Qué dirá el Santo Padre

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Aum, con su contacto secreto en Washington, había ayudado a Alex en su descabellada idea de reemplazar el discurso de Bush hijo, que dirigiría la misma tarde de los atentados del 11/9, por un texto que no estuviera orientado a la vendetta sino a una propuesta para arrinconar al terrorismo, dejándolo sin piso político al solucionar el gran tema de las desigualdades en el mundo. Era obvio que la idea no funcionaría y que por más bruto que fuera G.W.B., en algún momento le parecería un texto extraño. Pero no fue él quien se dio cuenta, fue la falta de membrete de la Casa Blanca lo que alertó a su edecán, interviniendo a tiempo y restituyendo el discurso, que amenazaba con venganza, exactamente lo que estaba ocurriendo hoy, 20 de marzo, 18 meses después: la invasión a Irak, pidiendo la cabeza de Sadam Hussein. La acusación de poseer armas de destrucción masiva no lograba disimular el interés por el petróleo iraquí. Bush ya había olvidado que era Bin Laden su sospechoso, y además estaba atacando a Irak y no a Afganistán. ¡Vaya Presidente!

Nada había querido contarle a Alex, pero la Teoría de la Avalancha, aunque falló el 11/9, se había ido apoderando de Aum. Pero recién había fracasado el plan que había urdido junto al Padre Tomás, aprovechando su influencia en el Papa. Coincidiendo con su viaje programado a Roma para ver los avances de la investigación conjunta con el Archivero Vaticano, aprovecharía para enterarse, por boca del mismísimo Padre Tomás, el porqué de un nuevo fracaso de la Teoría de la Avalancha: el Papa no había ido ayer a Bagdad, ¡maldición!


Lunes 24 de marzo, 2003.

Antes de subir al tren de alta velocidad, el famoso TGV de París a Roma, Aum había recibido uno de los informes habituales del Padre Tomás. “Ver para Creer”, no sólo era un buen alias para un escrupuloso sabueso de la historia, sino que también servía para mantener una clandestinidad que la envergadura de la investigación exigía. El mail no mencionaba el asunto Bagdad, pero contenía datos duros que Aum le había solicitado para engrosar su estudio sobre los orígenes del cristianismo.

Informe 3, Año 1.

De: “Ver para Creer”

Para: Aum

Respondiendo a su pregunta, le envío información textual, aunque alguna no encaja con mis convicciones. Continúo: la cifra de cristianos en el año 313 DC, en los momentos que se realizaba el Edicto de Milán: 11% de la población romana. Era la secta más numerosa del momento. Esta cifra fue tentadora para Constantino a la hora de elegir una de ellas para unificar al Imperio, que amenazaba con un resquebrajamiento creciente. ¡Qué mejor que una secta monoteísta, un único Dios que se comunica directamente con el Emperador!!!!

Ya en el 324 después de Cristo, Constantino ordena la construcción de la Basílica de San Pedro, en la Colina Vati, enfrente de las 7 colinas romanas, para institucionalizar los orígenes del cristianismo en la figura de Pedro, que por cierto nunca estuvo en Roma.

Lo interesante a considerar, a mi juicio, y también sorprendido, es que en esa época proliferaban diversas sectas en una atmósfera de politeísmo, conviviendo en paz y adoptando influencias de diferentes latitudes. Al parecer, y no deja de impactarme como sacerdote católico, que hayamos sido una secta y no esa religión con mayúsculas que aprendí, única, grande, originaria, proveniente de una verdad revelada por Dios. ¡Vaya!!! Debo digerirlo.

Si necesita información más específica, no dude en pedirlo. Seguiré avanzando, inspirado en dejar limpio el mensaje de Jesús, libre de interpretaciones y de posibles manipulaciones.

Saludos T.

