Las heridas del escorpión

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Le dio un pequeño sorbo a su bebida para desviar la atención. No le apetecía expresar sus sentimientos ni siquiera con un movimiento de pestaña. Bastantes emociones acumulaba ya ese día. Además, cuanto menos supiera su pareja de lo que se exponía en su trabajo, menos sufriría por las consecuencias.

—Fue un momento muy emotivo para todos nosotros. Sin duda, la parte más bonita de nuestro trabajo.

—¡Ya lo creo! —dijo ella, acercando su copa para brindar—. Por todos los que hacéis un trabajo impagable.

—Por mi gente, venga.

Bebieron.

—Pero que conste que mucha gente hace un trabajo impagable también y poco reconocido —continuó Iznaola—.Tú misma desempeñas uno que da trabajo a bastantes personas. Y ahora mismo, según está el país, cualquier aportación que sume es de agradecer.

—¡Menudo caradura estás hecho! —rio ella con ganas—. Te me escabulles de la conversación de mala manera.

La devolvió una sonrisa franca.

—Me acabas de pillar de marrón —le contestó poniendo cara de penitente—. Y si te digo la verdad, prefiero no hablar más del tema. Acuérdate que me he tenido que escapar del bar para ahorrarme las batallitas de mis compañeros. Y ellos de las mías…

—Perdona, si te he hecho sufrir…

—¡No, no! ¡No me pidas perdón por esto!

La atusó con cariño el pelo y la dio otro beso en los labios.

—Simplemente te absorben tanto casos como este que, cuando acaban, deseas dejarlos atrás. No hace falta que te recuerde todo el retraso que eso genera…

La acarició uno de los muslos con las yemas de los dedos antes de beber el poco vino que le quedaba. Después, movió la copa vacía.

—¿Qué te pasa, que quieres un poco más de vino? —le preguntó Lara, aparentando seriedad.

Él negó con la cabeza, muy formal, aunque la sonrisa se le escapaba por la comisura de los labios.

—¡Ah, ya te entiendo! Quieres que cenemos para que te rellene la copa… —continuó ella, sin mirarle, para no reírse.

—Frío, frío —respondió él—. Quiero que te acabes el vino para explicártelo mejor…

—¿Como el lobo a Caperucita?

—¡Caliente, caliente!

La enseñó los dientes como si la fuera a morder.

Después, entre risas y arrumacos, se dirigieron a la habitación.

—¿Y ahora qué? ¿Hay alguna misión que te esté esperando?

Lara se lo susurró mientras jugueteaba con su pelo haciéndole rizos para luego deshacerlos.

Unos minutos antes mantuvieron un encuentro sexual bastante ardiente en el que ambos liberaron toda la tensión que acumulada durante los días anteriores.

Y quien decía tensión, decía mucha tensión.

Lamentaba en silencio no poder relajarse un poco más fumando ese cigarrillo que el cuerpo le pedía a gritos. Aunque ese momento debería esperar. Al lado suyo sentía el cálido cuerpo desnudo de su pareja, relajada. Feliz. Sin acordarse ninguno de ellos de móviles, televisión o cualquier otra nimiedad que estropeara el clima de complicidad. Tan a gusto se hallaban que aún no habían cenado pese a las horas que llevaba sin comer.

Tenían otra clase de hambre y de ese sí se saciaron.

Dejó atrás esos pensamientos para abordar la pregunta que ella le planteaba.

—Ahora toca disfrutar del fin de semana, amor mío. Ya veremos lo que nos depara el destino en los próximos días…

La miró fugazmente y la besó en la frente para no profundizar en el tema. Tenía confianza en que así no descubriría la mentira que le acababa de soltar.

Aunque, bien mirado, no la mintió del todo.

