Bioética recobrada

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En síntesis, el estudio de la naturaleza en el pensamiento moderno es distinto del aportado por el pensamiento clásico, porque se centra en la dimensión física y químico-biológica de su sujeto de experimentación en el laboratorio, con la intención de explorar y descubrir el funcionamiento, límites y capacidades de la materia y procesos vitales en los seres vivos, lo cual es altamente plausible y ha conducido a hallazgos relevantes, por ejemplo, el conocimiento de la genética de las especies, y del código genético, cuyos resultados han sido muy positivos para el avance en biomedicina por el conocimiento microbiológico del ser humano y el mapa genético que ha aportado.

El enfoque moderno, sin embargo, siendo admirable en muchos de sus descubrimientos y aplicaciones, tiene una índole funcionalista e instrumental que puede conducir —en diversos casos— a excesos por falta de límites en la investigación científica y tecnológica. Esto es lo que ha sucedido con la naturaleza física o humana en diversidad de casos, como el deterioro del ambiente o los experimentos con embriones humanos y los actuales planteamientos del transhumanismo.

Ante este panorama, el afán de V. R. Potter por intentar un puente entre las ciencias de la naturaleza y del espíritu, entre el mundo de los hechos biológicos y los valores —especialmente éticos— es muy meritorio. ¿Cómo lograrlo? Ya antes de él —lo hemos dicho— el filósofo alemán Wilhelm Dilthey, desde su filosofía de la historia y la cultura había llamado la atención sobre la separación entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, acentuando la necesidad de intentar la conciliación y no la exclusión de una a favor de la otra, porque al ocurrir se fractura —al menos teóricamente— el horizonte inmenso de las ciencias. Desde otro ángulo del saber, esa misma inquietud la tuvo el científico Herbert Spencer (1820-1903), también antes mencionado, y que, al compás de sus inquietudes, realiza un amplio estudio sobre el origen biológico de la moral, como se constata al menos en dos de sus más relevantes escritos: la Estática social y Principios de ética. Por eso su postura puede ser llamada con razón, ética evolucionista o naturalismo ético, como la califica Víctor Brenes.37

Respecto a Spencer, cabe un comentario más: ¿es posible el origen biológico de la moral? ¿No indica esta posición la proyección de la herencia moderna donde la fuerza vital viene de abajo (Die Kraft kommt von unten), es decir, de la materia en expresión de Nicolai Hartmann? Con ello significo que, en sentido estricto en el pensamiento moderno, no hay el reconocimiento formal de la espiritualidad humana como una realidad esencialmente diferente a lo material, aun cuando se empleen categorías lingüísticas que mencionan a ambas. El terreno de Spencer, al hablar del “origen biológico de la moral”, sigue siendo el puramente biológico y procesual.

Esto plantea nuevas inquietudes: ¿qué se requiere para tender ese puente entre la materia y el espíritu, la biología y la dimensión más íntima de tipo espiritual de los seres humanos? No se trata de transgredir límites categoriales, sino de respetar y valorar la gran variedad de lo que existe, descubriendo su verdad, entre otras, la del ser humano en sus distintas dimensiones y respeto a su dignidad, sin soslayar la importancia de la naturaleza física y ambiente, que en su cultivo y cuidado garantizan la supervivencia del ecosistema total, es decir, la sustentabilidad del planeta y —paralelamente— su efecto y trascendencia en el ser humano y el universo.

Un camino viable y muy prometedor a nivel práctico para lograr estos propósitos es el de las ciencias biomédicas y el desarrollo de las profesiones del cuidado de la salud (enfermería y medicina), así como la aplicación de la biotecnología, biomedicina, nanomedicina y cualquier otro saber científico-tecnológico en la buena investigación y práctica médica.

Quienes por profesión viven en contacto con el dolor —es el caso de médicos y enfermeras— tienen conciencia y la experiencia de que el paciente es un ser sufriente en el cuerpo y en el alma en mayor o menor medida. Experimentan día con día su dolor y su esperanza o desesperanza, su anhelo de recuperación de la salud y salir pronto del hospital. Ante este hecho, su profesionalismo, y experiencia médica, ética del cuidado y en ocasiones hasta una ética deontológica de corte médico, les impulsarán a la atención cuidadosa —y en multitud de casos, amorosa— de los enfermos. Es por ello que la figura de los médicos y personal de enfermería, mujeres y hombres, adquieren una relevancia vital, porque son los instrumentos —en muchas ocasiones— para la recuperación de la salud de los enfermos.

