El pase antes del pase... y después

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CAPÍTULO 1 El fin de análisis que Freud plantea en “Análisis terminable e interminable” (1)

1. Trauma y resto

La preocupación de Freud por el fin del análisis persiste en diversos momentos de su obra. La encontramos tempranamente en su correspondencia con Fliess, en la que menciona el caso del “Señor E”:

E. concluyó, por fin, su carrera como paciente mío con una invitación a cenar a mi casa. Su enigma está casi totalmente resuelto; se siente perfectamente bien y su manera de ser ha cambiado por completo; de los síntomas subsiste todavía un resto. Comienzo a comprender que el carácter en apariencia interminable de la cura es algo acorde a la ley y depende de la transferencia. Espero que ese resto no menoscabe el éxito práctico. (2)

Casi al final de su obra, en su texto “Análisis terminable e interminable” –que podemos considerar, si seguimos a Lacan, su “testamento”–, se interroga en primer lugar si es posible terminar un análisis, y luego cuándo y de qué manera. Vemos que el “resto” al que alude ya en 1900 sigue apareciendo como una preocupación constante en su obra. Articula a la causalidad de la neurosis los conceptos de trauma (como causa exterior y contingente), pulsión (como causa interna y constitucional) y el yo; aborda en este mismo texto el problema de previsión y prevención; y se interroga sobre la pulsión de muerte y los límites del análisis.

Si bien al comienzo se pregunta por la larga duración de la experiencia analítica y la preocupación del hombre moderno por acortarla, al mismo tiempo nos sorprende porque se refiere a un resto que perdura y haría imposible su terminación absoluta. Da varias vueltas para situar este resto. Por un lado utiliza una metáfora aludiendo a que un fragmento de una época anterior permanece a título de resto en la época posterior, y por otro lado convoca a lo largo del texto a sus antiguos discípulos y analizantes bajo el interrogante de lo que su propia práctica produjo. ¿Qué efecto tuvo el análisis en estos sujetos?

Critica duramente a su discípulo Otto Rank, quien sostiene que el trauma de nacimiento (1924) es la fuente de la neurosis porque conlleva la posibilidad de que la fijación primordial a la madre no se supere y continúe como represión primordial. Para él la represión primaria tenía como contenido el trauma. La tesis de Rank acerca de la causa de la neurosis es que esta proviene de un acontecimiento que se produjo en la realidad, y se mal encuentra con la libido del sujeto. Mediante el análisis de ese trauma primordial Rank creía poder eliminar toda la neurosis, ir a la represión última, “de suerte que una piecita de trabajo analítico ahorrara todo el resto”. (3)

Freud es taxativo: afirma que esta idea de Rank de economizar el camino es congruente con la época y está bajo la influencia de la posguerra europea y la prosperity norteamericana, ambas pertenecientes al pasado. Para Freud es ineludible en un análisis pagar el precio, y Rank no lo paga porque nunca se analizó, se aparta del movimiento psicoanalítico.

Respecto de Rank, es interesante lo que Jacques-Alain Miller señala en “Marginalia de Milán”, artículo en el que comenta el texto freudiano. Dice que Freud cita a Rank a raíz de su particular salida del análisis, y lo define como alguien que no quiere saber nada del psicoanálisis, que pasó de una pasión de saber a un desinterés, como si el psicoanálisis le hubiera hecho desaparecer ese deseo. Afirma irónicamente que, según Lacan, a Rank sólo le faltó el pase. (4)

Volviendo a Freud, él se pregunta cómo salen sus analizantes del análisis con él, de su práctica. En “Inhibición, síntoma y angustia” se refiere a que el análisis concluye cuando el sujeto ya no sufre de sus síntomas, y supera sus angustias e inhibiciones. (5) Sabemos que para Freud la represión primaria no tiene un contenido y no es la última palabra como lo es para Rank, pero eso no impide que haya un final. Freud también tuvo su intento de abreviar las curas; lo hizo con el Hombre de los Lobos: precipitó el final fijando un plazo por anticipado para resolver así el impasse en el que se encontraba, ya que el paciente no quería concluir, lo que daba cuenta de una autoinhibición de la cura. Con esta medida se produjo la resolución de la neurosis. En 1914 Freud lo consideró radicalmente curado, pero en 1923 admitió haber incurrido en un error y tuvo que ayudarlo a dominar una “pieza no tramitada de transferencia”.

