Mensaje urgente a las mujeres

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Niñas y mujeres a salvo y con control de sus vidas

Las muchachas alfabetizadas, que reciben una educación, que poseen conocimientos sobre nutrición, sobre la conveniencia de espaciar los nacimientos, y que se inspiran en un modelo de conducta positivo, se casan más tarde, tienen menos descendencia, y esos hijos e hijas nacen más sanos. El que las mujeres individualmente tomen decisiones en su propio interés, y que sus descendientes sean niños y niñas sanos y deseados, contribuye también a aliviar el problema planetario de la superpoblación.

Está muy arraigada, en el patriarcado, la idea de que la mujer pertenece al hombre, y de que la potencia masculina se refleja en el número de criaturas que éste engendra. Cuanto más patriarcal es la familia, la religión y la cultura, más jóvenes se casan, y menos cultas e independientes son las mujeres. La sexualidad y la maternidad de las mujeres están entonces en manos de los hombres. El fallo del Tribunal en el caso Roe v. Wade [Roe contra Wade] otorgó a toda mujer estadounidense, como principio, el derecho a decidir si quería o no ser madre. Este derecho ha sido atacado, y continúan los esfuerzos por revocar la ley. Cuando es la mujer la que elige, se debilita el principio patriarcal de que el hombre, individualmente o representado por la religión o el gobierno, posee el derecho de dominar el cuerpo de la mujer. Sin los medios con los que controlar la natalidad y elegir en asuntos de reproducción, muchas mujeres traumatizadas que no pueden negarse a mantener relaciones sexuales se ven además forzadas a ser madres, de hijos e hijas que también sufrirán las consecuencias.

Existe ya un proyecto para empezar a construir un mundo en el que las mujeres estarían a salvo de la violencia, la explotación y la discriminación, en el que podrían ocuparse del bienestar de sus pequeños y pequeñas y tener voz en todo tipo de cuestiones, incluidas las relativas al medio ambiente. Así se expone detalladamente en la Beijing Declaration and Platform for Action [Declaración y Plataforma de Acción de Beijing], que fue aceptada por la Cuarta Conferencia Internacional de mujeres de la Organización de las Naciones Unidas celebrada en Beijing en 1995. Se señalan doce áreas especialmente preocupantes, y se especifican los pasos para remediarlas. La firma de un documento como éste fue un significativo paso simbólico que pudo darse sólo tras superar una ingente resistencia. Sin embargo, los hechos son lo que realmente importa, y la verdad es que, en este mundo patriarcal, el interés por las mujeres y las niñas no ocupa un lugar entre las cuestiones prioritarias.

Esta falta de interés queda brutalmente reflejada en el tráfico infantil –de niñas en especial– y de mujeres, que constituye un próspero negocio internacional. A las mujeres de los países del Tercer Mundo se las seduce con promesas de matrimonio y trabajo; se las viola y golpea hasta que se vuelven dóciles y acceden a cooperar; se las transporta de país en país, con el fin de utilizarlas y abusar de ellas sexualmente. Las niñas pequeñas corren la misma suerte: se las compra o secuestra para que satisfagan los apetitos sexuales de hombres que pagan bien por niñas adolescentes, y más jóvenes incluso. Menos rentable, pero de todos modos provechosa, es la venta de mujeres, niños y niñas como esclavos domésticos y de empresas. Muy poco se ha hecho, si es que se ha hecho algo, respecto a este comercio, a pesar de que los informes que llegan a las Naciones Unidas estiman que más de un millón de mujeres y niñas al año se ven envueltas en él. Sólo cuando se informó de que un niño sueco desaparecido durante el tsunami de 2004 había sido visto en una clínica, supieron los americanos del tráfico de menores, o tuvieron noticia de que los niños y niñas que se habían visto separados de sus madres y padres, o que habían quedado huérfanos, podían ser presas a las que sacar provecho.

