Arte y hostilidad

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Introducción: la inactualidad de Hegel

Este discurso soberano no es otro discurso... La soberanía del arte, Christoph Menke [citando a Derrida]

1. Actualidad de Kant

A partir de un libro publicado hace pocos años en Argentina, Ecos filosóficos en Alemania del mayo francés: Teoría crítica, hermenéutica y postestructuralismo (Raulet 2017), uno se puede hacer una idea de lo que fue la recepción del posestructuralismo en Alemania en los años ochenta, en particular en el ambiente habermasiano. Para quienes, como yo, en medio de los discursos imperantes en la dictadura militar, se ponían fuera del alcance del tomismo recibiendo la influencia de la filosofía alemana contemporánea, recibían a su vez con mucho entusiasmo los trabajos de Habermas2. Ese entusiasmo prosiguió hasta fines de los años ochenta, pero sobre la base de una extraña diversificación. Se comenzaba a conocer en español los célebres escritos de Habermas “La modernidad como proyecto inacabado” (1994) y El discurso filosófico de la modernidad (1989)3. En la medida en que en ambos trabajos había una recepción del posestructuralismo, o “neoestructuralismo”, para hablar con Habermas y el círculo habermasiano, que era fuertemente crítica, se podía recibir también con ella a la filosofía francesa. Los alcances y efectos de esa recepción, en lo que tuvo y lo que tiene de duradero hasta hoy, se pueden aquilatar mejor con el libro recientemente publicado. Uno de esos efectos concierne a lo que configura lo que llamamos aquí, en más de un sentido, “la inactualidad de Hegel”.

Uno de los efectos de la recepción de la filosofía francesa en Alemania habría sido, paradójicamente, la recepción de la tradición alemana. En efecto, lo que “neoestructuralismo” quería decir en el ambiente habermasiano a partir del trabajo de Manfred Frank titulado ¿Qué es el neoestructuralismo? (Frank 2011), no hacía otra cosa que implicar a una filosofía alemana que había precedido a la filosofía francesa salida de mayo del ’68 (Derrida, Foucault, Deleuze, Althusser y Lacan), la que podía ser situada en continuidad o en analogía con aquélla. Frank, por ejemplo, sugiere allí que el a priori histórico foucaultiano se encuentra ya en el temprano-romanticismo de un Friedrich Schlegel, o que el concepto derridiano de suplementariedad puede ser rastreado en el concepto romántico de crítica de arte4, o que el concepto de diseminación puede ser perfectamente comparado con la ironía de Schlegel y Solger5. Bajo la noción de “neoestructuralismo” no se recibía, entonces, la filosofía francesa sin la filosofía alemana. Lo que planteaba a su vez una nueva paradoja de recepción alimentada por el trabajo de Frank6: recibir la tradición alemana era en consecuencia en cierto modo haber recibido desde antes la filosofía francesa, y por lo mismo también, no tener argumentos para no recibirla, y lo que quizás era más grave, volver más difícil evitar la posible inscripción del habermasianismo en la “posmodernidad” y en lo que Lyotard viene llamando así desde 19797. Pero hay algo más. La filosofía francesa incriminada también mantenía una estrecha relación con Nietzsche y con Heidegger. Es de lo que da cuenta precisamente El discurso filosófico de la modernidad. Si es cierto que el desplazamiento de la Teoría Crítica a la Teoría de la Acción Comunicativa ha sido realizado no sin una cierta reelaboración de las filosofías de Heidegger y de Gadamer8, no es menos cierto que Habermas ha situado a Nietzsche en la entrada de la posmodernidad, y a Derrida, como sobrepujamiento de la metafísica temporalizada tras Heidegger y sus tentativas de temporalizar la metafísica y de socavamiento del racionalismo occidental en términos de crítica a la metafísica9.

