El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López (1542-1596)

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Parece pertinente hacer una observación importante para entender la peculiaridad de género de las epístolas a las siete iglesias y al mismo tiempo ver cómo lo entendió Gregorio López. Tradicionalmente las profecías se han transmitido en el Medio Oriente mediante las epístolas, así que con ciertas restricciones podemos hablar sobre el género de las “epístolas proféticas” o “epístolas oraculares”. Los archivos reales del reino de Mari contienen los documentos escritos en idioma acadio con la escritura cuneiforme y fechados entre los años 1800-1760 a. C. Algunos de esos documentos contienen los consejos al rey Zimri-Lim por parte de los dioses y enviados a él por los “profetas”.[23]

La Biblia hebrea ofrece ejemplos parecidos: en el segundo libro de las Crónicas 21:12-15 dice que el profeta Elías dirigió su carta al rey Joram de Judá, anunciando el juicio de Dios. Su carta se introduce con las palabras “Jehová el Dios de David tu padre ha dicho así”; eso corresponde a la fórmula profética tradicional “Así dice Dios” que antecedía los mensajes de los profetas y de igual manera con la frase “Así dice el Señor” (τάδε λέγει ὁ Κύριος)[24] que es propia para las profecías del Apocalipsis. El profeta Jeremías, que tenía a un escribano llamado Baruch, enviaba sus profecías por medio de cartas. En el capítulo 29 del libro de Jeremías se transmite la carta que el profeta envió a los cautivos de Babilonia, aconsejándoles que evitaran la idolatría y prediciéndoles su próximo regreso a su tierra y la derrota de los falsos profetas.[25]

Esos mecanismos literarios de transmisión profética en el texto fueron adoptados por el autor del Apocalipsis, quien, como hemos dicho en el capítulo anterior, ha usado las construcciones hebreas propias de la literatura profética en su texto escrito en griego. Eso confirma Klaus Berger, diciendo: “Las epístolas del libro de la Revelación se tienen que examinar como la especie de las cartas proféticas que no se han extinguido por completo”; Berger afirma que todo el texto de la Revelación aparece como una profecía o como ciclo de profecías; el género epistolar se usa como herramienta de incorporación a las profecías en el texto.[26] Para nosotros es importante tener en cuenta las opiniones de los investigadores, porque de una manera sutil sus comentarios resultaron prefigurados por Gregorio López, quien, definiendo el Apocalipsis como una historia profética, admite también la importancia del género epistolar, entendiendo también el libro de la Revelación como un mensaje dejado a todos los cristianos y particularmente a los cristianos de Asia Menor (adelantando de cierta manera las observaciones de Baukham en torno de las cartas circulares, cuando cada epístola concreta destinada a una comunidad particular podría haber sido leída también por los miembros de otras comunidades).

II.II. Las comunidades cristianas del Asia Menor, su contexto local y el problema de los “ángeles”

La importancia del Tratado de Gregorio López consiste en que, además de analizar el “universo simbólico” del libro, resultó uno de los primeros en estimar el contenido histórico, social, político y religioso en que se han encontrado las comunidades cristianas, tratando de ubicar el contenido epistolar de los capítulos 2 y 3 en su posible contexto local. Para Gregorio López fue importante rastrear la historia romana en la base del libro del Apocalipsis, presentando diversos periodos de su historia como las etapas del cumplimiento de las profecías apocalípticas. La situación en que se han encontrado las comunidades microasiáticas en el tiempo de domiciano, según López, aparece como prólogo a la historia apocalíptica que empieza en los tiempos de Trajano; por eso es importante señalar los problemas que han preocupado a los cristianos de Asia Menor para ver las raíces de las tribulaciones futuras. Cada problema que preocupaba a las comunidades microasiáticas tenía su dimensión histórica concreta, fuera el culto imperial creciente e inminente o la aparición de los falsos profetas. Gregorio López examina los detalles que tienen su valor histórico y al mismo tiempo los ve como detalles de un drama apocalíptico que se ha de desarrollar con el paso de tiempo.

