La voz del corazón

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A partir de entonces me dediqué en cuerpo y alma a tratar de comprender lo que me estaba sucediendo y a buscar una solución definitiva para mi dolencia. Pasé los siguientes años experimentando con una amplia variedad de escuelas y maestros relacionados con el desarrollo personal. Compartí mi vida con yoguis, consteladores familiares, videntes, sanadores, chamanes, masajistas, bailarines, reikistas, sacerdotes, psicólogos, monjes budistas… Al mismo tiempo se me ofreció la oportunidad de ayudar a otras personas, de modo que comencé a trabajar como formador, terapeuta y coach.

Después de buscar con ahínco la solución a mi problema, me di cuenta de que la salud física es una consecuencia de algo que subyace en lo más recóndito del ser. Por consiguiente, lo que hay que sanar no es el cuerpo, sino la personalidad y el alma. Tardé cerca de tres años en recuperarme y, cuando por fin confirmé que ya no tenía dolor físico, me percaté de algo interesante: la persona que había contraído aquella extraña enfermedad ya no existía. Mi forma de ser y de relacionarme con el mundo había sufrido una profunda alteración. Aún me quedaba mucho camino por recorrer, pero disponía de una energía, vitalidad y alegría renovadas. Me sentía muy orgulloso por lo que había conseguido y en mí se fue gestando un anhelo muy sincero de compartir mi experiencia con otras personas. El desarrollo personal se había convertido en el centro y en el motor de mi vida. La aventura no había hecho más que comenzar.

Este libro surge a raíz de un extenso y profundo proceso de transformación y trascendencia personal. Un recorrido que ha cambiado por completo mi percepción y mi forma de estar en el mundo. A diferencia de lo que le sucede a otras personas, mi entrada en la madurez del corazón ha sido lenta, progresiva y meticulosa. He vivido la supremacía del ego y también su estrepitosa caída en el tortuoso laberinto de la enfermedad, la incomprensión y la desesperación más absoluta. He superado muchos obstáculos y comprendido que la connivencia con el alma y finalmente la rendición al espíritu son la clave para sanar de cualquier dolencia física. Sobremanera, es ineludible si deseamos desarrollar el enorme potencial creador que albergamos en nuestro interior.

Me siento muy agradecido a todas las personas con las que he compartido este viaje. En especial a mis maestros y a mis alumnos. Gracias a ellos he podido descubrir el verdadero sentido de mi vida. Si tuviera que definirlo de forma escueta, diría que estamos aquí para vivir experiencias de lo más diverso, para aprender de ellas y para beneficiar a otros seres con nuestras creaciones originales. Para ser feliz hay que hacer dos cosas que, a mi modo de ver, son fundamentales: liberarse del dolor interno y potenciarse en las virtudes y los talentos personales. Cuando te comprometes a este nivel, lo demás sucede de forma natural.

En este libro trato algunos aspectos que nos pueden ayudar a entender el papel que estamos desempeñando los seres humanos en el planeta Tierra y en el universo. También me propongo sentar las bases que sostienen cualquier proceso de transformación personal que se desee hacer de forma consciente. Algunas de estas cuestiones son ya evidencias científicas que no podemos seguir negando por más tiempo. Otras forman parte de mi experiencia personal y, aunque se mueven en los márgenes de la ciencia, lo hacen a nivel especulativo o teórico. Por razones de espacio, el estudio pormenorizado de cada una de las dimensiones de nuestra personalidad será objeto de otro libro.

En cualquier caso, lo importante es contribuir a un proceso que hunde sus raíces en la memoria de los tiempos y en el que ahora mismo está participando mucha gente. El desarrollo personal forma parte ya de nuestra cultura. Se ha introducido en apenas unos años y ha llegado para quedarse. La enorme cantidad de metodologías y propuestas que hay en la actualidad y la amplia variedad de enfoques evidencian que la sociedad lo está pidiendo. En parte porque el viejo paradigma ya no nos sirve para seguir avanzando, pero sobre todo porque formamos parte de un cambio global que está siendo impulsado por la Tierra a nivel energético. Una situación de la que no podemos escabullirnos.

