Looderish hsiredool: Interdimensional

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—No —dije yo—. ¿De qué estás hablando?

—Por eso todos se conmocionaron cuando vieron los anuncios en la televisión —aclaró—. Te contaré, pero no puedo creer que no te hayas enterado —dijo y me miró seriamente—. Hace unos días apareció de la nada un grupo delincuente llamado la Brigada de las tinieblas, y comenzó a cometer crímenes en masa, desde amenazas y chantajes, hasta secuestros y asesinatos. Sin ninguna petición hacia el Gobierno o los medios de comunicación, nadie sabía cuál era su objetivo, hasta que un día amenazó directamente al señor Ghust, ¡hacia nuestro orfanato! Exigían la verdad sobre algo. No alcancé a saber mucho de lo que decían, pero claramente todas las muertes y desaparecidos están siendo ocasionadas por un propósito en relación con este lugar, y temen también que sea con nosotros. Solo Ghust sabe qué quieren realmente. El caso es muy dudoso, pero justo por eso, por mucho que sea horrible aquí, podría ser peor afuera —finalizó.

Me quedé sin palabras. Mis manos empezaron a temblar y se me vino de pronto a la cabeza la conversación que había escuchado hacía unas noches.

¿Y si no fue un sueño? ¿Y si eran ellos? ¿Y si ya habían entrado al orfanato para cumplir su propósito? Si un simple niño dentro del orfanato había ideado un plan perfecto para escapar, ¿por qué un adulto desde afuera no, para entrar? Y yo había sido, probablemente, el único que los había escuchado.

Comprendí perfectamente el terror de Julius y no le refuté más.

Esa noche no me sentí para nada agotado. Normalmente, en un día como ese, me habría ido a dormir sin pensarlo dos veces, cansado como nunca. Pero aquella tarde, mientras Julius dormía, fatigado, fui a la biblioteca.

Al llegar a la sección de álgebra, en lugar de la calma interior y amor a los números que solía inundarme, sentí un revoltoso vacío de horror y miedo. Rodeado de libros, en la inmensa sala del pabellón de matemáticas, no podía dejar de pensar en las más terribles posibilidades del destino. Ese miedo me perseguiría durante años.

Ojeaba y ojeaba con desespero los anchos y polvorientos libros, en busca de algo que me consolara. Pero nada. Imágenes mentales de los restos de mis padres se mezclaban con regaños furtivos de miss Pancraise y el aterrador brillo de la cocina.

Cuando de pronto todo cesó. Estaba helado y temblando, pero ya no sentía miedo. Insólitamente me había fijado en un libro en el pabellón de al lado, el de historia y biografías, titulado Omhusk Flair, el hombre de la década.

Me deslicé entre los millares de libros y estanterías hasta esa sección y saqué cuidadosamente el libro de su pila. Se veía nuevo, no parecía haber sido usado antes, pero la fecha de impreso indicaba que era de hace más de sesenta años.

Lo abrí y comencé a leerlo. Las primeras páginas eran prólogos y agradecimientos del anónimo autor del libro, y luego comenzaba la historia de Omhusk Flair. Me atrapó de inmediato.

Hace bastante que no leía un libro que no fuera de ficción, misterio o matemáticas, porque las biografías y novelas históricas siempre las encontraba un tanto aburridas. Sin embargo, por alguna razón, ese libro me había llamado, y cuando comencé a leerlo ya no pude detenerme.

En resumen, lo que pude obtener de información de mi lectura fue lo siguiente:

«Omhusk Flair fue un reconocido científico e inventor quien aportó mucho al mundo de la transportación y la física. Además de numerosos descubrimientos en estos campos, su más importante y reconocido proyecto fue el diseño e implementación del primer artefacto que les permitía a las personas desaparecer y aparecer en otro lugar en una milésima de segundo: un teletransportador.

