El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López (1542-1596)

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I.III. La estructura del Apocalipsis según Gregorio López: código para su comprensión

Con excepción de Victorino de Petovio, los autores patrísticos y medievales no pusieron atención en la composición y la estructura del Apocalipsis. Victorino llegó a la conclusión de que los siete cálices no siguen cronológicamente a las siete trompetas: ambos elementos presagian de forma simultánea los mismos acontecimientos. El autor repite lo mismo cuando se refiere a los cálices y a las trompetas, pero no porque los hechos ocurrieran dos veces, sino porque los cálices son el mandato para que el autor enuncie la voluntad divina, y por eso lo que tiene que ocurrir una sola vez, se dice dos veces.[69] En la poética del énfasis y la recapitulación se hacen presentes sin que el autor se refiriera explícitamente a ellos. Cada sección temática del libro inicia con el examen de acontecimientos tratados en las secciones previas.

Gregorio López resultó uno de los primeros comentaristas que postuló la cuestión de la estructura y de la composición del libro como factor clave para entender su sentido y su carácter íntegro a pesar de la complejidad de sus visiones, imágenes y profecías. Para el siglo xvi resultó característica la sistematización en muchas esferas del saber; así que el estudio del Apocalipsis no fue una excepción. López dejó observaciones en torno a la composición septenaria del libro como un marcador estructural, clave para la comprensión de la obra en su arquitectura y contenido.

La abundancia de las imágenes y visiones que van una tras otra de una manera caleidoscópica y a primera vista desordenada, todo un conjunto pleno de simbolismo numérico bien desarrollado y con las repeticiones de ciertas fórmulas y palabras clave, factores que estimularon al comentarista novohispano para buscar ciertos principios de organización del texto y hacer entender al lector que todo el desorden en la narración y en la secuencia de visiones, imágenes y profecías es sólo aparente, ya que el texto del Apocalipsis se somete a sus propias leyes de composición,[70] su propia poética que demuestra su carácter único.

Gregorio López disiente de aquellos que calificaron el Apocalipsis como una obra ininteligible y digna de interpretarse de manera alegórica, lo que presuponía una arbitrariedad interpretativa. Para López no se debía examinar cada fragmento de la manera literal y aislada, sin conexión con las demás partes del texto, poniendo atención a su contexto histórico, teológico o literario:

Común cosa es entre muchas personas de letras; quando se trata del Apocalipsis, decir que no es inteligible; a los quales pregunto: si no se ha de entender ni gozar, ¿para qué lo dio nuestro Redentor a su Iglesia? Otros lo declaran alegóricamente dexando la letra, y sin tocar en ella, porque está tan disfrazada con máscara, que no se dexa conocer, hasta que se la quitan.[71]

Gregorio López caracterizó uno de los mecanismos poéticos como factor clave para entender el texto del Apocalipsis con toda su arquitectónica. Se trata de la composición septenaria, o séptuple: “Comprehéndese todos en tres sietes, siete sellos, siete voces de trompetas, y siete redomas o plagas”.[72] Gregorio López propone la necesidad de entender el énfasis de la estructura del Apocalipsis para comprender el carácter de su mensaje teológico. Con la retórica del Apocalipsis reflejada en su estructura, el lector entra en el “laboratorio” de las ideas del autor y así termina entendiendo todos los matices de su pensamiento. Entender correctamente cualquier fragmento del libro y proponer una interpretación de sus imágenes o visiones conlleva a enfatizar las unidades estructurales, proponerlas como factores clave que dan perspectiva sobre el texto, vinculando el fragmento con su unidad estructural respectiva.

La composición septenaria resultó muy eficaz para investigar la estructura del Apocalipsis, sobre todo por el significado simbólico muy amplio del número siete que aparece como señal de la plenitud divina que se refleja en el cumplimiento de las promesas divinas en la historia. Como lo enfatiza Domingo Muñoz León: “Las principales opiniones en torno a la estructura del Apocalipsis pueden clasificarse en dos grandes grupos: estructura septenaria y estructura dramática. Dentro de la estructura dramática, unos prefieren la ordenación quiástica del material, otros la división de la parte central en dos grandes secciones”.[73]