No solicitó una excedencia sin sueldo en el cuerpo de la Guardia Civil para quedarse en casa mirando las musarañas. Lo hacía por un motivo muy concreto. El problema residía en que para ejecutarlo necesitaba la ayuda de una persona que no conocía y estaba por ver si el tal Pixxeliux entraría en el juego peligroso que le propondría en cuanto Lara se durmiese.

—No sé… —dijo ella escrutándole detenidamente—. Me da la sensación de que tienes algo en la cabeza.

Iznaola se incorporó levemente para guardar algo de distancia con ella. Lo hacía cuando se sentía acorralado. Lo hizo despacito para que Lara no advirtiese nada extraño.

—¿Por qué dices eso?

—Cuando trabajas en alguno de esos casos, de los que apenas me cuentas nada, sueles pasarte muchos ratos ausente, en los que te hablo y tú haces que me escuchas, pero en verdad no te has enterado de nada de lo que te cuento. No sé dónde está tu mente en esos ejemplos, pero lo que sé seguro es que no está conmigo…

Ella se acercó otra vez a su cabeza, recuperando esos escasos centímetros que él se separó antes, y le estudiaba con atención.

—Pues hoy, pese a lo fogoso que has venido —continuó Lara, mientras posaba la mano en su entrepierna—, tienes uno de esos momentos en los que te vas al espacio exterior.

Iznaola respiró tranquilo antes de responder. Cualquier mal gesto equivaldría a verse en la obligación de contarla sus intenciones y, por ahora, no lo estimaba conveniente. Cuanto menos supiera de sus planes, mejor.

—Perdóname, ¿pero me estás diciendo que algunas veces cuando hablas mucho, me voy de la conversación y no te escucho…? —se llevó el dedo índice a la sien y renegó repetidas veces con la cabeza—. ¡Menudo disparate! ¡Un hombre de verdad jamás haría eso a una mujer!

—¡No seas tonto! —sonrió ella—. No hablo de vuestra pérdida de atención de serie. Hablo de que tienes esa mirada perdida. Esa que ya está midiendo el siguiente paso que darás.

Fingió cara de sorpresa.

—No sé lo que quieres decir, de verdad. Quizás este último caso me ha absorbido en exceso y, de alguna forma, lo expreso así. Piensa en todo lo que nos hemos jugado en este secuestro tan mediático. Solo de imaginar que nos hubiésemos encontrado a alguno de los niños muerto, me dan escalofríos…

Respiró ostensiblemente y desvió la mirada. Seguía sin ser consciente de la suerte con la que se desarrolló el desenlace de la historia.

—Tienes razón. Me parece que estoy siendo injusta contigo —contestó ella, apesadumbrada—. Hazme un favor y olvida lo que te he dicho. Seguramente esas sensaciones sean imaginaciones mías.

Zanjaron la conversación con un beso apasionado.

—¿Qué te parece si cenamos? —le preguntó él—. Mi estómago me lo reclama desde hace un buen rato.

—¡Es verdad! ¡Se me ha pasado por completo! —exclamó Lara, levantándose y vistiéndose enseguida—. Menos mal que he preparado una cena fría. Eso sí, como la ocasión lo merece. Una ensalada muy rica y un platito con una ración de ibéricos…

—¡Tú sí que sabes cómo camelarme! —exclamó efusivo y sonriente—. Con todo lo que vales, aún no entiendo lo que viste en mí.

Y lo sentía de corazón.

No se explicaba cómo una chica que lo tenía todo —un sueldo a una distancia sideral del suyo; simpática; extrovertida; y además muy guapa, con unos ojazos grandes y expresivos, y una sonrisa que irradiaba alegría y elegancia— se enamoró de él, una persona perteneciente a un mundo totalmente opuesto al suyo.

Se conocieron cuando él investigaba a un empleado de la empresa de su padre, acusado de matar a su pareja. Cuando consiguieron las pruebas incriminatorias contra el sujeto, este se encontraba trabajando en el supermercado, con la malísima publicidad que eso suponía en un principio para el negocio. Pese a ello, Lara tomó las riendas del asunto, sin pensárselo dos veces, y les dio todo tipo de facilidades. Y así, lo que comenzó como una tibia amistad se consolidó en una relación.

