Teoría y práctica del análisis de conflictos ambientales complejos

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A lo anterior habría que agregar que, por lo general, se asume que las instituciones de gobierno cuentan con buena capacidad institucional, neutralidad y transparencia, pero esto es poco frecuente en las instituciones de los países poscoloniales, plagados de corrupción, clientelismo y patrimonialismo, donde los grupos con mayor poder tienden a capturar para su beneficio a las instituciones estatales (Acemoglu y Robinson, 2012).

Desde una perspectiva crítica, la literatura producida con base en los estudios de caso analizados por Ostrom ha expuesto numerosos ejemplos que muestran cómo la depredación de los RUC es originada, precisamente, por la destrucción, erosión y deslegitimación de las formas consuetudinarias y arreglos tradicionales que han sido estipulados por las comunidades para su gobierno, y por la imposición de saberes modernos y gubernamentalizados de gestión de los RUC (Ostrom, 2000). En este sentido, se presenta a continuación una serie de posturas económicas críticas.

Tres visiones críticas: la ecología política, la economía ecológica y la economía política

Las tres visiones que a continuación son reseñadas se apartan de la disciplina económica ortodoxa; sus críticas y aportes están dirigidos a elevar la sustentabilidad y transformar los conflictos por recursos naturales, razones por las cuales son consideradas valiosas y sus aportes son estimados como esclarecedores para la construcción del ensamblaje teórico necesario para abordar los conflictos ambientales.

La perspectiva de la ecología política examina el metabolismo social, es decir, cómo se reparten las salidas y las entradas de los flujos de recursos. La economía local sería un sistema abierto a la entrada de energía y materiales, así como a la salida de residuos, lo que permitiría analizar los conflictos en función de la dirección que tomen los distintos tipos de flujos y hacia grupos, es decir, se establece quién pierde y quién gana con uno u otro proceso de apropiación, control, distribución o uso de los recursos naturales.

En la actualidad, de acuerdo con Ulloa (2001, p. 209), que cita estudios de Bryant y Bailey (1997), la ecología política se concentra en cinco temas de trabajo que cruzan distintas disciplinas y campos de estudio: 1) las transformaciones de los ecosistemas;12 2) el análisis de los discursos sobre el desarrollo, las políticas forestales, los peligros naturales y el desarrollo sostenible (Escobar, 1996; Moore, 1996; Peluso, 1995; Sachs, 1992; Yapa, 1996b; Zimmerer, 1996); 3) los análisis centrados en regiones geográficas específicas y en conflictos sobre acceso a los recursos ambientales (Collins, 1987; Moore, 1996); 4) los estudios de énfasis socioeconómico en clase, género y etnicidad (Bebbington y Tan, 1996; Colchester, 1993; Peluso, 1995), y 5) los estudios sobre los actores sociales y sus interrelaciones a través de su capacidad de acción (Bryant, 1992; Bryant y Bailey, 1997). Algunos investigadores, como Bebbington y Tan (1996), Escobar (1998) y Yapa (1996a), están desarrollando una perspectiva que se ocupa de las políticas y concepciones ambientales de los movimientos sociales.

De manera similar, la economía ecológica estudia las relaciones entre la economía y el medio ambiente, y los flujos de materia y energía. Sus orígenes se remontan a la primera ley de la termodinámica,13 en la que se basó el texto clásico y controversial de Meadows (Meadows, Randers y Behrens, 1972), que por medio de un experimento de modelamiento dinámico —Dynamo— puso en evidencia la incapacidad física del planeta para crecer indefinidamente. Desde esta perspectiva, también critica a la visión de la economía ambiental, al plantear que no existe en el mercado un precio correcto para los recursos naturales, ni una manera eficiente de asignar un valor o establecer una “disponibilidad a pagar” por los servicios que presta la naturaleza, porque, fundamentalmente, no se conoce con certeza el tipo, cantidad y complejidad de dichos servicios.

Algunos investigadores (Escobar, 1998; Yapa, 1996; Bebbington, 1996) “están desarrollando una perspectiva que se ocupa de las políticas y concepciones ambientales de los movimientos sociales” (Ulloa, 2001, p. 209).