Esto último es archiconocido. Pero, así las cosas, tenemos la impresión, al menos hasta cierto punto, que la forma que adquirió el habermasianismo de los 80 bien podía haber sido una suerte de estallido y sus esquirlas. Todo lo que como neoestructuralismo o posmodernidad, en el decir de ambos autores, procedía de Francia, no dejaba de proceder también de Alemania, lo que por su parte El discurso filosófico de la modernidad se esmera en demostrar. Este equívoco situaba entonces el problema en otro lugar distinto a la simple diferencia entre la filosofía alemana y la filosofía francesa. Y diríamos, todavía menos en una supuesta “internacional francesa”, como lo hacía ver por su parte Frank (cf. Peeters 2013, 490), si esta expresión no reservara asimismo la idea de una cierta borradura de fronteras. Pero este equívoco hacía sistema con otro equívoco.

El intento de ver el problema, sobre todo con Friedrich Schlegel, con Nietzsche y con Heidegger, únicamente desde el lado francés, no sólo hacía desaparecer la heterogeneidad del supuesto lado francés, sino que también hacía desparecer la diferencia de Derrida, por ejemplo, con el discurso sobre lo posmoderno de Lyotard, y esto sobre la base de un compromiso irrenunciable con las Luces. No haber mencionado a Lyotard en la alocución de 1980, lo que bien podía haber sido hecho, y en el prefacio del libro de 1985 limitarse sólo a mencionarlo, siendo que éste ya le había salido al paso a Habermas en 198210, significaba dejar en el camino una discusión con el pensamiento de Lyotard (y sobre la posmodernidad) que Derrida había emprendido discreta pero decisivamente en “Préjugés devant la loi”, intervención en Cerisy la Salle, en Francia, el año 1982, y publicada en 1985 (cf. Derrida 2011). Si dejar fuera de la discusión a Lyotard significa dejar fuera la discusión que podía acercar a Derrida a Habermas, entonces haberla tomado en cuenta habría podido llevar a éste quizás hacia otro rumbo que el seguido en su libro11. Lo que a nuestro entender quedaba de este modo en el camino, era la diferencia de Derrida con Lyotard según la cual era siempre posible el juicio ante lo impresentable de la Ley, incluso hay siempre un “como si” de la Ley, o sea, también, que el terror sublime de la Ley no sólo no impedía, sino que volvía ineluctable la representación12. Situándola en principio en el horizonte de las preocupaciones de Habermas de esos años, podríamos decir que un cierto universalismo estaba allí en juego. Uno que podría volver ineludible a Hegel en medio de una apelación a Kant13.

Ahora bien, la estética de lo sublime lyotardiano se concebía desde el comienzo bajo el influjo de Kant y contra Hegel. Es lo que daba a entender explícitamente Lyotard en su texto de 198214. Y si bien parecía posible objetar, como lo hace Jacques Rancière unos años después en El malestar en la estética (2004), que en Lyotard no se trataba en verdad del sublime kantiano, sino más bien de una “contra lectura de Kant” (Rancière 2011, 110)15, los escritos de Lyotard de la primera mitad de los años 80s y la estética kantiana de lo sublime fueron objeto de un importante debate en Francia durante la segunda mitad de esos mismos años, en el que, entre otros, participaron Jean-Luc Nancy, Philippe-Lacoue Labarthe y Lyotard mismo16. En la década anterior, los dos primeros autores además llamaron la atención sobre la relación entre el temprano-romanticismo y la estética kantiana en El absoluto literario17, marcando una cierta diferencia con el vínculo ya consagrado entre Fichte y el temprano-romanticismo, el cual ya había tenido su particular rendimiento en el discurso estético de Hegel, como también, con diferente alcance, en el análisis de Benjamin sobre el concepto de la crítica de arte en los románticos. De esta manera, tanto la puesta en relieve de la estética kantiana, como el vínculo que con ella mantiene el temprano-romanticismo, a la sazón consagraban en suelo francés una cierta inactualidad del pensamiento hegeliano, y en particular de su estética. Esta inactualidad estética estaba en general significada por su consabida confrontación con el arte moderno (cf. Lacoue-Labarthe 1975).