Para las mujeres, la paz no es simplemente la ausencia de guerra, sino la seguridad y el bienestar de sus hijos e hijas, nietas y nietos, y el sentirse libres de toda clase de terroristas, incluidos aquellos que representan a su gobierno, o que comenten actos de violencia doméstica contra sus familias. Una madre con una conciencia global sabe que no son únicamente sus hijos, hijas, nietas y nietos, o las niñas y niños de su comunidad, o de su país, sino los hijos e hijas de todas las personas y de todos los países los que merecen disfrutar de una vida grata y segura.

¡Qué diferente es la realidad! El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en su informe de 2005 “Children Under Threat” [Niños y niñas en peligro], dice que más de la mitad de los niños y niñas del mundo, cuyo número asciende a más de mil millones, sufren privaciones extremas a causa de la guerra, de la pobreza y del HIV/sida. El mundo es pequeño. Una criatura que padece privaciones y abusos pronto se convierte en una persona adulta, y como persona adulta llena de ira, con poder para hacer daño a otros, puede que haga precisamente eso.

El poder de Madre que poseen las mujeres unidas

El poder latente de las mujeres unidas es el recurso aún no explotado que la humanidad y el planeta necesitan. Sólo cuando las madres sean fuertes de espíritu, de mente y de cuerpo, habrá posibilidad de que los niños y niñas sean queridos y estén alimentados y a salvo. Sería posible entonces que, al cabo de varias generaciones, las relaciones entre hombres y mujeres experimentaran un cambio evolutivo en beneficio de todos.

El ejercer nuestros derechos, o exigir aquellos que no se nos han concedido, a fin de cuidar del hogar que es nuestro planeta, de la familia y de quienes comparten la Tierra con nosotros es tarea de la mujer, y se lleva a cabo mejor cuando se hace en compañía.

2. LA MADRE TIERRA/LA MADRE DIOSA

En la mitología griega clásica, Gaia era la Diosa de la Tierra. Ella fue la primera que, emergiendo del caos, tomó forma. A continuación dio a luz al cielo, las montañas, los ríos, los océanos, y a todos los seres vivos del planeta. Las palabras “materia”, “matriz” y “material” provienen de la palabra latina mater, que significa “madre”. Imaginar que la divinidad era de sexo femenino era una consecuencia natural de la observación. Cualquiera era capaz de ver que la nueva vida brota del cuerpo femenino, y que todos los seres recién nacidos sobreviven sólo si reciben el alimento y la protección de sus madres. Al hablar, hacemos referencia a la Madre Tierra y a la Madre Naturaleza fácil y espontáneamente. En una época, a la gente le resultó igual de fácil y natural adorar a la Madre Diosa, la Feminidad divina, y considerar a las mujeres a semejanza de ella.

Aquellos pueblos que en la antigüedad adoraban a la Diosa vivían en contacto con la naturaleza. Imagino que se sentían sobrecogidos y fascinados por el hecho de que un bebé pudiera crecer dentro de una mujer y venir al mundo. Creo que cada nacimiento es una experiencia maravillosa, que produce asombro y admiración. Me encantaba asistir en los partos, primero en la facultad de medicina bajo supervisión, y luego durante las prácticas, cuando me apunté a hacer turnos suplementarios en el servicio de tocología. El nacimiento es terrenal, caótico y milagroso, y creo que así lo veían los que conservaban la capacidad de sentirse sobrecogidos y maravillados. Pero cuando los hombres empezaron a considerar a las mujeres seres inferiores, cualquier cosa que una mujer hiciera, y que ellos no podían hacer, se definía como propia de un animal, y no de una diosa. Y dejó de reconocerse el carácter sagrado de la feminidad.

Oleadas de tribus guerreras, con sus dioses celestiales, invadieron, conquistaron y sometieron a los pueblos que veneraban a la Diosa en la Antigua Europa. A medida que invasores e indígenas se fueron entremezclando, las diosas se incorporaron a la religión patriarcal como consortes e hijas. La Ilíada, la Odisea y otros poemas, supuestamente de Homero, nos hablan de los atributos y mitos de las divinidades griegas. La Teogonía de Hesíodo nos explica su cosmogonía. La civilización occidental, que comenzó en la Antigua Grecia, es patriarcal, está basada en el poder masculino. Aun así, incluso en su cosmogonía, antes de que Zeus con sus rayos gobernara desde el Monte Olimpo, existía Gaia. La diosa precedió al dios.

