El pase antes del pase... y después

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Escribe en 1913 un trabajo que titula “Sobre el efecto de los deseos de muerte inconscientes”, y que fue publicado en forma anónima con la siguiente nota al pie:

La mayor parte del análisis que sigue está hecho sobre una persona acerca de cuya salud mental no tengo por qué dudar: yo mismo. Sería mezquino que nosotros, los analistas, nos abstuviéramos de analizar nuestras propias fantasías después de que nuestro maestro y algunos de sus alumnos han publicado interpretaciones de sus propios sueños. El sacrificio personal parece pequeño comparado con el beneficio que tales informes podrían brindar a la investigación. Cabe esperar que el interés intelectual del lector en estos complejos problemas lo induzcan a olvidar que la persona analizada es el analista mismo. (33)

Explica el anonimato refiriéndolo a la discreción que en aquel momento entiende como valentía. Me interesa subrayar el interés que tenía Reik en la transmisión y enseñanza del psicoanálisis a partir de su propio caso.

Un eje central de su análisis fue su amor al padre y el sentimiento de culpa por no haber podido salvarlo de su muerte, cuando él tenía 18 años. Relata una escena que lo marcó para siempre: corrió a la farmacia a comprar los medicamentos que le indicaron, pero al volver su padre ya había muerto. La pregunta que lo obsesiona es si hubiera podido salvar al padre de haber corrido más de prisa. Lo siguen autorreproches, sentimientos de culpa y una intensa excitación sexual. Reconoce finalmente, con espanto, que él no estaba dispuesto a sacrificar ni un sólo año de su vida por él. Tiene la sensación de que su padre muerto sabía todo sobre él y que su ambición de ser famoso se anudaba al padre, en tanto al hacer famoso su nombre honraba el de su padre. También siente que había llegado demasiado tarde, y que el destino había despojado a su padre de la oportunidad de convencerlo de que podría abrirse camino en el mundo de los hombres. Afirma que tuvo la misma sensación cuando murió Freud.

Claramente esto indica el lugar paterno que Freud ocupaba en la transferencia. Sorpresivamente, en ese contexto, le brota ese impulso de leer todo lo que Goethe había escrito, a lo que se suma la exclusión de otras lecturas. Era una orden que debía obedecer. Nos aclara que Goethe representaba para los alemanes no sólo “el gran hombre”, sino también la figura paterna exaltada. Cita el “Moisés…” de Freud cuando afirma: “¿Qué otro que el padre de nuestra infancia podría ser el gran hombre?”. Reik dice que sólo en su análisis reconoció el verdadero significado inconsciente de su lectura de Goethe y recorta un recuerdo infantil: su padre encuentra su diario secreto, en el que confesaba su amor por una vecina, y lo lee en voz alta a su madre y amigos. Su madre adivina quién es la muchacha y su padre agrega: “Bueno, quizás llegue a ser escritor o poeta”. Si no llegaba a ser escritor, al menos debía saber todo sobre Goethe, gran hombre a quien su padre había admirado tanto.

Queda capturado por Poesía y verdad, más bien por el romance entre el joven Goethe y Federica. No puede comprender por qué abandona a su amada tan cruelmente: “…nunca había considerado la vida y obra de Goethe desde un punto de vista analítico. Se trataba sin duda de un resto de mi temerosa veneración por esa monumental figura”. (34) Nos habla de un resto, que podemos situar como un resto de amor al padre: “No sabía que hablaba de mí mismo cuando intentaba penetrar la vida emocional secreta de un joven muerto desde hacía casi doscientos años… El psicoanálisis afirma que no vivimos, sino que somos vividos”. (35)

Reik puede ubicar muchos años después una relación entre esa lectura compulsiva de Goethe y su propia vida: el romance de este con Federica y su primera relación amorosa con Ella, quien luego sería su mujer. Muere su madre, y Reik se casa con Ella, su sucesora, a los 22 años. Cuando Ella padece una dolencia cardíaca, surge en Reik la idea de dejarla, pero se dice a sí mismo que nunca abandonaría a un tesoro tan precioso: “Me sentía preocupado por el futuro, insatisfecho con el presente… y a menudo me desquitaba por todo esto con mi joven esposa, que tenía una visión mucho más optimista de la vida… Yo era un asesino de alegrías…”. (36)