La fórmula que abre cada mensaje dirigido a la comunidad cristiana de las siete ciudades es: “Al ángel de tal iglesia escribe” (Tῷ ἀγγέλῳ τῆς ἐν τῷ δεῖνι ἐκκλησίας γράψον). Como es bien sabido, el sustantivo ἄγγελος significa “mensajero”; esta palabra puede aplicarse tanto a los humanos como a los seres sobrenaturales. ¿Quiénes podrían ser “los ángeles” de las siete iglesias? Felise Tavo hizo un balance de lo que se había escrito al respecto durante muchos años de discusiones. Si se trata del mensajero humano, se podría haber tratado de tres opciones: i) el miembro de la comunidad más distinguido por su fe y por sus calidades morales, a quien san Juan dirige su mensaje; ii) un profeta de la Iglesia; iii) el obispo, es decir, el líder o funcionario administrativo de la comunidad.[27] Hay que notar que la interpretación propia para la tradición patrística caracteriza a los ángeles como seres sobrenaturales, es decir, como ángeles en el sentido más habitual para nosotros. San Andrés de Cesarea en su Comentario al Apocalypsis hace referencia a las obras de san Ireneo, afirmando que por las siete estrellas, o ángeles, hay que entender la gobernación de los órdenes angélicas en la mano de Cristo; “para designar eso, como escribe el gran Ireneo (ὁ μέγας Εἰρηναῖος γεγράφηκεν), están hechos por Dios los siete cielos y los siete ángeles, que tienen poder sobre los demás (τῶν λοιπῶν προὔχοντος).[28] Los siete candeleros de oro, mientras tanto, significan alegóricamente las siete iglesias particulares (λυχνίας [...] τὰς Ἐκκλησίας ἐνόησε), o más bien, sus ángeles de la guarda.[29]

Otra interpretación resultó propia para la tradición occidental latina. Parece interesante el ejemplo del Comentario al Apocalipsis escrito por Primasio de Hadrumeto, un obispo norteafricano que vivió en los mediados del siglo VI. Este comentarista resumió lo que se había escrito al respecto por san Agustín y Ticonio, un autor donatista, cuyos comentarios sobre el Apocalipsis resultaron importantes para la Iglesia católica a pesar de la pertenencia de este último al cisma. Los “ángeles de la Iglesia” son para Primasio los miembros distinguidos que dirigían a la comunidad: “Por los ángeles de las iglesias se tiene que entender a los instructores del pueblo (rectores populi), quienes, al gobernar cada iglesia, anuncian el verbo de la vida a todos”.[30] Tal interpretación que hacía de los “ángeles de las iglesias” jerarcas o miembros distinguidos de la comunidad, resultó característica para la tradición latina occidental. Se trata de los maestros espirituales que guiaban a los fieles. Podrían haber sido, por ejemplo, los profetas de la Iglesia; en este caso la palabra “ángel” se usa para referirse al intermediario entre Dios y la comunidad, encargado de transmitir la voluntad de Dios por medio de los dichos y visiones. De la misma manera los “ángeles” podrían haber representado a los clérigos: los obispos o miembros del colegio de los presbíteros (πρεσβυτήριον); en este caso los “ángeles” se equiparán a las “estrellas” por ser hombres doctos y eruditos.[31] Tal interpretación fue la misma en el África bizantina, donde Primasio desempeñó el cargo del obispo. Después de la caída del poder romano en esa región, las instituciones municipales urbanas se deterioraron. Los obispos, entonces, estrechamente vinculados con la aristocracia municipal, llegaron a ser patrones del municipio en donde residían y de las comunidades urbanas, casi únicos representantes del poder legítimo, de ahí el uso del término “la ciudad episcopal”.[32] Por eso ha de esperarse que un obispo africano de la época bizantina vio en los “ángeles” de las iglesias de Asia a sus propios colegas con las mismas preocupaciones y deberes cotidianos.

