Looderish hsiredool: Interdimensional

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Cuando, ya atardeciendo, llegaron las familias sustitutas a recoger a los niños para llevárselos por una o dos noches, todos los demás adultos se habían ido. Solo quedaban tres hombres, Miss Pancraise, en su incansable labor de cuidadora infantil voluntaria, y todos los chicos del Omhusk Flair.

Al llegar la primera familia, en su amplio Ferrari rojo descapotable, un niño regordete saltó de felicidad y corrió a abrazar a las dos personas que salían del auto. Hice un gesto de desagrado, miré qué estaba haciendo Julius, pero no lo encontré por ningún lado, hasta que de repente:

—¡BUUUUUU! —me gritó en la oreja asustándome terriblemente.

—¡Ahhh! —exclamé y mi eco resonó en toda la iglesia—. ¿Dónde estabas metido? —pregunté sorprendido.

—Te he estado observando, esperando el mejor momento para asustarte durante todo este rato —me dijo riendo. Nos reímos un rato y luego añadió—: Oye, Lood, hoy nos dejan libres de ese orfanato por el funeral de Ghust, y como ya sé que no te cae bien tu tío, qué tal si nos vamos con mis abuelos a comer helado —me dijo Julius y los ojos se me iluminaron. Con tal de evadir a Bendy, haría lo que fuese, además, los abuelos de Julius eran bastante más amables que él.

—Julius —dije yo —, me salvaste el día.

Después de comer helado me quedé en la casa de los abuelos de Julius tras informar al Omhusk Flair que no dormiría donde Bendy.

Me acomodé en una habitación con Julius y no paramos de jugar hasta bien entrada la noche, mientras que sus abuelos nos daban chocolate caliente y veían televisión.

Poco a poco nos fuimos cansando y decidimos ir a dormir. Tras decirles buenas noches a los abuelos de Julius, apagamos las luces y después de unos minutos escuché los sonoros ronquidos de mi amigo.

Me sentía muy agotado, sin embargo, procuré no pegar un ojo para que la noche se alargara y alargara cada vez más. No quería regresar a ese orfanato.

Y fue entonces, en medio de la penumbra de nuevo, donde mis miedos más profundos volvieron a envolverme.

Recordé el artefacto con el ojo adentro, la risa inquieta de Mr. Ghust, las horribles imágenes de las víctimas de la Brigada de las tinieblas en el televisor, el hacha con sangre seca impregnada en el filo y, por último, el cuerpo inmóvil de Ghust en el suelo.

Las teorías volvieron a mi mente. Ahora estaba más seguro que nunca: eran ellos, los descendientes de los desaparecidos por Omhusk Flair que habían tratado de cobrar venganza contra el señor Ghust, pero al darse cuenta, como yo, de que en realidad él decía ser quien no era lo chantajearon para causarle sufrimiento, con muertes y secuestros, esperando que revelara su verdadera identidad.

Este argumento al principio me pareció algo débil. Una vez descubierto el apellido real de Ghust, la Brigada de las tinieblas habría desistido en su intento de venganza en lugar de arremeter contra el actual director del orfanato, pero tras pensarlo un rato concluí que aquellas personas ya habían perdido la cordura hace bastante tiempo. Ya nada les importaba, eran psicópatas. Aquella era mi versión sobre ellos.

Pero entonces ¿qué era ese objeto que había desaparecido? Había visto su brillo varias noches atrás y, pocos días antes de la muerte de Mr. Ghust, lo había encontrado de nuevo, en la cocina, donde repentinamente se desvaneció…

Tenía algo que ver con todo esto, de eso estaba seguro, pero ¿qué?

Necesitaba ayuda para resolverlo, así que intenté, una vez más, contárselo a Julius, y así librarme de eso de una vez por todas.

—Julius, para de dormir y escúchame un segundo, por lo que más quieras debes creerme. —El cuerpo de Julius se movió un poco, pero luego volvió a quedar inmóvil. Me desesperé— ¡JULIUS! ¡Despierta! —grité y saltó de repente en su cama.