La composición quiástica, igual que la teoría de recapitulación, cuyo predecesor fue Victorino de Petovio, resultaron necesarias para explicar diversas anormalidades e inconveniencias en la estructura del libro, así como las repeticiones de las mismas fórmulas e imágenes, o las desviaciones del curso general de la narración. Esas anormalidades impiden al lector percibir el texto del Apocalipsis como una consecuencia cronológica de los acontecimientos. No podemos dar un recuento detallado de todos los conceptos acerca de las investigaciones de la estructura del Apocalipsis; eso va más allá de las tareas de nuestra investigación; nada más demos unos ejemplos contemporáneos de las investigaciones para reflejar el significado del enfoque isagógico y exegético de Gregorio López, que en ciertos aspectos no pierde su interés a pesar del tiempo.

Los defensores de la teoría de recapitulación intentan contestar la pregunta más importante acerca de la estructura del libro del Apocalipsis: ¿cuál era la intención del autor del Apocalipsis acerca del diseño literario de su libro? ¿Su plan era exponer la consecuencia lineal de los acontecimientos; de aquellos que habrán de marcar “lo que va a suceder pronto” (Apoc. 1:1) o describir los mismos acontecimientos de maneras diferentes? Adela Yarbro Collins contestó esa pregunta de dos maneras diferentes, exponiendo su propio plan en dos respuestas posibles: habló sobre los dos ciclos grandes de visiones (two great cycles of visions), y son dos partes en que se subdivide el texto del Apocalipsis; cada ciclo puede contener las visiones paralelas, y en cada ciclo los acontecimientos se exponen en orden cronológico; al mismo tiempo, en el segundo ciclo de las visiones se da una descripción más detallada de los acontecimientos, sólo esbozados en el primero.[74]

Para Yarbro Collins también resulta importante la composición septenaria, igual que lo fue para Gregorio López. Todo el material del libro se divide en grandes partes que incluyen la serie de siete elementos. Viendo el plan del libro expuesto más adelante, nos damos cuenta de que la parte ii señalada por la investigadora, aparece como la colección de las epístolas dirigidas a las siete iglesias; las partes iii, iv y vi son combinaciones séptuples de sellos, trompetas y cálices respectivamente; las partes v y vii contienen las siete visiones no numeradas (unnumbered, según la terminología de la misma Yarbro Collins, es decir, no calculadas por el autor del Apocalipsis):

1. Prólogo 1:1-8.

Prefacio 1:1-3

Prescripciones y bendiciones (sayings) 1:4-8

[El primer ciclo de visiones: el libro sellado][75]

2. Las siete epístolas 1:9-3:22

3. Los siete sellos 4:1-8:5

4. Las siete trompetas 8:2-11.19

[El segundo ciclo de visiones: El libro abierto]

5. Las siete visiones no numeradas 12:1-15:4

6. Los siete cálices 15:1-16.20

El apéndice sobre Babilonia 17:1-19.10

7. Las siete visiones no numeradas 19.11-22:5

El apéndice sobre Jerusalén 21:9-22.5

8. Epílogo 22:6-21

Las palabras [de conclusión] 22:6-20

Las bendiciones (sayings) 22:21[76]

Así que, basándonos en el plan presentado arriba, podemos ver claramente que todo el libro de la Revelación, salvo el prólogo y el epílogo, se encuentra dividido en ciertas unidades séptuples, que, a su vez, son de mucha importancia temática y cronológica. Podemos afirmar que la intuición de Gregorio López reflejada en sus palabras “comprehéndese todos en tres sietes” es productiva y actual, ya que la composición septenaria siempre aparece como la unidad más importante.

La composición quiástica, mencionada por Domingo Muñoz León, ha sido objeto de múltiples investigaciones a pesar de su carácter cuestionable. Entre otros, basta mencionar a Elisabeth Schüssler Fiorenza, quien usó esa composición para proponer su propio esquema estructural del libro del Apocalipsis. Ese plan también contiene siete partes. Las tres últimas de ellas aparecen como paralelos estructurales a las tres primeras partes: la primera sección es correspondiente de la última, la segunda de la penúltima, etcétera. Esta propuesta estructural impide la interpretación articulada del contenido del libro y de su dramatismo; de todos modos, parece oportuno enfatizar la posición central de los capítulos 11-13 por la intensidad de persecuciones y de visiones apocalípticas (según Gregorio López, esos capítulos se refieren cronológicamente a las persecuciones de Septimio Severo, Maximino y Decio y Valeriano, respectivamente). Veamos el esquema presentado por Schüssler-Fiorenza:

A. Prólogo y salutaciones epistolares 1:1-8

El título 1:1-3

Saludos 1:4-6

Epígrafe 1: 7-8

B. La descripción retórica de las condiciones en que se encontraban las ciudades de Asia Menor 1:9 -3:22.

El autor frente a la situación 1:9-10.

