Historia de la estrategia militar

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

[6] J. Q. WHITMAN, The Verdict of Battle: The Law of Victory and the Making of Modern War. Cambridge, MA, 2012.

[7] AE, CP, España 419, fol. 67; Solaro DI BREGLIO, enviado por Cerdeña a París, a CHARLES EMMANUEL III, 10, 20 de marzo de 1734, AST, LM, Francia 170.

[8] Véase ilustraciones en A. Husslein-Arco (ed.), Prince Eugene’s Winter Palace. Vienna, 2013, esp. pp. 41, 59, 77–84.

[9] Owen’s Weekly Chronicle, 3 de junio de 1758.

[10] W. COBBETT (ed.), Parliamentary History of England. 36 vols, London, 1806–20, XI, 16.

[11] Joseph YORKE, enviado por Gran Bretaña a Berlín, a Robert, 4.º conde de Holdernesse, Secretario de Estado para el Departamento del Norte, 12 de abril de 1758, TNA, SP 90/71.

[12] C. Pincemaille, “La Guerre de Hollande dans le programme iconographique de la grande galerie de Versailles”. Histoire, Économie et Société, 4 (1985), pp. 313–33; C. MUKERJI, Territorial Ambitions and the Gardens of Versailles. Cambridge, 1997).

[13] DELAFAYE a James, conde de Stanhope, Secretario de Estado para el Departamento del Norte, 29 de septiembre de 1719, TNA, SP 43/63.

[14] D. CHANDLER, “Fluctuations in the Strength of Forces in English Pay Sent to Flanders during the Nine Years’ War, 1688–1697”. War and Society, 1:2 (1981), p. 11.

[15] T. M. BARKER, Army, Aristocracy, Monarchy: Essays on War, Society, and Government in Austria, 1618–1780. Boulder, CO, 1982; J.A. LYNN, Giant of the Grand Siècle: The French Army, 1610–1715. Cambridge, 1997.

[16] Robert KEITH, enviado a Vienna, a Robert, 4.º conde de Holdernesse, Secretario de Estado para el Departamento del Norte, TNA, SP 80/197, fols 104–24.

[17] N. MALCOLM, Agents of Empire: Knights, Corsairs, Jesuits and Spies in the Sixteenth-Century Mediterranean World. New York, 2015, pp. 406–7.

[18] A. PETTEGREE, The Invention of News: How the World Came to Know about Itself. New Haven, CT, 2014.

[19] J. BLACK, Insurgency and Counterinsurgency: A Global History. Lanham, MD, 2016, pp. 57–86.

[20] P. J. SPEELMAN (ed.), Henry Lloyd and the Military Enlightenment: The Works of General Lloyd. Westport, CT, 2005.

2.

Las estrategias de los imperios continentales: 1400-1815

COMO OCURRE EN LA ERA MODERNA con China y Rusia, las fuerzas y las intenciones de los imperios continentales supusieron una gran preocupación no solo entre ellos sino para las potencias marítimas. De hecho, a pesar del triunfalismo en determinados momentos, fue breve el periodo del siglo XIX en el que se consideró que el destino geopolítico estaba en las manos de estas últimas. Esta percepción no era solo el fruto de los análisis de la situación de su tiempo, sino un reflejo de la pasada experiencia colectiva en Eurasia, como vemos en las reflexiones geopolíticas de Halford Mackinder en 1904.

Esta experiencia fue en parte el producto de algunas confederaciones tribales, señaladamente la de los hunos y los mongoles, que se desplazaron avanzando desde el interior de Asia atacando imperios más establecidos y prósperos, regiones de Eurasia más periféricas en términos geográficos. En Eurasia y el norte de América el valor operativo y táctico de la caballería desató algunas ambiciones estratégicas[1].