En el ámbito de la reflexión estética en Alemania, en tanto, la distancia con respecto de Hegel se va a traducir, desde los años 70 hasta entrados los 90s, en una cierta distancia respecto de la estética de Adorno. De una variedad de autores, menciono sólo tres de ellos, basándome en los trabajos de Verónica Galfione y de Esteban Juarez (Juarez & Galfione 2013; 2015). Contra la heteronomía de la filosofía adorniana en cuanto subordina el ámbito estético a una verdad de orden filosófico y subjetivo, en una decisiva apelación a Kant Rüdiger Bubner hace de la apariencia estética el correlato ontológico del juicio reflexionante, conservando de este modo la autonomía del arte. Por su parte, Albrecht Wellmer reivindica las categorías adornianas de verdad, apariencia y reconciliación tomando, no obstante, distancia de la filosofía de la conciencia y de la filosofía de la historia en la que en Adorno aparecen retenidas18. A partir de la crítica de Habermas a la absolutización adorniana de la razón identificante, Wellmer se centra en una estética del espectador. Pero, también, en contra de Habermas, defiende la dimensión estética como un fenómeno de interferencia entre los tres conceptos habermasianos de verdad (cognitivo, práctico-moral y expresivo). En tanto, Christoph Menke en La soberanía del arte (1991) se propone asumir la doble determinación de la experiencia estética moderna, la experiencia de la autonomía estética, de origen kantiano, que la sitúa como una entre otras formas de discurso que constituyen la razón moderna y la experiencia soberana, de origen derrideano, que busca arruinar el predominio de la razón extra-estética. Esto sobre la base de una complementariedad crítica entre Adorno y Derrida según la cual “el modelo comprensivo de la soberanía estética como acción crítica del arte sobre la razón [...] no solamente no atenta contra la autonomía de la expresión estética, sino que la presupone” (Menke 1997, 20). Observamos, de paso que, en esta complementariedad crítica, Derrida serviría para corregir el concepto adorniano de negatividad estética, disociándolo de la crítica social y afirmando, sobre la base de su reformulación semiológica, el principio de autonomía del arte. Pero también, en la medida en que, según Menke, el modo de ser soberano del arte para Derrida consiste, erróneamente, en abolir las fronteras entre la experiencia estética y los otros modos de experiencia, imponiéndose de manera inmediata a la razón misma, Menke hace prevalecer la crítica radical de Adorno a la razón en la medida en que, al contrario, el arte no funda su validez sino en sí mismo, lo cual constituye una crisis para el funcionamiento racional del discurso. Que esta diferencia soberana marcada por Menke entre Adorno y Derrida pueda concernir no sólo a Kant, sino también a Hegel, es algo que este autor no parece poner de relieve en el momento mismo en que, citando a Derrida, éste sí lo hace19.

 

En Alemania, por otro lado, y todavía quizás en relación con la actualidad de Kant, una línea de investigación histórico-filológica ha querido mostrar que la inactualidad estética de Hegel no se debe a que la situación moderna y contemporánea del arte haya sobrepasado las posibilidades previstas por el concepto hegeliano del arte, sino al hecho de que la comprensión de dichas posibilidades ha dependido hasta ahora de una recepción de la estética hegeliana basada en las distorsiones producida por la edición de su discípulo Gustav Hotho sobre las lecciones de estética realizadas por Hegel en Berlín en la segunda década del siglo XIX, y cuya versión, datada en 1842, ha circulado como la Estética de Hegel por más de un siglo y medio. Frente a la ausencia de un libro salido de las propias manos de Hegel, hemos debido conformarnos durante mucho tiempo con el libro compuesto por su discípulo Hotho. En el trabajo crítico de Annemarie Gethmann-Siefert publicado el año 2003, se muestra, en efecto, cómo este discípulo mezcla en este texto las exposiciones pertenecientes a diversas lecciones, omitiendo toda procedencia y haciendo aparecer la filosofía del arte hegeliana con una sistematicidad estricta que nunca tuvo en el curso de sus exposiciones20. En relación con este modo de proceder, se va a mostrar también que Gustav Hotho y una serie de discípulos de Hegel buscaron, animados por una ideología conservadora germanista, potenciar el clasicismo de su maestro contra el arte moderno, y en particular contra el temprano-romanticismo, poniendo sobre todo de relieve y confiriéndole una centralidad que en Hegel nunca llegó a tener, la célebre tesis del fin del arte (Ende der Kunst) (Gethmann-Siefert 1997).