Fue san Agustín quien dijo que los “ángeles” de las siete iglesias de ninguna manera son seres celestiales: los ángeles que viven en el cielo no pueden pecar; mientras tanto, a los “ángeles” les regaña Jesucristo por su profeta Juan, denunciando muchos de sus pecados; así que queda claro que la palabra “ángel” se tiene que aplicar a los hombres que, según las palabras del obispo de Hipona, “no pueden vivir sin pecado” (sine peccato ese non possunt).[33] Según san Agustín, sobre los “ángeles” se tiene que sobreentender nada menos que los obispos o los presidentes de las iglesias locales (aut episcopi, aut praepositi Ecclesiarum).[34] Entonces, podemos ver que en la tradición exegética latina que se remonta a san Agustín, los “ángeles” representaban a las siete iglesias de Asia, eran sus jefes espirituales, posiblemente los presbíteros distinguidos o hasta obispos que se hacían cargo de las necesidades de su propia congregación, prestando asistencia espiritual a sus miembros.

Beda el Venerable nos ofrece un ejemplo significativo en torno a la interpretación de los “ángeles de la Iglesia” al aplicarles el término latino sacerdos, que, aunque a menudo se traduce como “sacerdote”, a partir de la Antigüedad Tardía adquirió el significado estable y terminó asociándose con el obispo, como lo podemos en la correspondencia de san Cipriano de Cartago;[35] en el siglo iv la palabra sacerdos llegó a vincularse únicamente con el obispo, lo que confirma Charle Du Cange basándose en múltiples testimonios (por ejemplo, en las cartas de san Ambrosio, donde el obispo de Milán llama sacerdos a su colega en el orden episcopal, el papa Dámaso: Sanctus Damasus Romanae Ecclesias sacerdos).[36]

En su Explanación del Apocalypsis Beda ofrece una interpretación clara e inequívoca en torno a los “ángeles de las siete iglesias” y afirma que son “sacerdotes”, es decir, obispos y aquellos que dirigen la comunidad: Beda hace referencia al libro del profeta Malaquías, en donde dice que “los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero[37] es de Jehová de los ejércitos” (Mal. 2:7).[38] Cada “ángel” de cada iglesia particular es su obispo que está a cabo: “Y escribe al ángel de la iglesia de Sardis. A ese ángel, es decir, al obispo quien resultó menos asiduo, [Jesucristo] regaña por haberlo sorprendido en malas costumbres que necesitan ser corregidas”.[39]

 

Unos siglos después la interpretación se mantuvo con algunos detalles nuevos. Ruperto de Deutz (†1129 o 1130), un monje valón y luego abad en la ciudad alemana de Deutz, dejó un “comentario sobre el Apocalipsis, en donde se solidarizó con los comentaristas de las generaciones anteriores y desarrolló sus argumentos en torno al problema de los “ángeles de las siete iglesias”. Según Ruperto, “los ángeles” son los jefes de las iglesias locales (praesuli Ecclesiarum). Se comparan con las estrellas no por su propia santidad, porque, siendo seres humanos, podrían haber sido oscuros por sus propios hechos pecaminosos; sin embargo, brillan por la santidad del orden presbiteral a que pertenecen (pro officio tamen lucent), lo que les hace recitar la Palabra de Dios durante las misas y celebrar los sacramentos celestes de Cristo.[40] En el caso de cada “ángel” de la Iglesia particular, Ruperto aclara que se trata de los obispos: “Ángel, es decir, el obispo de la Iglesia (Angelus, id est sacerdos Ecclesiae)”.

