La voz del corazón

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Tanto si eres escéptico como si no lo eres, al principio es muy útil crear una base racional concluyente que te permita reflexionar sobre esta idea. Cuando razonas de manera definitiva sobre tu naturaleza esencial, tu organismo se transforma y la percepción sobre la realidad cambia. Razonar de forma definitiva significa que, cada vez que creas un argumento, estableces una pausa, respiras y permites que la información entre en tu cuerpo y sea recogida por tus células. Los budistas, grandes maestros en el arte de conocer y utilizar la mente a voluntad, llaman a este recurso el conocedor subsiguiente25. Si, por ejemplo, examinas la perseverancia, puedes hacerte la siguiente pregunta: ¿ser perseverante me beneficia en algo? Observa la respuesta que emerge a la conciencia. También es útil que recuerdes situaciones en las que te mostraste perseverante y te fue bien. O que visualices una situación en la que te suelas mostrar disperso y la imagines al revés. De esta forma, la idea de que la perseverancia es una virtud personal que merece la pena ser desarrollada te resultará evidente y a todas luces incontestable.

El acceso al conocimiento directo

Disponer de una base argumental sólida te puede ayudar a descubrir el secreto que se oculta detrás de la esencia. El motivo es que, cuando la mente comienza a dudar, la retentiva mental trae al presente los razonamientos que has elaborado previamente. Eso te da confianza para perseverar y seguir sosteniendo la intención de rendirte a la sabiduría del corazón. No obstante, lo importante es que experimentes tu esencia de forma directa. No basta con que pienses o discutas sobre ella. Tienes que entrar en el silencio y sentirla a través del cuerpo. La meditación es una forma excelente de abrir esa puerta, pero puedes descubrirla haciendo otras cosas. Cualquier actividad puede convertirse en un vehículo de acceso al espíritu. Solo hay una condición. Que la concentración sea absoluta, de forma que la acción y la conciencia vayan unidas. En otras palabras, no piensas sobre lo que haces mientras lo haces, pero sabes lo que haces. Entonces, la propia acción te conduce a vivir una experiencia de flujo.

Las relaciones con otros seres, con determinados objetos o con los fenómenos de la naturaleza son instrumentos privilegiados para el acceso a la trascendencia. En realidad, cualquier situación vital puede servirte para conectar con tu divinidad interna. Lo único que debes hacer es reconocerte en ella y abrazarla con humildad. En ocasiones, tal y como me sucedió a mí aquella noche de invierno, la esencia nos toca sin previo aviso. La cuestión es que, al formar parte de ti, te puede sorprender en cualquier momento. Si deseas experimentarla solo necesitas estar atento y ser receptivo.

En todo caso, es importante distinguir entre el conocimiento intelectual, que está formado por una base racional sólida, y el que emerge a la conciencia de forma directa, como una revelación inmanente. El primero sirve de base para que el segundo altere nuestra percepción de manera significativa. Cuando cambias tu forma de ver el mundo, tu vida se transforma por completo. Imagínate que dejas de creer que es un lugar de escasez y limitaciones y comienzas a pensar que es indeterminado y abundante. ¿Qué crees que sucedería? Razonar sirve para preparar el terreno, pero la forma en la que ves la realidad solo se modifica cuando te dejas guiar por el corazón y trasciendes el ego. Tienes que ser osado, salir de tu zona de comodidad y abrirte a la incertidumbre.

Cuenta la leyenda que, en un reino muy lejano, un rey recibió como regalo dos pollos de halcón. Al cabo del tiempo, el maestro de cetrería le informó con gran pesar de que solo uno de ellos había aprendido a volar. El rey, disgustado, mandó llamar a los sabios del reino, pero nadie le pudo explicar el motivo de tal anomalía. Ofreció entonces una cuantiosa suma de dinero a quien enseñara a volar a su halcón. A la mañana siguiente, se asomó a la ventana y lo vio surcando el cielo a sus anchas. Sorprendido y alegre, hizo llamar a su presencia al autor del milagro. Ante él apareció el jardinero de palacio.

—¿Eres mago? –le preguntó.

—No, señor –contestó el muchacho.

—¿Y cómo lo hiciste? –interrogó el rey.

