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CAPÍTULO CINCO

23:05 horas, Hora del Este

Sede del Equipo de Respuesta Especial

McLean, Virginia

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó Kevin Murphy.

Iba vestido al estilo casual de negocios, como si acabara de llegar de una reunión de jóvenes profesionales.

Mark Swann, vestido de cualquier manera menos formal, sonrió. Llevaba una camiseta negra de Los Ramones y pantalones vaqueros rotos. Su cabello estaba recogido en una cola de caballo.

–¿En el sentido existencial? —dijo.

Murphy sacudió la cabeza. —No, en el sentido de por qué estamos todos juntos en esta habitación en mitad de la noche.

La sala de reuniones, a lo que Don Morris a veces se refería con optimismo como el Centro de Mando, era una larga mesa rectangular con un dispositivo de altavoz montado en el centro. Había puertos de datos, donde las personas podían enchufar sus ordenadores portátiles, espaciados cada medio metro. Había dos grandes monitores de vídeo en la pared.

La sala era algo pequeña y Luke había estado en reuniones aquí con hasta veinte personas. Veinte personas hacían que la habitación pareciera un vagón lleno de gente en el metro de Tokio en hora punta.

–Está bien, chicos —dijo Don Morris. Don llevaba una camisa ajustada y las mangas remangadas hasta la mitad de los antebrazos. Tenía un café en una gruesa taza de cartón frente a él. Su cabello blanco estaba muy bien recortado, como si acabara de ir a la peluquería esta tarde. Su lenguaje corporal era relajado, pero sus ojos eran tan duros como el acero.

–Gracias por venir y tan rápido. Pero dejad a un lado las bromas ahora, si no os importa.

Alrededor de la sala, la gente murmuró su asentimiento. Además de Don Morris, Swann, Murphy y Luke, Ed Newsam estaba aquí, relajado en su silla, vestido con una camisa negra de manga larga que abrazaba su musculado tórax. Llevaba vaqueros y botas de trabajo amarillas Timberland, con los cordones desatados. Parecía que esta reunión lo había despertado de un sueño profundo.

También estaba Trudy Wellington. Llevaba una blusa y pantalones formales, como si no se hubiera ido a casa después del trabajo. Llevaba sus gafas rojas encima de la cabeza. Parecía alerta, también tomaba café y ya había comenzado a teclear información en el ordenador portátil frente a ella. Lo que fuera que estuviera pasando, ella había sido informada la primera.

En el otro extremo de la mesa, cerca de las pantallas de vídeo, había un general de cuatro estrellas alto y delgado, con impecable uniforme verde. Su cabello gris estaba recortado hasta el cuero cabelludo. Su cara estaba desprovista de pelo, como si acabara de afeitarse antes de entrar aquí. A pesar de lo avanzado de la hora, el tipo parecía fresco y listo para seguir otras veinticuatro, o cuarenta y ocho horas, o el tiempo que fuera necesario.

Luke lo había visto una vez antes, pero aunque no fuera así, él ya conocía a ese tipo de hombre. Cuando se despertaba todas las mañanas, hacía su cama antes de hacer cualquier otra cosa, ese era el primer logro del día y le preparaba para más. Antes de que el sol asomara, el tipo probablemente ya había corrido diez kilómetros y se había comido un plato de cereales y bebido un café de alto octanaje. Llevaba escrito el orgullo de West Point sobre todo su cuerpo.

Sentado a la mesa cerca de él había un coronel, con un ordenador portátil frente a él y una pila de papeles. El coronel todavía no había levantado la vista del ordenador.

–Amigos —dijo Don Morris. —Me gustaría presentaros al general Richard Stark del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos y su ayudante, el coronel Pat Wiggins.

Don miró al general.

–Dick, el grupo de expertos del Equipo de Respuesta Especial está a tu disposición.

–Tal como está —dijo Mark Swann.

Don Morris frunció el ceño a Swann, con la mirada que le echaría a un hijo adolescente bocazas, pero no dijo nada.

–Señores, —dijo Stark, luego se inclinó a Trudy. —Y señora. Iré directo al grano. Se está llevando a cabo un ataque con rehenes en el Ártico de Alaska y el Presidente de los Estados Unidos ha autorizado un rescate. Él ha estipulado que el rescate involucre la supervisión y participación de una agencia civil. Y aquí es donde entran ustedes.

–Cuando hablé con el Presidente, se me ocurrió que ustedes nos ofrecen lo mejor de ambos mundos: el Equipo de Respuesta Especial es una agencia civil de aplicación de la ley, pero está compuesta por ex operadores especiales militares. El director del FBI ha autorizado su participación y Don ha sido muy amable al convocar esta reunión en tan corto plazo.

