Las Quimeras De Emma

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CAPÍTULO 2 — NOCHE INOLvIDABLE

Charlotte empujó la puerta del bar, precediendo a Emma que se mantenía en un segundo plano. El sitio era acogedor, pero no estaba tan lleno como ella hubiera imaginado. Era un pequeño local a pie de playa, situado a unos pocos pasos de su hotel. Había una barra al fondo de la sala frente a la cual algunas personas estaban sentadas, y un camarero estaba instalado detrás, preparando bebidas y cócteles de todo tipo. Emma reconoció a Ian, de pie, cerveza en mano, que hablaba con un grupo de personas. Puso su mano sobre el brazo de Charlotte para mostrarle dónde se encontraba el joven. Su amiga reconoció algunas de las caras que habían estado presentes durante la partida de voleibol de la tarde.

La música, muy alta, la tocaba un grupo formado por tres hombres: el cantante, el guitarrista y el teclista. También había una batería, pero no había nadie sentado detrás que tocara el instrumento. Charlotte se fue hacia el bar para pedir dos cosmopolitans, mientras Emma escogía una mesa apartada. Aprovechó para observar a Ian.

Llevaba un pantalón tejano azul oscuro que estaba roto en lugares estratégicos. También vestía una camiseta blanca con la inscripción Born To Be Wild, cosa que la hizo sonreír. Se imaginó que era seguramente el tipo de hombre nacido para ser libre e independiente de los demás. Una especie de intuición. Lo encontraba particularmente guapo y atractivo. Llevaba sobre la cabeza una pequeña boina gris que le daba un estilo un poco bohemio y cierto aire de poeta. Ian parecía absorto por la historia que estaba explicando a sus amigos. Gesticulaba mucho y sus brazos hacían grandes movimientos circulares.

—Ve a hablar con él —dijo Charlotte, posando las dos copas que llevaba en las manos sobre la mesa.

—No. Quizás ni se acuerda de mí.

—¡Ve a decirle que sus tejanos le hacen un culito de muerte!

Emma respondió con una carcajada al comentario de su amiga.

—¿Es así como lo harías tú?

—Para nada. Yo le diría: ¿En tu casa o en la mía? No me ando con rodeos. Cuando un hombre me gusta, voy directa al grano.

—Me cuesta imaginar que puedas hacer eso.

—¿Quieres verme en acción?

—No, gracias. Te creo. No hace falta que me hagas un espectáculo…

—¿Qué espectáculo? —preguntó una voz grave detrás de ellas.

Emma titubeó al darse cuenta de que Ian estaba a su lado. Él le dedicó una gran sonrisa y saludó a Charlotte con la cabeza. Llevaba una lata de cerveza en la mano.

—¿Entiendes el francés? —preguntó directamente Charlotte.

—Mi tía vive en Westmount desde hace unos 20 años. Mi madre tuvo la maravillosa idea de mandarme allí durante el verano cuando era niño, para aprender francés y ampliar mi cultura. Lo entiendo mejor que lo hablo. Falta de práctica —respondió Ian.

Sus ojos no dejaban de mirar a Emma. Estaba totalmente hipnotizado por la joven. Sólo tenía ojos para ella. Decidió tomar la silla a la derecha de Charlotte, la que estaba colocada frente a Emma. Ian no podía explicarse la atracción que sentía hacia ella. Era más fuerte que él. Charlotte rompió el silencio que se había instalado.

—¿Vuelves a Quebec de vez en cuando?

—No tengo muchos motivos para volver, a decir verdad —dijo él clavando su mirada en la de Emma que escuchaba sin decir palabra.

—Te puedo dar un millón de razones para venir más a menudo. ¿Vives en Nueva Jersey?

— No. Mi ciudad, es Nueva York. La llevo tatuada en mi corazón. Disfruté mis visitas a Montreal de todos modos. Una ciudad animada en mis recuerdos.