—Oh, por Dios… —dijo él apesadumbrado y molesto—. ¡Oh, por Dios, Looderish! ¡Son las tres de la mañana! —exclamó con los ojos hinchados. Me sentí culpable.

—Lo sé, lo siento, Julius, pero tienes que escucharme un segundo. El día en que fui a la oficina de Mr. Ghust encontré una carta donde decía… —Pero no me dejó terminar.

—Ya basta —me dijo—, olvídate de eso, ya te lo he dicho muchas veces, no vas a llegar a nada con todo esto… Por favor, Lood… —recalcó, y luego de unos segundos en silencio añadió—: Y ahora, por favor, ya déjame dormir.

—Julius, de verdad —dije yo de nuevo—, por favor, créeme, están pasando cosas extrañas, tú mismo puedes darte cuenta, y tienes que ayudarme a resolver todo esto para… —continué, pero Julius ya estaba dormido de nuevo.

Los abuelos de Julius se llamaban Cleark y Fiona, el primero era un anciano gruñón y de mal aspecto que tomaba cerveza todo el tiempo, y la segunda, una encantadora viejita muy solidaria y dispuesta a hacer lo que fuera por Julius. Lo hubieran adoptado si no fuera por Cleark, quien se opuso a esta decisión y prefirió simplemente ser un familiar sustituto.

Era una de esas parejas, apesadumbradas y melancólicas que, tratando de revivir el pasado de su juventud, gastaban innecesariamente sudor y dinero en decisiones ridículas, como, por ejemplo, ser la familia sustituta de un niño huérfano.

Vivían en una casa de tamaño mediano, bastante acogedora, con dos pisos y un pequeño patio adornado por muy bellas flores.

Su pensión era decente, tenían un antiguo televisor de 35 pulgadas lleno de polvo y cuadros de Van Gogh adornando sus paredes. Era un sitio bastante cómodo para vivir pero humilde.

Por eso me la pasaba bastante bien cuando, en lugar de irme a la millonaria mansión de Bendy, me escabullía a su casa.

Por la mañana desayunamos huevos con tocineta y un jugo de naranja delicioso, y ayudamos a lavar el antiguo camión rojo de trabajo de Cleark.

Mientras lo lavábamos, Julius me apuntó con la manguera y me empapó la ropa con el agua helada.

—¡Ay! —exclamé yo, y luego, echándome a reír, cogí el balde de agua sucia y se lo eché en la cabeza a Julius.

Reíamos y reíamos mientras jugábamos alrededor del viejo tractor, y al final de la mañana quedó como nuevo. Julius y yo siempre habíamos tenido la particularidad de que, cuando hacíamos algo juntos, nada ni nadie podía detenernos. Éramos el par perfecto.

El enorme sol matutino daba paso a los colores de la tarde y se reflejaba hermosamente en el cristal del parabrisas del vehículo, refractándose con las pequeñas gotas de agua y creando un arcoíris.

Aquel efecto muy pocas veces presenciado por mis ojos antes hizo que la escena tuviera un final perfecto. Sonreí.

Julius y yo nos recostamos contra la pared de la casa para admirar nuestro trabajo. Nos sentíamos satisfechos y felices. Fue entonces cuando nos miramos la ropa, empapada.

El desastre es muchas veces producto del juego, pero la diversión tiene un precio mucho mayor a todo lo demás, sobre todo, si has salido de un lugar como el Omhusk Flair, con más directores que momentos de adrenalina. Dado el caso, no fue mucho problema pedirles a los abuelos de Julius ir a comprar ropa nueva.

El abuelo de Julius condujo el enorme camión hasta una tienda de ropa donde nos bajamos.

Buscamos qué nos gustaría comprar durante un rato. Había muchísima ropa y de todo tipo. Cuando ya teníamos lo que queríamos, nos encontramos con una cara conocida.

—Hola, niños —dijo Miss Pancraise con una sonrisa muy fingida—. ¿Cómo están?

—Bien —contestamos al unísono.

—Saben, estamos muy emocionados de que vuelvan al orfanato. Pronto conocerán a nuestro nuevo y radiante director —añadió.

