La isla de la Resurrección

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¿Ismael? No recuerdo a nadie llamado así, la verdad. Parece ser mi amigo, y además de eso, una buena persona.

Los sigo hasta que llegan a sus clases, proceden a registrarse en un libro, para que se les asignara la sala correspondiente. La inspectora les muestra la sala donde deben dirigirse. Van a la sala y se sientan en dos de los bancos que están vacíos, como yo también lo hago en uno de ellos. Hay muchos estudiantes sentados ya. Todos miran a cualquier lado, nerviosos e impacientes. Asumo que ninguno se conoce, a diferencia de Ismael y el joven James.

Mientras “mi otro yo” e Ismael están sentados esperando a la profesora, detrás de ellos se escucha una voz de mujer que dice:

—¿Tienes un lápiz que me obsequies, por favor?

Se están dirigiendo al púber James, debido a que le tocaron la espalda antes de hablar. Nos dimos vuelta todos al mismo tiempo. Es una chica, de pelo rubio y ojos azul mar. Una cara muy blanca y angelical.

—Soy Amanda, por cierto.

Es Amanda. El púber James queda atónito por la belleza de esta chica. Después de algunos segundos, saca la voz y dice:

—So… So… Soy James.

El tartamudeo lo echó todo a perder. Ismael está muerto de la risa. Este joven James había enloquecido con sólo verla, y para ser sincero, también yo. Amanda sonríe al escucharlo, le vuelve a preguntar:

—¿Y? ¿Tienes otro lápiz?

—¡Yo traje muchos, Amanda! —le dice Ismael tratando de adelantarse.

—¡Yo tengo! —El púber James le pasa rápidamente un lápiz a Amanda.

—Gracias, lindo —dice Amanda sonriéndole al pobre James, quien casi se orina al momento de escuchar estas palabras y se sonroja a tal punto de parecer un tomate.

Mientras yo observo a la joven y hermosa Amanda, admirando su completa belleza, se vuelve a poner todo gris otra vez. Su pelo, su cara, sus labios rojos, se vuelve grises y los ruidos de radio vuelven a atacarme. Se incrementa a tal punto que ya no escucho nada y todo se vuelve borroso. Repentinamente, vuelvo a la puerta de mi casa. Clara está mirándome con cara de ansiosa. Asumo que espera que le cuente lo que me pasó esta vez. No puedo ni siquiera mencionarle a Amanda esta vez porque enfurecería. Trataré de ser muy cuidadoso con las palabras.

—¿Y? ¿Qué recordaste esta vez, James? —me pregunta.

—No lo sé, no recuerdo mucho —le digo haciéndome el aturdido—. Recuerdo algunas cosas solamente, una escuela, una sala, y un amigo. Se llamaba Ismael. ¿Lo conoces?

—¿Ismael? Es tu mejor amigo.

—Ya veo.

—¿Y Amanda? ¿Estaba ella allí?

—No. No vi a nadie más en realidad.

Creo que si le menciono siquiera el nombre “Amanda” me golpeará hasta matarme. Clara se queda en silencio y no pregunta nada más. Entramos a la casa. Una vez dentro, sentado en la sala de estar, descansando, ella me pregunta:

—¿Dormirás en tu “agujero” hoy?

—En realidad estaba pensando en dormir contigo —le digo ilusionadamente.

—¿Qué? — Me responde confundida.

Se queda en silencio… de algunos segundos, luego me dice:

—James… Es mejor que sigamos como estamos. Tuvimos una relación muy linda y larga. Pero yo te prometí sólo quedarme contigo por tu condición. Es sólo por eso que vivo contigo y te acompaño en todo momento.

Mis ojos se llenan de lágrimas. No puedo creer lo que estoy escuchando.

—¿Qué ha pasado con nosotros, Clara? —le pregunto muy confundido.

Clara me mira durante varios segundos, pero no responde nada, luego mira hacia abajo y camina lentamente hacia su dormitorio. Trato de comprenderla, no diré nada más, sólo iré a mi habitación. No quiero ir al agujero, es un lugar muy solitario, creo que yo también lo soy, pues me gustaba ese lugar y quizás viví mucho tiempo allí.