El enfoque de la ecología política en Latinoamérica ha inspirado dos grandes vertientes de estudios muy relacionadas. La primera está asociada con los estudios críticos del desarrollo, la antropología y la sociología, que se ocupa de examinar las relaciones entre conflicto y desarrollo. La segunda vertiente, sumamente fértil en estudios en Perú, Chile y Bolivia, se encarga de estudiar el neoextractivismo y los conflictos generados por la extracción minera y de hidrocarburos en Latinoamérica (Fontaine, 2002, 2004; Gudynas, 2005, 2007; Ortiz, 1999; Sabatini, 1997a, 1997b; Sabatini, y Sepúlveda, 1997).

La mayoría de estos enfoques utilizan el concepto de conflictos socioambientales o redistributivos, y están orientados, por una parte, a medir cómo se reparten los costos y beneficios de estas actividades extractivas y sus relaciones con el conflicto, y, de otra, a documentar las acciones colectivas y los movimientos sociales que buscan resistir a proyectos de corte neoextractivista (Alimonda, 2002, 2011; Gudynas, 2007; Toro-Pérez, 2012).

Numerosos elementos considerados por los tres enfoques críticos, en particular en lo que se refiere a la perspectiva cultural, la producción de la pobreza y la distribución de costos y beneficios, han sido tenidos en cuenta en el enfoque elaborado para este trabajo y en la selección de los conceptos centrales, de acuerdo con su coherencia para cada nivel de análisis planteado, y sobre todo por sus relaciones con cada uno de los rasgos de intratabilidad identificados en cada nivel, como veremos en profundidad en la siguiente sección y en los capítulos de resultados, donde se evidencian las asimetrías en la repartición de costos y beneficios en las dinámicas de urbanización informal, autoproducción de hábitat, proyectos de mejoramiento integral de barrios y los subsecuentes procesos de gentrificación a nivel micro.

Las dos nociones de intratabilidad en los conflictos

La primera noción a reseñar en esta sección es la de protracted social conflicts —en adelante, PSC—, acuñada por los investigadores Azar, Jureidini y McLaurin (1978) y Azar (1980, 1985, 1991), investigadores adscritos a la escuela de los estudios de paz de corte estructuralista, también etiquetados como maximalistas. Este concepto surgió como resultado de un extenso trabajo de análisis de las causas, características y dinámicas de permanencia y recurrencia del conflicto armado palestino-israelí durante los años setenta.

La segunda noción, que incluye el adjetivo de intratabilidad, environmental intractable conflicts —en adelante, EIC—, o conflictos ambientales intratables, en castellano, fue acuñada por la escuela norteamericana de resolución de conflictos de corte funcionalista, y etiquetada como minimalista, la cual es utilizada por estudiosos como Bingham (1986), Crowfoot y Wondolleck (1990), Kriesberg et al. (1989) y Lewicki et al. (2003) para referirse a conflictos de larga duración y difíciles de resolver originados alrededor del uso, control o acceso a los recursos naturales.

A continuación, se examinarán los dos conceptos y sus orígenes, para establecer el hilo conductor teórico que alimentó la construcción de la noción de conflictos ambientales con rasgos de intratabilidad elaborada para esta investigación.

Los conflictos intratables (protracted social conflicts)

El adjetivo intratable no es determinista o fatalista, y desde luego no se refiere a la imposibilidad de resolver un conflicto, sino a su complejidad, debido, en primer lugar, a su larga permanencia como hecho irresuelto, su recurrencia, complejidad y numerosas e intrincadas interrelaciones, y, en consecuencia, a la dificultad para identificar una sola secuencia de acontecimientos, es decir, un solo rastro siguiendo las huellas y trayectoria de acontecimientos, ingredientes y actores de manera que permitan comprender sus componentes, desenvolvimiento, relaciones causa-efecto y posibles vías de transformación.