Al mismo tiempo, los imperios más establecidos de Eurasia, sitos en la más próspera periferia y no en las áreas nucleares de la estepa y la montañosa Asia interna, competían entre sí. Además, sin tener ninguna relevancia clara para estas últimas contiendas en las que se combatía a los imperios de la Eurasia interior basados en la caballería, se dieron interrelaciones entre las contiendas. Esto creó no tanto un espacio estratégico en Eurasia como la necesidad de priorizar entre las distintas acciones posibles, en situaciones muy complejas. En particular, en los siglos XVI y XVII, los Habsburgo, los otomanos, los safávidas y los uzbekos estuvieron enfrascados en enfrentamientos cruzados, que se extendieron hasta incluir a una serie de otras fuerzas. La procedencia de los combatientes iba desde Irlanda a Sumatra. El apoyo a los oponentes de los oponentes llevó a Inglaterra, por ejemplo, a apoyar a Marruecos contra España durante la guerra anglo-española en 1585-1604. Po su parte, la derrota total de Portugal en Marruecos en 1578, y el compromiso español de enfrentarse a Inglaterra, Francia y los Países Bajos, permitió a Marruecos enviar fuerzas atravesando el Sáhara hasta el valle Níger en 1590-1591. Estas decisiones bélicas tuvieron un largo alcance, como supieron los europeos que manejaban los nuevos mapas del mundo, más precisos.

CHINA

Presagiando situaciones de nuestros días, China, la principal potencia terrestre del mundo hasta que Rusia y Estados Unidos desarrollaron sus territorios en el siglo XIX, fue tanto un Estado «satisfecho», en el sentido de albergar una visión clara del mundo que parecía capaz de sostener, como tuvo una política expansionista cuyo fin era no dejar duda alguna de la aplicabilidad de dicha visión. Cada uno de estos elementos puede rastrearse en la historia de la estrategia china. Además, los chinos tenían la sensación de dominar o poder dominar el mundo. No era una percepción afinada, pero en general su concepto del poder mundial no coincidía con el de un comentarista moderno. Con todo, la China que estaba bajo los imperios dinásticos no tenía necesidad alguna de una teoría geopolítica muy explícita sobre la hegemonía terrestre, una situación que difiere de lo que hoy les parece a otros su imperialismo actual.

Al mismo tiempo, hubo variaciones significativas entre las distintas dinastías chinas, e incluso entre los gobernantes, y además incidieron otros aspectos contingentes[2]. No obstante, el juego de la contingencia y la coyuntura en la política del poder china suele ser minusvalorado debido a la tendencia a subrayar la cuestión estructural de la política china. Esta aproximación está de acuerdo desde luego con la ideología china, pero constituye una presentación incompleta de la situación. Se dieron significativas variaciones en el interior de las dinastías y entre estas, variaciones que han de ser incorporadas al debate sobre la cultura estratégica. Tenemos un ejemplo específico de estas opiniones diversas en el debate de 1547-1548 sobre la conquista de la región de los Ordos como defensa preventiva. En este episodio se decidió no avanzar, y quien propuso ese curso de acción fue ejecutado tras una lucha entre facciones[3]. La elección entre una respuesta defensiva y una ofensiva, en esta y otras coyunturas, era tanto operativa como estratégica, esto último, entre otras cosas, porque fracasar contra los mongoles podía tener consecuencias estratégicas, como ocurrió en la década de 1440. Estas consecuencias podían ser a corto plazo, pero no olvidemos que la estrategia tiene que ver tanto con el largo como el corto plazo.

La dinastía Ming (r. 1368-1644) debió su posición a su capacidad de desplazar a los mongoles, que habían conquistado China en el siglo XIII, y los Ming fueron los últimos de la dinastía Han. Esos antecedentes sirven para explicar la relevancia estratégica de la frontera norte y la preocupación por un nuevo levantamiento de los mongoles a mediados del siglo XV y de nuevo en el XVI. En todo caso, la preocupación estaba más que justificada. Vale decir que la estrategia Ming se basaba en esta amenaza. Puede rastrearse su existencia en la proliferación de las fortificaciones. Al mismo tiempo, esta sola amenaza no determinó la elección entre respuestas defensivas y ofensivas. La destrucción del ejército en Tumu el 1 de septiembre de 1449 y la captura del emperador Yingzong, tras una insensata incursión en la estepa, concluyó temporalmente un periodo en que los Ming desarrollaron diversas ofensivas más allá de la Gran Muralla e hicieron la guerra a los mongoles[4]. En cualquier caso, todo dependía de la personalidad del emperador. El emperador Zhengde (r. 1506-1521) era bastante agresivo y tomó personalmente el mando en varias campañas contra los mongoles. Además, el reinado del emperador Wanli (1573-1620), especialmente sus tres primeros decenios, supusieron una importante reactualización del poder militar Ming, dirigida por el secretario principal del emperador, Zhang Juzheng[5]. El reforzamiento de los muros, con fines estratégicos, y la reconstrucción de la Gran Muralla por parte del primer emperador de la dinastía Qin, no fueron medidas sencillamente defensivas, puesto que se emplearon como centro de operaciones desde el que lanzar ataques desestabilizantes. La estrategia defensiva que reflejó en parte las rebeliones agrícolas de la década de 1440, en parte vista como la aceptación de una pérdida de control sobre Dai Viet (norte de Vietnam), no duró.