Miró al grupo. —¿Me siguen?

Hubo un murmullo general de acuerdo.

El coronel controlaba la pantalla de vídeo desde su ordenador portátil. Apareció un mapa del norte de Alaska, junto con una franja del Océano Ártico. Un pequeño punto en el mar estaba rodeado de rojo.

–Esta es una situación en rápido desarrollo. Lo que puedo decir es que hace una hora y media, un grupo de hombres fuertemente armados atacó y secuestró una plataforma petrolera en el Océano Ártico. Había aproximadamente noventa hombres ocupando esa instalación y la isla artificial que la rodea y un número desconocido de esos hombres murieron en el ataque inicial. Algunos fueron tomados como rehenes, aunque no sabemos cuántos.

–¿Quién atacó a la plataforma? —preguntó Luke.

El general sacudió la cabeza. —No lo sabemos. Han rechazado nuestros intentos de contacto, aunque han enviado vídeos de trabajadores de la plataforma, reunidos en una habitación y retenidos a punta de pistola por hombres con máscaras negras. El audio del equipo de supervisión de la plataforma nos ha sido puesto a disposición por la compañía propietaria. El sonido es de baja calidad, pero capta algunas voces. Además del inglés que hablan los trabajadores, parece que hay hombres que hablan un idioma de Europa del Este, posiblemente eslavo, aunque no tenemos evidencia real que lo respalde.

En la pantalla, el mapa cambió a imágenes aéreas de la plataforma y el campamento que la rodea. La plataforma petrolera, probablemente de treinta o cuarenta pisos de altura, dominaba la primera imagen. Por debajo de la plataforma había numerosos barracones tipo Quonset, así como pasarelas entre ellos. Alrededor del pequeño complejo había un vasto mar helado.

Apareció una imagen ampliada. Mostraba el complejo y los edificios en detalle. No había gente de pie en ningún lado. Había al menos una docena de cuerpos tirados en el suelo, algunos con halos de sangre a su alrededor.

Otra imagen apareció. Estirada sobre el suelo había una gran pancarta blanca con letras negras pintadas a mano.

AMÉRICA MENTIROSOS + HIPÓCRITAS.

–Un mensaje claro —dijo Swann.

–Es cierto que tenemos muy poco con lo que seguir. La pancarta ciertamente sugiere un ataque de ciudadanos extranjeros. Todas nuestras imágenes de drones nos muestran el complejo desprovisto de personal. Los atacantes parecen haber llevado a todos los trabajadores supervivientes al interior. Ya sea dentro de estos edificios que se ven, o a bordo de la propia plataforma, no lo sabemos.

Por un momento, la pantalla quedó en blanco.

–Tenemos un plan para recuperar las instalaciones, neutralizar a los terroristas y rescatar a cualquier personal civil que aún esté vivo. El plan implica una infiltración y asalto, utilizando principalmente efectivos Navy SEAL en activo, así como ustedes mismos. Para llevar a cabo ese plan, necesitamos trasladarles al Ártico de Alaska, lo que significa que debemos darnos prisa.

Ed Newsam levantó una mano. —¿Cuándo piensa llevar a cabo este plan?

El general asintió. —Esta noche, antes de la primera luz. Cada experiencia que hemos tenido con los terroristas en los últimos años sugiere que permitir que una situación se prolongue es una receta para el fracaso y el desastre. El público se involucra, al igual que los políticos. Los medios lo ponen en bucle en la televisión las veinticuatro horas. Adivinar la respuesta del gobierno se convierte en un pasatiempo nacional. Un largo enfrentamiento emociona e inspira a los terroristas compañeros de viaje en otros lugares. Imágenes de rehenes con los ojos vendados, retenidos a punta de pistola…

Sacudió la cabeza.

–No exploremos ese camino. El grupo en cuestión atacó sin previo aviso y nosotros haremos lo mismo. Atacarlos antes del amanecer, al amparo de la oscuridad, solo unas horas después de su propio asalto, nos permite retomar la iniciativa. Una incursión victoriosa y tengo toda la confianza en su éxito, demostrará a otros grupos terroristas que hablamos en serio.

Stark analizó las miradas del personal del Equipo de Respuesta Especial.

–Creemos que el Equipo de Respuesta Especial es la agencia civil adecuada para participar en esta operación. Si ustedes no están de acuerdo… —Dejó la frase sin terminar.