El Informe del Padre Tomás, escueto y preciso, iba sumando datos históricos que consolidaban la hipótesis sobre los inicios de la Iglesia Católica, a fin de rescatar el genuino mensaje de Jesús, libre de la influencia institucional. Sin saber qué destino tendrían finalmente, Tomás los atesoraba con el celo de quien maneja una bomba de tiempo. ¿Se estaba convirtiendo, quizás, en un terrorista oculto que se agazapaba al interior de la mismísima sede del catolicismo?


TGV /París Roma.

Apenas Aum se acomodó en el vagón, comprobó que el aire acondicionado era el adecuado, ni mucho ni poco, justo. Puso el gamulán en la repisa sobre los asientos y abrió el maletín para sacar su computador. Serían muchas horas de viaje antes del encuentro en persona con el Padre Tomás. El tema del Papa y el fallido viaje a Bagdad no eran temas para mails, tenía que investigar si el Papa desistió o había alguien con más influencia que su contacto en el Vaticano. De ser así, la posibilidad de que el Padre Tomás llegara a tener el control de los Archivos Secretos Vaticanos podría esfumarse, perjudicando la investigación que compartían, en el mejor de los casos, pensó. Lo peor, sería terminar presos, acusados de poner en riesgo la seguridad Papal o de incitar un enfrentamiento con Estados Unidos, o de un inesperado orgullo islámico rechazando la buena intención del Papa, se dijo, intentando poner los pies en la tierra, aunque el TGV ya había cobrado velocidad de crucero.

No encendió el computador. Sólo comenzó, maquinalmente, a limpiar la pantalla con el pañito de los anteojos, para borrar esa sensación de incomodidad por no haberle contado de sus andanzas a su amigo Alex. Lo había dejado fuera para no comprometerlo en caso de que fuera descubierto como autor intelectual del plan Papal de ir a Bagdad. Sólo el Padre Tomás, quien instalara la idea en la mente de Juan Pablo II y Aum serían los únicos involucrados. Aum no se atrevió siquiera a mencionar, durante la larga cena en La Coupole, el reciente y fallido plan del Papa para viajar a Bagdad. Ya habían pasado 5 días y miraba por la ventanilla del TGV como el paisaje urbano de París daba paso a la campiña francesa en dirección a Roma. Quizás nunca le contaría a Alex de su ingenuidad, aunque su consciencia le indicaba que su ego le estaba pasando una mala jugada: Debería confesar su estupidez, aunque su supuesta imagen pública de hombre razonable se trizara. Buscando un argumento sensato para justificarse, pensó que quizás Alex sólo estallaría en una socarrona risa intrascendente y remataría irónicamente con un “estamos empatados”: Bush y el 11/9 vs Papa y Bagdad. Se rio abiertamente hasta que la mirada de una señora lo calló, pero su mente no pudo evitar el unir Bush y Bagdad, BB.

La primera de las 12 paradas que haría el tren de alta velocidad camino a Roma, acababa de pasar y Aum no lograba hacer lo que se había propuesto para las 10 horas de viaje. Tenía la vista pegada en el paisaje y rehuía la mirada de la señora que no le despegaba ojo, como si fuera una estatua de cera, inmóvil e inexpresiva, pero, sin duda, algo pensaba, algo. A pesar de los 270 kms/hora, el tren parecía detenido mientras el vértigo del paisaje se venía encima, esquivando al tren, pasando por fuera. Recordó a Einstein y la relatividad se hizo tangible y al mismo tiempo mágica. En fin, divagaba sin rumbo, escrutando de cuando en cuando y con disimulo a la señora, para comprobar que estaba viva, o muerta, pero con una curiosa expresión de felicidad sin causa aparente.

Los postes de electricidad terminaron por hipnotizarlo con su rutina matemática y una somnolencia como bruma comenzó a invadir la consciencia. Será la vejez, pensó. Aunque el tener 73 años no es para quedarse dormido en cualquier parte, se refutó. Debo trabajar, le recriminó su deber ser. Abrió su computador y antes que Windows le diera la bienvenida, la voz de la señora se hizo sentir, estaba esperando el momento oportuno:

–¿Es usted escritor? –dijo, en medio de una sonrisa enorme y afable.

