Avenoir

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Lo solté sin pensar, dejando que las palabras se atropellaran las unas con las otras intentando explicarme lo mejor posible. Si era un coma no tenía nada que perder, y si no lo era, había hecho bien en no maquillar la situación. Aunque segundos después me arrepentí al no haberlo explicado con mucha claridad, pero los nervios eran muy traicioneros y no lo podía evitar.

Se incorporó y suspiró, pero no de desesperación, sino como si le hubiese contado un suceso completamente normal que tenía explicación, y no había razón alguna para alterarse. Me desconcertó bastante, pero dejé que hablara, que me diera su opinión.

—No estás loca, cielo —Soltó sin más—. Según todos los libros que he leído sobre viajes en el tiempo, y con todo lo que me has contado, creo que la vida te ha dado una segunda oportunidad.

Se me congeló la sangre y volví a sudar. La idea de haber retrocedido en el tiempo de verdad me aterrorizaba, no encontraba la lógica por ningún lado. Necesitaba argumentos más sólidos, así que asentí y seguí escuchando para intentar atar cabos.

—Déjame que me explique, cielo: tu vida del futuro, es decir, tu presente, no era la vida que te correspondía. Has roto el ciclo de tu destino correspondiente. No estoy cien por cien segura, pero creo que tienes una segunda oportunidad para escoger tus verdaderos caminos predestinados. Todo esto está basado en la idea de la Teoría del Destino de los Estoicos, que era una escuela filosófica donde hablaban sobre «un eterno retorno». Basándome en su teoría, puedo decir quizá que el universo te ha traído a este momento en el tiempo porque está a punto de suceder algo, algo que tú escogiste mal. El destino tenía preparadas cosas para ti, y por alguna extraña razón, debiste cometer un error que provocó otros errores en los destinos de los demás, rompiendo así un hilo clave en el espacio-tiempo. Según el filósofo Crisipo: «La razón por la cual se han producido los acontecimientos pasados, se producen los acontecimientos presentes y se producirán los acontecimientos futuros».

»No sé si me he explicado con claridad. En conclusión, no hay nada que deba preocuparte, simplemente debes seguir tu destino.

Mi cerebro procesaba demasiado rápido toda la información que mi abuela había soltado en aquel breve instante. Las ideas me taladraban la cabeza y no le veía sentido a nada de lo que decía, pero lo hablaba con tal naturalidad que cualquiera la hubiera creído. Parecía que me estaba leyendo la mente, como si ya supiera de lo que estaba hablando. Decidí pensar que lo que me decía era verdad.

—Creo que te he entendido, pero… Suponiendo que es verdad, ¿ahora tengo que hacer algo distinto a lo que hice en mi anterior vida? —Intentaba atar cabos, pero ni siquiera sabía cuáles eran.

—Exacto. Déjate llevar y, si ocurre algo más, mi puerta está siempre abierta para ti, cielo.

Me seguía sorprendiendo la naturalidad con la que hablaba del tema. Aunque llevase toda su vida tratando con teorías del estilo, solo las había leído, no experimentado. Verla hablar con tanta tranquilidad me generaba una rara sensación, causándome un escalofrío por todo mi cuerpo. Pero era mi abuela, no me mentiría ni me diría nada que pudiera perjudicarme. Fuera verdad o no, era lo único que podía hacer.

—Ahora debemos pensar en un suceso que te llevó al punto en el que terminaste.

—Como comprenderás, no me acuerdo de mis planes exactos en esta época… —No pude evitar el temblor en mi voz. Todo me parecía demasiado surrealista, pero necesitaba meterme en el papel por si acaso esto no era un coma y mi abuela tenía razón.

La vi pensando concentrada, con dos dedos acariciándose las sienes, como si así le trabajara mejor la cabeza.

Yo ni me esforzaba en pensar, ya que mi mente estaba completamente bloqueada intentando procesar la situación que mi abuela me había presentado. Sentía miedo, pero a la vez una emoción extraña.