Los adultos tenemos libertad y recursos para decidir sobre nuestro crecimiento personal. Podemos hacer de nuestro viaje un acto consciente y creativo o funcionar por inercia, hasta que un día nos sorprenda la muerte. El viaje es corto y cada uno elige su propio destino. Sin embargo, los niños no tienen esta posibilidad. Si deseamos que cojan el timón de la sociedad, tenemos que allanarles el camino. Necesitan protección y la mejor forma de dársela es ayudándolos a que sean conscientes de su evolución personal para que puedan desarrollar al máximo su condición de seres humanos. En este sentido, nada me complace más que poder contribuir a este propósito. Gracias por tu presencia y buen viaje, querido lector.

Primera Parte. UNA PUERTA ABIERTA A LA ESPIRITUALIDAD

I: EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA

Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es.

Jorge Luis Borges

Debemos considerar nuestra evolución personal desde una perspectiva integradora. Esto quiere decir que la realidad física y la espiritual forman parte de nuestras experiencias vitales. Cualquier proceso de sanación o de evolución que pretenda ser significativo debe contemplarlas de forma interdependiente.

El cambio de paradigma

Sabemos ya que el espíritu y la materia son indisociables, pero seguimos separándolos de forma sistemática. El cambio de paradigma al que asistimos trae consigo mucho desconcierto. Una de las contradicciones más explícitas consiste en negar el mundo espiritual para vivir exclusivamente en el material o viceversa. En cualquier caso, la posibilidad de integrar ambas realidades se nos antoja muchas veces confusa, lejana o incluso peligrosa. Negamos esta posibilidad porque vivimos identificados con la dualidad. En un universo dual, la realidad se organiza sobre principios antagónicos. De acuerdo con la doctrina dualista, el espíritu (la luz) representa el bien, y la materia (la oscuridad), el mal. Esta creencia forma parte de nuestra cultura desde hace miles de años. Al principio se usó para explicar el origen de la creación, pero con el paso del tiempo fue impregnando muchas áreas de conocimiento. Hoy en día forma parte de nuestro sistema de pensamiento. La razón se opone a la intuición, lo femenino a lo masculino, la riqueza a la pobreza, el frío al calor, lo que está bien a lo que está mal…

Esta forma de pensar nos fuerza a elegir entre uno de los dos polos de la dualidad y, con ello, nos crea un conflicto. La vida se convierte entonces en un eterno dilema. En lugar de observar de forma neutral los hechos o las experiencias que vivimos, tendemos a juzgarlos o a etiquetarlos y lo hacemos de acuerdo con conceptos que son antagónicos. Al observarte a ti mismo, actúas igual. Te divides. Tratas de hacer las cosas bien porque piensas que hay una forma de hacerlas mal y, cuando te sales de ese cliché, te sientes fatal. La dualidad te conduce a vivir enfrentado contigo mismo. Si piensas en el espíritu y en la materia, lo primero que haces es separarlos y, si alguien te dice que son manifestaciones de una misma realidad, lo niegas. La negación es un mecanismo de defensa22. Nos negamos a creer algo porque no nos atrevemos a experimentarlo. Es una forma de darnos tiempo antes de admitir la posibilidad de que eso que estamos rechazando sea cierto o nos pueda aportar algún valor. Cuando no estamos preparados psicológicamente para asumir una nueva realidad, tendemos a protegernos. Lo hacemos a través de la negativa, la desvalorización o la destrucción. Sin embargo, cuando ya nos sentimos preparados para aceptarla, la admitimos como si la conociéramos de toda la vida.

Vivir desde el corazón nos conduce a integrar los contrarios que forman parte de la dualidad. Para ello tenemos que modificar los supuestos sobre los que basamos nuestro comportamiento y dar un salto de conciencia. En estos momentos, la humanidad se encuentra en un momento de gran trascendencia histórica, pues los sistemas de creencias que gobiernan nuestra vida cotidiana están siendo cuestionados. Esto genera convulsiones en la sociedad, en los grupos humanos y en los individuos y también numerosas contradicciones.