—Hay coincidencias realmente curiosas en la vida. Nos hemos encontrado a un hombre de Montreal en el ascensor del hotel hace un momento —dijo Emma acariciando su copa con las puntas de sus dedos.

Ian seguía devorando a Emma con la mirada. Charlotte no era una ingenua y sentía la tensión que había entre él y su amiga. Se dijo a sí misma que era el momento de dejar a la pareja sola. Bebió de un solo trago lo que quedaba en su copa, y luego se levantó.

La banda se puso a tocar una canción que le hizo pensar por un momento en un antiguo amante que la escuchaba a menudo en la época en la que compartían la misma cama. Sonrió al pensar en el bailoteo ridículo, que se suponía que debía impresionarla. Habían roto al cabo de unas semanas. Él quería comprometerse, mientras que Charlotte no quería dar ese paso.

—Voy a pedirme otra copa y luego daré la vuelta al bar para buscar amigos —dijo levantándose.

Emma le lanzó una mirada que le suplicaba que no la dejara sola con Ian, pero la ignoró por completo y se fue en dirección a la barra. Ian le propuso a Emma ir a pasear por la playa y ella aceptó. Había luna llena y su reflejo se extendía sobre el océano, azul como la noche. Era una noche muy agradable. Hacía calor, pero no era sofocante como recordaba haber experimentado los últimos veranos. A pesar de la puesta de sol, la oscuridad no era fresca. Reinaba una ligera humedad que calentaba el aire. Ian cogió instintivamente la mano de Emma que no le evitó ni retiró la mano ante su gesto. De hecho, le parecía casi natural sentir su mano con la suya, aunque fueran completos desconocidos.

—¿A qué te dedicas? Háblame de ti —, dijo Emma de repente para cortar el silencio mientras seguía avanzando por la arena.

Ian estaba muy cerca de ella. Ella inspiró y respiró su olor. Era una fragancia especiada y a la vez dulce que llenaba su nariz de delicia. Se sentía atraída por él. Impulsivamente. Sin control alguno, su cuerpo iba hacia él, mientras que su mente lo rechazaba. Una lucha feroz tenía lugar en lo más profundo de su ser.

Charlotte le repetía con frecuencia que pensaba demasiado y que no disfrutaba lo suficiente del momento presente. Le decía a menudo además esa frase llena de sentido: “¡Sólo se vive una vez! ¡Carpe diem!” Emma sabía que llevaba razón, pero estaba arraigado en ella. No poseía la impulsividad de su amiga. Necesitaba actuar como ella esta noche y comportarse sin pensar en las consecuencias al día siguiente. Quizás era el lugar lo que le daba ganas de hacer locuras, no lo sabía. De todos modos, siempre había sido un poco demasiado seria; era un hecho.

—Mi vida no es nada interesante. Pinto. Quiero decir que expongo mis pinturas en una pequeña galería de Brooklyn, pero no soy conocido. Soy una persona non grata. Vivo en Nueva York, en un gran loft cerca de Times Square. Hago pintura abstracta, pero me gano la vida pintando casas. Es irónico cuando uno lo piensa. Soy un artista fracasado. Háblame de ti, Emma. Me tienes intrigado.

—Yo no soy ninguna artista. Tengo un recorrido bastante convencional. Hice estudios de traducción y me gano la vida traduciendo libros del inglés al francés o a la inversa. Nada que sea muy creativo. Nada súper apasionante tampoco. Vivo en un pequeño piso sobre la zona del Plateau por el que pago el doble de lo que vale por la superficie que tiene. Tengo un compañero con el que comparto el territorio, Barney, mi gato siamés. Ahí lo tienes, un resumen de mi vida.

