Qué dirá el Santo Padre

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–Sí, de acuerdo, pero usted me engañó, Aum. Me hizo creer que su investigación era algo aséptico, académico, sin la intención de combatir a mi Religión. Yo creo en mi religión, pero no creo en la actual Iglesia Católica. ¡Hay que marcar esa diferencia!!

–Pero Tomás, yo también podría decirle que usted tampoco fue del todo transparente. Nunca mencionó la ira e incluso ni siquiera sé a quién se la tiene.

–No tengo por qué mostrar mis sentimientos…

–¿Qué le ocurrió Tomás? ¡Tanta ira! ¿Qué le ocurrió?

–Disculpe Aum, no me interesa seguir esta conversación. Sí, efectivamente tengo ira, y eso merece que se me respete, ¿no?

–Por cierto. No está siendo justo conmigo Tomás, pero bueno, puedo comprender su…

–Gracias. –dijo cortante. Se calzó el Jockey y los anteojos, dando por terminada la reunión. Sin saber qué hacer y disimulando su decepción, Aum recorrió el lugar con una mirada ausente. Pero, de reojo alcanzó a ver la figura corpulenta de la monja Teresa que se le venía encima con una sonrisa angelical. Era obvio que había tenido su audiencia Papal y que aquel gesto permanecería por meses o años en su cara. Venía acompañada de una monja de verdad, de pómulos rosados y cara redonda.

–Mi estimado teólogo y compañero de tren. –bromeó con sincera alegría.

–Le presento a mi sobrino Marcos. –mintió Aum, para proteger a Tomás, quién miraba desconcertado detrás de sus anteojos de sol.

–Encantada. –dijo Teresa, al momento que su cara expresaba sorpresa o asombro – ¡Cómo se parece su sobrino a un sacerdote que me acompañó hasta la presencia de Su Santidad esta mañana!!! ¿No me diga que también tiene ojos azules?

–Marcos siempre ha tenido cara de cura, desde niño. –mintió Aum, con desparpajo.

–Piacere. –dijo Tomás ya imbuido de su nueva identidad. Lo de Marcos le había gustado, un evangelista que respetaba – ¿Quieren un café?

–Imposible, –dijo Teresa, mirando a su monja consorte – tenemos una reunión con las Clarisas de Roma. Debo confesarle Aum, que le comenté al Papa, aunque muy brevemente, algunas de sus ideas del tren.

–Y ¿qué dijo?

–Se sonrió. Estoy segura de que orará por usted – dijo mientras comenzaba a alejarse esquivando mesas, sillas y turistas.

–¿Qué le contó a la monja? –preguntó Tomás con expresión de alarma.

–No te reconoció, tranquilo…

–Pero ¿qué le contó?

–Nada que ponga en peligro nuestra investigación. Volvamos a lo que estábamos antes de la irrupción de las monjitas. Quedemos en que, a pesar de tener motivaciones diferentes, la investigación nos sirve a ambos, ¿no le parece?

–Ya le he entregado bastante información…

–…Tomás, Tomás, estoy inmensamente agradecido por todo y le pido perdón por no haber declarado mis intenciones desde un comienzo. Por favor, perdóneme y aunemos nuestros objetivos. – Hizo una pausa larga para recibir una aprobación, pero Tomás mantuvo un silencio cortante. Aum decidió ahondar en la idea sin mayores esperanzas:

–Algo similar está ocurriendo en política. La idea de una Democracia Líquida está tomando fuerza en medio de la desconfianza de la población mundial en sus representantes, corruptos y distantes de las necesidades de las personas. ¿No le suena parecido a lo que pasa con las religiones, y en particular con la iglesia católica, que aún es una Monarquía en tiempos de democracia pseudo representativa?

