La voz del corazón

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III: EL VIAJE A TRAVES DE LA DUALIDAD

Con el poder del alma, todo es posible.

Jimi Hendrix

Serían las cuatro de la tarde de un mes de junio. Hacía calor. En una sala larga y estrecha nos encontrábamos seis personas de lo más variopinto: un cura, un ama de casa, una estudiante de Bellas Artes, un médico, un empresario y yo. Frente a nosotros estaba María Jesús Urdín, excelente formadora de la Escuela Internacional de Personalidad y Relaciones Humanas (prh). Por aquel entonces yo había decidido adentrarme en el conocimiento de mí mismo y la mejor forma de hacerlo fue acudiendo a un curso titulado «¿Quién soy yo?» Era mi primera experiencia como alumno y me encontraba muy motivado.

Esta escuela transforma la personalidad a partir del cuerpo, la mente, la sensibilidad y el ser. El método consiste en analizar las sensaciones físicas que nos proporcionan determinadas preguntas. Por ejemplo, qué imagen tengo de mí mismo, qué medios utilizo para conocerme, qué me hace sufrir en la actualidad, etc. Cuando te interrogas por algo esencial en tu vida y escuchas la respuesta desde el cuerpo, las emociones que están reprimidas afloran a la superficie para ser liberadas. Si permites que el dolor interno se exprese y se suelte, las ideas erróneas que lo están perpetuando emergen a la conciencia. Esto se experimenta como una revelación inmanente. Te aporta lucidez y te permite darte cuenta de algo que mantenías oculto en lo más profundo del inconsciente. A partir de aquí, la percepción sobre tu propia realidad cambia de manera elocuente. El resultado es muy efectivo pues, además de liberar las emociones que te están haciendo daño, el sistema de creencias que las justifica y las alimenta se corrige de forma natural. En otras palabras, la mente rectifica los supuestos que dan pie a nuestras conductas destructivas y estas se modifican.

Llevábamos dos días de trabajo intenso. Había realizado un meticuloso análisis de mi personalidad, pero no había cosechado ningún cambio importante. Mi entusiasmo inicial comenzaba a decaer. Dudaba de la utilidad del método y por mi mente circulaban ideas del tipo: ¿qué hago yo aquí? Cuando ya había dado el curso por perdido, ocurrió algo extraordinario. Estaba sentado en la silla, leí la pregunta que tenía sobre la mesa y, sin prestar mucho interés por el proceso, me abandoné a la sensación física que esta debía producirme. Inmediatamente sentí una punzada en el estómago. Sorprendido, inspiré y me dispuse a observarla. El ejercicio me interrogaba sobre la relación con mi cuerpo. En aquella época no era nada buena. El dolor de aquel pinchazo permaneció estable, pero al poco tiempo comencé a sentir mucha rabia. No sabía de dónde venía, pero era muy intensa. Era evidente que una parte inmadura de mi personalidad estaba haciendo acto de presencia. Allí había un niño herido que necesitaba mi ayuda, así que lo sostuve con intención amorosa y permanecí atento.

Poco a poco, el dolor fue disminuyendo y, en un momento dado, sucedió el milagro. Desde mi interior comenzó a surgir una energía blanca y espesa que me fue llenando de forma paulatina. Finalmente terminó por ocupar la totalidad de mi cuerpo. Al principio sentí desconcierto, pues no podía diferenciar las partes de mi organismo. Los brazos, las piernas, el tronco, la cabeza… todas ellas formaban una sola unidad indivisible. Más tarde me invadió una sensación de paz y pureza. Empecé a escribir y al cabo de unos minutos tuve una revelación. Todo ocurrió muy rápido. En ese fugaz momento comprendí con meridiana claridad que mi mayor enemigo era mi propia mente. Entonces sentí una alegría difícil de describir con palabras. Desde lo más profundo de mi ser, como un trasluz que sin previo aviso te sorprende en medio de la oscuridad, lancé una carcajada estrepitosa y bruñida. Miré a mi alrededor y vi que todo el mundo sonreía. En aquel momento me sentí feliz y en comunión perfecta con todo. Cerré los ojos y di las gracias.