Este caso fue analizado en los años posteriores por Ruth Mack Brunswick, una de sus discípulas. Mientras Freud destaca un “cambio de vía” cuando las cosas quedan sin tramitar, ella en cambio enfatiza los restos de la vieja neurosis, fragmentos de su historia infantil que no habían salido a la luz y “que ahora eran repelidos con efecto retardado como unos hilos tras una operación”, y “restos transferenciales” que se presentan en el pasaje de un análisis a otro. (6)

Finalmente, Freud le resta potencia a esta medida coercitiva de fijar un plazo anticipado para el fin de la cura, y recuerda que la interpretación analítica está más bien ligada al tacto y que “el león salta una sola vez”, en un instante, en el momento oportuno. Tampoco les da crédito a la prevención, ni al saber como causa inmediata de una mutación subjetiva. Se puede entender de qué se trata, pero eso no necesariamente lleva a un cambio rápido en el sujeto; es decir, la pedagogía es inoperante en el análisis. No es posible cortocircuitar las curas, sin embargo Freud se pregunta: ¿cómo terminar con ese stuck? (‘resto’ en alemán). Sobre este punto Miller refiere que Lacan hablará del “resto fecundo”, y que en la historia humana lo más fecundo son los restos. ¡Lacan mismo fue un resto de la operación IPA!

2. ¿Cuánto tiempo dura el éxito terapéutico? La pulsión y el yo

Freud también se interroga respecto de la duración de lo obtenido en el final, es decir, por cuánto tiempo podremos beneficiarnos del éxito terapéutico. Si existe una conclusión natural para cada análisis, ¿a qué llamamos final de un análisis? ¿Se puede ir hasta el final sin que algo retorne más tarde? No se trata sólo de ir más rápido, sino de a dónde vamos.

Como ya he mencionado, Freud argumenta en 1926 que el análisis termina cuando el paciente ya no sufre a causa de sus síntomas y ha superado sus angustias e inhibiciones. Define así un final práctico y terapéutico cuando el analista juzga haber hecho consciente lo reprimido en el paciente, esclarecido lo incomprensible, eliminado sus resistencias. Y si por algún motivo externo, por ejemplo una mudanza o falta de dinero, el paciente no alcanza estas metas, habla de análisis imperfecto más que de uno no terminado.

Lo que a mi parecer Freud introduce como crucial, siguiendo este camino, es la pregunta de si existe la “normalidad” psíquica, y si es posible alcanzarla por medio del análisis. Antes se había referido al trauma, ahora introduce el factor pulsional. O sea, le agrega al trauma la pulsión. Cuando la pulsión es causa de la neurosis, no puede acelerarse la cura ni anticiparse un resultado duradero. Dice que hay acciones mixtas de factores constitucionales y accidentales para pensar la etiología de las neurosis, pero la etiología traumática ofrece oportunidades más favorables al análisis y permite considerar un análisis terminado definitivamente. Más aún: refiere que cuando hay un trauma el sujeto tomó en el pasado una decisión equivocada, y mediante el fortalecimiento del yo se sustituye la “decisión inadecuada que se remonta a la edad precoz por una tramitación correcta”; (7) no hay daño en el yo.

¿Cuáles son los obstáculos a la conclusión de la cura? Los factores desfavorables están del lado de la intensidad constitucional de las pulsiones y de la alteración del yo por la lucha defensiva, porque son causas internas. “El destino de la curación depende del destino de la pulsión”. (8) Cuando se trata de la pulsión, el yo no toma la decisión sino que se altera, se deforma. Pero cuando se trata del traumatismo el yo decide huir para defenderse. Son dos modos de defensa del yo, uno ante el trauma y otro ante la pulsión. Por lo tanto, la intensidad constitucional de las pulsiones y el grado de alteración del yo son causas internas que harían que un análisis no termine. De aquí se desprenderán la teoría kleiniana sobre el final de análisis, que se basa en limitar la intensidad pulsional; y la psicología del yo, que apunta al reforzamiento yoico, en el cual el final está planteado por la vía de una identificación con el yo no alterado del analista.

