Monsil

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3. Separada de su madre

De los amigos que la visitaban, Monsil quería más a Sun-dok, cuya abuela tenía un peral en su casa. Vivía en una choza pequeña con su abuela; era traviesa, pero buena.

Con el onbegi de ropa en la cabeza, Sun-dok la llamó:

—Mooonsil, Mooonsil.

—¿Qué?

—¿No vas a lavar?

—Sí, vamos juntas.

A Monsil le gustaba ir a lavar ropa con Sun-dok.

Monsil lavaba pañales y chogoris,1 primero remojándolos y luego golpeándolos suavemente con un palo. Monsil y Sun-dok lavaban mejor que las otras chicas.

—Lavas mejor que yo —dijo Sun-dok observando la destreza con que desaguaba una y otra vez con agua limpia y exprimía los pañales.

—No, tú eres mejor que yo.

El agua del arroyo aún estaba fría, pero del otro lado del campo se veía vagamente el ajirang-i.2 Monsil exprimió la ropa, la puso en el onbegi y, después, contempló sentada el campo lejano.

Habían pasado dos años desde su llegada a Detgol. De repente, Monsil miró hacia el camino de la cumbre y se hundió en sus pensamientos. “¿Podría llegar hasta mi verdadero padre si cruzara la cumbre y tomara el tren?” Pensaba en su padre, que había venido a buscarla el invierno pasado y regresado sin verla. Su apariencia era más miserable que cuando vivían juntos. Su padrastro, el señor Kim, enojado por esa visita, la había dejado coja.

—Monsil, regresemos ya —dijo Sun-dok poniendo la ropa en el onbegi.

—Quedémonos más tiempo.

—Si te regañan, ¿qué vas a hacer?

—¿Estará bien si jugamos un poco más?

Monsil permanecía sentada.

—¿Por qué lloras? Tienes lágrimas en los ojos —le dijo Sun-dok mirándole la cara con atención.

—No quiero vivir en Detgol —empezó a llorar y las lágrimas rodaban.

—¿Qué vas a hacer si no quieres vivir en Detgol? —en los ojos de Sun-dok también había lágrimas.

—Quiero vivir en el pueblo de Salgang, donde vivía antes con mi madre.

—¿Es donde vive tu verdadero papá?

—Sí. Creo que ya habrá ganado mucho dinero y comprado casa y mucha comida —esto se le ocurrió sin saber porqué.

—Si te vas, ¿dejarás a Young-deuk?

—Me iré con él también.

—¿Qué? El padre de aquí te lo impedirá.

—Me lo llevaré en secreto.

Monsil sintió una punzada en el corazón por lo que había dicho. Se acordó de que, junto con su mamá, habían huido en secreto del pueblo de Salgang. También sintió una punzada en el corazón por haberse traído todos los juguetes de Hi-suk. “Sería mejor si le pidiera perdón a Hi-Suk.”

De regreso a casa con Sun-dok y con el onbegi en la cabeza, Monsil pensaba en el regreso al pueblo de Salgang.

Paseaba por la callejuela cojeando y cargando en la espalda a Young-deuk y continuamente añoraba a su padre Chung.

—¿Young-deuk, quieres ir al otro lado de la montaña en tren?

—Chikchikpongpong, Chikchikpongpong —Young-deuk imitaba el sonido del tren y era la prueba de que sí quería ir.

Cuando llegó abril, Young-deuk empezó a dar sus primeros pasos. Monsil y Sun-dok recogían hierbas que crecían en las rocas de la ladera de la montaña detrás del pueblo. Las dos recogían hierbas que crecían en las grietas y las ponían en sus cestas.

En aquel momento se escuchó una voz por el sendero del cebadal que estaba abajo.

—Coja, cojita…

—Coja, cojita…

Eran palabras dirigidas a Monsil sin lugar a dudas.

Al principio se oían en voz baja, como murmullos, pero después gritaban.

—Coja, cojita…

Monsil de repente se levantó y miró hacia abajo.

—¿Quiénes son? —gritó Sun-dok.

—Coja, cojita, coja, cojita…

La cara de Monsil se puso blanca y sus labios, azules. Monsil se sentó y lloró.

Los niños que bromeaban huyeron en grupo. Eran los niños de Detgol, uno o dos años mayores que Monsil.

—Los voy a acusar y los castigarán —los amenazó Sun-dok en voz alta. Después de que los niños huyeron, Sun-dok levantó a Monsil.

—Monsil, no llores. Todos son unos malditos. Dios les va a mandar rayos y truenos sin falta este verano. No llores, no llores.

