Los dioses de cada hombre

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Z serii: Psicología
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La identificación con el agresor

Desde una perspectiva psicológica, el problema no es que el padre tenga autoridad y la ejercite. Los niños adquieren confianza y seguridad cuando hay una autoridad que establece límites apropiados y firmes. Pero las necesidades de firmeza del niño no se ven satisfechas si, bajo el disfraz de la autoridad paternal, el padre está expresando sus celos de ser sustituido emocionalmente o está reaccionando a su necesidad de demostrarle a su hijo quién es el que manda.

El padre está representando, pues, el papel de un enfurecido y distante padre celestial, que ve a su hijo como una amenaza para su posición. Dado que su rabia es irracional, el hijo inicialmente se siente confundido y herido. Esta situación se transforma en un resentimiento mutuo y un distanciamiento; paradójicamente también ayuda a que el hijo se comporte como el padre cuando sea mayor.

En el plano fisiológico, esta paradoja surge porque el hijo se “identifica con el agresor” en lugar de hacerlo con la víctima que en realidad es. Llega a rechazar las cualidades que él posee, que son las que provocaron la ira de su padre, aunque éstas no fueran malas.

Aunque a un hijo pueda desagradarle su padre que le critica, le amedrenta y descarga su ira sobre él, lo que sucede es que acaba odiando todavía más ese sentimiento de debilidad, incompetencia, temor, impotencia y humillación. Llega a odiar su propia vulnerabilidad por ser el blanco de la crítica punitiva y de la ira de su padre. Lo mal que se ha sentido y la idea de “maldad” se mezclan, confusión que la cultura patriarcal refuerza equiparando la conciencia de la vulnerabilidad a la debilidad, la cobardía y el no “tener agallas”. El amor hacia las cosas bellas, la sensualidad y la espontaneidad emocional son igualmente rasgos no masculinos que se han de ocultar o enterrar tan profundamente que nadie pueda percibirlos.

Los muchachos y los hombres han aprendido que demostrar compasión hacia una víctima puede ser peligroso en un patriarcado, que se arriesgan a la pérdida de su propia posición ventajosa. El riesgo es especialmente elevado cuando un grupo de hombres ejerce poder sobre otros y atormentan, golpean o incluso violan a una persona más débil o hacen daño a un animal. En mi práctica como terapeuta un hombre recordó las burlas y el ridículo al que tuvo que hacer frente cuando era pequeño al objetar y detener la tortura a la que un grupo de niños estaba sometiendo a un gatito. El precio que tuvo que pagar por su acción fue que siempre se metieran con él.

Otros me han hablado de su sentido de culpa y vergüenza por faltarles el valor para hablar e intervenir. Dicen: «no moví un dedo», y de ese modo dieron su consentimiento tácito a lo que un grupo de hombres del que ellos formaban parte hicieron a una mujer, a un homosexual, a un judío, a un asiático, mejicano o negro. Estos hombres procedían de familias en las que no habían sido victimizados y por lo tanto no se identificaban con el agresor de la misma manera que un muchacho que ha recibido malos tratos podría hacerlo más tarde. Sin embargo participaron en lo que estaba sucediendo, que es lo que según parece suelen hacer los hombres cuando están en grupo.

Cuando un muchacho que ha sufrido intimidaciones se hace mayor y adquiere poder, y se encuentra en la posición de ser capaz de hacerle lo mismo a alguien que sea más pequeño y menos fuerte, por lo general lo hace (por suerte hay excepciones). Las pruebas iniciáticas para entrar en una fraternidad de estudiantes, con sus azotes y otras cosas peores, y el agotador ritmo al que están sometidos los médicos residentes*** en los Estados Unidos, dura prueba a la que han de sobrevivir, y el modo como son tratados los “plebeyos”**** en la academia militar de West Point son iniciaciones hostiles perpetradas a la nueva generación por parte de la anterior que ya ha sufrido los mismos abusos.

El lema para justificar estos ritos de iniciación suele ser: «lo que me han hecho a mí, ahora yo te lo hago a ti», lo cual indica una clara identificación con el agresor. Las pruebas iniciáticas de fraternidad repiten la experiencia que muchos hombres tuvieron como hermanos pequeños en manos de sus furiosos hermanos mayores. El hermano pequeño es el receptor de la hostilidad y se encuentra en la misma relación de víctima predilecta de su hermano mayor, como éste lo fue para su padre. Esta repetición subyacente del patrón «lo que me han hecho a mí, ahora yo te lo hago a ti» no suele ser consciente, sino que actúa de forma automática.