—¿No te ibas de acampada mañana? Al menos eso me contaste el otro día. Bueno, dudo que te acuerdes de que me lo contaste, pero…

—¡Sí! —Mi mente empezó a fluir y recordé la acampada de la que me hablaba mi abuela. Los recuerdos empezaron a aparecer como si les acabara de abrir la puerta, una puerta que llevaba muchos años cerrada. Más que una acampada, eran unas vacaciones a la casa rural de una amiga, si se le podía llamar así—. Ahí es donde dejé a Ethan.

Ethan. Qué raro se me hacía pronunciar su nombre, el recordar los tiempos en los que estábamos juntos. Dos adolescentes con una vida por delante, que decidieron seguir sus vidas por caminos distintos. Aunque, corrigiendo, no decidieron, más bien decidí. Ya ni me acordaba de por qué hice eso. La impulsividad era una de las cualidades que me caracterizaban en mi adolescencia.

En un futuro me arrepentí, pero nunca pensé que pudiera llegar a ser la primera causa del inicio de mi descarrilamiento. Él ya no me hacía feliz, ya no conectábamos, y creía que era lo correcto. No luché por nosotros, tiré la toalla y empecé una vida completamente distinta a la que estaba acostumbrada. Viéndolo con más de veinte años de diferencia, quizá sí que rendirme no era lo que debía hacer, pero la gente se puede equivocar y no por ello resucitar en el pasado. ¿Tanto afectó una ruptura adolescente en la vida de los demás? Tenía que darle más vueltas al asunto para entenderlo mejor, rebuscar entre el pasado y abrir más puertas de mi mente.

Mi abuela concluyó sonriendo de oreja a oreja, y se acabó la galleta que había dejado.

Aunque ella parecía convencida por sus argumentos, yo seguía sin descartar la idea del coma. Igualmente, no perdía nada por intentarlo, tampoco podía hacer mucho más. Además, seguía sintiendo ese sentimiento de excitación ante la idea. No podía explicarlo ni justificarlo, debería estar aterrorizada, pero en cierta manera, mi corazón estaba deseando emprender esta aventura tan descabellada.

—Ahora ya sabes, no rompas con él. Sé que lleváis un tiempo mal, pero todo problema tiene solución, y tú ya sabes que dejarlo no lo es. De momento céntrate en esto y cuando lo hayas solucionado ya hablaremos de tus otras decisiones. Y recuerda, la comunicación es la clave para el éxito de una relación.

La última frase me descolocó. Recordé mi situación con Ethan y el porqué de nuestra ruptura. De nuevo, mi abuela tenía razón. No estábamos en nuestra mejor época, dejamos de hablar y lo dejé, sabiendo que en el fondo había algo que cambió a Ethan por completo, haciendo así que se cerrara en sí mismo. Mi egoísmo y mi agotamiento ante la idea de una relación aburrida hicieron que no pensara en él y me centrara solamente en mí.

No pude más, mi mente volvía a taladrarme, ahora con más fuerza al recordar a Ethan, y a causa de los nervios empecé a llorar. Instintivamente me abrazó, hacía años que nadie me abrazaba de verdad, mostrando así su apoyo y amor hacia mí, y eso hizo que llorara aún con más fuerza.

—Cómo te he echado de menos, abuela.

CAPÍTULO 3

Al llegar a casa no había nadie. Eso me animó y logré relajarme un poco. Necesitaba pensar con claridad, y si tenía que estar pendiente de mis padres del pasado, no podría concentrarme con toda esta extraña situación.

Ya ni me acordaba de cómo era yo sin depresión, con amigos y una buena casa. No me acordaba de qué era ser feliz. Tenía que fingir ser una chica sin preocupaciones capaz de comerme el mundo, cuando mi interior estaba inundado por una oscuridad que me seguía a todas partes. Por suerte, todos los sentimientos reencontrados hacían que la oscura nube que me perseguía allá donde fuera se fuese desvaneciendo. Me sentía un poco más ligera, capaz de superar esto, capaz de reconquistar a mi primer amor. No podía mentir, me moría de ganas de hacerlo, de volver a sentirlo. Aunque en mi mente estuviera idealizando mi relación, mi corazón no me engañaba.