Muchas veces rememoraban el momento y las formas en que se conocieron. Casi siempre ella le agradecía, entre risas, la publicidad que les brindó la Benemérita entre los clientes —la detención apenas salió en la prensa y se mencionó el nombre de la cadena alimenticia de pasada merced a algunas llamadas del padre a algunos periodistas amigos suyos—, y él le decía, picándola, que no se quejara porque gracias a ello tuvo la suerte de conocerlo.

Por otra parte, estaba seguro de que no fue la mejor presentación para caerle bien a Leopoldo, el padre de Lara. Si a eso le añadía la diferencia de clase entre él y un nuevo rico…

—¡Tampoco hay que estudiar mucho para conquistarte! —contestó ella en referencia a la cena que se disponían a degustar.

—Podías haber preparado un par de tortillas francesas y, sin embargo, has preferido cuidar mi colesterol bueno. ¡Bien hecho!

Se comió una loncha de jamón casi sin masticarla.

—Que sepas que cada día eres más tonto —sentenció Lara, renegando con una sonrisa.

—Lo sé, lo sé —respondió guiñándola un ojo.

Después de cenar, se pusieron un capítulo de una serie en la tele de la habitación que no terminaron de ver, puesto que ella se durmió antes.

9

Prefirió esperar a que Lara se durmiese para levantarse e ir al salón.

Se encontraba agotado, pero antes de caer rendido en la cama le quedaba una tarea pendiente: escribir un correo electrónico a Pixxeliux. Ni siquiera sabía si le respondería ni cuándo se decidiría a hacerlo. Desgraciadamente esa parte no corría de su cuenta, a pesar de su importancia, ya que el tiempo corría en su contra. Aun así esperaría su respuesta varios días, a lo sumo una semana.

Iznaola quería un aliado que entendiera de informática para localizar a Charlie lo antes posible y prefería que fuera Pixxeliux por no pedirle otro favor a Laguna. También tenía muy claro que, llegado el caso, se lo requeriría sin pestañear. Su prioridad consistía en encontrar a Charlie y convertirse en su sombra para evitar que atacase a mujeres indefensas. O, por lo menos, a las menos posibles.

 

Ante su inminente puesta en libertad, gracias a la derogación de la doctrina Parot, él planeó esperarle a su salida de la prisión de Segovia. Quería ser su sombra desde el primer segundo que pisase la calle. Y nada presagiaba que se torcerían sus planes hasta que alguien empezó a secuestrar y asesinar a niños…

Ahí su plan pasó a un segundo plano.

Entregado en cuerpo y alma al rescate de las pobres criaturas, perdió la pista de Charlie. En esos instantes, este le sacaba quince días de ventaja y no tenía ni idea de dónde se había establecido. Su plan de seguirle se desmoronó por completo y le urgía recurrir a otros métodos menos convencionales para encontrarle.

Y la ayuda de una especie de justiciero informático le parecía la idea menos descabellada de todas.

¿Por qué confiar una misión tan importante en algún friki que no sabía si le dejaría tirado en un futuro si todo se complicaba? ¿Alguien que seguramente se enteraría de toda su vida personal antes de decidir si ayudarle o no? ¿Alguien que se metía en lodazales de perseguir asesinos y violadores a saber por qué motivos…?

Y sin embargo...

Necesitaba moverse en las sombras y comprometer a la menor gente posible. Contar con alguien que le ayudase voluntariamente —rogaba por ello—, le parecía una buena forma de hacerlo.

Dejó de divagar para mandar el correo electrónico que tenía pendiente desde que habló con Laguna. Encendió la televisión y bajó el volumen al mínimo. Luego eligió una película de acción por si se levantaba Lara y, tras sentarse en el sillón, encendió el portátil.