El concepto de PSC se ha traducido con poca fortuna al castellano como conflictos intratables. Sin embargo, el verbo en participio pasado tracted viene del sustantivo trak, que proviene del inglés medieval trak, el francés trac y el germánico antiguo traðk, que significa ‘surco, hilo, huella’. El prefijo pro tiene dos antecedentes, uno latino y otro griego. Pro en latín vulgar significa ‘provecho’, mientras que prode, del latín clásico prodest, significa ‘a quien es útil’; pro en latín también significa ‘hacia adelante, estar a la vista o estar a favor’, los dos vienen de la raíz indoeuropea per, que significa ‘conducir, encima de, contra y alrededor’ (Blánquez, 1954).

Como se puede inferir, las raíces etimológicas de protracted hacen referencia a las múltiples direcciones y orígenes de una huella, o a la incapacidad de saber de dónde proviene el hilo de las cosas, pero además involucran la incapacidad de saber exactamente quién se beneficia y a quién conviene, por lo que la imagen del palimpsesto es muy útil para darnos una idea de su complejidad. En síntesis, la palabra protracted, en inglés, busca describir la dificultad para establecer las razones, el origen, el orden y los hechos cronológicos asociados a un enfrentamiento, a sus causas y motivos, pero además a sus beneficiarios y al por qué; razón por la cual exige un análisis riguroso y detallado.

Edward Azar, a partir de un monumental trabajo de investigación del complejo y duradero conflicto palestino-israelí, definió los protacted conflicts como “luchas prolongadas y a menudo violentas en las que participan grupos comunales por la satisfacción de necesidades tan básicas como la seguridad, el reconocimiento, la aceptación o el justo acceso a las instituciones políticas y económicas” (Azar, 1991, p. 93).

 

Estos conflictos son complejos por involucrar necesidades fundamentales y componentes culturales y estructurales poderosos, que tienen una gran capacidad para mantenerse activos por largos periodos de tiempo, incluso luego de ser intervenidos a través de algún tipo de acuerdo, al punto de reemerger y tornarse crónicos. En ocasiones los procesos de negociación y acuerdos pueden alcanzar las más altas instancias jurídicas y legales hasta adquirir magnitud internacional sin lograr una salida acordada o una adecuada transformación de los elementos fundamentales que los originan. Se dice que se encuentran anclados a estructuras sociales —culturales, económicas o institucionales— poderosas (Ramsbotham, Woodhouse y Miall, 2005).

En este tipo de conflictos el Estado desempeña un papel importante por diferentes razones, debido, en primer lugar, a su limitada capacidad para prevenirlos o manejarlos, en virtud de su pobre reconocimiento y legitimidad, o, en segundo lugar, por ser él mismo parte inherente del conflicto, es decir, el agente que lo propicia o lo genera, ya sea por la vía de intereses directos en sus intervenciones, por ejemplo, por considerarlas de interés nacional, estratégico o económico, como desarrollo de la implementación de políticas o proyectos, entre muchos otros, o como efecto asociado a la producción de mecanismos jurídicos o de policía; en el caso que nos compete la sanción de normas de ordenamiento, leyes, reglamentaciones y regulaciones en distintos niveles.

En el caso de las características de las instituciones que conforman la parte visible de la gubernamentalidad en los países del Sur, y respecto a sus orígenes, lógicas de actuación y motivaciones finales de las intervenciones estatales y, en últimas, a sus relaciones con los rasgos de intratabilidad, Azar anotaba que “La autoridad política tiende a ser monopolizada por grupos de individuos o por coaliciones de grupos hegemónicos, que usan el Estado para maximizar sus intereses a expensas de los otros […]. Esta situación genera crisis de legitimidad” (Azar, 1990, p. 7).

En palabras de Ramsbotham, Woodhouse y Miall (2005), Azar logró relacionar lógicas, actuaciones y relaciones con los rasgos de intratabilidad, y en su momento consiguió

sintetizar los paradigmas realistas y estructuralistas en un marco pluralista más apropiado para explicar los patrones prevalentes de conflicto que otras alternativas muy limitadas ofrecían, [así] correlacionó desde distintas disciplinas y aproximaciones estadísticas sobre movimientos sociales, movimientos étnicos (homogeneidad o heterogeneidad), satisfacción de necesidades, niveles de Desarrollo Humano, indicadores de gobernabilidad (escalas de represión política) y grados de vinculación a la economía mundial (volúmenes de exportaciones e importaciones) para generar patrones de análisis. (Ramsbotham, Woodhouse y Miall, 2005, p. 76)