Entré directa a mi habitación para encontrar la mayor información posible: saber en qué momento exacto me encontraba, qué amistades tenía, cómo era… Y sabía que ahí lograría encontrar suficientes pistas para meterme en el papel y no arruinar mi segunda oportunidad, si es que todo esto era cierto.

Empecé por mirar en la agenda para ver los planes previstos, y sí, al día siguiente me iba a la casa de la montaña de Stephanie Connor; no entendía cómo la podía haber soportado en el pasado. Era mala como el hambre, al igual que su amiga Britney Hudson, con sus cabellos perfectos y sus maquillajes intactos. Yo era más aventurera, atrevida y bastante alocada. Nuestros caracteres nunca llegaron a encajar, pero la situación de nuestros amigos hacía que estuviésemos en el mismo grupo.

Me empecé a alterar al recordar a esas dos arpías e intenté controlar la respiración, ya que todos los psicólogos a los que había ido me habían dicho que era la clave para controlar los nervios: respirar profundamente.

Al estar más calmada, volví a mirar la agenda y me fijé en que a las cuatro de la tarde había quedado en el Pier 39 con Jessie y Pitt. A ellos también los echaba muchísimo de menos, y por eso me alegré de tener esa cita justo hoy. A la vez se me hizo un nudo en el estómago por los nervios. Recordaba que los quería muchísimo, y hacía tanto tiempo que no los veía que con suerte lograba recordar sus rostros. Pero ellos eran como los hermanos que nunca tuve. Teníamos mucha suerte de encajar tan bien, ya que poca gente es capaz de tener una conexión así con sus amigos. Por eso, aunque estuviera nerviosa por volverlos a ver, en el fondo sentía esa conexión que seguía intacta, como si de verdad tuviera dieciocho años y nunca nos hubiésemos distanciado, y en realidad, así era para ellos. Eso me tranquilizaba. Tenía muchas ganas de volver a verlos, de tener esas conversaciones absurdas que tanto nos hacían reír, y de repente hablar de algún tema serio como si fuésemos auténticos adultos, o psicólogos licenciados para ayudarnos mutuamente con nuestros problemas sentimentales.

 

Cerré la agenda al ver que no podía encontrar más información que me fuera de utilidad y decidí pasar a mi escritorio de madera blanca, que estaba bastante desordenado: tenía esparcidas algunas de mis poesías. No me acordaba de por qué dejé de escribir. Aunque, pensándolo bien, seguramente había sido por culpa de la carrera de medicina, que me ocupaba muchísimo tiempo y me quitaba cualquier inspiración, dejándome así sin creatividad, la cual utilizaba para desahogarme, ya fuera con la fotografía o con la poesía. Ambas desaparecieron de mi vida.

Al acordarme de mi pasatiempo favorito, la curiosidad se apoderó de mí y me desvié de mi misión de encontrar pistas para arreglar mi destino y decidí inspeccionar un cajón que estaba lleno de fotografías tomadas por mí. No eran tan buenas como las de mi padre, ya que no tenía ni de lejos tanta experiencia como él. Aun así, no estaban nada mal. Me encantaba la sensación de captar momentos específicos y poderlos mantener ahí, intactos, para siempre. Expresando mis sentimientos a partir de la vista. Era mi gran fuente de liberación, a la cual tuve que renunciar.

Agité la cabeza para apartar los pensamientos que no me dejaban concentrarme. Cerré el cajón rápidamente al sentir tristeza por recordar el momento en que tuve que elegir hacia dónde se dirigiría mi futuro laboral: hacer lo que más me gustaba aunque fuera algo arriesgado, o ir a lo seguro y dedicarme a algo que apenas me interesaba.