Durante su análisis con Abraham, Reik analiza un síntoma de eyaculación precoz, y finalmente desaparece. Afirma que sentía un gran amor por Ella, pero no había “armonía sexual”; alude así a la idealización del objeto amado y a la división entre la madre y la puta, lógica que padece en su vida amorosa. Reik nos transmite de este modo lo que Freud llama restos:

…una neurosis no se evapora después del análisis y no desaparece sin dejar rastros. Lo que queda son cicatrices, como después de una operación, y se hacen sentir cuando más tarde se producen serios conflictos internos… Cuando mi esposa estuvo enferma sentí esas cicatrices… Surgió una nueva cadena de pensamientos obsesivos contra los que tuve que luchar. Volví a sentirme acosado por la amenaza de una calamidad inminente… (37)

Durante la época en que Ella se enferma, él se condena nuevamente a trabajos forzados, ya no con lecturas compulsivas sino con la práctica analítica: trabajaba once horas diarias para pagar los médicos y mantener a los padres de Ella. Es preciso al señalar que encontraba un goce en estos sacrificios, “una oculta satisfacción”. (38) Este masoquismo era una expiación y un autocastigo por su crueldad hacia Ella: “…era un confinamiento solitario… Trabajaba como un esclavo… y me hundía en lo que era casi una orgía de masoquismo”. (39) Teme acercarse sexualmente a su mujer porque estaba asociada la visión de verla morir en sus brazos. Aparecía la imagen de la muerte en conexión con la sexualidad. ¡Esto le sucedía a Goethe!: ese temor obsesivo le impidió acercarse sexualmente a una mujer antes de los 40 años.

Reik se enferma, tiene mareos, vómitos y diarrea. Esos ataques comienzan súbitamente en cualquier lugar, solo o acompañado. Tiene la sensación de que se aproxima el final, padece ansiedad. Afirma que había experimentado temor a la muerte durante la guerra, pero nunca nada parecido al terror de estos ataques. Freud le dice que no creía que sus malestares tuvieran que ver con una angina de pecho, porque era demasiado joven para eso… Se convence de que sus ataques eran fenómenos de conversión. Lo va a ver a Freud durante un verano en Viena: “Lo vi unas cuantas veces… Siendo un analista con muchos años de experiencia me encontré en el diván analítico como paciente de Freud. Era una situación extraordinaria y se convirtió en una experiencia emocional e intelectual que atesoraré mientras viva… Misteriosamente esos ataques no se produjeron mientras estuve en Viena”. (40)

Reik le menciona a Freud que pasaba casi todo su tiempo libre con Ella en el sanatorio, a lo que Freud responde: “Quizás eso no sea muy bueno y sería mejor quedarse solo un momento, ir a otra parte, y volver a permanecer junto a ella sólo unos instantes…”. Sobre esto, Reik afirma: “Quedé atónito y no pude entender qué quería decirme”. (41) Le habla a Freud sobre sus temores a los peligros de la relación sexual con Ella, sus dificultades respiratorias durante el acto sexual y la impresión que causaban en él. También sobre el encuentro con una mujer más joven por la que se siente atraído. Tiene fantasías de divorciarse, pero sabe que esto no es posible, e insiste en su relato con los ataques. Freud escucha en silencio cómo describe sus malestares y remordimientos. Casi al final de esa última sesión, Reik escucha por primera vez su voz baja pero firme: “Se trataba de una sencilla pregunta, pero su eco resonó en mí durante mucho tiempo”. (42) Esa pregunta tiene el estatuto de una interpretación memorable: “¿Recuerda usted la novela El asesino, de Schnitzler?”. Reik responde, sorprendido: “¿Ah, es eso?”. Aguarda cierta explicación porque no comprende la conexión… pero sólo encuentra silencio. Y, de golpe, un mareo leve y súbito, una alusión a aquella sensación. Los síntomas de conversión que lo habían aquejado nunca más volvieron a repetirse. La obra de Schnitzler era muy conocida por Reik, ya que la había analizado desde el punto de vista psicoanalítico. Y Freud conocía el libro ya que él mismo se lo había regalado y dedicado.