—Verá, majestad –dijo el jardinero-, yo solo corté la rama y el halcón se acordó de que sabía volar26.

La mejor forma de experimentar tu divinidad consiste en moverte por el mundo con una actitud creativa. Los artistas y los científicos obtienen su inspiración cuando conectan con el espíritu. Ser artista o científico no tiene nada de especial, todos los niños lo son. Tú también lo eres y lo único que debes hacer es integrar la experiencia espiritual que vives al hilo de tus creaciones y no dejarte confundir por la ilusión de la fama, el poder o el éxito. Los antiguos mayas afirman que los hombres de ciencia que se separan de su luz interior terminan consumidos por el fuego de su propia sabiduría. Es como si pretendiesen coger el aire con las manos o atrapar en un vaso toda el agua que brota de una cascada. En su intento terminan exhaustos y mueren desfallecidos en medio de una ansiedad infinita. Sobre los artistas dicen que, cuando viven atrapados por el ego, experimentan un estado de egolatría que los conduce a buscar sin descanso el halago, la fantasía o el escándalo. Entonces, su felicidad se torna frágil y quebradiza, pues solo se sostiene en su satisfacción personal.

En ocasiones, la revelación inmanente llega como resultado de una crisis existencial o de una situación extrema. Muchas personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte regresan con una percepción muy clara de su espiritualidad. Por lo general, el resultado suele ser impactante y sus vidas cambian por completo. Otras veces el dolor profundo que deja una crisis nos mueve hacia ese espacio de quietud y silencio del que surgimos renovados. Con mucha frecuencia, el sufrimiento es la única vía de acceso que admitimos a la hora de tomar conciencia de nuestra genuina grandeza.

La revelación inmanente nos conecta con nuestro núcleo divino interno. Es un acceso directo al amor en su estado más puro.

Cuando te familiarizas con tu esencia personal y confías en tu sabiduría interna, la intuición te informa con bastante certeza sobre lo que debes o no hacer en la vida. En este estado, todas tus experiencias vitales se tiñen de amor y sirven al propósito de desarrollar las virtudes y los talentos personales que has decidido manifestar sobre la Tierra. Para transitar por el camino del corazón, es muy útil razonar de forma definitiva. Sin embargo, desviarte del propósito esencial que te trae a la vida es muy fácil, pues la mente se distrae con cualquier cosa. Los pensamientos que dejas reposar sobre el cuerpo son muy valiosos y contienen un potencial muy elevado de transformación. No los desestimes.

A medida que te entrenes en la habilidad de razonar de forma meticulosa sobre un solo aspecto de la vida, te resultará más fácil recordar quién eres. También descubrirás qué has venido a hacer al mundo. Desarrollarás la intuición y abrirás una puerta que te conectará con la Tierra y te dará acceso al espíritu. Si permaneces alerta y eres receptivo, el elixir del amor te tocará en lo más recóndito de tu ser y te despertará al prodigio de la vida.

Liberarte del dolor es una condición

Para disfrutar de los beneficios del espíritu es necesario que reconozcas tu dolor interno y lo liberes. Esto no es negociable. La esencia de la que estás hecho tiene una base amorosa. El amor es una energía que se mueve desde ti y hacia ti de forma constante. Viaja desde frecuencias elevadas a otras más densas. Su propósito es llegar hasta tu cuerpo y proporcionarte la experiencia física de la salud y la felicidad. Sin embargo, en su intento por llegar hasta ti se encuentra con tus dramas personales.

El dolor interno que sentimos en el presente se origina en la infancia. Nace a partir de los traumas que hemos experimentado siendo niños y se va acumulando en nuestro campo de energía, formando bloques de conciencia estancada. La luz del amor empuja estas obstrucciones, disuelve las emociones que están reprimidas e ilumina las ideas erróneas que justifican y perpetúan nuestro dolor interno. Una vez hecho esto, el amor llega hasta el cuerpo y lo sana. Veamos un ejemplo. Si te sientes traicionado por alguien, es muy probable que adoptes el rol de víctima y pienses que él o ella es una mala persona. En esta situación, el amor hacia ti mismo libera el dolor interno y te ayuda a ver la parte de ti que está involucrada en el conflicto. De alguna forma, te fuerza a hacerte responsable de tus «malos funcionamientos» y te invita a soltar el temor que subyace en lo más profundo de tu inconsciente. Quizás tú mismo hayas atraído el engaño con tu forma de ser y comportarte.