Para Azar, en estos conflictos concurren ingredientes étnicos: instituciones de gobiernos creadas y asociadas a los modelos extractivos poscoloniales, y en consecuencia frágiles y con baja legitimidad; así como la lucha por necesidades fundamentales: “seguridad, reconocimiento, aceptación, o el justo acceso a las instituciones políticas y económicas” (Azar, 1991, p. 43). Este autor, en sus hallazgos estadísticos, confirmó, por ejemplo, las fuertes correlaciones entre el conflicto y las “altas tasas de mortalidad infantil, bajo nivel de desarrollo de las instituciones democráticas y sus procesos; y la magnitud de los mercados de exportaciones” (Ramsbotham, Woodhouse y Miall, 2005, p. 81).

Desde su lectura, la incapacidad de este tipo de Estados y sus aparatos para prevenir, mediar o transformar los conflictos está vinculada a su historia colonial y al papel extractivo de sus instituciones, por ello el Estado y las lógicas de actuación de sus mecanismos tiende a producir tensiones y enfrentamientos, dado que con frecuencia unas lógicas se oponen a otras (mecanismos de seguridad con mecanismos jurídicos o de policía) y, por consiguiente, se eleva la dificultad de transformación de los conflictos que involucran necesidades fundamentales o recursos naturales. Adicionalmente, a menudo las instituciones de los países del Sur presentan características de fragilidad, poco reconocimiento, fallos de transparencia, de acceso y de uso de información, así como baja capacidad de rendir cuentas. Además, el sistema político de estos países presenta distintos niveles de patrimonialismo, corrupción, impunidad y búsqueda de rentas, documentados como característicos de los países del Sur (Acemoglu y Robinson, 2012; Garay et al., 2008).

Si bien los conflictos por recursos naturales con rasgos de intratabilidad definidos por la escuela norteamericana, que veremos en detalle a continuación, no han llegado todavía a tener características de enfrentamientos armados prolongados o violentos, como corresponde a los PSC, la principal contribución de Azar es vincular la emergencia, la larga duración, la recurrencia y la elusión de los repetidos intentos de transformación a las raíces coloniales de su administración estatal, su racionalidad y “fallos estructurales”, elementos que tienen un claro efecto sobre su incapacidad para prevenirlos o transformarlos y que evidencian las maneras como el mismo Estado se constituye en un elemento central del conflicto, dadas las relaciones de poder que protege, de las que es resultado, y sus cuestionables y confusas actuaciones, lo que configura a lo largo del tiempo un habitus proclive a la emergencia de este tipo de enfrentamientos y a los rasgos de intratabilidad reportados.

Aquí se considera clave la reflexión planteada en las investigaciones sobre modernidad y colonialidad llevadas a cabo por estudiosos como Aníbal Quijano, Edgardo Lander, Ramón Grosfoguel, Agustín Lao-Montes, Walter Mignolo, Zulma Palermo, Catherine Walsh, Arturo Escobar, Fernando Coronil, Javier Sanjinés, Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, María Lugones y Nelson Maldonado-Torres, donde se exploran las múltiples formas, interrelaciones e historia del colonialismo, la modernidad y la instauración de unas formas de saber, de conocer (poder simbólico) y la dimensión económica, ligada a la temprana instauración del capitalismo en los países del Sur, y sus conexiones con los múltiples dispositivos de extracción colonial que corresponde a uno de los ejes centrales de las investigaciones desde las perspectivas de los estudios culturales.

Los conflictos ambientales intratables (environmental intractable conflicts)

Como ya notamos, la categoría de EIC fue acuñada por autores de las escuelas norteamericanas de resolución de conflictos14 para referirse a conflictos por recursos naturales que involucran estructuras culturales y componentes fundacionales de las sociedades en las que los actores tienden a incorporar en sus demandas issues y elementos aparentemente “no negociables” por el establecimiento.