Decidí no pensar más en el tema, ya que sentía impotencia por mi mala decisión. Odiaba sentirme impotente. Pero de repente fui consciente de que la situación en la que me encontraba se basaba principalmente en eso, en arreglar las cosas para no volverme a sentir así, para ser feliz.

Me sentí con las fuerzas suficientes para abrir el siguiente cajón con el mismo ímpetu con el que había cerrado el otro, pero ahora no por la impotencia, sino por la motivación de lograr el cambio que siempre había deseado. Y de repente, como si el destino me hubiera leído la mente, encontré lo que buscaba: mi diario. Ahí estaba mi yo de dieciocho años, la chica que lo tenía todo sin ser consciente. Ahora iba a leerme, a entenderme, a convertirme en esa persona que parecía tan lejana en mi memoria.

No quería perder el tiempo, la impaciencia que me acababa de invadir para emprender esta aventura me lo impedía, así que me dirigí directamente a las fechas más cercanas al día en el que me encontraba, para así recordar cómo era yo, mi relación con mis amigos, familiares y, sobre todo, Ethan.

14 de julio, 1990

Hoy ha empezado siendo un día estupendo: he ido por la ciudad con papá y me ha enseñado rincones perfectos para tomar fotografías con un toque más artístico, así podré desarrollar más mi creatividad, estoy muy ilusionada.

Pero, por desgracia, luego se ha fastidiado todo cuando he quedado con Ethan… No sé qué le pasa últimamente, pero lleva unos meses muy distante conmigo. Me sabe mal, no es el Ethan con el que empecé a salir hace dos años…

Hemos ido a comer y creo que en ningún momento me ha mirado directamente a los ojos…

Por suerte, luego he ido con Jess y Pitt a tomarnos nuestro helado diario. Sienta bien tener a gente que te escucha y te mira a los ojos cuando te habla. ¡Es que no lo entiendo! Hace unos meses estábamos tan bien… Pero no pienso amargarme más. Si de verdad quiere estar conmigo, que me lo demuestre.

Al leer ese día, una nostalgia abrumadora invadió mi cuerpo. Ethan y yo habíamos llegado a ser la pareja perfecta la cual todo el mundo envidiaba. Pero un día, así sin más, todo cambió, como si Ethan se hubiera convertido en otra persona. Yo no lo entendía, y tampoco luchaba por entenderlo. Me lo tomé a la defensiva, incluso me enfadé con él por su extraño comportamiento. El motivo de nuestra ruptura vino a partir de eso.

Después de acordarme del final de nuestra relación me entró la curiosidad, ya ni me acordaba de la época donde estábamos realmente bien. Siendo sincera, aunque solo era una adolescente con la cabeza llena de ilusiones, fue la única vez que estuve realmente enamorada. Cuando crecí, dejé de creer en todas las cosas que antes me llenaban, como el amor. Sentía que los finales felices solo existían en los libros, porque al final, siempre me acababan haciendo daño, como yo le hice a Ethan.

Quería revivir cómo era sentir esa magia que existe al principio de las relaciones, donde esa persona es perfecta y os imagináis todo un futuro juntos. Así que busqué la fecha donde empezamos a salir.

20 de marzo, 1988

Tengo tantas cosas que escribir… Creo que estoy enamorada, y mucho. Hace unos meses que Ethan y yo ya no nos tratábamos como siempre, era como que… Algo estaba cambiando. El otro día en el Pier 39 salimos con el grupo; estaban Jess, Pitt, Josh, Gavin, Britney, Stephanie e… Ethan. Pues resulta que me invitó a un helado y Britney se cabreó muchísimo, no lo mostró, pero yo se lo noté. Al caso, al final todos se fueron a sus casas porque ya era tarde, y yo también tenía que estar en casa a las ocho, pero no me quería ir. Estuvimos toda la tarde hablando, y la conversación fluyó como nunca. Al ver que teníamos tantas cosas en común, decidimos ir quedando más y… Estoy locamente enamorada de él.