Otro de los elementos clave de la estrategia fue la creación de una zona amortiguadora defensiva a través de la influencia sobre una región implantando un sistema tributario. Para los chinos, los tributos tenían por fin asegurar la estabilidad mediante un sistema pacífico de dependencia nominal del emperador. Confirmar la sucesión de gobernantes extranjeros aseguraba, a ojos de los chinos, su legitimidad y también su vasallaje, y este fue un aspecto del intento chino de explotar las divisiones entre sus vecinos. El comercio estaba relacionado con los tributos en las complejas relaciones con los vecinos. Los ofrecimientos de mercancías a través de enviados, y la recepción en correspondencia de mercancías chinas, sin embargo, era inestable y dependía del significado que tuvieran estos actos, y, más específicamente, de que ambas partes encontrasen que las mercancías implicadas en el intercambio tenían un valor similar[6].

 

La evitación de la guerra se convirtió en la estrategia central china a mediados del siglo xv. En teoría, China mantenía su superioridad moral y práctica, pero en la práctica fue el sistema tributario el que alivió las tensiones, como en el tratado de 1571 con Altan, el kan de los mongoles[7]. La evitación de la guerra fue producto del fracaso a la hora de dar el suficiente peso al ejército.

Una de las consecuencias a largo plazo de la reactivación del desafío mongol es que desempeñó un papel, posiblemente crucial, en el fracaso del apoyo a las operaciones navales de largo alcance en el océano Índico entre 1405 y 1433. Este es uno de los principales escenarios hipotéticos —los «y si» y los «pudiera haber sido»— de la historia, en cuanto a que la falta de iniciativa marítima por parte de China afectó las perspectivas del avance marítimo de Portugal a finales del siglo XV. Mientras las flotas árabe y turca acudieron en ayuda de los gobernantes indios que contestaban el poderío portugués, no se produjo una intervención similar respecto a China. De hecho, Malaca, un puerto clave para el comercio chino, cayó en manos portuguesas en 1511 tras una correosa batalla en la que se echó en falta aquella intervención. Los portugueses no encontraron buques chinos hasta aproximarse a Macao.

En la última iteración de cambios dinásticos, el auge de los manchúes (o dinastía Qing) y su remplazo por los Ming en 1644-1662, un proceso en el que las campañas, conseguir alianzas y legitimaciones se entremezclaron con estrategias de toma de poder[8], espoleó el interés chino en otras expansiones y las hizo posibles. Los conflictos resultantes tanto contrapesaron posibles amenazas externas como facilitaron la presencia manchú en China, en lo que fue un ejemplo clásico de congruencia entre los temas internacionales y los domésticos. La conciencia del desafío y la amenaza fue un elemento esencial de la estrategia manchú. En general, se da un equilibrio entre las razones positivas y las defensivas para una estrategia expansionista, siendo ambas usualmente parte de la misma ecuación.

A caballo entre los siglos XVII y XVIII, los manchúes establecieron un sistema dinámico capaz de subyugar al menos a algunos de los vecinos de China, y trataron repetidamente de expandirse. Entre 1680 y 1760 China conquistó más territorios que ninguna otra potencial mundial, principalmente Taiwán, Mongolia, Tíbet y Sinkiang. Fue un imperialismo expansionista, más destinado a recabar gloria y posesiones que recursos y vías comerciales. De hecho, un análisis razonable de costes y beneficios destacaría los costes de las conquistas y las ocupaciones, y el limitado beneficio económico aportado por las zonas conquistadas. A un tiempo, tal beneficio era fácilmente discernible en función de su valor protector de zonas nucleares chinas del ataque extranjero.