–¿Lo parezco?

–Disculpe si le interrumpo su novela…

–En absoluto, ya que no se trata de una novela. –Con esa respuesta, Aum creyó que, siendo amable, le había insinuado que sí estaba interrumpiendo y al mismo tiempo no le estaba diciendo nada concreto que pudiera generar una conversación. Se alegró de sus dotes diplomáticos que tanto ejerciera, hasta el cansancio, cuando trabajó en la ONU. Pero la señora contratacó con otra pregunta:

–Ensayo, ¿entonces?

–Algo así. –respondió con una nueva vaguedad.

–Yo nunca me equivoco, siempre adivino lo que son las personas.

Aum le profirió un delicado “disculpe” y se zambulló en el computador. De reojo, comprobó que la señora ya no le miraba, ahora había puesto el ojo en un joven que tarareaba desafinadamente al ritmo de algo que sonaba en sus auriculares. Su próxima presa, dedujo. El vagón estaba prácticamente vacío: al otro lado del pasillo, solo, el joven de la música; dos filas más allá, una familia argelina no paraba de hablar y reír, intentando ser discretos para evitar la recurrente discriminación que sufrían en Europa.

Tras varios kilómetros de silencio, la señora aún no lograba un contacto visual con el joven de los auriculares, que cada minuto parecía más extasiado con un ritmo que se adivinaba reggaetón, a deducir por algunos movimientos involuntarios de su cuerpo. Entonces, ella decidió romper su aburrimiento, también su curiosidad y, además, dar rienda suelta a su compulsión por conversar con quien se le pusiera por delante, y a generar vínculos, coincidencias forzadas o pretextos para contar algo de su vida y de sus ideas.

–Disculpe, ¿es un Ensayo filosófico, político, o…

Dejó la pregunta abierta con ese “o” que obliga a responder algo, lo que sea. Aum supo que los tentáculos de la señora ya no aflojarían y que sus ventosas impedirían cualquier intento de fuga. Miró hacia los asientos vacíos para evaluar una posible huida, pero desistió, sería muy obvio el agravio.

 

¿Qué hacer con esta señora? ¡Esos anteojos bifocales sin marco, suspendidos sobre una nariz prominente y aguda! Parece monja, monja curiosa claro, aunque no es monja, rumiaba Aum, en busca de una salida. Las monjas que había conocido, aquellas delegaciones de monjas que recibió cuando era funcionario de la ONU, no eran así. Eran pequeñas, regordetas, con las mejillas a punto de rosácea y con sonrisas benevolentes, casi insultantes, de una felicidad sospechosa. No, la señora no es monja, puede ser una viuda necesitada de diálogo. Descartado que esté flirteando. Decidió dedicarle sólo cinco minutos y cerrar la conversación. Se armó de paciencia y trató de explicarle, sintetizando:

–Estoy intentando….

–Teresa, dígame Teresa.

–Teresa, estoy intentando diferenciar la Espiritualidad de la Religión, dos conceptos que culturalmente están asociados y que muchas veces parecen ser lo mismo.

–Son indisociables. –replicó ella, dando un respingo como señal de certeza divina.

–…Si así lo fuera, habría tantas Espiritualidades como Religiones, todas válidas, todas posibles, ninguna verdadera. –dijo Aum, sabiendo que ahora la estaba provocando.

–La mía es verdadera. –apuntó con vehemencia y con la amenaza de un índice levantado que no dejaba dudas sobre sus creencias. Su sonrisa benevolente era explícita, estaba firmemente convencida.