Hoy hemos estado hablando del sentido de la vida, es increíble poder compartir pensamientos tan profundos con alguien y que no te trate de loca, es más, él también tenía teorías muy interesantes. Nos hemos emocionado tanto al profundizar en nuestras emociones y pensamientos que… ¡Me ha pedido salir! Soy oficialmente la novia de Ethan. El grupo va a flipar, pero dudo que flipen más que yo. Me encanta estar con él, me siento tan cómoda a su lado… Además, es guapísimo. Le he confesado que siempre me había gustado, pero nunca había mostrado mis sentimientos por miedo a romper nuestra relación de amistad. ¡Y resulta que a él le pasaba igual! Estoy muy feliz, espero que esto dure, porque me importa de verdad.

Ya ni me acordaba de cómo habíamos empezado a salir y fue… Precioso. Los recuerdos iban llegando de nuevo a mi memoria y me empecé a acordar del encantador chico que era Ethan. Podía hablar de cualquier cosa con él, tenía una personalidad única que me cautivaba, que encajaba perfectamente conmigo. Esa clase de persona que sientes que estás destinada a estar con él.

El corazón empezó a latirme de una manera descontrolada, la respiración se me entrecortó y la presión en el pecho me hizo entender algo que imaginaba imposible: me di cuenta de que seguía enamorada de él, como si el fuego nunca se hubiese apagado. No sabía si era por el viaje en el tiempo, o porque simplemente nunca me había olvidado de él. Estaba descolocada por mis sentimientos encontrados, ¿podía ser cierto que aún lo amaba?

Nerviosa, decidí avanzar mucho más, necesitaba saber exactamente cuándo empezó a cambiar todo con él. Sentí que leía una novela donde era la protagonista.

25 de diciembre, 1989

Ha sido una Navidad preciosa, aunque mamá ha tenido que dar la nota, como siempre… Hemos comido todos juntos, con la abuela, Ethan, mamá y papá.

Ethan me ha regalado un collar y una nota diciendo lo única que era y cuánto me quería. ¡Me encanta!

¡Y papá me ha regalado mi propia cámara! Por fin podré hacer fotografías tranquila, sin tener que preocuparme por si gasto por completo el carrete de papá.

Y mamá, bueno… Un libro de medicina. Sigue pesada con el tema de que sea médica y me ha vuelto a dar el sermón con lo importante que es esta carrera para mi futuro.

Pero bueno, la abuela ha sido el regalo más diferente, como siempre. Me ha regalado una piedra preciosa, creo que es un ojo de tigre. Según ella, me traerá seguridad y mi alma será feliz. No creo en esas cosas, pero la piedra es muy bonita.

Me pregunté dónde habría dejado esa piedra, y recordé que la guardé en una cajita que tiró mamá la semana siguiente «sin darse cuenta». Qué raro por parte de ella…

«Quizá por eso acabé así de mal», pensé.

Me reí de mi propia ocurrencia y me lamenté por mi triste sentido del humor. Estaba desconcertada, perdida, y seguía sin encontrar mi objetivo: saber cuándo Ethan cambió. Decidí avanzar un poco más, leyendo rápidamente las fechas al principio de cada página. Finalmente, encontré lo que buscaba:

2 de mayo, 1990

Mamá me ha vuelto a reñir por ir a fotografiar la ciudad. No le gusta que pierda el tiempo en esas cosas, pero es que me libera tanto…

Lo necesitaba por un problema en concreto, y es Ethan.