Antiguamente, por ejemplo, visualizar el campo de energía de una persona se consideraba algo sobrenatural. Hoy no tiene nada de raro registrar con ayuda de la tecnología las distintas capas de energía que rodean el cuerpo físico y, en función de los resultados obtenidos, determinar si la persona está sana o tiene problemas de salud23. Nadie niega el hecho de que la energía viaja a través del espacio, pero muchas personas rechazan la posibilidad de que nosotros seamos canales para su recepción y transmisión. La posibilidad de comunicarnos mediante telepatía, clarividencia, clariaudiencia o a través del conocimiento directo se ve todavía como algo raro o esotérico. No obstante, constituye el principio de la inspiración creativa y el motor de la innovación, que es el principal activo económico de nuestros días y uno de los discursos mediáticos dominantes.

La mayor parte de las personas tienden a pensar que la ciencia es una verdad incuestionable cuando lo cierto es que tan solo es transitoria. Casi todos los grandes científicos admiten que, sin una chispa de inspiración divina, sus trabajos no habrían transcendido más allá de sus despachos. Como dice el gran físico y matemático alemán Max Planck: «Para los científicos, Dios está al final de todas las reflexiones». Lo que otorga validez a la ciencia no son las pruebas experimentales ni las fórmulas matemáticas que verifican y ordenan las hipótesis teóricas, sino el sistema de creencias que las admite como ciertas. Si, por ejemplo, caes enfermo de gripe y te tomas la medicación que te receta el médico, es porque confías en sus efectos de manera inequívoca. Seguramente creerás que la investigación farmacológica los legitima. En cambio, si piensas que la gripe es la respuesta natural que produce el organismo para depurarse y evitar el desarrollo de una enfermedad crónica, la pasarás sin medicarte.

 

El nuevo paradigma científico nos dice que la realidad básica es la conciencia. Sin embargo, mientras no confíes en tu poder para crear la vida que deseas experimentar, lo negarás y seguirás intentando encajar en un esquema social arbitrario. La verdad solo la reconoces cuando la recuerdas, pero el recuerdo no se basa solamente en traer al presente la información que tienes almacenada en la memoria. Para recordar tienes que amar. Es preciso que te dejes sentir y que abras el corazón. De esta forma, te pones en coherencia con el universo y traes a la dimensión humana la información que necesitas procesar para avanzar en equilibrio. El amor es la fuerza más poderosa de la vida. Es el único eslabón capaz de salvar todos los límites que te separan de la salud y la felicidad. Para poder amar tienes que dejarte tocar por tu esencia y consentir que esta te transforme. Eso implica trascender al ego. En suma, tienes que arriesgarte y saltar.

Los modelos de relación que pretenden perpetuar la ilusión de separación entre la vida espiritual y la material ya no sirven. Esto es algo que no podemos seguir negando por más tiempo. Nos encontramos en el vórtice de una vorágine de la que no tenemos precedentes. La revolución tecnológica está acelerando el proceso del cambio y la crisis cultural y social que vivimos en la actualidad lo confirma sin ninguna duda. Ahora no podemos vislumbrar el resultado de esta formidable mudanza y, quizás por eso, tendemos a refugiarnos en lo conocido.

La incertidumbre nos sigue dando miedo. El problema es que la casa se está desmoronando. Hay muchas goteras, las ventanas no cierran y el suelo se resquebraja bajo nuestros pies. Cuando queremos tapar un agujero, aparecen dos o tres en otro lugar… La intervención parcial sobre los problemas y las necesidades que la humanidad tiene planteados ha dejado de ser eficaz. Necesitamos respuestas globales que sean capaces de contemplar todo el panorama. Por esta sencilla razón, nos estamos moviendo hacia el corazón. La mente racional ha fracasado en su intento por dominar la realidad. No es que sea inútil, pero no sirve como guía y no puede liderar el proceso del cambio. Si te duele un órgano, la mente se centra en el problema y trata de resolverlo. El corazón, en cambio, lo relaciona con el resto del cuerpo y te ofrece una solución holística.