En Chile, a casi una década y media de haberse traducido la tercera crítica kantiana y de haberse realizado una articulación que se volvió paradigmática entre Kant y Benjamin21, el año 2006 tiene lugar la recepción del trabajo de Gethmann-Siefert y de su cuestionamiento a la centralidad de la tesis del fin del arte en Hegel en el marco del proyecto de investigación “La historicidad del arte. Crítica a la recepción contemporánea de la estética de Hegel”. En este proyecto, que está en el centro de los textos que reunimos en la presente publicación, se destacaba de partida el aspecto concerniente a la pérdida de la significación especulativa de la tesis del fin del arte que la recepción y la exégesis le han otorgado hasta el presente. Y se hacía esto confiando la moderación de su significado al “contexto más amplio de la necesidad de pensar el acto poiético desde los marcos conceptuales en que la filosofía idealista del siglo XIX concibe la historicidad, respetando en ello parcialmente el carácter propio de la Geschichlichkeit hegeliana y su índole teleológica, pero vinculándola también con la simultánea reflexión sobre arte e historia proveniente del romanticismo temprano […] reflexión que concluye en la identificación de una emancipación de la poiesis tanto de sus normativas epocales como así también de los límites impuestos por el clásico canon de la representación mimética22. En otras palabras, y en un gesto probablemente no ajeno al estallido del habermasianismo que hemos sugerido y quizás de cierta recepción, no sin entusiasmo, de un cierto posmodernismo “a la alemana”, este ensayo tiende así un puente entre el temprano-romanticismo y la reflexión contemporánea del arte23. Pero, se trata menos de un puente que de un movimiento histórico esclarecido por el trabajo crítico-filológico, y que al conjuntar el temprano-romanticismo con Hegel, establece una continuidad entre la estética decimonónica y su estado presente: Szondi, Danto, Adorno y el posestructuralismo en Francia y en los Estados Unidos24.

Antes de comenzar los capítulos de este libro, la mayor parte de los cuales se deben al proyecto recién mencionado y a su problemática, quisiéramos situar el problema de la inactualidad de Hegel en una reflexión filosófica muy reciente. Esta reflexión, como la mayor parte de los textos que conforman nuestro libro, procura mantener una relación con el pensamiento del filósofo Jacques Derrida.

2 Eran los años en que en Chile había despertado a las protestas contra la dictadura militar y, también, contra todas aquellas influencias que con ella se habían vuelto predominantes. Una de ellas era la filosofía alemana, en el ambiente de por los menos algunas universidades católicas. En este ambiente destacaban Kant y Heidegger. El entusiasmo por Habermas, y por el pensamiento de la llamada “Escuela de Frankfurt”, respondía sin duda a inclinaciones críticas que lo situaban a uno en la disidencia en medio de la fuente alemana. Y en medio de esta fuente crítica, a algo que ella misma comentaba. En cuanto a los trabajos de Habermas, sobre todo los trabajos de los años sesenta y setenta, con traducción al español. Por ejemplo: Conocimiento e interés (Madrid: Taurus, 1982) y Ciencia y técnica como ideología (Valencia: Pre-Textos, 1986).