Después de aquella experiencia comprendí lo que significaba transformarse interiormente. La imagen que tenía sobre mí mismo cobró un matiz diferente y comencé a ver la realidad de otra forma. Posteriormente supe que la energía blanca que se había infiltrado en mi cuerpo era mi alma, que descendía para integrarse en la estructura de mi personalidad. Aquella revelación me ayudó a comprender que mi mente debía de estar al servicio de un proceso que me trascendía. Mi nivel de conciencia se vio ampliado y mi sistema nervioso registró modificaciones sutiles que influyeron sobre mi salud de manera muy positiva.

El alma individual es muy sensible y solo desciende sobre el ego cuando nos encontramos serenos y equilibrados. Al hacerlo, nos llena de vida. Si la mente se pone al servicio del ser, el alma se adentra en la realidad física para poder experimentarla. Esta dinámica transforma la personalidad y acaba por restablecer la salud física. Por eso es tan importante cultivar el carácter. Cuando preparamos el terreno con integridad y nos rendimos al espíritu, los milagros se convierten en algo habitual. De hecho, si no ocultásemos la vida bajo el velo de nuestros miedos, prejuicios y autocríticas, esta sería en sí misma un fenómeno prodigioso.

El controvertido debate sobre el alma

Etimológicamente, la palabra alma procede del latín anima. Hace referencia a una entidad inmaterial que dota a los seres vivos de vigor y movimiento. Todas las tradiciones del mundo la han considerado algo consustancial a la vida. Su concepción ha ido evolucionando y, en función de la época y la cultura, ha sido interpretada de muy variadas formas. Entre las controversias más significativas cabe subrayar las de si está separada del cuerpo o por el contrario es la causante de su forma y el principal aliento de la vida; si es cristalina o si presenta facetas oscuras; si su condición es eterna o finita; si tiene una forma individual, colectiva o ambas; si la del ser humano es superior a la de los animales y a la de las plantas (en el pasado se llegó a pensar que la del hombre era superior a la de la mujer); si es real o imaginaria… También se discute sobre su origen: ¿es anterior a la concepción o la crea un ente superior en ese momento?

El materialismo científico niega la existencia del alma, pues no puede demostrarla empíricamente. Algunos pensadores opinan que es una creación de la mente y, como esta se sitúa en el cerebro, el alma debería residir en él. Otras disciplinas, como la psicología moderna, en lugar del alma hablan de la psique. Se refieren al aspecto intangible o etéreo de la persona en el que se fraguan las emociones, los sentimientos y la voluntad de acción. Por su parte, algunas tradiciones como el budismo no mencionan el alma como tal pero hablan de una mente burda, que funciona con nuestros sentidos físicos, y otra sutil, que actúa mientras dormimos o en estados de meditación. Sin lugar a dudas, el alma es uno de los grandes temas sobre los que la humanidad viene debatiendo desde el origen de los tiempos. Pone en evidencia la necesidad que tenemos de comprender nuestra espiritualidad y nos invita a considerar que más allá del ego quizás exista un ser que evoluciona y aprende.

A priori puede parecer un tema exclusivo de la religión, la ciencia o la metafísica. No obstante, una mirada atenta a la cultura nos revela que su uso es frecuente en la vida cotidiana. Cuando alguien está solo y desamparado, decimos que es «un alma en pena». Si estamos muy cansados, afirmamos: «Me pesa hasta el alma», y si sufrimos una gran decepción, exclamamos: «Se me cae el alma a los pies». Cuando algo sucede rápidamente, utilizamos la expresión «como alma que lleva el diablo» y cuando somos muy amigos decimos ser «amigos del alma». También indica que algo nos influye de manera trascendente: «Me llega al alma, me toca en el alma, me parte el alma o me sale del alma» Finalmente la empleamos para designar a las personas que se sitúan en el lado oscuro de la dualidad: «Es un desalmado».

¿Qué es el alma?