Ella se rio al hablar de su fiel amigo de cuatro patas. Ian sonrió también. Absorbía sus palabras con asiduidad. Se dejaba seducir fácilmente por las mujeres. Las amaba a todas, sin excepción. Las rubias, las pelirrojas, las morenas, las negras, las bajitas, las altas, las flacas, las gordas. Sin embargo, la que tenía delante poseía algo que había buscado desde siempre. No conseguía definir exactamente lo que llegaba a despertar en él. Estaba lúcido y sabía que era más que una atracción física. No tenía intención de acostarse con ella una noche y olvidarla al día siguiente. Quería aprender a conocerla. Poseerla, tanto en cuerpo como en alma.

—¿Tienes novio?

Emma se ruborizó y apartó los ojos.

—No. Nadie.

Su respuesta le alivió. Dejó de andar y le propuso a Emma que se sentaran un momento delante del mar para admirar las estrellas, y disfrutar del momento presente. Emma se sentó primero. La arena se colaba en sus zapatos de tacón y bajo su vestido, haciendo la posición incómoda.

Esta sensación le recordó a la época en la que su padre trabajaba en una cantera en su ciudad natal. La había llevado allí, junto con su hermano Tommy y su hermana Lizzie, y se habían divertido entre las pilas de arena. Ella se hundió demasiado en la arena y su padre había tenido que interrumpir su trabajo para ir a sacarla, bajo los gritos de Lizzie, totalmente aterrorizada, mientras que Tommy se hacía el valiente intentando ayudar a su padre. Billy Tyler la regañó por haberle desobedecido, cuando les había prohibido jugar allí tan sólo unos minutos antes. Era la última vez que había osado hacerse la rebelde. Su padre era un trozo de pan, pero cuando levantaba la voz, se hacía escuchar.

Y entonces, Emma pensó en Charlotte a quien había dejado sola en el bar y se sintió culpable. La sensación desapareció rápidamente en cuanto se acordó de todas las veces en las que su mejor amiga le había hecho lo mismo. Estaba bien con Ian. “Quizás no sea un asesino en serie después de todo”, pensó con una sonrisa.

—Estoy contento de saber que no hay nadie —, dijo él al cabo de un rato.

—¿Ah sí? —respondió Emma mirando el perfil del joven.

—Tengo la impresión de conocerte de toda la vida desde el momento en el que te he golpeado con ese estúpido balón y he venido a pedirte disculpas.

Hizo una pausa y volvió su cara hacia la joven antes de continuar:

—No quiero que me tomes por un psicópata. Nuestro encuentro es todavía reciente. Sin embargo, contigo, me siento como un barco que vuelve a su puerto. No puedo explicarlo. No llego a comprender lo que siento cuando estoy contigo. Cuando te has vuelto hacia mí esta tarde, y te he visto por primera vez… estaba… necesitaba volver a verte. Hablar contigo. Conocerte.

 

Emma había aguantado su respiración intentando asimilar todo lo que Ian acababa de decirle. Deseaba responderle lo mismo, pero no le salían las palabras. Se quedaban atrapadas en su garganta. Era demasiado rápido para ella. Nunca había conocido a un hombre que hablara tan libremente de sus emociones y debía admitir que lo encontraba particularmente vibrante y ligeramente aterrador al mismo tiempo. Su timidez legendaria era un impedimento para poder expresarse.

—Yo me siento bien contigo. También.

Es todo lo que consiguió responder. Ian inclinó su cabeza hacia su compañera y acercó su rostro al de ella. Dudó un instante, pero su boca cubrió la de Emma casi de inmediato. Emma se estremeció de deseo cuando los labios de Ian tocaron los suyos. Su lengua se abrió paso tímidamente para acariciar la de él. Tenía un sabor a cerveza, mezclado con menta. Era agradable y dulce. La mano de Ian acariciaba ahora la mejilla de la joven. Ella encontró este gesto tierno.