Este invento lo creó muy temprano en su vida, a principios de su carrera. Con su brillante y excéntrica mente, y sus increíbles habilidades, que superaban a los demás de la universidad, su invento se abrió campo entre los más exitosos y trascendentales de la historia. Comparándose con la bombilla eléctrica de Thomas Edison o la máquina de vapor de Newcomen.

Por la increíble expansión de su producto y la fiabilidad y utilidad de este mismo, Omhusk se volvió un hombre reconocido; sin embargo, aunque al principio estaba seguro de ponerlo en el mercado, pronto se dio cuenta de que sería una idea fatal.

Según el Gobierno y la policía local, con los nuevos teletransportadores Flair vendiéndose en masa, se estaría dañando la sociedad, ya que muchas más formas de robo u otros crímenes peligrosos podrían ser implementados.

—Imagínense —decía un oficial de policía en una entrevista sobre los teletransportadores y sus riesgos—. Cualquiera podría entrar a una bóveda bancaria sin dificultad alguna y robar cantidades inconmensurables. La economía del país se quebraría por completo. Además, si el producto llega a expandirse a todo el mundo, dañaría irremediablemente la privacidad de las personas. Con todos los problemas que ya tenemos en la policía, no nos carguen con un millón más.

Por muchas críticas como esta y la propia inseguridad del señor Flair, los eliminó del mercado de inmediato y los ya creados fueron destruidos.

Sin embargo, según cuenta la gente, guardó algunos y los distribuyó a sus familiares, con la seguridad de que eran buenas personas, para que, tras usarlos como una segunda fuerza de seguridad, los transfirieran a sus descendientes, y ellos a sus descendientes, y así por generaciones y generaciones de la dinastía Flair».

Miré él reloj de cobre y noté que eran las once y media. Me había pasado hora y media leyendo, sin noción del tiempo. Me asusté. Debía escabullirme a la cama para que no me descubrieran. Si no, me tocaría el gira-gira. Me arrodillé y alcé la mirada. Pronto descubrí que no había nadie cerca.

Por una ventana se alcanzaban a ver los pocos guardias que quedaban despiertos. El resto, aunque seguía en su turno hasta las cuatro a. m., se había recostado contra la pared para echar una siesta.

Era silencio total lo que se escuchaba en el orfanato. Decidí seguir leyendo.

«Omhusk Flair se jubiló en 1943, con una pensión extremadamente alta, superando a cualquier otro tipo de profesión.

Sin embargo, tras jubilarse entró en el marco de la política, como inversionista y líder ideológico. Como la gente ya lo conocía por sus extraordinarios avances en la ciencia, muchos votaron e invirtieron en sus propuestas.

En su vejez, tras también retirarse de los cargos políticos, Flair fundó el más grande orfanato del país, que nombró con su propio nombre.

Nadie sabe exactamente por qué este interés en los niños huérfanos. El Omhusk Flair fue catalogado durante décadas como uno de los mejores del mundo entero, por sus educadores, longitud, ideologías, seguridad y localidad.

Tal y como fue su extravagante y activa vida laboral, también fue su familiar. Tuvo tres esposas y nueve hijos, aunque uno de ellos despareció misteriosamente.

Omhusk Flair siempre aseguró que adoraba a sus hijos con toda el alma, aunque no tenían una relación estrecha con él, pues siempre estaba viajando o trabajando. Por eso fue una tragedia impactante cuando los ocho, el mayor de 19 años y el menor de cuatro, murieron en un accidente de avión en 1944, un año después de su jubilación.

Esto le causó gran dolor y, tras fundar el orfanato Omhusk Flair, desapareció de la sociedad. Nunca más se le volvió a ver».

En ese momento, millones de ideas e hipótesis se formulaban en mi mente. El señor Ghust… Los teletransportadores… Los hijos del señor Flair…

Finalmente pude organizar mis ideas y llegué a una conclusión: el señor Ghust era el descendiente del hijo desaparecido. Desde el momento en el que llegué al orfanato era el director; sin embargo, su elección había sido únicamente porque, se afirmaba, era el tataratataranieto del señor Flair, por lo que se le concedió el cargo de inmediato, sin ni siquiera analizar sus tortuosas propuestas. Ahora, con la información del libro y la aparición de la Brigada de las tinieblas, todo se volvía dudoso.

