El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López (1542-1596)

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Ahora vemos que las dudas y las observaciones críticas de la época paleocristiana, de Cayo, de Papías de Hierápolis y de Dionisio de Alejandría llegaron a ser vigentes en la época de la Reforma. Gregorio López no hace recuento polémico alguno en su obra en torno a la autoría del Apocalipsis, pero en su comentario al libro 10 podemos ver una suerte de declaración, en donde manifiesta su posición en torno a aquellos quienes quieren atribuir la autoría del Apocalipsis a Cerinto o a alguna otra persona que no sea san Juan el apóstol. Hay que notar, sin embargo, que Gregorio López conoció la argumentación de Dionisio de Alejandría. Fundamentando su concepción histórica y rastreando la historia del imperio romano en todo el libro del Apocalipsis,[24] él señala a Dionisio de Alejandría como el predecesor en torno a su método histórico-hermenéutico. Tratando de argumentar que en el libro 13 del Apocalipsis se trata de las profecías que se aplican a la época del emperador Valeriano, López cita al mismo séptimo libro de Eusebio, dedicado a Dionisio y en donde, entre otras cosas, se trata de la posición crítica del obispo alejandrino en torno del autor del libro del Apocalipsis y de su dignidad apostólica. Presentando el libro 13 del Apocalipsis como el ciclo de profecías que habrán de caracterizar la época del emperador Valeriano, Gregorio López hace referencia a Dionisio de Alejandría a través de Eusebio: “Dionisio obispo de Alejandría […] lo declaró diciendo: Valeriano es de quien fue revelado a san Juan que le fue dada la boca de blasfemias”. Se trata de la carta de Dionisio a otro obispo egipcio llamado Hermamón, en donde el Papa alejandrino dice sobre la llegada al poder de Valeriano y de su hijo Galieno: “Lo parecido fue revelado a Juan: ‘También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses’” (Apoc. 13:5).[25]

En su comentario al capítulo 10 del Apocalipsis Gregorio López afirma que “otro Ángel fuerte” a quien vio el profeta, llegó para demostrar la dignidad apostólica del autor del libro, es decir de san Juan, para reconciliar las comunidades cristianas del Asia Menor y para combatir a los herejes con sus propias obras:

Otro ángel fuerte […] venía a reconciliar a san Juan con las iglesias de Asia, de las quales estaba apartado por haberle desterrado Domiciano a esta Isla de Pathmos; y era su rostro como el Sol, por dar a entender que les había de nacer a estas iglesias de nuevo el Sol, que ya comenzaba a oscurecerse, porque Cherintho y Hebion, dos Heresiarcas, comenzaban ya a sembrar heregías, y los pies como colunas de fuego, por dar a entender que san Juan había de ser coluna para estas iglesias, con el Evangelio que él escribió contra estos Hereges, y con la predicación y milagros que hizo.[26]

Igual que los demás citados por nosotros, este fragmento nos muestra, que Gregorio López estuvo sumamente convencido en torno de la autoría de san Juan. Le parece inadmisible cualquier opción de atribuir la autoría del libro del Apocalipsis al hereje Cerinto o a un tal “presbítero Juan” quien residía en Asia Menor y gozaba de mucho reconocimiento entre sus correligionarios, o a cualquier otra persona que no sea san Juan Apóstol y Evangelista. Más aún, el fragmento que acabamos de citar nos muestra la convicción de Gregorio López de que el Apocalipsis de ninguna manera fue el texto herético, fue dirigido (igual que el Evangelio de san Juan) en contra de los herejes, sobre todo contra Cerinto.[27] La explicación posible de ese razonamiento de Gregorio López podría consistir en que, según las enseñanzas de Cerinto, el reino milenial de Jesucristo ha de ser terrenal y lleno de muchos placeres carnales; mientras tanto, en el Apocalipsis solamente se dice sobre los mil años que Jesucristo habrá de reinar después de su segunda y gloriosa venida: quizás así, de esa manera, podría haber razonado el ermitaño. Por seguro, Gregorio López conoce las dudas de Dionisio de Alejandría sobre la autoría de san Juan, prefiriendo hacer referencias al mismo sólo cuando le pareciera oportuno.