Antes de escribir el mensaje comprobó si el antivirus de pago que le recomendó su compañero se encontraba actualizado y luego se abrió una cuenta nueva de correo electrónico como también le sugirió. Una vez conseguido ese paso, se centró en cómo abordar la redacción. Del remitente Pixxeliux apenas sabía que sentía una inquina especial a todo tipo de asesinos de mujeres y, en especial, a los violadores. La lucha de este se centraba en facilitar las direcciones de residencia y trabajo de estos tipejos. Su compañero desconocía si alguna vez había ido más allá.

Cerró los ojos, inhaló todo el aire del que fue capaz, lo exhaló con mucha calma, y comenzó a escribir. Se paró y corrigió el texto cuantas veces consideró necesario. No quería perder un aliado por una mala expresión o una palabra fuera de lugar. Al final, se quedó satisfecho con un texto escueto y directo.

«Estimado Pixxeliux:

Perdóneme la osadía de ponerme en contacto con usted para pedirle su ayuda sin que me conozca de nada. Soy consciente de que no tengo ningún derecho para pedírselo. Si lo hago es porque se trata de un asunto muy serio, así que le rogaría que leyese mi proposición antes de darme una respuesta y que lo olvidase de inmediato si no le interesa.

Volviendo al tema que nos concierne, se imaginará sobre qué versa, ya que usted se dedica a subir en Internet datos de asesinos y violadores que han salido a la calle, avisando a posibles futuras víctimas de su radio de acción. Ambos sabemos que este tipo de gente, por llamarles de alguna forma, suelen reincidir y no están de más sus avisos.

Me gustaría dejar claro que lo único que sé sobre usted es lo que le he comentado antes y, sinceramente, con eso me basta.

Y ahora, para no hacerle perder más tiempo, le expondré por qué solicito su ayuda.

Ando tras la pista de un asesino y violador que ha salido a la calle recientemente. Su nombre es José Simón de Carlo Ochoa, más conocido como Charlie. No sé si lo conoce. Mi intención es convertirme en su sombra porque estoy convencido de que atacará a alguna desgraciada que se cruce por su camino.

Y poco más le puedo contar. Añadiré a esta petición que me mueve un viejo asunto personal y que no seré feliz hasta que esta bazofia se pudra en la cárcel de nuevo.

Me encantaría que me contestara, aunque fuera para rechazar mi proposición.

Muchas gracias por su tiempo.

Atentamente.

Antonio Iznaola».

Leyó el texto por última vez, apagó el portátil y lo guardó. Estaba nervioso por lo sucedido. Él, que era un guardiacivil labrándose un futuro muy prometedor en el cuerpo, servía en bandeja de plata toda su carrera a un desconocido con las armas suficientes para destrozársela por completo.

Se levantó del sillón y paseó descalzo durante un rato por el salón porque no sabía cómo calmar su ansiedad: servirse una copa, ver algún capítulo de The Americans, o aprovechar para leer un rato en la cama con su ebook la última novela de Harry Bosch.

Se decantó por la novela policíaca.

Por hoy ya había bebido bastante.

La tarde del domingo aprovecharon para ir al cine.

Los últimos fines de semana les resultó imposible, por lo que este no querían dejar pasar la oportunidad. Les apetecía un montón ver una peli en pantalla grande con sus palomitas y refrescos de rigor.

En teoría le tocaba elegir la peli a él. Pero como la última que eligió Lara fue una de zombis, Guerra Mundial Z —elegida porque el protagonista era Brad Pitt y desconociendo la temática del film—, según su teoría la tocaba elegir otra vez a ella. A él, aparte de las bromas y de hacerse el sufrido, le daba igual. Quería ver algo entretenido, sin muchos dramas, que de eso andaba sobrado en las últimas semanas.

—¿Entonces qué prefieres ver, Mud o Tú eres el siguiente…?

