Para mi biografía

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Historia, Raza Y Paisaje



Luego, la rasquiñita de las aventuras me indujo a renunciar a ese nuevo cargo para enrumbarme hacia el Viejo Caldas adonde ya se encontraba radicada mi madre, quien había quedado viuda nuevamente y sin recursos económicos, pues el único capital que heredó de mi padrastro fue el de cinco hijas, todas menores de edad. Entonces, localizados en Armenia, mi primera preocupación fue la de salir a buscar trabajo para convertirme en jefe de hogar; pero sucede que en aquella región la más fácil fuente de empleo era la recolección de café y yo, hasta entonces, no conocía ni sabía qué era una mata de café. Así que hube de dirigirme hacia Manizales que, por ser la ciudad capital, debía ofrecer muchas otras perspectivas. Entonces, recorriendo sus empinadas calles, al abrirme paso por entre un tumulto de gente joven, alcancé a entender que se trataba de un enganche para la Policía Departamental y como mi suerte ya estaba echada para ser policía por secula seculorum, no me demoré mucho en recibir un formulario para entregarlo luego con los datos personales y en un tiempo no mayor de ocho días fui destinado a prestar mis servicios en la ciudad de Pereira. Por ser tan próximas las dos ciudades, Pereira y Armenia, se me facilitaba el transporte para llevarle ayuda económica a mi familia.

Pero la situación se iba haciendo cada vez más pesada por cuanto el único que producía era yo, así que, cumpliendo mis veintiún años y olvidándome del lejano intento de mi degollamiento por la ambición de mi exigua herencia, la vendí a un pariente cercano, a la vez que renunciaba al cargo que tenía para radicarme en Armenia y montar allí un negocio con participación de toda la familia. Realizado este propósito, todo marchaba más o menos bien, porque en el hotel que adquirí hubo ocupación para todos y algo de bonanza económica; pero un día inesperado sucedió algo que echó por tierra el noble propósito de mantener la unidad familiar. El cuatro de julio, día en que estaba cumpliendo mis veintidós años, me llegó una citación de una Inspección de Policía con presentación inmediata. Acatando la orden, no tardé en presentarme ante el Inspector y mi sorpresa fue desconcertante al ver que quien me demandaba era mi mamá.

-Su mamá lo demanda, –me dijo el Inspector- porque el negocio que usted tiene demanda mucho trabajo y ni ella ni sus hermanas se sienten capaces de ayudárselo a administrar; que lo que ella desea es que usted busque empleados para su negocio, pero que se obligue a pasarle dinero suficiente para su subsistencia y la de sus hijas.-

El impacto que me produjo semejante despropósito fue demoledor. En ese momento rememoré todo lo que el sino adverso me había deparado desde mi nacimiento: la prematura muerte de mi joven padre, el abandono a que fui condenado por la nuevas nupcias de mi madre, el despilfarro de los bienes hereditarios y la consiguiente ruina, el intento de mi degollamiento por parte de mi madre y, en este caso, la afrenta ante un funcionario de la Policía, lo que me hizo tomar la inmediata y radical decisión de entregarle al Inspector las llaves del establecimiento, con la autorización de darle posesión sin reserva alguna de todo lo que hubiera de puertas para adentro a mi Señora Madre y al instante tomé un bus que me condujo a Ibagué, lugar donde pasé el resto del día de mi cumpleaños en medio de una congoja que por poco me conduce al suicidio.

El Misterioso Artista

Se arriscó el sombrero y se alisó el bigote

y de un vistazo escrutó el ambiente;

templó las cuerdas de su viejo tiple

y el ánimo templó con aguardiente.

Carraspeó fuerte y preparó garganta;

revisó el cinto y encontró el trinquete

y así, seguro y con cara alegre,

veíase romántico y valiente.

Los circundantes de la vieja tienda

brindaban por la vida y la alegría

y ansiaban de su voz y de su tiple

música, entonación y poesía.

Se oyeron luego, desgranando arpegios,

cuerdas y voz en trova enamorada

que, cual dardo, surcaban el espacio

buscando el corazón de su adorada.

Mezcla de sentimiento y alegría,

la fiesta en histeria se convierte

y el misterioso artista en un instante

de un trinquetazo sorprendió a La Muerte.