Desde mi perspectiva, los seres humanos estamos formados por un ego, un alma y un espíritu. El ego es el vehículo que utiliza el alma para poder experimentar en la realidad física. Por su parte, el alma es el medio que utiliza el espíritu para explorar la realidad multidimensional, incluida la física. El espíritu es la parte que más cerca está del principio creador, de la fuente, del ser, de la unidad, de la esencia, de Dios… Su luz pura se mueve en el universo con la misma intención con la que nosotros hacemos un viaje: explorar la realidad, vivir experiencias nuevas y conocerse a sí mismo. Sin embargo, para poder hacerlo necesita de un alma. El alma es la parte orgánica del espíritu95. Es el eslabón que hace de puente con el ego. Imagínate un rayo de luz que sale de un sol central. A medida que la luz se aleja, se va densificando y forma partículas acuosas o cúmulos etéricos. Estos fragmentos de luz representan el alma en su viaje a través del cosmos. También la puedes ver como una placenta etérica que se desprende de un espacio unificado. Todos los seres poseen un alma. En los libros sagrados de la India, o Upanishad, se dice96:

El alma es la morada de todos los seres vivos; y todos ellos reciben su fuerza del alma. No hay nada en el universo que no proceda de ella. Reside en todo lo que existe.

Así como el alma evoluciona a través del tiempo y presenta múltiples facetas y experiencias, el espíritu no cambia97. No puede diferenciarse. Es un espacio de quietud y silencio en el que reinan la paz y la armonía. Los griegos se referían a él con la palabra ataraxia. Aquí reposa tu núcleo divino interno, es decir, la parte de ti que está en contacto permanente con el amor, que es tu naturaleza básica. Desde este lugar creas la realidad, sanas tus heridas y restableces tu salud física. Mientras el espíritu es un lugar de reposo en el que reina el equilibrio, el alma es un crisol de experiencias, tanto de luz como de oscuridad. Es el motor de la vida y para ello utiliza las emociones y los sentimientos. Las emociones portan una energía más pesada que los sentimientos. Nos hablan del dolor interno y nos invitan a contraernos en la intimidad. De esta forma podemos sanar nuestros traumas y liberar la energía densa u oscura que acarrean. Los sentimientos, en cambio, son livianos. Reflejan el placer y nos conducen a expandirnos y a crear cosas nuevas. En definitiva, el alma es un ente que nos impulsa hacia la creatividad y la libertad.

 

Mientras el alma se mueve en la dualidad, el espíritu lo hace en un espacio que se encuentra más allá de los opuestos. En él no experimentamos altibajos emocionales sino una amable sensación de placidez encantadora. Digamos que no existen ni la euforia de los sentimientos ni el disgusto de las emociones. Tampoco hay opuestos ni juicios de valor sobre lo que está bien o mal. Es un estado del ser neutro, equilibrado, sereno y, al mismo tiempo, creativo. No puede ser contrastado por la mente, tan solo puede ser sentido. Relacionarnos con él es necesario para refrescar el alma y recordarle su origen. Esto es algo que hacemos con frecuencia cuando, por ejemplo, acudimos a un espectáculo de arte, leemos poesía, meditamos, conectamos con la naturaleza, escuchamos música clásica o electrónica, bailamos hasta el éxtasis…

Entre el alma, el ego y el espíritu tiene que haber un equilibrio. El espíritu nos conecta con el amor en estado puro. Nos recuerda quiénes somos y el enorme poder de transformación que tenemos. El alma se encarga de movilizarnos para que cumplamos nuestra misión individual y colectiva y le otorga sentido a la vida. Por su parte, el ego materializa este propósito y lo acelera (o lo retrasa).

En el camino hacia la madurez del corazón, la rendición del ego ante el espíritu es la última fase. Es un momento culminante y misterioso. Para el chamán mexicano Juan Matus representa la culminación de nuestra vida como seres humanos. En palabras del antropólogo peruano Carlos Castaneda: «Buscar la perfección del espíritu del guerrero es la única tarea digna de nuestra transitoriedad y de nuestra condición humana». Cuando dejamos de guiarnos por la energía impetuosa de la mente y permitimos que el corazón nos mueva de forma orgánica, nos ponemos al servicio de la existencia y experimentamos armonía, autodominio, paz, alegría y un éxtasis sereno, tanto con nosotros mismos como con el mundo.

