Historia breve de Japón

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La manera de construir las casas no varió de forma significativa en época Yayoi, ya que siguieron edificándose pequeñas viviendas semisubterráneas de planta oval, como las del famoso yacimiento de Toro, en la actual prefectura de Shizuoka. Lo que sí cambió, de manera cada vez más más clara a medida que avanzaba el periodo Yayoi, fue el tipo de utensilios. Aunque los anzuelos, proyectiles y puntas de jabalina característicos de la etapa Jomon, adecuados para actividades de caza y recolección, no desaparecieron, se vieron enormemente reducidos, mientras aumentaban de forma exponencial los molinos, morteros, azadas y otros aperos agrícolas. Los modelos de los utensilios también crecieron en número con el correr de los años: por poner un ejemplo, en el Yayoi Inicial se empleaban solamente cuatro tipos básicos de azada, mientras en el Yayoi Medio la cifra se multiplica por dos.

Algunos yacimientos Yayoi, como el ya mencionado de Toro, han proporcionado numerosos e interesantes útiles de madera, conservados gracias a las condiciones de humedad ininterrumpida. De hecho, la mayoría de los aperos Yayoi para el arroz se elaboraban con madera, normalmente de roble, con la que se consiguen filos muy duros y resistentes. Resulta curioso que para confeccionar estos aperos de madera se usaran instrumentos de hierro, pero que el metal no se aplicase a los propios instrumentos. Solo mucho más tarde, en época Kofun, comenzarían a hacerse palas y azadas con filos de hierro. De Toro vienen, por ejemplo, cuencos, azadas, rastrillos, sandalias para caminar por los arrozales, taburetes, curiosos instrumentos para hacer fuego, e incluso restos de barcas de albufera. Está claro que las actividades de la sociedad Yayoi eran radicalmente distintas a las de la sociedad Jomon.

En época Yayoi se documentan además por primera vez animales como la vaca y el caballo. El jabalí, que se consumía desde el periodo Jomon, siguió cazándose, y tal vez llegó a criarse o, al menos, a estabularse, aunque pronto sería sustituido por el cerdo doméstico, importado de China.

Como ya vimos, las excavaciones arqueológicas en las necrópolis indican que en época Jomon existía una cierta diferenciación social. Esta diferenciación se hizo aún más evidente a lo largo del periodo Yayoi. Los ajuares de las tumbas más ricas incluían espejos de bronce, cuentas de vidrio y monedas chinas importadas, y a partir del Yayoi Medio se construyeron auténticos túmulos funerarios, como el de Uriyudo, precursores, a menor escala, de los grandes monumentos que se levantarían en el periodo siguiente, conocido como periodo Kofun. Al igual que ocurrió en otras zonas del planeta, el desarrollo de la nueva sociedad agrícola fue paralelo al nacimiento de las estructuras económicas y sociales que derivarían con el correr de los siglos en una organización estatal. Muy significativo en este sentido es el hecho de que en el periodo Yayoi aparezcan también los primeros yacimientos fortificados, como el de Otsuka.

Al igual que ocurría en el periodo Jomon, la ausencia de fuentes escritas hace que todo lo que podemos decir sobre el mundo de las creencias Yayoi sea meramente especulativo. La presencia de objetos de claro carácter ritual y/o ceremonial es, sin embargo, evidente. Son célebres en este sentido las grandes piezas de bronce en forma de campana y los conjuntos de armas. Las armas incluyen espadas, lanzas y alabardas, y están fabricadas con hojas muy finas de metal, que hacen imposible su uso en combate. Las campanas, por su parte, son enormes y presentan una cuidada decoración, pero no están pensadas para sonar. Los hallazgos podrían indicar una mayor presencia de campanas en la zona este del país, mientras las armas predominarían en el norte de Kyushu.

Iniciamos ahora aquí un esquema que se seguirá también en los demás capítulos de este libro, concluyendo nuestra aproximación a la historia del periodo con un pequeño análisis de la situación económica, caracterizada por los usos monetarios, y de las costumbres cotidianas, ejemplificadas por los hábitos indumentarios. En esta ocasión no podemos todavía utilizar la moneda como elemento de estudio del marco económico, por lo que la atención habrá de centrarse en las relaciones comerciales reflejadas por los hallazgos arqueológicos. No hay que perder de vista, por otra parte, que la evidencia material de la que se dispone es, por su propia naturaleza, limitada y parcial, y por lo tanto solo puede ofrecernos una visión preliminar de las circunstancias.