Al día siguiente, llegué a Bogotá a buscar consuelo entre mi parentela y a ver qué más sorpresas me deparaba el destino. Habrían transcurrido unos veinte días después de mi arribo a Bogotá, cuando me encontré frente a frente con una dama muy encopetada y de una elegancia admirable, pero que ante el impacto momentáneo no la podía ubicar en el lugar donde la había conocido antes y fue ella quien se adelantó a saludarme por mi nombre con un acento de auténtica antioqueña. Repuesto de tamaña confusión, la saludé por su nombre de pila, tras de un emocionado abrazo: -¡Amelia Reyes!-. Amelia era una campesina sutana de una rara y embrujadora hermosura, unos pocos años mayor de mí, a quien los mancebos del pueblo asechaban con locura. Por esa razón, la muchacha se marchó para Bogotá por la vía de Chiquinquirá, sin saber leer ni escribir y sin saber tampoco del destino que le esperaba. Así que cuando el tren terminó su recorrido en la estación de la Sabana y Amelia se disponía a salir, alguien le tendió la mano con algo de cortesía para ayudarla a bajar de esa hilera larga de casas sobre ruedas de hierro. Entonces, era una pareja de recién casados de origen antioqueño que al interrogarla por su procedencia y la razón de su viaje, ahí mismo quedó contratada para el servicio doméstico y la mucha ocupación, pero no en Bogotá, sino en Medellín, adonde viajaron inmediatamente después.

Amelia captó con una impresionante rapidez tanto el dialecto como la elegancia en el vestir, adornado todo esto con una locuacidad de auténtica paisa. Su estadía en Medellín con la familia Arango, apellido de sus patrones, no duró más de un año, pues regresó a Bogotá bien ataviada, no sólo con la ropa y las fantasías que le habían regalado los Arango, sino que trajo también su apellido, precedido por el sugestivo nombre de Nena. Por supuesto, en aquel momento en que nos reconocimos, me dijo al oído:

-Yo soy la Nena Arango de Salazar Ferro. ¿Conoces a Daniel? Él es el comandante de La Guardia de Cundinamarca y en este momento me debe estar esperando en el despacho del Gobernador Parmenio Cárdenas, con quien mantenemos una inmensa amistad. Si quieres, te invito a que me acompañes y antes te presento con ellos.-

En aquel instante pensé lo bien que me podría ir con tan ocasional encuentro, si lo que acababa de oír era cierto o, por el contrario, era esto producto de alguna rara locura; así que, a poco trecho, hicimos presencia en la sala de espera donde se hallaban muchas personas y la recepcionista en el acto se incorporó para darle la bienvenida a la Señora Nena y para hacerle compañía en su entrada al despacho.

El saludo de la Nena con el Gobernador fue de estrecho abrazo, con un tuteo muy desabrochado y con el Comandante Salazar Ferro el saludo con beso fue el correspondiente a dos enamorados. El tema de orden público entre el Gobernador y el Comandante fue suspendido abruptamente para darle prioridad al debate sobre la fiesta de gala que debía tener lugar en los próximos días con motivo de la presentación en la sociedad bogotana de la Señora Nena Arango de Salazar Ferro. Entretanto, la Nena se anticipó a presentarme ante los dos personajes como un pariente pobre y calavera que no sabía qué hacer con él, de donde nació la conveniencia de mandarme a hacer curso a la G. de C., Guardia de Cundinamarca,

-…porque lo que el Gobierno se propone es conformar una fuerza pública de entera confianza.-

Para lo cual, quedé nuevamente incorporado a la Policía, sin decir ni pío, porque el hambre acosaba. Luego esto fue el resultado de aquel feliz encuentro con mi ‘paisa’ paisana, la Nena Arango de Salazar Ferro.

Conforme con mi suerte, volví nuevamente con mi fusil terciado y el bolillo a discreción hasta cuando llegó “El Nueve de Abril”, luctuosa fecha en que no sabía qué hacer con bolillo y fusil ante el magnicidio que frustró a Colombia de ver triunfante “La Restauración Moral de la República“. Desde aquel instante, la Policía distinguida con el remoquete de “nueve abrileña” de inmediato fue reemplazada por la Policía Chulavita, con la que el Gobierno de turno implantó la modalidad de genocidio, el corte de franela, la castración y el despojo violento de las propiedades muebles e inmuebles a lo largo y ancho del país.