Lo mismo reproduce Martín de León (†1203), canónigo regular de san Agustín, un distinguido teólogo y exégeta leonés. Al constatar que “por las siete estrellas se tiene que sobreentender a los instructores de todas las iglesias, y los siete candeleros son las siete iglesias” (per septem stellas designati sunt universo rectores ómnium Ecclesairum; et candelabra septem, septem Ecclesiae sunt), Martín añade: “Por siete candeleros hay que entender aquellos que poseen el arte de predicación, pero no han entrado al orden sacerdotal, porque no son prelados”;[41] así que Martín separa los siete “ángeles” de las iglesias de los siete candeleros, afirmando que por estos últimos se tiene que sobreentender a los predicadores laicos; de todos modos, interpretando a los “ángeles” de las siete iglesias, Martín los iguala con los obispos, igual que todos los exégetas latinos tardoantiguos y medievales.[42]

Igual que san Agustín, Ticonio y Primasio, Gregorio López afirma que los “ángeles de las siete iglesias” son los obispos de las comunidades locales, quienes, como mensajeros, aparecían como intermediarios entre Dios y su comunidad, desempeñando así su función como profetas y como gobernadores: en el Apocalipsis se “llamó ángeles a los obispos, porque ángel quiere decir mensagero, y estos obispos eran mensageros de Dios, pues decían a sus iglesias los que Dios les mandaba”.[43] Mientras tanto, a diferencia de Ruperto de Deutz y de Martín de León, López no iguala a los mismos obispos con las siete estrellas para destacar su sabiduría y sus dones espirituales que deben brillar. Según el ermitaño, las siete estrellas “son los siete obispados de estas iglesias”;[44] mientras tanto, los siete candeleros de oro son “las siete iglesias adornadas de caridad”.[45] Ese razonamiento tiene su propia lógica, porque si se supone que los gobernadores y los líderes espirituales de las comunidades son los obispos, entonces las iglesias que ellos gobiernan son nada menos que los obispados o las parroquias, es decir, las comunidades autónomas que obedecen a un obispo. Tal entendimiento se corrobora con el significado estable de la propia palabra ecclesia (iglesia) que desde la Antigüedad Tardía llegó a asociarse con la parroquia, lo que confirma también el Glosario de Du Cange.[46]

Es evidente, pues, que Gregorio López pensaba en las categorías del siglo xvi, imaginándose la comunidad local microasiática como una unidad basada en la jerárquica, cuando los creyentes constituyen una comunidad jerárquica que goza de autonomía y al mismo tiempo viene dirigida por un obispo y le obedece en el sentido administrativo y espiritual. Gregorio López hace hincapié en el servicio profético de cada “ángel” de la Iglesia que, por ser mensajero de Dios, decía a su iglesia “lo que Dios mandaba”. Esa imagen del líder de una comunidad microasiática basada en los principios jerárquicos, y representada en el libro del Apocalipsis resultó actual para la historiografía moderna. Ya en la mitad del siglo xx muchos investigadores llegaron a conclusiones similares. Al respecto citamos las reflexiones de W. H. Brownlee:

Se ha afirmado de vez en cuando que el “ángel de la Iglesia” a quien está dirigida cada epístola de Rev. 2-3, es el obispo o pastor de las siete iglesias respectivas. Antes he estado en desacuerdo con esta posición, interpretando al ángel como una personificación espiritualizada de la propia Iglesia. Ahora me parece probable que Juan de Patmos se ha encontrado bajo la influencia de las imágenes del libro del profeta Malaquías 2:7[47] y Daniel 13:3 sugiriendo su propia concepción del papel sacerdotal del obispo (priestly role of the bishop). En aquellos dos pasajes el sacerdote se describe como “mensajero” (malakh en hebreo o ἄγγελος en griego).[48]

Sin embargo, ha habido mucha objeción en contra de esa opinión, dado que se ha creído que en los tiempos de san Juan las comunidades cristianas (o mejor dicho, judeocristianas) todavía no habían conocido ninguna institución jerárquica, siendo “comunidades de los iguales”. Allá hubo “igualdad y privilegios para todos”; el libro del Apocalipsis se ha leído e interpretado desde la perspectiva del fragmento del Éxodo 19:5-6, en donde Dios promete elevar al pueblo de Israel haciéndolo “un reino de sacerdotes, y gente santa”; aquí hay una correlación con el fragmento Rev. 1:6, “y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios”, así que los cristianos como nueva Israel por haberse redimido con la sangre de Cristo llega a formar parte del “reino de sacerdotes”, renovando los privilegios dados por Dios a Israel antigua.[49]