Cuando Dios era mujer

Hasta el siglo XX la arqueología no se consideró una profesión, y hasta la segunda mitad de ese mismo siglo los arqueólogos no se vieron obligados, a fin de poder comprender el significado de los artefactos que iban encontrando, a desechar la suposición androcéntrica de que la divinidad había sido siempre masculina. La arqueóloga Marija Gimbutas catalogó y analizó cientos de yacimientos arqueológicos, a los que denominó Vieja Europa, y que florecieron y se desarrollaron entre -7000 y -3500. No se trataba de pueblos primitivos ni bárbaros. Vivían en lugares elegidos por la belleza de su entorno, por la calidad del agua y del suelo, por sus pastos y tierras de labranza. Cultivaban trigo, cebada, guisantes y otras legumbres, y criaban todos los animales domésticos que hoy día se encuentran aún en los Balcanes, excepto el caballo. Había estabilidad, y se desarrollaron la artesanía, alfarería, metalurgia del cobre, joyería y creación estatuaria; había comercio y comunicaciones, navegación a vela, una escritura rudimentaria, y hay evidencia de que se trataba de gente que amaba y valoraba el arte. Significativamente ausentes estaban las fortificaciones o las armas de ataque. El arqueólogo James Mellart hizo excavaciones en Catal Hüyük y Hacilar, florecientes comunidades del Sur de Turquía fechadas entre el año -7000 y –5000, y tampoco encontró allí ningún indicio de guerras ni de una autoridad central.

 

Basándonos en la evidencia arqueológica, los agricultores del Neolítico de la Vieja Europa y de Turquía eran gentes que rendían culto a la Diosa, y que mantuvieron comunidades estables y pacíficas, durante dos mil años en Turquía, y tres mil quinientos en la Vieja Europa. En El cáliz y la espada, Riane Eisler sintetiza los testimonios disponibles y hace una interpretación histórica que toma en consideración la existencia de una edad armoniosa y pacífica predecesora del patriarcado. Señala que los estudiantes de los siglos XIX y XX, al darse cuenta de que la gente del Neolítico adoraba a la Diosa, llegaron a la conclusión errónea de que, si la sociedad de aquel tiempo no era patriarcal, debía de ser matriarcal, queriendo decir que, si los hombres no dominaban a las mujeres, es de suponer que las mujeres dominarían a los hombres; o que, si las mujeres no dominaban, en ese caso la dominación debía de haber sido por norma siempre masculina. A partir de los testimonios, Eisler especula que la situación no respondía a una u otra alternativa, sino que, en vez de ello, ninguno de los dos sexos estaba subordinado al otro. Eisler propone que el poder simbolizado por el cáliz era un poder realizador, y ella lo distingue del poder dominador de la espada. Documenta el triunfo del patriarcado como el triunfo de una religión orientada hacia el poder y enfocada en la muerte, que aprobaba con autoridad divina el matar en la guerra.

La premisa de que antes de que hubiera dios hubo diosa cuenta con el apoyo de la arqueología y la mitología. Cuando los guerreros nómadas procedentes del Norte, de más allá de las estepas, llegaron en estampida a los territorios de la Diosa trayendo consigo sus dioses celestiales y sus armas, sometieron a las gentes desarmadas de aquellas comunidades sin murallas. Gimbutas, en Dioses y diosas de la vieja Europa, llama a estos pueblos guerreros “kurgans”, como alternativa al nombre “indoeuropeos”, y explica que sucesivas oleadas invasoras atacaron la península griega, y que, con el tiempo, los nómadas se asentaron, se aparearon con las gentes indígenas adoradoras de la Diosa, incorporaron la Diosa a sus creencias, y finalmente se convirtieron en los antiguos griegos.