Paso la noche sin poder dormir, otra vez, y pensando en recordar un poco más, pero por alguna razón no soy capaz de hacerlo. Mi mente está bloqueada en cierta forma, y tengo el presentimiento de que sólo a través de esos “agujeros”, puedo desbloquear mi pasado... y más importante aún, recuperar mi vida.

II. PREGUNTAS Y RESPUESTAS

Me levanto antes de que Clara despierte. Me visto para poder salir de la casa, ya que quiero recorrer algún lugar que haga reaccionar a mi mente.

Llevo horas caminando, paso por plazas, calles, pasajes, sin encontrar nada aún.

Llego a un centro comercial, en donde decido descansar por un tiempo, para volver a seguir caminando y buscar respuestas. Aparece una anciana y se acerca hasta donde estoy sentado, me mira sonriendo, así que yo también le sonrío, siendo cordial con ella. Quizás la conozco, pero no la recuerdo, obviamente. Se acerca lentamente a mí y me dice:

—Supongo que usted está aquí por la misma razón que yo.

—¿Y cuál sería esa razón, señora? —le pregunté caballerosamente.

—Usted está solo. Solo como un perro. No tiene a nadie, igual que yo. Puedo suponerlo ya que está sentado solo frente a un centro comercial. Nadie viene a un centro comercial solo.

—Tiene toda la razón, señora —le respondo—. Vivo con una persona, pero ella sólo me cuida, no quiere saber nada de mí, sólo quiere cuidarme y que no me pase nada.

—Entonces —me dice la anciana—, ella lo ama más que a nadie en este mundo.

—¿Cómo podría saber eso? —le pregunto confundido.

—Yo acompañé a mi marido hasta el final de los días. Él estaba enfermo, tenía Alzheimer, no recordaba nada, con suerte me recordaba a mí en ocasiones. Pero yo lo amaba más que a nada. Por eso lo cuidaba, no me sentía obligada a hacerlo, hacía todo lo que él quisiera. Él olvidó hasta vestirse e ir al baño. Parecía un bebé al final de sus días. Murió feliz al menos. ¿No cree que sería lo peor del mundo si su esposa un día deja de recordarlo, lo ignora, lo trata mal, y hasta lo golpea, sabiendo que usted la ama incondicionalmente?

¡Qué historia más triste! No puedo creer lo que me está diciendo, su caso era casi idéntica a lo que me está pasando, me siento tan identificado que vi a una Clara anciana en aquella señora.

—A mis hijos también los perdí, uno tenía un dolor de cabeza inmenso. Un día, fue al doctor y no salió más del hospital hasta que murió. El otro se fue de la casa y no volvió nunca más. Mis parientes ya todos fallecieron, era la más joven de siete hermanos. Mis padres no tenían mucho dinero, trataban de alimentarnos como fuera. Una vez, nos quedamos sin casa porque mis padres estaban endeudados con…

¡Viene a mí el fuerte dolor de cabeza y los sonidos de radio otra vez! Mientras estoy escuchando la historia de esta anciana, todo se pone gris nuevamente. El dolor de cabeza y el ruido molesto me atacan poco a poco. Cierro mis ojos para amortiguar el dolor y los ruidos, pero es imposible evitarlos.

Finalmente, todo se va. Abro mis ojos lentamente, y me doy cuenta que no me había ido a ningún otro lugar. Estoy en el mismo sitio, pero lo distinto es que, estoy ahora frente al asiento donde estaba conversando con la anciana hace algunos segundos. No hay anciana, la banca está vacía, aunque el centro comercial está lleno de gente, como en un día de fin de semana, donde está toda la ropa en oferta. No noto nada distinto, quizás este recuerdo es de hace poco tiempo, quizás sólo algunos años atrás. Trato de divisar entre toda la gente si veo a alguien conocido, pero no encuentro a nadie.

Mientras voy caminando hacia la banca, de repente, escucho gritos:

—¡James!, ¡Mi vida! ¡Por aquí!