La circulación de materias primas y de objetos manufacturados dentro de Japón se constata desde al menos las últimas etapas del Paleolítico Superior. Aunque algo más recientes, las relaciones con Corea también están atestiguadas arqueológicamente desde momentos muy antiguos en yacimientos como Tokuzodani, en la prefectura de Saga. En este asentamiento, con cronología Jomon Medio y Final, abundan las puntas de obsidiana, objetos de procedencia foránea que dan fe de los intercambios entre Japón y la península coreana. Pero estos intercambios prehistóricos no solo se llevaban a cabo con Corea, sino también con China. Un buen ejemplo de ello puede ser la introducción del melocotonero en Japón. Los huesos de melocotón del yacimiento de Ikiriki, en la prefectura de Nagasaki, muestran que el árbol ya había llegado desde China unos tres mil años antes de nuestra era.

Las mercancías chinas y coreanas halladas en contextos arqueológicos de estos momentos prehistóricos implican, además, la existencia de un tráfico marítimo que no se dedicaba solo al cabotaje, es decir, a costear con tierra a la vista. Es evidente que para permitir la entrada de objetos chinos y coreanos, en el mar de Japón hubo de existir desde época muy antigua una navegación de cierto alcance.

Todos estos intercambios se realizaron presumiblemente a base de trueque. No sabemos si existía además una red de relaciones basadas en regalos, como ha sido el caso en otros lugares del mundo en etapas aproximadamente comparables de desarrollo histórico. Las crónicas chinas nos informan de que, en el año 238 d.C., una emperatriz de Japón envió una embajada al Celeste Imperio, que llevaba como presentes tejidos y esclavos. La moneda como tal no llegaría hasta fines de la época Nara, y se desarrollaría durante el periodo Heian. Pero sobre ello se volverá en detalle en el apartado correspondiente a la aparición de la moneda.

El estudio de la indumentaria de etapas muy antiguas es casi siempre un tema de gran dificultad, ya que los textiles y, en general, los materiales orgánicos empleados en la vestimenta, suelen conservarse mal en estado. Japón no es una excepción a esta regla, y la iconografía de la época resulta además muy imprecisa. Aún así, se piensa que el trabajo de confección estaba enormemente extendido, dado el gran número de agujas halladas en los yacimientos arqueológicos desde época Jomon. Es posible que las prendas también se bordaran.

Habitualmente se considera que la indumentaria de estos momentos se componía por lo general de piezas de patrón muy sencillo, de tipo túnica o poncho. Sin embargo, algunas figuras de arcilla Jomon sugieren la existencia, ya en este periodo, de prendas de busto, a modo de ‘camisas’ y prendas ajustadas a la cintura, de tipo ‘falda’ o ‘pantalón’, además de cinturones y sandalias.

Es probable que ciertas prendas se confeccionaran con elementos vegetales trenzados, extraídos de la corteza de los de árboles; así lo indican algunos restos de fibras hallados en excavación, así como la iconografía de ciertas figuras, como la llamada ‘diosa’ de Iwakage, procedente de Kamikuroiwa, en la prefectura de Aichi.

Durante el periodo Jomon también se emplearon pieles curtidas de animales. Se piensa que, además, era habitual el uso de tatuajes y pinturas corporales.

Parece que las cosas no cambiaron demasiado durante el periodo Yayoi aunque, de nuevo, los datos son muy escasos y casi todos indirectos. Lo que está claro es que los auténticos textiles hicieron su aparición, aunque las prendas conservaron patrones muy simples. Se cree que tanto hombres como mujeres llevaban con asiduidad una amplia pieza de tela anudada a la cintura. La historiografía actual denomina el vestido femenino de estos momentos kantoe o ‘traje de una pieza’.

Los protagonistas y su marco

El personaje: Jimmu Tenno, el mítico primer emperador

Según la tradición, el primer emperador japonés subió al trono en el año 660 a.C. La línea imperial habría continuado de forma ininterrumpida desde esa fecha, manteniéndose hasta la actualidad. Naturalmente, en semejante lapso de tiempo hay lugar para adopciones, abdicaciones, dobles reinados y hasta asesinatos, por lo que la continuidad no puede entenderse de forma estricta; aún así, se trata de un impresionante fenómeno de pervivencia de la idea de legitimidad política y religiosa.