Jesús y Magdalena habían desaparecido sin que ninguno de los dos se percatara, absortos por una conversación que no estaba siendo fácil. Las mesas cercanas se habían atiborrado de turistas que parloteaban, se hacían selfies y bromeaban entre sí, dándose palmotazos llenos de amistad. Tres mujeres, de pie, daban saltitos, abrazos y exclamaciones agudas de ¡No puedo creer que estés en Roma!¡ ¿Cuándo llegaste? ¿Viniste con Carlos o sola?! ¡Qué linda estás! ¿Qué shampoo estás usando? ¡No puedo creerlo que nos hayamos encontrado, increíble!!!! Demasiadas exclamaciones y preguntas sin mediar respuesta, como una retahíla emocional que ningún hombre se le ocurriría hacer. Para Aum era gracioso, pero Tomás se comenzó a llenar de muecas de desagrado:

–¡Qué mal educadas! ¡Tan chillonas!!! –Aum decidió volver a la conversación, pero ahora hablando bajito, para retomar la intimidad que exigía el tema:

–Estoy seguro Tomás que el Papa aceptará su solicitud de hacerse cargo por completo del Archivo Vaticano y que nuestro trabajo podría acelerarse exponencialmente. Quisiera que lo piense y de ser un No, de corazón le respetaré su decisión. – La más histriónica del grupo interrumpió, dando por hecho que Aum era el fotógrafo oficial del Vaticano.

–Señor, señor, nos podría hacer una foto. No es increíble que tres amigas hayamos coincidido en Roma. No puedo creerlo, sería tan amable, aprete aquí, ya voy chicas, qué emoción, Giovana, más al centro, disculpe que le hayamos interrumpido la conversa con su hijo, está guapo, por cierto, ya chicas, digan uvitaaaa, gracias señor, usted también está guapo. ¡No puedo creerlo!, decían mientras se alejaban en dirección a una pizzería. Tomás demoró en retomar el tema de la reunión. La voz tranquila de Aum le volvió a la conversación.

–Por mi parte, –dijo Aum– me enfocaré en la nueva espiritualidad, sin embargo, debo o, mejor dicho, también debemos continuar recabando toda la información que demuestre que las religiones son una forma de dominio y abuso de poder…

–De algunos sacerdotes, pero no la religión. –puntualizó Tomás, ya hastiado con el tema.

–Por mi lado, Tomás, estoy lo suficientemente viejo como para dejar pasar el tiempo. Dilapidar esta oportunidad sería imperdonable para mí.

–Debo irme, mi persecutor debe estar extrañándome – dijo Tomás, cerrando el diálogo y ajustándose los Ray-Ban bajo la visera de la Juventus.

–¿Algún día me dirá algo? Me refiero a la historia del Cardenal Bullbridge.

Tomás volvió a la exposición de Kandinsky, pasando al lado del agente vaticano que miraba hacia el interior, a la espera de que el Padre Tomás apareciera entre los visitantes. Entró al baño, se puso el cuello, y guardó la gorra y los anteojos y se dirigió directamente a su persecutor, sólo para molestarlo. En décimas de segundo, éste se giró ocultando su cara y dejó pasar a Tomás, siguiéndolo a unos 20 metros, hasta dentro del Vaticano. Nunca sabría qué ocurrió en ese paréntesis de 45 minutos, y si lo reportaba a Scorza, estaría delatando su inoperancia, candidateándose al despido.

Piense Tomás. Esas habían sido las últimas palabras de Aum al despedirse aquella tarde del 25 de marzo del 2003. De vuelta a sus Archivos Vaticanos, Tomás decidió cortar relaciones con Aum, y continuar en solitario con su propósito. Mal que mal, toda su vida había sido solitaria y no iba permitir a estas alturas de su existencia que alguien se entrometiera en su intimidad.

Durante diez años el Padre Tomás no se comunicó con Aum. Y zambullido en los sótanos vaticanos investigaba e investigaba con una tenacidad y paciencia digna de canonización. Sólo interrumpía su trabajo para visitar alguna exposición de arte o para asistir a las invitaciones del Papa Benedicto XVI cuando le pedía su opinión en forma disimulada. Fueron diez años solitarios y el resentimiento se fue disipando hasta convertirse en una genuina aceptación de su historia personal. Pero esa paz se rompería irreversiblemente el mismo año en que Ratzinger renunciaba al Papado, aquel 2013.