La historia es la siguiente: Alfredo, joven rico, mantiene una desgastada relación con Elisa. Se enamora de Adela, con la que desea casarse. El padre de Adela le impone que viaje un año por el mundo sin tener contacto con su hija como prueba de su amor. Si al regresar siguen amándose, no se opondría al matrimonio. Alfredo inicia el viaje con Elisa, que sufre espasmos cardíacos. Se mantiene alejado sexualmente de ella con la excusa de su enfermedad, pero ella logra atraerlo. Antes tenía la esperanza de que muriera en el acto sexual, pero ahora se siente burlado porque Elisa, dichosa, parece albergar una nueva vida. Desesperado, caminando por la playa, sufre un mareo y se siente desmayar. Luego de este ataque decide envenenar a Elisa, quien muere después de tener relaciones sexuales con él. Regresa a Viena y Adela se ha comprometido con otro hombre.

Cuando Reik escucha la pregunta de Freud se sorprende, espera una explicación que no llega y siente el mareo. El síntoma se dirige al Otro, analista: “…supe que había llegado al significado inconsciente de esos ataques”. Sus mareos señalaban el brusco despertar de una ensoñación; y sus ataques, el sentimiento de muerte, señalan que se condenaba a muerte por sus pensamientos asesinos: “Inconscientemente sentía que debía morir porque deseaba la muerte de mi esposa”. (43) Comenta que esto se reaviva a partir de que se siente atraído por esa otra muchacha.

¿En qué radica la eficacia de la intervención? Le permite reconocer su deseo de matar a su esposa en la relación sexual en el deseo del personaje Alfredo. Por lo tanto ya no es el asesino, y disminuye así su sentimiento inconsciente de culpa que es, según él, causa de sus conversiones. Recordemos que él mismo se ubicaba como un “asesino de alegrías”. Enfrentar esta realidad no le produce pánico sino calma, y el síntoma cede. Ahora mantiene el deseo y el acto bifurcados, ya no se siente un condenado a muerte, pero se sacrifica con trabajos forzados para que su mujer no padezca su tan mala salud. Cree que ella espera de él sus cuidados y, podemos agregar, evita así confrontarse con el goce femenino.

 

Es interesante destacar que Reik supone que Freud sabía desde mucho antes el sentido de sus síntomas, pero decide esperar y relacionar su saber con la novela. Atribuye esto a una táctica del analista, la de esperar a que el paciente esté psicológicamente preparado para la interpretación: “En mi caso, Freud postergó su explicación en la medida de lo posible dentro del poco tiempo de que disponíamos. Si me hubiera dicho inmediatamente cuál era el significado inconsciente de mis ataques –‘usted quiere que su esposa muera para poder casarse con esa otra joven’– no sólo me hubiera producido un choque, sino que no le hubiera creído […]. Fue un toque genial… No me dio una explicación analítica directa e inmediata sino que hizo que yo la encontrara solo”. Reconoce en la novela de Schnitzler su fantasma imaginario y su identificación con Alfredo: “Ese no era yo, sino la forma en que me había concebido inconscientemente como un implacable asesino”. (44) Vía el análisis puede separarse de este fantasma reconociendo que Alfredo había hecho lo que él deseaba hacer. Precisa que el fantasma estaba ligado a un deseo.

Luego de despedirse de Freud camina sin rumbo fijo durante varias horas. Se siente extrañamente tranquilo y tiene la certeza de que nunca volverán aquellos síntomas. Podemos pensar que hubo una separación del fantasma en su vertiente imaginaria. Hay cierta certidumbre al final, y da cuenta de un nuevo entusiasmo que le permite ver la vida bajo una luz más optimista. Aún con efectos inmediatos, destaca que pasaron varios años antes de que llegara a comprender plenamente el significado de esa última sesión con Freud: “Era como si se hubiera hecho un claro en medio de una densa niebla…”. (45)

Reik afirma que el “significado de la verdad que había descubierto” tiene más de una única resonancia. Freud dijo al final: “Lo habría creído más fuerte”. Esta frase vuelve reiteradas veces a su mente. Entiende que si hubiera sido más fuerte no habría necesitado castigarse ante sus pensamientos asesinos. ¿A eso se refería Freud cuando alude a la fortaleza del yo? Reik señala que esto, que conocía teóricamente, lo experimenta en esa sesión. Y, por otro lado, se deduce lo que Freud sostenía respecto del fortalecimiento del yo en cuanto a que se sustituye la “decisión inadecuada que se remonta a la edad precoz por una tramitación correcta”. (46)