Podemos constatar que, si bien Freud propone al yo como un poder de dominio, hay para él un factor cuantitativo que no podemos dominar y del que siempre queda un resto.

Jacques-Alain Miller compara este resto freudiano con la división subjetiva que produce el objeto a para Lacan, ese resto de goce que no puede ser reabsorbido por lo simbólico.

También se abre en el texto de Freud el capítulo que podríamos llamar “Ferenczi”, respecto de la salida del análisis. Freud menciona su caso sin precisar de quién se trata, aludiendo a la aparición de la transferencia negativa que no fue analizada en su momento por él y que su discípulo, ex paciente, le reprocha. Por otra parte, está seguro de que no se puede analizar previendo un conflicto si este no es actual ni se exterioriza; como mencionamos anteriormente, no es posible hacer prevención. En la época en que analizó a Ferenczi no surgió la transferencia negativa. Llama optimistas tanto a los que creen en la posibilidad de tramitar de manera definitiva un conflicto pulsional como a los que sostienen la prevención y creen en las vacunas contra la angustia. Y llama escépticos a los que dicen que “ni siquiera un tratamiento exitoso protege a la persona por el momento curada de contraer luego otra neurosis… hasta con la misma raíz pulsional”, (9) o del retorno del antiguo padecimiento. Freud es categórico: no es posible acortar las curas por esos atajos, “no despertar a los perros dormidos es imposible porque los perros nunca duermen”, siempre habrá conflictos pulsionales.

 

Jacques-Alain Miller sugiere que la neurosis puramente traumática es una ficción ideal, queda sólo la neurosis de guerra. El resto incumbe al sujeto y a las alteraciones del yo. De hecho, Lacan formuló su concepto de sujeto a partir de la defensa del yo: el sujeto dividido es en sí mismo una defensa, por lo tanto podemos decir que la pulsión es en sí misma traumatismo; y eterniza en el sujeto el trauma del goce. Lacan también ubica el fantasma fundamental como defensa primordial del sujeto respecto de la pulsión, y retoma la lectura freudiana de la pulsión como una exigencia: hace de la pulsión una demanda silenciosa y escribe: $ ◊ a.

Entonces, ¿qué impide que la curación sea definitiva?, se pregunta Freud en el Capítulo 3. Luego de plantear su ternario –trauma, fuerza constitucional y el yo–, resalta la intensidad de las pulsiones y el factor cuantitativo como algo decisivo en la causación de la enfermedad. Enfatiza lo que está por fuera del significante y el desciframiento. Lo que le interesa investigar, sobre todo en relación con los pacientes que se analizan y quieren ser analistas, es el problema del final y del resto fecundo de la neurosis; comprobar si es posible que la neurosis no vuelva a aparecer y que no quede ningún resto después de la curación.

La rectificación con posterioridad (nachhtraglich) del proceso represivo originario, que pone término al hiperpoder del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica. (10) Las represiones se producen en la primera infancia como defensas primitivas del yo endeble, y en el análisis se revisan estas antiguas represiones por parte del yo más fortalecido. Si bien Freud propone que las represiones del analizado serían nuevas y más sólidas, esta afirmación es matizada por otra que dice que nuestra expectativa sobre la diferencia entre el analizado y el no analizado no es tan radical. A lo sumo muchas veces el análisis lograría reducir el influjo pulsional.

¿Qué quiere decir para Freud estar analizado? Por un lado, que el neurótico se convierte en una persona sana. Pero principalmente formula la hipótesis de que el análisis produce un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, una neocreación que marca una diferencia esencial entre el analizado y el no analizado. Lacan nos recuerda en su Seminario 13 que, para Freud, superar esta nueva neurosis artificial es suprimir la enfermedad engendrada por el tratamiento. (11) Estos dos resultados van a la par y, cuando son logrados, nuestra tarea terapéutica está concluida. Expresa así claramente que el fin de la cura y su éxito dependen de la posibilidad de resolver la neurosis de transferencia. Sabemos que es a esto a lo que Freud se abocó en “Análisis terminable e interminable”. Lacan retomará esta idea de que estar analizado es un estado original del sujeto, y por eso responde con el pase, que verifica que el sujeto está en ese estado original. (12)