—Qué bien —contestamos de nuevo sin prestarle mucha atención. No queríamos volver a ver nunca más a esa mujer, pero no teníamos alternativa y el domingo por la tarde tuvimos que regresar.

Al salir de la casa de Cleark y Fiona, a Julius se le aguaron los ojos, pero inmediatamente se los secó. Corrió y abrazó a sus abuelos y ellos sonrieron ampliamente cuando lo hizo. Fue una tarde feliz.

El nuevo director era sin duda mucho mejor que el señor Ghust, que, conmemorándolo, puso una estatua justo en el centro del salón de eventos y una foto suya con dos velitas que nunca se apagaban. Además, prohibió el gira-gira y demás castigos violentos, e implementó nuevas y más justas reglas para todos. Eso hizo muy feliz a los niños. Finalmente, había llegado la justicia al Omhusk Flair. Sin embargo, un hombre había tenido que morir para obtenerla, y el temor de la Brigada de las tinieblas seguía en pie.

Yo todavía no podía creerlo, los problemas del horario tan estricto y los horribles castigos, al igual que las ventanas con barrotes, habían terminado. El nuevo director llegó de la nada al Omhusk Flair y, al elegirlo, toda una rígida y cruel tradición de feroces reglas de más de dos décadas tuvo su fin.

El regreso al Omhusk Flair fue muy diferente a como me lo esperaba, sin duda. Los niños celebraban y alababan el nuevo protocolo y se sentían felices de estar libres de tan hostiles castigos, sin tener en cuenta que, en realidad, se alegraban del brutal asesinato de un ser humano.

Apenas todos los niños volvieron al orfanato, después de haber estado con sus familias sustitutas, el nuevo director se presentó. Algunos niños ya sabían del final del gira-gira, pero para la mayoría, incluyéndome a mí, fue una sorpresa total.

Las dulces palabras que salieron de sus labios fueron un gozo total para los niños recién llegados en la sala de asambleas principal. Un manjar delicioso de cero castigos y suavidad infinitas. Y, así, un gran hurra salió de nuestras bocas al terminar su discurso.

Todos estaban muy felices. Además, el nuevo director se veía bastante amable: les parecía su héroe. Sin embargo, mi cabeza no paraba de dar vueltas. Estaba confundido y alertado, cada vez más, cada instante que pasaba.

 

Había algo raro en él. Y aunque, tras rebuscar entre mis recuerdos, no logré encontrar dónde, sabía que había escuchado su nombre: Mirtux.

Y la voz me temblaba al pronunciarlo.

Las comidas se volvieron más ricas y los recesos más largos, así que tuvimos más tiempo para aprender matemáticas con Julius. También el nuevo director hacía que visitáramos a nuestras familias sustitutas una vez a la semana, aunque eso significara un poco más de responsabilidad para ellas, que antes solo nos veían cada mes. Eso fue lo único que no me gustó.

—Hola, Lood —dijo mi tío Bendy distraído, cuando el domingo por la tarde vino a recogerme. No lo veía hace bastante tiempo—. ¿Cómo te va? Estaba esperándote con ansias el otro día en el funeral. ¿Por qué no viniste conmigo? —preguntó, ya sabiendo la respuesta.

—Ya no importa. Y no me llames Lood —dije.

—Debes estar muy triste y conmocionado por la muerte de Mr. Ghust, ¿no es así, Lood?

—No —respondí, aunque por dentro sí lo estaba—. El nuevo director es mucho mejor, aunque cometió el gran error de enviarnos con ustedes cada fin de semana —le dije, mirándolo seriamente.

—Bueno, pues… —exclamó indeciso— Creo que ya tenemos que irnos, Lood, no podemos perder más tiempo. Pasado mañana te traeré de nuevo aquí.

—Tengo que despedirme de Julius —dije.

—Oh, por favor, Lood…, van a ser solo dos noches, no pasa nada, ya tenemos que irnos. En mi casa te esperan algunas sorpresas que te gustarán, vamos.

