El físico y el filósofo

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SOLAMENTE «SUCESOS OBJETIVOS»

Durante su diálogo con Bergson, Einstein defendió su definición del tiempo por tener un «significado objetivo» claro, a diferencia de otras definiciones. «Hay sucesos objetivos que son independientes de las personas», recalcó ese día, insinuando que su noción del tiempo era uno de ellos29. Su teoría no era solo una hipótesis conveniente o una explicación ajustada de las muchas que había para elegir. «Uno siempre puede elegir la representación que quiera si cree que le es más cómoda para la tarea que tiene entre manos, pero eso no tiene ningún sentido objetivo», insistió30. El astrónomo Charles Nordmann, que siguió de cerca la visita de Einstein, explicó las intenciones del físico. «Si hay alguna opinión concreta contra la que Einstein luchó de forma acérrima y notable, según recuerdo, justo después de los debates en el Collège de France, es la que daba a su teoría una importancia meramente formal o matemática», contó31.

«Todo ha ido como la seda», escribió Einstein a su esposa esa noche. Preparó con ilusión su viaje de vuelta a casa, con un «maletín de cuero repleto» del dinero que le dio el barón de Rothschild. En Alemania, la inflación estaba por las nubes. Después de acabar «la última discusión», se sentía bien con su labor y orgulloso de haber contribuido al interés de su país. «Si los alemanes tuvieran la más remota idea de los servicios que he prestado por ellos aquí, durante esta visita», claramente le darían las gracias, le contó a su esposa. «Pero son demasiado estrechos de miras para entenderlo», concluyó32.

El debate entre ambos hombres se avivó rápidamente. Después de su primer encuentro, Bergson y Einstein debían volver a verse al cabo de unos meses, esta vez en un contexto totalmente diferente. Bergson presidía el Comité Internacional de Cooperación Intelectual (CIC, por sus siglas en inglés), una de las divisiones más prestigiosas de la Sociedad de las Naciones. Einstein era uno de sus miembros. Aunque la participación de ambos daba prestigio a la Sociedad de las Naciones, su acalorado choque en París solo hizo que intensificar las dudas acerca de la viabilidad de las colaboraciones internacionales, incluso de aquellas fundadas con el fin expreso de mitigar el conflicto en Europa. ¿Pero iba a mitigarse o a empeorarse? En 1922 era difícil prever el futuro.

A comienzos de otoño apareció en papel Duración y simultaneidad, el polémico libro que había estado en la imprenta durante el encuentro en París. Bergson expresó el «deber» de defender la filosofía de la invasión de la ciencia. Eran unas declaraciones duras: «La idea de que la ciencia y la filosofía son disciplinas diferentes destinadas a complementarse mutuamente […] nos aviva el deseo y también nos impone el deber de avanzar hacia una confrontación»33. Bergson reprobó la teoría de la relatividad por «dejar de ser física y convertirse en una filosofía»; y dicho sea de paso, una enormemente defectuosa34.

Aunque esa simple declaración de Einstein —«El tiempo de los filósofos no existe»— sirvió como detonante, muchos otros factores exacerbaron el conflicto entre los dos intelectuales y las doctrinas que representaban. Bergson y Einstein pertenecían a comunidades diferentes, con patrimonios culturales e intelectuales diferentes.

Einstein estaba obsesionado con buscar la unidad del universo y creía que la ciencia podía revelar sus leyes inmutables y describirlas de la forma más simple posible35. Bergson, en cambio, defendía que el signo definitivo del universo era justo el contrario: el cambio interminable. Las filosofías que no resaltaban el carácter fluctuante, contingente e impredecible del universo —así como el papel esencial de la conciencia humana en él y su rol fundamental en nuestro conocimiento del mismo— eran, según él, retrógradas e incultas. Mientras que Einstein buscaba coherencia y simplicidad, Bergson hacía hincapié en las incoherencias y las complejidades.

El científico alemán estaba muy imbuido por una tradición Kultur elitista y se consideraba miembro de «una comunidad supratemporal de mentes excepcionales que existían en un universo paralelo al de las masas filisteas»36. Bergson también formaba parte de una élite cultural, pero muy diferente de la de Einstein. Se veía a sí mismo como el sucesor de una escuela de filosofía francesa poscartesiana. Bergson estudió y prosiguió la obra de su maestro Émile Boutroux, del maestro de Boutroux Jules Lachelier y del hombre que inspiró a todos ellos por igual, Félix Ravaisson37. Einstein se empapó de una tradición totalmente diferente que pivotaba en gran medida alrededor de los clásicos alemanes: Lessing, Kant, Schiller y Goethe. Mientras que las fuentes de Einstein se leían ampliamente dentro y fuera de Alemania, las de Bergson solo eran estudiadas en un círculo de especialistas filosóficos mucho más reducido.

