Mensaje urgente a las mujeres

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La maternidad. El arquetipo de la Madre

La Global Peace Initiative of Women Religious and Spiritual Leaders [Iniciativa para la paz global de líderes religiosas y espirituales femeninas] celebrada en Ginebra en 2002, y a la que tuve ocasión de asistir, fue un histórico primer encuentro de cientos de delegadas. A comienzos del siglo XXI, ésta fue una reunión internacional sin precedentes, patrocinada por la Organización de las Naciones Unidas, en la que hubo un reconocimiento del potencial sin explotar de las líderes espirituales y religiosas femeninas como fuerza necesaria para la paz. En el curso de la conferencia, el Ghandi- King Peace Award [Premio Gandhi-King a la no-violencia] (con el que anteriormente habían sido galardonados Kofi Annan, Nelson Mandela y Jane Goodall) le fue otorgado a Amma, más conocida en Occidente como “la guru de los abrazos”. En su discurso de aceptación, esta líder espiritual de la India dijo: «Con el poder de la maternidad que hay en ella, una mujer puede influir en el mundo entero. El amor de la maternidad consciente es un amor y es una compasión que se siente no sólo hacia los propios hijos, sino hacia todas las personas, los animales y las plantas, las rocas y los ríos…, un amor que se extiende a todos los seres».

La definición que Amma dio de la maternidad fue arquetípica y elocuente: «No está restringida a las mujeres que han dado a luz; se trata de un principio inherente tanto a las mujeres como a los hombres. Es una actitud de la mente. Es amor: un amor que constituye el aliento mismo de la vida».

El arquetipo de la Madre, el desvelo maternal, y la descripción que Amma hace de la maternidad, son intercambiables entre sí. Mientras el desvelo maternal no tenga una voz potente –a la que sea imposible no prestar atención– en cuestiones relacionadas con la paz y la seguridad, continuará sin cambiar el orden de prioridades del mundo; seguirá centrado en el control y la ambición de poder, que son las metas patriarcales básicas. Los asuntos específicos del orden del día cambian, pero los fundamentos permanecen. Los líderes orientados hacia la consecución del poder determinan qué es lo importante; los hombres les siguen; las mujeres obedecen a los hombres y se ocupan del hogar y de los hijos. El patriarcado considera que éste es el orden natural, y que la guerra es un medio efectivo o necesario para hacerse con el control.

Diferentes puntos de vista respecto a la guerra: diferencias de género

Seis meses después de la Iniciativa para la Paz Global celebrada en Ginebra, el presidente de Estados Unidos decidió que el peligro que representaba Saddam Hussein hacía que fuera necesario invadir Iraq. Cuando comenzó la invasión había reporteros que iban con el ejército y equipos de televisión sobre el terreno. Había mapas con flechas que indicaban el progreso libre de obstáculos de la invasión, que recibió el nombre de “Operation Shock and Awe” [Operación de conmoción y pavor]. En general (con esto quiero decir que lo que afirmo puede aplicarse a la mayoría de los hombres y a la mayoría de las mujeres, pero indudablemente no a la totalidad), hubo una indiscutible división de géneros en la respuesta a la invasión, incluso cuando se trataba de mujeres que la consideraban necesaria.

Creo que sería razonable decir que los hombres estaban impresionados, que sentían interés por ver y oír hablar del armamento y la estrategia. En los bares había grandes pantallas de televisión retransmitiendo el conflicto de la misma manera que hubieran retransmitido un partido de fútbol. La experiencia era, de hecho, muy similar a la de estar viendo una retransmisión deportiva. Las flechas que señalaban los movimientos de las tropas eran iguales a las que se utilizan para indicar las buenas jugadas: quién está en posesión del balón, quién hace una interferencia, cuántos metros se ha avanzado en terreno contrario. El que nuestro equipo sea mayor, más poderoso y juegue decididamente con ventaja es razón de más para vitorearlo a medida que avanza y va marcando tantos. Sólo que la guerra no es un juego, por mucho que aparezca en una pantalla.