Tradicionalmente, la principal característica del ejército chino fue una cierta persistencia cruel, pero los manchúes aportaron una nueva dinámica y una superior habilidad para hacer que las campañas en la estepa fueran exitosas. Llevaron al siguiente estadio la tradicional estrategia china de enfrentar a las fuerzas de la estepa para ganar aliados y debilitar a sus oponentes, una estrategia que les sirvió para abordar la enorme escala de la estepa y su carácter supuestamente inabarcable.

Los manchúes crearon un sistema militar que era en efecto un híbrido con el chino, y a un tiempo tenía objetivos distintos. Impresionante en su alcance operativo, el ejército fue capaz de actuar en muy distintos terrenos, generando una capacidad estratégica en correspondencia[9]. La habilidad para concitar poderes en el interior de Asía se correspondía con lo que pasaba en Europa: los desarrollos organizativos, el alcance y las competencias eran más importantes que la propia tecnología militar. Se trata de puntos que, hasta cierto punto, desafiaban la interpretación estándar del desarrollo militar, especialmente el de las revoluciones basadas en la tecnología.

Esta habilidad estaba al servicio de una serie de premisas culturales y geográficas, y de la necesidad de revisar constantemente la estrategia de construcción de imperios. Según una interpretación mecánica, sería un caso de ajuste de la estrategia a realidades cambiantes[10]. Sin embargo, queda siempre el riesgo de que tal interpretación ignore el papel de las premisas culturales tanto en la percepción de las realidades como en el ajuste, y por lo tanto en aquello a lo que nos referimos cuando hablamos de cultura estratégica. En particular, en lo que constituye un patrón duradero, los chinos fueron más ambiciosos y tuvieron más éxito en Asia central que en las fronteras del sur. Como ocurrió con los imperios romano y ruso, que ya han sido estudiados, la localización de fortalezas fue un reflejo de factores estratégicos, políticos y culturales, aunque no es fácil hacer claras distinciones entre ellos. El trabajo más importante sobre la estrategia rusa, que debemos a John P. LeDonne[11], se concentra ante todo y es provechoso en cuanto a la localización de las tropas en términos de oportunidades y amenazas, lo cual puede verse en términos de factores funcionales e instrumentales o ideológicos.

Bajo los gobernantes manchúes, los portaestandartes —manchúes y mongoles considerados como las tropas más fiables— eran acuartelados al norte de China, alrededor del centro de la autoridad, Pekín, y río Yangtzé abajo, y las guarniciones vivían en recintos amurallados segregados. Por el contrario, las tropas regulares de la dinastía Han, más numerosas, que se ocupaban ante todo de sofocar rebeliones, quedaban acuarteladas por todo el país, aunque muchas de ellas estaban en el sur, en donde no se estableció el primer destacamento de portaestandartes hasta 1718. Además, los generales enviados a las fronteras del sur eran menos competentes.

En su conflicto más significativo en el sur durante el siglo XVIII, China fue derrotada en Birmania (Myanmar) a finales de la década de 1760. La guerra con Birmania en 1765 rompió la que había sido zona de seguridad de los Estados Shan, aunque esto importaba menos a los gobernantes chinos que la oriental Mongolia, por la que habían combatido con los zúngaros a finales del siglo XVII, un combate al que siguió otro con los mismos zúngaros al oeste de Mongolia. Los manchúes, de hecho, estaban mucho más a gusto con las gentes y las culturas de Asia central que con las del sur. De igual modo, a Rusia, y después a la Unión Soviética, le preocupaba mucho más Europa que el Lejano Oriente. Había un elemento geográfico crucial en la cultura estratégica.

Al mismo tiempo, más allá del gobierno manchú, no existía tradición china de intentos sostenidos de conquista en el sur de Asia. La actividad China era más patente en Vietnam, donde una revuelta en 1429 depuso al recientemente establecido gobernante controlado por China. Volvió a fracasar en su ataque a Vietnam entre 1788 y 1789[12], y de nuevo en 1979. Aún se debate si estas dispares campañas dieron pie a un tema continental en la cultura estratégica. El área no era ciertamente de un interés estratégico crucial; tampoco lo es ahora. China está hoy mucho más interesada en el mar de la China Meridional que en el sur de Asia. Las rutas marítimas a través del mar de la China Meridional tienen un peso estratégico que no tienen las tierras fronterizas de allí. También es más fácil proyectar el poder por el mar.