Luke tenía que admitir que a él no le gustaba todo esto. Acababa de dejar a su esposa y a su hijo en la cama. ¿Ahora se suponía que debía ir al Ártico?

–El Ártico de Alaska tiene que estar a unos cuatro mil kilómetros —dijo Swann. —¿Cómo se supone que vamos a llevar a nuestra gente allí antes del próximo amanecer?

Stark asintió nuevamente. —Algo menos de cuatro mil quinientos kilómetros. Correcto, es un largo camino. Pero les llevamos cuatro horas de adelanto. En la plataforma petrolera, ahora son casi las siete y media de la tarde. Tomaremos ventaja de la diferencia horaria.

Se detuvo un momento.

–Y tenemos la tecnología para llevarles allí más rápido de lo que imaginan.

* * *

—¿Qué no nos está diciendo? —preguntó Luke.

Estaba sentado en la oficina de Don, mirándolo a través de la amplia extensión del escritorio.

Don se encogió de hombros. —Ya sabes que siempre esconden algo. Hay algo clasificado sobre la plataforma petrolera, tal vez. O que saben más acerca de los autores de lo que dicen. Podría ser cualquier cosa.

 

–¿Por qué nosotros? —preguntó Luke.

–Ya has escuchado al hombre —dijo Don. —Necesitan participación y supervisión civil. La orden viene directamente del Presidente. El hombre es liberal desde hace mucho tiempo y piensa que el ejército es un gran hombre del saco. Poco sabe él que las agencias civiles están repletas de ex militares.

–Pero mira lo pequeños que somos —dijo Luke. —Sin ofender, Don. Pero la Agencia de Seguridad Nacional es una agencia civil. El FBI también lo es. Ambas tienen mucho más alcance que nosotros.

–Luke, nosotros somos el FBI.

Luke asintió con la cabeza. —Sí, pero la Oficina propiamente dicha tiene sucursales en el terreno cercano a la acción. En cambio, quieren desplazarnos por todo el continente.

Don miró a Luke durante un largo momento. Por primera vez, realmente le sorprendió a Luke lo ambicioso que era Don. El Presidente quería al Equipo de Respuesta Especial en este asunto. Pero Don lo deseaba igualmente, si no más. Estas misiones eran plumas en el sombrero de Don. Don Morris había reunido un equipo de campeones mundiales y quería que el mundo lo supiera.

–Como sabes —dijo Don, —las oficinas de campo están llenas de agentes de campo. Investigadores y policías, básicamente. Nosotros somos un grupo de operaciones especiales. Para eso estamos preparados y eso es lo que hacemos. Somos rápidos y ligeros, golpeamos duro y nos hemos ganado una reputación, no solo de éxito en circunstancias difíciles, sino también de total discreción.

Luke y Don se miraron a través del amplio escritorio.

Don sacudió la cabeza. —¿Quieres echarte atrás, hijo? No pasa nada. No tienes que demostrar nada a nadie y menos a mí. Pero en este momento, tu equipo se está preparando.

Luke se encogió de hombros. —Yo ya estoy preparado.

La amplia sonrisa de Don apareció de repente. —Bien. Estoy seguro de que lo haréis todo bien y estaréis de vuelta aquí para el desayuno.

* * *

—Vamos, tío, —dijo Ed Newsam. —Esta misión no se va a resolver sola.

Ed estaba en la puerta de Luke. Estaba allí, de pie, cargando con una pesada mochila. No parecía entusiasmado ni emocionado. Si Luke tuviera que usar una palabra para describir el aspecto de Ed, diría que estaba resignado.

Luke estaba sentado en su escritorio, mirando el teléfono.

–El helicóptero está en la plataforma.

Luke asintió con la cabeza. —Entendido. Voy ahora mismo.

Estaban a punto de irse. Mientras tanto, Luke padecía una dolencia que él llamaba el síndrome del teléfono de mil kilos. Era físicamente incapaz de levantar el auricular y hacer una llamada.

–Maldición —susurró por lo bajo.

Había revisado y vuelto a revisar sus maletas. Llevaba su equipo estándar para un viaje nocturno. Tenía su Glock de nueve milímetros, en su funda de cuero, con varios cargadores repletos adicionales.

Sobre el escritorio había una bolsa de ropa con muda para dos días. Una pequeña mochila llena de artículos de tocador de tamaño de viaje, un montón de barritas energéticas y un blíster con media docena de píldoras Dexedrina estaba depositado al lado de la bolsa de ropa.