Emma compartía los mismos sentimientos que el joven. También tenía la impresión de haberle encontrado y de conocerle desde hacía mucho tiempo. Se atrevió a preguntarse si era esto lo que la gente llamaba almas gemelas. Dos almas que habían sido separadas durante su encarnación y que tenían la misión de volver a encontrarse. Seguidamente puso freno a su imaginación. Sus almas se habían encontrado, pero ella sentía que todo iba demasiado rápido. No era más que un beso y hacía tiempo que nadie la había besado así. Todos sus sentidos estaban alerta. Ian la estrechaba con más ansia y sus caricias se volvían más atrevidas. Ella le animó. Entonces, sus manos se posaron en su cintura. Emma acabó por frenarle suavemente.

—No voy a acostarme contigo esta noche —dijo Emma en voz baja, pero con firmeza.

Ian estaba decepcionado, pero hizo como si nada. Veía que sería en vano. Acarició los cabellos de la joven. La encontraba hermosa y tenía unas ganas irresistibles de perderse en sus ojos verdes. El efecto que esta mujer le causaba era mucho más que físico. Emma se acercó de nuevo a Ian y tomó la iniciativa de besarle. Podría tener una aventura con Ian. Sería fácil. Pero no era propio de ella y sabía que se iba a arrepentir. Era Charlotte la experta en ligues de una sola noche. No ella. Aun así, se sentía tentada de torpedear sus principios. Sólo una vez.

• Tengo ganas de saberlo todo sobre ti, Emma. Por completo. Totalmente.

—Bien. ¿Por dónde empiezo?

***

Charlotte escogió uno de los taburetes de la barra para sentarse. Cogió su teléfono y le escribió un breve mensaje a su amiga para decirle que iba a volver al hotel y animarla a sacar partido de su paseo con su príncipe azul americano. Por una vez, era ella la que había conseguido una cita con un hombre.

— Señorita Riopel, ¿no es así? —preguntó una persona detrás de ella, en francés.

Charlotte levantó la cabeza y reconoció a Gabriel, el hombre del ascensor. Iba un poco “demasiado bien vestido” en comparación con el resto de la gente que se encontraba en el establecimiento, pero no parecía importarle lo más mínimo. Ella sonrió e inclinó la cabeza ligeramente hacia la izquierda.

—¡Gabriel Jones! ¡Desde luego, qué pequeño es el mundo! —respondió Charlotte riéndose.

—Muy pequeño. Y, lo que es más, ¡no la he seguido! —bromeó él, levantando las manos en su defensa.

—¡Por suerte! No me hubiera gustado sentirme acosada —replicó ella riéndose de nuevo.

Emma tenía razón. Era un hombre muy seductor. Sobre todo cuando sonreía, tenía un carisma impresionante del que ella sospechaba que no era consciente. Él le preguntó si podía sentarse en el taburete vacío que estaba a su lado y ella aceptó de buen grado. Le iría bien un poco de compañía y, sobre todo, alguien que hablara la misma lengua que ella.

—¿Tu amiga te ha abandonado?

—No. Está con el hombre que le dio cita esta noche. Creo que están paseando por la playa o haciendo otra cosa —respondió ella guiñando el ojo a Gabriel.

Él sonrió comprendiendo la alusión que acababa de hacer la joven. Encontraba a Charlotte muy divertida y era particularmente refrescante, después de haber pasado dos días con colegas médicos que hablaban de temas delicados propios de su profesión. Charlotte observó de lejos el cantante del grupo que avanzaba hacia ellos.

—¿Estás aquí por negocios o por placer? —preguntó Gabriel después de pedir una cerveza.

—Negocios. Soy redactora de Style Magazine. ¿Y tú? ¿Placer?

Él se rio. Ella le lanzó una mirada divertida.

—No. Trabajo. Si estuviera aquí por placer, no tendría un aire tan serio como ahora, con mi traje de entierra muertos.

Charlotte hizo la forma de una O con su boca, sorprendida por lo que él acababa de decir. No conseguía esconder sus emociones casi nunca, tan expresiva como era.

—¿Eres embalsamador?

Nunca hubiera imaginado que él pudiera tener una profesión tan morbosa.

—No. Médico. Prefiero ayudar a los vivos. Siempre es más tranquilizante para el alma salvar una vida. ¿Piensas realmente que tengo pinta de entierra muertos?