Laureanito Parodia de El Pescador Guabina Cesáreo Rocha Castilla y Patrocinio Díaz

Estrofa 1

Laureanito del alma, vente a Palacio, yo te convido

pa’ entregarte el Gobierno y así zafarme ya de este lío.

Allí cantas tus trinos enternecidos de son muy quedo,

que contra liberales es la consigna de “Sangre y Fuego”.

Estrofa 2

No vas a España y te posesiono

de ese trono que anhelas pa’ gobernarlo nosotros solos.

No te me escapes, que, muy discreto, mataré liberales

para cumplirte lo que prometo.

Estrofa 3

Laureanito, sordito, Alzatico, Chepito, ya tus ideas

las llevamos muy dentro e implantaremos sea como sea:

desconocemos las vías legales,

porque nuestra consigna es acabar con los liberales.

 

No nos importa el ser ya justos,

porque estos liberales, ¿pa’ qué negarlo?

siempre son muchos.

4. MIS DIFICULTADES

Con estos últimos sucesos, la desocupación era casi general y la miseria catastrófica. Pero un día, a mediados del año cuarenta y nueve, me encontré con Evangelista Rodríguez, ex-compañero, quien, al comentar nuestra precaria situación, al calor de un tinto, me invitó muy ingenuamente a que fuéramos a las dependencias del detectivismo a llenar unos formularios, para solicitar el ingreso a esa institución, invitación que acepté sólo por no decepcionarlo, pues yo intuía que allí nos podían tender una trampa, lo que así sucedió. A Evangelista no le dieron el anunciado formulario, pero lo mandaron volver al día siguiente. Tres días más tarde, los periódicos de la capital registraban el hallazgo de un hombre muerto en el Salto de Tequendama, bárbaramente mutilado y sin rostro, cuya identificación sólo fue posible por algunos documentos hallados en la hora del levantamiento del cadáver. Así que Evangelista siguió el mismo suplicio del Doctor Uriel Zapata, quien días antes había corrido la misma suerte y en el mismo sitio. Si de estos dos crímenes macabros se deduce la inseguridad reinante en todo el país, entonces la vida se hacía por demás angustiosa, porque a la inseguridad se le agregaba el desempleo y comenzaba el hacinamiento humano en las ciudades. Así que para subsistir había que ingeniarse muchas cosas.

Al Tequendama

Desde los altos de Tena

se divisa el Tequendama

y allá en el fondo del río

parece que alguien me llama.

Y en la columna de niebla

que sube por la cañada

parece que se aproxima

la imagen de mi adorada.

Dime, Tequendama cruel

que guardas tantos secretos,

¿qué más te contó la ingrata

y en dónde encuentro sus restos?

Mira que, aunque muerta esté,

siempre sigue siendo mía

desde que la conocí

en La Mesa de Juan Díaz.

Si puedes hablar con ella,

dile que es deseo mío

ser su eterno compañero

allá en el fondo del río.

Un día cualquiera me encontré en un céntrico sector de la capital con un viejo músico de la Guardia de Honor y entre tinto y charla este viejo amigo me contó que en su casa guardaba como vieja chatarra unas pistolas y revólveres incompletos que ya le estorbaban y, entonces, al manifestarle mi interés por verle su guardado, me llevó a su casa, me mostró lo que en realidad era un revoltijo de piezas de armas deterioradas y entrando en negociación las adquirí por la fantástica suma de treinta pesos ($30.oo). En ese mismo instante me trasladé a un taller de armería que quedaba contiguo al Palacio de Nariño por la carrera octava y, armando piezas, el armero logró cotejarme dos pistolas y siete revólveres que, arreglados y niquelados, me salieron a razón de treinta pesos cada uno y, así, de la noche a la mañana, me convertí en comerciante de armas, pues el negocio me resultó tan jugoso que cada vejete lo vendía a quinientos pesos ($500,oo). Así marchaba mi negocio, hasta cuando la Policía me cogió por sorpresa, me decomisó mi mercancía, me condujo a la cárcel, me multó y, desde entonces, quedé en la mira de las autoridades por traficante de armas.

