La compasión en la antropología teológica.

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El Magisterio pontificio y la compasión

Introducción

Los papas son referencia obligada al hablar de la misericordia-compasión, especialmente en el siglo XX. Como expresa el Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización:

hay una especie de hilo conductor de misericordia crística que une, por ejemplo, el anuncio del Corazón de Jesús, fundamentalmente para el Magisterio pontificio de finales del siglo XIX con la década de 1950, el anuncio del Reino de Cristo, especialmente querido por Pío XI, la propuesta paciente y dialogante del misterio cristiano querida por los dos Papas que presidieron el Concilio Vaticano II, la “civilización del amor” predicada por San Pablo VI, la caridad exaltada por Benedicto XVI y la misericordia proclamada directamente por San Juan Pablo II y por Francisco103.

Efectivamente, se evidencia que el tema de la misericordia se ha convertido en parte relevante del Magisterio pontificio. Es notable cómo la pedagogía de Dios ha hecho que los hombres tomen conciencia de la necesidad de la misericordia-compasión, y esta forme parte de su espiritualidad. Es así que cada pontífice ha agregado elementos que ayuden a explicitar el misterio de Cristo, uno de cuyos referentes es el atributo de la Misericordia.

En esa medida, “la Iglesia no pierde la predicación del corazón de Jesús cuando le presta más atención a la propagación del Reino, no pierde el deseo de la ‘civilización del amor’ cuando busca convertirse a la misericordia”104; es allí donde la misericordia-compasión viene siendo antecedida por temas que se han dispuesto para que esta sea sujeto de reflexión en la teología contemporánea.

Asimismo, la misericordia-compasión es un rasgo fundamental del rostro de Cristo, quien reveló también la verdadera imagen del Padre. Esta categoría primero entró en la experiencia creyente del pueblo de Dios, de ahí que antes de hablar propiamente de dicha categoría es preciso mirar la praxis de las comunidades cristianas, es decir, hay que mirar sus devociones y su espiritualidad. Se nota entonces cómo la misericordia-compasión en principio fue abordada desde el campo de la piedad, y en esa medida se presentó con un tono más sentimental que teologal, tanto así que se hablaba de la misericordia-compasión en principio en el terreno espiritual-devocional. Han sido los últimos papas los que le han dado un sabor más teológico; sin embargo, sus raíces las podemos encontrar en todos los papas del siglo XX e incluso ya en algunos del siglo XIX.

San Juan XXIII

La personalidad de San Juan XXIII está caracterizada por una notable benevolencia y misericordia hacia los demás: toda su vida —como lo afirmaron sus biógrafos— ejerció la caridad pastoral. Con su vida mostró que la misericordia-compasión105 es mejor que la dureza. Esta actitud misericordiosa la plasmó en sus dos grandes encíclicas: Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963), y obviamente en la inspiración de la convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II106.

En Diario del Alma, san Juan XXIII comentó que en el año de 1940 realizó un retiro espiritual donde su tema de meditación fue la misericordia, tomando como referencia el salmo 50. La profundidad con que este pontífice hablaba acerca de la misericordia —luego de este retiro— era excelsa:

La misericordia del Señor no es simplemente un sentimiento del corazón, sino una profusión de beneficios. Si consideramos cuántas gracias descienden al alma pecadora, sencillamente por el perdón de Dios, es como para confundirnos: 1) la remisión amorosa de la ofensa; 2) la nueva infusión de la gracia santificante, como a un amigo, como a un hijo; 3) la reintegración de los dones; de los hábitos, de las virtudes anejas a la gracia; 4) la restitución del derecho a la heredad celeste; 5) la reviviscencia de los antiguos méritos anteriores al pecado; 6) el aumento de gracia que se añade por el perdón a las gracias precedentes; 7) el aumento de los dones que va en proporción con el aumento de gracia, lo mismo que con el avance del sol crecen los rayos y con el incremento del manantial crecen los ríos.107

Como se observa, en el salmo 50 san Juan XXIII realizó una meditación de la misericordia de Dios que transforma al hombre pecador, reflexión que generó en clima de oración y contemplación, sintiéndose él mismo tocado por la misericordia de Dios, y por eso fue que le hizo un elogio a dicho atributo de Dios.