Lara le señalaba los carteles de ambas películas. Mud se trataba de una película con Matthew McConaughey, que hacía de fugitivo escondido en una isla en la que coincidía con dos jóvenes incautos; y Tú eres el siguiente, una película de miedo en la que abundaban las matanzas a mansalva.

Con mucho disimulo, echó un vistazo a dos películas que elegiría antes de las antes mencionadas: Riddick, una secuela de la estupenda película de ciencia ficción Pitch Black, cuyo argumento seguía la estela de la mítica Alien —salvo que los alienígenas se encontraban en un planeta perdido y no en la nave espacial Nostromo—; y Elysium, otro filme de ciencia ficción donde los ricos vivían en una confortable estación espacial y los pobres en un deplorable planeta Tierra.

Sin ser un gran aficionado a este último género, coincidían dos películas que no le importaría ver. A priori tenían buena pinta.

—No sé qué decirte… —respondió Iznaola, centrándose en las dos opciones disponibles.

Si debía elegir una, lo tenía claro. La de miedo, ya que le gustaba mucho el género. De hecho, se había tragado muchos bodrios infames de sus diferentes subgéneros y, a pesar de todo, los seguiría visionando en un futuro. De vez en cuando, uno siempre encontraba alguna joya…

—Di una, venga —insistió ella.

Cruzó los brazos y la escudriñó guiñándola un ojo.

—Vemos la de Mud, si quieres —le contestó—. Podías elegir alguna película más romántica, y no lo has hecho, así que lo dejamos en un termino medio.

—¿Seguro…?

La peli de miedo esperaría. Su intuición le decía que con verla una noche cualquiera en casa sería suficiente.

—¡Qué más da! Se trata de pasar un buen rato —sentenció Iznaola.

—Como quieras. Veremos la que tú has elegido… —dijo ella, muy digna, mientras se dirigía a la taquilla.

—¡Serás…! —la soltó pellizcándole el culo para despistarla y llegar antes que ella para pagar.

Ya sentados en las butacas, con sus refrescos y su bol de palomitas, mientras se tragaban la ristra de anuncios que antecedían a la peli, tuvo la terrible tentación de entrar en el correo electrónico de su móvil para saber si Pixxeliux contactó con él. Desde el viernes noche a ese momento, domingo por la tarde, no lo había hecho y eso le producía un estado de nervios impropio de su carácter templado.

Aprovechó la rastra de anuncios para repasar el frustrado fin de semana.

Durante todo el sábado le resultó menos complicado conectarse al ordenador sin parecer un obseso de los dichosos aparatitos. Lara se pasó toda la mañana trabajando y eso le permitía hacer y deshacer como le venía en gana. Su cometido mañanero consistió en realizar las labores del hogar, en las que incluyó preparar una paella medianamente digna.

Y conectarse al portátil de manera compulsiva a la espera de una respuesta que no llegaba nunca.

Por la tarde, entre ir al gimnasio —porque a su chica, a pesar de pasarse toda la santa semana currando, le apetecía una sesión para liberar toxinas ya que le relajaba, argumentaba. Y a él le parecía una buena idea—; y después viendo la tele en casa con unas cervezas y un aperitivo, tuvo pocos momentos para cotillear el portátil en busca de noticias de Pixxeliux.

De manera infructuosa.

La mañana del domingo, otra decepción. Se levantaron tarde, limpiaron la casa —Lara decía que siempre quedaba mucha porquería que él no veía nunca. ¡Qué mentira!—, dieron un buen paseo y compraron el pan. Las fugaces ojeadas al ordenador no sirvieron de nada.

Así que ya por la tarde, sentado en la penumbra del cine, se planteaba varias preguntas.

Pixxeliux, que suponía que estaba enganchado al mundo informático, ¿no leyó su mensaje después de casi dos días…? ¿Lo hizo y se hacía de rogar? ¿Indagó en su vida personal y al enterarse de que era guardiacivil se echó para atrás pensando que le quería tender una trampa? ¿Demoraba su respuesta a la espera de que él hiciese algún movimiento extraño y delatase oscuras intenciones…?