Estamos formados por un espíritu, un alma y un ego. El alma es el vehículo que utiliza el espíritu para moverse por la realidad multidimensional. El ego es el medio que utiliza el alma para experimentar en la realidad física. Si deseamos disponer de salud y vitalidad, los tres deben estar equilibrados.

Cuando el alma desciende desde el espíritu, comienza a viajar por las distintas dimensiones que forman la realidad. A medida que progresa en su recorrido, la energía vibra con más lentitud y los límites espaciotemporales se van haciendo más obvios. La realidad física en la que vivimos es la expresión más densa del universo multidimensional. Aquí, a la hora de crear algo, nos encontramos con muchas más restricciones que en cualquier otra dimensión y nuestros deseos tardan más tiempo en realizarse.

Es importante comprender que el viaje sagrado que ha emprendido el alma es un proceso gradual de densificación de luz (información). Tendemos a creer que el camino espiritual consiste en ir o mover la conciencia hacia arriba para entrar en comunión con Dios, la esencia, la totalidad… Muchas tradiciones desprecian el cuerpo o intentan deshacerse del ego porque consideran que así su desarrollo espiritual será más auténtico o más rápido. Sin embargo, el espíritu es un lugar conocido. Procedemos de allí y una parte de nuestra conciencia permanece en esta dimensión. No tenemos que ir hacia el espíritu pues ya nos encontramos en él. Mientras estemos en la Tierra, lo que realmente tiene utilidad es que seamos capaces de experimentar a fondo la realidad física sin perder la conexión con nuestra esencia amorosa.

Caminar en la belleza

«Le faltan palabras a la lengua para describir los sentimientos del alma» (Fray Luis de León). Para entender cómo se relaciona el alma contigo, es conveniente que sepas de qué estás hecho. Tu cuerpo es una prolongación del campo de energía universal98. Esto no es una especulación teórica sino un hecho científico. Sin energía, no hay materia. El campo de energía universal, a medida que se acerca hacia la materia, se densifica de manera progresiva y genera otro más específico. Este nuevo campo te define individualmente. Es el aura.

El aura se puede fotografiar con una cámara especial llamada kirlian (en honor a su inventor, el ruso Semión Kirlian). Si le haces una fotografía kirlian a un árbol en primavera verás que antes de que salga una nueva rama, en su lugar hay una matriz energética. Este armazón sirve para el nacimiento de la rama física99. El inventor de esta tecnología demostró que tanto los seres animados como los objetos inanimados están rodeados por un campo electromagnético. En cierta ocasión fotografió dos hojas idénticas, una procedente de una planta sana y otra de una planta enferma. La hoja sana mostró un campo de energía mucho más brillante y coherente que el de la enferma, por lo que Kirlian dedujo que su técnica servía para diagnosticar el estado de salud de las personas100. En el futuro perfeccionaremos esta tecnología y podremos manipular la energía con fines terapéuticos.

No obstante, el aura se puede ver a simple vista. Junta los dedos de las manos por encima de la cabeza y desenfoca la mirada sobre una superficie blanca. Al separar las manos, verás cómo los dedos siguen unidos por una estela. También la puedes detectar a través del tacto y estás capacitado para cargarla, equilibrarla o limpiarla. De hecho es algo que haces de forma natural cuando, por ejemplo, te das un golpe. Al llevarte las manos a la parte dolorida, transfieres energía de alta vibración y restableces la estructura original del aura en esa zona. Entonces el cuerpo inicia un proceso de reconstrucción y recupera la salud. La sabiduría interna que te hace comportarte como un chamán experimentado procede del alma.

Fotografías Kirlian101


El alma se relaciona contigo a través de este campo de energía. La función del aura es sostener la vida material. La del alma, experimentarla. Digamos que tanto el aura como el cuerpo sirven al propósito del alma, que es explorar la realidad física. El aura está formada por cinco capas que van de mayor a menor densidad de vibración102. Cada una representa una dimensión de personalidad. En la zona más externa tenemos el nivel espiritual. Después está la esfera relacional y, por último, las tres que forman la individualidad (el ego), que son la mente, las emociones y el cuerpo. Con el debido entrenamiento, estas envolturas se pueden percibir a través del tacto y de la vista. Es la capacidad que usamos los sanadores energéticos para ayudar a las personas a resolver sus conflictos internos.