Durante los primeros días de la invasión, la mayoría de las mujeres seguían también a través de la televisión lo que estaba sucediendo, más que con admiración con desasosiego. Para una madre, un hijo o una hija de 18 a 24 años es poco más que una criatura. Era fácil imaginar a los propios hijos en peligro. Asimismo era fácil suponer que se iba a hacer daño a personas inocentes. Cuando el cielo por la noche se iluminaba con la explosión de las bombas, cruzaba por nuestras mentes lo espantoso que debía de ser vivir allí, y lo aterradas que estarían las niñas y los niños.

El fin de semana de la invasión coincidió con un encuentro del Millonésimo Círculo en el Bay Area. Varias amigas que habían venido con motivo de la reunión se alojaron en mi casa, y nos sentamos juntas ante el televisor, horrorizadas de que aquello estuviera ocurriendo. La única nota de levedad la ponían los comentarios que hacíamos sobre el encomiable trabajo de David Bloom, nuestro reportero favorito de entre los allí presentes. Al cabo de pocas semanas supe que había muerto. En el curso de aquel año, lo que nosotras, las madres de más edad, temíamos, sucedió: cada día aparecían fotografías de jóvenes que habían muerto en Iraq, y junto a ellas sus nombres, rango, edad y ciudad natal. No se mencionaban los seis o diez soldados heridos, algunos de forma terrible, por cada soldado muerto, ni el silencioso daño que irá surgiendo a la superficie, dando lugar a alteraciones traumáticas derivadas de la tensión, cuando las tropas regresen a casa. No tenía valor como noticia el número de víctimas entre la población civil.

Existen diferencias de género. El psicólogo Simon Baron-Cohen explica que la diferencia esencial es que las mujeres sienten una empatía natural, mientras que los hombres son más propensos a sistematizar. La mayoría de las mujeres a las que se les hizo una prueba coincidieron en afirmar: «Me siento mal cuando en los telediarios veo a la gente sufrir», o «Me duele ver sufrir a un animal»; y también: «Mis amigos me hablan a menudo de sus problemas», o «Normalmente soy capaz de comprender el punto de vista de otra persona, incluso no estando de acuerdo con ella». Los hombres a los que se les hace la misma prueba generalmente no comparten estas afirmaciones.

Mientras la programación de la actividad mundial la determinen los hombres, nos encontraremos con que las medidas y acciones que afectan al planeta, a sus gentes y a todos los seres vivos de la Tierra las decide el sexo que, muy probablemente, no conoce, o no tiene en cuenta, lo que otros sienten, viven o padecen. Mientras las mujeres no tomen realmente parte activa en la marcha del mundo, no se pondrán sobre la mesa la información esencial y los problemas cruciales.

¿Qué sucedería si dependiera de las madres el tomar la decisión de ir o no ir a la guerra? Así sucedía en la Confederación Iroquesa, pueblos conocidos también como Naciones Seneca, y que todavía conservan su soberanía al Noreste de Estados Unidos. El Consejo de Madres del Clan electo estaba compuesto por abuelas, mujeres con hijos ya mayores y que habían dejado atrás la edad fértil. Ellas determinaban las prioridades de la confederación, y, entre éstas, si ir o no a la guerra. En caso afirmativo, los pormenores de la guerra, incluida la elección de un jefe, pasaban entonces al Consejo de Hombres, cuyos miembros habían sido nominados por el Consejo de Madres del Clan. Se deliberaba sin prisa, tomando en consideración la experiencia de las siete generaciones anteriores y los efectos de la decisión sobre las siete generaciones venideras. Era una sabia y sensata reflexión, ya que la guerra y sus consecuencias invitan a las represalias, a la revancha, a la venganza del pasado en la que pueden verse involucradas las generaciones futuras.