Repentinamente, el sonido del Reggaetón obligó a Aum, a Teresa y a toda la familia argelina a girarse sorprendidos. El joven se había sacado sus auriculares y poniéndose de pie gesticulaba con los brazos en alto, agitándolos con vehemencia:

–A Dios le importa un puto carajo nuestro destino, –vociferaba – me tienen harto con esa discusión estúpida. Será mejor que disfruten la vida, amargados. No hay Dios, ni juicio final ni nada. Te mueres y puaffff, se acabó todo, si es que hay algo. – Se hizo un eterno silencio, como de otro mundo, mientras todos se miraban buscando una explicación– ¿Y… ¿qué miran con esas caras, creen que estoy loco, que acaso no pienso, que soy un border? Si quieren seguir hablando…más bajito por favor, respetando a los demás… ¿Les parece? –y se zambulló nuevamente en su música, mientras los argelinos miraban de lado a lado, en silencio, creyendo que la diatriba del reggaetonero había sido un acto de discriminación injusto: Sólo estaban riendo en familia. Moviendo la cabeza de lado a lado a modo de crítica sin destino, Teresa susurró:

–¡Cómo está la juventud!!! –balbuceó, con una voz casi inaudible y mirando de reojo al demonio de Tasmania para evitar una nueva embestida, pero éste ya estaba sumergido a fondo, tarareando una protesta sesentera de Bob Marley.

–No sólo la juventud está enojada, Teresa. –apuntó Aum – Hay motivos…

–Dios no está despreocupado como sugiere este muchacho, todo lo contrario, Dios tiene un plan para cada uno de nosotros…

–¿El llamado Plan Divino? Y si es que hay un Plan, ¿para qué el libre albedrío, entonces?

Sabía que esas discusiones topaban en la fe y por ello siempre le pareció sumamente atractiva la idea de demostrar científicamente la existencia de Dios, de tal modo que al menos el mundo ya no estaría dividido entre quienes creen por fe y quienes no creen porque no hay pruebas tangibles de su existencia. Será un tema del que me preocuparé apenas termine con este dilema intelectual entre religiones y espiritualidad, se lo propuso firmemente, aunque todavía no podía imaginar lo que le depararía su futuro. Repentinamente oyó la voz de Teresa:

–Le propongo Aum que no discutamos sobre Dios. Es un asunto de fe, a Dios se le siente aquí. –e indicó su corazón con la palma de su mano derecha– Cuénteme más sobre su trabajo. –dijo, intentando evitar un posible conflicto.

Lo que Aum estuvo a punto de decir, pero se contuvo, era un tema para compartir con el Padre Tomás y nadie más, en el entendido que aceptara lo que le propondría al llegar a Roma, dándole un giro a la investigación que tenían en común, desde hacía tiempo.

–Dios es el gran tema de vida, –dijo, sin esperar respuesta, y sonrió llena de felicidad – soy monja.

–Debí haberlo adivinado, como usted adivinó que soy escritor, y de ensayos, además. – Era monja, era monja, una monja camuflada de viuda, se dijo recriminándose el no haber creído en su intuición.

–No todos tienen este Don. –coqueteó sutilmente, como lo hacen las monjas, ladeando la cabeza.

–Ahora entiendo: Monja, Roma, Vaticano. –dijo Aum, con una sonrisa compungida.

–Exactamente, tengo audiencia con el Santo Padre. Me ha tomado dos años conseguir esa oportunidad de estar en su presencia y agradecerle todo lo que ha hecho por nuestra Orden, Las Clarisas, y por qué no, aprovechar de pedirle algo.

–No es fácil ser Papa en estos tiempos. –comentó Aum, para rellenar la conversación– En estos precisos momentos están cayendo toneladas de bombas en Bagdad y…

–…Su Santidad ha estado orando mucho por esa gente, independientemente que profesen el Islam. –dijo, bajando la voz y pensando en la familia argelina que escuchaba disimuladamente.

–¿Usted piensa que Juan Pablo II podría hacer algo más por esos chiitas y sunitas?