La identificación con otros hombres

Es notable el hecho de que haya algún hombre que llegue a amar y a confiar en otro, en una cultura que propicia el distancia-miento y la competitividad entre los hombres. Tal como indican los informes sobre el estado psicológico de los hombres, la mayoría no se encuentra en ese caso.

Hay excepciones, momentos en que los hombres están verdaderamente unidos, generalmente cuando “están en el mismo barco” y la subcultura privada en la que viven temporalmente es igualitaria en lugar de ser patriarcal y compuesta sólo de hombres. Por algunos hombres, que ahora son profesionales con carrera, oigo hablar de una era dorada de compañeros de la infancia vinculada a haberse educado en barrios de clase trabajadora, a haber pasado veranos en los que nadie se marchaba de vacaciones y el grupo de amigos podía estar junto prácticamente en cualquier momento de vigilia. Eso era antes de que las chicas fueran importantes para ellos y antes de que fueran divididos en ganadores y perdedores. Más tarde, tuvieron que seguir caminos distintos, pero esta experiencia sentó la base para buscar la amistad con otros hombres. De igual modo, los hombres de clase alta que en la adolescencia partieron de sus hogares para estudiar en escuelas privadas, a veces hablan de haber formado parte de un grupo de amigos muy unido, a través del cual desarrollaron la capacidad de la amistad que se ha mantenido durante el resto de sus vidas. Los hombres que se alistan en el ejército y que llegan a depender el uno del otro en el campo de batalla también hablan de haber forjado estrechos vínculos con sus compañeros.

Aunque todas estas situaciones difieran, los muchachos o los hombres sentían que “estamos juntos en esto”. Compartieron situaciones y sus semejanzas les ayudaron a identificarse los unos con los otros. Se encontraban en una situación de “hermano igual” que por el momento disolvía la invisible, divisiva y jerárquica influencia del patriarcado, que suele separar y aislar a los hombres.

Luke Skywalker y “su destino”

Justo antes del momento álgido de El retorno del Jedi, la tercera entrega de La guerra de las galaxias, Darth Vader mantiene una significativa conversación con su amo, el emperador, que le dice: «el joven Skywalker será uno de los nuestros». Y en la lucha a vida o muerte entre Luke Skywalker y Darth Vader, Luke está tentado a responder con miedo y odio, y caer en rendirse a la mortífera ira –y, con ello, identificarse con el agresor–, lo cual, tal como le dice el emperador, es “inevitablemente tu destino”.10

Luke Skywalker no se hace ilusiones respecto al emperador ni a la Estrella de la Muerte. No quiere formar parte de un imperio que busca conseguir el poder sobre todos los demás, reprimir la libertad y exigir una obediencia ciega –que son valores exagerados del patriarcado– aun cuando se le ha prometido un puesto de mando.

Puesto que no le seduce la promesa de poder, ni le vence el temor de ser un estúpido y de que se encuentra en una situación sin salida, Luke puede resistirse a su “inevitable destino”. Por consiguiente, no cede ni se convierte en un hombre sin sentimientos que da y recibe órdenes, como su padre. No canjea el amor por el poder, ni la lealtad a los demás por una posición segura, ni renuncia a su propia creencia en un tipo de sistema diferente ante la aparente inmunidad del estado de las cosas. Gracias a su compromiso con sus creencias y a su valor, puede resistir convertirse en otro Darth Vader y gana.

Todos los hombres y muchas mujeres en las culturas patriarcales se enfrentan a la misma tentación: ¿se identificarán con los agresores y se unirán a ellos? Los momentos de la verdad y de tomar decisiones surgen continuamente, cuando la supervivencia de un Luke Skywalker –o su homóloga femenina, la princesa Leia–, están en juego dentro de nosotros. Mientras vivimos, la vida es una historia interminable que nos pone ante estas situaciones de tener que tomar decisiones. Podemos decidir no resignarnos ni rendirnos, permanecer fieles a aquello que nos importa, aun cuando tengamos razones para tener miedo. Para ser fieles a nuestros principios hemos de saber quiénes somos. Desde una visión psicológica, nuestros arquetipos activos nos conectan con lo que es más significativo para nosotros, de modo que saber qué arquetipos son los importantes nos revela algo importante respecto a nuestra naturaleza más profunda y nos ayuda a mantenernos firmes. Este conocimiento nos da poder.