¿Por qué amenazaban al señor Ghust? ¿Querían saber la verdad de qué?

Seguí leyendo para averiguar más, y de pronto, tras un buen rato de búsqueda, lo encontré. En el texto decía: «El pasado oscuro de Omhusk Ksuhmo Flair».

«Omhusk Flair, el famoso científico y fundador del orfanato más grande del país, fue el responsable de la desaparición de cuatro personas, todas jóvenes, se dice que cometió torturas y delitos terribles contra ellas.

Sin embargo, por su gran poder en la política, la policía nunca lo acusó. Aun así, se dice que los descendientes de los cuatro desaparecidos continúan tratando de encontrar a su sucesor para vengar su linaje, y cuando lo encuentren…».

Cerré el libro de golpe y de pronto una hipótesis surgió en mi cabeza.

—Son ellos —pensé—. La Brigada de las tinieblas son los descendientes de los desaparecidos y torturados por Flair, y están tratando de matar a su descendiente. Sin embrago, ellos también descubrieron, como yo, la verdad, y su plan se arruinó. Ghust no es el descendiente de Omhusk, las probabilidades de que el hijo desaparecido haya tenido hijos, incluso que haya sobrevivido y que el señor Ghust sea su descendiente, son mínimas. Ahora la Brigada de las tinieblas tiene un nuevo objetivo. Lo están amenazando con todas esas muertes y secuestros, para que nos diga la verdad, a todos, sobre su verdadero apellido.

Apagué mi linterna al ver que miss Pancraise se acercaba corriendo y gritando. Ya era la media noche. Dejé el libro en el suelo y salí corriendo. Corrí, corrí y corrí por los pasillos de la biblioteca. En medio de la oscuridad, solo veía la silueta de miss Pancraise agitándose enfurecida. No podía dejar que me atrapara, aunque sabía que eventualmente lo haría.

 

Salí de la biblioteca y seguí corriendo, hasta que llegué a la cocina y me encerré con llave. La silueta de la mujer se estrelló contra la puerta y empezó a golpearla, mientras seguía gritándome.

Estuve tapándome los oídos y agachado en el piso durante largo rato, sabía que tarde o temprano hallaría la forma de atraparme y castigarme, pero aun así me mantuve quieto hasta que los gritos cesaron.

Oí unas pisadas alejándose y entonces supe que tendría una oportunidad.

Crucé la cocina y me dirigí hacia los cuartos para despertar a Julius y contarle todo lo sucedido, él me ayudaría a encontrar una salida, como siempre. Pero, entonces, lo vi otra vez.

Me quedé quieto, petrificado, mirando fijamente hacia aquel rincón de la cocina.

El resplandor de la otra noche seguía ahí, desprendiendo su brillante luz azul hacia todas las direcciones. Me fijé más cuidadosamente y descubrí que provenía de un objeto de mediano tamaño, plateado y con forma de reloj de arena. Era un objeto extremadamente curioso. Nunca había visto algo así.

Entre las imaginarias aventuras místicas de dragones y caballeros que había leído, no se podía figurar ningún reloj de arena similar a ese. Tenía algo muy peculiar, era como si no solo yo lo estuviera viendo, sino que los otros siete mil millones de seres humanos en el planeta surgieran de él y de pronto todo lo demás se desvaneciera. Una sensación muy extraña.

Comencé a acercarme, ansioso e imprudente, maravillado por aquel artefacto. Caminando entre la amarillenta luz de la cocina, con toda la adrenalina en mis venas, no pude escuchar el sonido de las llaves girando en la cerradura de la chapa, y la puerta abriéndose detrás.

