confirmación aplastante de la teoría: los científicos hicieron dar la vuelta al mundo a un reloj atómico en dirección este y lo compararon con otro transportado en dirección oeste. El primero perdió cincuenta y nueve nanosegundos, mientras que el otro ganó doscientos setenta y tres80. Otros experimentos con muones de rayos cósmicos (partículas que penetran en la atmósfera terrestre procedentes del espacio exterior) demostraron que su esperanza de vida antes de descomponerse había aumentado notablemente. Los científicos achacaron la vida prolongada de las partículas a los efectos de la dilatación temporal producidos por viajar a velocidades próximas a la de la luz.

A la vista de esta sólida prueba experimental, ¿podemos concluir que Bergson simplemente no podía objetar… y sanseacabó? Para Bergson, lo más importante que había encima de la mesa no cuestionaba en absoluto la validez de la teoría de Einstein; concernía a la relación de la ciencia con la metafísica y a la relación de la ciencia con los experimentos en líneas generales. ¿Cómo se relacionan los conceptos científicos abstractos, como la variable t del tiempo en las ecuaciones de relatividad, con hechos experimentales concretos? ¿Hay otras teorías que puedan explicar esos mismos hechos? ¿Qué conexión existe entre la ciencia teórica (con sus leyes universales) y el trabajo experimental, las cosas concretas y los contextos locales? Estas preguntas, aducía, no se podían dejar de lado.

Siguiendo el debate y su resolución podemos entender por qué Einstein se alzó como el hombre que distinguió la ciencia de la metafísica y por qué se consideraba un científico profano, aunque fuera profundamente espiritual. Einstein dijo en múltiples ocasiones que creía en Dios, aunque era una deidad que no se entrometía directamente en los asuntos humanos. El físico acostumbraba a insertar referencias a la religión en debates científicos, como cuando profirió su famosa exclamación contra la mecánica cuántica: «Dios no juega a los dados con el universo». Una vez, un amigo suyo recordó: «En muchas ocasiones, cuando una nueva teoría le parecía forzada, [Einstein] señalaba que “Dios no hace cosas así”»81. Cuando el poeta Paul Valéry, que en su día había hecho de nexo entre Einstein y Bergson, le preguntó qué prueba podía presentar a favor de la unidad de la naturaleza, Einstein contestó que consideraba esta unidad «un acto de fe»82.

Aunque ahora recordamos a Einstein como un revolucionario que destronó teorías previas, a muchos observadores coetáneos les parecía que la teoría de la relatividad tenía más semejanzas que diferencias con la física clásica, como la ciencia de Newton o la filosofía de Descartes83. El propio Bergson propagó la idea de que Einstein era un conservador, más que un revolucionario. A menudo se le acusó de haber introducido la cuestión del «relativismo» en la ciencia y el conocimiento en general. Con todo, él se oponía directamente a cualquier descripción genérica de su teoría, uniéndola a otras formas de «relativismo» artístico o cultural. Bergson, en cambio, no tenía reparos en ensalzar las virtudes de concebir el mundo como una red de relaciones cambiantes y criticó a Einstein por producir una teoría basada en conceptos absolutos.

Si bien solemos recordar a Einstein como un pacifista, tendemos a olvidar que no apoyaba la Sociedad de las Naciones y que renunció a su pacifismo una vez los nazis se alzaron con el poder. La famosa carta de 1939 que le envió al presidente Roosevelt, instándole a respaldar la investigación de armas nucleares, fue escrita solo un mes después de que el físico dimitiera del CIC, una institución de la Sociedad de las Naciones que había encabezado Bergson y que abogaba por una política completamente diferente respecto al control de armamento. Bergson, a quien se acusó de belicista durante la Gran Guerra, promovió el control armamentístico y la diplomacia durante el resto de su vida.