Sun-dok tomó la cesta de hierbas de Monsil y las dos juntas bajaron la montaña. Parecía que el corazón se le rompía de tristeza.

“Me voy ya a Salgang. Si viviera allá con mi papá, no estaría coja…” Monsil seguía a Sun-dok sollozando sin parar.

Cuando llegó a casa, Monsil se sorprendió mucho. En la entrada estaba sentada una desconocida. La mamá y la abuela, sentadas frente a la mujer, hablaban de algo grave y esperaban a Monsil.

“Es mi tía.” La inteligencia de Monsil la hizo recordar inmediatamente a su tía, quien vivía en un pueblo al que se llegaba cruzando una montaña y un río desde Salgang.

La tía la reconoció y se levantó del piso.

—¡Monsil!

—…

Monsil trataba de contener las lágrimas que aún derramaba por la broma de los niños.

—¿Por qué cojeas? ¿Cuándo te lastimaste? —le preguntó impaciente la tía abrazándola.

Las lágrimas que Monsil trataba de aguantar salieron de golpe. La tía le tomó la mano, apartó los cabellos de su cara y la miró detenidamente. Vio su ropa y le subió la falda del lado de la pierna coja.

—¿Cuñada, por qué está coja? Mira su ropa. Te la pasaste diciendo que ibas a alimentarla y está tan delgada como si comiera cada tercer día —empezó a preguntar indignada la tía. Monsil reaccionó: “Tía, mi mamá no es culpable”, quería decir algo, pero la voz no le salió. Quería explicar que el padrastro Kim era el causante, pero no podía decir ni una sola palabra.

La tía interrogaba a la señora Milyang una y otra vez. La señora Milyang la escuchaba con un semblante inefablemente doloroso.

—Abandonaste a mi hermano que está vivo y te casaste con un hombre de bien. ¿Por qué no te fuiste sola? ¿Por qué te llevaste a tu hija que no tenía culpa y la tienes así? —al parecer las palabras de la tía le rompían el corazón a la señora Milyang.

La abuela que las escuchaba habló una sola vez:

—Si vino a llevarse a Monsil, tiene que llevársela en silencio, ¿por qué grita?

—Bueno, ¿en esta casa viven seres humanos? ¿Piensan que pueden maltratar así a la niña? —la tía hablaba indignada.

Monsil tenía miedo. Si hubiera sido el padrastro Kim, habría habido un gran problema. A lo mejor él agitaría su puño sin razón y golpearía a cualquiera. Pero el señor Kim no apareció. Young-deuk tampoco estaba ahí.

La tía, que por largo tiempo preguntó alzando la voz, tranquilizó su jadeante respiración.

—Monsil, vámonos.

—¿A dónde?

—Regresamos a casa, con tu padre.

—¿Nos vamos con mamá?

—¡Qué tonta eres! ¿Para qué regresaría tu madre con tu padre, casada con otro y con una casa así de buena?

—Si no va mi mamá, yo tampoco iré.

—¿Qué? ¿Eres estúpida? Si te quedas aquí, serás la cocinera. Vámonos rápido. Tu papá te está esperando.

—¿Me espera papá?

—Sí, tu verdadero padre.

—…

Parecía que Monsil sentía mucho cariño por su padre Chung, a pesar de que era pobre y mendigo. ¿Cómo podía separarse de su mamá e irse sola? ¿Cómo dejar a su lindo hermano Young-deuk?

En aquel momento la señora Milyang, que guardaba silencio, se acercó a Monsil.

—Monsil…

La señora Milyang acarició el pelo de su hija, contempló su cara detenidamente y dijo con voz muy clara:

—Ve con la tía a ver a tu papá.

—¡Mamá!… —sin saber por qué, las lágrimas de Monsil desaparecieron—. ¿Puedo visitarte después?

—Claro que puedes.

Monsil miró a su tía.

—Tía, voy a despedirme de Sun-dok.

—¿Quién es Sun-dok?

—Mi amiga.

—Bien, apúrate y regresa rápido.

Sun-dok limpiaba las hierbas silvestres que habían recogido hacía un rato. Monsil no podía decir nada porque jadeaba después de haber corrido.

—¿Monsil, a qué vienes? —preguntó la abuela de Sun-dok al darse cuenta de que algo pasaba.

—Sun-dok, vino mi tía para llevarme con ella —dijo con dificultad Monsil.

—¿De dónde vino? —preguntó Sun-dok mirándola.