Estaba a punto de llegar. La tensión era cada vez más fuerte al acercarme, y cuando finalmente me agaché para intentar recogerlo, sentí una portentosa energía calorífica, que me brindó seguridad.

Mi mano rozó el objeto metálico, pero de pronto algo me asustó, había un horripilante, pequeño y aterrador ojo verde con rayitos de todos los colores alrededor de él, vivo y mirándome fijamente.

—¡¡¡Ahhhhhhhhhh!!!! —grité y salí a correr hacia las habitaciones, pero me encontré a miss Pancraise al lado mío. Tenía la mirada ardiendo en llamas de furia y, tras recordarme el horrible gira-gira que me esperaba, me golpeó fuertemente en la cabeza.

—Sabes que no puedes hacer eso, Looderish —me dijo el señor Ghust cuando ya me habían castigado por seguir despierto después de las once de la noche. Yo, aturdido todavía por los últimos inesperados sucesos y el malicioso gira-gira, me mantuve en silencio, mirándolo fijamente y recordando mi lectura en la biblioteca. Él sonrió y luego dijo—: Aunque, con sinceridad, escabullirte durante una hora entera en la biblioteca es más de lo que me esperaba. Casi nadie logra evadir a la señorita Pancraise por tanto tiempo. Así que tal vez… otro gira-gira no te haría mal si no hablas. —Abrí los ojos como platos por temor a lo que decía, e inmediatamente, cuando hizo una seña a miss Pancraise, respondí:

—¡No! Espere —dije esforzándome—. Lo siento mucho, señor, pero había algo… algo… —dije tratando de recordar el objeto de la cocina. El señor Ghust levantó una ceja, extrañado.

—¿Qué? —preguntó.

—Era un artefacto —logré finalmente decir—. Era escalofriante…, tenía forma de un reloj de arena y, dentro de él… —Pero me detuve al recordar el horroroso ojo—, había… un ojo —concluí, disperso.

Por un momento la sonrisa desapareció del rosto del señor Ghust, y miró hacia algún punto vacío de la habitación, sumido en sus pensamientos. Este estado de total quietud duró un buen rato, pero al recordar que yo seguía allí esbozó una sonrisa más grande que nunca y soltó una carcajada.

—¡Ja, ja, ja, ja, ja! —Rio—. ¡Un ojo en un reloj de arena! ¡Pero qué gracioso! Lood, creo que el gira-gira te hizo un poco de daño, vete a dormir ya —dijo dándome una palmadita en el hombro.

Miss Pancraise me jaló de un brazo y me sacó de la habitación del señor Ghust.

Caminamos cruzando los pasillos y habitaciones del orfanato durante unos minutos, en silencio.

Había conseguido la información más valiosa que pudiera haber conseguido en toda la gigantesca biblioteca, y estaba listo para contarle todo a Julius.

Cuando pasábamos por la cocina ya llegando a los dormitorios con miss Pancraise miré al rincón donde había visto aquel aparato. Ya no estaba.

CAPÍTULO 2:

EL SEÑOR GHUST

Todavía no podía creer lo que me había pasado.

Mis ojos no se cerraron esa noche. Mi cabeza daba vueltas como un trompo y no se detenía. Constantemente alzaba la vista hacia las ventanas y la puerta cerrada de la cocina. Pero no había nada fuera de lo común.

No me atreví a despertar a Julius. Ya había recibido una paliza por la mañana y su plan había sido todo en vano. Así que decidí dejarlo descansar.

Miss Pancraise, tras dejarme en los dormitorios, se quedó un buen rato más, a la espera de algún niño travieso que se fuera a levantar.

Finalmente se fue, agotada y arrastrando los pies, y olvidó cerrar la puerta. Sin embargo, ni a mí ni a ninguno de los que estaban durmiendo en esa gigantesca habitación les parecía que eso fuera una oportunidad para escapar.