–¡Qué más podría hacer!!!, aparte de orar para que Dios traiga la paz y la armonía. El Santo Padre debe velar por la unidad de la Iglesia de Pedro y no inmiscuirse en temas políticos.

–Esa es una creencia. El Integrismo Islamámico tiene la contraria. –apuntó Aum.

–Por eso genera terrorismo y fundamentalismos que luchan por el Poder. – dijo convencida y desafiante.

Teresa ya no quería más. A pesar de su gran capacidad de control, en aras de la tolerancia y el amor, la ira la estaba provocando. Acostumbraba a evangelizar, con un público cautivo o a discutir entre sus pares, pero ahora no estaba manejando el intercambio con semejante irreverente, y le estaba alterando. Lo notó, y Aum también cuando, a dos manos, estiró la falda sin aflojar, tensando la tela para no descontrolarse. Y con una sonrisa angelical dijo:

–No creo que sea bueno continuar con este tema. Estropearemos lo que resta del viaje a Roma. Oraré por usted. Es una buena persona y pediré que se le conceda el Don de la Fe.

–Gracias Teresa. – dijo, ocultando su risa irónica.

–Y dígame Aum, ¿cuál es el propósito de su viaje a Roma? Espero que no sea el de asesinar al Papa por no detener las bombas de Bush. –y soltó una carcajada por primera vez, celebrando su atrevimiento.

¡Cómo explicarle que tenía una reunión clandestina con el sacerdote a cargo de los Archivos Secretos Vaticanos, nada más ni nada menos que para coordinar una investigación que pondría a la Santa Sede en apuros! No sólo necesitaba conversar cara a cara con el Padre Tomás, y sincerar los objetivos, sino que pretendía acelerar la investigación.


Roma, 2003.

El taxi desde la estación ferroviaria no tardó más de 35 minutos y Aum ya estaba pidiendo su café en el lugar convenido con Tomás. Al parecer, el Archivero Vaticano estaba retrasado. Aunque era bastante más joven, Aum intentaba decirle Padre Tomás, para honrar la sociedad que habían comenzado hace algún tiempo, desde el 2001 para ser exactos.

Entre los turistas que disfrutaban un café en la terraza, junto a la calle, un joven de unos treinta llamó la atención de Aum. Delgado, alto, una barba bien cuidada, de rasgos judíos, una cabellera larga y algo hirsuta, de un negro azabache, tal como imaginaba a Jesús, estaba allí, sentado, quieto, observando a lo lejos a la Iglesia de Cristo. Y si fuera El, fantaseó Aum, el mismísimo Jesús observando los resultados de su legado, imaginando a sus discípulos, allá, tras los muros vaticanos, practicando la austeridad, el amor, la sencillez, ávidos y entusiastas de salir al mundo a predicar la buena nueva. Y no pudo menos que sonreír con su propia ironía. Si este muchacho es Jesús debe estar a punto de entrar en una profunda depresión: 2000 años y pocos resultados, aunque a Mahoma, con 1500, tampoco le estaba yendo muy bien y a Buda con 2500, menos. Quizás, en su tour, ya había visitado la Capilla Sixtina, observando las viñetas de un cómic celestial, completamente ajeno a su mensaje terrenal de amor entre los humanos, quizás se vio agónico en los brazos de su madre, hecho mármol, quizás recorrió los tesoros vaticanos, las mitras, los anillos, las sotanas, los báculos papales y los innumerables regalos de reyes y poderosos que intentaban comprar una parcela en el cielo, a la diestra del Padre, quizás se encontró con Tomás, el guardián de la historia que se escribió, la oficial y la oculta, quizás se encontró en los pasillos con algún Cardenal y se sintió invadido por una mirada lasciva, quizás no soportó tanta impresión y decidió relajarse con un café, a distancia prudencial de la Santa Sede, quizás. Una mesa más acá, a la derecha, alguien asomaba una boina detrás de un diario. El titular del Corriere de la Sera, ese 25 de marzo, a cinco días del bombardeo norteamericano a Bagdad, parecía sensacionalista: “Muere hija de Gadafi, de 16 meses, tras bombardeo a Trípoli”. El foco noticioso estaba en la bebé del líder libio y no en el aprovechamiento de Bush para asestar un golpe letal a Irak. ¡Cómo nos manipulan! ¿Lo habrá leído Jesús? O, ¿ya no se impresiona con tantas guerras, muerte e intolerancia? Repentinamente, una mujer rubia llegó a la mesa de Jesús y lo besó llena de alegría. Magdalena pidió un capuccino y dos magdalenas tibias. Sólo faltaban los apóstoles celebrando un triunfo del Lazio. La espiral de fantasía en la que había entrado Aum, además de irreverente, podría no tener final, de modo que decidió concentrarse en su encuentro con Tomás.