3 El primer texto, originalmente un discurso pronunciado por Habermas con ocasión del otorgamiento del premio Adorno, tiene traducción en castellano en Jürgen Habermas, “La Modernidad: un proyecto inacabado”, Ensayos políticos (Barcelona: Península, 1994), 265-283. En cuanto al segundo texto, en la traducción de Manuel Jiménez Redondo, Cf. Jürgen Habermas, El discurso filosófico de la modernidad (Madrid: Taurus, 1989).

4 Observemos de paso, para sugerir al menos una consecuencia más tarde, que Philippe Lacoue-Labarthe traduce al francés el libro de Benjamin sobre el concepto de crítica de arte en el romanticismo alemán.

5 Cf. La excelente presentación de Naim Gárnica, “Asimilación sin entusiasmo. El debate franco-alemán”, en Raulet, 2017.

6 Raulet observa que, a partir de las lecciones de Frank sobre el neoestructuralismo, toda una generación se inició en el pensamiento francés. A pesar de la contraofensiva de Ha-

bermas ante la arremetida francesa contra la Teoría Crítica, “que se renovaba ciertamente de manera inexorable pero lenta”, esta contraofensiva no sólo no impidió, sino que abrió la puerta al posestructuralismo y al pensamiento posmoderno en Alemania. Sugiere también que esta tendencia fue acogida y con entusiasmo por los pequeños editores antes que por los grandes, y que Frank contribuyó a ello no obstante no compartir el entusiasmo de aquellos. Asimilación poco entusiasta que le da el título a un artículo de Manfred Frank que le da el nombre al presente libro. Cf. Raulet, 2017. Con lo dicho por Raulet, las paradojas de las que estamos hablando quizás den lugar a una cierta forma de recepción del posmodernismo, incluso de cierto afrancesamiento, “a la alemana”.

7 En 1985, en el Prefacio del Discurso filosófico de la modernidad, Habermas reconoce que “el término de batalla ‘postmodernidad’” se ha generalizado a raíz de La condition postmoderne de Jean-François Lyotard, libro publicado en 1979.

8 Cf. Herbert Schnädelbach, 2017, 66.

9 Son los capítulos 4 (Nietzsche), 6 (Heidegger) y 7 (Derrida) de El discurso filosófico de la modernidad.

10 De eso que testimonia el libro de Albrecht Wellmer Sobre la dialéctica de modernidad y postmodernidad, publicado en Alemania también en 1985. Se cita allí el escrito de Lyotard en el que responde a Habermas y a su alocución de 1980. Cf. Wellmer 1993, 58. 11 La relación de Derrida con Habermas parece tener al menos dos momentos. El primero, marcado por el conflicto, se puede observar en esa larga nota crítica de Limited Inc a la recepción que hizo de su trabajo Habermas (Derrida 2018). El segundo momento, marcado por el reconocimiento, está vinculado sobre todo con ocasión del otorgamiento del premio Adorno el año 2001, instancia en la que Derrida hace una exposición de lo que ha sido su vínculo con Adorno y Benjamin en medio de la herencia compartida entre franceses y alemanes (Derrida 2002). Un extenso trabajo que consigna la evolución de la relación entre Derrida y Habermas, se puede hallar en Pierre Bouretz (2010). Para este autor Habermas ha finalmente comprendido que Derrida “estaba con él entre los amigos de la argumentación, de la democracia y de la Aufklärung, sin lo cual no habría hecho la señales que invitan a la paz” (459).