La priorización estratégica, en sí un producto de una serie de actitudes y factores, no fue el único asunto respecto al éxito o fracaso chino en las diferentes áreas a las que se dirigió en su historia. Además, también se dieron importantes factores ambientales y políticos. Es de presumir que dieran lugar a suposiciones y prioridades, aunque no está claro cómo ni hasta qué punto: el propio proceso de encuadrar las tareas resulta incierto. Por razones ligadas al terreno y el clima, la caballería, el elemento clave de los manchúes, no podía funcionar adecuadamente en las fronteras meridionales, donde el entorno, plagado de bosques tupidos, hacía muy difícil las operaciones militares a gran escala y ciertamente causaba retrasos que exacerbaban los asuntos logísticos. La enfermedad también probó ser un factor peliagudo en las operaciones en Myanmar.

Adicionalmente, la organización militar y los avances en Myanmar mejoraron ostensiblemente en las décadas de 1750 y 1760 gracias a un nuevo gobernante muy dinámico, Alaungpaya. Se concentró en hacer campaña contra Siam (Tailandia), un patrón que se repetiría en la década de 1780, mientras que a principios del siglo XIX las fronteras con la India británica eran más relevantes para Myanmar que las que tenía con China. Los planes del emperador Qianlong (r. 1736-1795), a quien afectó mucho la humillación del fracaso en Myanmar, para intentar dar la vuelta a la situación fueron abandonados, en parte porque las fronteras meridionales no eran de interés estratégico central para China.

Las oportunidades alternativas descartadas son siempre un asunto llamativo cuando se considera la estrategia. Los mongoles, como resultado de sus grandes y sostenidos esfuerzos, tras su conquista de China en el siglo XIII, habían tratado sin éxito de expandirse militarmente atacando Japón (dos veces) y Java. Por su parte, los objetivos manchúes en el mar se restringían a la vecina Taiwán, conquistada en 1683. No hubo intento alguno de invadir Japón como reacción al anterior, y también fracasado, expansionismo japonés en Corea en la década de 1590, ni, por tierra, deseo alguno de repetir la breve guerra fronteriza con Rusia de 1683-1689 para empujar a los rusos más allá del lago Baikal, repitiendo así el éxito y el alcance logrado ante los zúngaros. El resultado fue que el corazón del imperio manchú no fue protegido y expandido al norte y el noroeste, como ocurrió con el sur tras la conquista de la China Ming, aunque la expansión al norte y al noroeste era menos atractiva por tener que atravesar tierras estériles. Los mongoles no habían intentado conquistar Siberia.

Como los últimos Ming, y los mogoles en la India, los manchúes mantenían armadas costeras y no estaban interesados en proyectar su poder por el océano. Sus estrategias eran continentales por naturaleza. De hecho, hasta un cierto punto, la expansión manchú en Asia central en el siglo XVIII y las operaciones mogolas en Afganistán en el XVII partieron ambas de intentos de estabilizar fronteras clave y de incluir enemigos en el marco del imperio. Del mismo modo, en la India, tras el marcado declive del poder mogol, los marathas trataron a mediados del XVIII de preservar la frontera del Indo de una invasión vía Afganistán, resultando en consecuencia severamente derrotados en la batalla de Panipat en 1761.

En el proceso de encuadrar las tareas, el papel desempeñado por un liderazgo determinado y victorioso es bastante patente. La determinación personal de los emperadores Kangxi (r. 1662-1723) y Qianlong fue crucial para la derrota de los zúngaros. Ambos convirtieron la campaña en una cruzada personal, presionando con fuerza a los generales más dubitativos acerca de batallar en la estepa. Era, por descontado, una propuesta arriesgada, en parte por razones militares, incluidas las logísticas, pero también por razones políticas relacionadas con la poca fiabilidad de quienes los apoyaban localmente. El emperador Kangxi quería la victoria, y le importaba más la naturaleza pasajera de la posesión de las tierras que la destrucción del ejército enemigo. Por su parte, el emperador Qianlong, que estaba muy versado en historia dinástica, deseaba superar los logros de su abuelo, el emperador Kangxi, poniendo fin a los problemas fronterizos. En esencia, lo consiguió, sobre todo en la estepa.