Al final de sus Confesiones escritas cuarenta años después, expresa que conocer a Freud y a Ella, su esposa, fue un golpe de suerte, y que ambos se convirtieron en imágenes primarias. Ella era única para él, un modelo de mujer, “la feminidad hecha persona”. Y Freud no sólo fue un gran hombre para él, sino el modelo de hombre con integridad, coraje moral, fortaleza e ingenio: “Lo que Ella y Freud significaron en aquellos años dejó huellas profundas e imborrables en mi carác-

ter…”. (47)

Sabemos que en su práctica Reik apuesta a lo singular, critica las lecturas corrientes y llama “tercer oído” a ese escuchar tras los dichos de un paciente: los matices, los colores, los detalles más sutiles, la enunciación. Al final escribe:

Todo a mi alrededor y en mi interior está silencioso. No hay urgencias poderosas, ni emociones intensas… pero sí esa desagradable sensación de presión y tirantez, la respiración pesada y un leve mareo… Ya no hay dolor por una mujer amada, sino preocupación por el músculo del corazón… Debo dejar de fumar… Recuerdo una frase que el viejo Freud dijo cierta vez: “En cuanto el alma alcanza la paz, el cuerpo comienza a preocuparnos”. (48)

Podemos situar en este final la presencia de lo que Freud llamaba restos sintomáticos y la articulación con el cuerpo que se goza, cuestiones que abonan lo que Lacan trabajará en su última enseñanza: que el pase es del orden del no-todo.

6.2. H. Doolittle: la escritura, del síntoma a la causa

El testimonio de Hilda Doolittle (HD) de su experiencia de análisis con Freud fue escrito en 1944 y publicado en Buenos Aires en 1979. (49) Resulta muy interesante y conmovedor, ya que se acerca a Freud desde el registro de una paciente que no es analista sino escritora. Es un tributo, es decir un homenaje al analista en un estilo poético, que es el estilo de esta poetisa norteamericana.

Si bien mi interés se centra en los finales de análisis y en su transmisión, considero que hay algunos pasajes que podemos tomar de su experiencia. Hay un entrecruzamiento entre la vida y el análisis; y a pesar del conflicto, las guerras, la muerte… HD nunca deja de tener en claro que está ahí para analizarse. Podemos destacar la enorme transferencia que tiene con Freud: lo llama “médico sin tacha”, “el Profesor”; por supuesto que es una transferencia idealizada, pero a la vez demuestra que el mismo Freud persigue desde su posición la posibilidad de agujerear ese gran Otro.

EL PROFESOR

“Recuerdo que el Profesor dijo que nunca se sabe, hasta que termina el análisis, qué es lo importante y qué no lo es”.

En el año 1933, en la ya inestable Europa, Hilda Doolittle decidió trasladarse a Viena para analizarse con Freud por sugerencia de su compañera, la escritora Bryher (Annie Winifred Ellerman), y de Hanns Sachs, con quien había tenido algunas sesiones antes de que él emigrara. Esta primera consulta duró tres o cuatro meses, y luego regresó en octubre de 1934 durante dos meses más. Buscaba aliviar su angustia y realizó con él un tratamiento durante el cual escribió lo vivido en sus sesiones.

Escribió “Escrito en la pared” en 1944; allí afirmaba que “el pasado había irrumpido literalmente en la conciencia con los bombardeos de Londres”, y el análisis con Freud formaba parte de ese pasado. Se publicó bajo el título Tributo a Freud (1944), junto con “Advenimiento”, que son las notas que tomó durante su análisis en 1933, y una selección de cartas de la correspondencia con Freud: “Era tan importante para mí, para mi propia leyenda. Sí, mi propia leyenda. Entonces a ponerse bien y a crearla de nuevo”. Norman Holmes Pearson, quien escribió el prólogo en julio de 1973, comentaba que ella usaba el término leyenda como cuento, historia, algo para leer, su propio mito. Y señalaba que “Advenimiento” era un testimonio.

Estaba desorientada y consultó a Freud buscando respuestas; escribe:

No me doy cuenta de qué era específicamente lo que quería, pero sabía que, como mucha gente que conocía, en América, en el continente europeo, andaba sin rumbo. Por lo menos, sabía eso; […] hacer inventario de mis modestas pertenencias de alma y cuerpo, y pedir al viejo ermitaño que vivía en el límite de este vasto dominio que me hablara, que me dijera, si quería, cómo dirigir mi curso. (50)

Este tributo a quien fue su analista, “el Profesor”, como ella lo llamaba, aparece diez años después que este le dijera: “Por favor, nunca –quiero decir nunca, en ningún momento, en ninguna circunstancia– emprenda mi defensa si alguna vez oye opiniones ofensivas contra mí o contra mi obra”. (51) En su relato HD puede decir lo que entonces (según su testimonio) “no pudo decirle” a Freud.