La política izquierdista de Einstein y su pacifismo durante la Gran Guerra contrastaban nítidamente con el declarado nacionalismo de Bergson durante esa misma época. La visión personal de Einstein, que se veía como un judío independiente y marginado, colidía con la comodidad de Bergson como judío francés integrado. Bergson no era solo un profesor famoso en una de las instituciones más exclusivas de Francia, sino que también pertenecía a un pequeño círculo de intelectuales y políticos selectos y bien colocados. Incluso durante el periodo virulentamente antisemita de Vichy (1940-1944), se cuidó bien del filósofo38.

«Es muy curioso, pero en mi larga existencia no he colaborado más que con judíos», explicó Einstein a su íntimo allegado Besso en 1937, ya exiliado en Princeton y décadas después de haber completado su obra más brillante39. Einstein forjó su propia identidad en oposición a la de la burguesía europea predominantemente cristiana. Tras los horrores de la Gran Guerra, un conflicto al que se opuso fervientemente, llegó a pensar que su pueblo «realmente es más compasivo (menos cruel) que estos abominables europeos»40. En cambio, cuando Bergson prohibió que después de morir se publicaran su correspondencia y sus apuntes (e incluso que se permitiera su consulta en las bibliotecas), dejó claros los motivos: tenía que protegerse de sus «enemigos mortales (entre los cuales se cuentan todo tipo de judíos, mis correligionarios)»41. Mientras que Einstein dispone de un verdadero séquito que sigue glorificándolo, promoviendo y controlando su imagen por medio de instituciones bien financiadas, los adeptos de Bergson son cuatro gatos.

El estilo de vida bohemio del físico desentonaba con el ascetismo monástico de Bergson. El origen suabo rural de Einstein en el sur de Alemania, en los márgenes de la cultura burguesa mayoritaria, y las arriesgadas y precarias iniciativas empresariales de su padre inculcaron en el joven científico un desdén contradictorio por el bienestar económico y un anhelo profundo del mismo. Su estatus social contrastaba con el de Bergson, cuyo abuelo paterno era un influyente banquero polaco y el materno, un médico de Yorkshire. La vida personal caótica y peripatética del físico no armonizaba con la estabilidad privilegiada del filósofo.

Bergson nació en París. De niño, vivió unos años con su familia en Londres y Ginebra antes de regresar a Francia. Cuando su familia volvió a mudarse a Inglaterra, él se quedó en una residencia para poder continuar sus estudios. A partir de entonces, permaneció en Francia y visitaba a sus padres en el extranjero durante el verano. De veinteañero pasó varios años dando clases en provincias. Después de eso, vivió en París el resto de su vida.

Einstein, en cambio, vivió y pasó tiempo en muchos sitios diferentes de Alemania, Suiza, Italia y Europa del Este, tanto de adulto como de niño. A los dieciséis vivía solo, pues sus padres se trasladaron a Italia por una oportunidad de negocio que acabó en agua de borrajas. De indudable atractivo, como adolescente rompió corazones, tuvo una hija fuera del matrimonio (que casi con toda probabilidad fue dada en adopción), fue acusado de adulterio por su primera esposa, se enfrascó en una larga batalla legal por el divorcio y la pensión y, entre tanto, acumuló unos cuantos deslices amorosos. Einstein estuvo cerca de la bancarrota varias veces y le costó reunir el dinero para mantener a dos familias. Durante su estancia parisina consiguió ahorrar «un trozo de jabón bueno y un tubo de pasta de dientes» para dárselos generosamente a su mujer, que se había quedado en casa42. Le azoró descubrir que enviar una sola carta costaba «diecisiete marcos» y que tendría que usar el correo con moderación. «En vista de esto —explicó a su esposa—, no voy a escribir muy a menudo»43.