Para progresar en su camino hacia la materia, el alma utiliza unos órganos energéticos llamados chakras. Los chakras (’ruedas’ en sánscrito) son como embudos etéricos que giran en espiral. Se localizan a lo largo de la columna vertebral formando un ángulo de noventa grados y atraviesan el aura en su totalidad. Su función consiste en metabolizar la energía del entorno y llevarla hasta el cuerpo. Sin ellos, la vida no existiría.

De acuerdo con la astrofísica y clarividente norteamericana Barbara Ann Brenan, tenemos siete chakras principales, cada uno de los cuales posee una función psicológica concreta103. Los tres superiores son los centros espirituales. El séptimo se encuentra en la coronilla y apunta hacia el cielo. Se ocupa de la trascendencia y de integrar el pensamiento universal en la mente racional. El sexto está en la frente (se conoce también como el tercer ojo). Se relaciona con la visión, la intuición, la imaginación y la capacidad ejecutiva. El quinto se halla en la garganta y tiene la función de equilibrar nuestra aptitud para dar y recibir. Incluye las relaciones con iguales, la comunicación y la conciencia de estar aportando un valor positivo a la sociedad. A la altura del pecho encontramos el cuarto, que regula la capacidad de amar incondicionalmente a otros seres y la voluntad egocéntrica (lograr lo que deseamos a través de las relaciones). En el plexo solar está el tercero. Rige la intencionalidad y la espontaneidad (la conciencia de ocupar un lugar único dentro del universo). En el abdomen se halla el segundo, que es el responsable de la sexualidad y de la vida emocional. Finalmente, entre las piernas y apuntando hacia la tierra está el primero. Este centro se ocupa de las raíces (el arraigo), la voluntad de vivir, la supervivencia y las sensaciones físicas.

Para funcionar bien, los chakras tienen que metabolizar la energía del entorno y llevarla hacia los órganos del cuerpo de manera equilibrada. Sin embargo, suelen presentar alteraciones y conducir la energía de forma distorsionada. Pueden, por ejemplo, dirigirla hacia arriba (entonces la persona sublimará o exagerará el aspecto de la realidad asociado a ese chakra), hacia abajo (se mostrará conservadora), en el sentido contrario de las agujas del reloj (proyectará una imagen idealizada hacia el entorno y forzará las cosas para que se ajusten a sus deseos), en oblicuo (se mostrará contradictoria), de forma caótica (estará muy confusa)… Estos desajustes se pueden detectar con un péndulo, indican desequilibrios en la vida de las personas y pueden ser corregidos mediante distintas técnicas energéticas y haciendo cambios en el estilo de vida.

El aura y los chakras104



La vida que conocemos es sostenida por un campo de energía (o aura) y nutrida a través de unos órganos energéticos llamados chakras. Los niveles del aura regulan nuestra experiencia en cada dimensión de personalidad. Los chakras rigen el contenido o la información asociada a esa experiencia.


Los chakras se sitúan en el aura y crean un canal para que el alma pueda recorrer el campo de energía y llegar hasta el cuerpo. De esta forma, experimentamos el contenido psicológico asociado a cada chakra en todas las dimensiones de nuestra personalidad. Por ejemplo, en relación a la sexualidad, que se manifiesta en el segundo chakra, percibimos su carácter sagrado, sentimos éxtasis y nos movemos con voluntad para traerla a la dimensión física (séptimo, sexto y quinto nivel del aura). Además, a través de la sexualidad, nos relacionamos con otras personas de una determinada manera (cuarto nivel), tenemos una opinión sobre el sexo (tercer nivel), sentimos emociones muy diversas (segundo nivel) y, finalmente, experimentamos sensaciones físicas (primer nivel).