¿Qué le ocurrió a la Diosa?

En su libro El alfabeto contra la diosa, Leonard Shlain sugiere que la alfabetización significó el final de la Diosa, hizo declinar el estatus social y político de la mujer, y abrió las puertas al patriarcado y a la misoginia al reforzar la preponderancia del lado izquierdo del cerebro, lo cual supuso que el pensamiento lineal se valorara ahora por encima de los sentimientos y la intuición, la palabra por encima de la imagen, y la jerarquía por encima del orden natural.

El escribir Las diosas de cada mujer, que se publicó hace más de veinte años, me impulsó a leer acerca de cuanto se sabía sobre la historia y la arqueología de la Diosa. Pese a que estaba escribiendo sobre los arquetipos de diosa, y me fundamentaba sobre todo en la mitología y la psicología, la arqueología me permitió comprender que estos mitos y patrones arquetípicos habían tenido una evolución dentro del patriarcado.

Shlain proporciona una exposición que creo que explica más detalladamente cómo llegó el patriarcado a ser dominante. No creo que plantee un dilema el explicar qué les ocurrió bajo el patriarcado a la Diosa y a las mujeres. Con la llegada del alfabeto, el patriarcado, que hasta entonces se había basado en la fuerza física masculina, las armas y la estrategia militar, consiguió una autoridad basada en la palabra escrita. Las palabras ahora apoyaban y justificaban la tenencia de poder y de autoridad religiosa.

Shlain destaca que en hebreo no existe una palabra que signifique “diosa”. Al leerlo, me dije: «¡Ajá!»; de repente comprendí algo. En la catequesis y en el instituto, cada vez que leía sobre el pecado de adorar a “falsos dioses” pensaba siempre en entidades masculinas, nunca en diosas. No se me había ocurrido tampoco que aquellas estatuas o imágenes grabadas, abominables a los ojos de Dios, fueran quizá las de una joven doncella, una figura maternal o sensual, o una anciana, cada una de ellas representación de la Diosa en sus tres formas. Fue fácil dar un salto mental desde aquí y caer en la cuenta de que Canaan, la tierra prometida de leche y miel, era una tierra agrícola, pacífica, una tierra de abundancia, con ciudades, viñedos y arte, cuya divinidad suprema era la Diosa. Se inició una guerra contra un pueblo que no había cometido ningún acto hostil, una guerra santificada por el Dios que las tres grandes religiones monoteístas adoran. Busqué pasajes del Antiguo Testamento en los que aparecieran las instrucciones de Dios a los invasores. En el Deuteronomio 7, los israelitas reciben órdenes de derrotar y aniquilar a aquella gente por completo, de no mostrar clemencia, evitar los matrimonios mixtos y no acceder a ningún acuerdo. Se les ordenó que destruyeran sus altares, talaran sus pequeños bosques sagrados y quemaran sus estatuas.

Shlain ofrece una nueva visión de los Diez Mandamientos, en especial de los dos primeros. El primer mandamiento es: «Yo soy el Señor, tu Dios. No colocarás a ningún otro dios antes de mí». En el contexto de la Antigüedad, éste era un Dios como ninguna otra deidad anterior a él. No tenía necesidad alguna de esposa o consorte; no existía ningún matrimonio sagrado. Dios creó a través de su palabra. El segundo mandamiento, que casi nadie recuerda, es: «No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la Tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la Tierra» (Éxodo 20:4). Shlain señala que esta prohibición de hacer imágenes se repite a todo lo largo del Torah (los primeros cinco libros del Antiguo Testamento). No está permitida ninguna ilustración, ningún dibujo con colorido, ninguna pintura ni escultura, ninguna representación artística figurativa.