Las personas que tienen miedo a confiar en los demás suelen ejercer un control demasiado férreo sobre su entorno. Viven en una tensión constante, pero no pueden mantenerla todo el tiempo. Llegado un momento, la presión es tan fuerte que acaba por agotarlas. Entonces, en lugar de relajarse y reconocer que tienen un problema de confianza, se sienten derrotadas y se vuelven dependientes de aquellos a los que han estado reprimiendo. Quizás comiencen a demandar un exceso de atención, se quejen de todo el trabajo que hacen o intenten dar lástima para que los demás se ocupen de ellas. El problema es que aquellos a los que han estado reprimiendo, al darse cuenta de su vulnerabilidad, se sienten desconcertados. Lo más probable es que desconfíen de sus intenciones. Para ellos, ocuparse de su opresor es muy complicado. Lo más seguro es que deseen alejarse, se nieguen en redondo a atender sus demandas o incluso aprovechen la ocasión para sacar algún beneficio o para desquitarse del trato recibido. El resultado es que lo «traicionan».

 

Estas situaciones son muy comunes. Para salir de este círculo vicioso, necesitamos liberarnos del miedo a confiar en los demás. Conectar con él y soltar el dolor que está oculto es una práctica muy saludable. Sin embargo, no resulta fácil, pues nuestra naturaleza básica es amorosa y lo que deseamos es vivir desde el placer, es decir, de acuerdo con lo que somos. Como hemos encapsulado las experiencias dolorosas del pasado para intentar olvidarlas, cuando intentamos confiar en alguien, el miedo a ser «traicionados» emerge de nuevo a la conciencia. El amor nos invita a liberar el dolor que mantenemos oculto, pero nosotros no deseamos revivirlo. Entonces nos protegemos y oponemos resistencia. En definitiva, el amor nos da miedo.

El problema es que, si no liberas el dolor, el placer tampoco puede expresarse. El flujo de amor divino que pulsa hacia ti se desvía de su camino y se distorsiona. No te alcanza de lleno. En esta situación vives dividido. Niegas la parte de ti mismo que no te gusta y fabricas una imagen idealizada con la información de lo que sí te agrada. El resultado es parcial e incompleto. Es como si anduvieras cojo o maltrecho.

Para desplegar tu verdadero potencial sobre la Tierra tienes que amarte a ti mismo y, para ello, necesitas crear un diálogo constructivo con esa parte de tu personalidad que necesita ser sanada y que no resulta evidente, pues subyace en un nivel por debajo de la conciencia. No obstante, está llena de experiencia, coraje y autenticidad y sin su autorización nunca podrás disfrutar plenamente de la vida. Si deseas realizarte, es fundamental que te hagas responsable de tu malestar y lo liberes. No lo reprimas pues, a medida que sanas tus viejas heridas, creas espacio para lo nuevo. Esto significa que tu evolución no se estanca.

Somos seres divinos, humanos y también animales. De estas tres condiciones, la segunda es la más importante. La humanidad permite que la divinidad y la animalidad convivan para poder crear algo nuevo. Lo que hacemos sobre la Tierra no es cualquier cosa. No es un mero acto de supervivencia. Estamos aquí para integrar el espíritu en la materia y poder así liberarnos del determinismo biológico que está condicionando nuestra conducta. Estás invitado a trabajar en la construcción de una dimensión humana que te exima de vivir cautivo de las pulsiones instintivas animales. Si has decidido transcender a la naturaleza y ser libre, necesitas incorporar a tu personalidad el amor como forma de vida. En caso contrario, seguirás subordinado a tu biología, pero con una salvedad: ya no dispones de los mecanismos reguladores con los que cuentan los animales. Como veremos más adelante, esta circunstancia es muy especial y conviene conocer su alcance y sus implicaciones en el despertar de la conciencia.