Las Dexis eran anfetaminas, estaban prácticamente en el manual de instrucciones para operadores especiales. Te mantendrían despierto y alerta durante horas y horas. Ed a veces las llamaba “las empinadoras más rápidas”.

Estos eran suministros genéricos, pero no tenía sentido tratar de ser más específico. Iban al Ártico, la operación requeriría equipo especializado y ese equipo se les proporcionaría cuando aterrizaran. Trudy ya había adelantado las medidas de todos.

Así que ahora miraba el teléfono.

Había salido de la casa sin, apenas una palabra de explicación para ella. Por supuesto, ella estaba dormida, pero eso no cambiaba nada.

Y la nota sobre la mesa del comedor tampoco explicaba nada.

Me han llamado para una reunión tardía. Puede que tenga que pasar la noche fuera. Te quiero, L

Una “noche fuera”, sin más detalles. Parecía un universitario copiando para el examen final. Se había acostumbrado a mentirle sobre el trabajo y se estaba convirtiendo en un hábito difícil de romper.

¿De qué serviría decirle la verdad? Podía llamarla ahora mismo, despertarla de un sueño profundo, despertar al bebé y hacer que comenzara a llorar, ¿todo para decirle qué?

–Hola, cariño, voy en dirección al Círculo Polar Ártico, para echar a unos terroristas que han atacado una plataforma petrolífera. Hay cadáveres por todo el suelo. Sí, parece que me dirijo hacia otro baño de sangre. En realidad, puede que nunca te vuelva a ver, pero no te preocupes, vuelve a dormirte. Dale un beso a Gunner de mi parte.

No, era mejor arriesgarse, llevar a cabo la operación y confiar en que, entre los Navy SEAL y el Equipo de Respuesta Especial, tenían las mejores personas para hacer el trabajo. Llámala por la mañana, después de que todo termine. Si todo sale bien y estáis todos de una pieza, dile que tuviste que volar a Chicago para entrevistar a un testigo. Continúa alimentando la ficción de que trabajar para el Equipo de Respuesta Especial es principalmente una especie de trabajo de detective, empañado por algún estallido ocasional de violencia.

Bueno, eso es lo que haría.

–¿Estás listo? —dijo una voz. —Todos los demás están abordando el helicóptero.

Luke levantó la vista. Mark Swann estaba de pie en la puerta. Siempre era un poco sorprendente ver a Swann. Con su cola de caballo, sus gafas de aviador, el mechón de barba rala en su barbilla y las camisetas de rock-and-roll que siempre llevaba… prácticamente podría llevar un letrero colgando del cuello: NO MILITAR.

Luke asintió con la cabeza. —Sí, estoy listo.

Swann estaba sonriendo. No, mejor dicho, estaba radiante, como un niño en Navidad. Era algo extraño, dado que se enfrentaban a un vuelo tedioso a través de América del Norte, seguido de un ataque estresante contra un enemigo desconocido.

–Me acabo de enterar de cómo nos van a llevar allí —dijo Swann. —No te lo vas a creer, es absolutamente increíble.

–No sabía que tú también venías en este viaje —dijo Luke.

En todo caso, la sonrisa de Swann se hizo aún más amplia.

–Pues ya lo sabes.

CAPÍTULO SEIS

5 de septiembre de 2005

08:30 horas, Hora de Moscú (00:30 horas, Hora del Este)

El Acuario

Sede de la Dirección Principal de Inteligencia (GRU)

Aeródromo de Khodynka

Moscú, Rusia

—¿Qué noticias hay de nuestro amigo? —dijo el hombre llamado Marmilov.

Estaba sentado en su escritorio, en una oficina del sótano sin ventanas, fumando un cigarrillo. Había un cenicero de cerámica, encima del escritorio de acero verde frente a él. Aunque era temprano, ya había cinco colillas de cigarrillos aplastadas en el cenicero. En el escritorio también había una taza de café (aderezado con un chorro de whisky, Jameson, importado de Irlanda).

Por la mañana, el hombre fumaba y bebía café solo. Así era como comenzaba su día. Llevaba un traje oscuro y el poco cabello que le quedaba caía sobre la parte superior de su cabeza, endurecido y sostenido en su lugar por la laca para el cabello. Todo el hombre era ángulos duros y huesos sobresalientes. Parecía casi un espantapájaros. Pero sus ojos eran agudos y conscientes.

Había vivido mucho tiempo y había visto muchas cosas. Había sobrevivido a las purgas de la década de 1980 y, cuando llegó el cambio, en la década de 1990, también sobrevivió. El GRU en sí había quedado intacto, a diferencia de su pobre hermano pequeño, el KGB. El KGB había sido destrozado y dispersado al viento.