Esa experiencia de la misericordia en la vida de san Juan XXIII se vio reflejada en la convocatoria del Concilio Vaticano II, ante todo en el discurso de su solemne apertura el 11 de octubre de 1962:

Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas.108

Fue así que san Juan XXIII —al convocar el Concilio— dio una clave de lectura: la misericordia, que implica escucha, diálogo, apertura y una mirada esperanzadora de las realidades terrenas, sabiendo que el Dios de Jesucristo se muestra en la misericordia y, por ello, la Iglesia está llamada a transparentar siempre esa característica que brota de Dios.

San Pablo VI

A este pontífice le correspondió clausurar el Concilio Vaticano II. En consecuencia, debió implementar los criterios conciliares para iluminar el quehacer teológico y mostrar los criterios eclesiológicos y pastorales, mostrando con ello la espiritualidad del Concilio. De ahí que san Pablo VI afirmó en la última sesión del Concilio Vaticano II:

Queremos más bien notar cómo la religión de nuestro Concilio ha sido principalmente la caridad y nadie podrá tacharlo de irreligiosidad o de infidelidad del Evangelio por esta principal orientación, cuando recordamos que el mismo Cristo es quien nos enseña que el amor a los hermanos es el carácter distintivo de sus discípulos (cf. Jn. 13, 35), y cuando dejamos que resuenen en nuestras almas las palabras apostólicas: “la religión pura y sin mancha a los ojos de Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones y precaverse de la corrupción de este mundo” (Sant.1,27); y todavía: “el que no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo podrá amar a Dios a quien no ve?” (1Jn 4, 20). (…) El humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho Hombre, se ha encontrado con la religión —porque tal es— del hombre que se hace Dios: ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del Samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. El descubrimiento de las necesidades humanas —y son tanto mayores, cuanto más grande se hace el hijo de la tierra— ha absorbido la atención de nuestro sínodo109.

San Pablo VI —como criterio de lectura del Concilio— presentó la lógica del amor, que debe permear la praxis cristiana, y todo inspirarlo en el seguimiento de Cristo, lo cual debe configurar una pastoral que tenga como criterio hermenéutico el primado del amor, sabiendo que el paradigma es la parábola del Buen Samaritano (Lc 10). Esto condujo a san Pablo VI a proclamar la necesidad de construir la “civilización del amor”, como consecuencia de la espiritualidad que se derivó del Concilio. Así, Espeja Pardo —comentando la “civilización del amor” propuesta por san Pablo VI (1975)— afirma:

La “civilización del amor” llegará “con otro espíritu” que anime las relaciones entre los hombres (DM, 11). Unas relaciones motivadas y promovidas por ‘el amor engendrador de amor, el amor del hombre hacia el hombre, no por interés provisional y equívoco, o por alguna condescendencia amarga o mal tolerada’, sino por la valoración del hombre sobre las cosas y seguridades egoístas; descubriendo la faz de Cristo “en el sufrimiento y necesidad de todos nuestros semejantes” (Pablo VI, en la clausura). El que vive transformando por este amor será “ingenioso para discernir las causas de la miseria, para encontrar los medios de combatirla y para vencerla con intrepidez” (Encíclica PP, 75). En esta nueva civilización ya no tendrá vigencia el criterio de “ojo por ojo y diente por diente”; el perdón y la solidaridad serán objetivo “al que deben tender todos los esfuerzos en el campo social y cultural, económico y político” (DM, 11).110

Espeja Pardo, comentando el proyecto de san Pablo VI, también apuntaló:

Sólo ahí se prueba la verdad de la fe cristiana. Es importante hacerlo notar en nuestro mundo europeo, donde a veces se intenta compaginar esa fe con una práctica idolátrica; hoy para nosotros es más sutil y peligroso el pecado de idolatría que la generalizada situación de ateísmo. El credo cristiano sobre Dios no se reduce a confesar su naturaleza infinita; experimentamos y creemos que Dios es comunión de personas divinas, alegría eterna de compaginar gratuitamente. Por eso ni el hombre individualista ni la sociedad de dominación son imagen adecuada del Dios verdadero. Sólo el hombre solidario, la convivencia o comunión en el amor y la justicia, reflejan y manifiestan el rostro de la divinidad revelada en Jesucristo. Sólo corazones solidarios tienen experiencia cristiana y adoran a Dios trinitario. Desde ahí es posible una “civilización del amor”.111

 

San Pablo VI, al hablar de la misericordia, se inspiró en san Agustín, afirmando de este:

Nos ofrece la fórmula, no sólo verbal sino real, humana y teológica, y que se resume en las dos formidables palabras: miseria y misericordia. Al hablar de miseria, pretendemos hablar del pecado, tragedia humana que se desarrolla en la historia del mal, abismo oscuro que participa hacia una temible ruina. El pecado: (…) ahora es pertinente poner bajo un lente esclarecedor esta noción, la cual ocupa el lugar de la bisagra inferior y negativa de toda la concepción cristiana de la existencia humana, y esto es oportuno porque las ideologías teóricas y prácticas del mundo contemporáneo intentan suprimir el nombre y la realidad del pecado del mundo moderno. Pero otra verdad es la que se impone; otra suerte le es reservada al hombre por la llegada de un designio divino gratuito, omnipotente e inefable: la misericordia (Audiencia general, 20 de marzo de 1974)112.