—La mandó mi papá. Él le pidió que me llevara de regreso a Salgang.

—¿Sí? ¿Entonces verás a tu papá?

—Sí. Mi mamá me dijo que me puedo ir.

—Hummm…

—Dijo que puedo regresar a visitarla.

—¡Dios mío!, qué bueno que regresas con tu papá, pero ¿cómo podrás vivir separada de tu mamá? —chasqueó la abuela de Sun-dok y añadió—: Mi Sun-dok y Monsil no tienen la suerte de vivir con sus padres.

La señora Milyang envolvió la ropa que su hija se llevaría y se la dio. Monsil caminó hacia la cumbre que había cruzado dos años atrás.

—Sun-dok, te visitaré.

—Adiós, Monsil, que te vaya bien.

Aunque Monsil cojeaba, caminaba rápidamente siguiendo a la tía rumbo a la cumbre.

Cuando Monsil desapareció detrás de la cumbre, la señora Milyang empezó a llorar.

—Monsil, yo tengo la culpa. Teníamos mucha hambre y era muy difícil. Me equivoqué. Espero que crezcas sana junto a tu padre.

El afligido llanto de la señora Milyang se oía como un eco en todo el valle.

En la cumbre, Monsil escuchó el llanto de la señora Milyang. Le ardían los ojos y la nariz le picaba. Se mordió los labios con fuerza.

—Mamá, tú no tienes la culpa. No tienes la culpa… —caminaba repitiéndolo una y otra vez.

 

Abrazaba el potari3 caminando diligentemente, siguiendo a la tía cojeando.

11 Especie de chaqueta.

22 Vapor caliente de la tierra durante los días de primavera. Símbolo de la primavera en el campo.

33 Maleta hecha con un pedazo de tela grande llamado pochagui, que se usa para envolver cosas.

4. La madrastra, la señora Bukchon

Después de tomar el tren, cuando bajaron en la estación, ya había oscurecido. Al bajar, en vez de dirigirse hacia Salgang, la tía tomó la dirección opuesta.

—Tía, ¿por qué no vamos a Salgang? —preguntó Monsil.

Quería ir rápidamente a Salgang para ver a su papá, a Hi-suk y a sus otros amigos.

—Tu papá ya no vive en Salgang. ¿Crees que podría vivir allá, después de la vergüenza que le causó la huida de tu madre? ¿Cómo podría vivir en ese lugar?

—Entonces, ¿se mudó a otro pueblo?

—Sí, se fue a Norusil.

Monsil pensó que ya no podría ver a Hi-suk y a sus amigos.

En la oscuridad caminaban por la carretera y, al poco tiempo, pudo ver a un adulto que se acercaba a grandes pasos. Al aproximarse, vio a su padre Chung. “¡Papá!”, gritó Monsil por dentro, porque no pudo decir nada. De repente sintió un viento frío en el corazón y se le endureció la garganta.

El señor Chung la abrazó fuertemente y gimió sin decir nada. Monsil pensó que su padre lloraba. Desconfiaba de él, le pareció que no era como antes.

En el crepúsculo el señor Chung se secó las lágrimas con la manga de su camisa. Un poco avergonzado dijo:

—Monsil, tu mamá ha sido tan mala que merece que la maten. Olvídate de tu malvada madre y vivamos juntos. No te haré pasar tragos amargos, ni me iré lejos, ni te gritaré.

Monsil no dijo una palabra.

El pueblo de Norusil estaba al pie de la montaña y la casa del señor Chung, hecha con sus propias manos, era la última de la ladera y estaba apartada del pueblo.

Monsil, su tía y su padre entraron a la habitación. Cuando la lámpara iluminó el lugar, Monsil vio que en el piso había una estera de caña tejida y que la pared era de tierra mezclada con pegamento de bellotas. Era una habitación tan humilde como un establo.

—¿Tienes arroz para la cena? Tengo hambre —preguntó la tía al señor Chung, que señaló un saco que estaba en la parte fría1 de la habitación.

—Allí tengo mijo.

Monsil miró el saco de mijo. Era del tamaño de una almohada y estaba mugroso.

La tía llenó una jícara con mijo, añadió un puñado más, luego retiró medio puñado, otra vez quitó un poco más y enseguida se lo llevó a la cocina.

Se oyó el ruido de las ramas de pino al encender el fuego. También el producido al mover y chocar los trastes de la cocina y el del agua hirviendo que caía en la caldera caliente. La tía preparó la comida rápidamente y tomaron la cena de mijo amarillo con una ensalada de minari2 preparada con sal y polvo de chile seco. El señor Chung comió en un tazón y la tía y Monsil comieron juntas de la jícara de calabaza.