En los capítulos siguientes conoceremos los dioses cuyos arquetipos viven en cada hombre y que también son familiares para toda mujer. Primero conoceremos a Zeus, Poseidón y Hades, los arquetipos paternos, cuyos capítulos separados comprenden la primera sección. Luego pasaremos a explorar la siguiente generación de los hijos –Apolo, Hermes, Hefesto, Ares y Dionisos–, cada uno de los cuales representa un patrón distinto de personalidad que a su vez es amparado o rechazado por el patriarcado y por sus padres personales.

 

* Me gustó conocer una historia confidencial que tuvo lugar tras el extraordinario éxito de sus producciones. Lucas, con status de gran celebridad, aunque con el aspecto de un graduado, se introdujo silenciosamente por la puerta de servicio para conocer a Joseph Campbell cuando éste se encontraba entre bastidores en el Palacio de Bellas Artes de San Francisco en un acto patrocinado por el Instituto Junguiano.

** Alice Miller, psicoanalista contemporánea, en Thou Shalt Not Be Unaware: Society’s Betrayal of the Child, se centró en el contexto que condujo a Edipo a matar a su padre. Partiendo del mito y de otras pruebas, Miller describe el patrón de atribuir a niños inocentes motivaciones básicas o una naturaleza malvada a la que se ha de hacer frente, a menudo con dureza. De ahí que se racionalice el maltrato a los niños.

*** Los médicos residentes en los Estados Unidos tienen que sobrevivir a un período de tres años de turnos agotadores de a veces hasta treinta y seis horas seguidas. (N. de la T)

**** Los “plebeyos” son los alumnos de primer curso. (N. de la T)

PARTE II
EL ARQUETIPO DEL PADRE: ZEUS, POSEIDÓN Y HADES

Zeus, Poseidón y Hades fueron la primera generación de dioses masculinos del Olimpo y representan tres aspectos del arquetipo de padre. Se dividieron el mundo entre ellos y cada uno gobernaba sobre su reino particular. Como arquetipos y metáforas, el dios y su reino se han de considerar en conjunto: Zeus y el cielo, Poseidón y el mar, Hades y el mundo subterráneo. La Tierra estaba dominada por Zeus, pero no la reivindicaba como suya.

Zeus gobernada sobre todos. Era el dios jefe y sus atributos personales son los mismos que los de los poderosos padres, reyes, presidentes corporativos o jefes del ejército, los varones que van en cabeza, las figuras del jefe. Poseidón y Hades son aspectos de la sombra de Zeus, esas partes del arquetipo del padre que los hombres de poder reprimen o descuidan, a la vez que son dos patrones separados.

La paternidad biológica y los arquetipos paternos no están relacionados. Por ejemplo, podemos leer sobre los tres dioses padre y no reconocer a nuestro propio padre en ninguno de ellos, porque no está allí; sin embargo puede seguir el patrón de uno de los hijos del Olimpo, cada uno de los cuales posee su forma característica de ser padre. Zeus no gobierna sobre todas las familias humanas, pero su influencia está muy presente en toda sociedad patriarcal.

En los patriarcados, Zeus es el arquetipo que predomina en la cultura (también es muy significativo para la psicología, en las psiques de los hombres). Al igual que el mundo de la mitología, las psiques de los hombres se dividieron en el reino mental consciente del poder, de la voluntad y del pensamiento (Zeus), el reino de la emoción y del instinto (Poseidón), que con frecuencia es reprimido, despreciado y a veces separado del estado consciente; y el oscuro y temido mundo de los patrones invisibles y arquetipos impersonales (Hades), que a menudo sólo se percibe en sueños.

A diferencia de los tres dioses, que representan patrones arquetípicos fijos, cada uno definido por su reino, un ser humano tiene el potencial de acceder a todos estos reinos y puede moverse conscientemente a través de ellos e integrar sus aspectos en su personalidad consciente.

Las condiciones bajo las cuales nacieron estos dioses varones gobernantes todavía existen como patrones en la vida de muchos hombres. Zeus, Poseidón y Hades tuvieron un padre distante cuya aversión hacia ellos se basaba en el miedo de que su hijo acabara ocupando su lugar, y una madre sin poder alguno, desconsolada por no poder proteger o cuidar a su hijo. Muchos de nosotros hemos tenido familias semejantes. Sin embargo, sea cual fuere la familia de la que procedamos, todos vivimos en un patriarcado que lo que más valora es la adquisición de poder y favorece a los hombres que tienen éxito en alcanzar esta meta. Este patrón, como todos podemos ver, desempeña un significativo papel en la formación de la psicología masculina.