Tal vez nuestro mayor error con Einstein es asociarle tanto con el desarrollo de la bomba atómica. Esta vinculación quedó incrustada en el imaginario colectivo tras aparecer en la portada de la revista Time, en julio de 1946, con una nube en forma de seta en el fondo y la inscripción de la ilustre ecuación «E = mc2». Pero Einstein nunca trabajó en el proyecto Manhattan. Para comprender en su totalidad la postura de Einstein con respecto a la investigación armamentística y el abandono de su tempranero pacifismo, resultan esenciales su debate y su animadversión con Bergson (y con la entidad de la Sociedad de las Naciones que Bergson lideraba).

También existe la percepción general de que el trabajo de Einstein tuvo un efecto decisivo en el arte moderno. Se cree que las perspectivas multidimensionales de la realidad descritas por la teoría de la relatividad asentaron los cimientos de importantes transformaciones en las artes plásticas, afectando a artistas importantes como Matisse o Picasso y a movimientos enteros, como el cubismo84. Pero ahora parece que se pueden descubrir influencias más fuertes directamente en la filosofía de Bergson85. En la literatura, la tesis del influjo de Bergson es aún más fuerte que en el caso de las artes plásticas. Su influencia sobre En busca del tiempo perdido de Marcel Proust no solo se valora en términos de organización o enfoque temático, sino que puede atribuirse a relaciones propiamente dichas, pues Bergson se casó con la prima de Proust. El escritor fue un celoso seguidor de la obra de Bergson y relató cómo se prohibía a los curas católicos leer sus libros y frecuentar sus seminarios86. «El grueso de la obra de Proust es una exposición de la filosofía de Bergson», señaló un renombrado crítico literario87.

A Bergson, se le suele recordar como un reaccionario, aunque los principales responsables de este cargo poseían opiniones políticas extremistas: el escritor radical francés Julien Benda y el autor fascista Charles Maurras. Estos extremistas eran como la noche y el día, pero les unía su odio hacia Bergson. Maurras pertenecía a la extrema derecha católica y Benda era un intelectual judío de la izquierda anticlerical. Era «lo que unía a Benda y Maurras, dos personas que, por lo demás, chocaban diametralmente» y respaldaban dos visiones políticas opuestas88.

 

Sabemos que Einstein fue víctima de ataques constantes por ser judío y algunos autores han especulado que el propio ataque de Bergson encaja con este tipo de acometidas genéricas fascistas. Pero Bergson también fue atacado por este mismo motivo89. El Action française, un foro racista de derechas, se opuso a su candidatura para la Academia Francesa solo por su origen. El antisemita Maurras tachó a Bergson de maestro de «la Francia judía», un «meteco [métèque]» al que había que combatir por esa simple razón90. Cuando se presentó la candidatura de Bergson en 1914, Maurras lo achacó a un «complot judío para colocar a Bergson en la Académie»91. De modo similar, otro escritor afirmó: «Todo Israel tiene sus ojos clavados en esta elección, considerada por esta raza enemiga nuestra como un episodio importante de la guerra francojudía»92.

Tras los ataques vertidos por la derecha católica, Bergson recibió los de la izquierda judía. Benda acusó a Bergson de no pertenecer a la corriente ideológica judía «adecuada». Según él, por lo común había dos tipos de judíos: los hebreos que veneraban a Yahvé y cuyo líder moderno era Spinoza; y los «hedonistas» cartagineses, que veneraban a Belfegor y cuyo líder moderno era Bergson93. La inquina de Benda era tal que, presuntamente, una vez afirmó que habría «matado de buen grado a Bergson»94 si hubiera sido la única forma de quebrar su influencia. Léon Daudet, un periodista y amigo del alma del antisemita Maurras, se refirió despectivamente a Bergson como «pequeño judío ornamentado»95.