Resulta claro que en ese panorama dibujado por muchas generaciones de investigadores[50] no hay lugar para cualquier tipo de organización jerárquica. Sin embargo, durante las últimas décadas esa concepción se debilitó por las últimas investigaciones enfocadas en el problema de la presencia de ciertos órdenes de ministerio en la Iglesia primigenia, sobre todo de los profetas, los diáconos y los obispos. Los últimos ya fueron mencionados en el libro de los Hechos de los Apóstoles (28:30, por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos); su función era sustituir a los apóstoles mismos. Por cierto, los primeros obispos se han elegido principalmente por sus dones espirituales y su afán profético y evangelizador. En este contexto nos parece pertinente el razonamiento de André Lemaire que, a pesar de haber sido formulado hace casi 50 años, no ha encontrado ninguna observación seria. Lemaire afirma que los “ángeles” de las siete iglesias eran los ministros; es probable que podrían haber sido obispos, pero no se puede comprobar basándose exclusivamente en el texto de la Revelación. Según las opiniones más comunes, la noción “ángel” podría haberse referido: i) al ángel de la guarda de cada iglesia; ii) a la personificación espiritual de la comunidad; iii) al ministro de culto responsable por cada comunidad. Lemaire defiende la última posición, notando que, además de que la palabra ἄγγελος puede referirse al ser humano, los términos como κόπος (Rev. 2:2),[51] πιστός (fiel) y στέφανος (corona, Rev. 2:10), διακονία (servicio, Rev. 2.19),[52] γίνου γρηγορῶν καὶ στήρισον (“se vigilante y afirma” según Reina-Valera o “está en vela y confirma” según Gregorio López, Rev. 3:2) normalmente se refieren al ministerio de los apóstoles en la literatura neotestamentaria.[53] Con todo esto se debe encomiar la intuición exegética de Gregorio López quien, teniendo como apoyo la tradición latina tardoantigua y medieval, vio en los “ángeles de las siete iglesias” las personas humanas, los ministros de culto responsables del bienestar material y espiritual de las comunidades a su cargo. Por supuesto, esa opinión no es predominante en el discurso académico contemporáneo. Sigue vigente la concepción, según la cual el “ángel de la Iglesia” aparece como la “dimensión celestial” de aquella (heavenly dimensión of the church, según Felise Tavo[54]), el homólogo o hasta el doble espiritual (Doppelgänger) de la comunidad.[55] Vemos que esa concepción se mantiene cerca de la exégesis cristiana ortodoxa oriental, marcada por su enfoque “espiritualizado”, como lo vemos en el ejemplo del san Andrés de Cesárea. En ese contexto vemos que el esfuerzo con que Gregorio López entiende los “ángeles de las iglesias” como obispos (o los clérigos más distinguidos) aparece como uno de las primeras intenciones (que aunque no hayan sido privados de cierto carácter naïf) de ubicar los detalles de las epístolas a las siete iglesias de Asia en su contexto histórico-local. Al haber pasado siglos, este enfoque ha evolucionado considerablemente; su gran defensor ha sido William Ramsay, un conocedor excepcional de la historia y arqueología de Asia Menor cristiana. Basándose en muchos testimonios, supo mostrar que el autor de las cartas a las siete iglesias ha conocido de una manera íntima todas las necesidades de cada comunidad a que dirigía, todo el contexto en que se han encontrado los cristianos de las comunidades microasiáticas,[56] así que las epístolas de san Juan de ninguna manera era algo ficticio.