12 Casi comenzando Prejuzgados. Ante la ley, (Derrida 2011) leemos: “la estructura impresentable de la ley de leyes no nos dispensa de juzgar [...] nos prescribe presentarnos ante la ley y responder a priori de nosotros ante ella, que no está allí” (18). Más adelante: “porque no reposa sobre nada, porque no se presenta [...] por eso el juicio es paradójicamente ineluctable” (21). Y todavía más adelante, a propósito de la relación entre la altura y lo sublime, en la que está el guardián erguido ante la ley, el representante de la ley, leemos: “Porque la ley es lo prohibido. Nombre y atributo. Tal sería el terrorífico double-bind de su tener-lugar propio. Ella es lo prohibido: eso no significa que prohíba, sino que está prohibida ella misma, un lugar prohibido. Ella se prohíbe y se contradice poniendo al hombre en su propia contradicción: no se puede llegar hasta ella, y para tener relación con ella, se debe interrumpir la relación. Se debe no entrar en relación sino con sus representantes, sus ejemplos, sus guardianes” (52). En cuanto al “como si” de la Ley. Cf. Derrida 2003. Cf; Rancière 2004.

 

13 Este universalismo ha sido observado recientemente por Balibar. Cf. Balibar 2016, 28; Barnett 2001.

14 A este respecto Lyotard se ha preguntado primero lo siguiente: “¿a qué tipo de unidad aspira Habermas? ¿El fin que prevé el proyecto moderno es acaso la constitución de una unidad sociocultural en el seno de la cual todos los elementos de la vida cotidiana y del pensamiento encontrarían su lugar como en un todo orgánico? ¿O es que el camino que se debe abrir entre los juegos de lenguaje heterogéneos, el conocimiento, la ética, la política, es el de un orden diferente a estos?”. Luego se afirma esto: “La primera hipótesis, que es de inspiración hegeliana, no pone en entredicho la noción de una experiencia dialécticamente totalizante; la segunda es más próxima al espíritu de la Crítica del juicio, pero, como ella, debe someterse al severo examen que la posmodernidad impone sobre el pensamiento de las Luces, sobre la idea de un fin unitario de la historia, y sobre la idea de un sujeto” (66). Jean-François Lyotard, “Qué era la posmodernidad”, en Casullo 2004. Cf. el artículo siguiente de Xavier Rubert de Ventos, “Kant responde a Habermas”, en Casullo 2004, 75-84; también Rorty 1993, 229-245.

15 Cf. Rancière 2004, 119.

16 Cf. Lyotard 1988. También participó en la publicación Jean-François Courtine, Michel Deguy, Élaine Escoubas, Louis Marin y Jacob Rogozinski. Salvo el escrito ya mencionado, no tenemos noticia de alguna contribución por parte de Derrida a este debate. Previo a él, había publicado en los 70 al menos dos veces algo relativo a la estética kantiana, y a lo sublime: “Économimésis” en Mimésis des articulations (Derrida 1975) y “Le Parergon” en La vérité en peinture (Derrida 1978). A comienzos de los 80 hay dos seminarios, el primero dedicado sobre todo a Kant (“Le respect”) y el segundo a Hegel (“La représentation”). Este último es un seminario sobre lo sublime, o más exactamente, sobre la sublimidad, en las Lecciones sobre la estética. Lo que implica una relación, y un cierto contraste, con lo sublime en Kant. En cuanto a los trabajos de Lyotard dentro de este periodo: Le Différend (París: Minuit, 1983). Heidegger et “les juifs” (París: Galilée, 1988). L’inhumain. Causeries sur le temps (París: Galilée, 1988). Leçons sur l’Analytique du sublime (París: Galilée, 1991). Hay un adelanto de este último (una primera versión de los capítulos 1 y 7) en el escrito colectivo ya mencionado. A este volumen colectivo pertenece el texto de Lacoue-Labarthe, La verdad sublime. Philippe Lacoue-Labarthe, La verdad sublime (Santiago: Metales Pesados, 2015). Nancy crítico de la lectura de lo sublime de Kant tanto por parte de Lyotard como por parte de Derrida, en Jean-Luc Nancy, Une pensée fini (París: Galilée, 1990).

17 2012.

18 En Wellmer 1993, se sitúa el pensamiento posmoderno de Lyotard en relación con Adorno y en la perspectiva de una recepción de la crítica de la razón post-adorniana.