Pero, si en san Agustín se presenta la experiencia de la misericordia por parte de Dios sobre la vida del hombre para salvarlo del pecado; en María se presenta la misericordia de una manera majestuosa, ya que ella en la mente de san Pablo VI es la dispensadora de la gracia según el querer del Padre113.

Por otra parte, el Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización afirma claramente que en el pensamiento de san Pablo VI “la misericordia es la vía que une la Iglesia y el mundo”, pero para esto la Iglesia debe tomar conciencia de su naturaleza, debe asumir un espíritu de conversión y una actitud dialogante, sin lo cual la Iglesia no podrá manifestar la misericordia de Dios.

Si bien es cierto que el actual papa Francisco proclamó el año jubilar de la misericordia y quiso que la Iglesia hiciera énfasis en las obras de misericordia, este pensamiento no fue ajeno a san Pablo VI, ya que en la Audiencia general del 11 de noviembre de 1964 manifestó:

¿Cuál es la relación que existe entre los dos representantes de Cristo: el pobre y Pedro? (…) Entre las funciones de la autoridad pontificia, la primordial es la del ejercicio de la caridad, la cual, como se sabe, no es sólo ejercida mediante las obras de Misericordia llamadas corporales, sino también, y sobre todo, mediante las espirituales; y éstas son precisamente el contenido específico de la misión benéfica y salvadora del oficio apostólico. Pero esto nos recuerda, y a nosotros los primeros, que si somos auténticos seguidores de Cristo, debemos tener la máxima premura en socorrer a nuestros hermanos en la indigencia y en el sufrimiento. Debemos tener la inteligencia de las necesidades de los otros (Sal 11,1), y con la inteligencia, la compasión; con la compasión, la veneración; con la veneración, la ingeniosidad para llevarles alivio.114

San Juan Pablo II

Fue uno de los grandes papas de finales del siglo XX, pues marcó la vida de la Iglesia en los ámbitos doctrinal, pastoral y social. De ahí que su magisterio sea abundante y profundo. Una de las grandes temáticas suyas fue el tema de la Misericordia. Ha sido el primer papa que le ha dedicado a esta temática una encíclica: Dives in Misericordia (1980).

Pero el tema de la misericordia, aunque san Juan Pablo II le dedica una encíclica, también se encuentra como hilo conductor en otras encíclicas, lo que nos lleva a pensar que es un tema importante en la teología de este pontífice. En efecto, Xabier Pikaza afirma:

El motivo quizá más importante del pontificado de Juan Pablo II ha sido la misericordia de Dios, entendida de forma inmanente (como atributo eterno de Dios) y también en perspectiva económica (como principio de un programa social que se expresa en el despliegue de la libertad, de la justicia y concordia entre los pueblos). De esa manera, el Papa ha querido expresar el misterio divino de forma social, como estímulo y principio de justicia y solidaridad, en contra de los dos principios negativos que han tendido a dominar la economía y vida social de los pueblos en el siglo XX: capitalismo y comunismo115.

Desde el principio del pontificado de san Juan Pablo II —en la primera encíclica Redemptor hominis (1979)—, el papa ya mencionaba la misericordia con ocasión de la “Dimensión Divina del Misterio de la Redención”; allí, refiriéndose a la revelación de Dios, afirmaba lo siguiente: “Esta revelación del amor es definida también misericordia, y tal revelación del amor y de la misericordia tiene en la historia del hombre una forma y un nombre: se llama Jesucristo”116.

Aquí el papa equipara el amor a la misericordia, es decir, que el verdadero amor de Dios por el hombre se expresa en la misericordia. Pero donde se observa —como ya se afirmó— el tratamiento más pleno del tema de la misericordia es en su encíclica Dives in misericordia (año siguiente), donde el papa expresa la teología sobre la misericordia de Dios.