Intento visualizar de dónde proviene el grito… ¡Es Clara! Es ella quien viene corriendo hacia la banca. Una amable y bellísima Clara, tal vez unos pocos años antes, ya que su aspecto no cambia en nada. En su mirada existe una cálida luz que el sol refleja, y sus ojos verde esmeralda, brillan de amor hacia donde dirige su contemplación. Me volteo a ver y escucho:

—¡Oye! ¡Qué rápido corres!

Soy “yo”. El apuesto James, mucho más joven, que corre hacia su amada y la banca que esperaba ser ocupada por esta pareja. Miro alegremente como se sientan mientras siguen conversando:

—¡Tenía que correr rápido! ¡Hace horas que buscábamos una banca vacía! — dice Clara.

—Es una locura, ¿verdad? —dice el apuesto James—. Déjame preguntarte… ¿sería la primera vez si te digo que “odio” absolutamente los días de oferta en el centro comercial? ¿Es la primera vez que digo esto?

Se ríen ambos a carcajadas, Clara lo mira con su sonrisa adorable y le dice:

—Mi vida, ¡muchas gracias por acompañarme!

—Gracias a ti, por ser tan hermosa cuando eres feliz, mi amor. Disfruto cada segundo de tu felicidad y eso, es lo que me hace más feliz.

La hermosa Clara lo mira con mucho cariño. Luego le dice:

—¿Entonces es verdad que me amas?

—Si no te lo digo con frecuencia, es porque soy un imbécil que no recuerda nada y piensa que te lo ha dicho todos los días. Pero, sí. Te amo, y quiero que seas mi novia. Mi novia “oficial”.

—¿Cómo qué la oficial? —pregunta Clara enojada.

—¡Es una broma! —le dice él sonriendo.

—¿Todo fue una broma? —pregunta caprichosamente.

—No, sólo lo último. Sé que no crees en el matrimonio, pero sí quiero que seas mi novia, y junto con eso, quiero que seas “mi vida”.

—¿Ah, sí? —dice ella muy coquetamente.

—Sí, es muy en serio. Es más, lo haré formalmente.

El joven James se levanta de la banca, y se arrodilla con una sola pierna, mientras que Clara enrojece y se pone muy nerviosa. Le toma su delicada mano y le dice:

—Querida y amada Clara Gutiérrez, ¿me concederías el honor de ser tu novio?

Clara sonríe de alegría y dice:

—¡Por supuesto que sí, mi vida, por supuesto que sí! ¡Te amo!

 

James y Clara se besan apasionadamente. Mis ojos se llenan de lágrimas de felicidad, y un sentimiento de dicha y deleite. Soy el hombre más feliz del mundo en este momento, no puedo ocultar la placidez y prosperidad que se escapa por todo mi cuerpo.

Felizmente los veo besarse por algunos segundos más hasta que todo se fue nublando y opacando, los dolores de cabeza y ruidos radiales empezaron a envolverme hasta no escuchar nada más que pura estática. Adiós, feliz pareja.

De vuelta al presente, me encuentro llorando lágrimas de felicidad, por el recuerdo de Clara, pero al frente mío, está la anciana ahogada en un mar de lágrimas de pena y aflicción, mientras sigue contando su triste historia. Se da cuenta de lo feliz que estoy, por mi sonrisa, y me pregunta molesta:

—¿De qué se ríe, señor?

—¿Qué? ¿Perdón? —le pregunto confundido y avergonzado.

—Yo le cuento mi triste y miserable historia… ¿y usted se queda mirándome con esa sonrisa de oreja a oreja?

—Perdóneme señora, por favor. Estaba recordando algo muy bonito que me ocurrió.

Ella me mira de pies a cabeza, toma su cartera, se levanta de la banca y me dice:

—¡Eres un imbécil!

Se va caminando y se dirige hacia otro lugar, mientras yo me quedo pensando en lo que me acaba de ocurrir. Clara fue, quizás, la persona más importante de mi vida, pero ya tuve otro recuerdo donde estuve con Amanda y nos veíamos muy felices también. Estoy confundido, a más no poder. Estos recuerdos son tan reales que hacen que me sienta enamorado de ambas personas, de una forma inevitable. Sólo me queda esperar a mis próximos recuerdos, y deseo que estos aclaren mi mente. Tal vez pasar por lugares claves, como esta banca del centro comercial, me harán recordar. Tal vez si no hubiese estado allí, este recuerdo nunca hubiese gatillado en mi mente. ¿Quién sabe?