Los efectos del análisis son inconstantes y casi siempre hay fenómenos residuales. En el desarrollo libidinal persisten fragmentos de la organización anterior junto con la más reciente, y se conservan restos de las fijaciones libidinales anteriores, ya que sectores del mecanismo antiguo permanecen intocados por el trabajo analítico. Por otro lado, Freud constata que la comunicación de un saber al paciente no necesariamente tiene efectos: hay disyunción entre saber y verdad. Es el factor cuantitativo, la intensidad pulsional la que pone un límite a la eficacia del trabajo analítico.

Freud intenta sin demasiado éxito desactivar ese resto fecundo, y puede comprobar que el tiempo para comprender de cada sujeto depende de la viscosidad de la libido, no del significante; por eso algunos avanzan más rápido que otros en el análisis. Llama resistencia del ello a esa “viscosidad de la libido” y a la “inercia psíquica” que determina que el proceso analítico sea más lento en los casos en que no se da el desasimiento libidinal de un objeto y el desplazamiento a uno nuevo; podríamos decir, cuando no ceden su goce. Toma la metáfora de trabajar con piedra dura o arcilla blanda, y destaca que en el segundo tipo los resultados son lábiles, sin marcas, como si se hubiera “escrito en el agua”. En casos extremos se refiere a una posición inmutable, fija, petrificada. Un aferrarse a la enfermedad y al padecimiento que se vincula a la necesidad de culpa y castigo, a la relación del yo con el superyó.

En esta perspectiva se refiere a la reacción terapéutica negativa, al masoquismo y a la conciencia de culpa, ligados a la pulsión de muerte y su lucha con Eros.

3. La deformación del texto y la alteración del yo. El sujeto como defensa

Habíamos reconocido anteriormente a la alteración del yo como uno de los factores que influyen en la posibilidad de concluir la cura. Freud compara la represión y los mecanismos de defensa con las deformaciones que se pueden hacer en un texto: “Se omitían algunas palabras o se las reemplazaba por otras… Lo mejor era suprimir todo el pasaje e insertar en su lugar otro, que quería decir exactamente lo contrario”. (13) Recuerda que el analista en la cura se alía con el yo para integrar esos sectores del ello no gobernados por él, y así lograr la síntesis del yo. Aclara dos cosas: ¡que esto no funciona en la psicosis y que la normalidad del yo es una ficción!

El yo es anormal, sufre de “alteraciones” que son originarias o adquiridas, y que son más fáciles de tratar en el segundo caso. El yo se acostumbra a trasladar el escenario de la lucha de afuera hacia adentro, a dominar el peligro interior antes de que devenga exterior. Evita el peligro, la angustia, el displacer por medio de mecanismos de defensa: “…la represión es a los otros métodos de defensa como la omisión a la desfiguración del texto, y en las diversas formas de esta falsificación puede uno hallar analogías para las múltiples variedades de la alteración del yo”. (14) El aparato no tolera el displacer, por lo tanto la percepción displacentera de la realidad objetiva puede ser sacrificada, alterada. No se puede huir de uno mismo, entonces se falsifica también la percepción interna.

Lo que añade Freud a esta explicación es que los mismos mecanismos de defensa pueden convertirse en peligrosos al tapar esos agujeros: el yo paga un alto precio por esos servicios y puede verse limitado en tanto los mecanismos defensivos pasan a formar parte del carácter. El yo fortalecido del adulto se defiende de peligros que ya no existen en la realidad objetiva. Durante el análisis el analizante repite esos modos de reacción que “retornan en la cura como resistencias al restablecimiento”, y por eso el analista se anoticia de ellos. Freud dice que nuestro empeño terapéutico oscila entre analizar el yo y el ello. La cura misma es tratada por el yo como un peligro nuevo. (15)

Respecto de la transferencia negativa, afirma que “el analista es ahora sólo un hombre extraño que le dirige al paciente desagradables propuestas y este se comporta frente a aquel como el niño a quien el extraño no le gusta, y no le cree nada”. (16) Y, si bien describe la existencia de los mecanismos de defensa y la alteración del yo en relación con un yo normal ficticio que aseguraría el trabajo analítico, a la vez es muy claro: el desenlace de una cura depende esencialmente de la intensidad de esas resistencias de la alteración del yo. Se trata nuevamente del factor cuantitativo que Freud considera sobre la fuerza de la pulsión y la fuerza del yo. Insiste en esa parte ineliminable, en esa cantidad irreductible.