La importancia de la personalidad queda ilustrada por los predecesores y sucesores del emperador Qianlong, ninguno de los cuales tuvo la ambición y por lo tanto el éxito suficiente. El emperador Yongzheng (r. 1723-1735) organizó tan solo una expedición contra los zúngaros y no persistió tras su derrota en Hoton Nor en 1731, lo que sugiere que, si hubiese gobernado más tiempo, los zúngaros se habrían reactivado y expandido. Tampoco se caracterizó su reino por grandes iniciativas militares. Este punto, sin embargo, plantea cuestiones relativas a la estrategia y su caracterización. Las reformas financieras del emperador Yongzheng pusieron las bases para los éxitos militares del emperador Qianlong; ambas estrategias posibilitaron el triunfo. El emperador Yongzheng estableció un Gran Consejo para facilitar la gestión del conflicto con los zúngaros, y su jurisdicción se expandió bajo su sucesor, que recibía y analizaba informes mensuales sobre los precios del grano en toda China, a partir de los cuales se ocupó de controlar el grano almacenado[13]. Esta práctica la hallamos en otros desarrollos tempranos de la logística, por ejemplo, en el Gran Canal del río Yangtzé a Pekín, para movilizar mejor y dar un mejor soporte a ejércitos mayores[14].

 

Hasta mediados de la década de 1750 los zúngaros constituyeron un serio desafío para las posiciones chinas en Mongolia y Tíbet, y también para la concepción china, o más concretamente manchú, de la victoria y el destino. También se dio una importante dimensión religiosa bajo la forma de la competencia por la autoridad sobre el budismo entre China y los zúngaros, una rivalidad parecida a la que se ha dado entre chiíes y sunitas o entre católicos y protestantes en el islam y el catolicismo respectivamente. Para los analistas chinos de la época, la eventual victoria de China probaría que los chinos eran los depositarios de la gracia divina[15].

Los chinos parecen haberse preocupado bastante de evitar que los rusos apoyasen a los zúngaros, lo cual habría desestabilizado la posición de China en la estepa, extendiendo demasiado su rango de acción. Este hecho sirve para subrayar hasta qué punto el contexto depende de la contingencia, en este caso por la cuestión de la extensión excesiva, resultado a su vez de relaciones internacionales contingentes.

Tanto Rusia como China trataban de apuntalar su propia estabilidad, antes que usar a los zúngaros para alcanzar conquistas a expensas del de enfrente, una estrategia mucho más incierta. La situación era fruto, por parte de ambos imperios, de una política de prudencia, y, en cuanto a China, de un fuerte deseo de un orden mundial estable y protegido. Quedando ambos centros de poder, Pekín y San Petersburgo, muy lejos, y sin que hubiera desafío ideológico entre ambos, como en el caso de los imperios rivales musulmanes y cristianos, era posible, y además deseable, para China y Rusia coexistir persiguiendo cada una sus objetivos, incluidos los relativos a otras fronteras.

Para China, bajo el dominio manchú y en términos generales, como para otros Estados, la consistencia estratégica resulta problemática hasta tal punto que desafía cualquier intento de sugerir la existencia de una única cultura estratégica o, desde otro punto de vista muy distinto, apuntar a un determinismo geopolítico. Si tenemos en cuenta el siglo XIX, las amenazas costeras de los europeos y los japoneses se yuxtaponen con la inestabilidad de las fronteras terrestres, quedando ambos fenómenos ensombrecidos por la rebelión interna en China. En la práctica, la situación nos remite repetidamente al ámbito de la historia, para considerar el papel de las opciones en los desarrollos, el impacto del pasado, su refactura gracias a la presión de las circunstancias, las ideas y las personalidades, y su repetida e inconstante interacción. Tanto los factores contextuales como contingentes tienen un papel destacado.