El cambio de paradigma implica comenzar a vivir bajo un nuevo supuesto. Nos está invitando a ser responsables de nuestra evolución personal a un nivel al que no estamos acostumbrados. Puedes levantarte por la mañana y funcionar por inercia o despertar a la vida todos los días. La diferencia es notable. La idea de que la realidad es así forma parte de este viejo sistema de creencias basado en la separación. Es una imagen que te está excusando a la hora de intervenir sobre ella para transformarla. Por otro lado, la idea de que no puede seguir siendo así también es anticuada y te mueve a forzarla para que se ajuste a tus deseos y expectativas. Sin embargo, hay un camino intermedio que dice que las cosas son como tú las ves y, por tanto, que siempre te están hablando de ti mismo. Si lo sigues, te responsabilizarás totalmente de lo que estás viviendo en cada momento y, al mismo tiempo, ejercerás una influencia positiva en el conjunto de la humanidad y en la propia Tierra, a cualquier escala.

El cambio de paradigma es el germen del cambio social. Cuando muchas personas cuestionan los modelos de pensamiento vigentes y cuando la ciencia demuestra sus límites (o su invalidez), el advenimiento de una nueva civilización es inexorable.

El latido de la creación es el amor

La esencia personal de la que procedemos solo tiene valor y utilidad cuando nos atrevemos a experimentarla. No necesitas comprender lo que significa tu naturaleza básica ni tampoco intentar conectar con quien ya eres. Lo único que necesitas hacer es vivir a partir de tus sentimientos. Todo lo que procede de la esencia es grandioso, verdadero y alegre y alberga un enorme potencial de transformación. Cuando conectamos con ella de forma intencionada, consciente y continuada, logramos sanar de cualquier dolencia. Puede llevarnos más o menos tiempo, pero sus efectos son inequívocos. El cuerpo no lo refleja siempre (sobre todo si está muy deteriorado), pero sí lo hace el alma.

Cuando estás en sintonía contigo mismo, la rumiación mental, las preocupaciones, la autocrítica destructiva y los juicios de valor que te separan de otros seres desaparecen. Además, las emociones perturbadoras que te conducen a reaccionar de forma dañina y desproporcionada se disuelven como el humo de copal. Finalmente, la energía que fluye desde tu núcleo divino alcanza el cuerpo y lo repara. Al liberarte del dolor interno, el contacto con la esencia se hace más tangible y puedes desplegar sobre la Tierra tu verdadera grandeza. Esto significa que tus sueños se hacen realidad más fácilmente. Es la dinámica que explica el maestro Jesús cuando dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».

Lo que sentimos cuando nos atrevemos a vivir desde nuestra esencia es amor. Si tuviera que definirlo diría que es el movimiento que realiza el espíritu hacia la realidad física. Los pensamientos elevados, los sentimientos de plenitud, alegría, fe, éxtasis, etc. y las certezas absolutas que nos conducen hacia la acción surgen del plano de la esencia. El amor nos mueve hacia la inocencia, la unidad, la colaboración y la alegría. La personalidad en la que te reconoces está hecha a partir de tu naturaleza amorosa. Tu mente es un reflejo de tu esencia que vibra en una banda concreta de frecuencias, y lo mismo sucede con tus emociones y tu cuerpo.

Tu esencia es única y agrupa todos los principios superiores que has logrado integrar en tu viaje a través de la dualidad24. Es un lugar lleno de belleza y el principio desde el cual emerge la vida. A medida que despliegas tus verdaderos talentos, tus creaciones se enriquecen con más energía procedente de ella. Entonces tu conexión se intensifica, se hace más clara y eso te proporciona más vitalidad y una mayor capacidad creativa. Somos amor. El lama tibetano Tulku Lobsang afirma que la razón por la que nuestra realidad básica es amorosa es porque todos buscamos lo mismo: ser felices. ¿Hay alguien que se despierte por la mañana con la intención de sufrir un poco más que el día anterior? Estamos viajando desde dimensiones elevadas a otras más densas y, aunque no siempre escuchemos al amor o nos dejemos llevar por él, su presencia es permanente. Está dentro y fuera de ti e irradia desde ti (desde tu esencia) y hacia ti de forma masiva y en todas direcciones.