Sigo caminando, pero mi estómago me dice que me detenga y me avisa que ya se acerca la hora de almuerzo. Debo comer algo, de lo contrario, no solamente moriré de loco, sino que también de hambre.

Me acerco a una plaza donde venden papas fritas en un puesto en la calle, saco mi billetera para buscar dinero, y es por primera vez que me doy cuenta, desde que desperté en ese agujero, que mi billetera está muy gorda debido a la cantidad de billetes dentro. Al parecer soy millonario de verdad y me gusta andar con mucho dinero en efectivo. Entonces, mejor iré a comer al restaurant que me plazca. En ese momento, detecto la presencia de una persona, un hombre, que me está mirando, hace un rato ya, desde que saqué mi billetera, probablemente necesita dinero y quiere pedirme prestado. Antes de volver a pensar en otra cosa, el hombre estira su mano hacia mi billetera, tomándola fuertemente para intentarla robar. Asumiendo rápidamente esto, tomo mi billetera con una mano para amortiguar la fuerza ejercida por el sujeto, y con la otra, repentinamente, y con muy buenos reflejos, que hasta a mí me toman de sorpresa, le tomo el brazo a este delincuente, y se lo tuerzo con toda mi fuerza, posteriormente doy un salto y lo golpeo con una patada a la altura de la cabeza. El tipo recibe el golpe y cae al suelo, quedando derribado de espalda en un estado de “noqueo” o desmayo en la vía pública. Mucha gente se acerca a ver qué había pasado, me preguntan:

—¿Qué pasó, señor?

—Este tipo trató de robarme —les digo resumidamente—. Por favor, llamen a la policía para notificar esto y que no vuelva a ocurrir.

De repente, se acerca un tipo bajo y joven, se ubica a mi lado y me dice:

—¡Señor, yo lo vi todo! ¡El trató de robarle y usted lo noqueó tan sólo con una patada voladora en la cabeza! ¿Dónde aprendió a hacer esto, señor?

Me quedo en silencio pensando, cuando de repente se viene una imagen gris a mis ojos, donde golpeo a otro tipo con una patada voladora en la cabeza, aparentemente ocupando la misma técnica de combate. La imagen gris desaparece. Miro al chico, mientras el me mira sonriendo y espera mi respuesta. Antes de decirle algo al joven, empiezan los dolores de cabeza y los ruidos radiales a rodearme y a trastornar el entorno. ¿Viene un recuerdo relacionado con esto? Espero tener más respuestas. Todo se vuelve gris otra vez y se escucha fuertemente en mi cabeza, el cambio de sintonía para pasar al próximo recuerdo.

Regresa la visión a mis ojos, y estoy nuevamente en esa imagen gris, la cual degradablemente se ha vuelto de colores. Yo estoy mirando en el suelo a la persona que acabo de noquear. Estoy en una especie de recinto de color azul colgante, un azul frío y claro, hay sólo una puerta, que está protegida con rejas negras. A mi alrededor, muchos hombres malvados, tatuados y con caras aterradoras gritando vigorosamente, y apuntando a la persona que está en el suelo. Todas estas personas llevan un uniforme sin mangas, el cual es azul también, pero es más bien un azul marino, oscuro, con un número en el bolsillo izquierdo del pecho, yo también tengo uno, al parecer es un número asignado, el mío es el ochocientos veinticinco, y arriba de él tenía bordado el nombre “Jiang Port”. ¡¿Qué?! ¿Estuve en esa famosa prisión de la ciudad? ¡No lo puedo creer! ¡¿Qué fue lo que hice?! ¿Cómo es posible?

Noto algo raro esta vez ¿Qué será…?