No solo se atacó a Bergson por ser judío o por no ser un judío «de bien», sino que se le acusó de propagandista del catolicismo. En una ocasión afirmó que sus reflexiones le habían ido acercando más y más al catolicismo, que consideraba «la culminación absoluta del judaísmo»96. Sí es cierto que tuvo un entierro católico y que llegó a sopesar el bautizo. Sin embargo, hemos de reconsiderar su asociación habitual al catolicismo. Bergson se sentía atraído sobre todo por el misticismo cristiano, en especial el que representaban Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz. La Iglesia católica solía ver con recelo el misticismo. Era un movimiento que a veces formaba parte del catolicismo, pero era mucho más amplio y podía suponer una amenaza grave para la propia Iglesia. Aquello que más fascinaba a Bergson eran los místicos que se solían considerar más radicales y que la Iglesia católica había condenado, como Jeanne Guyon. El misticismo precristiano también le llamaba la atención97. Se le añadió oficialmente al Índice de Libros Prohibidos en junio de 1914.

Era habitual describir y recordar a Bergson como alguien que despreciaba la ciencia y que sentía un odio irracional por los hechos científicos, una impresión que Einstein trató de inculcar activamente. En el prefacio de Duración y simultaneidad, tuvo cuidado de declarar que no se opondría a ningún hecho observado: «Cogemos las fórmulas […] término a término y averiguamos a qué realidad concreta, a qué cosa percibida o perceptible, corresponde cada uno»98. Bergson quería dar más peso a los experimentos y las matemáticas, no quitárselo. Quería regresar a los resultados del experimento de Michelson-Morley, capital para los debates sobre la teoría de la relatividad99. Impugnó la acusación de antiintelectualismo y tildó su proyecto filosófico textualmente de «supraintelectual».

El filósofo puso la proa a subrayar que no tenía nada contra Einstein como persona y que no se oponía al cariz físico de la teoría de Einstein. Así apartó su postura de los ataques racistas y nacionalistas con que se topó Einstein en Alemania. Solo puso en cuestión ciertas extensiones filosóficas de la relatividad. «La física podía ayudar a la filosofía abandonando ciertas expresiones que la inducían al error y que se arriesgan a confundir a los propios físicos sobre el significado metafísico de sus opiniones»100. Estas expresiones confusas, argumentaba, provenían de personas como Einstein, que querían «transformar esta física, telle quelle, en filosofía»101. Bergson abanderó la cruzada contra lo que se veía como una invasión de la física en tierra de la filosofía, una lucha que imantó enseguida a jóvenes reclutas.

Bergson recalcó que determinar el tiempo era una operación compleja. «Para conocer el tiempo», no bastaba con leer un número (la hora) que da un instrumento (el reloj). Había que evaluar el significado general de ese momento. El significado amplio de ciertos sucesos explicaba por qué los relojes «funcionan», por qué se «fabrican» y por qué la gente los «compra». Pero durante aquellos años Einstein no tenía mucho interés en estas cuestiones, pues creía que el tiempo era lo que medían los relojes o no era nada en absoluto. En su mente no cabía la idea de explorar los motivos por los que los relojes podrían haberse inventado siquiera. El caso de Bergson era justo el contrario. Él quería saber qué nos impelía a vivir una existencia condicionada por los relojes y descubrir cómo romper las cadenas: «El tiempo para mí es el que es más real y necesario; es la condición fundamental de la acción: ¿Pero qué estoy diciendo? Es la acción en sí misma»102.

Al principio de su carrera, Einstein era muy modesto respecto de sus conocimientos filosóficos. De hecho, declinó una oferta para ser coeditor jefe de Annalen der Philosophie debido a su limitado conocimiento en ese campo. También era reticente a publicar artículos en revistas de filosofía, aunque se lo pidieran. En 1919 se describió a sí mismo como alguien «demasiado poco versado en filosofía», como un mero «receptor pasivo» de ella103. Pero al enfrentarse a Bergson, su modestia brilló por su ausencia.