Al terminar de cenar, Monsil se levantó como de costumbre para recoger la mesita. En ese momento Monsil se tambaleó del lado izquierdo y el señor Chung la miró con atención.

—Monsil, acabo de verte cojear. ¿Tienes alguna herida?

Monsil se paró con los platos vacíos en las manos.

—Monsil, muéstrale la pierna a tu papá. Dile lo que te pasó —dijo la tía con frialdad.

De repente a Monsil se le oprimió el corazón y le pareció que era la oportunidad para desahogar la tristeza que había padecido en casa del señor Kim en Detgol. Monsil se sentó dejando a un lado los vasos que había recogido.

Sollozando, Monsil recordó la historia de su pierna y de cómo se quedó coja.

—Mamá y yo nos caímos por un empujón de mi papá.

—¡Por qué llamas papá a ese hombre! —gritó fuertemente el señor Chung.

Monsil se encogió de hombros por la sorpresa.

—Allá se acostumbra llamarle padre. Desde ahora no lo llamarás así —explicó la tía en lugar de Monsil.

—Te fuiste para vivir y comer bien y ahora regresas enferma, te lo mereces —dijo el señor Chung con un tono de voz burlón y golpeando con fuerza el piso—. ¡Maldito! Destruiste a mi familia y dejaste coja a mi hija. ¿Cómo puedes hacerme esto? No voy a dejarte sin castigo. Maldito…

Los labios del señor Chung temblaban y lloraba como un niño. Llorando se acercó a Monsil y la tomó entre sus grandes brazos. Ella lloró en los brazos de su padre, que la abrazaba, y la tía, que los miraba, lloraba también.

El señor Chung, llorando, se quejó:

—¿Monsil, sabes de quién eres hija? Aunque tu mamá me abandonó sin compasión, te salvé a ti y a tu madre, casi perdí la vida por una bomba en Tokio. Aunque tu pobre hermano Chong-ho murió después de sufrir mucho, no he cometido ninguna mala acción.

El señor Chung repitió un par de veces la misma historia, que él las había salvado, que casi muere en un bombardeo en Tokio antes de la independencia. Su resentimiento hacia la señora Milyang era evidente.

—No podía quedarme en Japón porque todos queríamos regresar a la tierra de Chosun3 ya independiente. Nadie sabía que sufriríamos al volver al terruño por no tener un pedazo de tierra. Si Chong-ho no hubiera muerto, no estaríamos así.

Sus quejas continuaron hasta muy tarde y los trastes se quedaron sin recoger en la parte fría de la habitación. Los tres durmieron aquí y allá sin orden. El señor Chung cobijó a Monsil con una manta pequeña y usada y le dio palmaditas en la espalda.

Al día siguiente la tía se marchó a la casa de sus suegros. Al salir, la tía habló a solas con el señor Chung. Le dijo que se casara de nuevo. Aunque la tía cuchicheaba, Monsil escuchó.

—Buscaré y te traeré una buena cuñada. No te preocupes, hermano.

Cuando la tía se fue, Monsil se quedó pensando todo el día. Si su papá se casara de nuevo, tendría una madrastra. Se sentía sola sin saber porqué.

Recordó a su madre en Detgol y quería ver a Young-deuk.

“Mamá se casó con el papá de Young-deuk en vano. Sería mejor que mamá y papá vivieran juntos, aunque fueran pobres.”

El señor Chung salía de madrugada y regresaba muy tarde por las noches, pues trabajaba como sirviente en una casa grande de tejas en el pueblo vecino. Monsil pasaba todo el día sola.

Afortunadamente había muchos niños de su edad en Norusil y Monsil fácilmente hizo amistad y jugaba con ellos.

A veces las señoras del pueblo la visitaban, pero al marcharse se iban chismorreando.

—Tiene nueve años, pero parece no tener vergüenza.

—Es la hija de la mujer que abandonó a su esposo vivo y se casó de nuevo.

—De todos modos, está pasando un trago amargo.

—Espero que su papá consiga otra esposa lo más pronto posible, pero ¿quién quiere casarse con un sirviente?

—Tch, tch…

Monsil abrió sorpresivamente la puerta. Al darse cuenta de que Monsil las escuchaba, las señoras se dispersaron sintiendo un poco de vergüenza.

Monsil sufría mucho a causa de estas señoras. Entre ellas había una señora que sentía sincera compasión por la situación de Monsil. Era la mamá de Nam-ju.