¡Es cierto! Esta vez estoy en mi propio cuerpo, no en otro lugar arrojado aleatoriamente, observando los hechos como una tercera persona. Puedo darme cuenta de esto debido a que todos los hombres alrededor mío están observándome mientras celebran. Ya no soy invisible en mis recuerdos. ¿Qué celebran? No lo sé. Supongo que la patada que le di a ese tipo. Otro sujeto grande y abultado se acerca a mí, y me da palmadas en mi hombro, mientras me dice:

—Bien hecho “J.V.”. No peleas tan mal, para ser una perra.

Todos los demás ríen. No sé qué responder a eso. Sólo atino a sonreír junto a ellos. Son mis amigos, creo. De repente, suena una alarma, y todos dejan de reírse inmediatamente, mientras los guardias de la prisión comienzan a entrar al lugar donde nos encontramos, liderado por un oficial a la cabeza. Este oficial tiene un aspecto frío e infame. Está absolutamente serio, como si nada de esto le gustara ni ninguno de nosotros le agradara. Se acerca a mí y me dice:

—¿Qué pasó aquí?

Se adelanta antes el grandulón que me dio palmadas en el hombro anteriormente y le dice:

—Nada, coronel Leckie. J.V. puso en su lugar a este idiota que lo estaba molestando.

—Cállate, gordo —dice enojado—, no te he preguntado a ti. Le pregunto al “Señor Vileneuve”.

Noto cierta ironía en sus palabras. Me mira, luego observa hacia abajo al tipo que se encuentra noqueado en el suelo y luego vuelve a mirarme de pies a cabeza con una mirada disgustada.

—Acompáñeme, por favor —me dice—. Usted tiene una reunión con el director Gomm.

¿Gomm? Presiento que he escuchado ese apellido antes, pero en este momento no recuerdo nada. Acompaño al coronel hacia donde me dirigen, mientras voy saliendo de este recinto mirando para todos lados, en caso de que encuentre algún recuerdo perdido. Llego, después de pasar por varias oficinas, al departamento principal donde se encuentra el director de la prisión.

El coronel Leckie abre la puerta de la oficina y dentro de ella se encuentra el director Gomm. Lo miro fijamente y me doy cuenta que es una cara conocida.

—Señor Vileneuve, pase, por favor.

¡Es Ismael! mi compañero de escuela y mejor amigo en mis años de adolescencia. Él estaba presente en ese recuerdo cuando conocí a Amanda allí, pero ahora luce unos veinte años mayor. Siento alegría de verlo y le digo:

—¡Hola, Ismael! ¡Vaya que has envejecido!

Ismael se sorprende de escuchar esto, y me mira enfurecido. Al parecer lo arruiné todo.

—Soy el señor Gomm para usted, prisionero.

—Perdón, señor Gomm —le digo, tratando de disculparme y seguirle el juego.

¿Qué ocurre aquí? ¿Es Ismael, cierto? ¿Por qué se enfadó? Quizás debo respetar los protocolos.

—Gracias, Frans, por traerme al prisionero —dice Ismael al coronel Leckie—. Puede retirarse desde este momento.

—A la orden, señor —le dice el coronel, quien realiza su saludo militar, procede a retirarse y cerrar la puerta de la oficina.

Ismael mira detenidamente la puerta, hasta notar que ésta ya se encuentra completamente cerrada y vuelve a dirigir su mirada hacia a mí y me grita:

—¡¿Estás loco o qué?!

—De cierta forma, sí.

—No pueden enterarse que somos amigos, James. Tú lo sabes muy bien.

—Perdóname Ismael, es sólo que no recuerdo nada. No sé qué tengo o “no tengo” que decir.

—No me digas esas estupideces ahora, por favor.

—Es verdad, amigo.

—Mira, en este momento no tengo mucho tiempo, te he citado por una razón específica. Alguien anónimamente está pagando la fianza para que salgas de prisión lo antes posible. Es mucho dinero, tanto dinero que podemos dejarte ir en solo un par de días. Pero necesito que pongas de tu parte para salir y que te comportes en lo que te resta en la prisión. Si existe algún historial de mal comportamiento acá, tú sabes que debemos proceder a castigarte, y yo no quiero eso. Quiero que salgas de este lugar. Por lo menos aprendiste algo aquí, aprendiste a luchar y defenderte por ti mismo, eso es algo que no todos pueden hacer.