Tomás apareció, entre los turistas, con un jockey de la Juventus y unos anteojos ahumados, sin el cuello sacerdotal, por supuesto. Salir del Vaticano no era un asunto fácil, el Inspector Scorza tenía controladas las entradas y las salidas de la ciudadela, incluidos los sacerdotes, los obispos y los cardenales. Entre las cámaras de Seguridad, la Guardia Suiza y algunos agentes encubiertos, un ojo de Scorza velaba por la seguridad del Santo Padre o de los tesoros vaticanos y el otro, al servicio del Cardenal Solano, vigilaba la conducta de todos. Ni atentados ni traiciones era el lema de Scorza, y si a eso sumamos mucha información que podría usarse en el momento preciso, mejor.

Pero Tomás había encontrado su fórmula para salir del Vaticano sin proponérsela. Desde que llegara al Vaticano, el 2001, como funcionario de confianza del responsable máximo de los Archivos Vaticanos, había solicitado permiso a su superior para interrumpir su trabajo de clasificación y reubicación de innumerables documentos que dormían en el sótano de la Basílica de San Pedro, para visitar alguna exposición de arte que le ofreciera la ciudad de Roma. Así, lograba calzar las reuniones que semestralmente tenía con Aum, y siempre en un café próximo a la exposición respectiva. En esta ocasión, Scorza, que se vanagloriaba de no dejar detalle al azar, había enviado a un agente tras los pasos de Tomás a raíz de la sospechosa dolencia renal del Santo Padre que había interrumpido el viaje a Jerusalén, hacia sólo cinco días. Algo olía Scorza, pero por ahora era un sabueso desorientado. Por el mismo motivo, Tomás, que había sido el inductor oculto del Papa en la decisión de ir a Bagdad, estaba nervioso y sospechaba que alguien le había hecho desistir. El Cardenal Solano, suponía. Tomó más precauciones que de costumbre y salió con tiempo del Vaticano para dedicarle una razonable atención al recorrer la exposición y, detectar en ese espacio acotado, si le seguían. Obviamente, con los turistas y algunas hordas de estudiantes no se le hacía fácil, pero finalmente lo identificó mientras disimulaba viendo un cuadro de Kandinsky, que obviamente no le motivaba en absoluto, como a casi todos los guardias de seguridad. Aprovechó que una guía turística arrinconara al persecutor, mientras daba su perorata de siempre, para dirigirse a los baños, sacarse el cuello sacerdotal, ponerse un jockey de la Juventus y unos anteojos Ray-Ban oscuros y salir en dirección a la calle, dejando a su seguidor literalmente cautivo por la obra de Kandinsky.