Los primeros emperadores japoneses se mueven en el nebuloso terreno de la historia mítica, y enlazan de forma directa con los dioses; se considera, concretamente, que descienden de la diosa Amaterasu, divinidad del sol. Sobre los ciclos míticos se volverá más abajo, a propósito del sintoísmo; aquí nos centraremos solamente en lo que concierne al personaje analizado en este apartado, es decir, Jimmu Tenno, el primer emperador.

Cuenta la leyenda que el archipiélago japonés fue obra directa de las divinidades creadoras, Izanagi e Izanami. El país estuvo gobernado durante un periodo de tiempo por el dios Okuninushi, hijo de Susanowo y nieto de Izanagi e Izanami. Su nombre significa, precisamente, el ‘Señor del Gran País’. Sin embargo, la diosa solar Amaterasu decidió que fueran sus propios descendientes los elegidos para reinar, y consiguió que Okuninushi abdicara y se retirase al templo de Izumo.

Okuninushi renunció al trono en favor del nieto de Amaterasu, Ninigi no Mikoto, que descendió desde los cielos sobre el monte Takachiho, también llamado Sohori no Kirishima, en la isla de Kyushu. En señal del favor divino, Ninigi llevaba consigo las Tres Enseñas Imperiales, objetos míticos sobre los que se hablará con más detalle en el apartado acerca de pensamiento y religión.

 

Siguiendo con la leyenda, Ninigi contrajo matrimonio con la princesa Konohano no Sakuya, la Dama de las Flores, hija de una divinidad de la montaña, con la que tuvo tres hijos. Uno de ellos, Hiko Hohodemi, se desposó a su vez con la hija de un dios, la princesa Toyotama, cuyo padre gobernaba los mares. Al dar a luz, Toyotama reveló su verdadera y monstruosa naturaleza marina, y, furiosa al notar que su marido la había visto bajo su aspecto de cocodrilo, huyó al océano, cortando desde ese día las relaciones entre la tierra y el mar. Pero su hijo recién nacido se quedó en tierra firme: se trataba de Ugaya Fukiaezu, que al correr el tiempo sería padre de Jimmu, considerado el primer emperador de Japón, el ancestro semidivino de todos los gobernantes que vendrían después.

A veces se llama a Jimmu Hatsukuni Shirasu Sumeramikoto, es decir, el Primer emperador Reinante. Pero normalmente se lo conoce como Jimmu Tenno, el emperador Jimmu o, literalmente, Jimmu ‘Rey del Cielo’. El título Tenno es, así pues, aplicable en general a todos los emperadores. Otros apelativos frecuentes para referirse a un emperador de Japón son Heika [Base del Trono] y Tenshi [Hijo del Cielo]. Existe además otro término, que es habitual en la bibliografía occidental, sobre todo en la más antigua: Mikado. Se trata de un título poco habitual en Japón y vendría a significar Divina Entrada, designando al personaje y su poder a través de un lugar emblemático, un poco a la manera en que el Imperio turco era conocido como ‘Sublime Puerta’.

En cuanto al nombre en sí, Jimmu, se trata de una denominación del tipo que se otorga tras la muerte. Pues, en efecto, los emperadores japoneses pasan a la historia con un apelativo diferente al que emplearon en vida. Por ejemplo, el emperador Hirohito ha pasado a los anales japoneses como Showa. En lo que respecta a Jimmu, la tradición considera que su verdadero nombre era Iware, nombre que a veces se enriquece con alusiones al antiguo Japón y con epítetos honoríficos, de modo que es posible encontrarlo también como Yamato Iware o como Kamu Yamato Iware Biko.

Resulta curioso notar que, aun siendo el heredero, Iware / Jimmu no era el primogénito de Ugaya Fukiaezu, sino, por el contrario, el más joven de sus cuatro hijos. Esto pudiera indicar tal vez que existió una ‘preferencia del hijo menor’ en la primitiva sociedad japonesa, que desaparecería más tarde dando paso al derecho de primogenitura del varón que, con altibajos, pervivió a lo largo del tiempo, y aún se mantiene hoy en día.