Aunque a menudo se les catalogaba en categorías opuestas (como el mecanicismo versus el vitalismo y la objetividad versus la subjetividad), ninguna de estas dicotomías hace justicia a las complejidades de la obra de ambos individuos. En los debates vertebrados en torno a grandes divisiones, Bergson se negaba siempre a tomar partido porque consideraba que su filosofía se basaba en explicar conexiones104. En especial, siempre se negaba a tomar aquel partido del que se le acusaba a menudo, el del espiritualismo. Su interés era claro: exponer «el punto de contacto entre la conciencia y las cosas, entre el cuerpo y el espíritu»105. Einstein también hizo comentarios frecuentes que hacen que sea imposible confinarlo a posturas específicas. Cuando empezó a acumular apoyos a su trabajo, las opiniones personales del físico sobre su obra previa y sobre la ciencia en general cambiaron. Se volvió más reservado acerca de cómo conciliaba con otras formas de conocimiento. Al final de su vida, el físico ponía el vocablo «verdad» entre comillas, dado que lo veía limitado y ceñido por «sistemas conceptuales» (Begriffsystem) mucho más amplios. Según su explicación, la «“verdad” científica» solo era diferente de la «fantasía vacua» en grado, pero no en esencia. Simplemente diferían en la cantidad de certeza que podían lograr106. Si analizamos rigurosamente el debate entre Einstein y Bergson, encontramos dificultades para separar estos términos y, en particular, para encasillar a uno y otro exclusivamente en una categoría. Nuestro propósito es cuestionar estas divisiones —es decir, revocar la simplificación de la postura de ambos hombres— y esbozar alternativas.

Bergson fue el último en hablar durante el coloquio en la Société française de philosophie. Cuando presentaba sus observaciones finales, dijo a la concurrencia que se estaba haciendo tarde. Para demostrar que el tiempo no era patrimonio total de los físicos, adujo las razones por las que iba a acortar su intervención: «Porque no podemos hablar sobre el tiempo sin reparar en la hora y en que se hace tarde. Me limitaré a comentar brevemente un par de cuestiones»107. Tal vez fue el ardid de un gran orador, pero al menos para parte del público pareció surtir efecto.

3
¿CIENCIA O FILOSOFÍA?

El tiempo ocupa el centro de nuestras jerarquías modernas. Para los poderosos, el tiempo es lo más valioso. Para los desempleados, es una maldición. Los poderosos hacen esperar a los indefensos; los indefensos esperan a los poderosos. ¿Cómo nos pueden ayudar a entender estas jerarquías los debates sobre el tiempo? Benjamin Franklin advirtió a los jóvenes que «el tiempo es dinero», instándoles a usarlo con cabeza1. Casi un siglo y medio más tarde, un filósofo menos frugal asignó el tiempo a otra partida presupuestaria. Aunque el tiempo era dinero, «todo el mundo tiene este dinero en su cartera» para seguir gastándolo a su total discreción2. Desde entonces, muchos otros se han propuesto dar consejos para explotar el tiempo. ¿Quién es una voz autorizada a ese respecto?

«¿Qué es, pues, el tiempo?», se planteaba san Agustín en sus Confesiones, pasando a la posteridad por señalar una paradoja en nuestra concepción del mismo. No había nada más intuitivo y, a su vez, más complicado que el propio tiempo: «Si no me lo pregunta nadie, lo sé; pero si se lo quiero explicar al que me lo pregunta, no lo sé». Estas palabras, escritas en África Septentrional en algún momento entre el año 397 y 398, adquirieron en Europa un hálito extremadamente profético mil quinientos años más tarde. Satosi Watanabe, uno de los adeptos más leales de Bergson, se limitó a manifestar: «Tras quince siglos de progreso de las ciencias humanas, esta perspectiva [la de san Agustín] debe constituir incluso la opinión de los filósofos de hoy»3. Tal vez no sea exagerado describir la modernidad como la incapacidad para hacer frente al tiempo tanto como al dinero; es una serie de intentos infructuosos para dominarlos ambos.

¿Ver con otros ojos el debate entre Einstein y Bergson podría arrojar luz sobre la naturaleza del tiempo en sí? En vez de seguir debatiendo sobre su naturaleza, en vez de seguir viéndolo como algo totalmente desmitificado por la ciencia moderna o igual de incomprensible que siempre, si prestamos atención a su debate vemos que algunas de las declaraciones más pomposas sobre el tiempo aparecieron en contextos mucho más mundanos que canalizaron argumentos en dos direcciones opuestas. Para entender el tiempo, podemos volver al 6 de abril de 1922 y exponer este día como un momento en que estas discusiones emergieron con renovado fervor.