 

La investigación que estaba llevando a cabo, era un secreto personal, desde que decidiera postular al cargo de asistente mayor en los misteriosos Archivos Vaticanos, para adentrarse en los orígenes del cristianismo y en cómo el catolicismo se convirtió en lo que es hoy. Sin duda, el investigar había sido el aire que siempre respiró Tomás, y su afán de conocimiento era ilimitado y minucioso. Pero, más allá de su natural obsesión por el conocimiento, su motivación oculta lo habían llevado a vivir en esos sótanos, rodeados de jaulas repletas de documentos y con un aire acondicionado que atentaba contra los derechos humanos. Como el clásico ratón de archivos, Tomás hacía el trabajo encomendado por el Obispo Mentz, pero aprovechaba las horas de soledad para fisgonear en los archivos más antiguos, siempre con el alma sobresaltada por el temor de ser sorprendido. Algo había avanzado con los años, pero la lentitud le tenía al borde de la desesperanza y el abandono del objetivo le tentaba cada día más. Un container misterioso reposaba aún en los sótanos vaticanos, invitándolo. Con santa paciencia, vivía esperando reemplazar, algún día, el Obispo Mentz, y tomar el control de todos los Archivos, avanzando con total libertad hasta encontrar aquello que despojaría a la institución Vaticana de su lado menos luminoso, dejando limpio el mensaje de Jesús. Quizás ese container podría tener alguna respuesta contundente. Además, su exhaustiva investigación pondría fin al relato oficial del Vaticano. O quizás, aquello que su intuición le sugería no fuera verdad, que sólo fuera un deseo nacido de su resentimiento, justificándolo todo con el salvamento del mensaje de Jesús. Nunca podría saberlo si no llegaba hasta el final, y así lo haría.

Fue con motivo de la aparición de Aum en su vida, que Tomás recargó su energía, y así la obsesión por despejar la esencia del mensaje de Jesús retomó el mando. Desde niño, le habían hecho sentir que era diferente, un antisocial, un solitario de pocas palabras, hasta que esa conversación con Aum, aquel Octubre del 2001 en Roma, y tras comentar los sucesos del 11/9, Tomás había agradecido aquel único encuentro del año 97, cuando siendo un asistente entre otros de un taller de Eneagrama, - aquella ancestral sabiduría que los jesuitas habían adoptado desde ese mágico encuentro en Esalen- Aum describiera al Eneatipo 5 para su alivio existencial: allí descubrió que ser un solitario, un obcecado por el conocimiento, un noctámbulo abducido por la investigación, que sentir repulsa por lo masivo o por las conversaciones sin rumbo, que su tendencia al desapego y su displicencia frente a lo material y al dinero, todo eso era normal. Sí, normal para todos los Eneatipos 5 del mundo que, según los cálculos probabilísticos eran unos 850 millones, un noveno de los 7.700 millones de humanos sobre el planeta. ¡Qué alivio!!! Ya no debería sentirse mal por no ser ambicioso, ni competitivo, por no interesarle el poder, por no sumarse a la moda, por su desinterés por la vida social, ¡qué alivio!, pensó. Y hoy, tomando un capuccino, pudo agradecerle de corazón a Aum, pero no se lo dijo. – ¡Para qué! – Volviendo de sus recuerdos, Tomás fue directo al grano:

–No sé por qué el Papa se retractó de su viaje. –dijo Tomás con tono de incredulidad– Todo estaba preparado y sólo él y yo sabíamos que el avión se desviaría hacia Bagdad…

–¿Nadie más sabía?

–Lo único que he podido averiguar, y que me lo comentó Vicente, su secretario, es que el Cardenal Bullbridge fue al dormitorio Papal en medio de la noche….

–Y… ¿Quién es el Cardenal Bullbridge? –preguntó, frunciendo las cejas.

–Es una larga historia, Aum. Está a la sombra de Ratzinger, en el bunker de la Doctrina para la Fe, preparándose para ser Papa, calladamente por supuesto.

–Y… ¿Cómo sabe eso, estimado Tomás?

–Complicado de resumir, Aum. –dijo, desviando la mirada hacia la nada para retomar su frase: – Lo que veo a diario no se parece en nada al mensaje de Jesús. –comentó como si supiera muchas cosas que prefería callar.

–Está con una crisis de fe, mi estimado Tomás. ¿Está en el escepticismo tomasino? –dijo Aum para alivianar el momento.