En torno de la autoría de san Juan, López prefiere seguir la tradición patrística más antigua, cuyo representante más convencido y fuerte fue san Ireneo, obispo de Lyon, quien era discípulo del mártir Policarpo de Esmirna; éste último, a su vez, pertenecía a la generación de los “padres apostólicos” y pudo haber conocido en persona a algunos apóstoles, incluso a san Juan; además, él mismo, es decir Policarpo, era obispo de una ciudad mencionada en el Apocalipsis. san Ireneo, por su parte, siendo obispo de Lyon, pero procediendo del Asia Menor, se había mantenido muy bien informado acerca de la situación en las comunidades cristianas asiáticas y también sobre su historia; por eso él tuvo motivos para reconocer al apóstol Juan como autor del Evangelio que lleva su nombre y también como autor del libro del Apocalipsis.[28] Gregorio López lo menciona para fortalecer su hipótesis de la autoría de tal obra. Comentando el fragmento sobre los siete truenos y las siete palabras que esos truenos pronunciaron y las cuales le fue prohibido escribir a san Juan, López aclara:

Estas siete palabras debían de ser trabajos y persecuciones a estas siete iglesias, como les sucedió en tiempo de Marco Aurelio y Commodo, que padecieron persecuciones, y Policarpo, obispo de Smirna, y quizá las otras crueldades también […], y así de creer, que muchos de los Discípulos de san Juan supieron la revelación del Apocalipsi, y que vino de mano en mano todo el tiempo de las persecuciones para consuelo de los Christianos. De Irineo y Justino, Mártires, Discípulos de san Juan, se sabe que lo interpretaron.[29]

Según Gregorio López, el Apocalipsis no sólo pertenece a san Juan, sino su texto se había conservado gracias a los esfuerzos de los discípulos del apóstol, quienes lo han trasmitido generación tras generación por la cadena de la sucesión apostólica: de los apóstoles a los “padres apostólicos”, etcétera. De verdad, tanto Justino el Mártir como Ireneo de Lyon afirmaban que el libro del Apocalipsis pertenece a san Juan y tiene toda la autoridad apostólica como un libro canónico y sagrado,[30] así que parece significativo que López los hizo dignos de una mención especial.

Para concluir, notemos que la convicción firme de Gregorio López sobre la autoría de san Juan y, por consecuencia, en la dignidad apostólica del autor, nos hace afirmar que la posición del ermitaño novohispano en torno a esa cuestión es abiertamente antiprotestante (basta recordar que Lutero, por ejemplo, no reconocía el Apocalipsis como libro canónico, lo que se dice, a propósito, en el prólogo del Tratado[31]), y por eso muchas argumentaciones que tratan de presentar a Gregorio López como un luterano encubierto, pierden su valor y su carácter fidedigno.

I.II. El sistema histórico y cronológico de Gregorio López: fecha del libro del Apocalipsis

Sobre la fecha en que apareció el libro del Apocalipsis, Gregorio López también demuestra su convicción basada en la tradición patrística establecida ya en el siglo iii. San Juan el apóstol, según afirma esa tradición, experimentó sus visiones apocalípticas estando en el destierro en la isla de Patmos en los últimos años del reino del emperador Domiciano. Gregorio López lo fundamenta por su cronología de persecuciones, también basada en el Apocalipsis. Según esa cronología, hubo 10 emperadores persecutores y al momento de la aparición del libro de la Revelación, ya había pasado el reinado de los primeros dos, porque Domiciano ya estaba por morir cuando san Juan escribió su obra. Primero, Gregorio López dice en el prólogo de su Tratado:

Es de notar, que diez persecuciones generales que la Iglesia padeció, ya eran pasadas las dos, quando san Juan Evangelista escribió este Libro por mandado de nuestro Redentor, porque Nerón, que fue el primer perseguidor, ya era pasado Domiciano, que fue el segundo, el qual desterró a san Juan a la isla de Pathmos, donde escribió este Apocalipsi, murió estando desterrado aquí san Juan, y el Senado Romano le alzó el destierro, de donde volvió a Epheso.[32]