—Tengo que despedirme de Julius —repetí decisivo, y luego exclamé en un tono un poco más alto—. Y por última vez, ¡no me llames Lood! —concluí y me fui donde Julius que estaba en el dormitorio.

Una vez más recorrí los largos pasillos del Omhusk Flair, esta vez poblados por gozo y alegría, al igual que niños corriendo y riendo.

Tras atravesar la cocina y llegar a los camarotes, vi a Julius acurrucado en una esquina del salón. Me acerqué a él.

—Ya me voy —dije.

—Lo sé —me respondió—. Suerte con tu tío —dijo, sonriendo.

—Gracias, aunque sabes que si fuera mi decisión no iría con él —dije —. ¿Y tú? —pregunté.

—Me quedo en el orfanato. Una nueva medida del director: las familias sustitutas decidirán si tan solo visitarán los niños en el orfanato o si tienen la disponibilidad de llevárselos una noche para su casa, así que algunos se quedarán aquí como siempre. Entre ellos, yo —respondió y suspiró, apesadumbrado—. Igual no tiene nada de malo, es muy comprensible. Supongo que deben estar un poco agotados de mí. Mis abuelos, me refiero, aunque así es como funciona una familia sustituta, ¿verdad? No es como una familia de verdad —dijo con la mirada triste.

—Sí —dije yo, con lástima—. Es un asco. —Lo observé unos segundos más, en silencio, y luego añadí—. En serio, no entiendo por qué Bendy se molestó en hacer esto, no parece esa clase de persona —dije, pensativo, y volví a preocuparme—. Julius…, están… están pasando cosas muy extrañas. —Pero él me hizo callar con un dedo en la boca y sonrió de nuevo.

—A veces, aunque tu cerebro te diga lo contrario, Looderish —dijo—, no es necesario saberlo todo. No hay explicación para todo. Es mejor no saberlo todo, porque el ser humano que lo sepa todo vivirá atormentado por el resto de su vida —prosiguió en ese momento—. Con saber solo una cosa basta —y tras unos segundos concluyó—. No estás solo.

Pude ver desde la ventanilla del lujoso carro de Bendy la mano de Julius despidiéndose, en medio de la nube de polvo que se levantaba en la carretera, y que creció hasta consumirla en su totalidad. «Adiós», dije en mi mente.

Un paisaje árido se erguía ante nosotros.

Esa misma tarde, tras casi veinte minutos conduciendo, llegamos a la mansión solitaria de mi tío Bendy, en el oeste, y almorzamos un estofado bastante rico, que consiguió subirme un poco los ánimos de estar allí de nuevo. Logré relajarme, tras un largo y arduo día.

Pero no lo habría hecho si hubiera sabido lo que se aproximaba.

CAPÍTULO 4:

LA BRIGADA DE LAS TINIEBLAS

—¿Oíste sobre esa tal Brigada de las tinieblas? —me preguntó Bendy en el almuerzo.

—Sí, y creo que ya demasiado —le respondí recordando el pergamino.

Atardecía. Apenas terminábamos de almorzar.

Aunque la comida estuvo muy rica, me decepcioné bastante al saber que esa era la gran sorpresa que me tenía. Además, a simple vista, se observaba que no había sido hecha en casa.

Una vez más, Bendy había camuflado la comida de domicilio con lindos platos y servilletas, cuando lo que en realidad lo delataba eran las decenas de cajas de envíos de restaurantes en la cocina y que él, en realidad, no sabía cocinar.

Una vez terminado el almuerzo y tras haberme mostrado una apócrifa sonrisa, ignoró mi existencia.

Me levanté de la mesa y recogí los platos para llevarlos a la cocina, ya que Bendy estaba absorto leyendo un periódico. Luego, me quedé totalmente aburrido, enterrado en la suavidad de uno de los excéntricos sofás de lino con decorados plateados que había en la sala.

Una o dos veces, aparté mis ojos del distante punto en el suelo que me mantenía mirando y observé a Bendy, con la esperanza de que se incorporara y me propusiera ir a comer helado, comprar ropa o a jugar con mangueras. Pero, como ya lo tenía previsto desde mucho antes, ni siquiera levantó la mirada y olvidó que no era un adorno más de su enorme casa.