Vaticano

Un mes antes de que asumiera Francisco I.

27 febrero, 2013.

Desde aquella conversación con Aum hacían ya 10 años, en 2003, Tomás se parapetó en los intrincados recovecos vaticanos, hurgando en la historia en forma compulsiva, recabando información suficiente para no tener ni un asomo de culpa cuando llegara el momento de ejercer un elaborado documento que diferenciara claramente lo que dijo Jesús de lo que se generó en la Iglesia. Fueron diez años donde la soledad y el silencio dominaban el día y la noche, como si no hubiera tiempo ni prisa. Una exposición de arte le hizo salir de su cueva y a transitar por esos eternos pasillos fríos. Le ilusionó ver la obra del valenciano Vicente Gandía que se exponía en Roma por primera vez, tras varias décadas de indiferencia por su trabajo realizado en México por toda una vida. Para Tomás, Gandía era uno de los pintores que merecía un reconocimiento tan contundente como a Gaugin. Iba recorriendo en su mente las reproducciones que había atesorado por años y que pronto vería en directo. Particularmente, le fascinaba “Esperando amigos”, por la vibración de la luz reventando junto a la mesa puesta en el jardín; “Interior con philodendro” era otra obra llena de luz, sencillez y sensualidad, pero también le atraía “Puerta negra” por su valiente mezcla entre pintura y grafismo, al igual que “Entre la dicha y la tiniebla N°1”. Navegando entre los colores de Gandía, el pasillo vaticano parecía más amable, pero el encanto se disolvió sin perdón ni olvido cuando emergió una silueta, allá, al fondo.

Le pareció que era él, inconfundible, se dijo, y el corazón se agitó llevándole borbotones de sangre a la cabeza como si todo volviera a ocurrir. Debería esperar que avanzara unos metros para que la luz de un vitral rompiera la penumbra de ese largo pasillo marmolado que tendría que recorrer hasta encontrárselo a boca de jarro, sin alternativa ni de huir ni menos de hacerse el desentendido. Antes de llegar al chorro de luz policromada, Tomás reconoció ese caminar lento y el cimbreo de lado a lado con que su silueta inundaba de presencia y dominio los pasillos del Seminario Pontificio. Habían pasado 18 años y el Cardenal Shaw mantenía una figura esbelta pero el vientre atrapado por la faja púrpura cardenalicia delataba el buen vivir. Ya estaba a unos diez metros cuando la luz certificó que era el mismísimo Cardenal Shaw que le sonreía y abría sus brazos, prometiendo un posible abrazo. Tomás llevó los suyos a la espalda con el pretexto de una leve inclinación de saludo a un superior, dejando claro que no habría ningún abrazo. Quiso adelantarse a fin de calmar su taquicardia y preguntó:

 

–Cardenal, ¿qué hace por estos lares?

–Mi querido Tomás, el callado Tomás, el estudioso Tomás, qué gusto de re-encontrarte. Siempre te recuerdo, ¿sabías? Sólo ha cambiado el Papa, todo lo demás sigue como siempre, como tu bien sabes mi …

–…Cardenal, ¿tiene audiencia Papal?

–Ya la tuve, Tomás. Su Santidad Benedicto XVI, me ha solicitado que le apoye aquí, en el Vaticano, a su lado. De modo mi querido elegido, que nos veremos a diario, retomando nuestra relación. Junto al Cardenal Bullbridge, constituiremos un muy buen equipo, para apoyar al Santo Padre en temas de Doctrina de la Fe.

Tomás se quedó sin habla. Sólo el imaginar que su mirada lasciva le perseguirá nuevamente, cada día, ya no en las sombras del Seminario, sino en el mismísimo Vaticano, de nuevo, le provocó una baja de presión, asco, y una palidez cerúlea. El Cardenal lo abrazó para evitar el desmayo, pero esos brazos, esas manazas y el olor a perfume 4711 de siempre, desencadenaron un vómito que resbaló desde la cruz pectoral del Cardenal hasta sus zapatos acharolados.