En cierto sentido, el debate entre Einstein y Bergson parece el opuesto a otro célebre encontronazo en la historia de la ciencia y la filosofía, el que tuvo lugar entre Thomas Hobbes y Robert Boyle a finales del siglo XVII. En la Royal Society de Londres, Boyle y Hobbes debatieron acerca de la existencia del vacío. Boyle creía que se podía generar con una bomba de aire; Hobbes, que no. Pero ninguno de ellos impugnó los hechos probados en cuestión. «El señor Hobbes —señaló Boyle— no niega la verdad de los hechos que he presentado»4. El enfrentamiento entre Hobbes y Boyle resultó en una entente cordiale entre la ciencia experimental (representada por Boyle) y la filosofía política (representada por Hobbes) que se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XX; el enfrentamiento entre Einstein y Bergson dio lugar a otro resultado. Si bien acabaron conviniendo en los hechos oportunos, ambos hombres y sus defensores siguieron sin poder acordar los límites pertinentes entre ciencia y filosofía.

 

Para bien o para mal, el debate entre ambos aún no se ha acabado y probablemente no acabe jamás. No podemos soñar con volver a los días de la Royal Society, cuando los científicos presentaban hechos incontrovertidos en laboratorios y luego los distribuían para el consumo general. Ni podemos soñar con volver a la gloriosa época de la revolución científica, cuando se creía triunfalmente que la ciencia era la panacea contra todos los males. Siguen apareciendo publicaciones, tesis y ensayos con argumentos apasionados a favor de una u otra parte. ¿Einstein o Bergson? Los expertos siguen discrepando sobre cuál es el auténtico quid de la cuestión. Mientras que algunos aducen que los experimentos han demostrado en redondo que el físico tenía razón y el filósofo estaba equivocado, otros recalcan que estos asuntos simplemente no se pueden verificar con experimentos. Esta dificultad se puede entender en cierto sentido porque los argumentos de ambas partes han cambiado y evolucionado durante un largo periodo. Se han formulado nuevas preguntas y se han alegado nuevas respuestas. Desde 1922 hasta que falleció, Bergson presentó y representó su argumentación de un sinfín de maneras diferentes. La teoría de la relatividad también cambió radicalmente desde que fue formulada por primera vez en 1905, a medida que la labor experimental creció, a medida que Einstein la amplió para convertirla en la teoría general y a medida que una nueva generación de científicos la fue asimilando poco a poco.

¿La teoría de la relatividad era ciencia, filosofía o ambas cosas? Cuando se celebró el debate, la ciencia y la filosofía ocupaban un lugar completamente diferente en la sociedad al que ocupan ahora5. «Ciencia» no ha sido siempre una palabra agradable. En tiempos de la Revolución francesa, el revolucionario Jean-Paul Marat usaba despectivamente el término «scientifiques». Lo usaba para retratar a los participantes del que según él era un proyecto inútil y egoísta para medir una porción de la circunferencia terrestre y usar esa medida para definir el metro6.

El término «científico» se empezó a usar con más frecuencia —y a adquirir connotaciones positivas— en la década de 1830, cuando se recurrió a ella para sustituir la designación previa de «filósofos naturales». En una sesión de la recién formada British Association for the Advancement of Science, el poeta Samuel Coleridge se quejó de que el término «filósofo» era «demasiado amplio y grandilocuente» para los que entonces estudiaban conocimientos naturales, y buscó una palabra que les privara de ese título «grandilocuente». El matemático William Whewell respondió proponiendo «científico». Con este neologismo, se distinguiría con más claridad entre «filosofía natural» y «filosofía», que cada vez se ceñiría más a la filosofía moral, política y metafísica. Whewell contribuyó a que el término cuajara más en su The Philosophy of the Inductive Sciences (1840), donde también acuñó la palabra «físico» para describir a quien estudia «la fuerza, la materia y las propiedades de esta última»7.