Recordé de nuevo la naturaleza de una familia sustituta y enfurecí, no solo por el descuido y la frialdad de mi tío, sino porque a Julius también lo estaban haciendo sufrir. Se comenzaba a dar cuenta de que sus abuelos no eran los ángeles amorosos y protectores que siempre había creído.

Pasamos más o menos media hora así, sin mirarnos ni dirigirnos la palabra, hasta que finalmente dejó su aparatoso periódico y miró la hora en su reloj.

Empalideció. Se levantó de inmediato del sofá, se puso rápidamente el abrigo y cogió una sombrilla y un pequeño objeto que parecía una libreta. Luego, con apariencia ensombrecida, se apuró a cruzar la enorme sala adornada con un antiguo candelabro de cristal y, tras quitar las diversas cerraduras y cilindros que aseguraban la casa, abrió la puerta y se precipitó al exterior.

Pero, justo cuando iba a salir al frío ambiente de la calle, se detuvo en seco y se sostuvo en el marco de la puerta. Se había acordado de mi presencia.

Me lanzó una mirada, sonrió y se le tensionaron los músculos de la cara. Luego, con voz tambaleante, me dirigió la palabra.

—Bueno, pues…, tengo que salir a comprar unas cosas, Lood. ¿Está bien? Solo será por unos pocos minutos, puedes quedarte haciendo lo que estabas haciendo mientras vuelvo —dijo y, sin dejarme responder, se fue.

Duró más de una hora y media afuera. Durante ese largo tiempo, me dediqué, después de romper y botar a la basura el inútil periódico que estaba leyendo Bendy, a explorar una vez más la casa, como varias veces antes lo había hecho.

Caminé por las escaleras y crucé por las habitaciones y los pasillos, pero no hubo nada interesante. La última vez que estuve allí había sido casi tres años atrás, porque las demás veces solo me visitó en el orfanato o yo me logré escabullir a la casa de los abuelos de Julius.

Finalmente, aburrido de nuevo, me detuve en su habitación. Nunca antes había estado allí porque casi siempre la mantenía bajo seguro y no me había llamado la atención. Era la más grande de todas después de la sala. Me acosté en su ancha cama, lleno de tedio.

Sin embargo, después de unos minutos, cuando ya me decidía a ir al piso de abajo de nuevo, algo captó mi atención.

Había un fino hilo con una manija muy pequeña que se desprendía de un punto bastante alto de la pared, detrás de un estante con libros, elevado a un lado de la ventana. Sentí curiosidad.

Necesité pararme sobre la cama para alcanzar aquel estante y, luego de quitar los libros (que seguro eran de adorno porque Bendy casi nunca leía, excepto el periódico), observé claro y con detalle el hilo y la manija.

Pronto descubrí que se trataba de una mini puerta, como de un ático, oculta detrás de la pared.

Jalé la manija y el hilo se tensó, desplegando una puertecilla que me dio acceso a un pequeño cajón, que flotaba, pegado a la pared, en medio de aquella habitación.

Una humareda de polvo salió de él y me hizo estornudar varias veces, pero al final pude observar qué había adentro. Pensé que vería oro o joyas que guardaba en secreto, o alguna pintura o libro sagrado para él, o incluso tal vez que aquel cajón me conduciría a una habitación secreta, donde los misterios volaran a través de los tiempos y llegaran a nuestros días. Pero lo único que encontré fue un objeto liso, pequeño y con forma de esfera, con un pequeño botón hundido en el centro, decorado por una brillante T mayúscula de varios colores.

Me pareció extraño, pero supuse que era una más de las anticuadas reliquias que tenía Bendy, así que no le presté mucha atención y lo volví a guardar en el cajón. En ese momento, la puerta se abrió y escuché la voz de mi tío Bendy refunfuñar y refunfuñar mientras entraba.

Cerré el cajón rápidamente, lo oculté con los libros de nuevo y bajé al primer piso.