Si deseamos realizarnos personalmente, tenemos que liberar el dolor interno que nos acompaña a lo largo de la vida. Para ello, debemos abrirnos al espíritu y permitir que el amor nos sane.

El significado de vivir en conciencia

Vivir en conciencia implica aceptar que la realidad es un campo indeterminado de posibilidades que no está limitado por la materia (la genética, las reacciones fisicoquímicas que tienen lugar en las moléculas o en las células…). Existe porque algo dotado de intención (la conciencia) organiza la energía y le da una coherencia concreta. El metabolismo celular, por ejemplo, solo es posible cuando la célula se activa con luz. De acuerdo con el biofísico alemán Fritz Albert Popp, lo que permite que los cuarenta billones de células que forman nuestro organismo interaccionen entre sí, en el momento y en el lugar precisos y de la forma más conveniente para preservar la vida, son unos elementos lumínicos llamados biofotones. Nuestras células se comunican entre sí a través de distintas frecuencias lumínicas y, cuanto más intenso y coherente es este campo de energía, más efectivo resulta el intercambio de información27. Estos rayos de luz son los responsables de que todo tu cuerpo funcione a la perfección y revelan algo sorprendente y de enorme belleza: vivimos de información y somos seres de luz28.

Lo interesante desde el punto de vista del desarrollo personal es que los seres humanos tenemos la capacidad de situar nuestra atención en los campos de energía que nos rodean. En otras palabras, podemos entrar en coherencia con la luz encargada de organizar la materia y, de este modo, activar las experiencias por las que deseamos transitar en el futuro. No podemos predecir el resultado, pero tenemos poder para influir sobre este en sentido positivo o negativo. La cuestión estriba en decidir la dirección de un proceso evolutivo que, dicho sea de paso, es imparable. Desde la perspectiva del espíritu, vivir en conciencia significa alinearnos con la dimensión espiritual de nuestra personalidad y permitir, a través de un acto trascendente, que se integre con el ego.

La diferencia entre ser consciente o dejar que la inercia marque la pauta se asemeja a recorrer una espiral o un círculo. Si transitas por una espiral, cada situación vital se convierte en una experiencia novedosa y hasta cierto punto enriquecedora. Los problemas de relación se repiten, pero tu forma de verlos se va modificando de forma paulatina. Al hacerte responsable de la parte que te corresponde solucionar dentro del conflicto, ganas en conciencia. Entonces los mecanismos de defensa que están condicionando tu comportamiento se van retirando para dejar paso a tu esencia personal más genuina. Cuando el problema retorna, tu mirada es diferente, más compasiva y honesta. El corazón gana en presencia y la vida pasa a ser un proceso de transformación constante en el que tanto el dolor como el placer se convierten en aliados del crecimiento. La ventaja de vivir en conciencia es que los conflictos se difuminan y acaban desapareciendo. El amor es siempre más fuerte que el dolor.

Vivir de forma consciente29


En un círculo, las vivencias se repiten de forma cíclica y el equilibrio que estableces con el entorno presenta siempre la misma tensión creciente. Los estímulos externos o internos que rompen tu tranquilidad transitoria insisten en mantenerse. A su vez, los estados emocionales a los que te conducen, así como la forma que tienes de resolverlos para volver al equilibrio, son siempre los mismos. Los enfados y las quejas se repiten de manera indefinida. Los miedos se perpetúan y las rutinas te conducen al olvido permanente. Al negar el dolor como fuente de conocimiento y al reincidir en el placer conocido, lo que obtienes es la adicción como forma de conducta o el aburrimiento crónico.


Vivir por inercia



Existen dos razones fundamentales por las que nos cuesta tanto vivir en conciencia: una es la ignorancia y la otra es el miedo. Sin información es difícil decidir y nadie te ha enseñado a escuchar a tu cuerpo, a regular tus estados de ánimo o a dominar tu mente. Todavía sigues creyendo en lo que te han contado. Piensas que el mundo es así y que lo único que puedes hacer es adaptarte y sobrevivir. En lugar de crearlo, te resignas a vivir en él. Tampoco te han enseñado a desarrollar tus verdaderos potenciales ni tus talentos. Si no sabes lo que eres, ¿cómo vas a crecer de forma saludable? Por otro lado, hacerte consciente de tu auténtico poder te da miedo. Implica salirte de lo convencional y de todo aquello que está establecido por la familia o por las normas que impone la sociedad. Tienes temor a ser rechazado, abandonado, humillado, herido, ridiculizado, traicionado…, de modo que intentas encajar y ajustarte a lo que se considera normal.