Es importante resaltar que la escuela norteamericana se ha concentrado en investigar los marcos culturales de los que emergen este tipo de conflictos —el framing, que es traducido al castellano como ‘marcos de referencia’—, por lo que esta aproximación, si bien comparte algunos elementos culturales, como veremos, no presenta la misma magnitud crítica de los estudios culturales o de los estudios que abarcan las conflictivas relaciones ya referidas entre modernidad y colonialidad.

Esta escuela considera que en este tipo de conflictos desempeñan un papel protagónico los elementos subjetivos, en términos de las posiciones de los actores involucrados, embebidas de juicios morales sobre lo que es o no “correcto”, sujetas a pautas de valores y a contextos potentes que inciden en las maneras como son percibidos, enunciados y producidos tanto el conflicto como sus causas, y las formas cómo los actores se subjetivan a sí mismos y a “los otros” como adversarios naturales.

El grueso de casos de los conflictos examinados desde este enfoque se ha centrado en la necesidad de transformar los marcos de referencia y contextos como estrategia para cambiar la percepción y los factores culturales de producción del conflicto, sus causas y, sobre todo, las formas como es construido y naturalizado a lo largo del tiempo el “adversario”, como evidencian los trabajos de Asah, Bengston, Wendt y Kristen (2012); Elliott, Kaufman, Gardner y Burgess (2012); Gray (1997, 2005); Gray y Bebbington (2001); Gray y Putnam (2003); Kriesberg et al. (1989); Lewicki et al. (2003), y Rubinstein (1989).

Para esta escuela, muchos de los rasgos de intratabilidad coinciden, en gran medida, con los de la escuela europea, a diferencia de la expresión de violencia, como ya se anotó, y son: 1) su permanencia en el tiempo; 2) la elusión de los numerosos intentos de resolución; 3) la incorporación de fuertes elementos culturales: sistemas de creencias, sistemas cognitivos y valores sociales, que permean un gran número de actores y dimensiones; 4) el involucramiento de los aparatos institucionales, y 5) por último, pero quizás el elemento más analizado por esta escuela, es la forma como se “contextualiza y construye” tanto el conflicto como sus causas a partir de los argumentos de las partes y, en consecuencia, las alternativas que cada grupo considera “óptimas” para su transformación (Lewicki et al., 2003).

Es decir que surgen de los efectos del poder simbólico, que, sin embargo, en este enfoque, no está ligado directamente al habitus, o en particular al examen crítico de la historia de las relaciones de poder entre las sociedades del Norte y las del Sur —su historia, sus dinámicas de extracción colonial y poscolonial—, sino que simplemente se focaliza en las formas como se construyen y naturalizan las subjetividades enfrentadas en los conflictos con rasgos de intratabilidad, como consecuencia de su larga duración, permanencia irresuelta y recurrencia.

Otros componentes identificados por los autores adscritos a la escuela norteamericana son, en primer lugar, la polarización (divisiveness), que se relaciona con las maneras como emergen y se producen los adversarios, los cuales son naturalizados; es decir que son concebidos “el uno en contraposición al otro”, pues “la razón de ser” de cada parte enfrentada surge, precisamente, de la contradicción, como ocurre, por ejemplo, entre israelíes y palestinos, o entre miembros de las fuerzas armadas y de los grupos guerrilleros en Colombia. En la medida en que la dinámica del conflicto, su duración e impacto construyen una cotidianidad, esta vivencia divide a las personas y las sitúa en extremos opuestos.

Este elemento está asociado al segundo: la intensidad (intensity), que tiene que ver con el grado en que los actores se involucran y comprometen emocionalmente, el fanatismo que surge frente a unas causas que, a menudo, conduce a crisis periódicas en las que los actores escalan sus prácticas de enfrentamiento para defender sus posiciones; este puede ser el caso de los activistas de Greenpeace y su lucha para defender el medio ambiente, por ejemplo.

El tercer elemento de intratabilidad ya tratado es lo “perversivo”, entendido como algo que permanece, penetra y se reproduce (pervasiveness), en la medida en que el conflicto se vuelve parte de la cotidianidad y, por ello, penetra todas las dimensiones de la vida diaria de los involucrados, quienes consumen sus experiencias vitales y las involucran en sus representaciones sociales, culturales, económicas, políticas, etc., de manera que se puede decir que los actores enfrentados “se naturalizan” como adversarios (Putnam y Wondolleck, 2003, pp. 40-42).