—¿Dónde estabas? —le pregunté, se veía agotado y furioso—. ¿No te ibas a demorar tan solo unos minutos? —Él me miró estresado.

—Lo sé, me demoré más de lo que esperaba. Pero ya te dije, estaba comprando unas cosas —dijo, sin mirarme, y luego añadió—. Ven, te mostraré tu nuevo cuarto.

—¿Qué le pasó al anterior?

—Se… quemó —dijo bruscamente.

—¿Se quemó? —pregunté maravillado, pero él me ignoró y procedió a entrar a un cuarto pequeño y húmedo (que ya había recorrido antes también, pero del que me había ido de inmediato debido a su horrible olor), con una diminuta cama llena de revistas en el centro.

—Aquí dormirás, ahora cámbiate y baja para cenar.

—¿Cenar?, pero hace dos horas almorcé…

—¡No importa! —me gritó y cerró de un portazo.

Hice pronto lo que me ordenó, extrañado por completo. No entendía lo que le estaba pasando. Aunque frío, egocéntrico y egoísta, no era ni violento ni gritón, así que como actuaba ahora era muy extraño.

Cenamos y finalmente me fui a mi cuarto a dormir, mientras que Bendy se quedó leyendo un nuevo periódico.

Cuando llegué a mi cuarto, cambié de idea y decidí leer algo también, pero como no quería entrar en su habitación para traer los libros del estante, por miedo a que me descubriera, me conforté con las revistas depositadas sobre la lisa superficie de mi cama.

Cogí una al azar y comencé a buscar cualquier cosa interesante. Una reseña de un libro, un descubrimiento científico, un proyecto tecnológico innovador, o un relato del pasado. Desde antes de que empezara a leer sabía que no encontraría cosas demasiado elaboradas ni trascendentales. El noventa por ciento sería publicidad de televisores, moda y juguetes baratos, pero lo que encontré me sorprendió mucho.

En lugar de moda u otro tipo de publicidad, la revista estaba llena de noticias sobre la Brigada de las tinieblas.

Desde relatos aterrorizadores de testigos, imágenes sangrientas sobre los acontecimientos y textos escritos por la policía, hasta las más absurdas teorías conspirativas y medidas de seguridad avanzadas y precavidas en la ciudad llenaban la revista de datos perturbadores y alarmantes, como nunca antes había visto.

Casi todos los apartados estaban dirigidos a la crisis de la Brigada de las tinieblas y sus terribles consecuencias.

El pánico de la gente se expresaba a través de las increíbles líneas de aquella revista, creciendo y creciendo más y más, sin parecer detenerse. Las amenazas, secuestros, torturas y asesinatos no tenían fin. Además, no habían logrado atrapar ni a un integrante de esta banda criminal.

«Se desvanecieron en el aire», decía una de las testigos de sus horribles acciones. «Procedieron con una agilidad monstruosa, y asesinaron brutalmente a toda la gente de la sala. Fui muy afortunada de tan solo recibir dos roces de bala en mi rodilla izquierda y una en mi hombro. Fui la única presente en el ataque que logró sobrevivir. Estaba en la habitación de al lado, pero decidí ir a la sala donde los demás estaban reunidos, charlando, riendo y comiendo. Abrí la puerta y me dirigí hacia allá, pero en ese preciso instante, cuando mi silueta se podía percibir en la sala, al lado de la de los otros, cuatro sujetos con unas horripilantes máscaras aparecieron de la nada y dispararon sin parar, volviendo el lugar una laguna de sangre. Yo logré tirarme adentro de la habitación de nuevo y acurrucarme en el suelo, pero cuando volví a ver hacia la sala, cuando el caos había acabado, y mientras una sirena de policía sonaba, acercándose, lo vi. Los demonios enmascarados que ahora yacían parados junto a los cadáveres y cubiertos de sangre desaparecieron en un instante …».

 

Como lo contaba ese relato, los integrantes de aquel grupo tenían una habilidad espeluznante. Arremetían contra su víctima en cuestión de segundos y, tras cumplir su tarea, escapaban terroríficamente, sin dejar rastro.