La visión profética como dedicación 1:11- 20.

Las epístolas proféticas a las siete comunidades 2:1-3:22.

C. La apertura del libro sellado: el desastre del Éxodo 4:19:21; 11:15-19

El juicio celestial y el libro sellado 4:1-5:14

Las plagas cósmicas: los siete sellos 6:1-8:1

Las plagas cósmicas: las siete trompetas 8:2-9:21; 11:15-19.

D. El rollo agridulce: la guerra contra la comunidad 10:1-15:4

 

El ángel encargó a san Juan que profetizara 10:1-11:14

La interpretación profética 12:1-14:5

La liberación escatológica 14:6-15:4

C’. La huida de las persecuciones de Babilonia/Roma 15:5-19.10

Las plagas cósmicas: los siete cálices 15:5-16:21

Roma y su poder 17:1-18

El juicio de Roma 18:1-19:10

B’. La liberación del mal y la ciudad de Dios 19:11-22:9

La liberación de los poderes del mal 19:11-20:15

El mundo liberado por Dios 21:1-8

Otra ciudad – la capital de Dios 21:9-22.9

A’. El epílogo y la conclusión epistolar 22:10-21

Los dichos proféticos 22: 10-17

La conclusión epistolar 22: 18-21.[77]

La propuesta de estructuración resulta forzada, sobre todo por el desplazamiento de algunos fragmentos de su propio lugar a otra posición y así lograr la concordancia deseada. El fragmento 11:15-19 que describe la séptima trompeta y las voces celestiales que le siguieron, se ha llevado de la sección D a la sección C para guardar la unidad del ciclo de trompetas. Lo mismo ocurre en la sección C’, donde se inserta el fragmento 15.1 (tomado de la sección D) con el objetivo de mantener la unidad del ciclo de cálices; aquí hay que notar que esos desplazamientos resultan innecesarios; por ejemplo, no hay obstáculo para que la sección D concluyera con el final del capítulo 14. La única ventaja de la estructuración propuesta por Schlüssler-Fiorenza consiste en el intento de enfatizar el carácter excepcional del capítulo 10, en donde el ángel pasa el “rollo agridulce” a san Juan para que lo comiera y para que se llenara del espíritu profético, un motivo muy conocido por los libros proféticos veterotestamentarios.

Es evidente el carácter destacado de este capítulo sin necesidad de recurrir a los mecanismos complicados de la composición quiástica. El capítulo 10 es uno de los centrales, y es de notar que Gregorio López también lo destaca por su posición inhabitual. En el sistema cronológico lineal elaborado por López el capítulo 10 aparece como un punto de ruptura y al mismo tiempo como un nexo que vincula el capítulo 9, en donde se trataba, según el plan cronológico de López, del reinado de Marco Aurelio, Cómodo y el golpe de Estado organizado por Pertinaz, con el capítulo 11, en donde se lee sobre las persecuciones de Severo. El carácter transitorio y vinculante del capítulo 10 resulta, según el plan de Gregorio López, más evidente todavía, porque en el capítulo anterior se trataba de las plagas que causaron los falsos profetas, sobre todo Montano. El capítulo 10 aparece en este sentido como una contraposición al capítulo anterior; mientras que el capítulo 9 versa sobre los falsos profetas, en el 10 se trata la vocación profética verdadera de san Juan y se expone la genealogía de los profetas verdaderos de la Iglesia cuya sucesión se remonta al mismo san Juan: Justino el Filósofo, Policarpo de Esmirna e Ireneo de Lyon;[78] se mencionan también otros autores antiguos, como Dionisio de Alejandría, quien vinculó algunas profecías del Apocalipsis con la época del emperador Valeriano y así prefiguró el enfoque historicista elaborado posteriormente por Gregorio López.[79] San Juan mismo, según la interpretación de Gregorio López, debió de haber prefigurado la historia general de las persecuciones, porque él mismo fue víctima por parte de Cerinto y otros herejes; por eso el apóstol tuvo que comer el “rollo agridulce” para llevar a cabo su servicio profético que conlleva el riesgo de sufrir el martirio;[80] así que san Juan aparece como inspirador y predecesor de los mártires futuros, como san Policarpo de Esmirna o el discípulo de este último, san Ireneo de Lyon.