Cualquier respuesta sería válida.

Charlie le sacaba mucha ventaja, así que si el próximo viernes Pixxeliux seguía sin dar señales de vida, contactaría con Laguna para que le facilitara información sobre otro hacker justiciero. Ya había perdido demasiado tiempo, él que ansiaba convertirse en la sombra permanente del tipejo.

Por la tarde y acabada la película —le recordó a cuando Tom Sawyer y Huckleberry Finn se escapaban varios días a una isla cercana y todo su pueblo se volvía loco buscándolos. En Mud, los dos adolescentes se encontraban en una isla a un asesino con el que empatizaban y que a lo largo de la trama se hacía querer. El filme le gustó. Sin más—, pararon en un bar a beber unas cervezas y comieron unas raciones para no preparar cena. Ya puestos, querían disfrutar del fin de semana hasta el final.

Y así sucedió.

Disfrutaron de una velada divertida, despellejando un poco la película y riéndose de cómo la eligieron. Apurando a sorbitos el último rato de ocio de la semana ante la incertidumbre de la que venía.

Todo cambió cuando al llegar a casa encendió el portátil y entró en su nuevo correó electrónico. No esperaba encontrarse nada, así que cuando halló una respuesta del correo de Pixxeliux, le pegó un subidón de adrenalina.

—¿Te pasa algo? —le preguntó Lara, que le observaba sin que él se diera cuenta.

—No. ¿Por?

Intentó recuperar la compostura a marchas forzadas.

—Parecía que habías visto a un fantasma cuando mirabas el ordenador… —insistió ella.

—¡Ah, perdona! Me han enviado una información mis compañeros sobre la pareja que secuestraba y mataba a los niños. ¡Es increíble lo que la gente es capaz de hacer!

Negó repetidas veces con la cabeza en señal de resignación.

—Pensaba que no te habías dado cuenta de mi reacción —continuó él—. No quería preocuparte.

Ella se quedó un rato observándole antes de responder.

—Mejor no me digas nada —dijo ella, angustiada—. Tienes razón. Prefiero vivir en la ignorancia.

La dio un largo beso para cerrar la conversación.

Para no bajar la guardia y levantar nuevas suspicacias, decidió retomar el tema más tarde. Cuando ella se durmiese, se sentaría delante del ordenador y leería con ansía la contestación de Pixxeliux.

Una vez traspuesta Lara, y sentado cómodamente en el sofá del salón, abrió el correo en el portátil. Tenía tanta tensión acumulada por saber la respuesta que aún se sorprendía de cómo aguantó hasta ese momento.

Apretó el puño y los dientes tras echar un rápido vistazo al texto de respuesta. Este ocupaba casi una página y venía acompañado de una dirección y de un teléfono, por lo que dio por hecho que se disponía a ayudarle.

—Muchas gracias Pixxeliux —dijo en voz alta, dada la emoción que le embargaba.

Sin prisa, pero sin pausa, comenzó a leer el texto:

«Hola, Antonio:

Disculpa la demora en contestarte, pero como comprenderás, antes de comprometerme contigo debía de asegurarme en qué charco me metía.

 

Tras casi dos días de deliberaciones he decidido apoyarte. Con mucha cautela, eso sí, porque ya me he informado de cuál es tu profesión y eso me ha generado bastantes dudas.

Salvando este escollo, espero que entiendas que toda la información que te facilite se hará de la manera que yo quiera y decida. Y esta será única y exclusivamente por este correo electrónico. Si intuyo por un instante que me engañas, cortaré el contacto de inmediato.

Son mis condiciones y son innegociables. Si no las compartes, házmelo saber para ahorrarnos una relación condenada al fracaso.