Si intentas definir o darle forma a tu esencia, lo que haces es limitar tu experiencia. Te haces pequeño y te sitúas fuera de ti mismo. Algunas personas la colocan en un pedestal y le piden que realice los milagros que solo a ellas les corresponden hacer. Otras la intentan encajar en un teorema o en una formulación matemática. Para la persona espiritual, la idea de demostrar su existencia no es importante. Tampoco hay ninguna necesidad de rechazarla ni aceptarla. Es solo un nombre. Forma parte de un sistema de creencias arbitrario y por ello tiene el mismo valor que las palabras prana, chi, luminosidad base, Dios, sopa cuántica, energía universal, orgón, etc. En definitiva, es algo que simboliza nuestra divinidad interna y lo que tiene interés es su reconocimiento y el uso que hacemos de ella a partir de la experiencia personal.

El amor es un movimiento que acoge realidades diferentes para inspirar un cambio positivo en la experiencia. Así como la luz es información, el amor es creación. Para conocerlo, es necesario experimentarlo en relación a otros seres. Las personas expresamos y recibimos amor de infinitas maneras. No hay un estándar, pues es un principio creativo, no un consenso colectivo. Muchas personas lo confunden y tratan de obtenerlo de los demás para llenar un vacío existencial. En este caso, se convierte en una especie de regateo afectivo, un juego enmascarado de falsos cumplidos e intereses encubiertos. Hacemos lo que socialmente se espera de nosotros para que nos quieran, pero el vacío nunca desaparece.

El amor no es algo que se pueda comprar. Si deseas sentirlo, solo tienes que reconocerte con derecho a recibirlo. Cierra los ojos, respira con calma y acepta su presencia. Estás hecho de amor, así que solo tienes que dejar que emerja desde tu interior. A partir de ahí, puedes hacer con él lo que quieras. Siempre está a tu disposición. Lo puedes compartir o experimentarlo en soledad. Tú eres la fuente de la que mana y el cántaro que rebosa. Eres ambas cosas. Lo que importa es que te ames a ti mismo. Es decir, que seas sincero y que no te escondas bajo el disfraz de la máscara. El amor te ayuda a ver lo que no eres (tus zonas oscuras) y eso, en ocasiones, te puede llegar a atemorizar. No tengas miedo a tu sombra porque el amor es más fuerte. Cuando te encuentres en una situación conflictiva, pregúntate: ¿qué haría el amor en este caso? Después, déjate sentir y actúa.

Todos los seres vivos partimos del amor y regresamos a él. El principio creativo del que procedes está contenido en cada átomo y en cada célula de tu cuerpo, por lo que nada de lo que te sucede es ordenado por ninguna entidad que no resida dentro de ti mismo. Por este motivo, el amor es capaz de restablecer la salud y es el ingrediente imprescindible de la felicidad. Si rechazas tu esencia amorosa y te separas de tu divinidad interna, estableces límites a tu capacidad de sanación y transformación personal. Durante mucho tiempo, los seres humanos la hemos negado y hemos vivido dominados por el miedo, que es una energía de muy baja frecuencia. En lugar de expandirnos, nos contrae, nos cierra y nos oculta a los ojos de la esencia. En cierto sentido, esta negación ha sido necesaria, pues solo al oponernos a la luz hemos sido capaces de experimentar la oscuridad para comprender lo que esta significa. De este modo, ahora podemos trascenderla y crear algo nuevo.

En estos momentos hay muchas personas en todo el mundo que están recordando lo que realmente son y despertando al amor. ¿Eres tú una de ellas? Esta remembranza te conduce a aceptar tu propia oscuridad para poder así trascenderla. También te invita a reconocer tus verdaderos potenciales para desarrollarlos al máximo. Es un camino de «iluminación» que te mueve hacia la integración, tanto de la luz como de la oscuridad. Aquí la lucha entre el bien y el mal se termina y los conceptos tradicionales del bueno y el malo desaparecen. En su lugar, lo que haces es crear una realidad diferente a la que conoces.

La integración transciende la dualidad. Esto es algo que solo puedes hacer desde el corazón (no desde la mente), de modo que permite que sea él quien te guíe. Cuando te dejas llevar por la intuición, tus más profundos anhelos se convierten en algo irrenunciable y accedes a un nuevo nivel de experiencia. Entonces la responsabilidad, la salud, la armonía y el placer se incrementan de forma progresiva. Los beneficios de vivir según los dictados del corazón son evidentes y muy numerosos. Por otro lado, la sabiduría que acumulas y lo que haces con ella representan tu aportación al conjunto de la creación y al plano mismo de la esencia. Recuerda que todo el cosmos te está observando y quiere ayudarte para que hagas realidad tus sueños.