Se fue de vacaciones hace unas semanas a ver a unos primos y cuando volvió no ha vuelto a ser el mismo, no sé qué le pasa… Está muy cerrado en sí mismo y me preocupa. He intentado preguntarle qué le pasa, pero ha dicho que está bien, y luego ha cambiado de tema. ¿Qué se cree? Me ha mentido en toda la cara. Sé perfectamente que cuando alguien en una relación empieza a mentir, es cuando se va a pique. Me siento muy ofendida. Lleva varias semanas así, y cada vez se aleja más de mí, me trata como si fuera solamente una más en el grupo. Pero soy fuerte, así que tengo que empezar a pensar más en mí. Si él no quiere compartir sus sentimientos conmigo, entiendo que ya no me necesita, que lo nuestro se está enfriando cada vez más, y yo no puedo remar sola en un bote de dos.

Se me creó un nudo en la garganta, me acordaba perfectamente del día que escribí eso. Estaba enfurecida porque Ethan apenas me hablaba, ya ni quedábamos a solas, solo con el grupo. Un día, Britney y Steph se burlaron de mí, y me sentí muy mal, pero no por sus comentarios en sí, sino porque pensaba lo mismo de lo que ellas habían dicho en voz alta: que Ethan ya no me quería.

Supuse que todo empezó en ese pequeño viaje familiar que hizo, donde nadie sabía qué pasó para que cambiara tan drásticamente. Me sentí culpable. Tiré la toalla sin intentar ayudar a una de las personas más importantes de mi vida, así sin más. Actué como una cría y me arrepentí toda la vida. Me lo tomé como algo personal, cuando viéndolo desde fuera, entendí que sucedió algo que de verdad le afectó. Él siempre había contado conmigo, y si dejó de hacerlo fue porque estaba realmente mal. Logré entenderlo, ya que había pasado por lo mismo: una depresión te impide vivir con normalidad, sientes que no estás presente, tu cuerpo actúa por inercia con la sensación de invasión por una nube oscura que no te deja pensar con tranquilidad, llegando al punto en el que solo quieres dormir para no pensar. Es una enfermedad la cual tiene que ser tratada, un tema delicado que, si se toma a la ligera, puede terminar con graves resultados.

Creí que con esa información ya era suficiente, ya sabía por dónde tirar: tenía que averiguar qué pasó en esas vacaciones para ayudar a Ethan a salir de su depresión.

Cerré el diario y lo volví a guardar, satisfecha con la investigación que me había dado las respuestas que necesitaba. Miré el reloj, en una hora había quedado con mis amigos. Notaba mi estómago vacío, y a la vez nervios por pensar en el reencuentro, que con suerte me dejarían comer. Quizá cocinando me relajaría para así ir más calmada a ver a Jess y a Pitt de nuevo. Pero en vez de relajarme, no me los sacaba de la cabeza. Ellos habían sido parte de mí hasta que empezamos la universidad, y ahí cada uno tomó caminos distintos. Pitt era muy listo y estudió literatura en Stanford, en cambio a Jess le iba más el deporte, siempre que podía la acompañaba al gimnasio. Ella empezó a estudiar para ser fisioterapeuta y conoció a un chico encantador. Con ella mantuve más el contacto que con Pitt, pero mi carrera requería mucho tiempo y al final nos distanciamos tanto que los dos fueron desapareciendo de mi vida. Habíamos crecido juntos y por culpa de estudiar algo que ni me gustaba los perdí.

CAPÍTULO 4

Aunque me había intentado relajar con la comida, no me podía sacar de la cabeza cómo me iría esta tarde con mis viejos —o actuales— amigos. Para poder despejar mínimamente mi mente, decidí perderme entre recuerdos mirando álbumes de fotos, leyendo mis poemas e inspeccionando la casa en sí. Funcionó, mis nervios se desvanecieron durante ese rato en el que me sentí como una niña pequeña que lo toquetea todo.

No sabía dónde estaban mis padres, pero parecía que estaban trabajando y hasta el final de la jornada no iban a venir, como solían hacer, así que no sufría por si llegaban, ya que no lo iban a hacer hasta de aquí unas horas. Era raro pensar en que mis padres llegarían de trabajar, cenaríamos todos juntos y dormiríamos bajo el mismo techo. Por otro lado, sentía que era lo normal, como si nuestra relación nunca se hubiese roto.