Aun confundido y tratando de digerir todo lo que está pasando, lo miro a los ojos y le digo:

—Amigo, lo siento, pero debo preguntarte esto. ¿por qué estoy en la cárcel?

—¿Qué? ¿Seguro no lo recuerdas? —me pregunta sorprendido.

—Seguro. No recuerdo nada. Dímelo, por favor.

—Está bien.

Ismael se queda en silencio por unos segundos, y luego me dice:

—Por violación y abuso sexual, James.

Desaparezco del recuerdo esta vez sin ruidos de radio ni dolores de cabeza, y reaparezco en la plaza donde me intentaron robar, la gente me está mirando fijamente. El chico que me estaba preguntando por mis dotes de artes marciales me vuelve a interrogar:

—¿Señor?, ¿está bien ahora? ¿qué le había ocurrido? Estaba pálido y rígido. No pestañaba ni movía un músculo.

—Es una enfermedad… lo siento, me tengo que ir —le digo mientras trato de escabullirme de ese lugar para que la gente no me observe más.

Me voy de la plaza, pero mi mente se queda en la prisión, pensando en que no podía creer lo que había hecho. ¿Abuso sexual, dice Ismael? No soy del tipo de personas que hace eso, es más, es la cosa que más aborrezco de todas. ¿Alguien quizás me habrá denunciado por algo que no hice y me tendió una trampa de la que no pude escapar? Apenas vuelva a ver a Ismael le preguntaré que pasó. Clara quizás no lo sabe, así que no la envolveré en este tema.

Camino hasta que llego a un restaurant de comida china, me alegro mucho porque es una de mis comidas favoritas. Entro, saludo a la mesera y me siento en un lugar cercano a una ventana, y espero por la orden. Mientras tanto, miro a toda la gente que se encuentra en el local, aunque no hay mucha, en realidad. Debe ser por el horario, son casi las cuatro de la tarde. Tengo las manos muy sudorosas ahora, debe ser por lo acontecido en la plaza. ¿Me pasará siempre esto? Al menos mi cabeza no me dolió tanto esta vez. Mientras pienso en otra cosa, veo que una mesera apresurada por entregar su plato, tropieza con la madera del piso y los platos que lleva vuelan por el aire y caen en la camisa de un hombre, que también espera su pedido. El hombre queda con la camisa café, de tanta soya que le cayó, la cara mojada y los pantalones con arroz y carne. Me doy cuenta que el hombre reacciona caballerosamente frente a la situación, se molesta un poco pero no se enfada con la mesera, quien le pide disculpas gestualmente, y él le da a entender que no se preocupe, que comprende completamente la situación y la ayuda a levantarse del suelo, pero mientras están en proceso de ello, ¡la joven vuelve a resbalar por la salsa desparramada en el piso!, y esta vez se lleva al hombre al piso también, pues ella estaba sujetada de su corbata. El sujeto sucumbe en el piso y lo que no se había manchado ahora sí se lo termina de manchar.

—¡Maldición!

El sujeto grita mientras está en el suelo, molesto, evidentemente, por lo sucedido.

—Por favor perdóneme señor por el accidente —le ruega la mesera.

—No sé preocupe, señorita —le dice el tipo sonriendo un poco—, sólo maldigo la mala suerte que he tenido el día de hoy.

Me levanto de mi puesto a tratar de ayudar al señor y a la señorita a levantarse, mientras lo hago, veo que el tipo lleva un nombre bordado en su chaqueta gris, que dice “Jiang Tunnels” en color amarillo. Mi mente lo relaciona directamente con la cárcel de “Jiang Port”. ¿Estarán conectadas, acaso? El hombre, nota claramente que estoy atrapado mirando el bordado de su chaqueta y me dice:

 

—Es donde trabajo. El dueño tiene tanto dinero que compró este restaurant y todos los empleados tenemos derecho a comer aquí gratis.

—Me imagino que tiene tanto dinero que hasta tiene la prisión más grande la ciudad —le digo bromeando.