Amar significa integrar la luz y la oscuridad. Solo el amor puede hacer algo así. Para amar necesitamos conectar con nuestra esencia y reconocer la pulsión de fuerza que habita en nuestro interior: nuestra divinidad interna.

Conecta con tu esencial personal

Me había quedado a dormir en casa de mi madre. Era invierno y la lluvia golpeaba con fuerza contra los ventanales. El viento rugía a placer arrastrando oleadas de agua y haciendo bramar los árboles. Me desperté con el ruido descomunal de un trueno. Serían las dos de la madrugada. Abrí los ojos. El fragor de la tormenta retumbaba con toda su intensidad. Me encantaba esa sensación. De repente comencé a escuchar un eco muy lejano, como una reverberación. Al principio pensé que sería un transformador o algún aparato eléctrico, pero rápidamente me di cuenta de que aquella vibración procedía de otro lugar. Permanecí inmóvil, respiré con calma y dejé que mi cuerpo me diera la pauta.

 

Cuando ya me disponía a dormir de nuevo, sentí que una energía muy fina, como un hilo de plata, se introducía en mi cuerpo. La hebra de luz pasó entre mis piernas, subió a lo largo de mi columna y salió por la parte anterior de mi cabeza hasta perderse en el infinito. Entonces adquirió más intensidad y más presencia, como si se acomodase dentro de mí. Mi cuerpo pareció elevarse y yo me quedé como suspendido en el aire por un hilo luminoso. Permanecí varios minutos a merced de esta energía y supe que una gran conciencia me estaba tocando al nivel de la esencia. En un momento dado escuché, a unos quince centímetros por encima de la cabeza, algo parecido a un chispazo. Inmediatamente después viví un instante de lucidez y comprendí que todos estamos conectados formando parte de una unidad. Me sentí dentro de un gran océano de amor y mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba flotando en medio de la pureza. Comprendí el infinito amor que todos los seres irradian de forma incondicional, por el mero hecho de existir, y me sentí inmensamente agradecido por ello. En ese instante, una voz profunda y clara me dijo: «El Gran Consejo». Más tarde, el flujo de energía cesó y todo volvió a ser como antes.

Dos semanas después me encontré con mi amigo José Miguel Carrillo de Albornoz, descendiente directo del linaje de sangre del emperador azteca Moctezuma II. Cuando le conté lo que me había sucedido, me entregó un libro titulado El Gran Consejo. Era un manuscrito sagrado que contenía las enseñanzas de la cultura maya. Solo hay seis ejemplares en todo el mundo, de modo que tuve que leerlo en una semana y devolvérselo a su dueño. Su lectura me condujo por una línea de tiempo ancestral y modificó por completo mi forma de ver la realidad.

Si deseas amarte incondicionalmente, necesitas encarnar de forma consciente tu propia divinidad. Para ello tienes que dejar de fabricar tu identidad a partir de lo que piensas o sientes que eres y abrirte al espíritu. A medida que te vas dejando guiar por la energía que brota de tu esencia, los preceptos culturales que hoy te sirven como referencia se debilitan. Cuando esto sucede, la forma de percibir y actuar sobre la realidad cambia y tú te transformas en otra persona. Conectar con la esencia personal puede parecer un ejercicio complejo o místico pero, en la práctica, es muy sencillo. Solo tienes que respirar y entrar en la quietud del silencio. En realidad no hay que hacer nada. No tienes que irte a una montaña, encerrarte en una cueva durante días ni ayunar interminablemente. Nuestro núcleo divino interno no necesita ser buscado, tan solo reconocido y aceptado.

Cuando el ego gobierna la vida, la esencia aparece velada y no hay forma de conectar con ella. La mente quiere controlar la realidad, pero lo que hace es anularla. Cierra las puertas y el alma se esconde a la espera de una oportunidad mejor. Cuando te abres al sentimiento y a la intuición, el alma derrama sobre el ego el néctar de su esencia. Entonces vives la experiencia física de la salud y la felicidad. Conoces esta sensación, pero no siempre deseas admitir que procede de la dimensión espiritual de tu personalidad. En este caso, la plenitud o la dicha son pasajeras. Como si fueran pájaros mensajeros que tocan tus cabellos para recordarte quién eres y evitar que te pierdas en el olvido.