–Siéntate aquí, la losa fría te hará bien. Te buscaré un vaso de agua y luego te llevaremos a la enfermería. Debe ser un virus. –decía, apuntándole con una ojera adiposa que Tomás no reconoció. Y el Cardenal se alejó, balanceando su corpulencia y sin una urgencia notoria.

Mientras lo veía hacerse cada vez más pequeño en el interminable pasillo, Tomás recobró su compostura. Pero, un torbellino de confusos pensamientos bullían en su mente. Asqueado, no sólo porque debería toparse a menudo con el Cardenal sino por el hecho de que el propio Papa estuviera protegiendo a un pedófilo reconocido públicamente, dentro de las murallas Vaticanas. ¡Qué vergüenza!!! Y mientras se ponía de pie, se le escapó una sutil risa cuando la imagen de la sotana Cardenalicia, empapada en su vómito apareció en su mente, como una vendetta al mejor estilo italiano. Decidió no esperar el vaso de agua y apuró el paso para llegar a su oficina. Mientras cruzaba los claro-oscuros de ese pasillo románico y sus pasos retumbaban con un eco que ni los recovecos de los muros y las pesadas puertas lograban amortiguar, tomó consciencia que el abuso había causado más daño del que creía. Y también se le hizo consciente que un profundo deseo de venganza estaba allí, encapsulado en su corazón, cubierto por el perdón evangélico y por la culpa de sentirla. Pero, al menos algo positivo había ocurrido: su sotana estaba impecable.

(No me toque el sexo, no quiero, no. Tomás debes confiar en mí, soy tu director espiritual y todos hemos pasado por esto para fortalecer a la iglesia del pecado, de la tentación. Pero no quiero Padre, no me haga eso, no me toque más, por favor. Tomás, debo hacerlo, debo tocarte hasta el día en que ya no tengas erecciones cuando acaricio tu pene o cuando te lo chupo, ese día habrás superado la tentación de la carne y podrás ordenarte sacerdote, confía en mí, confía en mi experiencia para erradicar esos pensamientos sucios que te vienen y que serán un obstáculo en tu apostolado. Y cuando te pido que me lo chupes, estarás fortaleciendo tu voto de obediencia y respeto a las jerarquías, que nos debemos en la Santa Madre Iglesia. No olvides Tomás, que me sacrifico por ti, por tu preparación y conste que son muy pocos los seminaristas que han tenido esta disciplina. Dime gracias Tomas, dime. No padre, no, no por favor. Allí viene, lo siento, allí viene y no has sabido dominar tus impulsos, el sexo todavía te tiene esclavizado Tomás, tenemos mucho por trabajar. Ahora límpiate esa inmundicia.)

Ese sueño recurrente había reaparecido después de tantos años, con la sola presencia del Cardenal Shaw en un pasillo Vaticano. Se tocó el miembro con el temor de comprobar que lo tenía duro, y así estaba. Tomás estalló en un ataque de furia y mientras se paseaba por su habitación como animal enjaulado, lanzaba frases sueltas en busca de alguna explicación: ¡Qué mierda es la condición humana, que asco, que horrible!!! ¿Por qué todo es tan contradictorio, por qué somos tan manipulables, por qué? Cómo había admirado al Obispo Shaw, su inteligencia, su carisma, sus homilías llenas de sabiduría, su liderazgo en el Seminario Pontificio, su claridad teológica, su capacidad de persuadir a los incrédulos… y a los incautos como yo, cerrando así sus halagos al lobo disfrazado de oveja.

Abrió la ducha y a modo de bautizo de Juan, pidió la limpieza de sus pecados y dejó correr el agua para que arrastrara cualquier asomo de rencor. Pero el agua no se llevaba sus dudas ni menos el resentimiento encapsulado, silencioso, por años.