 

Después de estabilizar mis emociones y cotillear todo lo que me rodeaba, fui capaz de concentrarme en el asunto: tenía que actuar como si tuviera dieciocho años y una vida por delante «llena de felicidad». Aunque fuese extraño, no sentía que me fuera a ser difícil, sino que tenía energía, una mente más positiva y una fuerza de voluntad increíble. Si me hubiese sucedido una situación de estrés como esta en mi anterior vida, no hubiera sido capaz de manejarlo tan bien. Me sentía más yo que nunca, pero no podía distraerme más, debía ceñirme al plan.

El reloj de la cocina marcaba las cuatro menos cuarto cuando ya estaba saliendo por la puerta de casa. No me cambié de ropa ya que me sentía a gusto con el vestido ancho que había escogido esta mañana. Era curioso, porque en realidad, esta mañana tenía veinte años más.

Me había adelantado cinco minutos a la hora prevista debido a que había andado demasiado rápido por culpa de los nervios que habían vuelto a aparecer, era imposible evitarlos ahora. Además, me sabía el camino hacia el Pier 39 a la perfección.

Gracias a mi puntualidad, pude darme unos minutos para respirar hondo y mentalizarme de que, en unos instantes, vería a dos de las personas más importantes en mi vida. Dudaba de si me saldría solo, el fingir que todo era normal, como me había sucedido con mis padres anteriormente, o si me quedaría sin palabras por no saber qué decir, ya que apenas me acordaba de cómo eran físicamente a causa de todos los años que habían pasado. También me creaba tensión el hecho de hablar sobre algún tema que aún no había sucedido.

Esperando de pie en la entrada del Pier 39, observaba cada detalle como si fuese una turista, sintiendo una sensación de comodidad inexplicable: era como mi segunda casa. Hasta el inicio de mi carrera, este había sido el punto de encuentro con mis amigos desde que tenía memoria. Estaba cómoda y, por suerte, hoy no había mucha gente. Normalmente estaba lleno de extranjeros disfrutando del famoso Pier de San Francisco, una parada imprescindible al visitar la ciudad.

Cuando al fin conseguí relajarme un poco, vi a mi amiga de toda la vida, Jess, acercándose alegremente entre la multitud. No me acordaba de lo guapa que era: tenía una piel morena y brillante, que las modelos podrían envidiar perfectamente, llevaba el cabello negro ondulado largo hasta la cintura, que era como de abeja, y a medida que se acercaba, podía apreciar su mirada profunda y penetrante de sus ojos casi negros. Me di cuenta de que llevaba mucho rato observándola como una boba.

Al llegar a mi lado, me dio dos besos con tanta energía como la recordaba; era una chica con carácter, espontánea y divertida. Me encantaba, era una de esas personas que te contagian el buen humor.

—Hola, ¿estás bien? Tierra llamando a June. —Vaciló mientras hacía señas con las manos delante de mis ojos.

—Eh… Sí, perdón. Estaba pensando y…

—¡Hola, chicas!

Salvada por la campana. Justo llegó Pitt, que lo reconocí al instante a causa de su brillante pelo rubio, además de su altura y constitución delgada. Iba vestido con una de sus mil camisas estampadas que tanto lo caracterizaban, y las cuales le encantaban. Gracias a nosotras fue dejando su timidez a un lado, ya que, al gustarle los chicos, tenía miedo de ser rechazado. Pero, qué demonios, esto es San Francisco.

Me relajó el hecho de no estar a solas con Jessica, me sentía bastante bloqueada y la llegada de Pitt fue liberadora, aún tenía que adaptarme a la situación. Toda la comodidad que había acumulado en casa, pensando que iba a ser totalmente capaz al sentirme con tanta energía, se desvaneció y volví a la cruda realidad. Tenía que actuar, ser una chica de dieciocho años normal y corriente.

—¿Qué tal, Pitt? —logré decir.