Afuera, pude ver a través de las ventanas con barrotes cómo los guardias se disponían a cambiar de turno.

Era de mañana. Los ruidos de las barras metálicas siendo golpeadas por Miss Pancraise despertaron a los niños del Omhusk Flair. Me levanté de la cama al instante. Tenía que contarle todo a Julius lo antes posible, así que subí a la cama de arriba del camarote y lo sacudí enérgicamente.

— Ahhhh… —masculló él, adormilado.

—¡Julius! —exclamé yo—. Levántate, tengo que contarte algo.

Se lo conté todo, sin omitir detalle alguno. La mirada pensativa del señor Ghust en su oficina, el aspecto del libro nuevo, la furia de Miss Pancraise. Se lo contaba y me emocionaba al recordarlo.

Mientras desayunábamos y nos lavábamos los dientes con prisa, le seguí narrando lo sucedido. Logré terminar la historia justo antes de la hora del baño. Estaba tan emocionado de escuchar qué me diría al respecto que cuando escuché su respuesta, breve y lógica, me desmoroné completamente.

—No —dijo él.

—¿Qué? —pregunté mientras él entraba a la ducha —¿No qué?

—Olvídate de todo eso, Lood, solo vas a hacer que nos metamos en más problemas. Seguro fue otra vez tu imaginación.

—¿Mi imaginación? —pregunté, estupefacto. Me sentí indignado, pero en cuanto fui a decir algo más Julius cerró la puerta de la ducha de un portazo.

No me creyó.

Lleno de rabia, me salté la hora del baño y decidí desentrañar la verdad de todo eso solo.

Comencé por hacerme las preguntas por las que había comenzado mi hipótesis: ¿dónde nació el señor Ghust? ¿De dónde salió esa banda criminal? Y ¿podría esta estar conformada por los descendientes de los desaparecidos del señor Flair?

Tenía que responder todos esos interrogantes con hechos reales y, sin encontrar nada más en la biblioteca a la hora del baño, decidí ir al otro único lugar donde encontraría información valiosa: la oficina del señor Ghust. Resolví que lo más prudente era hacerlo en nuestra media hora de curación.

Me deslicé suavemente entre los niños, algunos llorando, otros apenas pudiendo hablar del dolor. Yo había sido uno de los últimos en ser castigado, así que, por falta de tiempo, solo me regañaron y me echaron un cubo de agua helada encima. Llegué a las habitaciones y con una rapidez increíble me cambié de ropa y conseguí todo lo necesario para entrar a la oficina; el reloj de plata, agua, clips para forzar la cerradura, un palo amenazante y enorme que había encontrado hace poco.

Troté en silencio, cruzando los pasillos de nuevo, pero me topé con un guardia enorme y su fiel perro. Me agarré a una esquina y retrocedí con cautela hasta un cuarto de limpieza cercano. Cuando llegué, me encerré dentro. Miré por entre los orificios de la puerta metálica.

No me vio. Pero el perro sí me olió, y supo de inmediato que había un niño incumpliendo el horario de curación. Sin embargo, justo en ese momento una empleada de servicio salió del cuarto contiguo y se dispuso a trapear. El guardia atribuyó el comportamiento del perro al olor de la mujer y lo ignoró.

«Uffffff», pensé yo. Salí del cuarto de limpieza cuando el guardia se movió a otro sitio, pero al abrir la puerta me choqué con la empleada de servicio.

—¡¿Qué!? —exclamó aturdida.

La metí rápidamente en el cuarto de limpieza y le cerré la puerta.

Corrí de inmediato hacia la oficina del señor Ghust y, mientras escuchaba los llamados de la empleada de servicio a los guardias, abrí la puerta con los clips y me metí adentro, cerrándola con llave. Estaba a salvo por ahora.

Como el señor Ghust siempre estaba castigando a los niños o almorzando con sus amigos, en la oficina no había nadie, excepto yo.

Lo que encontré no fue del todo fascinante, puesto que ya había estado otras veces allí, pero me dispuse a inspeccionarla con más detalle.