Conocimiento en espiral

Los capítulos sobre Zeus, Poseidón y Hades siguen un patrón espiral: la primera curva de la espiral es conocer al dios y su mitología; la siguiente es el patrón arquetípico, la tercera es ver cómo el dios o el arquetipo influye en la vida de un hombre; los conflictos psicológicos característicos forman la siguiente, y la última es la que hace referencia a la forma como puede que crezca un hombre que viva conforme al patrón de un dios en particular.

Al igual que una composición musical o un poema, la forma espiral es un acorde temático o tema que está presente en cada uno de los movimientos, cada curva se expande y a la vez profundiza en el significado del dios-arquetipo para el lector. En cada giro se vuelve a presentar al mismo dios y en cada repetición su imagen se vuelve a encarnar y se ve en más dimensiones.

La forma espiral invita a trabajar a los dos hemisferios de nuestro cerebro: la comprensión que llega a través del izquierdo procede de nuestra mente lineal, que absorbe información a través de la lógica y de las palabras; el hemisferio derecho está en contacto con las imágenes, las sensaciones, los recuerdos y los sentimientos personales y colectivos, en el tiempo y en la eternidad, a los cuales no les impone ni orden ni lógica. El “¡ajá!” llega cuando se produce una conexión desde el derecho al izquierdo o a la inversa, y de pronto se nos aclara una información; entonces conocemos algo en muchos planos y nos conmueve o afecta eso que ya conocemos.

3. ZEUS, DIOS DEL CIELO: EL REINO DE LA VOLUNTAD Y DEL PODER

Era el Señor del Cielo, el dios de la lluvia y congregador de las nubes, quien blandió el rayo. Su poder era mayor que el de todas las otras divinidades juntas.

Sin embargo no era omnipotente ni tampoco omnisciente.

EDITH HAMILTON, Mithology

El divino Zeus, que en su gloria es el dios que se presenta como luz y aporta luz y conciencia a los humanos, en su oscuridad se transforma en un enemigo de la fuerza vital, encerrado en sus estructuras y leyes, con temores y contrario al cambio y a cualquier amenaza a su statu quo.

ARIANNA STASSINOPOULOS, The Gods of Greece

Zeus era el más grande y poderoso de todos los dioses del Olimpo. Como dios olímpico del cielo gobernaba desde el monte Olimpo, una montaña alta y distante cuyas escarpadas alturas a menudo se encuentran tapadas por las nubes que se reúnen allí. Cuando él y sus hermanos Poseidón y Hades se repartieron el mundo, Zeus recibió el cielo, Poseidón obtuvo el mar y Hades el mundo subterráneo. La Tierra y el monte Olimpo tenían que ser propiedad común, pero Zeus desde el cielo dominaba el paisaje terrestre y gobernó sobré él.

El cielo es muy diferente del mar o del mundo subterráneo, como distintas son las personalidades de los dioses que regentan cada dominio. Para aventurarse en el reino del cielo se ha de dejar la tierra, perder el contacto con el mundo tangible para ganar una visión más amplia del territorio. Desde ese ventajoso punto de mira vemos el bosque, no los árboles individuales.

Zeus era el dios del relámpago, y su símbolo el rayo. Hasta la fecha, cuando osamos desobedecer una prohibición paterna, “esperamos que el rayo caiga sobre nosotros y acabe con nuestra existencia” y respiramos aliviados cuando no es así. Zeus, como portador de la lluvia, también proporcionaba lo que necesitan las cosas que crecen. Tanto si era punitivo como generativo, el poder de Zeus solía manifestarse desde arriba y a distancia.

Al igual que todos los gobernantes con éxito, practicaba la estrategia y formaba alianzas con las cuales derrotaba a los titanes. Estableció y consolidó su poder, pero lo más importante –típico de Zeus– es que logró imponer su voluntad a los demás.

Cuando nos volvemos como Zeus aspiramos a una posición alta y al poder, ya sea para estar por encima de los demás o para conseguir lo que queremos en la vida. Es el terreno de los hombres poderosos con poder político y económico, desde el legendario rey Arturo y el histórico emperador César Augusto hasta los líderes políticos actuales, incluyendo a la primera ministra Margaret Thatcher de Inglaterra, que con su ejemplo demuestra que el reino celeste no es exclusivamente dominio de los hombres, sino una orientación hacia el poder y una capacidad para llevar a cabo acciones decisivas.