Resumiendo las discusiones de muchos siglos en torno de los ángeles de las siete iglesias, Ramsay, por un lado, admite que se trata de una figura simbólica que representa el poder, la historia, la vida y la unidad de la Iglesia; es la personificación de la presencia divina y del poder divino, reflejada en cada comunidad; es la garantía de la eficacia u vitalidad de la Iglesia.[57] Por otro lado, se reconoce que esos principios espirituales podrían haberse reflejado en una persona humana que no sólo posee altas calidades morales, sino tiene sus fallas. Jesucristo, hablando por san Juan, reprocha a los “ángeles” por la negligencia y la falta de atención pastoral, así que la terminología simbólica encubre la vida cotidiana de las comunidades cristianas, marcada no sólo por sus esperanzas escatológicas, sino también por sus preocupaciones y labores terrenales.

Ramsay reconoce de una manera cautelosa que “es vano intentar una definición rígidamente exhaustiva al significado que se adjunta al término ángel”,[58] sin embargo, es importante destacar el hallazgo hermenéutico de Gregorio López, igual que de sus predecesores, de descifrar el lenguaje simbólico y ver la “encarnación” del principio de la vitalidad de la Iglesia, personificado en la figura de un obispo como patrón de la comunidad de la cual se hacía responsable.

Roland Worth en su investigación reciente dice que la significación de los “ángeles de las siete Iglesias” podría depender de la datación que adoptemos del Apocalipsis. Si nos inclinamos a la fecha más temprana de la aparición del Apocalipsis, es decir, fecharlo con el reinado de Nerón, en este caso apenas podríamos asociar a los “ángeles” con los obispos de la ciudad, porque en aquel tiempo todavía no había una jerarquía estable. Mientras tanto, si admitimos la fecha más tardía del libro de la Revelación, es decir, de los tiempos de Domiciano (como lo hace Gregorio López), la equiparación “ángel” igual a “obispo” llega a ser más explicable.[59] Unos 10 años después de que fue escrito el Apocalipsis, la ciudad de Éfeso, en que se ha encontrado una de las comunidades “apocalípticas”, fue visitada por san Ignacio de Antioquia, quien destacó el papel extraordinario del obispo y hasta persuadió a los efesios a hacer todas las cosas en consonancia con la voluntad del obispo, aunque los miembros del colegio del presbiterado también han gozado de su participación en la administración eclesiástica.[60] Ese detalle importante también caracteriza a Gregorio López como eslabón en una cadena hermenéutica que empieza desde los primeros comentaristas latinos y termina con los investigadores modernos que disertan sobre las mismas cosas, pero aplicando los enfoques modernos en torno a la crítica del texto.

II.II.I. Éfeso

La primera epístola de las siete iglesias fue dirigida a la comunidad de Éfeso. Gregorio López no explica tal orden, sin embargo, cabe señalar la posición dominante que tenía esa ciudad entre otros municipios microasiáticos. Se conoce por su enorme santuario de Artemis que ha atraído muchos peregrinos de todo el mundo helénico. Eso favoreció al desarrollo económico de la región efesia, en donde se habían concentrado muchos recursos. San Pablo Apóstol al visitar Éfeso encontró una comunidad cristiana pequeña cuyos miembros se habían declarado ser seguidores de san Juan Bautista. Los integró a su grupo “paulino” y se detuvo en la ciudad por tres años para acrecentar esa comunidad por predicación asidua y cimentarla para que desarrollara como institución estable (Hechos 19: 1-6). También es importante notar que el emperador Domiciano mandó construir en esa ciudad un templo grande dedicado al culto del emperador, lo que también podría haber puesto en peligro la comunidad creciente.[61]

 