Volviendo a la historia legendaria, encontramos que Jimmu, cumplidos sus cuarenta y cinco años, se esfuerza por pacificar un país dominado por luchas internas, en un posible reflejo mítico de las luchas que sacudieron las tempranas fases de la historia japonesa y que condujeron a la conformación de un estado unificado a partir del territorio central o Yamato.

En su viaje le acompañan sus tres hermanos, que mueren en el curso de la empresa. Dos de ellos se arrojan por la borda del barco en el que viajan desde Kyushu para calmar la tempestad, siendo deificados por su acción; el otro morirá en combate.


El mítico primer emperador Jimmu Tenno.

Detalle de una estampa de Adachi Ginko del año 1891.

Una vez llegados a la isla central de Japón desde su Kyushu natal, Jimmu y su hermano Itsuse se enfrentan a los habitantes de lugar, obra también de los dioses creadores, dicen las crónicas, pero de ‘inferior categoría’, que luchan contra los invasores bajo el mando del jefe local Nagasunehiko. Al principio Jimmu y los suyos se mueven hacia el Este, y llegan cerca de la actual Osaka, pero los combates no les son favorables, puesto que están avanzando en dirección contraria al rumbo del sol. Siendo como son sus descendientes, no deben caminar en sentido contrario a su madre divina. La propia diosa Amaterasu les indica la senda que deben seguir, enviándoles como guía a Yatagarasu, el cuervo del Sol, un ave maravillosa de plumaje de oro y tres patas, que proviene probablemente del imaginario chino.

El cariz de la guerra cambia desde ese momento, y, finalmente, Jimmu consigue hacerse con el dominio del país. Manda construir un palacio en Kashiwabara, cerca de la actual Kyoto, y se convierte de este modo en el primer emperador japonés.

La supuesta fecha del ascenso al trono de Jimmu, el 11 de febrero, es todavía hoy fiesta nacional en Japón. La elección del año 660 a.C. como hito fundacional de la nación japonesa por parte de los historiadores antiguos está probablemente relacionada con las ideas chinas sobre el calendario y sus ciclos. Según estas teorías, cada sesenta años llega un periodo de grandes cambios, conocido en japonés como kanototori. Y cada veintiún ciclos, se produce un kanototori de espectacular magnitud. El año 601 de nuestra era, marco del inicio de las reformas del príncipe Shotoku, fue considerado uno de estos momentos. Es posible que los compiladores de las grandes crónicas tomaran este año como punto de referencia para localizar en el tiempo el mítico reinado de Jimmu, ya que, si se cuentan veintiún ciclos de sesenta años hacia atrás, se llega, efectivamente, a la fecha en cuestión, es decir, el año 660 a.C.

La lucha de Jimmu por el control del territorio japonés incluye penalidades varias, interminables luchas contra clanes de bandidos y fantásticos encuentros con divinidades locales.

Como ocurre también en otros entramados mitológicos, los dioses del lugar son presentados como antepasados directos de las grandes familias nobles japonesas. Así, por ejemplo, mientras recorre la tierra de Yoshino, Jimmu se topa con dos curiosas deidades provistas de cola de animal. La primera de ellas es descrita como un hombre brillante que sale de un pozo. Ante las preguntas del emperador, revela su estatus divino y también su nombre, Wi Hikari. Se trataba, apunta la narración, del ancestro de la familia Yoshino no Obito. Más adelante, otra deidad con cola emerge de una roca. Jimmu pregunta de nuevo, y el dios se identifica como Iha Oshi Wake, antepasado de los Yoshino no Kuzu. Como no podía ser de otro modo, tanto éstas como otras divinidades que aparecen a lo largo de la historia de Jimmu Tenno se apresuran a declararse siervas del emperador.

Cuenta la leyenda que Jimmu murió en el año 585 a.C. a los ciento veintisiete años de edad (según el Kojiki, o ciento treinta y siete, si preferimos la versión de la otra gran crónica sobre estos momentos, el Nihonshoki). Sus sucesores, también semilegendarios, serían igualmente longevos, pero ninguno llegaría a igualar su fama.