Este intento te causa malestar, pues internamente te sientes traicionado por ti mismo. El inconformismo te conduce de forma natural sobre tu esencia, pero al conectar con ella sientes miedo. Ya hemos visto por qué: el amor te muestra tu oscuridad y eso te asusta. Para evitar tener que enfrentarte con tus sombras, las proyectas hacia afuera o hacia dentro. Eso te conduce a culpar a otros o a ti mismo de lo que sientes. En este punto, ya te has extraviado.

Al encontrarte perdido, sientes la necesidad de protección y buscas que alguien externo a ti confirme lo que crees que eres (una buena persona). Esto es algo que solo consigues de vez en cuando. Además, el sentimiento que te proporciona es transitorio. Para calmar tu ansiedad, te refugias en lo conocido: una copa, sexo, un libro, deporte, trabajo, música, compras, viajes, televisión… Cuando te das cuenta de que nada externo a ti mismo te puede hacer feliz, te decides a dar el paso y entras en el silencio. En ese momento, tu dolor aparece ante tus ojos de forma desproporcionada. Esto es debido a que desde niño te has ido protegiendo de él. En cualquier caso, al sentir que tu oscuridad es más grande que tú, la rechazas de nuevo.

Vivir en conciencia equivale a recorrer una espiral. Los problemas se repiten, pero nuestra mirada sobre ellos es cada vez más neutra, compasiva y sabia.


«Cuando nos sentimos responsables, comprometidos e implicados, experimentamos una profunda emoción, un gran valor» (XIV Dalai Lama). A nivel colectivo, la evolución de la humanidad sobre la Tierra depende de la responsabilidad que seamos capaces de asumir como individuos. Los seres humanos hemos llegado ya a un nivel de desarrollo tecnológico y científico en el que podemos alimentar, proteger y facilitar el progreso de las personas sin poner en peligro la salud del planeta. El problema no son la información, el diseño, la tecnología o el conocimiento, sino el uso que hacemos de todo ello. Lo sabemos, pero nos cuesta actuar en consecuencia. Tendemos a proyectar la imagen de un mundo irreal (en positivo o en negativo) y esperamos a que las cosas sucedan para sumarnos a la celebración (o al descalabro) colectivo. Seguimos en la retaguardia porque aún no hemos asumido el compromiso de la transformación y la transcendencia personal. Nos hemos olvidado de que aquí solo hay un sistema, sin buenos ni malos. Que no hay que luchar contra ellos ni unirse a ellos, que no hay nosotros y ellos, que todos somos uno.

Al prosperar de manera individual sin contravenir las leyes que rigen el funcionamiento del universo, lo material deja de ser un fin en sí mismo. Se convierte en la consecuencia de un actuar que mira siempre por la contribución colectiva. La alegría, la unidad, el amor, la bondad y la colaboración son los pilares del momento presente. Mantente abierto hacia el impulso que te motiva, hazte consciente del proceso que estás viviendo y toma tus decisiones desde el corazón. No fuerces el cambio. Deja que el amor te transforme.

A medida que hay más personas despiertas, los colectivos se van retroalimentando y la conciencia colectiva se regenera más rápido. Los cambios nunca son lineales. Un buen día, el corazón de la humanidad se manifestará como una sola voz. Clamará con tanta fuerza que será irresistible. Entonces podremos decir con orgullo: «Sí, lo logramos. Recuperamos nuestro poder personal y nos hicimos conscientes de nuestra legítima grandeza. Teníamos el conocimiento y disponíamos de la solución tecnológica. Escuchamos los avisos de la Tierra y nos dejamos tocar por el amor. Resolvimos los conflictos internos que nos estaban destruyendo y conseguimos lo que parecía una utopía: que la mayor diversidad posible de formas de vida y de conciencia pudieran convivir en paz y en armonía. Este es nuestro legado».