Bergson fue un ejemplo en su vida privada: adoraba a su hija, que nació con sordera y acabó convirtiéndose en una hábil artista, y los amigos cercanos dicen que su matrimonio fue de «felicidad ininterrumpida»44. Era una persona pudiente y llevaba la vida tranquila de un acomodado profesor universitario. Según dijo un estudiante, era la «imagen de la sobriedad», alguien que al encontrarse «un cúmulo de platos conformando un banquete», prefería tomar «un bollo y un vaso de leche»45. «Logrando una consonancia entre hábitat y teoría como pocos filósofos aciertan a conseguir, reside en la rue Vital», explicaba un coetáneo suyo46. Mientras que Bergson loaba las virtudes del vegetarianismo, Einstein esperaba como el santo advenimiento los deliciosos chicharrones de oca que le enviaba su segunda esposa por correo. Durante unos años, de 1902 a 1915, Bergson vivió en una mansión situada en un bonito paseo (en Villa Montmorency, 18 avenue des Tilleuls), cultivando rosas y cuidando de dos gatos47. En cambio, el actor Charlie Chaplin, que visitó el hogar de Einstein en Berlín, pensó que «se podría encontrar el mismo piso en el Bronx»48. Si echamos un vistazo al interior de sus respectivas casas, la vivienda de Bergson estaba decorada con «varios dibujos de su hija sordomuda, que tenía talento y había dado clases con Rodin». George Oprescu, un historiador del arte que los conocía a los dos, comparó su dispar estilo decorativo: «Einstein, en sus humildes dependencias de Berlín, tampoco tenía ninguna obra de arte, pero recuerdo la mirada de agradecimiento que me brindó cuando le ofrecí unas litografías de Daumier, que en París podían comprarse por unos pocos francos»49.

 

Igual que con las matrioshkas, las diferencias entre ellos eran perfectamente claras desde todas las perspectivas, de la más íntima a la más pública. ¿Las diferencias entre Einstein y Bergson eran principalmente culturales, personales, políticas e ideológicas?50 Las diferencias psicológicas, intelectuales, sociales, institucionales, políticas y nacionales demostraron ser un caldo de cultivo ideal para un conflicto en auge. Sin embargo, los contornos de este conflicto creciente eran sorprendentemente parecidos cuando se analizaban desde cierto ángulo: Einstein y Bergson discrepaban en sus opiniones sobre la naturaleza del tiempo y el poder de la ciencia para revelarla. Los debates y las referencias al tiempo aparecieron por todas partes, desde los lugares más privados a los más públicos, desde los más científicos a los más políticos y filosóficos, desde los más profundos a los más informales. En cada ocasión, Einstein y Bergson disentían.

TIEMPO, CON TE MAYÚSCULA

En el prefacio de la segunda edición de Duración y simultaneidad, Bergson escribió «Tiempo» en mayúscula. Con ello, indicaba a sus lectores que estaba incluyendo algo más grande en el concepto que si se hubiera referido simplemente al «tiempo» con minúscula51. El resto del libro aclaraba que no se estaba refiriendo a la misma categoría usada por los físicos. Durante años, él y sus alumnos habían estado intentando separar su concepto del Tiempo del de los demás. Para ellos, el «Tiempo» englobaba facetas del universo que nunca se podrían reflejar del todo con instrumentos (como relojes o dispositivos de grabación) ni fórmulas matemáticas. Para Bergson, no había nada más aborrecible que confundir el tiempo de reloj con el tiempo en general, así como juzgar uno con los criterios del otro. Pero estas diferencias eran sutiles y muchos lectores decididos a evaluar el argumento de Bergson ignoraban estas distinciones.

La mayoría de las interpretaciones del debate entre ambos recalcan que Bergson cometió un error en Duración y simultaneidad porque no entendió del todo la física de la relatividad. Se suele citar una premisa del libro como la principal culpable: que el tiempo no se altera en función de la velocidad de un sistema. En el prefacio de su segunda edición, Bergson explicó que el mensaje central del libro era «demostrar explícitamente que, en lo tocante al Tiempo, no existe diferencia entre un sistema en movimiento y un sistema en traslado uniforme»52. En otro fragmento del libro, declara categóricamente que si un reloj viaja casi a la velocidad de la luz y luego se compara con un reloj estático, «no exhibe una demora cuando se encuentra con el reloj real [estático], al regresar»53. Esta proposición, a primera vista y por sí sola, chocaba de frente con el concepto de la «dilatación del tiempo» de la teoría de la relatividad. Debido a esta hipótesis particular, muchos lectores subrayaron que Bergson «no era lo bastante versado con el punto de vista y los problemas de las matemáticas y la física»54. Comentaristas posteriores citaron la observación de Bergson de que «al volver [a la Tierra] [el reloj] marcará la misma hora que el otro» como prueba de que no había entendido en absoluto la relatividad55. Esta sola afirmación sobre el retraso del reloj ha bastado para que la mayoría de los científicos y algunos filósofos le desacrediten56.