Y ya yendo al grano, te diré que conozco al tal Charlie. De hecho, me disponía a publicar los datos que te facilito más abajo, por el método que ya conoces, puesto que te has puesto en contacto conmigo».

A continuación, le facilitaba los datos del piso de la madre de Charlie, así como el móvil de este. Grandísimas noticias ambas.

Por último, se despedía de una manera escueta.

Centrándose en el domicilio, se acordó de que conocía la calle. Por esa zona, persiguió unos años antes a un maltratador y asesino. Se hallaba en uno de los distritos más desfavorecidos de todo Madrid donde convivían el paro, la droga, gravísimos conflictos vecinales y un vergonzoso abandono por parte de la administración.

Dicho barrio se ubicaba en el sudoeste de la capital y allí tendría que ir en busca de Charlie.

10

Madrid, septiembre de 2013

No tenía queja desde que salió del trullo. Con esta nueva moda de las aplicaciones para ligar, y ya cerca de cumplir sesenta tacos, Charlie había quedado con dos mujeres más jóvenes que él para follar, previo breve chateo.

Así, sin más palabras.

Los dos sabían a lo que iban y ni siquiera le hizo falta invitarlas a cenar para consumar el acto.

Un visto y no visto.

Un par de polvos con cada una y después cada mochuelo a su olivo. Sin promesas de amor ni ninguna gilipollez de ese tipo. A otra persona quizás le faltaría un poco de ternura o más delicadeza en los preámbulos, pero no en su caso. A la segunda sin ir más lejos —una mujer de cuarenta y tantos años, recién divorciada y con más hambre sexual que él—, se atrevió hasta a darle unos cuantos azotes con fuerza, y como no rechistaba, le soltó un montón de groserías. Todo en plan guarro, sí, pero con la rémora de que era consentido por ambas partes.

Se excitó, debía reconocerlo, aunque le faltaba lo mejor de los buenos tiempos. Esa sensación de absoluto poder sobre ellas. Durante el acto con ambas mujeres, pensó en confesarles cómo se llamaba para rememorar ese placer. Si llevaba unos cuantos días saliendo en todo tipo de prensa, lo lógico sería que lo conociesen. Y que le temieran…

Hubiese pagado por salir de dudas. Si no lo comprobó fue porque prefería mantener un perfil bajo y moverse con mucha cautela. Había perdido el ímpetu de la juventud, pero su instinto de cazador seguía intacto.

Y, precisamente ahora, a unos trescientos metros venía su corderita...

Llevaba varios días observándola mientras pintaba un piso desde el edificio de enfrente. La chica, de unos veintipocos años, siempre volvía a la misma hora, las dos y diez de la tarde. Intuyó que trabajaba en un sitio cercano porque si no, no entendía semejante puntualidad.

Por lo general, aparecía siempre hablando por el móvil —algo frecuente en la actualidad—, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, por lo que no se apercibiría de su presencia hasta que no la quedase más remedio.

Aprovechó que un vecino salía del bloque sin esperar a que se cerrase la puerta para, aprovechando la coyuntura, entrar en el edificio. Una persona vestida de operario telefónico —no quería dar pistas de su trabajo actual, por eso le parecía más inteligente hacerse pasar por otra profesión diferente a la suya—, con su correspondiente mochila de trabajo y una bolsa grande llena de cajas de cartón vacías, pasaba totalmente desapercibido para la gente en general, como comprobaba a menudo. Sin ir más lejos, las dos personas con las que se cruzó en el rancio vestíbulo, necesitado de una buena mano de pintura, mascullaron una especie de buenas tardes y pasaron de largo sin ni siquiera mirarle.

Y él encantado.

Parapetado con una visera, para que apenas se le viera la cara, prefería pasar inadvertido. Cuantas menos evidencias dejara de su paso por allí, mejor.

Al quedarse solo aprovechó para marcar el último piso en el ascensor, el duodécimo, y salir antes de que se cerrara. Cuando observó que la chica entraba en el edificio le llamó de nuevo.