Su oficina era la única que estaba bien decorada. Además de la enorme biblioteca, tenía un gran piano en una esquina y un asiento cómodo, incluso con espaldar, la cabeza de un ciervo que seguramente él mismo cazó ubicada en la mitad de dos cuadros del siglo xix, de la sangrienta batalla de Waterloo. Su escritorio, acompañado de una silla muy lujosa y ancha, forrada en terciopelo rojo y hecha de madera de roble muy bien pulida, tenía varios libros de historia y un pergamino sepultado entre ellos, a medio escribir, hecho muy aprisa.

Se podía ver desde lejos que había intentado ocultarlo para que nadie lo viera, pero había fallado de manera escandalosa. Lo saqué de entre los libros y fue notorio su contenido: era una carta.

Me detuve un momento para leerla:

De: Ghust Alvarius / Orfanato Omhusk Flair

Para: Poe Dereck Manstreet /Rolestone

Señor Poe, ya sé que mi seguridad ha estado en riesgo en los últimos días por la ya famosa Brigada de las tinieblas, y aprecio mucho su oferta; sin embargo, no puedo ir a Rolestone, porque tengo muchos asuntos pendientes en el campo. Ya sabe, papeleo y medidas de seguridad para los niños. Cada vez el protocolo es más estricto. Igualmente, le agradecería mucho si me manda un par de guardaespaldas extras para mis horas libres.

Cuando todo esto se haya calmado, iré a visitarlo para darle las gracias en persona, por todo lo que ha hecho por mí, como en los viejos tiempos, como en la casa del lago escarlata. Dadas las circunstancias, usted y sus agentes son los que más me han ayudado a mantener tanto mi seguridad como la del orfanato. Seguiré invirtiendo con gusto en su organización.

Sin embargo, debo advertirle que el propósito de esta carta es darle a conocer un peligro mucho mayor que mi deteriorada seguridad.

Como usted ya sabe, todos los hijos del señor Flair, excepto Felipe, el desaparecido, murieron. Eso implicaría que yo soy el tataranieto de ese niño, lo que por desgracia no es cierto. Me contrataron para servir este orfanato, pero no tengo ningún tipo de teletransportador, por lo tanto, no soy de la familia Flair. Le digo esto para darle a conocer la posible razón por la cual la Brigada de las tinieblas me esté buscando, aparte de, claramente, la verdadera naturaleza del Omhusk Flair.

Le pido que mantenga en secreto esta información.

Muchas gracias por todo.

¡Ah! Y una cosa más…

Hasta ahí llegaba la carta.

En ese punto, mis sospechas se habían confirmado. La Brigada de las tinieblas la conformaban los descendientes de los jóvenes desaparecidos por Flair, y querían que Ghust dijera la verdad de su apellido ante todos.

Sin embargo, algo todavía me perturbaba, leí y releí la carta y no le encontraba respuesta.

¿A qué se refería con la verdadera naturaleza del Omhusk Flair?, ¿acaso había algo más oculto en esa carta? De pronto todo se había vuelto confuso. Ya no estaba seguro de si mi hipótesis era cierta o no y, entre todas esas dudas, empecé a desesperarme.

«Él tenía razón», pensé, «Julius tenía razón. No debí haberme metido en todo esto».

Seguí hurgando entre las cosas del señor Ghust y quedé estupefacto cuando, entre un montón de papeles y esferos desorganizados, encontré un hacha con un pedazo de cráneo con cuero cabelludo y sangre seca alrededor. Me lancé para atrás de inmediato, asqueado. Me tapé los ojos con fuerza y empecé a temblar. Había matado a alguien. ¡Había matado a alguien!

 

De pronto, escuché un ruido y me escondí detrás del escritorio. La puerta se abrió y Mr. Ghust entró, malhumorado y sangrando por el estómago.