Lo más significativo en el ámbito psicológico –especialmente, al contrario que en los reinos de Poseidón y de Hades– es que el cielo representa una actitud consciente, una perspectiva que exalta el control, la razón y la voluntad por encima de todas las demás cualidades.

Zeus, el dios

Zeus (Júpiter o Jove, como lo denominaron los romanos) era el dios supremo entre los dioses olímpicos griegos. Era el dios del cielo que dirigía el Olimpo y lanzaba rayos. Su animal simbólico era el águila. A Zeus se le llamaba congregador de las nubes y portador de buenos vientos, así como padre de los dioses y de los hombres (aunque en la mitología griega no era su padre: varios dioses y diosas eran sus hermanos y hermanas y no creó ni engendró a la humanidad). Dio a los reyes su autoridad y protegió sus derechos y su poder, mantuvo las leyes y castigó a sus transgresores.

Zeus fue representado como un hombre poderoso con barba, a menudo sentado en su trono con un cetro o rayo. La estatua más famosa de este dios era una de las siete maravillas del mundo antiguo, hecha por Fidias con oro y marfil, y que fue colocada en el templo de Zeus en Olimpia. Su majestuoso rostro era uno de sus aspectos; el otro era el de conquistador, cuyas múltiples amantes eran los temas de inspiración de muchos artistas.

Su nombre procede de la palabra indoeuropea dyu que significa “brillar”. La luz y el poder eran sus principales atributos abstractos.

Genealogía y mitología

La historia del nacimiento de Zeus ya se ha narrado en el capítulo dos de este libro, en el apartado sobre padres e hijos. Era el más joven y el último de los hijos de Cronos y Rea. Le precedían tres hermanas y dos hermanos, todos ellos engullidos por Cronos.

Rea salvó a Zeus engañando a Cronos, al camuflar una piedra envolviéndola en pañales y hacerla pasar por su hijo, lo cual evitó que fuera devorado. Zeus fue escondido en una cueva cretense y educado por una ninfa o una cabra (según la versión).

Cuando se hizo adulto, persuadió a la sabia Metis para que le diera a Cronos un emético, consiguiendo de ese modo que vomitara a sus hermanos y la piedra. Entonces, con sus hermanos Poseidón y Hades, y otros aliados, Zeus luchó para vencer a Cronos y a los titanes que gobernaban desde el Olimpo. Venció tras diez años de guerra por la supremacía. Aquí Zeus era un estratega y un creador de alianzas, que al final triunfó porque contaba con los cíclopes y con los gigantes de cien brazos que le ofrecieron un extraordinario poder bélico al contar con cien brazos para luchar.

Zeus y sus consortes

Tras derrotar a su padre Cronos y a los titanes, Zeus inició una serie de uniones con deidades femeninas, ninfas y mujeres mortales a través de las cuales engendró la aristocracia divina, la mayoría de la segunda generación de los olímpicos y semidioses. Hesíodo enumera siete consortes oficiales, matrimonios en serie que concluyeron con Hera. Fueron Metis, Temis, Eurínome, Deméter, Mnemósine, Leto y Hera. La mayoría de sus consortes eran diosas “más mayores”, es decir, adoradas antes que él y cuyas divinidades quedaron subordinadas a dicho dios.

La primera era Metis, diosa conocida por su sabiduría y madre de Atenea. La titánide Temis, diosa de la justicia y el orden, fue su segunda esposa; su descendencia fueron las parcas y las horas o estaciones. Eurínome, su tercera consorte, dio a luz a las cárites o gracias. Con su hermana olímpica Deméter engendró a Perséfone; con Mnemósine (Memoria), a las nueve musas. Su sexta consorte fue Leto, otra titánide, que parió a sus hijos gemelos Apolo y Artemisa.

 

Zeus y Hera

Como hija olímpica de Rea y Cronos, por rango de nacimiento Hera era igual a Zeus. Ella atrajo su mirada errante y éste se propuso seducirla. Para ello se transformó en un tembloroso cuclillo. Al ver aquella patética criaturita, Hera se apiadó de ella y la estrechó contra su pecho para darle calor, y entonces Zeus se despojó de su disfraz e intentó seducirla. Pero ella le rechazó hasta que él le prometió que se casarían. Tras la ceremonia vino una luna de miel que duró trescientos años. Después Zeus empezó a ser promiscuo. La mitología griega está llena de leyendas sobre sus amoríos y de la humillación y la ira de Hera por sus celos.