Nam-ju estudiaba en la escuela primaria que estaba en el pueblo de la estación de tren. Monsil tenía la edad de Nam-ju, pero no podía ni pensar en ir a la escuela.

—Monsil, ahora las mujeres también tienen que aprender. No eres nadie si no sabes leer y escribir. ¿Por qué no vienes y estudias por las noches con Nam-ju? —sugirió amablemente la mamá de Nam-ju. También le dio un lápiz pequeño y un papel amarillo como cáscara de árbol. Monsil aprendía el hangul4 todas las noches en casa de Nam-ju escribiendo y leyendo el abecedario.

Monsil manejaba bien la pequeña vida doméstica porque había trabajado diligentemente en la casa del señor Kim en Detgol. Su padre Chung hacía las tres comidas en casa del patrón y Monsil comía sola. Recogía hierbas de la montaña y preparaba sopas, lavaba los harapos de su papá y limpiaba la casa.

Monsil era solitaria. Solía sollozar distraídamente sentada en la terraza. Lloraba cuando se sentía llena de tristeza. El padre Chung la consolaba cuando lloraba, y como lo hacía con mucha frecuencia, el señor Chung se enojaba mucho.

—¿Por qué quieres ver a tu mamá que es una puta? Si quieres verla, vete ya —le dijo el señor Chung golpeando la mejilla de Monsil con su manota.

Monsil lloró desconsoladamente cubriendo su mejilla hinchada y roja.

El señor Chung se emborrachaba a menudo, regresaba tarde por las noches y tumbado con las piernas y brazos extendidos roncaba mucho. Monsil tenía que dormir en un rincón enroscada como un camarón.

Pensaba en el señor Kim de Detgol y lo comparaba con el señor Chung, sin poder distinguir entre uno y otro. Había mucho parecido entre ambos.

El señor Chung golpeaba muy duro a la señora Milyang. Los hombres eran iguales cuando estaban borrachos.

Llegó el verano. Una noche Monsil fue a recoger caracoles de río con Nam-ju y Kyung-e. El verano era muy largo y tedioso. Cierta vez que Monsil regresó a casa con la falda mojada y la jícara de calabaza llena de caracoles de río, tenía visita. Eran la tía y una desconocida. De repente le palpitó el corazón a Monsil: “¿Madrastra?”

Tenía una cara más o menos bonita y parecía un poco flaca porque era alta. Tenía el cuello largo y llevaba un chuksam5 de cáñamo amarillo.

Monsil imaginó que la tía había llevado a la nueva esposa de su padre. La tía miraba continuamente de reojo a Monsil y, ya entrada la noche, la llevó a un rincón del patio y le dijo:

—Monsil, ¿te agrada esa señora?

—…

Monsil dejó caer su cabeza sin decir nada.

—Cuando vivas con ella, verás que será una buena mamá. Pensando en ti me esforcé mucho para conseguirte una buena madre. Esta señora tiene el defecto de ser débil, pero tiene buen corazón. Tienes que llamarla mamá, y ambas estarán en manos de la otra.

—…

Monsil no podía hablar. Cada vez bajaba más la cabeza y se soltó a llorar en ese instante. La tía le secó las lágrimas con la manga de su blusa y sintió un poco de pena.

La madrastra se llamaba señora Bukchon y venía del norte de Norusil. Era una mujer muy callada. A veces tenía un semblante doloroso y no se sabía la razón de su debilidad. Ella llevaba con sencillez la casa pobre y solitaria. Remendaba muy bien el chogori roto y limpiaba los zapatos de goma del papá.

—Monsil.

La señora Bukchon la llamaba en voz baja. Monsil, sin saber porqué, no podía dejar de sentirse incómoda. No podía tutearla como a su mamá y sólo respondía con un sí respetuoso.

Esto impedía el acercamiento entre las dos. Más que antes, Monsil añoraba a su mamá que vivía en Detgol y también a Young-deuk.

Todas las noches lloraba contando las estrellas, acostada en la estera del patio. En sueños veía a su mamá que se había quedado en Detgol.

11 La habitación de una casa coreana se divide en dos partes: caliente y fría, por la localización del brasero de la cocina que, en el invierno, sirve como calefacción de la casa.

22 Especie de perejil que se siembra en agua pantanosa.

33 Nombre antiguo de Corea y de la última dinastía de Corea, llamada también Chosun.

44 Alfabeto coreano.

55 Blusa tradicional coreana, ligera para el verano.

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