No hace mucho que la ciencia se empezó a ver más directamente vinculada a la verdad que a la filosofía. En el siglo XIII, Tomás de Aquino pensaba que la teología era la más excelsa de todas las ciencias8. En 1750, el famoso escritor ilustrado y autor de la Encyclopédie, Denis Diderot, seguía sosteniendo que las palabras «ciencia» y «filosofía» eran «sinónimas»9. Después del debate entre Einstein y Bergson, estas palabras parecieron estar más alejadas que nunca la una de la otra, siendo casi antónimas. Muchas personas consideraban que la filosofía de Bergson no era más que anticiencia.

Bergson estaba acostumbrado a que se le acusara de estar en contra de la ciencia; había empezado años antes de su debate con Einstein. Él se defendía diciendo que su obra «no tenía otro fin que acercar la metafísica y la ciencia y consolidar a cada una mediante la otra, sin sacrificar nada en ellas, tras haberlas distinguido claramente entre sí». La acusación de que él se oponía a la ciencia, remarcaba, era totalmente infundada: «¿Dónde, cuándo y en qué términos he dicho yo jamás algo por el estilo? ¿Puede alguien mostrarme, en todo lo que he escrito, una línea, una palabra, que se pueda interpretar de este modo?»10.

Así, ¿por qué discrepaba Bergson de Einstein? ¿Se equivocó por no tratar o no entender la teoría de la relatividad general? Si escrutamos todas las publicaciones de Bergson sobre la cuestión, no solo las que se suelen seleccionar, podemos ver cómo el filósofo amplió sus opiniones y acabó explicando cómo se aplicarían en un caso que considerara la teoría de la relatividad general, y no solo la especial. También demostró que todas sus opiniones encajaban perfectamente con los hechos empíricos que se habían observado hasta ese momento. Al final, afirmó sin rodeos que aceptaba de pleno los efectos relativistas de la dilatación del tiempo, bajo ciertas condiciones.

El filósofo André Lalande, uno de los fundadores de la Société française de philosophie, fue una excepción porque valoró los argumentos de Bergson como un conjunto agregado de todas sus publicaciones. A diferencia de la mayoría de las personas que siguieron el debate, no se ciñó a citar las típicas declaraciones descontextualizadas para demostrar que Bergson estaba equivocado. Así es como resumió la discrepancia entre los dos hombres sobre la cuestión del tiempo: «Aquí la cuestión primordial, por supuesto, es saber qué tipo de realidad debería concederse a los diversos observadores opuestos que discrepan en su medición del tiempo»11. Otro interesado en el debate extrajo una conclusión similar: «Bergson admite todos los resultados de la relatividad. Solo se niega a otorgarles el mismo valor real»12. Muchos disertadores aceptaban la teoría de Einstein y sus consecuencias, pero detestaban adscribir una realidad equivalente a los tiempos discordantes o dilatados que describía. A Bergson le interesaban las cuestiones de cómo, por qué y en qué circunstancias los retrasos del reloj descritos por la teoría de la relatividad se podrían considerar inequívocamente cambios temporales reales. En lugar de asumir por entero la teoría de la relatividad, su proyecto era, «por tanto, cuestión de atribuir papeles a lo real y lo convencional»13.

Precisamente, la idea de cómo se atribuía la realidad a ciertos efectos y no a otros era capital para la filosofía de Bergson. Para él, la línea de lo real y lo irreal podía fluctuar a lo largo del tiempo y la historia. Para Einstein, no debía cambiar14. Según muchos de los pensadores implicados, el debate sobre la teoría de la relatividad no era solo técnico. Concernía a la importancia que debería atribuirse a los diferentes tiempos que aparecían en las ecuaciones de la teoría y a su relación con nuestra noción común y cotidiana del tiempo. A la teoría, Bergson le objetó «la autoridad para igualar todos los sistemas [como reales] y para declarar todos los tiempos como igual de valiosos»15. Bergson se negaba a adjudicar a Einstein la autoridad para hacer esto.