Con la moral por el suelo y sin recursos económicos, me interesé por una invitación radial que la Dirección de la Policía hacía a los reservistas, para que acudieran a la Escuela General Santander a concursar para el ingreso a la Policía Militar, una nueva organización, tal vez con el propósito de borrar la imagen de la Policía Chulavita, y hacia allí me encaminé, porque no tenía más carta que jugar y me sonó la flauta, porque a los pocos días ingresé al curso con 700 hombres más, de donde salimos la gran mayoría con destino a Bucaramanga. Una vez instalado allí, el Comandante, con hojas de servicio en mano, en la distribución que hizo del personal, me destinó a la Secretaría del Comando, en donde me mantenía en permanente contacto con toda la oficialidad.

Aroma de Pomarrosa Bambuco

Estrofa 1

Aroma de pomarrosa

transpiras de tus encantos

y de tu boca sabrosa (bis)

asoma el fuego a tus labios.

Estrofa 2

La luz de tus grandes ojos

vuelve diáfanas las noches

para saciar mis antojos (bis)

y amarte con gran derroche.

Dos opulentas magnolias

me hacen volver a ser niño

para sentirme en la gloria (bis)

bajo tu suave corpiño.

De hormiga santandereana

formáronse tus caderas

y por esbelta y lozana (bis)

está en ti mi vida entera.

Aroma De Pomarrosa


Estando en esta actividad, hubo, no sé con qué motivo, una cordial reunión de oficiales, celebrada con tragos, reunión a la cual fui invitado, pues ya había indicios de que yo tocaba y cantaba; así que pronto apareció un tiple cuando el ambiente estaba comenzando a alegrarse. Después de interpretar mi repertorio, los aplausos y las felicitaciones no se hicieron esperar. Desde aquel instante, las reuniones culturales eran más frecuentes que el trabajo y la simpatía hacia mí mejoraba notablemente sin dificultad para entenderlo, porque para representar artísticamente a la Institución, se me escogía con alguna frecuencia para cantar en Radio Bucaramanga. Así transcurrió algún tiempo, hasta el día en que, tras de unos fuertes quebrantos de salud, me llevaron a internarme en la Clínica Bucaramanga para una apendicetomía. Fue entonces cuando nació la idea de hacer un acróstico para la única niña que me visitó en mi lecho de enfermo, pues yo la galanteaba desde mucho antes y ella con su visita me correspondió, al verme sin acudiente en tierra extraña. Estos son los versos del acróstico:

Évila Galvis

En estas largas noches de interminables horas,

Vencido de dolor, de insomnio y de fatiga,

Inundan mi cerebro recuerdos que algún día

Latentes me dejaran tus gracias seductoras.

Ahora, ¡qué me importa que mi dolor prosiga!

Gustoso esperaría otras noches más largas;

Aún me siento fuerte y así mis esperanzas

Las veo florecer en ti con fe más viva.

Vuelco así mis pesares sobre el mar del olvido, pues

Invocando tu nombre e imagen divina

Siente valor mi alma, siento amor y alegría.

(Bucaramanga, mayo 1949)

Évila Galvis

Recuperado ya de mis quebrantos, regresé a mi trabajo. El ambiente para mí seguía satisfactorio, más no así para Bucaramanga y para el resto de Santander. Los genocidios, las muertes atroces, la zozobra, la angustia y la desconfianza general iban en ascenso, pues en Bucaramanga, una vez localizadas las futuras víctimas, los sicarios esperaban a que entrara la noche, llamaban a la puerta, desocupaban sus mortales armas en la humanidad de quien saliera a abrir y al día siguiente no se daba abasto de hacer levantamientos de cadáveres, mientras que en los púlpitos, ahincadamente los sacerdotes exhortaban a los feligreses a acabar con los ateos comunistas, enemigos de la iglesia.

Cuatro Lustros Parodia de Cuatro Milpas Valse Víctor Cordero Aurecoechea

Estrofa

Cuatro lustros tan sólo han pasado

del gobierno que era mío ¡ay, ay, ay, ay!

de aquel gobiernito

que hacía justicia y daba libertad.

Los potreros dejó sin ganado

el bribón conservador ¡ay, ay , ay, ay!

y quemó viviendas

y quemó hasta El Tiempo y El Espectador.