Caminó unos pasos y, fatigado, se desplomó en el suelo, dejando un charco de sangre debajo de él. No volvió a moverse, excepto por sus labios, que pronunciaron unas palabras inentendibles.

Me mantuve en silencio, aterrorizado, cuando, cerca de dos minutos después, una enfermera acudió a su ayuda. Eran las doce y cuarenta y cinco minutos de la tarde. En el momento en el que me escabullí y salí a correr, todos los niños del Omhusk Flair estarían en el trabajo de campo, y Miss Pancraise estaría corriendo a buscarme. Ninguno de ellos había visto lo que yo.

Al llegar a los lavabos, vomité, mucho más que en todos mis gira-gira juntos. Me dolía la cabeza. Todo era un caos. Doce años de mi vida esperando para embarcarme en una aventura como la de los libros y, cuando finalmente sucedió, estaba muerto de miedo.

«No accedió», pensé, «Mr. Ghust no accedió a decir la verdad, y pasó lo que tenía que pasar».

Todo estaba en silencio en ese momento, excepto mi corazón latiendo cada vez más fuerte y los pasos de más y más enfermeras.

Fue así durante un rato, hasta que una voz femenina potente y carrasposa sonó a través del parlante tras aclararse la garganta.

—Se solicita a todo el personal ir a la sala de eventos —dijo—. Pronto tendremos una nueva elección de director.

CAPÍTULO 3:

UN FUNERAL MONUMENTAL

El día en que Mr. Ghust murió era lunes. Su funeral estaba previsto para el jueves, pero lo aplazaron para el viernes por una tormenta eléctrica.

Julius y yo fuimos los últimos en entrar a la gran iglesia donde se efectuó este extraordinario evento. Todo fue increíblemente grande: la comida era grande, la iglesia era grande, el ataúd era grande, hasta el sacerdote era grande, en todos los sentidos fue un funeral monumental.

Entre las recetas que nos prepararon a todos los niños del Omhusk Flair por ser «los niños preferidos del señor Ghust» estaban: sopa de garbanzos con rúgula vinagretada, pavo relleno de manzana dulce y salsas de avellana, puré de patatas muy bien hecho con un poco de leche y un delicioso pastel de todos los sabores imaginables.

Nunca había comido mejor en mi vida. Fue una lástima haber degustado ese delicioso banquete recordando que había sido el último en ver con vida al homenajeado.

En cuanto a la misa, asistieron más de 800 personas, de las cuales 600 eran del Omhusk Flair. Al parecer era un hombre muy importante. Su esposa, sus seis hijos, 20 perros, once loros y 835 peces en una pecera rodante gigantesca acudieron sin ningún problema a su funeral, parecía más un zoológico que una misa.

Además de ellos, asistieron también muchos de sus amigos militares. De todo rango y área, aunque se dignaron a presentar como civiles. Políticos y negociantes también entraban dentro de su lista de conocidos, y, por supuesto, todos los docentes del Omhusk Flair.

Yo pensaba que todo sería triste y lúgubre. Que las personas llorarían y se lanzarían a abrazar el ataúd. Sin embargo, se podía notar la calidad de persona que era y su comportamiento con los demás al ver que ni siquiera sus hijos lloraron. Uno de ellos se limitó a dejar una rosa sobre el ataúd de su padre.

La frialdad y superficialidad con que todo se realizaba, desde las sagradas palabras del sacerdote hasta los regalos de conmemoración, era espeluznante.

El ataúd fue sepultado y nunca nadie volvió a ver a ese extraño sujeto.

Tras el funeral, la gente se quedó un rato conversando y comiendo sus últimos bocados del banquete.

A los niños nos sacaron un rato a «jugar» en el grisáceo parque de al lado de la iglesia, mientras que, dentro de ella, los adultos conversaron cosas que nosotros, según Miss Pancraise, no podíamos escuchar.