El hito histórico: la llegada de la agricultura

La aparición de la agricultura en Japón coincide, como ya hemos visto, con el desarrollo del periodo Yayoi. A principios del siglo IV a.C. hay evidencia arqueológica palpable del cultivo del arroz, que se extenderá con rapidez durante el siglo siguiente. Por otra parte, algunos hallazgos aislados de granos de cereal en estratos más antiguos han hecho pensar que los inicios de la agricultura podrían retotraerse hasta el año 1000 a.C. También hay quien piensa que los primeros cultivos pueden datarse en momentos aún más tempranos, aunque las pruebas no están del todo claras. Se han encontrado semillas de mijo en el yacimiento Jomon Medio de Tominosawa, y semillas de cáñamo y sésamo en Ko Sannai, otro asentamiento del mismo periodo. Hay incluso evidencias de una clase de mijo en fases Jomon iniciales de Sannai Maruyama, pero parece que se trata todavía de la variedad silvestre.

Así pues, es probable que ciertas especies vegetales se cultivaran, de forma regular o no, durante el periodo Jomon. Pero el gran cambio social y técnico no se produciría hasta la etapa Yayoi.

Antes de seguir adelante hay que especificar que, cuando hablamos de agricultura, nos referimos aquí de manera primordial al cultivo del arroz en campos inundables. También había en Japón Yayoi cultivos de secano, como por ejemplo el mijo, que se mencionó hace un momento, pero el arroz de regadío predominaba de forma sustancial.

El arroz y sus técnicas agrícolas se extendieron a Japón desde China. Las evidencias agrícolas chinas más tempranas se datan unos siete mil años antes de nuestra era. No está del todo claro, sin embargo, cuál fue el lugar donde se inició el cultivo. Hay quien se decanta aún por la zona de Yunnan, mientras otros especialistas opinan que es más probable que el desarrollo original se llevara cabo en el valle del río Changjiang. En cualquiera de los dos casos, llama poderosamente la atención el enorme periodo de tiempo transcurrido entre el nacimiento del cultivo del arroz en China y su adopción en Japón. Entre otras cosas, esto prueba la excelente adaptación al medio de las sociedades de época Jomon, que mantuvieron sus modos de vida cazadores-recolectores durante siglos.

Tampoco existe un acuerdo generalizado acerca de la ruta a través de la cual la agricultura se difundió por el archipiélago desde el continente. Algunos de los estudios más antiguos proponen un camino directo desde la desembocadura del Changjiang hasta la isla de Kyushu, cruzando el mar de China en esa zona, que por cierto es bastante extensa. Otros autores han defendido que la ruta de entrada no llegaría directamente a Kyushu, sino que iría saltando desde China hasta allí a través de las islas más pequeñas y cercanas de Ryukyu. Por último, un gran número de arqueólogos piensan que la agricultura se habría extendido por Japón pasando primero por la península coreana y cruzando desde allí por el estrecho. Esta última hipótesis se ve avalada por la patente influencia coreana presente en el registro arqueológico entre los siglos VI y V a. C; en estos momentos, tanto los instrumentos líticos como muchas cerámicas son abiertamente similares a tipos coreanos.

En cualquiera de los tres casos, parece que la primera isla importante en la que se adoptó la agricultura fue Kyushu, y que desde allí pasó al resto de grandes islas del archipiélago.

El arroz no es un cultivo sencillo. Requiere técnicas especiales y condiciones muy específicas de clima y terreno. Por ello, es más que probable que su adaptación a Japón no fuera una tarea fácil. Resulta significativo comprobar que de las dos variedades de arroz que se cultivaban en el río Changjiang, la de grano largo y la de grano redondo, solamente una, la de grano redondo u oryza japonica que ya se mencionó más arriba, ha sido documentada hasta la fecha en los antiguos yacimientos de Japón. Es posible que, además de la buena adaptación a su medio de las sociedades Jomon, estas dificultades iniciales sean una de las causas por las que la agricultura tardó tanto tiempo, casi cinco mil años, en estar presente en Japón. Estas circunstancias resultan, por otro lado, favorables a la hipótesis de la entrada del arroz a través de Corea, un lugar más frío que el valle del Changjiang, donde el arroz habría tenido ocasión de ir aclimatándose.