Otro camino para tender el puente entre lo humanístico y lo científico, la ética y la medicina, la biología y la ética de la naturaleza, es la atención a una ecología integral, que incluya además de la naturaleza física o del ambiente, a la naturaleza humana, es decir, a las mujeres y hombres concretos, ante quienes es mayor nuestra responsabilidad. Con esto significo que se aplaude cualquier acción referente al cuidado y cultivo de la naturaleza física y protección de los animales, sin desfasar, ignorar o atacar a los seres humanos en la condición en que se encuentren, incluyendo a quien esté en gestación.

Lo que debemos es tener una visión holística, donde nuestra prioridad sean los seres humanos y en paralelo cuidemos “la aldea global”, “nuestra casa común”, como han propuesto distintas personalidades de nuestro tiempo desde variados campos de la cultura y la actividad pública, como el papa Francisco,38 el filósofo Hans Jonas,39 Al Gore,40 exvicepresidente de Estados Unidos, el profesor emérito Edward Osborne Wilson, y antes que ellos Romano Guardini41 (1885-1968), con su crítica a la noción de progreso enaltecido por el positivismo a mitad del siglo xix. Asimismo, la prestigiada exprimera ministra de Noruega, Gro Harlem Brundtland, con su trabajo a favor de la ecología dio origen, en 1987, al documento “Nuestro futuro común”,42 también conocido como el Informe Brundtland, por el que ha merecido múltiples premios y reconocimientos.


Imagen 1.3. Gro Harlem Brundtland, una de las mujeres más inflyentes en torno a la sustentabilidad del planeta.

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1 Doctora en Filosofía por la Universidad de Navarra, España. Académica del Tecnológico de Monterrey (campus Ciudad de México) en la Escuela de Humanidades y Educación. Investigadora huésped de la Hubei University (China). Miembro de distintas asociaciones científico-filosóficas.

2 En 1927 el término fue usado por primera vez por el profesor alemán Fritz Jarh en su artículo “Bio-Ethik: Eine Umschau über die ethischen Beziehungen des Menchen zu Tier und Pflanze” (“Bioética: análisis de las relaciones éticas de los seres humanos con animales y plantas”), donde –en la interpretación de Mary C. Rawlinson– “proponía ampliar la consideración moral a todos los seres vivos y hacía hincapié en la continuidad e interdependencia de la vida humana con respecto al resto de las formas de vida”. Poco se conoce su autoría, quizá debido al éxito que en 1970 tuvo la utilización del término por V. R. Potter y el campo de investigación que se abrió con sus aportaciones. Al mismo tiempo, el Hasting Center del Kennedy Institute propuso el impulso de la bioética como disciplina académica.

3 V. R. Potter, Bioethics, the Science of Survival, en Perspectives in Biology and Medicine, Vol. 14 (1): 127, John Hopkins University Press, 1970.

4 V. R., Potter, Bioethics. Bridge to the future, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, Prentice Hall, 1971.

5 Ibidem.

6 Ibidem. Así lo expresa Potter: “The science of survival must be built on the science of biology, enlarged beyond the traditional boundaries to include the most essential elements of the social sciences and the humanities with emphasis on the philosophy in the strict sense, meaning ‘love of wisdom’”. La traducción al castellano es de la autora.

7 Potter, op. cit

8 V. R., Potter, Bioethics: the science of survival, en Perspectives in Biology and Medicine, 1970, Vol. 14, núm. 127. Textualmente dice: “All of these problems call for actions that are based on values and biological facts”.

9 F. J. Aragón Palmero, Dilemas éticos de la investigación clínica [en línea], disponible en <http://www.sld.cu/galerias/pdf/uvs/cirured/dilemas_eticos_de_la_investigacion_clinica.pdf>. Consultado el 20 de enero de 2018.

10 F. J. Aragón Palmero, “Dilemas éticos de la investigación clínica” [en línea], disponible en <http://www.sld.cu/galerias/pdf/uvs/cirured/dilemas_eticos_de_la_investigacion_clinica.pdf>. Consultado el 20 de enero de 2018.