19 Se cita un pasaje de La escritura y la diferencia, relativo a la soberanía, es decir también al abismo, al sin sentido, del no saber o del juego, de la pérdida de conocimiento cuyo despertar depende de una cierta caída y del azar: “Este discurso soberano no es otro discurso, otro encadenamiento desarrollado al lado del discurso significativo. No hay más que un discurso, el significativo, y en esto no se puede eludir a Hegel. Lo poético, o lo extático, es lo que en todo discurso puede abrirse a la pérdida absoluta de su sentido, al (sin) fondo de lo sagrado, del sin sentido, del no saber o del juego, a la pérdida de conocimiento de la que se despierta por una tirada de dados”. Más adelante volveremos a esta caída y a este azar a los que Hegel no es ajeno. Aprovechamos de bosquejar la siguiente objeción: lo que dice Derrida en este segmento lo dice porque, no obstante, observa una tendencia en Bataille a oponer el discurso soberano al discurso significativo. Si “no hay más que un discurso, el significativo”, entonces en cierto modo, no hay discurso soberano, no hay discurso estético que extender sobre, o ampliar a, lo no estético, como al parecer sostiene Menke. No se trata de que lo soberano se relacione con lo no estético, y esto porque lo soberano no es lo estético. Quizás lo que Menke llama lo no estético corresponde a lo estético con respecto a lo soberano al que no se opone.

20 Gethmann-Siefert ha realizado la edición crítica de la filosofía del arte correspondiente a los apuntes de Hotho de la lección de 1823. Esta edición ha sido publicada en Alemania el año 2003 en la editorial Felix Mainer. La traducción al castellano de esta edición, que todavía permanece inédita, ha sido realizada por el profesor Breno Onetto, de la Universidad Austral de Chile.

21 Dentro de las paradojas que hemos venido señalando, nos preguntamos si lo que está en juego es una nueva tentativa de incorporación, sobre la base de una cierta di-gestión, de la filosofía francesa en la filosofía alemana, y en la forma de un cierto relevo del habermasianismo. Nos referimos aquí a la primera edición, publicada el año 1991, de La crítica de la facultad de juzgar, y traducida por Pablo Oyarzun, actualmente profesor de Estética de la Universidad de Chile. Un primer efecto importante del trabajo de Oyarzun a partir de Kant es su tentativa de articulación entre éste y el trabajo de Benjamin, por ejemplo, en la Introducción al libro La dialéctica en suspenso, publicado en 1995 (la introducción está datada en 1993 y 1995). La versión de Benjamin salida de esta articulación, y que nos arriesgamos a llamar “patética” (en un sentido que precisamos en otra parte), calará fuertemente en el medio chileno y más allá. Habría que considerar también que, bajo su influencia, saldrán dos elaboraciones de la estética de lo sublime que incluyen una recepción más o menos rigurosa del trabajo de Lyotard. Una de sus vertientes corresponde a una reflexión sobre el golpe de Estado en Chile (“el Golpe” como “lo impresentable”). La otra, refiere a cierta “epojé” como “golpe de lo real”. Para la traducción de la tercera crítica, Cf. Emmanuel Kant, 1991. Para la articulación Kant-Benjamin, Cf. Benjamin 1995. Para la reflexión sobre el golpe de Estado, Cf. Thayer 2006. Para la reflexión sobre la “epojé” en la época de Jean-Luc Nancy, Cf. Garrido 2011. En una relación más directa con Lyotard y lo sublime, Cf. también Garrido 2012. Cf. además Habermas 1975. Agreguemos, de paso, que las impresiones que depositamos aquí se nos han vuelto a la vez más diferenciadas y más sólidas en la medida en que hace poco hemos tomado contacto con el seminario de Derrida “Nationalité et nationalisme philosophiques” realizado entre los años 1983-1989. Los archivos de este seminario, algunas de cuyas partes ya han sido publicadas, están en la Universidad de Irvine entre las cajas 18 y 20.