Para Gregorio López el capítulo 10 es una “bisagra cronológica”, evidente porque en el siguiente se tratará sobre las persecuciones de Septimio Severo, con las cuales, según la idea de López, se tiene que asociar la voz de la séptima trompeta; así que las de Severo marcaron la etapa final de las persecuciones como tales, pero en realidad no sucedió así, al contrario, inauguraron otros ciclos persecutorios. Gregorio López explica esa contradicción al decir que todas las profecías referentes al fin de las persecuciones en la época de Severo se referían en realidad a la cesación temporal de la tormenta; para eso sirvió el capítulo 10, para vincular las secciones anteriores del libro del Apocalipsis,

pues estos tales profetizaron,[81] que quando la séptima voz sonase, no habría más persecución por entonces, porque se acababa la de Severo, como si un Piloto dixese a los pasageros: yo os prometo que para tal hora cesará la tormenta, y no habrá más; esto se entiende para aquel día, pero no los asegura que adelante no haya otras.[82]

Un artículo detallado de Felise Tavo, “La estructura del Apocalipsis: re-examinando el problema perenne”,[83] resulta útil para nuestra investigación porque el autor terminó reconociendo que las maneras de estructurar el Apocalipsis en la base de ciertas indicaciones literarias (como son las teorías de recapitulaciones e intercalaciones) o los intentos de relacionar los fragmentos ubicados en diversas partes del libro según su contenido sustantivo (como la composición quiástica) son demasiado forzados y artificiales, no se sostienen y tampoco tienen algo que ver con el plan original del autor en torno a su propio libro. Según Felise Tavo, todas las peculiaridades del estilo y la composición del Apocalipsis deben basarse en la manera de la lectura acostumbrada en la antigüedad grecorromana, cuando cualquier libro era leído por una persona en voz alta en una reunión; mientras tanto, todas las demás personas que participaban en la asamblea escuchaban atentamente al lector.[84] Por eso el libro del Apocalipsis, igual que casi todos los demás libros antiguos, ha tenido su propio plan diseñado para ser leídos en voz alta en una asamblea (Tavo la llama “The Oral-Auricular Setting”); para eso sirven las reiteraciones, las digresiones, las partes transitivas que vinculan los fragmentos que siguen uno tras otro, las intercalaciones y otros mecanismos retóricos necesarios para fijar la atención de los oyentes o para marcar ciertos puntos que indican la transición temática.[85]

Felise Tavo usa la numeración consecutiva de las visiones proporcionada por el propio autor del Apocalipsis como herramienta para estructurar el libro y enfatizar y destacar ciertas unidades estructurales. Se puede cuestionar cualquier manera de estructurar el Apocalipsis, pero no podemos objetar lo que fue previsto por el mismo autor para numerar ciertos fragmentos y ponerlos en una fila proporcionada. En toda la composición del Apocalipsis destaca el fragmento 21:9-22:5 que describe la visión de Jerusalén celeste. Así que, según Tavo, resulta incuestionable la selección de los siguientes fragmentos como puntos de apoyo para estructurar el Apocalipsis en conjunto:

I. Las siete epístolas

II. Los siete sellos

III. Las siete trompetas

IV. Los siete cálices

V. La Nueva Jerusalén[86]

Parece significativo que después de tantas discusiones acerca de la estructura y la composición del Apocalipsis, los investigadores de la última generación, en sus trabajos más recientes (los de las primeras décadas del siglo xxi) regresan a los planes más sencillos para estructurar el libro. El plan propuesto por Felise Tavo casi no discrepa del plan que había proporcionado Gregorio López en su recomendación metodológica: “Comprehéndese todo en tres sietes”. Claro que López no enfatiza el fragmento sobre la Jerusalén celeste como el punto destacado de su plan, sin embargo, en toda la composición lo de Jerusalén celeste se ve totalmente fuera de la escala del desarrollo histórico del mundo. La época de la Jerusalén celeste, según Gregorio López, tendrá que marcar la perfección espiritual lograda por los seres humanos; será una etapa que habrá de llegar cuando “llegue a ser todo divino” en la sociedad humana, es decir, cuando la historia ceda sus posiciones a la metahistoria, marcada por la nueva época del Espíritu Santo.[87] Por eso no debemos tener duda de que el punto sobre la Jerusalén celeste tendrá que ocupar implícitamente un lugar excepcional en el plan de Gregorio López.

Felise Tavo constata que tal estructura no abarca unos fragmentos muy significativos que se han quedado sin clasificación entre las partes iii y iv y luego entre las partes iv y v del plan. Se trata de los Apoc. 12-14 y 19:11-20:15. El investigador los incorpora para formar el siguiente plan: (i) Las siete epístolas; (ii) Los siete sellos; (iii) Las siete trompetas; (iv) Los capítulos 12-14; (v) Los siete cálices; (vi) Los fragmentos 19:11-20.15; (vii) La Nueva Jerusalén. El investigador notó que esos dos fragmentos siendo incorporados con los cinco arriba señalados, forman también, a su vez, una estructura septenaria. No sólo algunos puntos del plan señalan las composiciones septenarias, como los siete sellos, las siete trompetas y los siete cálices, sino también el plan como tal representa una estructura septenaria. Parece probable que el mismo autor del Apocalipsis, apreciando mucho el número siete podría haber percibido así la estructura de su propio libro. En este caso tenemos que dar crédito a Gregorio López por su excelente intuición en poner la composición séptuple como la base de la composición del Apocalipsis. Otra cuestión es: ¿cómo se podrían estructurar los fragmentos incorporados? Según Felise Tavo, esos fragmentos podrían corresponder con aquellos que Adela Yarbro Collins calificaba como “las visiones no numeradas”.[88] El inicio de cada visión resulta marcado por las formas verbales εἶδον (“yo vi”) o ὤφθη (literalmente “fue visto”). Entonces, para el fragmento 12-14 parece oportuno destacar las siguientes visiones: i) la mujer vestida de Sol, 12:1-17; ii) el dragón, 12:3-7, iii) la bestia del mar, 13:1-10, iv) la bestia terrestre, 13:11-18; v) el Cordero y los 144 000 sellados, 14:1-5; vi) los tres ángeles, 14: 6-13, vii) el Hijo del Hombre y la cosecha en la tierra, 14:14-20. Son, entonces, siete visiones que forman parte de una composición septenaria independiente. Para otro fragmento (19:11-20:15) que corresponde al segundo ciclo de las visiones “no numeradas” (según Yarbro Collins) las mismas formas verbales se usan para distinguir las siguientes visiones: i) el jinete sobre el caballo blanco, 19:11-16; ii) la llamada al banquete del Señor, 19:17-18; iii) la batalla final, 19:19-21; iv) la atadura de Satanás, 20:1-3; v) la primera resurrección y el fin de Satanás, 20:1-3; vi) el gran trono blanco, 20:11; vii) el juicio final, 20:12-15; así que los marcadores que podrían ser usados por convención también descubren otro ciclo séptuple de las visiones.[89]

Esa ordenación de las visiones en dos fragmentos importantes nos parece pertinente y muy lógica, que Felise Tavo pone en duda, afirmando que si el autor del Apocalipsis lo hubiera considerado pertinente, lo diría a sus oyentes o lectores para fijar su atención usando ciertas construcciones retóricas, como lo hacía siempre.[90] Sin embargo, nos guiamos por ese plan porque enriquece y complementa la estructura propuesta por Gregorio López, quien, a su vez, aunque no destaca los fragmentos 12-14 y 19:11-20:15, de todos modos enfatiza la posición destacada de cada fragmento en el marco de la concepción histórico-apocalíptica del ermitaño: los capítulos 12-14 marcan una culminación de las persecuciones intensivas; además el capítulo 12, en donde se dice sobre la mujer vestida de Sol, abre una “narrativa enmarcada” sobre la Iglesia representada en la imagen de la mujer que primero huye del dragón, al que finalmente vence. El fragmento 19:11-20:15 representan las últimas etapas, en que se realizan los últimos actos del proceso histórico: el papa Silvestre representado por el ángel, ató a Satanás por mil años[91] que ya pasaron al momento de la aparición del tratado; así que ese fragmento marca el punto de transición cuando la historia cede su lugar a la metahistoria, marcada por el juicio final y por la visión de la Jerusalén celeste. Así que, aunque sin destacar especialmente esos fragmentos, podemos calificar su posición crucial en el esquema propuesto por Gregorio López.