11 El concepto de razón instrumental proveniente de la escuela de Frankfurt, consiste en hacer uso instrumental de la racionalidad humana: usarla únicamente de manera técnica, en relación con la eficiencia o cálculos utilitaristas. Instrumentaliza asimismo la naturaleza y hace un “uso” o “abuso” de la misma con fines sólo utilitarios (políticos, económicos, sociales, médicos, etc.). Esto se percibe claramente en los ejemplos aducidos previamente.

12 V. R. Potter, Global Bioethics: Building on de Leopold Legacy, Michigan, Michigan University Press, 1988.

13 W. Dilthey, Introducción a las ciencias del espíritu, México, fce, 1949 (primera edición en alemán 1883).

14 W. Dilthey, Dos escritos sobre hermenéutica, México, Istmo, 2000 (Colección Fundamentos). Encontramos en este libro dos escritos inaugurales de la hermenéutica: el mencionado en el cuerpo del trabajo y “Esbozos para una crítica de la razón histórica”.

15 A. Comte, Curso de filosofía positiva, México, Aguilar, 1981.

16 Proyecto Manhattan, 1942-1944. Construcción de la bomba atómica [en línea], disponible en <http://depa.fquim.unam.mx/amyd/archivero/Proyecto_Manhattan_1942-44_Historia_atomica_Proyecto_CyS_8nov2011_17897.pdf>. Consultado el 15 de enero de 2018.

17 Aristóteles, Metafísica, 1014b, 36. Por esencia entiende aquello que hace ser eso a alguna cosa y no otra, por ejemplo, esencialmente las águilas son distintas a los cóndores, aun cuando ambos sean aves. El ser humano es esencialmente distinto a otros seres vivos, aun cuando tengamos funciones vitales semejantes, como nacer, crecer, reproducirnos y morir. A un ser humano jamás lo confundiremos con un gorila, aun cuando anatómicamente haya similitudes.

18 Aristóteles, Metafísica, 1014b, 16-37; 1015a y 1015b.

19 La expresión sustancia en Aristóteles es analógica, no es entendida en sentido químico sino ontológico, y hace referencia a la esencia de los seres, a lo que son como existentes.

Actualmente, al hablar de sustancias en las ciencias experimentales se entiende que es “un material químico-biológico homogéneo constituido por un solo componente y con las mismas propiedades intensivas en todos sus puntos. Es aquella materia que no está mezclada con otra u otras, y posee propiedades constantes”. Que es la ciencia y tecnología [en línea], disponible en <http://quees.la/sustancia/>. En medicina, aceptando lo anterior, hablan de diferentes tipos de sustancias, entre ellas las biológicas, las químicas y las controladas. Entre las sustancias biológicas —producidas por organismos vivos— se incluyen los anticuerpos, las interleucinas y las vacunas. También se llama medicamento biológico y producto biológico. Entre las químicas los fármacos que son sustancias “con composición química exactamente conocida y que es capaz de producir efectos o cambios sobre una determinada propiedad fisiológica de quien lo consume; un fármaco puede ser exactamente dosificado y sus efectos (tanto benéficos como perjudiciales) perfectamente conocidos, entre ellos el haloperidol, acetaminofen, etc. Las sustancias controladas son todas aquellas que requieren de una estricta vigilancia médica y consumo por parte del paciente, para no causarle algún daño o adicción. Cfr. Diccionario de cáncer, Instituto Nacional del Cáncer [en línea], disponible en <https://www.cancer.gov/espanol/publicaciones/diccionario/def/sustancia-biologica>. También Medline Plus. Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos [en línea], disponible en <http://clinicalevidence.pbworks.com/w/file/fetch/63221075/farmaco_2c%20droga_2c%20medicamento.pdf>.

20 Aristóteles, Metafísica, 1015a.

21 Aristóteles, Metafísica, 1017b, 24. Para la noción de accidente, ibid., 1025a, 32.

22 Aristóteles, Ética nicómaquea, 1094a, 1-10.

23 Boecio: Liber de persona et duabus naturis: ML, LXIV, 1343. Tomás de Aquino la recoge en Summa Theologiae, I, q. 29, a. 1. Hay versión en castellano: “Boecio: sobre la persona y las dos naturalezas. Contra Eutiques y Nestorio”, en Los filósofos medievales, Clemente Fernández (ed.), Madrid, bac, 1979. A la cual me referiré generalmente en este texto, con el título acortado.