Desvelos maternales; derechos de la mujer; primera ola del feminismo

Las mujeres quieren un mundo en el que sus hijas e hijos estén a salvo, un mundo en el que ellas mismas no vivan con miedo. Esto nunca sucederá, a menos que las mujeres como género intervengan activamente y participen de lleno en determinar el destino de la Tierra y de la vida que hay en ella. Con vistas a este fin, es valioso todo esfuerzo por afianzar y educar a las mujeres, así como hacer que cualquier vecindario y cualquier escuela sean lugares más seguros. Para que la paz se haga realidad, las mujeres tienen que reunirse, aprender unas de otras, y luego realizar una labor con los hombres con el objetivo de poner fin a la idea de que la violencia es el medio de ganar las discusiones, o de hacerse con el poder –en el hogar y en el mundo–. En los últimos años, las mujeres estadounidenses han apelado expresamente al instinto protector maternal y a los lazos de hermandad, y les han dado un papel activo. Resultado de ello es el MADD –Mothers Against Drunk Driving [Organización de madres contra la conducción en estado de ebriedad]–, que ha influido en las leyes, en las sentencias, y ha creado el programa “designated driver” [designa a un conductor]. La Million Mom March [Marcha del millón de madres], manifestación que exigía que se controlara la posesión de armas, fue promovida por Donna Dees-Thomases después de que un hombre armado con una pistola disparara al azar contra un grupo de escolares. Fue un llamamiento a congregarse ante la Casa Blanca el Día de la Madre del año 2000 con el fin de exigir que se aprobara una legislación sobre el control de armas de fuego. Se presentaron 750.000 manifestantes, mientras que simultáneamente se producían otras 60 marchas en el país, pidiendo «protección para los inocentes»; exclamando «¡Ya basta!», indignadas ante la indiferencia de las autoridades, que están forzando a las madres a convertirse en activistas.

 

Para hacer oír su voz y ejercer una influencia en el mundo, antes las mujeres tuvieron que mantenerse unidas y hacer frente a las burlas y al desprecio. Individualmente y juntas, las mujeres se vieron obligadas a afrontar las amenazas de violencia dirigidas contra ellas, y estuvieron dispuestas a dejarse arrestar a fin de conseguir su derecho al voto (sufragio). Hicieron falta setenta años de forcejeos políticos para que las mujeres pudieran votar en Estados Unidos, lo cual se logró mediante una enmienda a la Constitución en 1920. En Gran Bretaña e Irlanda, una ley del Parlamento concedió el derecho al voto a las mujeres mayores de treinta años en 1918. El término “sufragettes”, hoy en día respetable, tuvo inicialmente una connotación despectiva, y se utilizó para rebajar la importancia de las mujeres sufragistas (suffragists). Desde los púlpitos se denunciaron sus esfuerzos como contrarios a la voluntad de Dios. Cuando marchaban por las calles se las escupía y ridiculizaba, y algunas eran encarceladas; de entre estas últimas, a gran cantidad de ellas se las golpeaba. Es fácil olvidar que los derechos que hoy damos por sentado son desde el punto de vista histórico muy recientes, y que fueron mujeres fuertes y audaces unidas entre sí quienes hicieron posible que hoy disfrutemos de ellos. El derecho a la propiedad, el derecho a conservar el dinero fruto del trabajo realizado, el derecho a contraer matrimonio sin el consentimiento del padre o de un sustituto de éste, el derecho a recibir una educación, o la derogación de leyes como la que concedía al marido el derecho a disciplinar a su esposa sirviéndose de una vara, siempre que ésta no sobrepasara el grosor de su dedo pulgar, fueron todos ellos hechos que ocurrieron en el contexto de la lucha de aquellas mujeres por su derecho al voto. Ésta fue la primera ola del feminismo.

La segunda ola: el movimiento feminista

La segunda ola fue el movimiento feminista, que produjo cambios sociales, económicos, personales y políticos, y definió nuevos derechos. Se originó hacia mediados de los años sesenta, a partir de Mística de la feminidad, de Betty Friedan, y el Report on the Status of Women, de John F. Kennedy en 1963, que documentan las desigualdades económicas de las mujeres.

El movimiento feminista surgió en las mentes de las mujeres que empezaron a hablar entre ellas sobre sus vidas, y a examinar la premisa de que eran inferiores a los hombres, así como las leyes y las prácticas comunes que apoyaban esto. Cada vez que una o más mujeres decidía reunir a varias amigas, nacían espontáneamente grupos de mujeres que habían tomado conciencia de su situación. Las ideas son contagiosas, y la idea de que la desigualdad y la opresión eran símbolos del patriarcado se extendió y penetró rápidamente la conciencia colectiva de las mujeres. Cada grupo que se creaba generaba una energía, y contribuía así a consolidar el movimiento feminista a la vez que se sentía reafirmado por él.