Dicha encíclica está estructurada en ocho partes. La primera parte está dividida en dos acápites: Revelación de la misericordia y La Encarnación de la misericordia. Allí se nos presentó cómo Cristo transparenta a Dios que es Padre lleno de misericordia, y cómo conociendo a Cristo podemos tener una imagen de Dios que se fundamenta en la misericordia. Por otra parte, esta prerrogativa se ha encarnado en Jesús de Nazaret, que hace ver a Dios más cercano al hombre contemporáneo. De ahí que en la misma encíclica se afirmó: “Revelada en Cristo, la verdad acerca de Dios como ‘Padre de la misericordia’, nos permite ‘verlo’ especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando éste sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad”117.

El segundo apartado se refiere al mensaje mesiánico, donde Jesús a través de gestos y palabras muestra cuál es el mesianismo que él propugna, de ahí que san Juan Pablo II en su encíclica afirme: “Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, y el amor operante, el amor que dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad”118. Es que en Jesús el mesianismo es la manifestación del reinado del amor y no la opresión, y el poder ejercido por los gobernantes, su mesianismo está inspirado por el amor que se hace servicio (diaconía) y está motivado por la misericordia.

Pero esa misericordia manifestada por Jesús tiene una génesis veterotestamentaria, que será la inspiración del capítulo III de la encíclica, al expresar:

En el origen de esta multiforme convicción comunitaria y personal, como puede comprobarse por todo el Antiguo Testamento a lo largo de los siglos, se coloca la experiencia fundamental del Pueblo elegido, vivida en tiempos del éxodo: el Señor vio la miseria de su pueblo, reducido a la esclavitud, oyó su grito, conoció sus angustias y decidió liberarlo. En este acto de salvación llevado a cabo por el Señor, el profeta supo individuar su amor y compasión. Es aquí precisamente donde radica la seguridad que abriga todo el pueblo y cada uno de sus miembros en la misericordia divina, que se puede invocar en circunstancias dramáticas.119

En la encíclica el papa presentó en el capítulo IV la parábola del hijo pródigo, donde se muestra ante todo el proceder del Padre misericordioso:

El comportamiento del padre de la parábola, su modo de obrar que pone de manifiesto su actitud interior, nos permite hallar cada uno de los hilos de la visión veterotestamentaria de la misericordia, en una síntesis completamente nueva, llena de sencillez y de profundidad. El padre del hijo pródigo es fiel a su paternidad, fiel al amor que desde siempre sentía por su hijo. Tal fidelidad se expresa en la parábola no sólo con la inmediata prontitud en acogerlo cuando vuelve a casa después de haber malgastado el patrimonio; se expresa aún más plenamente con aquella alegría, con aquel aire festivo tan generoso respecto del disipador después de su vuelta, de tal manera que suscita contrariedad y envidia en el hermano mayor, quien no se había alejado nunca del padre ni había abandonado la casa120.

En el capítulo V, el pontífice polaco mostró cómo en el misterio pascual se presenta plenamente la realidad de la misericordia por parte de Dios. De hecho, la misma encíclica asevera en este punto: “El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, mediante el hombre, en el mundo”121.

El capítulo VI nos habla de “Misericordia de generación en generación”. El capítulo VII alude a la Misericordia de Dios en la Misión de la Iglesia, sobre la cual acota claramente: “La Iglesia debe profesar y proclamar la misericordia divina en toda su verdad, la cual nos ha sido transmitida por la revelación”122.

Por último, san Juan Pablo II nos presenta en el capítulo VIII la “Oración de la Iglesia de nuestros tiempos”, enfatizando: “Es, pues, necesario que todo cuanto he dicho en el presente documento sobre la misericordia se transforme continuamente en una ferviente plegaria: en un grito que implore la misericordia en conformidad con las necesidades del hombre en el mundo contemporáneo”123.

En consecuencia, la misericordia es un tema capital en el pensamiento de san Juan Pablo II; de hecho, este tópico se encuentra en varias encíclicas del pontífice, puesto que aflora, por ejemplo, en la encíclica social Sollicitudo rei socialis (1987), cuando apuntala: “Dios ‘rico en misericordia’, ‘Redentor del hombre’, ‘Señor y dador de vida’, exige de los hombres actitudes precisas que se expresan también en acciones u omisiones ante el prójimo”124.

Asimismo, en la encíclica Redemptoris missio (1990, numerales 9125, 12126, 13127, 23128, 44129). De igual manera, en la encíclica Centesimus annus (1991, centenario de la Rerum novarum de León XIII, 1891) apeló a la misericordia en el numeral 26130.