24 Aristóteles, De Ánima, III 8, 431b, 21.

25 En el preámbulo de dicho documento se expresa: “Los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres”.

26 Este neologismo denominado también especeísmo, quiere significar “una especie de discriminación moral” por parte del hombre hacia los animales a los que considera inferiores. Cfr. R. D. Ryder, “Speciesism again: The original Leaflet”, Critical Society, núm. 2, pp. 1-2, 1979. Dicha posición no distingue la diferencia específica que existe entre el ser humano y los animales.

27 El texto del Génesis es el siguiente: “Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza”. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó”. Gen., 1, 26 y 27.

28 La historicidad de este libro sagrado está muy documentada a través de la exégesis que proporciona el método histórico-crítico, entre cuyos representantes se encuentran J. Schreiner, H. Zimmermann y W. Stenger.

29 “Diez aportes de Nicolás Copérnico a la humanidad”, Académica. Comunidad Digital de Conocimiento. Fundación Carlos Slim [en línea], disponible en <http://www.academica.mx/observatorio/noticias/10-aportes-cop%C3%A9rnico-la-humanidad. Consultado el 19 de febrero de 2018.

30 José Ernesto Marquina Fábrega, “A cuatrocientos años de una historia genial”, Ciencias, núm. 37, enero-marzo, 1995, pp. 30-32 [en línea], disponible en <https://www.revistaciencias.unam.mx/es/busqueda/titulo/190-revistas/revista-ciencias-37.html>.

31 Cfr. José E. Marquina “Galileo Galilei”, Ciencia, Academia Mexicana de Ciencias, enero-marzo de 2009 [en línea], disponible en <https://www.amc.edu.mx/revistaciencia/images/revista/60_1/PDF/04-Galileo.pdf>.

32 Galileo Galilei, El ensayador, Buenos Aires, Aguilar; 1981, pp. 62-63.

33 Juan Arana, “¿Es la naturaleza un libro escrito en caracteres matemáticos?”, Anuario Filosófico, 2000, núm. 33.

34 V. Brenes, “El naturalismo ético en Spencer”, Revista de Filosofía, ucr, Vol. IV, núm. 13 [en línea], disponible en <http://www.inif.ucr.ac.cr/recursos/docs/>.

35 H. Spencer, La justicia, Madrid, La España Moderna, p. 10 (Biblioteca de jurisprudencia, filosofía e historia).

36 Ch. Barrionuevo, Aportes de Lavoisier a la química [en línea], disponible en <https://es.scribd.com/doc/94427631/Aportes-de-Lavoisier-a-la-Quimica>.

37 Víctor Brenes, op. cit.

38 Papa Francisco, Encíclica Laudato Sí, El Vaticano, Librería Editrice Vaticana, 2015.

39 H. Jonas, El principio de responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona, Herder, 1995.

40 A. Gore, “Una verdad incómoda” (documental), EUA, 21 de noviembre de 2006.

41 R. Guardini, El ocaso de la edad moderna, Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981.

42 Biography of Dr. Gro Harlem Brundtland, United Nations [en línea], disponible en <http://www.un.org/News/dh/hlpanel/brundtland-bio.htm>.

 

CAPÍTULO 2

Antropología filosófica, ética y bioética

Hortensia Cuéllar Pérez1

1. Antropología filosófica, ética y bioética

Atrás de toda ética hay una antropología, una concepción del hombre; lo que significa que si exploramos una ética afincada en la naturaleza humana, tenemos que conocer quiénes somos a nivel ontológico-existencial, lo que resulta clave para indagar el estatuto que como seres humanos nos corresponde, nuestra dignidad y derechos en la doble dimensión individual y social, que trae consigo el descubrimiento de una serie de concepciones morales que nos conducen a la vida buena, a una vida feliz, y permiten su distinción respecto a otras corrientes filosóficas, como el utilitarismo, el deontologismo, el consecuencialismo, el liberalismo moral, el humanismo secularista, biologicismo-cientificista, etcétera.

La pregunta en todos los casos es: ¿cuál es la concepción de ser humano que hay en esas propuestas morales, que necesariamente afecta la configuración de los diversos perfiles que podemos encontrar en la bioética? La respuesta es la siguiente: no resulta lo mismo la bioética inspirada en el utilitarismo y vinculada estrechamente con el consecuencialismo, que la inspirada en el liberalismo, el humanismo clásico, la ética del cuidado o el deontologismo. Expliquémoslo.