En el capítulo vi, Gregorio López da una breve explicación acerca de las circunstancias en las cuales apareció el libro de la Revelación:

Para entender mejor el principio de este libro, es de notar, que como se dixo en el prólogo de diez persecuciones generales que la Iglesia padeció de emperadores romanos, ya estaban pasadas dos, la de Nerón, que fue el primero, el qual acabó mal, porque él mismo se mató; la segunda, de Domiciano, al qual mataron los criados: éste desterró a san Juan a la isla de Pathmos, el año catorceno de su imperio, y el quinceno murió; y así fue alzado a san Juan su destierro, habiendo estado un año en la isla. Quando san Juan Evangelista escribió este libro por mandado de nuestro Redentor, porque Nerón, que fue el primer perseguidor.[33]

Es cierto que aquí Gregorio López reproduce las consideraciones que eran propias para la mayoría de los Padres de la Iglesia a partir de san Ireneo de Lyon, quien también estaba convencido en que el libro de la Revelación apareció en los últimos años del reino del emperador Domiciano, es decir, en los años 95-96. En el libro V de su tratado “Contra los herejes” Ireneo diserta sobre la personalidad del Anticristo, propone sus versiones acerca de su nombre posible y concluye sus razonamientos de la siguiente manera: “Sin embargo, no me atreveré a declarar eso como el nombre del Anticristo, sabiendo que si hubiera sido necesario anunciar su nombre abiertamente para el tiempo presente, lo declararía por aquella persona que experimentó la Revelación que aconteció no mucho antes de nuestra época, casi en nuestra propia generación (σχεδὸν ἐπὶ τῆς ἡμετέρας γενεᾶς), al final del reino de Domiciano (πρὸς τῷ τέλει τῆς Δομετιανοῦ ἀρχῆς).[34] El obispo de Petovio (actualmente Ptuj en Eslovenia) Victorino, quien murió como mártir en el año 304 durante las persecuciones de Diocleciano, se conoce también como el autor del Comentario sobre el Apocalipsis más antiguo escrito en la lengua latina. En el capítulo 10 de su obra Victorino, igual que Irineo, afirma que el libro del Apocalipsis apareció precisamente durante la época de Domiciano. En un párrafo que nos parece bastante importante, Victorino dice que san Juan fue exiliado para los trabajos forzados en las minas a la isla de Patmos (in insula Pathmos in metallo damnatus) por orden del emperador Domiciano y allí sufrió su experiencia visionaria en torno de los acontecimientos apocalípticos, y luego, cuando ya pensaba que pudiera recuperar la libertad por su vejez, aconteció el asesinato de Domiciano. Después de eso el apóstol resultó absuelto por el Senado[35] y recibió el permiso de mudarse a la ciudad de Éfeso, en donde nunca se cansó de predicar a las comunidades tanto de Éfeso, como de otras ciudades microasiáticas. Casi la misma información transmite san Jerónimo en su catálogo “Sobre hombres ilustres”, añadiendo también que después del asesinato de Domiciano sus órdenes fueron revisadas y anuladas por el Senado por su carácter demasiado cruel e ilegal. Así, por haber suavizado la ley por parte del Senado, san Juan pudo llegar a Éfeso durante el breve reino del emperador Nerva (96-98), en donde permaneció hasta la llegada al poder del emperador Trajano. Estando allá, dirigió sus mensajes pastorales a las comunidades del Asia Menor y falleció teniendo más de 90 años de edad (“en el año sexagésimo octavo después de la pasión de nuestro Señor) y fue sepultado cerca de la misma ciudad en donde residió.[36]

 