El perdón no funciona, y Dios sabe que lo intento, se decía mientras lloraba desconsoladamente. Ira, tristeza, culpa, todo junto, ¡no mí Dios, por favor, no permitas que la venganza se apodere de mí, por favor! Mi único pecado fue el de confiar en una alimaña. Sé que no soy homosexual, se repitió, aunque esa sombra todavía le perseguía desde siempre.

“El perdón sin el arrepentimiento del victimario, es sólo una bonita idea. Mientras el victimario no muestre real arrepentimiento, no se merece el perdón de nadie, ni siquiera de Dios. No recuerdo que Jesús perdonara a Herodes o a Caifás”, se repitió para convencerse. “El mayor problema de un abusado es que sabiendo que lo que le está ocurriendo no es normal, igual su cuerpo siente placer: ¡Dolor psicológico y placer biológico al mismo tiempo!!! ¿Cómo se sana eso?” Con estas líneas escritas en su computador, a las 4:11 de la madrugada, Tomás se dio permiso para la venganza, con la esperanza de que Dios le perdonaría si lo que estaba pensando hacer contribuiría a propagar el verdadero mensaje de Jesús. Antes de retomar el sueño, abrió su email y contabilizando los años, casi diez, desde que se reuniera con Aum, le envió un mensaje escueto: Acepto, pero quiero dejar constancia de que si su objetivo, en relación a la espiritualidad, y que de hecho no comprendo a cabalidad, no funcionara, tenga por seguro que yo sacaré a la luz pública toda la basura que he recopilado. No lo dude ni me menosprecie. Soy capaz de eso y más.

Luego declaró en voz alta: Tomás, no eres una víctima, utiliza tus conocimientos para impedir que esto siga sucediendo. Amén. Para paliar el insomnio, bajó a los sótanos y, sin dudarlo, se dirigió dónde estaba el container, la ballena varada, como lo había bautizado secretamente. Sin saber lo que contenía, estaba seguro de que algo secreto ocultaba y que debería violar su silencio de siglos. Nada de esto compartiré con Aum hasta que sea una verdadera evidencia, se dijo. Rodeó la ballena y sintió que la ira se había disipado con la sola idea de una venganza que comenzaba a cristalizarse en su mente, aquella madrugada del 28 de febrero del 2013, un año que amenazaba con cambios inesperados para el Vaticano y en la vida de Aum.

Aum continuaría con sus investigaciones y no se dejó tentar por su amigo Alex cuando le invitó a participar en el secuestro del empresario Brian Feller. Argumentando que los cambios en la sociedad son muy lentos, que ya no estaba en edad para aventuras y que prefería su trabajo intelectual a fin de dejar algún legado por escrito, logró zafar de la invitación. Pero lo vivido por Alex y su grupo Crisálida en noviembre del 2015, le sacaron de su rutina y comenzaron a transformar poco a poco su punto de vista. Sin duda, la muerte de Alex le desestabilizó. Un año después, en noviembre del 2016, Aum toma una decisión audaz, inesperada para un octogenario, pero muy propia de su historial de vida. Retomaría el legado de Alex, secuestrando a un Cardenal.


París

A cinco meses del secuestro.

10 noviembre, 2016.

Al abrir su laptop, evitó el reflejo en la pantalla antes de buscar el archivo de fotos que le mostraría a Aum. La viuda de Alex, Romina, había sido convocada por Aum para retomar la idea de su marido sobre las “Avalanchas” que desencadenan cambios en la sociedad, hacía ya dos semanas, y finalmente se encontraban para iniciar el Operativo. Romina se había disculpado inicialmente de participar argumentando su duelo, su inexperiencia guerrillera y sobre todo insistiendo en que su rol en este mundo era el trabajo interno, el Desarrollo de la Consciencia. Aum había escogido el Café Milou, de la Rue Poinsot, para insistir e involucrar a Romina, en el convencimiento de que la cercanía con el bunker, como le pusiera Olga y dónde estuvo secuestrado el empresario Brian Feller, pudiera influir positivamente en su ánimo. En la placita de enfrente jugaban tres niños. Enmarcada por la ventana pasó una señora con un bolso de compras donde asomaba una baguette, miró hacia dentro y, por segundos, le pareció reconocer a esa mujer conversando con un anciano, pero no pudo recuperar el recuerdo y entró a paso cansino en el portal contiguo.