El utilitarismo clásico —en concordancia con Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill2 (1806-1873)— define la moralidad de las acciones humana por su utilidad, y la mayor o menor felicidad que pueda producir a un mayor o menor número de personas,3 que tiene, como consecuencia, la consideración de un cálculo de los efectos que puedan generar las diversas acciones morales; en ello se percibe claramente una doble vertiente: la teleológica (búsqueda de la mayor felicidad), reconocida incluso por Stuart Mill, y la consecuencialista,4 como señaló lúcidamente Elizabeth Anscombe (1919-2001), la ilustre filósofa de Cambridge, en su conocido artículo “La filosofía moral moderna”.


Imagen 2.1. Felicidad es igual a placer. Hay que huir del dolor, que es un mal.

Para el utilitarismo lo “que brinda la medida de lo bueno o lo malo es la felicidad, y ésta es igual a placer, o como también lo consideran estos autores, la ausencia de dolor. Lo que trasciende para ellos son las consecuencias del acto, no el acto mismo”.5 ¿Qué significan estas ideas? Que para un utilitarista lo que importa es el resultado, las consecuencias, que deben ser útiles y placenteras, y esta combinatoria es sinónimo de felicidad, en lo individual como en lo colectivo.

El utilitarismo, como corriente de pensamiento, puede resultar muy atractivo si nos atenemos sin mayor análisis a sus categorías predilectas, que son la de utilidad y la de felicidad para el mayor número de personas, con lo cual muestra un perfil ético, pero también político y social. Grosso modo para el utilitarista, lo que es útil es siempre plausible, bueno y verdadero. Lo que no lo es, no sirve y es descartable. ¿Podemos decir esto de los seres humanos? Desde el utilitarismo sí, como lo muestran distintos fenómenos de aniquilación programada del hombre: limpieza étnica, experimentos científicos diversos donde lo que interesa es el éxito del proyecto atendiendo a intereses de tipo político y económico casi siempre, y en donde seres humanos en gestación o en otros niveles de desarrollo evolutivo, pueden ser un buen material de experimentación, etc. Esto atenta, lo sabemos, contra la dignidad y el valor de la persona humana.

Para el utilitarista en general, lo principal es buscar la felicidad desde un cálculo de placeres y en consecuencia prescribe huir del dolor, evitar todo lo que pueda representar sacrificio o entereza moral ante una grave enfermedad, un dolor prolongado o un problema en la vida. En una posición así se inspiran los defensores de la eutanasia e incluso del aborto provocado por los motivos que sean. Surge, sin embargo, la siguiente pregunta: ¿se puede decir esto de todo tipo de utilitarismo? Stuart Mill explícitamente dice que no todo placer es negativo ni todo dolor evitarse con lo cual estamos de acuerdo. Es cierto, no obstante, que en diversas esferas de la vida humana particularmente político-sociales, así como en ciertos círculos científicos y biotecnológicos, se aplica un criterio radical –por ejemplo–, en lo concerniente al control natal o poblacional.

El consecuencialismo moral, como variante del utilitarismo, mide o calcula el impacto o consecuencias de la acción humana,6 y el deber moral surge como resultado de sopesar los efectos, resultados y consecuencias de una determinada acción, y no tanto de la ponderación de lo bueno y lo justo en una determinada acción, o de lo que debería de ser. En este sentido, se entiende en la actualidad por consecuencialismo la doctrina que “afirma que el acto correcto en cualquier situación dada es aquel que producirá el mejor resultado posible en su conjunto, juzgándolo desde una perspectiva impersonal que da igual peso al interés de todos”.7

Aquí se aprecia su clara filiación utilitarista: lo que importa es el resultado, la utilidad, sin que sea relevante si los medios para conseguirlo están de acuerdo con criterios éticos distintos a esa acción, es decir, esos medios sean inmorales. Es por esto que “según el razonamiento consecuencialista, la acción correcta (y, por tanto, debida) es aquella que en una situación concreta permitirá alcanzar las mejores consecuencias […], aunque a tal acción, considerada en sí misma, la corresponda la valoración de mala”,8 con lo cual su criterio de moralidad se inserta en una razón instrumental (lo que sirve o que no me afecte es bueno), más que en la tendencia natural del ser humano en su dimensión ética de la búsqueda y cultivo del bien, lo que Sócrates llamaba cultivar “la vida buena”.