Me dolió la cabeza y ya no quise leer más. Cerré la revista y la puse en el montón, para luego meterme a la cama.

Tras apagar la luz, intenté dormir, pero mi cabeza, alborotada por las imágenes y noticias, no lograba descansar. Tampoco mi alma lo hacía.

No lo entendía. Mr. Ghust había muerto. Seguro que ellos lo habían matado. Sin embargo, la fecha del artículo de la revista era actual. Eso quería decir que la muerte del director del orfanato no había sido suficiente y los asesinatos habían continuado. Era ilógico, ya que era a él a quien estaban chantajeando.

O tal vez ahora estaban chantajeando al nuevo director, a… Mirtux.

O tal vez, no había ningún chantaje sobre su apellido y en realidad habían querido dinero o algo así de Mr. Ghust,

O tal vez todo lo que estaba pensando eran disparates.

Me relajé un poco. Después de todo, eso era lo más probable, y me alegraba más de haber estado equivocado que de haber tenido razón.

Con esa idea en mente, recordé lo que me había dicho Julius en el orfanato y sonreí.

«Pronto volveré», pensé, y luego me dormí, sin saber que al día siguiente mi vida y el mundo iban a cambiar. Para siempre.

Desperté sobresaltado. Mis ojos fueron acomodándose a la luz que entraba a mi habitación. Las sangrientas figuras de las máscaras de la Brigada de las tinieblas fundiéndose en mi mente me habían provocado pesadillas, pero ya todo había pasado y ahora estaba listo y entusiasmado de volver al Omhusk Flair. Los días de agobio con Bendy habían por fin terminado. Y, aunque habían sido tan solo dos noches, se me habían hecho eternas.

Me bañé y arreglé ágilmente, y bajé de forma precipitada por las escaleras. Bendy estaba escuchando la radio mientras leía el periódico.

El sol era radiante. Ni demasiado fuerte ni demasiado débil, justo el deleite fresco y perfecto que toda persona podría desear.

Observé las lúcidas figuras de la sala y el comedor, las sillas, la mesa y los adornos, los cuales parecían pequeños e insignificantes, cobijados por la brillante luz del sol.

Me senté en el comedor y esperé el desayuno. Sin embargo, Bendy parecía en otro mundo, sosteniendo el periódico en una mano y la radio en la otra, así que preferí ir a la cocina para preparármelo.

Aunque no sabía cocinar muy bien, me valí de lo visto en la televisión del Omhusk Flair.

Como resultado de mi empeño y dedicación obtuve unos huevos salados, aguosos y con cáscaras enterradas, y un pan mal cortado untado de algo que parecía mantequilla.

Empecé a desayunar, rápido y sin notar al empalidecido Bendy acercándose a la mesa, hasta que exclamó:

—¿Qué haces? —preguntó.

—Desayuno —respondí. Duró unos segundos más en silencio y luego dijo:

—¿Y el mío? —Enfurecí. Lo miré con seriedad y respondí:

—No hay.

—¿Cómo que no hay? —preguntó, visiblemente enojado.

—No hay, es muy simple —dije yo, manteniendo la calma. Él se apoyó con suavidad contra la mesa. Se veía mareado y confuso.

—Ve a la cocina y prepárame uno, pero no uno como ese que tienes ahí, tráeme uno decente —dijo riendo y luego señaló para que me moviera. Estallé.

—¿Por qué habría de preparártelo? No es mi responsabilidad. ¡Tú eres el encargado de cuidarme mientras vuelvo al orfanato! ¡Tú eres el encargado de darme el desayuno y de no hacerme sentir solo! Pero no haces ninguna de las dos cosas… —exclamé.

—Ya basta —dijo, y luego cambiando de tono—. ¿Será que el rey de los huerfanitos sufridos me puede hacer el favor de prepararme el desayuno en lugar de protestar tanto?