¿Qué era exactamente lo que Bergson no aceptaba de la relatividad? En una nota al pie del cuerpo del texto, explica que acepta de pleno «la invariancia de las ecuaciones electromagnéticas»57. En otro fragmento, confirma que sus dudas no atañen en absoluto a ningún resultado o conclusión técnicos. Ninguna tiene que ver con la física: «La teoría se estudió con el afán de responder a una pregunta formulada por un filósofo, ya no por un físico». «La física —añadía— no tenía la responsabilidad de contestar a esa pregunta»58. No había que interpretar literalmente su afirmación de que no había diferencia alguna en el Tiempo de un sistema en movimiento y otro estático. «Es solo una forma de hablar» para poder llegar «al fondo de la cuestión», se excusó ante el científico Hendrik Lorentz59.

A pesar de las protestas de Bergson, la mayor parte del público instruido dedujo que había cometido un error de bulto durante su debate con Einstein y en sus subsiguientes publicaciones sobre la teoría de la relatividad: «Estos intentos [de Bergson] […] han fracasado por completo: la ciencia, en este asunto, ha pasado a ser pura y simplemente el orden del día»60. En los sesenta, se daba ya por hecho que Bergson sencillamente no entendía la ciencia: «La mejor explicación para el monumental fracaso de Bergson como teórico científico es la misma que para su incapacidad para triunfar como metafísico: no era lo bastante versado en el punto de vista y los problemas de la física matemática»61. Incluso un escritor de los Annales Bergsoniens —una serie en curso dedicada exclusivamente a su filosofía— declaró que «Bergson no lo entendía [a Einstein]»62.

Aun así, en su cara a cara y en el libro siguiente Bergson recalcó repetidamente que no estaba impugnando ninguno de los postulados científicos de Einstein. Explicó con asiduidad que se refería al «Tiempo», algo diferente del «tiempo» de los físicos. A menudo elegía una palabra completamente distinta, duración, para realzar los aspectos del tiempo que le concernían. Entonces, ¿por qué se ha analizado tan a menudo el debate en clave del error de Bergson? Hay muchas razones que llevaron a la gente a pensar que Bergson se había equivocado. Las claves esenciales se esconden en los archivos, como en la correspondencia de Einstein. Allí supimos que el propio Einstein fue el primero en andar de coronilla para difundir esta opinión; que, en el fondo (como vemos en su diario y en la correspondencia posterior), él era más sabio.

DURACIÓN Y «ÉLAN VITAL»

¿Qué impulsaba a los alumnos de Bergson a llamarle «mago»? ¿Qué llevaba a los burgueses a enviar sirvientes para que les guardaran un asiento para sus conferencias? ¿Por qué le leían religiosamente presidentes y primeros ministros? ¿Por qué sus enemigos querían asesinarle? ¿Por qué otros sopesaban el suicidio antes de que leer a Bergson los salvara? ¿Por qué sus libros se introdujeron en el índice de textos prohibidos? ¿Por qué los filósofos y polemistas más importantes de Francia escribieron monografías enteras sobre él? ¿Cómo se convirtió su filosofía en un movimiento, a menudo llamado «le Bergsonisme», que a veces escapaba a las intenciones del propio filósofo? ¿Por qué su obra afectó tantos campos aparte de la filosofía, desde la musicología a la teoría del cine? ¿Por qué su obra fue relevante para todo el espectro político, complaciendo por igual a anarquistas, sindicalistas y fascistas? ¿Cómo pudieron algunas de sus citas más relevantes terminar en los juicios de Núremberg, en anuncios y en novelas contemporáneas?

Tras la Segunda Guerra Mundial, durante el juicio de destacados criminales de guerra alemanes, el fiscal general de la República Francesa citó un fragmento de uno de los últimos libros de Bergson:

«La humanidad», dice nuestro insigne Bergson, «gime, medio aplastada por el progreso que ha logrado. […] El cuerpo no deja de crecer y aguarda la adición de un alma, y la máquina exige una fe mística».

¿A qué se refería Bergson con la «fe mística» y qué relación guardaba con su filosofía del tiempo? Ambas surgían de un impulso vital que te propulsaba con fuerza hacia delante. El fiscal lo explicó a las claras: esta «fe mística» era presuntamente la misma fuerza que impelió a los antiguos a crear la civilización y a los modernos a defender los derechos humanos y la democracia:

Sabemos lo que es, esta fe mística en la que pensaba Bergson. Estaba presente en el cénit de la civilización grecorromana, cuando Catón el Viejo, el más sabio de los sabios, escribió su tratado sobre economía política.