Gregorio López subraya que las palabras iniciales de la epístola al “ángel de la iglesia de Éfeso” son de Jesucristo resucitado. Ya no habla san Juan, presentándose a sus lectores, sino el mismo Jesucristo, mientras tanto san Juan toma el papel de su profeta. Lo precisa Gregorio López al comentar las palabras esto dice con las cuales inicia la epístola a la iglesia de Esmirna: “Es de notar que nuestro Redentor habla unas veces como Dios y otras como hombre […], ahora habla como Dios”.[62] De hecho, como ya dijimos, con las palabras introductorias esto dice se traduce la fórmula profética τὰδε λέγει [κύριος παντοκράτωρ] (esto dice o así dice el Señor Todopoderoso) que aparece 353 veces en la versión griega del Antiguo Testamento;[63] más concretamente, se encuentra por los menos 65 veces en el libro del profeta Ezequiel, introduciendo nuevas unidades literarias en el texto (igual que en el libro del Apocalipsis), 30 veces en Jeremías y ocho veces en el libro de Amos.[64] Según Gregory Beale, tal manera de introducir las palabras de Jesucristo enfatiza el hecho de que Él asume el papel de Dios Yahvé.[65] Desde las primeras palabras Gregorio López comenta que san Juan es el intermediario, quien transmite como profeta las palabras que le dictó Jesucristo mismo:

Al ángel, que es el obispo, de la iglesia de Epheso, escribe nuestro Redentor, nota, y manda a san Juan que escriba, esto dice, el que tiene las siete estrellas, los obispos, en su diestra, que anda en medio de los siete candeleros de oro, de las siete iglesias adornadas de caridad.[66]

Este comentario representa a Jesucristo como soberano que posee la fortuna de la iglesia de Éfeso y de las siete comunidades en total. Gregorio López también prefiguró las tendencias de las investigaciones modernas; basta señalar que el significado del original griego de la frase “tiene siete estrellas” –ὁ κρατῶν τοὺς ἑπτὰ ἀστέρας ἐν τῇ δεξιᾷ αὐτοῦ– remite a la semántica del poder, dado que el verbo κρατέω significa, entre otras cosas, “tener a alguien en posesión”, hasta “aplicando la fuerza”; así que el autor del Apocalipsis demuestra con ese léxico que Jesucristo ejerce la autoridad total y control absoluto sobre las comunidades de Asia.[67]

Es importante señalar que conforme la semántica de los siete candeleros, según Gregorio López, representan las siete iglesias o siete obispados. Aquí López continúa la tendencia que fue establecida por el autor mismo de la Revelación que en Apoc. 1:20 explicó los siete candeleros de oro (ἑπτὰ λυχνιῶν τῶν χρυσῶν) como siete iglesias (ἑπτὰ ἐκκλησίαι). La palabra λυχνία corresponde al sustantivo hebreo menorá que nos remite a aquel famoso candelabro de aceite de siete brazos que Dios mandó hacer a Moisés para el Tabernáculo (Éxodo 25:31-37) y que el rey Salomón hizo para el templo de Jerusalén (1 Reyes 7:49); así que es importante notar que el simbolismo referente a cada iglesia de Asia evoca el contexto sagrado; en otras palabras, cada comunidad junto con el obispo que le preside son sucesores del templo veterotestamentario por la gracia de Dios.[68] Tenemos que notar ese simbolismo tomando en cuenta el interés que Gregorio López tenía acerca del simbolismo hebreo y de la oportunidad de incorporar a los criptojudíos en el seno de la Iglesia católica.

Al caracterizar a Jesucristo como el Señor soberano que ejerce la plenitud de su poder sobre las iglesias de Asia, Gregorio López puntualiza las relaciones entre cada “ángel” de la Iglesia y Jesucristo, conforme a sus acciones y obras: “Es de notar que nuestro Redentor se pone títulos conforme a los que con cada uno de estos obispos trata con sus obras virtuosas y trabajos, en gobernar su iglesia, y defenderla de Hereges”.[69]

El fragmento citado es de extrema importancia, porque Gregorio López puntualizó y contextualizó el núcleo mismo del mensaje profético de los capítulos 2 y 3 del libro de la Revelación. Esa indicación del significado esencial de las epístolas depende de las palabras mismas de Jesucristo, quien, dirigiéndose a cada “ángel de la iglesia” (a partir del de Éfeso):