–¡Increíble!!!!Cómo pasa el tiempo, parece que fue ayer! En esta misma mesa, hace ya un año, mi querida Romina, Alex vio cómo el comando de Klaus Wander entraba al bunker, dejando a Iván acribillado. Mientras, en su inocencia, Alex lo esperaba aquí para enrostrarle su traición y…

–Pero la vida o, mejor dicho, la muerte se adelantó haciendo justicia. –Romina tragó saliva y decidió sincerarse. –Alex lo hubiera perdonado, pero yo no, Iván nos puso en peligro de muerte a todos, incluida yo. –dijo Romina para no entrar ni en la rabia ni en la melancolía, mientras esperaban que los atendiera una chica que parecía sumida en el desgano.

Aum había preparado su pequeño discurso para convencer a Romina: Tu aporte en Operación Crisálida fue muy importante; hoy, eres la esposa del líder que logró aglutinar al Equipo y que los condujo a en resultado exitoso; eres la viuda de quien dio la vida por sus ideas; eres una verdadera mamá para todos, eran las ideas que había barajado para subirla al carro de esta nueva aventura. Pero, sin saber por qué, comenzó con otra idea:

–Si crees, Romina, que la Espiritualidad está sofocada por las Religiones, no tienes escapatoria, debes sumarte a este operativo. –dijo con gran convicción, juntando las cejas, mirando a los ojos y poniendo su añosa mano sobre el antebrazo de su amiga.

–Creo en eso, –confirmó– y ya lo sabías.

–¿Entonces? –Romina sonrió y dijo:

–¡Cómo sabes tocar la tecla adecuada, viejo pillo! Podrías haber argumentado apelando a la memoria de Alex o cosas así, pero no, preferiste algo que me diera sentido a mí, algo por lo cual salir de mi duelo. Pero, vayamos al futuro querido Aum. ¿Cuál es el Plan? Obviamente, ya sabes que cuentas con el Equipo Crisálida.

–El equipo que tú convocarás para encontrarnos en Angoisse en los próximos días y comenzar a trabajar. – dijo Aum, asumiendo ya su rol de liderazgo.

–Todos tienen claro que tú fuiste siempre el mentor, el consejero de Alex, de modo que no tendrás problemas – dijo sin dejar espacio a la duda.

Por fin, apareció la chica con los cafés, que continuaba arrastrando una abulia eterna. Aum, puso un terrón de azúcar sobre el otro y dejando que el café subiera hasta la cúspide sin desmoronar la torre, igual como lo hacía Alex a modo de oráculo, cuando debía afrontar algo difícil. Romina observó ese símbolo en silencio y supo que Aum asumiría su rol con convicción, y ya sabía que el Equipo volvería a las andanzas con entusiasmo. Tomó su café con la sensación de que Alex estaba allí, y sintió una alegría indescriptible.

Dos días después…

Angoisse, Francia.

12 de noviembre, 2016

En Angoisse, y en toda la región de Limoge, brillaba el sol y el otoño tenía más cara de primavera, obligando a Romina a cambiar de silla para que el reflejo en la pantalla le permitiera a Aum ver a cada uno de los miembros del Equipo Crisálida. Tras esperar a un mozo sumido en la modorra de una historia irrelevante, con tanta edad como el local, pidieron, como siempre, un café y un cortado, pero Aum recordó a su médico y cambió el café por un té Lapsang Souchong, de sabor ahumado, y esta vez sumaron algunas galletas de la zona. Romina no podía estar más feliz de que Aum fuera a liderar esa segunda fase del Plan de Alex, sintiendo que todo aquello honraba su memoria. Aum se puso sus anteojos, evitó un rayo de sol insolente y acercó su silla al laptop, indicando que el trabajo había comenzado. El local estaba vacío y el mozo se había recluido en la penumbra, detrás de un mostrador, junto a cientos de botellas invadidas por la pátina de la historia. De nombre conocía a todos los del equipo, pero quería revisar la ficha de cada uno antes de la reunión que marcaría el día cero de “El Experimento”. Romina pulsó una tecla, y abrió los ojos para generar expectativa, como si se tratara de la presentación de un elenco.