–No tengo una crisis de fe con Jesús ni con Dios ni con el Espíritu Santo. –puntualizó, como si estuviera ofendido. Se pasó la mano por su cara redonda, intentando borrar algo de su memoria, y dijo: – A veces me asola el pecado de la ira, desde hace tiempo. No siempre, por supuesto.

–Y ¿qué piensa hacer Tomás? La ira le daña a usted, puede incluso desencadenar un cáncer. –acotó en tono paternal.

–Estoy trabajando en eso, en una especie de alquimia, transformado la oscuridad en luz. El arte, visitar exposiciones, me alivia. Pero bueno, vamos a lo nuestro.

Aum no quiso continuar preguntando y respetó la intimidad de Tomás, aunque no pudo dejar de pensar en algún posible abuso, o en una estrepitosa desilusión de un director espiritual. Quizás, pensó, se está incubando una oculta vendetta que ni el mismo Tomás aún adivina. Dejó pasar esa suposición y entró en materia:

–Llevamos dos años trabajando juntos, usted dentro del Vaticano, yo afuera, haciendo el trabajo de religiones comparadas, y si bien hemos avanzado, está siendo un trabajo muy lento, que quizás supere mis años de vida. – De un sorbo, se tomó un ristretto que recién llegaba a la mesa y continuó:

–Hasta el momento, Tomás, usted ha sido un muy buen colaborador, entre otros, en mi trabajo investigativo. Por mi parte, y debo ser sincero con usted, mi objetivo es demostrar la falacia de todas las religiones y la maravilla de la espiritualidad. Y me permití creer que usted camina en la misma dirección, pero lo que nos diferenciaría, me parece, es que usted pone el foco en la imagen de Jesús, en lo genuino de su mensaje, intentando despejar todo aquello que la enturbia.

–Así es. –respondió Tomás.

–Ese es su lado espiritual, Tomás, pero observo que su lado religioso, y me refiero a su Iglesia, le provocan malestar, incluso rabia…

–No interprete Aum. Simplemente, creo en la religión y usted no.

–Pero tenemos en común nuestra investigación que demuestra, paso a paso, que la Iglesia y el relato católico han tergiversado el mensaje espiritual de Jesús. ¿O no? –Tomás bajo la vista y estrujó su jockey de la Juventus.

–¿Me ha estado usando, Aum? –preguntó, y sus ojos desprendieron desilusión.

–Mi atenuante es que no quería involucrarlo o bien desestabilizarlo en su fe.

–Sólo desde los secretos archivos vaticanos puedo llegar a la verdad y a comprender el histórico deterioro moral de la iglesia. Debo llegar a la verdad y luego hacerla pública para que la imagen de Jesús vuelva a brillar. Recién ese día podré dormir tranquilo.

Jamás había hablado del encono que corroía cada minuto de su vida, con pequeños paréntesis que el arte le regalaba. Aunque estaba dispuesto a morir con su secreto, Tomás se vio, sin poder controlarlo, abriendo su intimidad a un hombre mayor, quizás el padre que la ausencia y el desinterés le habían arrebatado desde niño.

–Discúlpeme Tomás, nunca imaginé que su motivación era…

–¿La venganza? Por supuesto que no la es. Sólo intento separar la paja del trigo. Y, obviamente hay cosas que dan rabia. –Apenas farfulló su secreta ira, se arrepintió de abrir su intimidad.

–Por mi parte, debo decirlo sin tapujos, estimado Tomás, mi móvil es develar que todos los relatos, de cada una de las religiones, de todas, son una bonita historia, llena de símbolos y acontecimientos milagrosos pero que no son más que una fórmula para alejar a las personas de la verdadera espiritualidad, la que se mueve por el amor y no por el miedo.

–Coincidimos parcialmente en eso. –dijo Tomás, intentando retomar su apostura.

–Lo que nos diferencia es lo que haremos con esa información que estamos investigando.