Charlotte puso su puño sobre su barbilla y le observó unos segundos, con aire pensativo.

—Sólo un aspecto demasiado serio, diría yo.

Una mano se posó sobre el hombro de Charlotte. Ella se giró y vio al cantante del grupo, que había estado sobre el escenario desde el principio de la velada, y que se dirigió a ella.

—Hola, yo soy Ryan.

Sus ojos castaños, casi negros, buscaban los de Charlotte, que le evitaban.

—Y yo, soy “no me interesa”, respondió ella en seguida dándole la espalda para volverse hacia Gabriel, con quien conversaba.

El joven soltó una risa nerviosa. Poco acostumbrado a que le mandaran a paseo de esta manera. Le picó la curiosidad y de repente encontró la situación excitante.

—Soy el amigo de Ian. Tú eres Charlotte, ¿no?

—Sí, esa soy yo. Escucha Bryan…

—Ryan. No Bryan…

— Da igual, estoy hablando con este señor, aquí presente. Un caballero de mi ciudad. Encuentro realmente maleducado de tu parte que interrumpas nuestra conversación —explicó ella, con un inglés macarrónico que Ryan encontraba atractivo.

Gabriel contemplaba la escena, tratando de disimular la sonrisa que aparecía, a su pesar, sobre su rostro. No obstante, permanecía mudo. No quería involucrarse en esta historia. Encontraba a Charlotte muy interesante y creía que era una pena que este individuo hubiera interrumpido su conversación.

—Me voy a ir pronto —dijo Gabriel, viendo que el músico insistía.

—Apenas has empezado tu cerveza —le hizo notar Charlotte señalando con el dedo la botella del hombre.

—No quiero que haya líos…

Charlotte se echó a reír. No conocía a Ryan ni tenía ganas de conocerle. Estaba convencida de que Ian le había pedido a su amigo que le hiciera compañía mientras, seguramente, él intentaba seducir a su mejor amiga. Y Charlotte no necesitaba para nada que le hicieran compañía. Era ella quien elegía los hombres con los que salía. Para nada eran ellos quienes la escogían. Le gustaba convencerse de eso. Era una mujer orgullosa, y lo sabía. Estaba en su derecho.

Había decidido, después de su primera relación amorosa, alrededor de los catorce años, que ningún hombre le iba a hacer daño nunca más. Se comportaría como ellos, aunque la mayor parte del sexo femenino condenara su actitud y sus maneras. Sentía que, más allá de esta promesa, tenía un bloqueo y se protegía del amor.

—No le debo nada a este tipo, puesto que no le conozco —dijo Charlotte después de que Ryan hubiera dado media vuelta.

—¡Una mujer con carácter y que sabe exactamente lo que quiere! ¡Bravo! —exclamó Gabriel.

Charlotte puso su codo encima de la barra y apoyó su barbilla sobre la palma de su mano mientras miraba fijamente a Gabriel en silencio. Al cabo de unos instantes, él se puso a reír, incómodo.

—Es la primera vez que conozco a un médico que no es viejo ni aburrido. Así pues, intento recordarme a mí misma que es posible encontrar médicos jóvenes como en Anatomía de Grey —le soltó Charlotte antes de echarse a reír.

Era superior a ella, le encantaba seducir. No importaba quién fuera la víctima.

—Voy a tomarlo como un cumplido. Deberías pasar más a menudo por el hospital, no sólo trabajan conmigo tipos en edad de jubilarse—respondió él jugando con su botella.

—¡No! No me gusta nada la idea... Evito los hospitales cuando no estoy enferma, están llenos de microbios.

—La cita de tu amiga, ¿es alguien a quien conocía de antes? —preguntó Gabriel con curiosidad para desviar la conversación.