El camino del alma hacia la realidad física


Cuando la energía del alma penetra en el aura, se encuentra con los traumas que arrastramos de esta y de otras vidas. Estos conflictos están delimitados por alguna emoción perturbadora y por un sistema de creencias «erróneo». Las emociones son la ira, la desconfianza, el abandono, el odio, la insatisfacción, la tristeza, el terror existencial, la humillación, el miedo al ridículo… Los sistemas de creencias dicen cosas como: yo no valgo, el mundo es como es, el amor es falso, haga lo que haga me van a hacer daño, todo es un montaje, la espiritualidad es una ilusión, los virus son peligrosos, es mejor no fiarse, la gente es mala, soy tonto, la libertad no existe, alguien se tiene que ocupar de mí o de los problemas del mundo…

El alma tiene la misión de experimentar a fondo las emociones perturbadoras, pues necesita comprender todos los matices asociados al conflicto que ha decidido resolver en esta encarnación. En otro tiempo quizás murió de hambre, fue violada, traicionada, humillada, torturada… Los traumas infantiles le sirven para recordar el material emocional que arrastra de otras vidas y que ha decidido solucionar en esta. Nunca son casuales. De todas formas, ella desea liberar el dolor interno y experimentar la salud, la plenitud y la alegría. De hecho, es para lo que se ha encarnado en un cuerpo humano.

 

Cuando la mente se relaja y permite que el malestar aflore, el alma llega hasta el segundo nivel del aura. En esta dimensión, las emociones son muy sentidas. Las reconocemos como propias, nos hacemos responsables de ellas y las sostenemos con la conciencia de los niveles superiores (la luz del amor). Al hacer esto, el sistema de creencias que está justificando estos estados de inquietud, ansiedad o estrés emerge a la conciencia y es reconocido como falso. Supongamos, por ejemplo, que sentimos ira. Es posible que veamos con claridad que nuestra rabia está siendo alimentada por el convencimiento de que la vida es injusta con nosotros (algo que obviamente no es cierto). También pueden aparecer imágenes o recuerdos de hechos que están relacionados con el trauma que deseamos resolver. En cualquier caso, se produce una revelación súbita que nos aporta lucidez, nos reconocemos como víctimas y ganamos en conciencia.

A medida que las emociones se van liberando, sentimos alivio y abrimos más espacio para el amor. En un momento dado, el alma entra en el cuerpo (primer nivel del aura) y conecta con los órganos, los tejidos, las células, las moléculas y los átomos. El cuerpo es como una llave que pone en contacto la realidad astronómica con la infinitesimal. Cuando el alma atraviesa el nivel subatómico, se une con la esencia que mora en los confines del espíritu (nuestro núcleo divino interno) y, en ese momento, la energía del amor emerge en sentido contrario y nos proporciona el vigor y la salud que necesitamos para poder materializar nuestras aspiraciones en el plano físico. De esta forma, el alma ilumina la materia y devuelve al universo la sabiduría que ha acumulado a lo largo de su viaje, y todo lo que es se enriquece, evoluciona y gana en conciencia.

El propósito del alma consiste en experimentar la realidad física. Para ello debe liberar los traumas que ha vivido en el pasado. Cuando lo hace, entra en el cuerpo y conecta con nuestra esencia amorosa original. En ese momento accedemos a una pulsión de fuerza que nos devuelve la salud y nos llena de vida.

El movimiento del alma hacia la materia es lo que da sentido a la existencia sobre la Tierra. Su principal propósito consiste en densificar la luz al máximo y entrar en el cuerpo. Solo así puede liberar las resistencias internas que se oponen al amor. Una vez hecho esto, ilumina la materia y crea algo que contribuye a la evolución de todos los seres. La primera tarea es lo que podríamos denominar la misión personal de vida (o disolución del karma), y la segunda, la colectiva (o realización del dharma).

Cuando nos desconectamos del espíritu, la luz que traemos a la Tierra se estanca y se distorsiona. Nuestras creaciones dejan de ser originales, perdemos la curiosidad por la vida y nos apagamos. El precio que pagamos por separarnos de nosotros mismos es muy variado (el aburrimiento, la autodestrucción, el aislamiento, la falta de salud, la perdida de creatividad…) pero siempre nos conduce hacia el mismo lugar: a vivir una crisis personal. Cuando el ego se siente derrotado e impotente se abre un resquicio de luz, el alma lo ilumina y nos alineamos de nuevo con nuestra divinidad interna. En estos momentos de lucidez nos responsabilizarnos de las emociones que estamos reprimiendo y nos disponemos a transformar nuestro carácter.