Freud la nombra “poeta” y la alienta a que continúe por esta vía, y no a que se convierta en analista. Si bien cuando consulta a Freud ya es una reconocida poeta, cofundadora con Ezra Pound del imagismo, su elección está marcada por el análisis: “…sentí que encontrarlo a los 47 años, y ser aceptada por él como paciente o estudiante, parecía coronar todos mis otros vínculos y relaciones personales, justificar todas las espiraladas tortuosidades de mi mente y de mi cuerpo. […] nada de lo que recuerdo tiene importancia ahora excepto en relación con la cuestión de si se lo digo o no se lo digo a Freud” (“Advenimiento”, 1933).

Ella se sitúa con respecto a Freud en la alternativa de “ser aceptada por él como paciente o estudiante”. En esos años Freud estaba muy preocupado por el futuro del psicoanálisis y la formación de analistas. Debido a su avanzada edad y a los problemas de salud, sólo recibía en análisis a aquellos que pretendían ser formados como analistas. El análisis tenía ese sesgo de ser terapéutico o didáctico.

HD elabora su análisis en “Escrito en la pared”, diez años después de terminado, en el momento en que la guerra deja de ser una amenaza y se convierte en realidad:

La guerra se cernía sobre nosotros, antes de que yo tuviera tiempo de clasificar, de revivir, y de reunir la serie singular de acontecimientos y de sueños que pertenecían, según el tiempo histórico, al período 1914-1919… y atrapé la ocasión inesperada de trabajar con el Profesor mismo. […] Era en Viena, 1933-1934… Mis horas o sesiones habían sido acomodadas cuatro días a la semana… tal era la distribución de la segunda serie de sesiones… Volví a Viena porque oí acerca del hombre con el que me cruzaba a veces en las escaleras. (52)

Ella vuelve a ver a Freud ante la muerte accidental de J. J. van der Leeuw. Solamente había intercambiado horas con él, pero le “parecía el hombre perfecto para la tarea perfecta”:

El Profesor no me había dicho que J. J. van der Leeuw había advertido en sí mismo un deseo o una tendencia subconsciente profundamente arraigada, vinculada con su brillante carrera en la aviación. El Holandés Errante sabía que en un momento dado en el aire –su elemento– era probable que volara demasiado alto, demasiado velozmente. (53)

Freud le dice que eso era lo que realmente le interesaba. Y agrega: “Ahora puedo decirle que eso era lo que realmente nos interesaba a ambos. […] Luego que se fue la última vez sentí que había encontrado la solución, realmente tenía la respuesta, pero era demasiado tarde”. (54) HD responde:

Siempre tenía un sentimiento de satisfacción, de seguridad, cuando me cruzaba con el doctor Van der Leeuw en las escaleras… Parecía tan seguro de sí mismo, tan aplomado; y usted me había hablado de su trabajo. […] Sentí que usted y su obra y el futuro de su obra serían heredados especialmente por él. ¡Oh, sé que existe el gran cuerpo de la Asociación Psicoanalítica, investigadores, doctores, analistas preparados, etcétera! Pero el doctor Van der Leeuw era diferente. Sé que usted ha sentido esto muy profundamente. Volví a Viena para decirle cuánto me apena. (55)

El Profesor dice: “Usted ha venido a ocupar su lugar”. ¿Qué le señala con esta respuesta? Le señala el goce, ese que tiene por volar alto y veloz; no parece tratarse sólo del desciframiento. Al decirle que ella ocupa su lugar, la sostiene en esa excepción no como analista, sino como poeta.

Ella dice que le envidiaba su personalidad aparentemente libre de complicaciones: “No parecía haber nada de Sturm und Drang en él”. (56) Y afirma que no quiere dejarse arrastrar por la sucesión estrictamente histórica de los acontecimientos: “Quiero evocar las impresiones o, más bien, que las impresiones me evoquen a mí”. (57) Hay una intervención de Freud que HD recorta, referida a la transferencia y a lo que podemos leer hoy como una vacilación calculada del analista. La encontramos tanto en “Escrito en la pared” como en “Advenimiento”.