 

La primera imagen fue la de Olga. Pelirroja, exuberante y con una sonrisa seductora, coqueteando a la cámara, como lo hacía incluso con el secuestrado Brian Feller.

–Olga, Ooooolgaaa como le gusta que le digan, es nuestra chef, la que hace ese boeuf bourguignon maravilloso. A propósito, Aum, no vayas a cometer el error de Alex y le corrijas alguna receta, te encontrarás con una Olga inesperada…

–Muy atractiva. –dijo Aum y al ver la expresión de Romina, agregó: – Sí, si tuviera tres años menos, intentaría seducirla. La sola idea de parecer un viejo verde me reprime. –dijo, mientras soltaba una carcajada.

–Tres años menos son 83… –puntualizó, entrando en el juego de Aum, mientras se enroscaba un mechón de su pelo rubio.

–Ponle 5 menos…

–…Ahí si te creo. La coquetería no se pierde con la edad, estoy comprobando.

–No, te equivocas Romina: hay muchos que la pierden y otros que nunca la tuvieron. Es la alegría de vivir, pero la mayoría de las personas sospechan de la felicidad, como si fuera para otros. ¡Es curioso!!!... Vamos a la siguiente foto antes que me enamore.

–Este es Zelig y es evidente su pasado militar. Mira esa mandíbula que lo delata. Zelig es un gran tipo, un buenazo en el cuerpo de un matón. Su fuerza física nos permitió anular a Feller en el momento del secuestro en el hotel.

–Pero ¿no fue él quien dejó morir a Iván a manos del Comando K?

–Es su concepción de la justicia divina. Muerte a los traidores es su lema. Nunca ha creído en ninguna autoridad ni en ninguna institución, menos aún en el ejército que le hizo la desconocida, sólo cree en la lealtad.

–¿Podrá cargar al Cardenal?

–No es gordo y si lo fuera, podría.

–Y ese jovencito con cara de nerd ¿es Stan? ¡Qué anteojos!

–Le decimos Bitman, es el computín que Byorg Thomasson nos recomendó a través de la famosa hacker Wasper. Pero él nunca deberá saber cómo llegó a ser parte de Crisálida, es una promesa de Alex.

–Después de haber entrado a las computadoras encriptadas del Grupo Bildenberg, esperamos que pueda hacer lo mismo con el Vaticano.

–Así será. –confirmó Romina, pasando a la siguiente imagen– Éste es Bert, el que enlazó los satélites para ubicar al grupo Bildenberg en las montañas y que le permitió a Bitman entrar en las computadoras y obtener los nombres de los 100 más grandes magnates que manejan la economía mundial desde el anonimato.

–¡Vaya, vaya!

–Nunca usamos esos datos más allá de una amenaza para que no molestaran a nuestro secuestrado Feller, aunque Garret tomó algunos fondos de sus abultadas cuentas para financiar los gastos operativos que tuvimos. –Tras teclear, apareció el rostro de Garret en la siguiente imagen y Romina lo describió: es nuestro Robin Hood y supongo que estará ansioso de alivianar también las arcas del Vaticano.

–Tiene cara de bueno, simpático, sonriente, como todo buen estafador. –dijo Aum, estirando sus brazos para desentumecer su añosa columna, que comenzaba a reclamar.

–Estafador converso, Aum. –precisó Romina– No olvide que ahora es un salvo, después de su conversión en la cárcel. Eve le ayuda a identificar los botines, y junto a Bitman, hacen la colecta, son nuestro departamento de finanzas.

–Saltemos a Eve. Ya sé de ella y de su especialidad en cosas feas, en estafas, evasión, elusión, colusión y otras prácticas del libre mercado. –dijo con sarcasmo mientras, con un gesto de manos, indicaba a Romina que pasaran a la siguiente foto.