Otra encíclica donde san Juan Pablo II hizo hincapié en la misericordia de Dios, fue Veritatis splendor (1993, numerales: 17, 18, 95, 104, 105, 112, 118, 119, 120), y reiterará el tema en la encíclica Evangelium vitae (1995, numerales: 9, 25 y 44) y en la encíclica ecuménica Ut unum sint (1995, numerales 93 y 94).

Pero no solo san Juan Pablo II mencionó la misericordia en sus encíclicas, sino también la citó incansablemente en discursos, homilías, etc.

Benedicto XVI

En su corto pontificado de ocho años, Benedicto XVI escribió tres encíclicas: Deus caritas est (25 de diciembre del 2005), Spe salvi (30 de noviembre del 2007) y Caritas in veritate (29 de junio del 2009).

En la primera encíclica (DCE), el papa alemán estuvo empeñado en mostrar en qué consiste el amor de Dios y cómo este, de una u otra manera, también afecta al hombre. En efecto, destacó que la palabra amor es de vital importancia: “El amor de Dios es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros”131. Esto es de vital importancia porque al papa le importaba saber discernir qué significa el amor y cuáles son sus consecuencias en la vida pastoral de la Iglesia.

Fue interesante que este papa abordara la temática sobre la distinción del eros y el ágape, sabiendo que el eros es un amor ascendente y el ágape es un amor oblativo que desciende desde Dios. Sin embargo, para Benedicto XVI, a diferencia de algunos teólogos contemporáneos132, “eros y ágape-amor ascendente y amor descendente nunca llegan a separarse completamente”133. Por el contrario, los dos amores se complementan, teniendo primacía el amor agápico.

 

Ahora bien, este pontífice afirmó claramente que Jesucristo es el amor de Dios encarnado, explicitando:

Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la “oveja perdida”, la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar134.

Al hablar del actuar de Jesucristo, aludió a su famosa parábola, por lo que no pudo dejar de mencionar la parábola del Buen Samaritano. El papa allí nos habló de qué significa prójimo, aduciendo: “El amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora. La Iglesia tiene siempre el deber de interpretar cada vez esta relación entre lejanía y proximidad, con vistas a la vida práctica de sus miembros”135.

El papa emérito sabe que el verdadero amor a Dios se confirma cuando se ama al prójimo. De hecho, él mismo afirma: “Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama”136. El papa Ratzinger con esta encíclica delimitó los fundamentos para saber en qué consiste el amor cristiano.

En su segunda encíclica, Spe salvi (SS, 2007), nos exhortó: “Del amor a Dios se deriva la participación en la justicia y en la bondad de Dios hacia los otros; amar a Dios requiere la libertad interior respecto de todo lo que se posee y todas las cosas materiales: el amor de Dios se manifiesta en la responsabilidad por el otro”137, es decir, que el amor de Dios desemboca en un interés por el otro.

Si en la primera encíclica Benedicto XVI sentó los fundamentos del verdadero amor cristiano, ahora con su tercera encíclica Caritas in veritate (CV, 2009) trató de mostrar cuáles eran las consecuencias de vivir el amor cristiano en la vida social. Este debe permear integralmente al ser humano, pues permite que el hombre se desarrolle plenamente. Nótese que el papa Benedicto XVI hizo eco del papa san Pablo VI cuando habló del desarrollo del hombre.

Ahora bien, para Benedicto XVI

La apertura a la vida está en el centro del verdadero desarrollo. Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida, acaba por no encontrar la motivación y la energía necesaria para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre. Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la vida social. La acogida de la vida forja las energías morales y capacita para la ayuda recíproca138.

El papa en esta encíclica nos está insistiendo en el fondo que el amor permite la apertura, la acogida al otro. De hecho, Francisco Javier Martínez Real desglosa:

Tal es el trasfondo antropológico que, por un lado, conduce a Benedicto XVI a concebir “la caridad como expresión auténtica de humanidad” (CV 3) o, lo que es igual, al ser humano como “hecho para el don” (CV 34) y que, por otro lado, permite entender, en última instancia, que “el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria” (CV 36)139.

Aunque Benedicto no alude de manera recurrente a la palabra misericordia-compasión, no significa que haya sido dejada de lado durante su magisterio. De hecho, podemos afirmar que cuando escribe sobre el amor, ya está dando los elementos teóricos para desarrollar mejor el concepto de misericordia-compasión.