El GRU era tan grande y poderoso como siempre, tal vez más. Y Oleg Marmilov, de cincuenta y ocho años, había desempeñado un papel integral en él durante mucho tiempo. El GRU era un pulpo, la agencia de inteligencia rusa más grande, con sus tentáculos en operaciones especiales, redes de espionaje en todo el mundo, interceptación de comunicaciones, asesinatos políticos, desestabilización de gobiernos, tráfico de drogas, desinformación, guerra psicológica y operaciones de bandera falsa, sin mencionar el despliegue de 25.000 tropas de élite Spetsnaz.

Marmilov era un pulpo que vivía dentro del pulpo. Sus tentáculos estaban en tantos lugares, que a veces un subordinado acudía a él con un informe y se quedaba en blanco por un momento antes de recordar:

–Oh sí. Eso. ¿Cómo va?

Pero algunas de sus actividades estaban muy presentes en su mente.

Atornillado a la parte superior de su escritorio había un monitor de televisión. Para un estadounidense de la edad adecuada, el monitor parecería similar a los televisores que funcionan con monedas, que alguna vez adornaron las estaciones de autobuses interurbanos en todo el país.

En la pantalla, se mostraban imágenes en directo de cámaras de seguridad. El hombre asumía que había un retraso en la llegada de datos, posiblemente de medio minuto. Por lo demás, el metraje iba al momento.

Las imágenes eran oscuras, había anochecido, pero Marmilov podía ver lo suficientemente bien. Una escalera de hierro que sube por el costado de una plataforma petrolera. Un grupo de barracones de aluminio corrugado y maltratadas en una parcela de tierra fría y árida. Una pequeña instalación portuaria en un mar helado, con un pequeño y resistente barco rompehielos atracado. No parece que haya gente en las imágenes.

Marmilov miró al hombre de pie frente a su escritorio.

–¿Y bien? ¿Hay noticias?

El visitante era un hombre más joven, quien, a pesar de que vestía un traje de negocios civil monótono y mal ajustado, parecía estar en posición de firmes. Se quedó mirando algo en una distancia imaginaria, en lugar de mirar al hombre sentado delante de él.

–Sí, señor. Nuestro contacto ha transmitido el mensaje de que se ha elegido un grupo de comandos. La mayoría de ellos están ya agrupados en el campo de aviación de Deadhorse, Alaska. Varios más, que representan la supervisión civil del proyecto, están de camino en un avión supersónico y llegarán en las próximas horas.

El hombre hizo una pausa. —A partir de entonces, probablemente pasará muy poco tiempo antes de que se despliegue la fuerza de asalto.

–¿Es fiable esta información? —preguntó Marmilov.

El hombre se encogió de hombros. —Proviene de una reunión secreta celebrada en la propia Casa Blanca. La reunión podría por supuesto ser una trampa, pero creemos que no. El Presidente estuvo presente, al igual que los miembros del mando militar.

–¿Conocemos el método de ataque?

El hombre asintió con la cabeza. —Creemos que desplegarán hombres rana, que nadarán hacia la isla artificial, emergerán debajo del hielo y llevarán a cabo el ataque.

Marmilov pensó en eso. —El agua debe estar bastante fría.

El hombre asintió con la cabeza. —Sí.

–Suena como una misión bastante difícil.

Ahora el joven mostró el fantasma de una sonrisa. —Los hombres rana llevarán un equipo submarino engorroso, diseñado para protegerlos del frío y nuestra inteligencia sugiere que llevarán sus armas en paquetes sellados. Cuentan con el elemento sorpresa, un ataque furtivo de buzos de élite altamente entrenados. Se pronostica que el clima será muy malo y volar será difícil. Hasta donde sabemos, no se planea ningún ataque simultáneo por mar o por aire.

–¿Pueden repelerlos nuestros amigos? —preguntó Marmilov.

–Teniendo en cuenta la advertencia anticipada de su aproximación y conociendo el método de ataque, es posible que nuestros amigos los estén esperando y los maten a todos. Después de eso…

El hombre se encogió de hombros. —Por supuesto, los estadounidenses dejarán caer el martillo. Pero eso no será asunto nuestro.

Oleg Marmilov le devolvió la sonrisa al joven. Dio otra calada al cigarrillo.

–Excepcional —dijo. —Mantenme informado de los acontecimientos.

–Por supuesto.

Marmilov señaló el monitor de su escritorio. —Y, naturalmente, soy un gran aficionado al deporte. Cuando comience la acción, veré cada momento en la TV.