—¡NO! —grité yo, levantándome del puesto—. ¡Eres un desgraciado, cruel y egoísta! ¿Acaso no lo entiendes? ¡Ni siquiera me miras cuando te hablo! ¡Jamás hemos ido a comer helado, o a ver una película ni a nada parecido! Mi rol se ha reducido a sumiso, verte leyendo tus estúpidos periódicos y hacer como si mi propia existencia se desvaneciera durante todo el día, para que la tuya, tan refinada y egocéntrica, pueda permanecer imperturbable. ¡Por eso es que pasar un día aquí contigo es tan horrible! ¡No sé lo que eres, pero sin duda no eres mi familia! —concluí con los ojos llorosos. Había arruinado mi buen ánimo una vez más y había herido mis sentimientos. Él, tras escuchar lo que dije, le pegó una manotada estremecedora a la mesa, y luego me gritó sin contenerse.

—¿¡Cómo te atreves a decirme eso, niño malcriado?! ¡Claro que soy tu familia! ¡Yo soy tu tío! ¡Acepté ser tu familia para que no te les murieras de pena y mira ahora cómo me hablas! ¡No sé qué esperas de mí, pero esto se acabó, te ordeno que vayas y me prepares el desayuno o no respondo! —Quedé paralizado. Sin embargo, mirando bien al fondo de sus ojos, se podía descubrir algo que trataba de ocultar con un manto de inconmensurable vergüenza. Había bebido. Se había emborrachado hace poco o la noche anterior. Me enfurecí aún más y no lo pude soportar. Recordé la triste cara de Julius cuando supo que sus abuelos se habían cansado de él y expulsé hacia Bendy todo el odio que le había tenido hace tanto tiempo a las familias sustitutas.

—¿Para qué haces esto? ¿Para qué ser mi familia ficticia? ¿Acaso perdiste a tu hijo o hija, o tal vez a tu esposa o a alguien que necesitas con urgencia reemplazar? ¿Acaso no entiendes que yo no te quiero? ¡Yo te odio! ¡No eres más que el reflejo de un mísero rayo de esperanza, frustrado por tu horrible alma y personalidad! ¡Te odio y odio a todas las familias sustitutas, que en realidad no son más que demonios! ¡Demonios que nos ilusionan con un mejor futuro, cuando el único que tenemos es el de ser huérfanos para siempre, vivir y morir siéndolo! ¡Demonios que, ocultando su maldad, se hacen pasar por nuestras familias imposibles, y tal vez así sentirse más satisfechos consigo mismos y con sus pecados! ¡Y tú! ¡Tú eres un demonio también y lo seguirás siendo hasta el mismísimo fin de los tiempos! ¡TE ODIO! —le grité empedernido mientras mis ojos dejaban de expresar dolor y tristeza para pasar a mostrar ira y decepción.

—¡YA BASTA! —gritó alzando la voz sobre todos los sonidos de alrededor—. ¡Te voy a…! —Pero, en ese momento, la radio, que había estado en silencio durante todo ese rato, apoyada al lado del brazo de Bendy, en el comedor, sonó, y todo lo demás pareció insignificante.

Las temblorosas palabras que conformaron aquel horrendo y fatídico reportaje resonaron en mi cabeza hasta mucho años después.

Los gritos de mi tío cesaron de repente dentro de mis oídos y todo lo demás se pulverizó, para dar paso a la noticia que cambiaría mi vida para siempre.

Mientras Bendy me sacudía y estallaba en furia, la radio dijo:

—…a las 9 30 de la mañana se ha detenido a un intruso presuntamente peligroso a la entrada del orfanato estatal Omhusk Flair. Tras la muerte de su director y la retirada de los perros y demás medidas de seguridad del lugar, el Omhusk Flair ya se encontraba en una situación bastante difícil, pero nada grave había pasado hasta ahora. Por fortuna, aunque ha ofrecido resistencia, la policía ha logrado detenerlo. Sin embargo, ha amenazado con activar una bomba en medio de la misma instalación y acabar con la vida de todas las personas presentes allí si no lo dejan escapar. La situación actual de los agentes de policía presentes es verdaderamente dramática, y todo depende de…