Charlotte levantó la mirada hacia su compañero improvisado, su intuición había hablado. Su interés por Emma le había picado la curiosidad. Se preguntó si la pregunta era realmente desinteresada, ya que, de todos los temas posibles, era su mejor amiga el que estaba sobre la mesa.

—No, le hemos conocido esta tarde, en la playa...

—¿Ya es prudente dejar que se pasee sola con un desconocido?

Charlotte le guiñó el ojo a Gabriel, haciendo girar su copa y el hielo que había en el fondo, y luego clavó su mirada en la del médico.

—Tengo la clara impresión que estáis hechos el uno para el otro vosotros dos… Ella no ha parado de comerme la cabeza con que podía tratarse de un asesino en serie…

—¿Y ha ido de todas formas?

— Quizás le he dado un empujoncito... además, se tiene que vivir el momento presente. ¡Carpe Diem! Eso es todo.

Gabriel bebió de un trago el resto de su botella y se levantó. Había decidido volver al hotel. Tenía que levantarse temprano por la mañana. Aunque estaba acostumbrado a dormir poco, era más razonable aprovechar el momento para descansar.

—¿Queréis que os acompañe al hotel? —le preguntó él educadamente.

—¿Por qué no? —respondió Charlotte.

capítulo 3 — cita ausente

Un rayo de sol se había abierto paso entre las cortinas de la habitación de hotel. Charlotte abrió un ojo, luego el otro. Miró la cama al lado de la suya para asegurarse de que su amiga había vuelto sana y salva de su escapada con Ian, pero la cama no estaba deshecha. Se sentó inmediatamente sobre el colchón cuando lo vio vacío. Emma había pasado la noche fuera. Emma, la tierna, la romántica, la tímida, no había vuelto para dormir. Charlotte imaginó que debía sacar un crucifijo y ponerlo en la pared, ya que esto era un acontecimiento fuera de lo común. No pudo reprimir la sonrisa que le cosquilleaba los labios.

Eran las seis de la mañana. Era bastante temprano, pero sabía que Elvie y Alice ya debían de estar en la playa para la sesión de fotos prevista al amanecer. Pensó en la noche anterior. Gabriel y ella habían reído mucho durante el camino de vuelta. Había apreciado el rato que había pasado con el médico. En ningún momento había tenido la intención de tener una aventura con él, aunque no había habido insinuaciones ni de un lado ni del otro. Se habían comportado como dos buenos amigos y eso le había gustado.

Ayer por la noche, las dos amigas habían, inconscientemente, en el transcurso de la velada, intercambiado sus papeles. Charlotte se había dormido con lo puesto y decidió darse una ducha, esperando que su compañera volviera pronto y que Ian no fuera, a fin de cuentas, el asesino en serie que Emma había insinuado y, especialmente, temido antes de salir.

Emma le dio al botón del ascensor y entró mientras se abrían las puertas. Su vestido estaba arrugado, sus zapatos estaban llenos de arena fina y su cabeza rebosaba de recuerdos de la noche anterior con Ian. Habían pasado parte de la noche hablando, besándose y descubriéndose. Se habían dormido uno en los brazos del otro hasta que un vigilante, durante su ronda matutina, los encontró y los despertó. Ian había respetado la decisión de la joven y no habían hecho el amor.

Mientras el ascensor continuaba su ascenso, acarició sus labios hinchados con su dedo índice, recordando la sensación que los de Ian le habían provocado. Miró su reloj. Eran las seis y media. Charlotte debía de estar preocupada. Su primera entrevista era al otro lado de la ciudad y se acordó de que tenían que salir pronto. Tendría que darse una ducha, y comprarse un café o una bebida energética para poder aguantar toda la jornada. A pesar de sentirse todavía en una nube, se daba cuenta de que su cuerpo necesitaba descansar…

 

Al detenerse el ascensor en su piso, dio un salto cuando las puertas se abrieron ante Gabriel Jones, que llevaba un pantalón de jogging negro y una camiseta blanca de manga corta. Había creído que era imposible cruzarse con alguien a estas horas de la mañana, excepto quizás el personal del establecimiento. Él le dedicó una sonrisa y esperó a que ella saliera antes de entrar en la cabina. Le deseó que tuviera un magnífico día. Gabriel salía a correr, una costumbre que había adquirido durante su época universitaria para ayudarle a concentrarse en clase y liberar el estrés que tenía que soportar en época de exámenes.