Sin embargo, Benedicto XVI asevera claramente:

En realidad, la misericordia es el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre de Dios, el rostro con el que se reveló en la Antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia y se manifiesta mediante los sacramentos, especialmente el de la Reconciliación, y mediante las obras de caridad, comunitarias e individuales. Todo lo que la Iglesia dice y realiza, manifiesta la misericordia que Dios tiene con el hombre.140

En suma, podríamos inferir que para el papa Benedicto XVI el amor de Dios se expresó en la misericordia, e incluso que la misericordia permea toda la vida de la Iglesia.

Papa Francisco

Si san Juan Pablo II escribió una encíclica sobre la misericordia, Francisco ha hecho de la misericordia programa de su pontificado. En efecto, su magisterio se ha caracterizado por hablar sobre la misericordia; en varios de sus documentos el papa Francisco se ha referido explícitamente a la necesidad de entrar en la lógica de la misericordia.

Kasper —hablando de Francisco— puntualiza:

Es un hombre del encuentro y la praxis, al que le resulta ajena toda ideología unidimensional o, si se prefiere, tuerta. Para él, la realidad prima sobre la idea (cf. EG, 231-233). Su rico conocimiento de la vida no se lo debe a los libros, sino a su prolongada experiencia como director espiritual, provincial jesuita y obispo inmerso en la cultura…141.

Es que Francisco ha sido sensible a la problemática de los hombres, de ahí que “en su teología contextual, este Papa quiere iluminar desde el Evangelio la situación de la Iglesia y de los cristianos en el mundo actual”142. Por ello, está empeñado en dar a conocer el Evangelio, de ahí que escribió la exhortación apostólica Evangelii gaudium donde propuso algunos temas para la reflexión y aportó algunas sugerencias. Como agrega Kasper, “la Evangelii gaudium aborda a fondo el problema de la Iglesia y el mundo actual (…) Sólo desde el Evangelio pueden recuperar su lozanía la fe y la vida cristiana (cf. EG 11)”143.

El papa Francisco ha querido enviar un mensaje de esperanza y alegría, donde la misericordia desempeña un papel importante, como una verdad fundamental del Evangelio. Siguiendo al Aquinate, Francisco acota:

Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden. Allí lo que cuenta es ante todo “la fe que se hace activa por la caridad” (Ga 5,6). Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu. (…) Por ello explica que, en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes144.

Ahora bien, el mismo Kasper ha evidenciado la importancia que asume la misericordia no solo en el lema episcopal del pontificado de Francisco, sino además en gran parte de la manera en la que realiza su acción pastoral:

El centro del Evangelio lo ocupa el mensaje de la misericordia. Ya al ser ordenado obispo, eligió lema episcopal, siguiendo a Beda el Venerable (último tercio del siglo VII y primero del siglo VIII), las palabras: Miserando atque eligendo (mirándome con misericordia, me eligió). Y ahora la misericordia se ha convertido en una palabra clave de su pontificado, que desde el primer día ha elaborado en innumerables alocuciones. Una y otra vez afirma: la misericordia de Dios es infinita; Dios nunca se cansa de ser misericordioso con todos y cada uno de nosotros, con sólo que nosotros no nos cansemos de implorar su misericordia. “Dios no abandona a ninguna persona, no da por perdido a nadie” (cf. EG 3). Un poco de misericordia entre las personas puede cambiar el mundo145.

Francisco mismo añade: “La centralidad de la misericordia, que para mí representa el mensaje más importante de Jesús, puedo decir que ha crecido poco a poco en mi vida sacerdotal como consecuencia de mi experiencia de confesor, de las muchas historias positivas y hermosas que he conocido”146.

Como se observa, la experiencia de la misericordia ha sido de vital importancia en la vida de Francisco; se puede decir que se convierte en una categoría hermenéutica para entender todo su pontificado (desde 2013 hasta hoy). Por eso Francisco, preocupado por los hombres, estableció para el año 2016 el Año de la Misericordia a través de su documento intitulado Misericordia vultus (MV). Allí, el papa mostró que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra”147. Efectivamente, Francisco, siguiendo la continuidad del magisterio del papa san Juan Pablo II, hizo hincapié en que el verdadero rostro de la misericordia nos lo presenta Jesús de Nazaret, por lo cual debe ser entonces la praxis de Jesús la que nos contagie para vivir la misericordia de Dios. Y si es la praxis de Jesús, debe ser la praxis de la Iglesia; de ahí que el mismo Francisco afirme:

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