[…] Es esta la fe mística que, en el reino de la política, ha inspirado todas las constituciones escritas o tradicionales de todos los países civilizados desde que el Reino Unido, la madre de las democracias, garantizó a cada hombre libre, en virtud de la carta magna y la Ley del Habeas Corpus, que no sería «ni arrestado ni encarcelado, salvo por un veredicto de sus iguales emitido conforme a los cauces previstos en derecho».

Es esta la fe que inspiró la Declaración de Independencia de Estados Unidos de 1776:

«Consideramos evidentes estas verdades: que todos los hombres han sido dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables».

Es lo que inspiró la Declaración francesa de 1791:

«Los representantes del pueblo francés […] han decidido estipular en una declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre. En consecuencia, la Asamblea Nacional reconoce y declara, en presencia y bajo el auspicio del Ser supremo, los siguientes derechos del hombre y el ciudadano»63.

La misma cita, que a mediados de los cuarenta inculcaba enseñanzas igual de importantes que las legadas por la carta magna, la Ley del Habeas Corpus, la Constitución del Reino Unido y las declaraciones hechas en Estados Unidos y Francia, se expandió a finales de los cincuenta para un anuncio comercial de la Rand Corporation, consagrado a la seguridad nacional norteamericana:

La humanidad gime, medio aplastada por el progreso que ha logrado. Los hombres no están suficientemente concienciados de que su futuro depende de sí mismos. Primero deben decidir si quieren seguir viviendo. Luego deben preguntarse si simplemente quieren vivir o si quieren hacer el esfuerzo extra necesario para cumplir —incluso en nuestro ingobernable planeta— la función esencial del universo, que es una máquina para fabricar dioses.

 

En su popular novela Kafka en la orilla (2002), Haruki Murakami cita a un Bergson diferente y anterior durante el clímax de una escena de sexo explícito: «El presente puro es el progreso escurridizo del pasado devorando el futuro. En verdad, toda sensación es ya un recuerdo»64.

¿Cómo podía uno citar literalmente a Bergson tanto en tribunales penales como en dormitorios, en los momentos de más excitación erótica? ¿Por qué era tema de debate en tantas conversaciones, en Europa central y más allá? ¿Por qué su obra fascinó a algunos de los paladines principales de la descolonización francesa? ¿Por qué escritores de China y Japón le citaron como modelo de la modernidad europea? ¿Por qué encandilaba a los jóvenes intelectuales de Latinoamérica, que acudían febrilmente a sus conferencias nada más llegar a París?65 ¿Por qué se formaban clubs de lectura en todo el mundo con el propósito explícito de hablar sobre él?66 Incluso en la cafetería imaginaria descrita en Saatleri Ayarlama Enstitüsü [El instituto para la sincronización de los relojes], una novela de 1954 escrita por el autor turco Ahmet Tanpinar, las conversaciones se centraban en «la historia, la filosofía de Bergson, la lógica de Aristóteles y la poesía griega»67.

Durante los años siguientes, el debate entre los dos hombres se produjo principalmente por vía de otros. Einstein no estaba satisfecho. Él y sus adeptos no dejaban pasar al filósofo ni un comentario sin cuestionarlo. Bergson acabó descubriendo que Einstein tenía «discípulos radicales que iban acercando más y más sus opiniones a la filosofía y montaban sobre ella una doctrina extravagante»68. Tenía a su lado un grupo de «bailarines de ballet» que enviaba a «comer la oreja del público» y promover sus teorías69. Pero tampoco puede decirse que Bergson estuviera precisamente solo.

Ambos tenían aliados y enemigos en comités profesionales, determinando quién se haría con codiciadas vacantes académicas y abriendo o cerrando puertas a profesionales que respaldaban uno u otro bando. Publicaron libros, artículos, manifiestos y renombrados periódicos de gran formato para defender o atacar a uno de los dos hombres. Para salir del punto muerto en que se encontraba el debate, se idearon sistemas filosóficos enteros.