Caracterizando su método de interpretar el libro de la Revelación, López hace hincapié en la hermenéutica histórico-simbólica, recordándonos su propia definición del Apocalipsis como historia profética disfrazada en figuras. Las figuras o parábolas no son alegorías, son símbolos que aparecen como unos signos condicionales y en su totalidad llegan a ser elementos de un código, cuyo significado ya es sabido a partir de los profetas veterotestamentarios:

 

Muy usado es en la Santa Escritura hablar por figuras o parábolas, como parece en la del Sembrador: grano de mostaza y levadura, y en la Estatua de quatro metales y quatro bestias; que ambas significan las quatro monarquías: los sueños de Joseph y de Faraón; y particularmente, el de Mardocheo viene a propósito, que veía dos dragones, que querían pelear, a cuyas voces se juntaron las naciones, para pelear contra los Justos, y una fuente pequeña redundó en muchas aguas. Y venido a saber, los dragones eran Mardocheo Judío, y Amán, Privado del Rey Asuero, que porque Mardocheo no le daba la adoración que él quisiera, le pretendió matar a él, y a todos los judíos, los quales eran los Justos.[92] Las naciones eran los Gentiles, que pretendieron destruir a los Judíos. La fuente pequeña, que redundó en muchas aguas, era Ester, sobrina de Mardocheo, que siendo doncella oculta, casó con Asuero, por cuya ocasión e intercesión fue librado el pueblo.[93]

Después de haber caracterizado el método simbólico para explicar las figuras del Apocalipsis, Gregorio López dice que tal método no difiere del de los libros veterotestamentarios y así caracteriza la composición del libro basada en las figuras o parábolas:

Este, pues, es el estilo del Apocalipsi, en el qual, entre otras cosas, pone una bestia con siete cabezas y diez cuernos con coronas que persigue a una Muger. La bestia es Roma con su imperio. Las siete cabezas, siete montes sobre que Roma está edificada. Los diez cuernos son coronas, diez emperadores romanos, que persiguen la Iglesia, que es la Muger, y con esto queda la puerta abierta para entender este libro.[94]

Comparando a la Bestia con Roma y su imperio y a la mujer vestida de Sol con la Iglesia que padece persecuciones, Gregorio López coincide con los Padres de la Iglesia, quienes usaban las mismas interpretaciones. Gregorio López usa el sistema tradicional de interpretación de las imágenes clave del Apocalipsis, pero proponiendo una hermenéutica histórica completamente nueva al rastrear la historia del imperio romano en la base del libro del Apocalipsis y calculando los tiempos que deberían haber precedido al reino milenial de Jesucristo y al juicio final. El plan del Apocalipsis que propone Gregorio López es conciso:

De manera, que trata de ocho persecuciones generales de romanos, que después sucedieron: y la primera es la de Trajano, en cuyo imperio comienza este libro: la última la de Diocleciano, las quales pasadas, cesó la idolatría en tiempo de Constantino Magno, y san Silvestre papa. Que fue el ángel que ató a Satanás por mil años, los quales pasados, fue desatado en Otomano, primer gran turco, que es Gog y Magog, que ha más de doscientos y setenta años que comenzó. Después de cuya destrucción, trata del Juicio; y finalmente acaba este libro en Jerusalén la Soberana, que es nuestra Madre y nuestra patria, adonde nos veamos y alabamos al Señor eternamente. Amén.[95]