Una vez llegado al archipiélago, el cultivo del arroz se extendió con gran rapidez hacia el Este y hacia el Norte hasta alcanzar, unos trescientos años después, el punto climático que no le permitió seguir avanzando. De esta manera, la agricultura nunca llegó a la gran isla del norte, Hokkaido, en la que siguieron existiendo sociedades Jomon basadas en la pesca y la recolección durante mucho tiempo más. De hecho, y por sorprendente que parezca, el cultivo del arroz no llegó a introducirse en Hokkaido hasta la época moderna.

Estas ideas de la aclimatación progresiva del arroz al clima de Japón dieron lugar en los años 60 del siglo XX a una curiosa teoría arqueo-agrícola que, finalmente, resultó ser falsa. La teoría estaba basada en el uso de dos aperos campesinos: los cuchillos de recolección y las hoces. En aquellos años, los hallazgos en los yacimientos hacían pensar que los cuchillos eran anteriores a las hoces. Puesto que los cuchillos se usan para recoger las espigas de arroz de una en una, mientras que con las hoces se pueden segar grandes manojos, los arqueólogos pensaron que, en un primer momento, el arroz no maduraba todo a la vez, por lo que había que ir cortándolo poco a poco. Con el paso del tiempo, la planta se habría adaptado al clima, y finalmente todo el arroz habría ya madurado en conjunto, con lo que se podía cosechar sencillamente con la hoz. Desafortunadamente para los estudiosos que elaboraron la teoría, después se demostró que cuchillos de recolección y azadas convivieron desde el principio.

 

El cultivo del arroz se desarrolló en Japón en dos ambientes: las zonas pantanosas y los campos irrigados de manera artificial. No está del todo claro si el primer sistema es más antiguo o si ambos se emplearon de forma simultánea dependiendo de las condiciones geográficas. Algunos defensores de la hipótesis de la inmigración coreana han propuesto una explicación interesante. Según esta idea, los inmigrantes coreanos, ante la urgente necesidad de alimentos, habrían comenzado cultivando en un primer momento en tierras inundadas. Esto resultaría más fácil, aunque menos productivo. Tras esta primera instauración de las técnicas y de las plantas, habrían ido desarrollando, con más calma, la agricultura en terrenos secos canalizados, que aunque a la larga producen más y mejor, requieren una gran inversión de tiempo y esfuerzo en sus infraestructuras.

Un yacimiento Yayoi muy temprano (aunque hay que decir que sus fechas no son ajenas al debate), el de Nabatake, en la actual prefectura de Saga, excavado de urgencia en los años 80 del siglo XX, es buen ejemplo del sistema de tierras pantanosas. Las excavaciones sacaron a la luz los restos de hasta cinco arrozales superpuestos; el más antiguo presentaba tipologías cerámicas, azadas de madera y hachas de piedra asociadas a los primeros momentos de la época Yayoi. Dado que el terreno era naturalmente pantanoso, no era necesario conducir el agua hasta él, pero sí drenar el exceso en ciertos momentos. Para ello se cavaron una serie de canales y se colocaron planchas de madera a modo de pequeñas presas de contención en puntos clave.

El sistema de campos artificialmente irrigados puede ejemplificarse con otro yacimiento Yayoi de gran importancia que comenzó a excavarse a principios del siglo XX y que ya mencionamos antes: el de Itatsuke, en la llanura de Fukuoka. Se trata de un asentamiento aterrazado que se sitúa en una zona elevada, dejando abajo las tierras pantanosas. El hábitat se hallaba en la terraza superior, mientras la terraza inferior se empleó para el cultivo del arroz. Como Nabatake, Itatsuke es también un yacimiento de cronología muy antigua y, de hecho, sus fases iniciales fueron durante algún tiempo consideradas como pertenecientes al periodo Jomon. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría en el asentamiento de Saga, en Itatsuke nunca se aprovecharon las tierras bajas inundadas para el cultivo, ni siquiera en los tiempos más antiguos, sino que desde el principio se construyeron toda una serie de complejas presas y canales en la zona sobreelevada situada entre el poblado y los pantanos.