Emma se dirigió a su habitación dando saltitos, sujetando ahora sus zapatos de tacón con su mano izquierda. Redujo su velocidad cuando se dio cuenta de que la puerta de la habitación estaba abierta. Reconoció la voz de Charlotte que hablaba con otra voz grave y cálida, con un ligero acento británico. Llegó a la conclusión de que era Candice Rose. La jefa de su amiga. El pánico la invadió en seguida, en cuanto se dio cuenta de la impresión que debía dar. La mujer adivinaría de inmediato que había pasado la noche fuera.

—Estaré con vosotras esta mañana —dijo Candice.

—¿No te fías de mí? —respondió Charlotte poniéndose en guardia.

—No es eso. Tú lo sabes bien. Quiero ver cómo funciona todo en la práctica —se defendió Candice.

Emma aprovechó este momento para entrar en la habitación y observó a las dos mujeres que habían tenido el reflejo de mirar en su dirección en el momento en el que hizo su aparición. Candice se puso a examinar a la joven de la cabeza a los pies. Su mirada se posó sobre su cintura, sobre sus piernas y, durante un breve instante, sobre su pecho. Emma tuvo la impresión de ser juzgada por un momento. No le gustaba la cosa, pero no dijo nada. Sabía que había cometido un error y no quería echar más leña al fuego sin motivo. Además, se sentía «de clase baja» con su ropa toda arrugada de la noche anterior frente a esta mujer que tenía aires de ricachona. Charlotte rompió el silencio.

—¡Ahí estás! Candice nos acompañará esta mañana. Ve a darte una ducha, te esperaremos para ir a almorzar.

—¿La noche ha sido complicada? —preguntó Candice que no había apartado los ojos de Emma y la voz de la cual no mostraba ninguna emoción.

Emma no hubiera sabido decir si estaba enfadada o era sarcástica. Prefería permanecer en silencio y mirarla durante un instante. Era una mujer hermosa que debía de ser mucho más joven de lo que parecía en realidad. Iba sobriamente vestida, pero con gusto, y llevaba nombres de grandes marcas que Emma no podría pagarse con su sueldo actual. Sus cabellos eran rubios y caían a capas sobre sus hombros. Nada de mechas locas o cabellos rebeldes. Llevaba una blusa blanca con un único botón desabrochado arriba, bajo una chaqueta de traje negra, y hasta llevaba una corbata. Su pantalón era negro, estilo traje, para completar su look andrógino que era al mismo tiempo muy femenino. Emma había tenido pocas ocasiones de cruzarse con Candice; sin embargo, cada vez, le hacía pensar en una abogada por su aspecto profesional y distante.

—Me doy prisa —farfulló Emma cogiendo un pantalón y una camisa de su maleta.

Candice siguió a Emma con la mirada mientras ella se dirigía hacia el baño sin dejar de escuchar a Charlotte que le explicaba el itinerario de la mañana. Comprendía que la joven debía de haber pasado la noche fuera y seguramente acompañada. Sus ojos estaban ojerosos, cansados, su vestido estaba arrugado y manchado de arena mientras que sus cabellos estaban despeinados. Al contrario de lo que la gente podía pensar, no era fácil engañarla ni era estúpida. Observaba mucho a la gente y, por su lenguaje corporal, era capaz de adivinar quiénes eran. Candice había vivido mucho. Había visto en seguida que Charlotte no era una santa y que coleccionaba hombres y aventuras. Durante una gala benéfica, un socio de negocios de su marido se había ido de la lengua, sin conocer el vínculo que unía a las dos mujeres. A ella le había hecho gracia el detalle. Era su vida privada después de todo y no tenía ningún derecho a opinar sobre esa parte de su vida. Bueno, siempre y cuando eso no afectara la revista. Para ella era cuestión de honor separar las dos esferas de la vida.