HD tiene una obsesión constante con que el análisis será interrumpido por la muerte y con algunas asociaciones en las que liga a Freud con Lawrence (amigo muerto): “El Profesor me dijo: ‘Hoy –y golpeó con la mano– estuve pensando en lo que dijo, que no vale la pena amar a un anciano de 77 años’. Le dije que yo no había dicho eso. Él sonrió. Aclaré: ‘No dije que no valiera la pena, dije que lo temía’”. (58) Ella se pregunta por qué él dijo esto, queda desconcertada, no entiende qué dijo antes para que Freud hablara así. Recuerda la afirmación de Freud: “En análisis la persona está muerta luego que el análisis termina, tan muerta como su padre”. (59) HD concluye que tal vez después de todo era un recurso para romper en ella algo que sólo advertía parcialmente: “Él sabe que el problema es que yo no me entrego”. (60)

Ella nos transmite que para Freud al final del análisis el analista queda destituido de su lugar, tenga la edad que tenga. Pero antes, es necesario amarlo. Muestra así su castración, φ, posición muy distinta de la de un padre idealizado. Orienta el análisis hacia la caída del amor al padre analista. Sus intervenciones están en la línea de “por supuesto, usted comprende” o “quizá a usted le parece otra cosa”.

 

ESCRITO EN LA PARED

Uno de los puntos centrales de este “testimonio” es el análisis que realiza de una visión que tiene durante un viaje a las islas griegas. (61) Ella ve imágenes proyectadas en la pared del hotel. Freud insiste sobre esta visión y le pide asociaciones. Lo llamará su “síntoma peligroso”.

No podemos dejar de señalar que su nombre entra en el análisis. La inicial H, es asociada a Helen, a quien Poe dedica su poema; Helen se llamaba también la madre de HD; y es la inicial de Hellas, Grecia. Realiza el desciframiento de lo que su nombre interpela y concluye en grabar sus iniciales HD en un anillo. También será nombrada así por Freud en las cartas que le responde luego de concluido el análisis.

Por otra parte, “la escritura” es ese síntoma que se va construyendo en el análisis. Ella lo ubica como “síntoma o inspiración”, y afirma que “síntoma o inspiración, la escritura continúa escribiéndose a sí misma o siendo escrita”. (62) Cuando HD consulta a Freud, se encuentra presa de una fobia a la guerra y del fantasma de esa escritura que le imponía su necesidad de repetición; no cesaba de repetir su fracaso, de escribirla y de contarla para liberarse de ella.

CONCLUIR

¿Qué podemos decir de este final? Podemos recortar la orientación a la escritura, que de síntoma peligroso se transforma en algo que la define, en la causa de su vida. Freud se barra, hay desciframiento de la verdad del inconsciente, y sobreviene el final, del cual no hay muchas precisiones. Uno de los últimos sueños que HD relata es: “Soñé con dos libros, yo era la autora… Haré salir este libro. Tengo dos más”, (63) junto con otro en el que se preguntaba: “¿Estamos todos muertos?”. La guerra era ya una realidad.

Se verifican los restos transferenciales, esos que Freud tan bien había localizado en la experiencia con sus pacientes. Y en una de las cartas publicadas, enviada por Freud el 20 de julio de 1933, él le dice: “…esperaba que me dijera que estaba escribiendo, pero tales asuntos no deben ser forzados. Confío en que más adelante lo hará…”. (64)

6.3. “El análisis que no fue” en el caso de Joseph Wortis

Joseph Wortis era un psiquiatra neoyorkino que se analizó con Freud en octubre de 1934, sólo por algunos meses. En 1935 introdujo en Estados Unidos el tratamiento por shock hipoglucémico. Recibió de Havelock Ellis, su héroe literario y científico, la propuesta de estudiar e investigar acerca del psicoanálisis. Para ello le otorgaron una beca con una gran suma de dinero.

Wortis tenía una posición escéptica ante el psicoanálisis, aunque a la vez se sentía atraído por la obra de Freud; por ello se decidió a solicitarle una entrevista. Escribió Mi análisis con Freud en 1965; (65) de este relato he recortado algunos puntos que me parecen interesantes ya que dan cuenta de una solución del final por interrupción.