TURQUÍA

Mientras el imperio chino, junto a sus fronteras cambiantes y sus periodos de división, sobre todo en los siglos XII y XIII, tenía una cohesión y una continuidad afianzadas, el caso de la India era distinto. Los mogoles habían creado un Estado de amplio alcance en el siglo XVII, muy distinto al que ha existido en siglos recientes. Algo similar pasaba en Oriente Medio. No había un imperio dominante en Anatolia, Siria, Egipto y los Balcanes desde Bizancio en su apogeo del siglo VII. De ahí que, junto a ciertos elementos de continuidad rastreables en otros casos parecidos, el Imperio otomano (Turquía, para abreviar) fuese un nuevo imperio. Para su estrategia, los factores funcionales e ideológicos desempeñaron un papel, igual que la necesidad de reconciliar prioridades en diferentes fronteras y los intereses de grupos específicos del imperio. Apoyándose en un proceso activo de recogida de información que ya existía desde el siglo XVI, las fuerzas turcas podían desplegarse de acuerdo con una estrategia basada en un considerado análisis de las opciones planteadas por la inteligencia y la política. Este periodo ha sido considerado como el preludio de una gran estrategia otomana. «Implicaba la formulación de una ideología imperial y una visión universalista del imperio; la recolección de información tanto dentro como fuera de las fronteras del imperio […] la elaboración de una política exterior y de la propaganda […] y la movilización de […] recursos y poder militar al servicio de la política imperial»[16].

Siendo el producto de las continuas contiendas y empeños expansionistas, al imperio turco le faltaron desde sus inicios unas fronteras obvias y le sobraron oponentes, asuntos, oportunidades y amenazas que atender. Era escasa la claridad en torno a cómo determinar las opciones. El ejemplo de las generaciones previas era importante, como el caso del Mehmed II, el conquistador de Constantinopla en 1453 que había presionado para poner el foco en los Balcanes.

También se dieron estrategias basadas en el ejército, en el sentido de que se emprendían campañas para satisfacer el deseo de actividad y beneficios de los ejércitos. Esto tenía un componente social: proporcionar tierras a quienes servían en la caballería. Los caballeros descontentos eran una causa principal de rebelión a principios del siglo XVII. No había equivalente naval, a pesar de la extensión de las posiciones imperiales en el Mediterráneo oriental. Las tropas podían negarse a batallar, como ocurrió en 1518 contra los safávidas de Persia.

En términos culturales, la religión fue significativa para la estrategia turca. En un patrón que ya se vio en el siglo XV, parece que hubo más entusiasmo por batallar contra la cristiandad en la década de 1520 que contra sus hermanos, los sunís mamelucos de Egipto y Siria en 1516-1517. No obstante, la victoria sobre estos últimos llevó a Selim, tras controlar La Meca y Medina en 1517, a asumir el título de Servidor de los Dos Nobles Santos Lugares. Esa elección, llevada al éxito, fue una importante fuente de estabilidad interna. En el último caso, Selim I (r. 1512-1520) se hizo con el poder como resultado del fracaso militar de su padre y después consiguió una serie de grandes victorias, mientras Solimán el Magnífico (r. 1520-1566), que comandó su ejército en trece campañas, no tuvo que enfrentarse a intentos de derrocamiento gracias al ritmo de sus victorias. Al dirigirse a Hungría en 1526 pudo ofrecer un botín a sus fuerzas: viró hacia el norte en respuesta a las quejas de su ejército en 1525 sobre la escasez de campañas, y por lo tanto de bienes que saquear.

La ansiedad tuvo un papel central en la estrategia turca. Este elemento tiende a ser ignorado en los relatos sobre esta época, que recalcan que fue un largo periodo de expansión, equivocando la perspectiva sobre la estrategia turca. Por ejemplo, la exitosa invasión de Serbia en 1458 por el gran visir, Mahmud Pasha Angevolić, fue resultado en parte del éxito de los protegidos húngaros contra los regentes serbios. De igual modo, los ataques concertados entre húngaros y venecianos a los turcos en 1463 dieron pie a una rápida respuesta por parte de estos. Lo mismo ocurrió con los safávidas y su milenarismo chií de principios del siglo XVI, una respuesta que desafió el control turco de Anatolia oriental. Así pues, la rebelión en esta área en 1511-1512, dirigida por el sah Kulu, un prosélito safávida, fue seguida por el ataque turco a los safávidas de 1514. La invasión de Selim I de Siria en 1516 fue una consecuencia del alineamiento de su gobernante mameluco con los safávidas.