En estos círculos, las mujeres compartían sus vivencias personales, exploraban temas comunes y empezaron a ser conscientes del sexismo. Con el apoyo de las demás mujeres, cada una individualmente desafió los estereotipos, se definió a sí misma, se atrevió a expresar su sentir a la autoridad, y luchó por la igualdad personal en las relaciones con los hombres. Las mujeres se ayudaron unas a otras a tomar conciencia de lo que era necesario cambiar en la sociedad y en sus realidades más personales. El lema que resonaba en los años setenta, la década del movimiento feminista, era «lo personal es político». Las mujeres habían descubierto un paralelismo entre la desigualdad de poderío que existía en sus vidas privadas y la que caracterizaba la esfera económica, social y política. Las relaciones, los estereotipos y las leyes cambiaron como resultado de todo ello, y estos cambios se propagaron como ondas concéntricas e influyeron en el mundo.

La tercera ola: el movimiento de las mujeres por la paz

Yo diría que la tercera ola del feminismo está creándose de un modo muy parecido a como las olas mismas se forman en el océano. Van ascendiendo desde una gran profundidad, lejos y fuera de la vista, exactamente igual que los pensamientos, las intuiciones y los sentimientos emergen en las mentes de las mujeres individuales y cobran impulso al difundirse entre los otros. Las nuevas ideas se convierten en un movimiento cuando la fuerza y energía que las alientan vencen la resistencia al cambio. Creo que la tercera ola del feminismo será un movimiento pacifista de las mujeres, que ha empezado a originarse en el reconocimiento de que, sólo y únicamente cuando mujeres, niñas y niños estén a salvo de la violencia, de las privaciones y del abuso, podrá el ciclo de la violencia que engendra más violencia, y que constituye los cimientos del terrorismo y de la guerra, tocar a su fin. La compasión, la espiritualidad, la preocupación maternal y el deseo y la necesidad de paz son, combinados con el feminismo, la fuerza que puede salvar el mundo.

La primera conferencia de la Women’s International League for Peace and Freedom [Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad], celebrada en 1915 en La Haya, Países Bajos, fue el equivalente de la primera Women’s Rights Conference [Conferencia de los Derechos de la Mujer] que se llevó a cabo en Seneca Falls, Nueva York, en 1848 y que dio origen al movimiento sufragista en Estados Unidos (que no conseguiría su propósito hasta el siguiente siglo). En 1915, durante la Primera Guerra Mundial, asistieron a La Haya 1.300 mujeres provenientes de los países que estaban en guerra unos con otros y también de países neutrales. Su perspectiva era similar a la expresada en la proclamación original del Día de la Madre. Sus propuestas para una paz duradera siguen siendo relevantes, como lo es la activa organización que nació de aquella conferencia.

La toma de conciencia promovida por el movimiento feminista respecto al uso y abuso del poder en el patriarcado puede ayudar a comprender las causas y los efectos de la guerra. La psicología de las relaciones de desigualdad, en las que una persona ejerce el poder y puede acosar, humillar, violar, controlar o intimidar a la otra, a menudo es posible aplicarla a los conflictos entre naciones. La guerra es, a gran escala, semejante a lo que para las niñas y niños es la violencia doméstica: una traumática tensión cíclica y crónica. Del mismo modo que la segunda ola del feminismo brotó de la primera, un tercer movimiento de las mujeres a favor de la paz podría nacer del movimiento feminista.

Niños traumatizados y el papel de opresor

La preocupación de las madres por hacer del mundo un lugar seguro para la infancia podría conducir al planeta hacia la paz y hacia la posibilidad de un sostenimiento global. La mayoría de los opresores que intentan intimidar o ejercer control sobre otros fueron durante la niñez o en la edad adulta víctimas de la humillación, y de sus secuelas con frecuencia traumáticas, ejercida por quienes tenían poder sobre ellos.