–Este es nuestro detective. Finnley, el detallista, que puede llegar a conocer hasta tus secretos más ocultos, todo un sabueso que huele donde nadie huele.

–¿Es el que ofició de jardinero en casa de Feller, un año antes del secuestro, y que sabía todo de la familia? ¡Aquel intruso! – bromeó Aum, levantando los brazos en señal de escándalo simulado.

–Sí, a tal punto que sabía las recetas de cada comida, y que Olga preparó con esmero y maestría durante su cautiverio. –haciendo un suspenso, Romina pasó a la última foto del Grupo Crisálida:

–Y esta es… la más linda, la mujer de Alex: Yo, Romina. –y soltó una carcajada como hacía tiempo no se le escuchaba, anunciando, quizás, que el duelo estaba alivianando su carga. Aum aprovechó esa ventana de alegría.

–¿Nos pedimos otro café, perdón, un café y un té para celebrar?

–Y unas galletas, de esas con chocolate amargo, ¿te parece? –agregó Romina, ya girándose para pedir la comanda.

–Bien, bien. Ahora se sumarán al Equipo un jefe de operaciones, un científico, nuestro periodista, el sueco Byorg Thomasson y, quizás, un viejo contacto que tengo dentro de la Santa Sede, en los Archivos Secretos del Vaticano.

–¿Quién? – dijo, abriendo sus ojos a más no poder.

–No estoy seguro de involucrarlo. Ya veremos

–Pero ¿quién es?

–Mis-te-rio. –pronunció Aum, y puso su índice cerrando sus labios.

El sol ya se estaba preparando para ir a otras latitudes, dejando una estela anaranjada que teñía las fachadas de esa arquitectura sencilla de Angoisse. Destellos de sol en las ventanas de algunas casas eran lo único en movimiento, la gente ya se había recluido, y el camarero de la mirada vaga les despidió en la puerta con un bonne nuit monsieur et madame carente de entusiasmo. Aum le tomó el hombro a Romina en señal de agradecimiento: El Experimento ya estaba con el primer dolor de parto.

Al día siguiente…

“Versalles”

Domingo, 13 de noviembre, 2016.

Parecía ayer. Pero sólo habían pasado 137 días desde la muerte de Alex, y justo un año del espantoso ataque terrorista de París. Aum eligió esa fecha triste, pero muy significativa para todo el Equipo Crisálida, para dar comienzo a la segunda etapa de aquellos sucesos que Alex calificó, desde su origen, como Utopías Inevitables.

Romina había preparado café y un strudel de manzana esperaba al centro de una antigua mesa donde alguna vez una campesina pelara patatas, rodeada por cerdos que daban cuenta de las cáscaras. En aquella época, los animales ocupaban el primer piso para cobijarse del invierno y el calor de la piara subía hasta el segundo piso, donde dormía la familia. Ahora, la estancia de los animales era el estar junto a una chimenea con un hogar de casi dos metros de altura. Junto al muro de piedra estaba la leña y del techo colgaban algunos jamones que lentamente destilaban su grasa en pequeños conos que, además, servían para evitar que los roedores llegaran a la pierna salobre que perfeccionaba su sabor y una textura con la humedad justa para sentirse tierno.

Nada parecía haber cambiado en Versalles. La vieja casona de campo, restaurada con paciencia y gusto y que Olga bautizó como Versalles, aludiendo que el lujo estaba en su hospitalidad. Sus muros de piedra perforados por ventanas pequeñas que miraban a unos manzanos, había sido testigo del gran amor de Alex y Romina pero también del duelo, la ausencia y la soledad tras su muerte. Romina había mantenido todo intacto, quizás intentando mantener el tiempo suspendido. A un año de dejar el lugar tras la partida de Brian Feller a Estados Unidos para implementar sus nuevas ideas sobre una economía solidaria, los 8 secuestradores se reencontraban. Sólo faltaba Alex, y por cierto Iván el traidor, también muerto.