Parece importante que los fragmentos arriba citados del Tratado de Gregorio López reproducen de una manera similar los fragmentos de Victorino y de san Jerónimo; creo que no será desacertado decir que el ermitaño podría haber consultado esas fuentes. Al resumir la tradición anterior sobre la fecha de la aparición del Apocalipsis, el ermitaño novohispano la transmitió para las generaciones posteriores de los comentaristas. Más aun, ese punto de vista, formulado por Ireneo, Victorino y san Jerónimo, resumido por Eusebio y transmitido por López, de cierta manera permaneció incólume hasta el siglo xx. Por ejemplo, George Beasley-Murray afirma que “la tradición cristiana unánimemente representa a Domiciano como el primer perseguidor de los cristianos después de Nerón”.[37] Sin embargo, “la tradición cristiana”, a que se refiere el investigador, sólo se limita a los autores como Victorino, san Jerónimo y Eusebio. No podemos pasar por alto la importancia de aquellos autores, sin embargo, ha existido otra parte de la tradición que resultó ignorada tanto por Gregorio López como por los comentaristas de las épocas posteriores.

En primer lugar se tiene que mencionar a Clemente de Alejandría, quien escribe que el trabajo pastoral de todos los apóstoles (incluyendo lo de san Pablo) se ha terminado durante el reino de Nerón (ἡ δὲ τῶν ἀποστόλων αὐτοῦ μέχρι γε τῆς Παύλου λειτουργίας ἐπὶ Νέρωνος τελειοῦται);[38] será lógico concluir que, además de Pablo, aquí se debería agregar también el nombre de san Juan como Apóstol. Parece muy interesante la nota de Epifanio de Salamina, quien en su catálogo de herejías llamado Panarion caracteriza a aquellos que no aceptan el Apocalipsis como libro sagrado. Afirma que san Juan fue exiliado a la isla de Patmos durante el reino del emperador Claudio (προφητεύσαντος ἐν χρόνοις Κλαυδίου Καίσαρος..., ὃτε εἰς τὴν Πάτμον νῆσον ὑπῆρχεν).[39] Esa afirmación parece sorprendente, pero algunos investigadores opinan que aquí no se habla del emperador Claudio quien reinó entre 41 y 54, sino de Nerón, cuyo nombre completo es Nerón Claudio César Augusto Germánico.[40]

Los fragmentos que acabamos de citar podrían parecer poco significantes y quizás por eso Gregorio López los omite para no desviarse de la tendencia básica formulada y transmitida por Eusebio y por los comentaristas latinos del siglo iv. Mientras tanto, es curioso notar que los comentarios que ponen la fecha del Apocalipsis en el tiempo de Nerón son los más antiguos, aunque no hayan formado una rama distinta de la tradición. Sin embargo, merecen una atención especial, porque por su antigüedad y por mantenerse cronológicamente más cerca a los tiempos de san Juan, podrían haber conservado una información perdida o tergiversada por las generaciones posteriores.

Parecen significativos los datos que contiene el famoso Fragmento Muratoriano, cuyo texto, aunque conservado en un manuscrito del siglo viii descubierto por Ludovico Antonio Muratori en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, se remonta a la segunda mitad del siglo II (eso indica, entre otras cosas, la referencia a la muerte del papa Pío I como un acontecimiento reciente, o la afirmación que el Pastor de Hermas, uno de los textos más importantes de la literatura cristiana antigua, fue escrito muy recientemente, en nuestros tiempos –nuperrime temporibus nostris–, cuando el hermano de Hermas, Pío, ocupaba la sede episcopal de Roma en los años 142-157), aunque la lengua del escribano se ve como un “latín bárbaro”, muy característico para el alto medievo, con una ortografía desigual; es un ejemplo de la negligencia con la cual los escribanos medievales copiaban los textos antiguos.[41] Veamos un extracto de ese Fragmento Muratoriano en donde se menciona a san Juan como el predecesor de san Pablo apóstol:

47. […] cum ipse beatus

48. apostolus paulus sequens prodecessoris sui

49. iohannis ordine non nisi nominati sempte

50. ecclesiis scribat

[…]

56. tamen per omnem orbem terrae ecclesia

57. deffusa esse denoscitur et iohannis eni in a

58. pocalebsy licet septe eccleseis scribat

59. tamen omnibus[42]