—Si tu vienes, Emma podría quedarse aquí. Puedes ayudarme con mi inglés si me equivoco… —propuso Charlotte de pronto.

—No. No la he traído aquí para pagarle un viaje de placer y para que se pase las noches ligando y los días durmiendo. Y tampoco estoy aquí para llevarte de la mano, Charlotte. Quiero observar a Emma trabajando. Quiero ver en quién invierto mi dinero.

Charlotte le dedicó una sonrisa a su jefa. Estaba totalmente en lo cierto, aunque tenía una manera de expresarse que no dejaba lugar a la interpretación. Su tono no era para nada suave. Decía la verdad sin tapujos. Un rasgo de la personalidad que Charlotte también poseía y que, a veces, podía provocar choques entre las dos. Cogió su bolso y metió dentro su grabadora, su cuaderno y dos bolígrafos. Candice observaba a su redactora con satisfacción.

Las dos tenían varios puntos en común. Estaba bien no tener que soportar gritos y lágrimas cada vez que decía lo que pensaba o que subía la voz. Candice no se andaba con rodeos y era siempre expeditiva. También apreciaba a Charlotte por sus cualidades, como su ambición, su franqueza y su impulsividad, que le recordaban sus propios comienzos. Estaba ya muy al fondo de su memoria y había llovido mucho desde entonces. Ella tenía defectos, entre los cuales el de ser demasiado dura con la joven, porque quería que llegara casi a la perfección. Charlotte tenía talento de verdad y Candice esperaba verla triunfar sin auto sabotearse, como había visto hacerlo tantas veces a sus antiguas redactoras.

Emma terminó saliendo de la ducha al cabo de unos diez minutos. Estaba fresca como una rosa y se había maquillado sobriamente. Encontró a las dos mujeres que seguían hablando de su estancia.

—¿Espero que serás capaz aguantar todo el día? —preguntó Candice mientras cogía su bolso que había dejado encima de la cama.

—Vamos a pedirle un buen café solo, y ya verás, va a aguantar —replicó Charlotte por Emma.

—Creo que está capacitada para responder ella misma, ¿a menos que sea muda?

—Estoy en plena forma. No voy a decepcionaros, Señora Rose.

***

Fue el teléfono lo que despertó a Ian. Entreabrió los ojos y vio que eran ya las tres de la tarde. Recogió el aparato, que había dejado de sonar y se dio cuenta de que tenía una llamada perdida de Lilly Murphy. Con la mente un poco espesa, cogió su paquete de cigarrillos y se acordó de que estaba en la habitación de invitados de la casa de verano de los padres de Ryan. Sacó un cigarrillo del paquete que estaba al lado de su teléfono móvil y lo encendió después de haberse acercado a la ventana. Pensó por un momento en Emma y sonrió tontamente, luego su sonrisa desapareció en cuanto pensó en Lilly. Ian inspiró el humo de su cigarrillo y marcó el número de la joven para devolverle la llamada.

—Soy yo, Lilly, ¿qué pasa? —preguntó cuando una voz de mujer respondió después del segundo tono.

—Lo mismo te pregunto. Intento contactarte desde ayer por la noche.

La inquietud presente en su voz había dejado paso a la cólera.

—¿Ha pasado algo grave?

Ian suspiró y se puso a observar una grieta en el pavimento de madera blanca que recubría el suelo.

—No. No volviste ayer por la noche. No me has llamado para informarme ni me has mandado un mensaje. Tu jefe ha dejado un mensaje, porque te estaba buscando, imagínate. ¿Cómo crees que me he sentido?

—Me he cogido el día libre. Me quedé despierto hasta tarde y bebí un poco. He preferido dormir en casa de Ryan...