La intratabilidad, como es apenas predecible, tiene una clara relación con la complejidad y con la manera en que se entretejen, intersectan y se combinan los variados temas que conforman la contradicción, lo que produce los elementos enumerados (polarización, intensidad y “perversividad”) entre las partes involucradas y sus dificultades para “situar” y describir los acontecimientos de una manera libre de preconceptos o prejuicios, así como para intentar percibir sus causas desde un único lugar de enunciación. Esto involucra cuestiones complejas (issues), como, por ejemplo, derechos humanos, tolerancia, autonomía, soberanía, valores culturales, etc. “Las contradicciones y los temas de las contradicciones pueden actuar como en un efecto bola de nieve, las piezas y ‘restos’ de otros conflictos tienden a agruparse en una enorme masa inmanejable” (Lewicki, Saunders y Minton, citados en Putnam y Wondolleck, 2003, p. 41).

 

Si se tiene en cuenta que los conflictos son supremamente dinámicos, la intratabilidad puede ser, en algunos casos, una percepción que en un momento dado tengan uno o todos los actores involucrados.

En consecuencia, su transformación no se relaciona con la capacidad de los actores para resolverlo, sino más bien con la capacidad de los actores para llegar a decisiones concertadas para luego dirigirse hacia los temas fundamentales o candentes que dieron origen a la disputa.

El conflicto hace referencia a las incompatibilidades fundamentales que dividen a las partes, mientras la disputa es un episodio que cada tanto es actualizado bajo temas y eventos específicos. […] La única manera de reducir la intratabilidad depende en consecuencia de que el o los elementos fundamentales del conflicto sean alterados de una manera que dramáticamente cambie la situación y lo dirija hacia el punto de resolución. (Putnam y Wondolleck, 2003, pp. 37-38)

Desde el enfoque norteamericano, la intratabilidad está relacionada con la forma como el conflicto es percibido o “rotulado” por cada uno de los actores enfrentados. No obstante, el alcance de la intratabilidad acuñada por la escuela norteamericana es, si se quiere, más recatada y se dirige de manera llana a generar una actitud de diálogo para llegar a acuerdos consensuados, sin indagar en las raíces profundas, como la arqueología y la genealogía de estos conflictos —aportes del posestructuralismo y de las escuelas francesas, de las que se desprendería que la intratabilidad se relaciona directamente con la actuación del habitus y el poder simbólico—.

Para concluir y sintetizar, se debe resaltar que los conflictos intratables involucran el conflicto armado y son violentos (PSC), mientras que los conflictos ambientales intratables no necesariamente involucran la violencia física y armada (EIC). No obstante, estas dos clases de conflictos comparten su larga duración, permanencia y recurrencia y el fracaso de los numerosos intentos dirigidos a su resolución, sin excluir necesariamente un ingrediente de violencia. Otro aspecto importante reseñado por estas dos nociones es el papel que desempeña el Estado y, en particular, la actuación de sus aparatos gubernamentales en el mantenimiento, creciente complejidad, permanencia o recurrencia del conflicto, por causa de sus estructuras y de su incapacidad para transformar dichas estructuras para gestionar el conflicto favorablemente. Esto se relaciona, por ejemplo, con las competencias imprecisas y los instrumentos de manejo ambiguos que son a menudo puestos en marcha de manera discrecional (Azar, 1991; Lewicki et al., 2003).

Quizás el mayor aporte de esta noción para el caso de estudio es reseñar como una de sus principales causas la presencia de normas y regulaciones confusas que generan el caldo de cultivo ideal para la emergencia y permanencia de este tipo de conflictos, como resultado de la limitada capacidad con que cuenta la gubernamentalidad para prevenirlo o manejarlo de forma efectiva con los instrumentos que tiene a su disposición.

En este sentido, las dos escuelas coinciden en que las instituciones a cargo de la mediación del conflicto presentan, por distintas razones, un bajo nivel de reconocimiento, legitimidad y autoridad entre los miembros involucrados, lo que eleva la probabilidad de fracaso en sus intentos de transformación (Azar, 1990, 1991; Putnam y Wondolleck, 2003).