También sé tu paciencia en estos trabajos, y que no puedes sufrir a los malos, por qué te es penosa la vida de ellos, y tentaste a los que se dicen falsamente apóstoles, y no son, y los hallaste mentirosos, porque con diligencia los examinaste, y hallaste su doctrina contraria a la mía; y con todo esto tienes paciencia, sufriendo por mi nombre, y no desfalleciste.[70]

Llama la atención el uso particular del verbo “saber” en vez de “conocer”; podemos comparar ese fragmento con el mismo en la versión de Reina-Valera, donde se dice “Yo conozco tus obras” (Apoc. 2:2). El problema es que Gregorio López prefiere usar el análogo del verbo griego οἶδα, que se corresponde con el castellano “saber” en vez del verbo γιγνώσκω que, como regla, se transmite por “conocer”. Gregorio López prefirió sacrificar la exactitud léxica para señalar la omnisciencia divina de Jesucristo que puede indicarse sólo con el verbo “saber”, que es el análogo del verbo griego οἶδα, mientras tanto, el verbo “conocer” no indica la plenitud del saber por referirse sobre todo al campo semántico de “tener noticia”, “tener la idea o la noción de una persona o cosa”.[71] Señalamos que la divinidad de Jesucristo no se pone en duda en el Tratado de Gregorio López, así que para él era muy importante indicar su naturaleza divina por todos modos posibles, incluso por medio de léxico.

Como una fórmula general Jesucristo repite a los destinatarios de cada epístola que sabe de sus trabajos, de sus tribulaciones, de su riqueza y pobreza, de sus hallazgos y fracasos, que conoce sus cosas mejor que ellos mismos hasta no darse cuenta de sus problemas reales, por eso necesitan que les abran los ojos a la situación en que se encuentran para que sepan de su caída y para que quede claro qué deben hacer para mejorar su situación. Eso es la contextualización del mensaje profético que se refleja en el mismo texto de la Revelación, quizás por eso Gregorio López decidió dejar ese fragmento sin comentario, porque aquí todo habla por sí mismo: Jesucristo, al declarar su próxima segunda y gloriosa venida, alienta el ánimo de los cristianos de Asia Menor y da instrucciones para sus líderes espirituales, es decir, los “ángeles de las siete iglesias”, quienes no deben dar ni un paso atrás, evitando cualquier avenencia con el mundo sumergido en idolatría. Por eso es importante señalar los peligros que amenazan a los cristianos y las tareas que Jesucristo determina para los “ángeles” de las iglesias.

Como nota Pierre Prigent, en las epístolas casi no se mencionan las persecuciones como amenaza principal para los cristianos;[72] por supuesto que el culto imperial y la religión pagana representaban un peligro para los cristianos, pero esos factores de riesgo se volvieron alegoría y símbolo en otras partes del Apocalipsis. Mientras tanto, la preocupación de Jesucristo se concentra en otras cosas. La amenaza para los cristianos no sólo está en los factores externos, sino también dentro de las comunidades, enmascarando su carácter demoniaco, tomando la apariencia del cristianismo. Felise Tavo subraya que el peligro para los cristianos estaba en: (i) los retos dentro del seno de la Iglesia y (ii) los que llegan de fuera de la comunidad.[73] Los primeros retos se refieren a los trastornos en la vida espiritual comunitaria por la negligencia, falta de compromiso o por otras cosas; para curar esas enfermedades espirituales, se recomienda al “ángel de la iglesia de Éfeso” que hiciera la primera obra necesaria para reparar la unidad y el bienestar espiritual de la comunidad. ¿En qué consiste la falla del obispo de Éfeso, quien no pudo resistir bien ese reto y qué obra debería hacer? Gregorio López da una respuesta interesante: Jesucristo reprocha al “ángel de Éfeso” por haber olvidado las relaciones estrechas y personales con Dios por sus ocupaciones administrativas con que debió comprometerse como obispo y líder de la comunidad:

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