La traducción castellana dice: “el bendito apóstol Pablo mismo, siguiendo el orden de su predecesor Juan, pero sin nombrarle, escribe a siete iglesias […]. Porque también Juan, aunque escribe a siete iglesias en el Apocalipsis, sin embargo, escribe a todas”.[43] Si según la opinión del autor anónimo del Fragmento,[44] san Pablo seguía “el orden de su predecesor Juan”, eso quiere decir que todas las obras de san Juan, incluso el Apocalipsis, fueron escritas durante los años cuando san Pablo estaba vivo. Según la cronología tradicional, san Pablo murió como mártir entre los años 64-67,[45] es decir, en los tiempos de Nerón; así que se nota que el autor del Fragmento implícitamente afirma que el Apocalipsis también fue escrito en aquellos tiempos o antes.

La opinión sobre la fecha más temprana del Apocalipsis transmitida por la tradición patrística primordial, parece significativa porque en los tiempos modernos surgieron muchos trabajos académicos bien fundamentados que sustentaban la afirmación de que el libro del Apocalipsis había sido escrito en los tiempos anteriores a Domiciano, posiblemente durante el reinado de Nerón, por eso los datos de la tradición alternativa menospreciados por Gregorio López (y no sólo por él sino hasta por algunos autores de los siglos xix-xx como J. B. Lightfoot o G. R. Beasley-Murray) resultaron pertinentes. Recientes investigaciones históricas no son concluyentes en cuanto a persecuciones a gran escala de cristianos en los tiempos de Domiciano.[46] Interesantes son los argumentos del historiador británico Leonard Thompson, quien llegó a la conclusión de que el retrato biográfico de Domiciano dibujado por Suetonio es producto de una calumnia deliberada por parte de los Antoninos quienes, a su vez, se sentían interesados en denigrar a sus antecesores, los Flavios. Los monumentos literarios de la época de Domiciano (las obras de Estacio, Quintiliano y Marcial), los documentos oficiales (incluso la correspondencia real), y la evidencia numismática (la propaganda oficial reflejada en las monedas), fueron elementos para que Thompson se convenciera de que Domiciano no obligaba a nadie a que le llamaran Dominus et deus noster (Nuestro Señor y Dios). Ese título no se refleja en las monedas acuñadas en su época y más aún, el culto imperial, que, como se sabe, siempre había sido amenaza para los cristianos por la necesidad de rendir homenaje divino al emperador, no estaba presente en comparación con lo ocurrido en épocas anteriores, así que sería una exageración hablar seriamente sobre las persecuciones graves durante su reinado.[47]

Las investigaciones modernas no fechan tajante y categóricamente el Apocalipsis con el periodo del reinado de Domiciano –datación también cuestionada por algunos representantes de la tradición patrística temprana que Gregorio López ignoró– no podemos decir si deliberadamente o no. No creemos que la convicción de Gregorio López acerca de la aparición del Apocalipsis en la época de Domiciano podría haber sido de carácter ideológico (como lo hizo en torno de la autoría del Apocalipsis para proponerse, quizá por razones políticas, abiertamente antiprotestante). Nos inclinamos porque la datación del libro corresponde a un sistema cronológico de los acontecimientos apocalípticos elaborado por el propio Gregorio López.

Para fundamentar nuestra hipótesis, nos referimos al capítulo 17, en donde, según muchos investigadores,[48] se contiene una indicación indirecta en torno a la datación del Apocalipsis: la imagen siniestra y monstruosa de la Bestia con siete cabezas, sobre las cuales estaba sentada la gran ramera de Babilonia. Juan dice que se encontró en la condición de éxtasis profética y visionaria, diciendo: “Se me llevó en el Espíritu al desierto y vi a una mujer sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia, que tenía siete cabezas y diez cuernos” (Apoc. 17.3). La mujer tenía en su frente escrito lo siguiente: “Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra”; estaba “ebria de la sangre de los mártires de Jesús” (17.5-6). Subrayo que la expresión “en el Espíritu” (ἐν τῷ πνεύματι) que caracteriza la inspiración profética del autor del Apocalipsis aparece como un marcador estructural que divide el libro en cuatro partes y cada vez indica el lugar de permanencia de Juan o su desplazamiento. En Apoc. 1:10 esa expresión marca la experiencia visionaria de Juan mientras estaba en Patmos; en 4.2: su levantamiento al cielo hacia el Trono de Dios; en 17.3: su traslado al desierto; en 21.10: su subida a la montaña alta.