—Me temo que algún día viviremos en el mundo de Jiang —me indica irónicamente.

Ayudo también a la mesera a levantarse, y luego, observando que ambos están de pie y tranquilos, me despido de ellos. A su vez, el hombre decide pedir comida para llevar. Yo me quedo en el lugar donde me senté al principio, cuando de repente, veo a través de la ventana un cartel gigante, sostenido por un hombre, cruzando la autopista al frente del restaurant. El cartel dice:

“¿Qué hay acerca de la otra vida, Señor Vileneuve?”

¡Es él! Es el mismo sujeto de tez oscura que vi el otro día en la plaza con el cartel. Y está apuntando a mí otra vez. Me levanto rápidamente para salir a buscarlo. Salgo corriendo del restaurant sin haber almorzado absolutamente nada y voy en camino hacia esta persona. Cuando llego a la mitad de la autopista, el muchacho se da cuenta que voy por él, baja su letrero, y empieza a escapar de mí. ¿Por qué lo hace? Quizás tengo cara de matón en este momento. No importa, lo seguiré de todas formas, quiero saber de qué se trata todo esto. Intento cruzar rápidamente por la autopista pero está repleta de autos que pasan y pasan sin detenerse. Miro mientras los autos transitan y noto que uno viene más lento que los demás, espero que pasen todos los autos y atravieso mientras viene este auto lentamente. Logro pasar finalmente toda la autopista, pero el chico ya no está. Sigo buscándolo por las calles, trato de verlo por todos lados pero no encuentro nada.

Bueno, creo que no seguiré buscándolo. Él me quiere a mí, así que no me preocuparé más. Seguiré mi vida tal cual y el me encontrará de alguna manera. A fin de cuentas, es él, el que me envía esos mensajes. De repente, aparece Clara a mi lado, luce muy cansada, respira profundo e inhala fuertemente.

—¡Hola, Clara! —le digo asombrado—. ¿Qué te pasó que vienes tan agitada?

—Te estaba buscando James, por toda la ciudad. ¿Dónde te habías metido?

—Buscaba respuestas que quizás tú no me podrías dar.

—Si es de mí no tengo problemas en decirte, si es de otra persona, no lo sé.

La miro fijamente a los ojos, buscando la respuesta más honesta posible, y le pregunto:

—¿Porque no serías mi esposa, Clara?

Clara se sorprende, pero no me dice nada durante varios segundos. Sólo me mira desconcertada.

—¿Por qué me preguntas eso ahora, James? —me dice.

—Tuve un recuerdo. Muy lindo. Fue cuando nos conocimos en el centro comercial. Te pedí ser mi novia.

—Y lo fui.

—Pero algo me dice que no querías ser más que eso. Ser mi novia era todo. No deseabas más.

—Es cierto, James. Te lo he dicho varias veces, no me gusta la formalidad a través de los papeles, y las firmas.

—¿Y eso que tiene de malo?

—Siempre he creído que no se nos puede arrebatar nuestra parte “animal” que tenemos dentro, de sentirnos libres, disfrutar de nuestra individualidad y volar como las gaviotas. Eso no significa que yo no pueda volar a tu lado.

—Pero yo…

—No es que no quiera compartir mi vida con nadie, James. Al contrario, deseo compartir los momentos más importantes de mi vida, junto a las personas que más quiero en este mundo. De eso se trata esto para mí, nada más.

La miro y le sonrío felizmente. Me alegra mucho escuchar eso. No se lo dije, pero estoy seguro de que ella lo sabe. Yo tampoco quiero estar comprometido en realidad. Sólo busco alguien que me pueda querer y entender. Eso es todo.

Quiero preguntarle por el tiempo que estuve en la cárcel, si en verdad lo de “violación y abuso sexual” es cierto. ¿Pero cómo podré hacerlo? No encuentro la forma aún. No sé ni cómo empezar. No sé si decirle “Clara, ¿soy un violador?” O “Clara, ¿Alguna vez te viole a ti o a alguien más?” esa forma de preguntar puede que revele cosas que Clara no sabe. Mientras sigo pensando, Clara me empieza a mirar y se da cuenta que algo quiero decirle.