Posiciones consecuencialistas y utilitaristas son, por ejemplo, la actitud cientificista que soslaya, en la mayoría de los casos, el valor y dignidad de los seres humanos en atención al avance de la ciencia sin límites,9 actitud que resulta ajena a cualquier regulación moral, y que en un análisis objetivo, presenta multitud de dilemas éticos, como acontece con experimentos clínicos con seres humanos para probar un nuevo medicamento, donde no se tiene la certeza científica de su fiabilidad, como ocurrió con la tristemente célebre tragedia de la talidomina, que provocó que muchos niños de diferentes partes del mundo nacieran deformes a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta10 o los experimentos de Tuskegee (Alabama), con afroamericanos, para observar el desarrollo de la sífilis sin curar la enfermedad con penicilina,11 o —en el caso de los animales— las descarnadas pruebas donde se les toma como “conejillos de Indias” no importando su desmedido dolor —por ejemplo en la vivisección practicada en laboratorios o centros de exprimentación de antaño—, a fin de probar medicamentos o productos de belleza.

El deontologismo, por su parte, propone el cumplimiento racional de los deberes y obligaciones como centro de la vida moral, como propuso Jeremy Bentham en su Deontology or the Science of Morality (1834), en seguimiento de la intuición en torno al deber, propuesta por Kant en su filosofía práctica.12 El matiz aportado por Bentham, sin embargo, incluye un fuerte sentido normativo (reglas que se deben seguir) y prescriptivo (cumplir tales reglas con obligatoriedad moral más que jurídica), lo que significa que “no sólo intenta definir normas aplicables a situaciones concretas, sino que intenta definir lo conveniente e incluso darnos guías de orientación en nuestra conducta”.13 En este sentido, se ve con claridad la función de los códigos de ética en las diversas profesiones y en la vida organizacional de las instituciones de acuerdo con su propio perfil.

El liberalismo moral se centra en la autonomía autárquica del sujeto, donde el respeto a las decisiones privadas de los seres humanos es su constante, resultando irrelevante o pasa a segundo término si esas decisiones puedan conducir al desconocimiento de la ley natural, que en el fuero interno del ser humano se manifiesta como conciencia moral; externamente el único criterio que admite es el derecho positivo y el ejercicio de una libertad como no interferencia (Phillip Petit), o como una libertad libre de dominio (Habermas), resultando casi siempre altamente permisiva y tolerante, donde en nombre de la libertad personal, o de expresión, se puede decir o hacer casi cualquier cosa, olvidando, entre otros valores, el respeto, la búsqueda del bien común y consideración empática y solidaria con los demás. Desde aquí, el paso al egoísmo moral e ironía irreflexiva prácticamente está garantizado.


Un ejemplo de ello –en el ámbito político-social–, es el del semanario satírico parisino Charlie Hebdó, cuya línea editorial es de constantes mofas y ataques a todo lo que pueda criticar. En 2015 publicó unas caricaturas satíricas en referencia a Mahoma, lo que provocó un ataque terrorista por parte de los yihadistas en el que murieron 12 personas. Claramente la reacción por esa ofensa de quienes profesan esas creencias fue desproporcionada, pero no justifica que, en las sociedades democráticas, como una muestra de expresión legítima se tolere o permita cualquier género de agresión en nombre de la libertad de expresión, porque eso también es inmoral. ¿Dónde queda el respeto hacia los demás? En el caso mencionado fueron ridiculizadas las creencias de millones de musulmanes.

Es cierto que, en el caso mencionado, por ambas partes hubo agresión, lo que es un dilema. Lo que podríamos decir es que el respeto a la libertad humana es uno de los derechos humanos fundamentales, sin embargo, ese derecho no puede coculcar o colisionarse con otros derechos básicos, como es el de la vida, ni tampoco atropellar en nombre de la libertad de expresión a la libertad de creencia; ambas son proyecciones distintas —y por tanto respetables— de la libertad humana.

En el ámbito médico, los matices son distintos, dependiendo lo que se quiera acentuar; así, por ejemplo, para Julio Frenk, el liberalismo moral se manifiesta en lo que él llama “medicina liberal”, en donde la práctica médica —y en su interpretación, a nivel personal o institucional— se convierte en una “actividad comercial, como intercambio de mercancías, como venta de servicios. Aparece entonces el universo utilitario disfrazado de asistencia médica y un servicio real o supuesto encubre a la ganancia como centro convencional”.14