Una buena manera de conectar con la esencia consiste en razonar sobre su significado. De esta forma, cuando aparecen los prejuicios o los miedos, la mente no duda de su existencia y tú puedes sostener la intención de seguir viviendo desde el corazón. Supongamos, por ejemplo, que eres una persona religiosa. En este caso, debes reflexionar sobre la idea de Dios como fuente de toda la creación. Si Dios representa el origen de todo, cualquier cosa es una creación suya. De igual forma sucede con un padre que es el creador de su hijo. De acuerdo con este razonamiento, Dios no puede existir sin ti pues, si tú no existieras, Dios sería otra cosa. Lo mismo le sucede al hombre que tiene un hijo. Es padre porque tiene un hijo. Si no lo tuviera, sería solo un hombre, o sea, otra cosa. Si Dios solo existe en la medida en que existen sus creaciones, estas son una parte indisociable de Él. Por tanto, si Dios es el origen y la esencia de la creación, tú también lo eres. Siguiendo este razonamiento puedes llegar a comprender tu esencia.

Imagínate ahora que eres ateo. Un ateo cree que Dios no existe. Cree en la ausencia de Dios, es decir, cree en algo. Este algo debe poder definirse. Si eres ateo, quizá digas: «Yo creo en la vida, en la razón, en la ciencia, en la familia, en el poder, en el ego…». Si, por ejemplo, crees en la razón y te pones a reflexionar sobre ella, rápidamente te darás cuenta de una cosa: en realidad no existe. Solo es una idea. Lo mismo sucede con la ciencia, el poder, la vida, la familia… solo son construcciones mentales. Si te sitúas más allá de las convenciones, te muestras honesto y reflexionas en profundidad sobre el significado de la razón, llegarás a la siguiente conclusión: eres tú mismo creando esa realidad. Podrás imaginarte infinitas situaciones en las que la razón sea una verdad absoluta. Sin embargo, esas imágenes terminarán por diluirse, serán sustituidas por otras y nunca podrás sujetarlas. Al final, siempre llegarás a la conclusión de que tú eres el creador de la realidad que observas. De este modo, te puedes acercar a tu esencia personal.

Una buena forma de aproximarnos a nuestra divinidad interna es reflexionar sobre su existencia. De este modo creamos argumentos sólidos que debilitan las resistencias internas que están obstaculizando nuestra experiencia espiritual.

El espíritu es lo que te impulsa hacia la vida y el origen de tu actuar creativo. Cuando pierdes la curiosidad, el potencial creador que te singulariza como un ser único se apaga. Si dejas de mover la conciencia hacia tu núcleo divino interno, comienzas a deambular sin rumbo. Entonces, para poder sentirte seguro, te aferras a rituales, normas y convenciones sociales. Si haces las cosas para agradar a una autoridad externa es porque tienes miedo a ser rechazado. En este caso, crearás insatisfacción, un cierto desacuerdo interno y también enfado.

Cada cierto tiempo necesitas detener el tren de la vida, pararte a pensar, relajarte y tomarte un tiempo para ti. Si no lo haces, terminas provocando una crisis que te conduce de nuevo a mirar hacia dentro. A no ser que te hayas desconectado por completo de la luz y estés viviendo en la oscuridad más extrema (que desprecia la vida y se nutre del placer negativo), el retorno a tu esencia es una constante y una necesidad vital. Si eres observador, comprobarás que es una dinámica de la que no deseas sustraerte. En este sentido, lo más productivo es que mantengas, de una manera continuada, una parte de la conciencia en el nivel espiritual de tu personalidad. Ten en cuenta que esta es multidimensional y que puede estar en varios sitios al mismo tiempo. Resumiendo, no tienes que esperar a vivir una crisis ni tampoco acumular una tensión insostenible que te fuerce a parar. Solo tienes que ser consciente de que eres algo más que un cúmulo de ideas, un amasijo de emociones y un puñado de sensaciones físicas.