—Muy bien, la verdad. Acabo de recibir los libros para Stanford, ¡estoy superemocionado! —dijo sonrojándose.

—¡Me alegro por ti! Qué bien que vayas a estudiar lo que te apasiona —dije con sinceridad y más tranquilidad, adaptándome poco a poco.

—Pues sí… Tía, ¿de verdad tienes que estudiar medicina? —preguntó Jessica con desaprobación.

—Eso dice mi madre… —Me deprimí al ver lo conformista que había sido. Nunca me había opuesto a ella en ese tema.

Sin saber por qué, noté como iba actuando con mucha más naturalidad en cuestión de segundos. Los músculos se destensaban poco a poco y mi mente se veía capaz de responder con fluidez ante la conversación. Estaba orgullosa de mí misma, pero sobre todo feliz de reencontrarme con ellos dos. Nuestra relación era parecida a la de hermanos, donde a veces nos enfadábamos por tonterías, y otras nos aconsejábamos con todo el cariño del mundo.

—Buf, como tú digas… —contestó con tono amargo, mostrando su desaprobación—. No sé vosotros, pero yo tengo hambre.

Nos dirigimos a la heladería de siempre. Mi cuerpo actuaba por inercia, sin pensar, como si fuese lo de cada día. Gracias a que el Pier no estaba muy lleno, nos ahorramos la cola que había normalmente. El heladero, Juan, nos entregó nuestros helados sin tener que preguntar a causa de nuestra habitualidad, recibiéndonos con una amplia sonrisa. Era un hombre corpulento y risueño. Nos conocía desde que éramos unos críos y veníamos con nuestros padres. Parecía un sueño revivir esta situación.

A Jessica le encantaba el helado de fresa, a Pitt el de chocolate con avellanas y a mí el de vainilla. Al despedirnos de Juan —tan agradable como lo recordaba—, probé mi helado, sin poder evitar que mi piel se erizara a la vez que lo saboreaba. En ese instante recordé mínimamente qué era la felicidad. Parecía una tontería que un insignificante helado me alejara tanto de mi depresión. Momentos como este: estar con mis amigos de nuevo, antes de que todo se fuera a pique, comiendo mi helado favorito allí donde yo consideraba mi hogar. Eso era felicidad, pequeños momentos de paz mental.

Decidimos sentarnos al lado del puerto gracias a la falta de turistas, el cual deja ver a los leones marinos tomando el sol tranquilamente, tumbados sobre balsas de maderas preparadas especialmente para ellos. Era un espectáculo ver cómo se empujaban entre ellos para coger el mejor sitio, o simplemente para jugar. Era la mayor atracción del Pier.

—¿De verdad tenemos que estar aquí mientras comemos? Huele a pescado podrido, no puedo saborear bien mi helado. —Se quejó Jess, simulando una arcada.

—¿Pero tú has visto lo monos que son? Ni te atrevas a meterte con ellos. —Se defendió Pitt, que era el que había tenido la idea—. Normalmente esto está a rebosar de turistas, disfrútalo ahora que puedes.

Jess bufó y se rio. Cambió de tema rápidamente y empezó a hablar de una película que se había estrenado «hace poco», Pretty Woman. Me hizo gracia al ver lo emocionados que estaban por su éxito cuando yo la recordaba como un clásico. Aunque el encanto de Richard Gere nunca me había aburrido.

—Yo creo que nunca pasará de moda —dije, casi aguantándome la risa.

—Qué exagerada… Solo es una película de amor más, aunque sea muy buena, siempre habrá de mejores —soltó Jess.

—Es y será la mejor comedia romántica de todos los tiempos. —Concluyó Pitt.

Me sentía cómoda, segura a su lado. Era extraña la sensación de cercanía que tenía con ellos, y la naturalidad con la que encajaba. Apenas me tenía que esforzar, simplemente tener cuidado en no hablar de ningún acontecimiento que aún no había sucedido.

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