Se presenta como psiquiatra y le plantea a Freud que quiere aprender psicoanálisis, por lo que le solicita una formación teórica informal. Freud le responde que la única manera de aprender psicoanálisis es someterse a un análisis, y le sugiere para esto a otros analistas, más baratos que él. Pero Wortis sólo quiere analizarse con Freud. “Un análisis requiere de una hora diaria, cinco días a la semana y se inicia con una prueba por 14 días durante la cual el analista y el paciente deciden si les interesa continuar”, (66) le responde Freud.

Wortis está allí pese a que Ellis se opone a que se someta a un análisis. Freud lo tiene claro y se lo transmite: le dice que Ellis rechaza el psicoanálisis. En el prólogo de su libro, W. escribe: “Este es un libro que trata sobre S. Freud y sus teorías, no sobre mi persona”. Le cuestiona a Freud sus teorías y no manifiesta síntomas.

En la segunda entrevista le dice:

Me molestaba la implicación de que el psicoanálisis permanecía claro y perfecto, como una revelación divina, y que únicamente aquellos dotados de gracia podían compartir sus secretos. Bien podría suceder que yo a mi vez rechace el análisis […] y permítame señalar que, en virtud de ello, hay algo en mí que no anda bien, no resulta muy agradable.

Freud responde: “Prefiero diez veces más un estudiante a un neurótico”. Está claro que un estudiante no trae su padecimiento sino más bien su interés científico. Wortis no se implica en el análisis, y Freud intenta diferentes intervenciones. También le sugiere que deje el tratamiento porque no ve progresos: “Es usted un condenado principiante”. (67) Pero Wortis insiste, quiere quedarse, seguir. Trae sueños que al decir de Freud no son más que nuevas resistencias. Finalmente, Freud también lo desautoriza a analizar: “Usted no tiene la menor idea respecto de la técnica… Usted tiene derecho a vivir pero no como analista… Si alguien me pregunta sobre cierto talentoso Sr. Wortis que vino a estudiar conmigo, le diré que no aprendió nada y me desligaré de toda responsabilidad”. Wortis escribe que Freud “posee un admirable talento para hacerle sentir a uno que es un inútil… Pronto concluirá esto y habrá constituido una excelente experiencia”. Freud le señala que lo que él desea es el proyecto de la insulina, y lo alienta a salir del análisis. Más bien lo echa.

¿Qué nos enseña este relato? La posición de Freud es firme y contundente: para poder analizar y analizarse hay que creer en el inconsciente.

1- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), Obras completas, t. 23, Buenos Aires, Amorrortu, 1997.

2- Freud S., “Cartas a Wilhelm Fliess” (1887-1904), Carta 242, Obras completas, t. 1, Buenos Aires, Amorrortu, 1996.

3- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), op. cit., p. 219.

4- Miller J.-A., “Marginalia de Milán sobre ‘Análisis terminable e interminable’”, Uno por Uno nº 36, Revista de la AMP, Barcelona, 1994, p. 47.

5- Freud S., “Inhibición, síntoma y angustia” (1926), Obras completas, t. 20, Buenos Aires, Amorrortu, 1986.

6- Ibid., p. 221.

7- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), op. cit., p. 223.

8- Miller J.-A., “Marginalia de Milán sobre ‘Análisis terminable e interminable’”, 2ª Parte, Uno por Uno nº 37, Revista de la AMP, Barcelona, 1994, p. 24.

9- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), op. cit., p. 226.

10- Freud S. (1937), “Análisis terminable e interminable”, op. cit., p. 230.

11- Lacan J., El Seminario, Libro 13. El objeto del psicoanálisis (1965-1966), inédito.

12- Miller J.-A., “Marginalia de Milán sobre ‘Análisis terminable e interminable’”, Uno por Uno nº 36, Revista de la AMP, Barcelona, 1994, p. 62.

13- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), op. cit., p. 238.

14- Ibid., p. 239.

15- Ibid., p. 240.

16- Ibid., p. 241.

17- Miller J.-A., “Marginalia de Milán sobre ‘Análisis terminable e interminable’”, Uno por Uno nº 36, op. cit., p. 67.

18- Lacan J., “Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache” (1966), Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1985, p. 661.

19- Freud S., “Análisis terminable e interminable” (1937), op. cit., p. 239.

20- Ferenczi S., “El problema de la terminación de los análisis” (1928), Obras completas III, Madrid, Espasa-Calpe, 1984.

21- Delgado O., La aptitud de analista, Buenos Aires, Grama, 2012.