El grupo talibán, secta miliciana fundamentalista islámica, demolió el año 2001 dos colosales estatuas del Buda, esculpidas mil años antes en la roca arenisca de los acantilados de Bamiyán, en Afganistán. Los talibanes alegaron que aquellos budas violaban la prohibición islámica referente a las imágenes sagradas; que se trataba de falsos ídolos que debían ser destruidos. Los cristianos que arrancaron las narices y los miembros a las estatuas griegas y desfiguraron los templos egipcios tal vez tenían idénticas motivaciones. Los protestantes, cuyas iglesias están desprovistas de cualquier ornamento, siguen hoy en día mirando con desaprobación las imágenes de las iglesias católicas, que ellos ven como ídolos.

La prohibición del arte figurativo debió de hacer que la gente dejara por completo de apreciar y contemplar la belleza, gran parte de la cual se halla en el entorno natural. Las conexiones entre el amor y la belleza –la belleza que hay en los ojos del que ve, los ojos como ventanas del alma– se pierden. Shlain añade que la prohibición del arte apoyaría la dominación del lado izquierdo del cerebro. La necesidad de prohibir las imágenes hermosas desaparece una vez que la gente pierde la capacidad de deleitarse o sentirse conmovida por lo bello, de admirar la naturaleza, o de sentir que cualquier cosa puede ser sagrada. La fotografía de la Tierra vista desde el espacio sideral impresiona sólo a aquellos que todavía son capaces de conmoverse emocional y espiritualmente ante una imagen.

La Hipótesis de Gaia

A mediados de los años sesenta, el científico espacial James Lovelock y la microbióloga Lynn Margulis formularon la Hipótesis de Gaia, que propone que la Tierra está viva, y que funciona de una forma muy parecida a como lo hacen nuestros cuerpos para mantener una homeostasis. Nuestros cuerpos son un medio en el que la temperatura y las propiedades químicas han de mantenerse dentro de unos márgenes de fluctuación muy limitados. Estar vivo y sano requiere una delicadísima interacción entre los distintos sistemas: circulatorio, respiratorio, digestivo, excretor, hormonal, neurológico, etcétera. Gaia –el planeta Tierra– está constituida por una serie de sistemas interactivos igualmente complejos: la atmósfera, los océanos, la superficie terrestre y la biosfera, que también mantienen un medio físico y químico óptimo para la vida. La Hipótesis de Gaia fue sorprendente porque proponía la idea de que la Tierra es una entidad viviente y única; de que está viva.

Nosotros, los habitantes del planeta Tierra, mantenemos una relación con Gaia semejante, creo, a la de un feto con el cuerpo de su madre. Mientras estamos en el útero, flotamos en el líquido amniótico, y todos los nutrientes que necesitamos para crecer y desarrollarnos nos llegan del cuerpo de nuestra madre. Dentro de ese espacio uterino, estamos cuidados y protegidos, de un modo similar a como la atmósfera protege y cuida la vida en la Tierra.

Los detractores de la Hipótesis de Gaia apuntaron que, por debajo de la estrecha franja de vida que hay en la superficie, la Tierra está compuesta de materia inerte, principalmente hierro; y ¿cómo podría el planeta estar vivo cuando la mayor parte de él está inerte o muerto? Los defensores respondieron que la Tierra está viva igual que está vivo un árbol.

A menudo voy a pasear por Muir Woods, bajo las inmensas y añejas secuoyas, la mayoría de ellas centenarias; algunas llegan a vivir más de mil años. Entre estos gigantes, bajo sus verdes ramas, siento que estoy en una catedral verde. No hay duda de que estos árboles están vivos. Y sin embargo, como la mayor parte del planeta Tierra, la madera de sus troncos no está viva; sólo está vivo un pequeño borde de células en la periferia del tronco de una secuoya. El noventa y siete por ciento de él no lo está; la madera del tronco y la corteza permanecen inertes. Como en la Tierra, una fina capa de organismos vivos se extiende sobre la superficie del cuerpo del árbol. La corteza, igual que la atmósfera, protege los tejidos vivos del árbol y facilita el intercambio de dióxido de carbono y oxígeno. Los árboles, de hecho, inhalan el dióxido de carbono que nosotros exhalamos, y desprenden el oxígeno necesario para que la composición de la atmósfera se mantenga constante. Las selvas son los pulmones de la Tierra.

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