Según Miller, Freud nos da una interpretación económica del desciframiento, de la represión y de las demás técnicas textuales que había descubierto; y esas alteraciones del yo son efecto de la presión de la pulsión, pero en el fondo están estructuradas como las deformaciones de un texto. Subraya que esta conexión teórica le parece esencial en la articulación de Lacan con Freud: “la represión es como la omisión en un texto”. (17) Miller enfatiza este punto de la omisión como represión que trae Freud, porque es el término que utiliza Lacan para hablar del sujeto dividido, anulado. El sujeto sería algo así como “un agujero en un texto”. Es más, en “Observaciones sobre el informe de Daniel Lagache”, Lacan fundamenta el sujeto dividido en la noción de que el sujeto del inconsciente está estructurado como una omisión, un vacío localizado en un contexto. (18) El sujeto desde esta perspectiva freudiana es una defensa. Freud escribe que “si la percepción de la realidad objetiva trae displacer, ella –o sea, la percepción– tiene que ser sacrificada”. (19) Este es el fundamento del horror a la verdad que plantea junto con la idea de que la represión no es tan fácil de levantar para el analista. Es más, hay algo de eso que es imposible de levantar: cierta defensa contra la castración queda inmodificable.

Por otra parte, Miller plantea que el fantasma fundamental en el sentido de Lacan designa el modo constante bajo el cual el sujeto constituye sus objetos, y el mecanismo constante de defensa con el que opera. Pero este mecanismo sería superable: el sujeto podría ir más allá de ese punto de vista, sería “la alteración del yo en tanto que traspasable”. Y habría que discutir en qué medida cambia eso la dimensión freudiana del fantasma.

Entonces, el yo se defiende de las pulsiones, se altera y se deforma. Pero no toda alteración del yo se produce durante las luchas defensivas de la primera infancia; no sólo ahí se fijan esos mecanismos, ya que para Freud antes de que exista el yo existe el ello.

4. La “aptitud” del analista

En el Capítulo 7 de “Análisis…” Freud menciona la conferencia de Ferenczi “El problema de la terminación de los análisis”, que concluye afirmando que no se trata de un proceso sin término, sino que puede ser llevado a un cierre natural si el analista tiene la pericia y paciencia debidas. (20) Freud afirma que se trata de una advertencia que apunta a no poner como meta del análisis su abreviación, sino su profundización; y que el analista debe haber aprendido bastante de sus errores, de sus puntos débiles. Pone el foco sobre el analista y la posibilidad de que él mismo haga de obstáculo en la cura, sobre lo que podríamos llamar las enfermedades profesionales del analista. No hay el analista ideal, no hay la absoluta normalidad psíquica, y nos recuerda que analizar es una de las profesiones “imposibles”, junto con gobernar y educar, ya que siempre habrá resultados insuficientes.

¿Dónde y cómo el pobre diablo adquirirá entonces aquella aptitud ideal que le hace falta en su profesión? O. Delgado refiere en su tesis doctoral que la palabra alemana para esa aptitud ideal es eignung: ‘idoneidad profesional’. (21) Según Freud, el analizante la adquiere “en el análisis propio con el que comienza su preparación para su actividad futura”. (22) Es mediante la firme convicción en la existencia del inconsciente, la percepción de lo reprimido, una lograda recomposición pulsional y la técnica analítica como adquiere la aptitud. Delgado afirma que aquí la palabra alemana es otra: tauglich, ‘saber hacer’.