Tanto si eres consciente de ello como si no, el trayecto que realiza el alma sobre la realidad física es algo que no puedes evitar. Como es insoslayable, lo más inteligente es que lo favorezcas. En todo caso, el principal cometido de la vida consiste en mantener la armonía y una sana correspondencia entre nuestra individualidad (el ego) y nuestra multidimensionalidad (el espíritu y el alma). Es lo que los indios lakotas de América del Norte denominan caminar en la belleza.

La mensajera divina

Cada vez que soñamos, nos comunicamos con el alma. Los sueños sirven para actualizar las experiencias que necesitamos integrar en la vida cotidiana. Aceleran nuestra evolución y nos aportan soluciones que no somos capaces de ver en estado de vigilia. Como dice Carl Jung: «El sueño es la pequeña puerta escondida en el profundo y más íntimo santuario del alma». Sin embargo, no es el único vehículo que empleamos para relacionarnos con ella. Existen dos situaciones en la vida cotidiana en las que el alma se comunica con nosotros: los estados de turbación emocional y aquellos en los que tenemos intuiciones reveladoras.

Cuando sientes malestar emocional es porque el alma te está avisando de que algo no anda bien en tu vida. Si escuchas el mensaje, harás algo para liberar de forma consciente esa emoción y accederás a un nuevo nivel de experiencia. Puedes dar un paseo, leer, escuchar música, respirar con calma, solicitar la ayuda de un terapeuta, compartir tu situación con un grupo de autoayuda… El propósito del alma es experimentar la emoción a través del ego, pero de forma completa. Esto significa que no basta con reconocer la desazón y ponerle un nombre. Es necesario procesarla a través del cuerpo. Cuando ignoramos o rechazamos nuestro dolor interno, las emociones terminan por secuestrarnos. El resultado es que, en lugar de una respuesta creativa, reaccionamos de forma desproporcionada y, en cierto sentido, destructiva. Cada vez que reprimes una emoción, desoyes el mensaje del alma y creas un bloqueo en el aura. Con el tiempo, estas alteraciones energéticas terminan por echar raíces en el cuerpo y originan una enfermedad física.

«La tristeza del alma puede matarte mucho más rápidamente que una bacteria» (John Steinbeck). El alma es muy sensible. En su memoria recuerda todas las experiencias dolorosas por las que ha pasado en vidas anteriores. Por este motivo, ante una situación traumática rememora el dolor y se retrae con timidez. Si eres sensitivo, podrás notar como se desgaja, se rompe o es herida por dentro. Cuando sucede algo así, nos bloqueamos y somos incapaces de elaborar una respuesta creativa.

En una relación sexual, por ejemplo, el alma puede recordar haber sido violada, humillada, quebrada... Esta memoria se deposita en el campo energético y es registrada por las células del cuerpo que ocupan el área del abdomen (segundo chakra). Al contraerse de forma instintiva, provocan que el alma se retire de esa zona. La persona sentirá miedo y no podrá experimentar la energía sexual a nivel emocional. En este caso, se creará un bloqueo en el aura y el alma se quedará en el nivel del pensamiento (tercer nivel del aura) o cerca del corazón (cuarto nivel). Este tipo de conflictos generan mucha culpa, vergüenza, impotencia y también prejuicios sobre la sexualidad. En ocasiones, las personas permanecen unidas, pero crean un tabú en torno al sexo. En lugar de reconocer y afrontar el problema, lo excluyen de sus vidas y mantienen la relación al nivel del corazón. Se demostrarán cariño, pero su viaje espiritual se verá interrumpido temporalmente. También es frecuente que la relación se desvirtúe. Esto sucede cuando la persona traumatizada finge lo que no siente mientras sufre por tener que hacer algo que le da mucho miedo o por lo que siente mucho rechazo.

Para poder disfrutar de una relación sexual completa, ambos miembros de la pareja tienen que reconocer el bloqueo y trabajar para disolverlo. La persona saludable deberá conceder mucho espacio y amor a la que está herida y mostrarse muy respetuosa con sus emociones. Así, el alma podrá procesarlas y trascenderlas.

Cada vez que experimentamos una emoción perturbadora es que el alma nos está avisando de que algo no anda bien en nuestra vida.