—¡De verdad, mamá, qué no soy tan tonta! —exclamaba la chica, enfadada, cuando se situó junto a él—. ¡No hace falta que me vuelvas a explicar cómo se echan las lentejas del táper en un plato, por favor! ¡Creo que sobreviviré sola sin ti por un día…!

Se quitó el aparato de la oreja y lo miró con cara contrariada, negando repetidas veces.

«Tenía razón la chica», pensó. Algunos padres creían que sus hijos no crecían nunca. Se sentían con la obligación de tratarles como niños hasta bien entrada la treintena. O quizás a estos chicos con más de treinta años les faltaba madurar. «¡Vete tú a saber!», exclamó para sí.

Él, mientras tanto, dio un pasito para atrás para echar un rápido vistazo a su presa. Llevaba unos leggins negros y una camiseta blanca, ambas prendas bastante ajustadas, dejando poco a la imaginación. Rubia y con el pelo recogido en una coleta, lo que potenciaba unas facciones delicadas aderezadas con un toque sutil de maquillaje. Se veía que la chica tenía buen gusto y eso le excitó.

¡Cuánto tiempo necesitó para revivir otra vez esa sensación!

Cuando llegó el ascensor, cogió sus bártulos y abrió la puerta a la chica. Esta se lo agradeció con un leve movimiento de cabeza. Dejó sus enseres en el suelo, como si las cajas de cartón vacías pesasen, mientras ella marcaba la séptima planta y se colocaba en la parte de atrás. Charlie rápidamente se dispuso a marcar la suya, pero lo descartó, haciendo un aspaviento, al ver que se dirigían a la misma.

Se quedó delante de ella para no llamar su atención y para que no se sintiera incómoda. Y para que apenas le viese…

—Tú no te preocupes por mí —le seguía contando la chica a su madre—, y sigue yendo a las clases de pilates que tan bien te sientan. Da gusto no oírte todo el día quejándote de la espalda…

Cruzó las manos en la espalda para mitigar la ansiedad de la espera.

Aunque no quisiera, no le quedaba más remedio que escuchar la conversación telefónica y notaba cómo se calmaban los ánimos entre las dos mujeres. Pensaba que eso le beneficiaba, ya que así la muchacha bajaba la guardia. Además, recababa una información valiosísima. Se acababa de enterar de que la madre no se hallaba en la casa, detalle que le agradó en exceso.

—Sí, sí —respondió la chica, después de un rato callada—. ¿Pero cómo va a venir papá si los lunes siempre come fuera? ¡Menuda tontería estás diciendo…! ¡Como sola y punto…! ¡Venga, adiós! ¡Un besazo!

Resopló nada más terminar la llamada, aunque no guardó el teléfono. Seguramente cotilleaba sus redes sociales. Llevaba un rato indeterminado sin hacerlo y a lo mejor había sucedido algo de una importancia extrema.

A él le parecía estupendo. Le ignoraba completamente después de confirmarle que no había nadie en su casa. Sonrió con malicia. En breve dispondría de un tiempo extra para que se centrara en él y se olvidase por un buen rato del puto móvil. Al fin, el ascensor se paró en la séptima planta, sin ninguna parada intermedia donde se montase alguien que más adelante le reconociese. Hoy la suerte le sonreía.

—¿No te importa si saco las cajas para dejarte salir? —le preguntó a la chica, mirándola de soslayo con una sonrisa, mientras se agachaba a recogerlas—. Llevo muchísimo peso y mi espalda no está para muchos trotes.

Espatarrado en medio del ascensor, no la dio otra opción.

—Claro que no —contestó ella.

—Gracias.

Agachado y con la bolsa en las manos, abrió la puerta con las posaderas y la sacó fuera, sin levantarse en ningún momento. Luego esperó a que ella saliera para liberar el ascensor.

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