Si bien el trabajo continúa de manera espontánea cuando finaliza el análisis, Freud recomienda que todos los analistas lo retomen cada cinco años. Hay lo que llama “peligros del análisis” relacionados con el análisis del analista y sus restos, o con el retorno de complejos neuróticos promovidos por la misma práctica, que pueden entrometerse. Desde esta perspectiva, Freud aclara que el análisis del analista se convertiría en interminable. La autoridad analítica se sostiene desde la posición analizante permanente. Y afirma: “No tengo el propósito de aseverar que el análisis como tal sea un trabajo sin conclusión. Comoquiera que uno se formule esta cuestión en la teoría, la terminación de un análisis es, opino yo, un asunto práctico”. (23) Hay casos en que el analista se despide del paciente para siempre porque las cosas anduvieron bien, pero muy distinto es por ejemplo el caso del “análisis del carácter”, en el cual no se puede prever un término natural.

El objetivo del análisis es que se creen las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo. Los obstáculos que se desprenden de esto son que el analista conduzca las curas desde los propios mecanismos de defensa (expresión de la resistencia del ello), y que la investigación analítica esté orientada por la hostilidad y el partidismo. Freud no olvida mencionar el problema del abuso del poder en la transferencia.

 

5. El “rechazo a la feminidad” como límite del análisis

En el último apartado de este enorme texto Freud ubica el rechazo a la feminidad como límite del análisis para ambos sexos. Afirma que frente a la castración existe la “envidia del pene” en la mujer y, para el hombre, la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre. Destaca lo que Adler llamó “la protesta masculina” y dice que él la llama “desautorización de la feminidad”.

En el varón esta aspiración de masculinidad aparece desde el comienzo y es acorde al yo: la actitud pasiva es reprimida enérgicamente porque presupone la castración. El narcisismo viril y la reivindicación fálica pueden pensarse también como síntomas del final de un análisis articulado al padre, a una transferencia con un analista que ocupa ese lugar y al que se lo sostiene como un Otro consistente. Freud afirma que en las relaciones con su semejante al hombre se le interpone la figura feroz de un padre castrador. Ubica este resto difícil de disolver en el caso de Ferenczi, cuando señala la imposibilidad de concluir ese análisis. De hecho, entre los años 1925 y 1935 Ferenczi le reprocha a Freud no haber interpretado su transferencia negativa. Volvemos a encontrar esa figura cuando Freud habla de su propio caso en “Carta a Romain Rolland (una perturbación del recuerdo en la acrópolis)”, refiriéndose al conflicto con su padre y al límite de la represión primaria. (24) Estas cuestiones fueron expuestas también en los textos “El fetichismo” (1927) y “El Moisés y la religión monoteísta” (1939), y configuran un punto que Lacan denomina como la posición religiosa de Freud ligada al padre, al mito del padre real; padre que escapa a la castración.

En la mujer, el querer alcanzar la feminidad también es acorde al yo, pero luego se reprime, y de este proceso dependerán los destinos de la feminidad. Del insaciable deseo de pene vendrá por ejemplo el deseo del hijo (salida vía la maternidad) y el deseo del varón, portador del pene. No obstante, puede conservarse este deseo de masculinidad en lo inconsciente.

Freud disiente con Fliess sobre la importancia de la oposición entre los sexos como motivo de la represión, y nuevamente cita a Ferenczi, quien plantea que “para todo análisis exitoso, el requisito es haber dominado esos dos complejos”. (25) Agrega luego una nota a pie de página en la que aclara que según Ferenczi todo paciente masculino tiene que alcanzar un sentimiento de ecuanimidad con el médico, como signo de que ha superado la angustia de castración. Y las mujeres deberán liquidar su complejo de masculinidad y aceptar sin resentimiento las consecuencias del papel femenino.