Los comentaristas de la época patrística y los investigadores modernos identifican a la mujer con Roma y su poder imperial. Gregorio López coincide con la tradición (tanto la anterior como la posterior) cuando dice: “La muger es Roma; la bestia vermeja, su imperio vermejo, con la sangre que derramó de Christianos”.[49] Todos los comentaristas antiguos y modernos y los investigadores académicos opinan que los siete montes sobre los cuales estaba sentada la mujer son las siete colinas de Roma, mientras Gregorio López vincula las siete cabezas de la Bestia con las siete colinas de Roma: “Estas cabezas que tantas veces has oído son siete montes, sobre los quales está asentada Roma, cuyos nombres son Capitolino, Palatino, Marmar Manapoli, Citorio Cavalo y Tarpeyo Aventino, Celio Esquilino, Viminal o Quirinal”.[50]

Luego el autor del Apocalipsis continúa: “Y son siete reyes. Cinco de ellos han caído; uno es, y el otro aún no ha venido; y cuando venga, es necesario que dure breve tiempo” (17.10). Aquí también existe una opinio communis entre todos los comentaristas e investigadores según la cual esos siete reyes representan los emperadores romanos. La cuestión es: ¿con qué personas concretas se tienen que relacionar esos siete reyes y cómo enumerarlos? ¿Qué personaje histórico encabeza la lista?

En la época romana hubo dos formas de hacer la lista de emperadores. Suetonio, el autor de la serie de biografías “Las vidas de doce Césares”, dio a Julio César el primer lugar. Este último, aunque no haya sido emperador en el sentido convencional de la palabra era el fundador de la dinastía imperial. Tácito sigue otro algoritmo, enumerando los emperadores desde Octavio Augusto. La razón de esta forma de contar parece convincente, aunque Julio César se considere como el fundador de la casa imperial; de todos modos después de su asesinato dio inicio la guerra civil y Octavio se asocia con la llegada de la paz a Roma, ya que él, según Tácito mismo, teniendo el nombre de princeps (nomine principis) recibió bajo su autoridad toda la sociedad destruida por las discordias civiles.[51]

Si aplicamos el modelo de Suetonio, los primeros cinco emperadores de la Revelación, es decir aquellos que ya “han caído”, serán Julio César, Augusto, Tiberio, Calígula y Claudio. Por lo tanto, el emperador que “es” tendrá que ser Nerón; es decir, el libro de la Revelación podría haber sido escrito en sus tiempos. Si recurrimos a Tácito y a su manera de enumerar los emperadores, los cinco que han caído tendrán que ser Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón; en este caso aquel que “es” habrá de ser Galba. Si admitimos que la herida de muerte que traía la bestia en una de sus siete cabezas en Apoc. 13:8, se refiere al suicidio de Nerón; entonces, la manera de contar los emperadores aplicada por Tácito parecerá la más razonable y justificada. Al aplicar el sistema de Tácito en la enumeración de los emperadores en Apoc. 17.10, uno llega a la conclusión de que Nerón es el quinto rey que ha caído y Galba debiera haber sido el emperador que ocupaba el trono en el tiempo cuando Juan escribió su Apocalipsis, es decir, desde junio del 68 hasta enero del 69.[52]

 