Una vez cosechado, el arroz se almacenaba en silos subterráneos o en graneros elevados. En época Jomon ya se empleaban silos, aunque la tipología concreta de los silos Yayoi es continental, y presumiblemente llegó a través de Corea. No parece, sin embargo, que este sistema de almacenaje subterráneo diera buen resultado para el arroz en el húmedo clima japonés, y no pasó mucho tiempo antes de que desapareciera del registro arqueológico. Más adecuados se mostraron los almacenes sobrelevados, donde, a la manera de un hórreo, el arroz quedaba aislado de la humedad del terreno y protegido de los animales. Se piensa que algunas de las características constructivas de estos graneros han quedado fosilizadas en las tipologías de los santuarios japoneses tradicionales, como Izumo, en cuyo alzado se quiere reconocer el antiquísimo modelo de construcción sobre postes con una escalera que conduce a la zona superior.

No podemos concluir este breve resumen de la llegada a Japón de la agricultura sin volver a recordar que, aunque los arrozales eran predominantes, y el arroz era el alimento fundamental incluso en las regiones montañosas donde el terreno y el clima no eran ideales para su cultivo, también existía la agricultura de secano. Ya se dijo más arriba que los aperos agrícolas destinados a las tareas del cultivo del arroz eran de madera. También han llegado hasta nosotros, no obstante, utensilios agrícolas de piedra y metal, fundamentalmente azadas, que se empleaban en las otras tareas del campo. Se cree que en época Yayoi llegaron a cultivarse casi cuarenta especies diferentes de plantas, incluyendo mijo, judías y cebada.


Mujeres transplantando arroz. Fotografía de autor desconocido tomada hacia 1890

Por otra parte, la recolección de nueces, bellotas y castañas, tan importante en el periodo Jomon, siguió llevándose a cabo en la nueva era agrícola. De hecho, incluso antes de la adopción de la agricultura, la dieta prehistórica japonesa era amplia y variada. Esto no debe resultar sorprendente; de hecho, muchos arqueólogos y prehistoriadores de otras zonas del mundo sostienen que la alimentación de los grupos de cazadores recolectores era, en general, más saludable y heterogénea que la de los posteriores grupos agrícolas, aunque menos estable y, en ocasiones, tal vez menos abundante. En el apartado dedicado al yacimiento de Sannai Maruyama puede encontrarse un ejemplo del tipo de plantas y animales documentados para consumo humano en época Jomon. Muchos yacimientos Jomon cuentan con lo que la arqueología occidental denomina ‘concheros’, es decir, acumulaciones de las conchas de los moluscos consumidos en el lugar a lo largo del tiempo. A veces estos concheros, llamados en japonés kaizuka, consituyen auténticas colinas, que todavía hoy resultan claramente visibles en el paisaje. Hay menos datos sobre la dieta de momentos más antiguos, aunque contamos con restos de animales terrestres y marinos en algunos yacimientos paleolíticos, como la cueva de Hyotan, en la prefectura de Iwate, donde se han hallado conchas de mejillón y huesos de ciervo y de jabalí.

Así pues, la llegada de la agricultura supuso, desde el punto de vista de la alimentación, el inicio de la preeminencia del arroz en la dieta japonesa. Casi no hace falta decir que en nuestros días el arroz sigue ocupando el mismo puesto principal, como también ocurre en otras zonas de Extremo Oriente.

El lugar: el yacimiento Jomon de Sannai Maruyama

Sannai Maruyama se extiende sobre una pequeña colina junto a la bahía de Mutsu, cerca de la actual ciudad de Aomori, en el norte de la isla de Honshu. Muchas ciudades costeras del pasado se hallan hoy en día separadas de la orilla, al haber quedado sus bahías o sus estuarios colmatados en el transcurso de los siglos. Este fenómeno, común a muchas zonas del globo, fue, precisamente, el que ocurrió en esta importante población. En la actualidad, el yacimiento se encuentra a unos tres kilómetros del mar, considerablemente que en la época en la que estuvo habitado, entre los periodos Jomon Inicial y Medio.

Las primeras menciones a la existencia de un yacimiento arqueológico en Sannai Maruyama datan de los siglos XVII y XVIII. Entre los años 1953 y 1987 se llevaron a cabo algunas campañas de excavación en zonas puntuales. Pero el punto de inflexión vino en el año 1992, cuando el yacimiento se excavó de urgencia con motivo de la construcción de un estadio de baseball. La relevancia de los descubrimientos hizo que se terminara abandonando la idea de construir el estadio; la zona fue declarada Yacimiento Histórico Nacional en el año 2002, y hoy en día una parte está musealizada y abierta al público.