Ferenczi plantea distintos criterios para lograr un final de análisis: abandono de la mendacidad, renuncia al goce fantasmático, acceso a recuerdos olvidados, eliminación de la resistencia a creer en el analista, disolución de los síntomas y superación de la angustia. Y, para las mujeres, abandono de los complejos de inferioridad y aceptación de las implicancias de su papel femenino: “El análisis no es un proceso sin fin, sino que puede ser conducido a su fin natural si el analista se muestra lo suficientemente diestro y paciente”, “el análisis debe morir por agotamiento… El paciente debe renunciar a la situación analítica y esto corresponde a la resolución actual de las frustraciones infantiles que estaban en la base de las formaciones sintomáticas”. (26)

Freud responde al optimismo de su discípulo diciendo que esto le parece demasiado exigente, como “predicar en el vacío”. Es decir, es imposible esperar que las mujeres resignen su deseo de pene y que los hombres admitan su pasividad frente a otros hombres sin que implique la castración. De alguna manera, sigue sosteniendo que el análisis nunca será “completo”, no se tramita absolutamente todo trauma ni se elimina el factor pulsional; siempre habrá un resto. Hasta describe la posibilidad de que al final aparezca un cuadro depresivo por la certeza de que la cura no servirá para nada. Liga la resistencia final con la “roca de base” apoyada de alguna manera en lo biológico: “La desautorización de la feminidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran enigma de la sexualidad”. (27) La roca de castración aparece para Freud como límite al fin del análisis, y las posiciones respecto del falo no hacen más que mostrar que ambos, varón y mujer, están ligados a este.

Es muy interesante lo que Miller afirma en “El ser y el Uno” respecto de que Lacan pone en evidencia que lo designado por Freud en el Capítulo 8 de “Análisis terminable e interminable” como la aspiración a la virilidad es del orden del fantasma. (28) Llama “virilidad” a ese rellenamiento por un objeto a de la castración (-fi), que se transforma en a, aunque ambos coinciden en que el penisneid no se resuelve nunca. Al final, para Freud se trata del límite que impone el rechazo a la feminidad, su gran enigma, su resto.

Es desde la perspectiva de ese resto pulsional que el análisis sería interminable. ¿Es lo femenino un nombre de ese resto? Como afirma Lacan en su Seminario 1, si de algo tenía conciencia Freud, era de no haber penetrado en la tierra prometida, refiriéndose a la feminidad. (29) Diez años más tarde señala en su Seminario 10 que para Freud el análisis deja al hombre en el campo del complejo de castración y a la mujer con el penisneid. (30) Pero este no es un límite absoluto, es el límite donde se detiene el análisis finito con Freud, el principio del análisis que Freud llama unendliche: indefinido, ilimitado, y no finito. Si se instituye este límite, es en la medida en que algo ha sido revelado de forma únicamente parcial.

Podemos concluir afirmando que a Freud lo interroga ese resto real imposible de analizar, que leemos como sintomático, y que sitúa para ambos neuróticos, hombre y mujer, en el rechazo de la feminidad como límite.

6. Testimonios

6.1. El caso de Theodor Reik, un “asesino de alegrías”

Theodor Reik fue uno de los discípulos más allegados a Freud, a quien conoció en 1910 durante su doctorado. Su encuentro con el psicoanálisis lleva esa marca traumática. Al emigrar a Berlín en 1914, Freud le sugirió que se analizara con Abraham, quien le terminó prohibiendo practicar el psicoanálisis porque no era médico. Por esta razón, Reik llegó a tener problemas judiciales, lo que desencadenó su odio hacia Abraham. Pero Reik fue de los primeros “legos” en practicar psicoanálisis. Freud lo respaldó y escribió para él “¿Pueden los legos ejercer el análisis?”, luego de la muerte de Abraham. Con la llegada del nazismo Reik emigró a Nueva York y volvió a ver a Freud por última vez en Londres en 1938. Fue citado por Lacan en variadas ocasiones, una de ellas en su escrito “Del psicoanálisis en sus relaciones con la realidad”, en el cual destaca la dimensión de la sorpresa que implica el discurso freudiano. (31)

Muchas décadas después de terminado su análisis, Reik escribe Confesiones de un psicoanalista. Allí cuenta sobre una obsesión juvenil por leer toda la obra de Goethe, obsesión de la que se avergonzaba:

Durante muchos años oculté celosamente un hecho que otra gente habría podido mencionar con inofensivo orgullo, esto es que al cumplir diecinueve años de edad había leído ya las obras completas de Goethe… Lo importante no es que yo hubiera leído todos esos volúmenes, sino más bien ¿por qué lo oculté como si me avergonzara? (32)