Desde la ventana, observé a algunos familiares sobre la tarima que decían palabras de conmemoración. Y luego, por un instante, todos se levantaron y se mantuvieron en silencio durante un buen rato.

Me extrañé mucho, todos tenían miradas alarmantes. Después de unos minutos, un hombre calvo y arrugado fue el que rompió el silencio con palabras inentendibles.

Mientras hablaba todos asentían con preocupación y, a medida que terminó su discurso, se fueron tranquilizando.

El hombre bajó de la tarima y se retiró del escenario. Todos le estrechaban la mano y lo abrazaban, hipnotizados. ¿Acaso quién era?

Cuando todo aquello terminó, los adultos volvieron a sus respectivas casas, en sus respectivos coches, con sus respectivos acompañantes, mientras que los educadores se dirigieron hacia el orfanato de nuevo, donde terminarían la elección del nuevo director. Tras más de 20 años con el señor Ghust de director, todos estaban aturdidos por su muerte y llenos de miedo por la Brigada de las tinieblas.

En cuanto a los huérfanos, se reencontraron con sus familias sustitutas. Es decir, personas entristecidas por nuestra historia, pero sin la valentía suficiente para adoptar a un niño, que se limitaban a pretender que eran nuestros familiares.

Nos quedábamos con ellos algunos días en el año, cuando el orfanato tenía que cerrarse momentáneamente. Prestaban su hogar a uno o dos niños por unos días y luego lo devolvían.

Además de atendernos en situaciones de necesidad, estas personas eran una fuente económica clave para el orfanato. Cedían fondos y donaciones, algunas mucho más generosas que otras, pero siempre daban algo. Por eso eran muy bien tratadas por los docentes y directivos.

A todos los niños se les consiguió una familia sustituta, que los visitaban a veces para hacerlos sentir más cómodos.

Cuando salían del orfanato y se quedaban en la casa de su familia sustituta, para muchos era un respiro de aquella cárcel.

Incluso algunos los llamaban tíos o abuelos dependiendo de su edad, y cuando los veían se emocionaban y corrían a abrazarlos. Eran lo más cercano a una familia.

Por mi parte, tenía a mi tío Bendy, un excéntrico millonario que vivía cerca. Él era mi único conocido fuera del Omhusk Flair, pero yo lo odiaba de todo corazón. Cuando lo veía no sentía nada parecido a una cálida sensación de familia, ni un descanso a la abrupta rutina del orfanato.

Aunque muchos niños lo hacían, yo no podía entender el simple hecho de que se hicieran llamar familias sustitutas si no nos adoptaban, en especial Bendy, un arrogante hombre de negocios. ¿Para qué quería hacerme la ilusión de estar con una familia si no lo estaba? ¿Si ni siquiera me había adoptado?

Cedían cantidades enormes de dinero, se mantenían en contacto con el orfanato, aunque no los veíamos sino una vez cada mes o en situaciones especiales, y ¡no adoptaron ni a un solo niño!

A pesar de todas las entrevistas, en las que dábamos cada gota de sudor y extracto de sonrisa perfecta para que alguna nos adoptara, no recuerdo ningún niño que haya salido del Omhusk Flair en brazos de una nueva familia legal y oficial. Tal vez era una maldición que había caído sobre ese lugar. Si Bendy me hubiera adoptado me habría ahorrado muchos problemas en el orfanato. Todo un cúmulo de moretones y gritos de profesores.

No entendía cómo el resto de los niños se podía lanzar a ellos con tanta adoración, alabándolos y hablando de ellos todos los meses. No podía entender cómo no se daban cuenta de en cuál gran falsa ilusión impulsada por la cobardía caían, ¡se estaban dejando caer!

Yo no me permitiría hacerlo y, aunque no tenía nada contra del resto de familias, odié a Bendy cada minuto en cada parte de mi ser cuando estaba frente a él. Sinceramente, creí que algún día se cansaría de mí, pero nunca renunció a ser mi familia sustituta, tal vez por su voluminoso y notorio ego.