La ansiedad comienza en el vientre de la mujer embarazada que vive el terror de la violencia que la rodea, o que teme por su propia vida y por la del ser que lleva en su seno. El cortisol, la hormona del estrés, sube en las mujeres embarazadas sometidas a situaciones traumáticas, llega a la placenta y afecta al cerebro del feto. Estas madres a menudo dan a luz bebés prematuros o pequeños, que se convierten en niñas y niños con poca predisposición a controlar los impulsos, niñas y niños faltos de interés, con problemas de comportamiento y aprendizaje –propensiones que se agravarían en el caso de que presenciasen actos de violencia, o fueran víctimas de la brutalidad o el abuso–. La violencia ciertamente engendra violencia.

Las niñas y los niños mayores dominan a los de menor edad; los niños abusan de las niñas: es el resultado de un patrón de dominación. En las niñas y niños adecuadamente alimentados y atendidos, con madres capaces de responder a su aflicción y a sus necesidades, se desarrolla una confianza básica. Por el contrario, los niños y niñas que viven en zonas de guerra no se sienten seguros; viven sobresaltados por la intensidad del ruido, los cañonazos, las explosiones y las voces coléricas o aterradas. Un barrio peligroso, en el que inesperadamente se producen tiroteos, o aquellos hogares en los que estalla la violencia doméstica y donde las mujeres y los más pequeños resultan lastimados, son zonas de guerra para los que allí viven. En semejantes situaciones, las necesidades de esas niñas y esos niños son ignoradas; viven en peligro, y sienten un gran desamparo si las personas adultas se ausentan por cualquier razón. Sin una persona adulta o una sociedad que los proteja, las niñas y niños son vulnerables a todo aquello que tenga el potencial de hacerles daño. Los muchachos esperan su turno para ser hombres y llevar la delantera; la aculturación de las chicas las lleva a convertirse en mujeres sin ninguna confianza en sí mismas.

La campaña de Amnistía Internacional Stop Violence Against Women: It’s in Our Hands [Está en nuestras manos: no más violencia contra las mujeres] considera las estadísticas de actos violentos cometidos contra mujeres como una catástrofe de los Derechos Humanos: al menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, forzada sexualmente, u objeto de otras formas de malos tratos a lo largo de su vida. No son raros los abusos a los que se ven sometidas muchas mujeres embarazadas por parte de sus parejas masculinas. Generalmente, el que comete los abusos sexuales es un miembro de la familia, o alguien conocido. Y es una común incitación a la violencia la negativa a mantener una relación sexual.

La violencia doméstica es la causa más importante de muertes y lesiones de mujeres con edades comprendidas entre los 16 y 44 años; es responsable de más muertes y problemas de salud que el cáncer o los accidentes de tráfico. En Estados Unidos, las mujeres representan el 85% de las víctimas de la violencia doméstica. El 70% de las mujeres víctimas de asesinato muere a manos del hombre que es su pareja. Además de la violencia doméstica, Amnistía Internacional enumera los actos de violencia que se cometen contra las mujeres en la comunidad y los que comete el Estado, entre ellos los perpetrados o consentidos por la policía, los guardias de prisiones, los guardias fronterizos, etcétera, así como las violaciones perpetradas por miembros de las fuerzas armadas durante los conflictos, la violación de mujeres refugiadas y de mujeres retenidas bajo custodia.

Las madres que viven asustadas y sin confianza en sí mismas no pueden proteger a sus hijas e hijos por mucho que los amen. Para un bebé o un niño o niña de corta edad, su madre es todopoderosa: ella es la fuente de alimentos y de consuelo, de aprobación o castigo. Las personas adultas son gigantes en comparación con el diminuto organismo físico de esos pequeños seres. Así pues, si una madre (que en muchas culturas tradicionales podría ser a su vez poco más que una niña) es incapaz de procurar protección y cuidados a su prole, esos niños y niñas se sienten profundamente traicionados, no sólo por su madre, sino por el mundo. Aquellas madres convencidas de su impotencia inspiran desconfianza y transmiten a sus hijos e hijas una imagen devaluada de la mujer.