La escuela europea aborda elementos similares a la norteamericana, pero en mayor profundidad, y si bien las dos dan importancia a lo cultural y al papel del Estado, lo trabajan de formas distintas, con conceptos distintos, como violencia cultural o violencia estructural. Galtung (2004) se refiere, en el caso de la escuela europea, al papel que cumplen las estructuras o dispositivos sociales para regular el acceso a los recursos entre sus miembros, y fundamentalmente a las tensiones que esta inequidad incorpora en relación con la justicia social, sin vincular en sus discusiones las relaciones entre capitalismo, modernidad y colonialidad, que abordan los estudios culturales, como origen de la lógica de actuación de dichas estructuras y dispositivos.

Se debe resaltar que Azar identificó en sus estudios otra faceta de lo cultural, que tiene que ver con el origen poscolonial de las instituciones en el Sur, la orientación de sus lógicas de actuación y sus prerrogativas extractivas, segregacionistas, corruptas y patrimonialistas, cercanas a la concepción de los estudios culturales actuales, pero de alguna manera más asociados a la escuela dependentista y el dualismo funcional (Gunder Frank, 1970), en boga en el momento de sus investigaciones.

La escuela norteamericana, por su parte, se concentra en los contextos y las formas de percibir y articular el conflicto, los marcos de referencia y sus relaciones con las causas de este: el framing; también, en cierta medida, aborda la debilidad de las instituciones que regulan los recursos naturales, sin profundizar mucho en sus orígenes y complejidades.

El enfoque de análisis que se utilizó para el caso San Isidro buscó ordenar, sintetizar y conjugar en tres niveles los rasgos de intratabilidad reseñados, de manera que se construyera un enfoque de análisis que incorporara la variable cultural como el elemento más abstracto e intangible presente en los conflictos intratables, y la variable necesidades básicas, en este caso acceso a vivienda, suelo urbano y hábitat, como la más concreta, pasando por el papel del Estado, utilizando para ello, como se ha recalcado, enfoques y conceptos provenientes de diferentes disciplinas y campos de estudio.

En el caso de lo cultural y del papel del Estado, de manera específica, se utilizaron los aportes de la escuela francesa posestructuralista. En este sentido, en lo que corresponde al papel del Estado, análisis de nivel meso, se utilizó el concepto de gubernamentalidad, y como articulador entre el nivel meso y el macro se utilizó el concepto de habitus, que a su vez articula el nivel macro mediante los conceptos de poder simbólico y discursos hegemónicos, como se presentó en la figura 2.

A propósito, de estas complejas interrelaciones, a continuación, se explorarán las relaciones entre los conflictos por recursos naturales y la puesta en marcha de iniciativas estatales dirigidas al paradigma del “desarrollo”.

Es importante resaltar que la noción de conflictos ambientales intratables es valiosa, pero falla al examinar la necesidad del cambio social para la transformación de los conflictos, como sí es entendido por las escuelas de paz europeas (por ejemplo, por autores como Galtung, Burton, Schmid, Lewin y Fisher). Más aún, esta noción no examina siquiera la función del poder simbólico y de los discursos hegemónicos en los conflictos, aunque debe resaltarse que fueron los estudios de Azar, como vimos, los que involucraron la historia y el origen poscolonial de las instituciones de gobierno a cargo de evitar o gestionar conflictos intratables.

En cuanto a la colonialidad del saber y el origen de las instituciones del Sur, es claro que la gubernamentalidad —con sus mecanismos y lógicas de actuación, entendidas como las pautas y principios que la orientan— remonta sus orígenes a la administración colonial, que, en su momento, estaba dirigida fundamentalmente a garantizar la apropiación y el control de los recursos y de la población presente en los territorios conquistados, para hacer funcional la extracción sistemática de recursos valiosos para las metrópolis, con muy poca consideración por la supervivencia de las poblaciones aborígenes locales o por el uso sostenible de los recursos naturales; por esta razón algunos autores hablan de genocidio, el cual no se ha detenido (Bernecker y Jaffé, 1992; Klauer, 2005).