Coro

Si me prestan atención los llevo

a la Ceiba, a Enciso, al Playón y a Galán

a que miren escombros y ruinas

y todos los muertos que hay sin enterrar.

Los culpables de toda esta tragedia

los tienen con sueldo ¡qué barbaridad!

y llevan fusiles

y hasta gasolina pa’ todo arrasar.

Hoy los pueblos lloran por la ausencia

de buena administración ¡ay, ay, ay, ay!

ya no hacen justicia

y la democracia toda se acabó.

Nuestra Patria se siente agobiada,

pues ya en sus gobiernos no puede confiar,

porque mandan matar a sus hijos

que a Ella le han dado tanta dignidad. (Coro)

De pronto, oí la voz del Comandante que me ordenaba presentarme al instante en su despacho.

-¡A sus órdenes! mi Comandante.—

-Vargas, - me dijo- te he llamado para comunicarte que la Dirección General me acaba de autorizar para ascender al grado de Tenientes a dos de mis mejores Policías Militares y, entre ésos, tú tienes muy bien ganado ese derecho; así que lo único que tienes que hacer es llenar este formulario que pongo en tus manos.- Lleno de emoción, me puse a llenar el formulario, pero cuando llegué al espacio para la filiación política, el Comandante me vio titubear y, al notar que yo pasaba por alto tan importante requisito, me preguntó el porqué de esa omisión:

-Mi comandante –le dije- es que yo soy liberal.-

Esa confesión me bastó para que al día siguiente estuviera de nuevo en la fila, despojado de toda consideración y tildado, además, de conspirador.

Por aquellos días se difundía la noticia de que la Policía Militar iba a ser relevada por una legión de chulavitas, gentes reclutadas en la región norteña de Boyacá, que se caracterizaban por su sectarismo político-religioso, noticia que no tardó mucho tiempo en verificarse, porque a los pocos días fuimos sacados sorpresivamente casi la mayoría de los 700 policías militares con destino a Bogotá, despojados de armamento y demás prendas y hacinados en camiones descarpados y fuertemente vigilados y así, en una sola jornada y sin permitírsenos parar para tomar una gaseosa, llegamos ante la presencia del Coronel Cuervo Araos, que en esos momentos era el Director de la Escuela General Santander, quien, enterado de nuestra situación política, nos recibió con una arenga tan acusadora que por poco nos manda fusilar.

Ana Elisa Sánchez Castellanos, Madre

Luego, en lo que a mí respecta, me tocó volver al asfalto, pero en este caso con más temores que antes y con menos porvenir, pues, como si fuera poco lo que me acababa de suceder, me sorprendió la llegada de mi mamá a la ciudad, después de haber acabado con lo que dejé en Armenia, para que yo la siguiera ayudando.

Volviendo un poco al pasado, o sea cuando anduve por la región del viejo Caldas, recuerdo que mis compañeros y relacionados me ridiculizaban, no sólo por mi acento boyacense, sino por ser tan seco el aborigen nombre de Suta, mi tierra natal, y eso me producía tanto enojo que decidí hacer unas coplas para recitarlas antes que empezaran las burlas. Estas coplas con ritmo de torbellino las hice a comienzos de la década del 50, como queriendo con esto suavizar el seco nombre de Suta, y a la vez resaltar sus costumbres:

Coplas Sutanas Torbellino

Yo soy de Sutamarchán,

del ‘mesmo’ “Sutapelao” (bis),

donde se toma la chicha

y se come el maíz ‘tostao’.

y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.

De allá de ‘onde’ son los hombres

del pantalón bien ‘cintao’(bis),

donde se labra la tierra

con los bueyes y el ‘arao’.

y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.

Donde se cantan guabinas

y se pelea mano a mano (bis),

pero no en valentonadas

como hacen los mexicanos.

y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.

De esa tierra boyacense

de mujeres sin ‘pecao’ (bis),

que por muchas que uno tenga

siempre queda ‘provocao’.

y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina.

Hembras como la esmeralda

de ese Muzo tan ‘mentao’ (bis),

tan lindas como la Virgen,

tan ‘güenas’ como el cacao.

y ¡hurra! y ¡ay! si la guabina

(Bogotá 1949)

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