22 Proyecto Fondecyt 2006.

23 Como hemos intentado sugerir más arriba, con Manfred Frank el envío del habermasianismo estaba transido de un paradójico nacionalismo filosófico que, contrario a sus pretensiones, volvía más difícil distinguir los franceses de los alemanes, los modernos de los posmodernos, los últimos de los primeros, el antes y el después. Lo que hemos dicho hasta aquí del proyecto sobre la estética de Hegel, y que será matizado enseguida, no parece escapar del todo del intento por retrotraer el posestructuralismo francés a su antecedente alemán temprano-romántico sobre la base de cierta inactualidad del hegelianismo. En un capítulo de un libro publicado un año antes de este proyecto, “La disputa sobre el significado de la ironía. Hegel y F. Schlegel”, Gonzalo Portales, investigador responsable del mismo, observaba la aparente radicalidad de la actual crítica a Hegel (se menciona primero a una “cierta tradición francesa”, “motivada seguramente” por Kojève, enseguida a “la filosofía alemana” de un Heidegger y su confrontación con Hegel, y finalmente, sobre la base de aquella, la filosofía de la diferencia”, es decir, Derrida), toda vez que la inmensidad de las dificultades en desarrollar una filosofía del absoluto ya se hallaba presente en el momento mismo de la gestación de dicho proyecto hegeliano, es decir en corrientes tales como el temprano-romanticismo. Portales añadía: “Tan decisiva aparece a la mirada actual el tipo de confrontación del romanticismo, especialmente del ‘romanticismo temprano’ o Frühromantik, con la filosofía hegeliana, que no se ha dudado en extender hacia el pasado el neologismo ‘deconstrucción’ con el fin de caracterizar idóneamente el modo propio de ese discurso antisistémico”(Portales & Onetto 2005). Este sutil juego del antes y el después, del primero y del segundo, etc., a favor de la tradición alemana, ha

tenido lugar antes también en un trabajo de Portales, publicado el año 2000. Situando este trabajo en el horizonte de “La modernidad como proyecto inconcluso” de Habermas, Portales se comprometía allí a una cierta comparación entre las ilustraciones francesa y alemana, siendo esta última la así llamada “ilustración tardía” (Spätaufklärung). Lo que se decía enseguida tenía la forma de un cierto movimiento especular de carrete, que primero apelaba a Marx, a lo que se dice en la “Introducción a la Crítica de la Filosofía del derecho de Hegel” en el sentido que la crítica de la religión en Alemania es el “supuesto de toda crítica”, para luego, apelar de nuevo a él, pero sin poder citarlo. Se va a decir, en efecto, todavía apoyándose en Marx que para éste Alemania se ha caracterizado por llegar retrasada a las revoluciones políticas y a los cambios sociales, siendo Francia por antonomasia el teatro de estos acontecimientos. Luego, tras decir, todavía cercano al texto de Marx, que “el único ámbito en el que Alemania habría sido contemporánea del resto de Europa estaría representado por el grado de desarrollo de su filosofía” (19), se va a decir lo que sigue ya sin Marx: “la ilustración alemana fue, sin duda, tardía con respecto a los procesos llevados a cabo en otros países (hecho consentido ya por la mera expresión habitual de deutsche Spätaufklärung), pero a la vez fue a la vez filosóficamente más fecunda, posibilitando el nacimiento de obras fundamentales, como lo es, sin duda, la filosofía de Kant” (19). Estimamos que ninguna de las referencias en las que se apoyaba Portales en su libro, incluyendo Marx, le permitía decir, salvo por cierta concesión al uso, que la ilustración alemana fue “filosóficamente más fecunda” que la francesa, y que “la filosofía de Kant”, es una prueba de ello. Sería pertinente recordar aquí las críticas de Marx a Grün en La ideología alemana (2014) y que, sobre todo en relación con esta crítica, Derrida habla de “nacional-filosofismo” en su seminario “Nationalité et nationalisme philosophiques”.