Las repercusiones de su confrontación se expandieron por todo el globo. El viaje de Einstein a París fue solo uno de los tantos que emprendió durante esos años: Chicago, Washington, Londres, Río de Janeiro, Japón, España y Jerusalén fueron algunas de sus destinos70. Bergson también recorrió todo el mundo, pero por razones bien diferentes. Las reputaciones volaron todavía más deprisa. Los libros, artículos, conferencias, noticias y cartas sobre ellos se desplazaron más deprisa y más lejos que los hombres en sí. El teléfono, el telégrafo, la radio y el cine (y después hasta la televisión, en el caso de Einstein) transmitieron textos, imágenes y voces promoviendo su obra y, a veces, mencionando el debate.

Tres años después de su encuentro, un científico y célebre escritor sobre ciencia de Barcelona dijo que esperaba que sus lectores fueran «conocedores de las objeciones de Bergson» a Einstein y de la ocasión concreta en que el filósofo había desatado «toda su ira»71. En España, el filósofo José Ortega y Gasset y el escritor y político Ramiro Ledesma Ramos escribieron sobre los dos personajes. En Latinoamérica, Alfonso Reyes, un joven intelectual mexicano encargado de nacionalizar el sector petrolero de su país, explicó esto en sus notas sobre Einstein: «Un día habrá que reconciliar el tiempo de la física, el tiempo de la psicología y el concepto de “duración real” de Bergson, dado que por ahora se ha dejado aparcado»72. En verano de 1947, en la Maison Franco-Japonaise de Japón, el físico Satosi Watanabe dio una charla ahondando en las conexiones entre la obra de Bergson y la mecánica cuántica73. Aludiendo a menudo a los propios protagonistas, hubo pensadores de Europa central a África Septentrional, pasando por Oriente Próximo, que abordaron uno de los «temas principales» del siglo: que el «tiempo vivido que experimentan es diferente del tiempo medido por un reloj»74.

El debate entre ambos pronto se subsumió en discusiones más amplias sobre el auge del fascismo en Europa y sobre el papel que deberían desempeñar la filosofía y la ciencia en las sociedades tecnológicas. Los pensadores rescataban constantemente el debate en discusiones de alto voltaje entre intelectuales que trabajaban bajo el paraguas del nuevo régimen nacionalsocialista y aquellos que tuvieron que emigrar. En todos estos contextos, durante las décadas comprendidas entre la Belle Époque y la Guerra Fría, las interpretaciones cambiaron de manera tan radical como el propio mundo.

La filosofía de Bergson apelaba al corazón, no solo a la mente. Por tanto, aspiraba a ser más exhaustiva que el conocimiento científico. Más allá del corazón y la mente, hablaba a las manos, los ojos y los oídos, inspirando a numerosos artistas. En cuanto fue tecnológicamente viable, se registraron sus textos en LP y CD. Su filosofía abarcaba mucho, desde la ética a la estética. Revertía los excesos de un racionalismo frío y calculador asociado con el universo mecanicista de René Descartes y las rígidas jerarquías del conocimiento descritas por Auguste Comte. Su filosofía era un antídoto contra la comprensión matemática y estática del universo, cuya rigidez era objeto común de desprecio, asociada como estaba al racionalismo vacío y los excesos violentos de la Revolución francesa. Corregía el optimismo ingenuo de algunos representantes de la Ilustración, como el marqués de Condorcet (que, irónicamente, decidió suicidarse después de redactar un tratado sobre el progreso) y Jean-Jacques Rousseau, cuyas ilustres descripciones de los «buenos salvajes» simplemente no concordaban con las reyertas imperiales en los albores del siglo XX. Era tan profunda como la religión, aunque liberada del control de una Iglesia frecuentemente reaccionaria, antimoderna y cada vez más distanciada del mundo. Representaba una nueva espiritualidad basada en unos principios éticos nuevos y no dogmáticos. En vez de ofrecer una filosofía que negaba la existencia de Dios, proporcionaba una en que apenas se mencionaba a Cristo (y cuando se le nombraba, era en compañía de otras figuras religiosas). Notoriamente aconfesional, fue adoptada en gran medida por ciudadanos que seguían siendo bautizados, confirmados, unidos en matrimonio y enterrados por párrocos; por ciudadanos que iban a misa los domingos y que ayunaban durante la Cuaresma, pero que preferían leer a Bergson en vez de la Biblia.

En todo lo que ofrecía no solo había explicaciones útiles sobre la naturaleza del tiempo, sino tratados íntegros consagrados a las preocupaciones más imperiosas de los representantes de carne y hueso del nuevo siglo, asuntos que eludían la fría lógica de la ciencia y el estéril academicismo filosófico de las universidades. Bergson era el filósofo por antonomasia de los recuerdos, los sueños y el humor75.