Aunque la versión del “final de la luna de miel” del matrimonio de Zeus y Hera sea la más conocida (gracias a Homero), Hera había sido una diosa muy venerada como diosa del matrimonio. En sus rituales era adorada en la primavera como Hera, la doncella. En verano o en otoño se la adoraba –en un sagrado matrimonio con Zeus como el portador de la plenitud o de la perfección– como Hera, la realizada o la perfecta. En invierno se convertía en la afligida Hera, la viuda (aunque el inmortal Zeus nunca murió), por la habitual ocultación de su esposo. En primavera se sumergía una imagen de Hera y volvía a ser la diosa virginal Hera, la doncella.

Zeus, el conquistador

Zeus tuvo al menos veintitrés devaneos amorosos que dieron como fruto una numerosa y notable progenie, entre los que se incluyen dos olímpicos; Hermes, el dios mensajero, cuya madre fue Maya, y Dionisos, el dios del éxtasis y del vino, cuya madre, Sémele, era una mortal. Según Homero, Zeus también era el padre de Afrodita, cuya madre era la ninfa marina Dione.

Los amoríos de Zeus con las mujeres mortales eran seducciones en las que a menudo adoptaba una forma no humana. Se convirtió en una lluvia de oro para fecundar a Dánae, cuyo hijo fue el héroe Perseo, con Antíope fue un sátiro, sedujo a Leda bajo la forma de un cisne y fue el toro blanco que llevó a Europa en sus lomos.

Las otras mujeres y sus vástagos siempre atraían la furia de Hera. Zeus no era muy bueno en ocultar sus aventuras, incluso cuando convirtió a Ío en una vaca y a Calisto en un oso. En todos los casos salvó a los hijos de sus amantes, pero a veces no pudo salvar a la mujer, que cargó con el peso de la furia de Hera.

Zeus y Ganimedes

Zeus –al igual que la cultura griega a la que representaba– no confinó su sensualidad sólo a las mujeres. Ganimedes era un hermoso troyano que fue conducido al Olimpo para ser el copero de Zeus y, según la mayor parte de los relatos, también su amante. Fue raptado por un torbellino o por el águila de Zeus. Entonces Zeus mandó a Hermes a consolar al padre del muchacho por las tristes noticias y le alivió su pérdida con un par de espléndidos caballos (o una cepa de oro, según la versión). En Roma, a Ganimedes se le solía llamar Catamita, que es de donde procede la palabra catamito* Fue inmortalizado en la constelación de Acuario como el aguador.

Zeus y sus hijos

Zeus engendró muchos hijos. Su descendencia fueron dioses y diosas o semidioses, fruto de numerosas uniones con mujeres, tanto mortales como divinas.

Fue el primero de los dioses celestiales griegos en ser protector, generoso y de confianza para muchos de sus hijos e hijas. Cuando murió la madre de Dionisos mientras estaba embarazada, Zeus cosió el feto a su propio muslo y lo llevó allí hasta que fue su momento de nacer. Concedió a su pequeña Artemisa todo lo que ésta le pidió para ser la diosa de la caza: su arco, sus flechas, sus perros y las compañeras que ella eligió. Confirió a su otra hija Atenea sus propios símbolos de poder. Arregló una disputa entre Apolo y Hermes, insistiendo con firmeza en que éste último devolviera las vacas que le había robado a su medio hermano mayor, con lo cual consiguió que se hicieran amigos.

El aspecto oscuro del padre destructivo también formaba parte de su naturaleza. Fue tanto un padre incestuoso, que sedujo a su hija Perséfone, como el padre que dio permiso para que Hades la secuestrara y la violara y que no respondió a sus gritos de ayuda cuando Hades la estaba raptando. Un mito atribuye a Zeus la cojera de Hefesto, al que arrojó desde el Olimpo cuando éste intentaba defender a su madre, un caso de malos tratos a un menor. Otro hijo, Ares, fue psicológicamente rechazado, fue objeto del odio de su padre. Y (tal como hemos citado anteriormente), temeroso de que Metis estuviera embarazada de un hijo que llegara a ocupar su lugar, se la tragó para evitar dicha posibilidad.

Sin embargo, a pesar de cómo tratara a sus hijos, la capacidad reproductora de Zeus como padre de muchos formaba una parte esencial de su naturaleza.