—Supongo que eran dos preguntas las que tenías, James. Dime cuál es la otra —me dice sonriendo.

¡Me descubrió! No me queda otra alternativa.

—Clara, ¿alguna vez estuve en la cárcel?

¡Qué bien me quedó! Así simplemente me enteraré si Clara sabe al menos lo de la cárcel, y quizás esta pregunta de a poco me guíe a otra y otra y otra.

—No quiero hablar sobre ese asunto, ni voy a hablar sobre ese asunto otra vez.

—Está bien. Me queda claro —le respondo desalentado.

Al diablo con eso entonces. Clara es muy convincente cuando dice las cosas, prefiero creerle cuando me dice que no hablará más de eso. Además, dijo que si era algo relacionado con ella, que no tendría problemas en decírmelo, eso significa que no tuvo relación con ello. Este rompecabezas aún está vació, no logró ni siquiera colocar la primera pieza. No importa. Fingiré que estoy bien. Miro a Clara, le sonrío nuevamente, pretendiendo que todo está excelente, y le digo:

—Vamos a casa, cariño.

Nos vamos caminando hacia nuestra casa, y a propósito de eso, le cuento a Clara lo sucedido, mientras cruzábamos la autopista:

—¿Sabes? He visto a un tipo dos veces. Es un tipo joven, de tez oscura pelo rapado, barba bien cortada, con chaqueta y pantalones de “Jeans” o vaqueros, como se llame. Esta persona en ambas ocasiones ha sostenido un cartel por encima de su cabeza, el primero decía “¿Por qué escoge esta vida, señor Vileneuve?”.

—¿Qué? ¿Y crees que eso fue dirigido hacia ti? —pregunta Clara poco convencida, al parecer.

—No lo sé, pero después, estaba en el restaurant…

¡Demonios! Mi cabeza me duele. Estoy en medio de la calle, mientras todo se pone gris nuevamente, y los sonidos del tránsito se transforman en cambio de sintonía radial. Esto no me gusta para nada. Veo que Clara me grita, pero yo no la escucho. Está tratando de hacer algo para ayudarme, pero simplemente no puede. Es inevitable. Aquí viene otra vez, mi pasado.

Recobro la vista y los sentidos, aunque a diferencia de la calle donde me encontraba con Clara, aparezco en un lugar muy callado y tranquilo. Estoy acostado en una cama muy cómoda, pero me siento muy adolorido. Miro a mi alrededor, y me doy cuenta que estoy en un hospital.

—¡Señor Vileneuve!

Si no me equivoco, esa es la voz del doctor Reed. Ahí viene. Mientras se acerca a mí, lo veo y me parece que está casi igual a como lo vi la última vez, en su oficina. Este recuerdo no debe ser tan lejano. Estoy en mi cuerpo nuevamente.

—Hola, señor Vileneuve. Finalmente despertó.

—¿Finalmente? —le pregunto.

—Estuvo en coma, por más de un año. Hace algunas semanas demostró síntomas de recuperación. Es bueno verlo de vuelta.

—¡¿Qué?! ¿Qué pasó? No entiendo.

—Lo que pasó fue que, usted fue irresponsable. Nunca debe manejar las cosas que usted no sea capaz.

—¿Qué cosas?

—Me tengo que ir, James. Nos vemos en un rato.

—Pero… ¡doctor!

El doctor Reed se fue. No tenía tiempo de conversar, al parecer. ¿Qué me ha sucedido? Al juzgar por las palabras del doctor, esto fue culpa mía. Alguien más se acerca… ¡es Clara! Me vino a ver.

—Hola, James —me dice seriamente.

¿Qué hice ahora para que Clara esté molesta conmigo otra vez? Eso sonó muy frío.

—Hola, Clara —le respondo amablemente.

No supe que más decir. En este momento no entiendo nada de nada. Sólo trataré de seguir con lo que me digan. Ella me dice:

—Así que te recuperaste milagrosamente, dicen los doctores. Debe ser porque eres una persona muy especial.

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