Gregorio López esboza los puntos clave de su plan: la secuencia general de los acontecimientos cruciales referentes a la época de las persecuciones a partir de Trajano hasta Diocleciano. Los acontecimientos se desarrollan de una manera lineal y progresiva; los eventos de los últimos siglos ya se ven marcados de una dimensión apocalíptica y metahistórica. Todo empieza con la cesación de las persecuciones durante Constantino el Grande; esa misma época es el presagio de los periodos apocalípticos futuros. El ángel que ató a Satanás es el papa Silvestre, bajo cuyos auspicios se ha llevado a cabo el Primer Concilio Ecuménico de Nicea. Luego pasó el periodo de mil años, que de cierta manera prefigura el reino milenial de Jesucristo. Los turcos otomanos, quienes destruyeron el imperio bizantino, aparecen como Gog y Magog, así que los acontecimientos que preceden a la época de Gregorio López, es decir, al siglo xvi, ya dejan de pertenecer a la dimensión histórica, abriendo el inicio del periodo apocalíptico, cuando casi todas las profecías se cumplieron y solamente el juicio final y el establecimiento de la Jerusalén celeste se posponen al futuro. Así son las consideraciones básicas de Gregorio López en torno al libro del Apocalipsis; sin embargo, nos parece oportuno dar un recuento más detallado para entender mejor la visión y el concepto que tenía el ermitaño novohispano acerca de la composición del Apocalipsis de san Juan.

Respecto el destino del libro de la Revelación –historia profética disfrazada en figuras– Gregorio López afirma que todo el libro fue donado por Jesucristo a las siete iglesias de Asia Menor, cuyos feligreses han sido sus destinatarios y lectores: “Nuestro Redentor dexó [el libro] a su iglesia, y particularmente a siete iglesias de Asia”.[96] Según Gregorio López, el autor del Apocalipsis no escribe a cada iglesia por separado sino a todas las iglesias en conjunto; todas las epístolas aparecen como un bloque unido, fortalecido por las frases que podrían ser entendidas como unas fórmulas estables, por ejemplo, “El que tiene orejas oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”,[97] lo que quiere decir que todas las iglesias aparecen como un destinatario colectivo y eso también fortalece la hipótesis sobre la unidad estructural del libro del Apocalipsis. Es decir, las epístolas a las siete iglesias no se habían compuesto por separado para llegar a ser unidas dentro de una obra, sino desde el principio aparecieron como la parte inseparable del libro del Apocalipsis, sirviendo de preludio al drama profético y apocalíptico que ha de empezar a desarrollarse a partir de la época de Trajano, posterior a la muerte de san Juan.

Gregorio López no reconoce ni la teoría de recapitulaciones ni la composición quiástica, ni las otras composiciones que, en vez de ayudar a estructurar el Apocalipsis, solamente complican su entendimiento. Para López el Apocalipsis aparece como la descripción de los acontecimientos futuros que han de ocurrir de una manera secuencial, así que el carácter de la narración es progresivo, cuya conceptualización dramática llega a ser más profunda con el avance de cada capítulo.[98]

La lógica del Tratado del Apocalipsis nos ayuda a entender que Gregorio López divide el libro de la Revelación en dos partes dispares: después de la introducción (capítulo 1) sigue la llamada de Jesucristo que encarga a Juan llevar su mensaje a las siete iglesias (capítulos 2 y 3). A partir del capítulo 5 empiezan las profecías que, según el sistema cronológico de López, se remontan al reinado del emperador Trajano; en el capítulo 4 se incluye la descripción de la liturgia celestial delante del Trono de Dios, y en el capítulo 5 la abertura del libro sellado. Todo esto como el prefacio profético-litúrgico para prefigurar el cumplimiento de las profecías que ya “comienzan a efectuarse”.[99]

Cada imagen de los capítulos 4 y 5 destaca por su carácter simbólico. Gregorio López lo enfatiza en cada caso, comentando cada detalle referente a la liturgia celestial. Los 24 viejos sentados sobre las 24 sillas alrededor del Trono del Señor pueden ser representaciones alegóricas de los 24 libros del Viejo Testamento (aquí López hace referencia a san Jerónimo), pero también pueden ser 24 patriarcas principales (es la interpretación de López), “porque en el capítulo siguiente alaban a nuestro Redentor”.[100] Son representantes de la Iglesia veterotestamentaria y al mismo tiempo algunos detalles de su imagen se remontan a las promesas para los vencedores en la epístola a las siete iglesias.