Ahora veamos qué modelo adopta Gregorio López en su sistema de contar los emperadores. Para entender su concepto se tiene que tomar en cuenta que López emplea un modelo de la escatología que prece­de al triunfo de la Iglesia, según el cual, todos o casi todos los acontecimientos apocalípticos ya se habían cumplido, nada más la segunda venida de Jesucristo y el último juicio se darían en el futuro. López no sólo rastrea toda la historia del imperio romano basado en el texto del Apocalipsis, sino también hace coincidir la historia de la Iglesia cristiana en el mundo romano como la historia de persecuciones, cuando la sangre de los mártires regía los fundamentos de la Iglesia futura, prefigurando y profetizando su triunfo en este mundo. Por eso Gregorio López especifica una reserva significativa, afirmando que no se debe empezar a contar los emperadores con Julio César ni con Augusto, lo que nos hace suponer que él sabía perfectamente sobre las formas de contar los emperadores basándose en Suetonio o Tácito para “identificar” las siete cabezas de la Bestia con los siete emperadores. Al negarse a ver a Julio César u Octaviano como aquellos que personifiquen la primera cabeza de la Bestia, López propone empezar a enumerar desde Tiberio como primer perseguidor, porque durante su reinado fue crucificado Jesucristo:

A Julio César, ni a Octaviano, no se han de contar, porque no persiguieron la Iglesia, que quando Octaviano murió, era nuestro Redentor de quince años; pues has de comenzar por Tiberio, en cuyo tiempo nuestro Redentor padeció, y Pilatos, Ministro de éste, le condeno.[53]

Empezando por Tiberio, López presenta al emperador Calígula como el segundo perseguidor de la Iglesia:

El segundo es Cayo Calígula, que aunque estos no hicieron persecución general, pero quien duda, que en particular persiguiesen como a cosa nueva y que contradecía a su idolatría.[54]

Claudio se cuenta en el Tratado como el tercer perseguidor por haber expulsado a los judíos de Roma.[55] En aquellos años los cristianos todavía no rompieron totalmente con el judaísmo; por eso los poderes podrían haber confundido los unos y los otros, y los cristianos, a su vez, podrían haber sido víctimas de la persecución de Claudio. Después sigue Nerón, que se enumera como el cuarto perseguidor y, en cierto sentido, el primer perseguidor a gran escala:

El tercero fue Claudio que echó los judíos de Roma y es de creer, que porque adoraban un solo Dios; pues también perseguiría a los Christianos por la misma causa. El cuarto fue Nerón, éste no hay que tratar, pues fue el primer perseguidor.[56]

Luego Gregorio López pasa a la figura de Vespasiano sin mencionar a los efímeros emperadores Galba, Otón y Vitelio quienes reinaron entre Nerón y Vespasiano; después sigue el emperador Tito que tampoco se cuenta entre los perseguidores porque nadie sabe si de verdad lo fue; además “le llamaron los suyos Regalo del mundo, por su noble condición”.[57]

“Uno que es” (Apoc. 17.10), según Gregorio López es Domiciano, quien desterró a san Juan a Patmos, así que vemos que Gregorio López se muestra como defensor del sistema cronológico elaborado por Ireneo de Lyon:

Pasados los cinco, dice: Uno es, conviene a saber Domiciano, el qual desterró a san Juan a Pathmos, donde escribió este libro, y el otro aún no ha venido, y quando viniere, conviénele estar breve tiempo. Éste fue Nerba, sucesor de Domiciano, que no imperó más de un año u quatro meses, y persiguió la Iglesia.[58]

En el sistema cronológico de Gregorio López resulta sorprendente su decisión de no contar a los tres que habían reinado entre Nerón y Vespasiano, es decir, a Galba, Otón y Vitelio por ser “tiranos”, es decir, quienes tomaron el poder por una rebelión.[59] Ese punto de vista, aunque no tenga que ver con las fuentes antiguas, parece haber encontrado muchas simpatías en las épocas posteriores y hasta en el siglo xx. George Beasley-Murray usa en el siglo xx un sistema cronológico igual, colocando el libro del Apocalipsis en la época de Domiciano y omitiendo a Galba, Otón y Vitelio de la lista de los emperadores porque, según él, ellos se han visto más bien cómo rebeldes, que como emperadores.[60] Esa afirmación suscitó oposición muy severa por parte de J. Christian Wilson, quien se preguntó retóricamente:

¿Cómo puede Beasley-Murray decir que Galba, Otón y Vitelio se han visto más bien como rebeldes que como emperadores? Tácito los vio como emperadores, Suetonio los vio como emperadores, Dio Casio los vio como emperadores. Durante toda la antigüedad occidental ni una sola lista de los emperadores romanos los omite, ni lo hace cualquier escritor, sea romano, griego, hebreo o cristiano. Por ejemplo, Eutropio dedica más espacio a Galba, Otón y Vitelio que a Cayo Calígula.[61]

Adela Yarbro Collins, investigadora estadounidense contemporánea, también omite a Galba, Otón y Vitelio porque reinaron muy poco tiempo y no alcanzaron a causar molestias a los santos.[62] La autora reproduce casi literalmente a Gregorio López, quien afirmó que esos tres emperadores no pueden ser contados en la lista del Apoc. 17.10 por haber reinado cada uno menos de 20 meses.[63] J. Christian Wilson cuestiona a Yarbro Collins de una manera irónica: “¿Podría alguien omitir a William Henry Harrison de la lista de los presidentes estadounidenses por haber él gobernado sólo 30 días? Mientras tanto, todos esos tres emperadores romanos han estado más tiempo en su cargo que este presidente”.[64]

No es nuestro objetivo de cuestionar, quién de los comentaristas tiene más razón en ubicar el libro del Apocalipsis en los tiempos de Nerón o Galba o en la época de Domiciano. Ambas hipótesis siguen teniendo sus defensores y seguidores. Nosotros nos inclinamos a la datación “nerónica” del Apocalipsis, porque esa posición, según nuestro parecer, tiene más validez histórica y se apoya en múltiples testimonios de las fuentes externas igual que con las indicaciones internas del mismo libro. Sin embargo, tenemos que tomar en cuenta que el razonamiento de Gregorio López, quien trató de fundamentar la tradición que se remonta a Ireneo de Lyon, ha tenido mucho peso no sólo en su tiempo, sino también se ha reiterado en las épocas posteriores, incluso en las obras de los comentaristas del siglo xx.

La pregunta es: ¿por qué para Gregorio López fue tan importante fechar el libro del Apocalipsis en los tiempos de Domiciano? Creemos que no sólo fue por querer corroborar la tradición,[65] sino por presentar a Domiciano como un eslabón de una cadena de los personajes clave, quienes habrían actuado en los procesos históricos como los protagonistas y agentes de una escatología realizada. El panorama profético y escatológico, según Gregorio López, empieza a desarrollarse a partir del reinado de Trajano[66] (para López las primeras imágenes apocalípticas, como la del primer jinete, se reflejan en los personajes históricos concretos, como lo fue el caudillo de los dacios Decébalo, por ejemplo, a partir de Trajano[67]), por eso fue importante mostrar que Domiciano era uno que es en la lista basada en Apoc. 17.10. Los primeros reyes perseguidores, a partir de Tiberio hasta Domiciano, han caído (por eso, para mostrar el carácter más siniestro de la visión sobre las siete cabezas de la Bestia, López omite tanto a los emperadores que no persiguieron a los cristianos (como Julio César, Octaviano o Tito), como aquellos que habían reinado muy poco tiempo y además, según la afirmación de López (no comprobada por las fuentes existientes), llegaron al poder por medio de una rebelión (Galba, Otón y Vitelio). Domiciano es uno que es; el otro que aún no es venido, es Nerba, pero en torno a él, es necesario que dure breve tiempo (Apoc. 17.10) su reinado, porque Nerba es aquel que deberá de haber cedido su trono a Trajano, con el cual comienzan a cumplirse las profecías apocalípticas. Para Gregorio López fue importante afirmar que el libro del Apocalipsis fue escrito en los tiempos de Domiciano, que, a su vez, resultaron los tiempos preapocalípticos: no sólo para solidarizarse con la tradición anterior,[68] cuyos representantes eran Ireneo de Lyon y Eusebio, sino también para justificar su cronología histórico-profética.