Vestiduras sagradas del siglo XVIII en Lima

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Gráfico N° 1.2 Principales centros de la industria textil en la Europa del siglo xii


Fuente: Massa, 2003.

Paralelamente, en la península ibérica, existió una larga tradición textil de influencia musulmana desde 711 hasta 1492. Esta transformó los sencillos tejidos de lino y lana en elaboradas telas y bordados de seda ejecutados en talleres oficiales (Dār al-Tirãz); y, posteriormente, en un gran número de fábricas en Almería, Fiñana, Pechina, Sevilla, Málaga, Baeza, Murcia, Guadix, Andarax, Elvira, Jaén, Calsena, Valencia, Bocairente, Játiva, Chinchilla, Lérida y Toledo (Saladrigas, 1996) (gráfico n° 1.3).

La llegada de los musulmanes a al-Ándalus19 impulsó la organización de la industria textil en talleres oficiales y privados para satisfacer las necesidades de los monarcas, así como las demandas interna y externa de tejidos, lo cual favoreció los intercambios comerciales y políticos con territorios musulmanes y cristianos (Rodríguez, 2012). La manufactura de los tejidos andalusíes fue principalmente de seda20 y, a menudo, se emplearon hilos metálicos para darles mayor calidad y lujo21. En 1492, los musulmanes fueron expulsados del Reino de Granada, último territorio de al-Ándalus. Esta situación ocasionó grandes pérdidas en las actividades económicas y manufactureras; entre ellas, la fabricación de tejidos que eran apreciados por los comerciantes italianos y, especialmente, la producción de seda granadina que se exportaba desde Málaga y Almería hacia Cádiz, Alicante y Valencia22.

Gráfico N° 1.3 Territorios de la península ibérica ocupada por los musulmanes, 711-1031


Fuente: Dodds, 1992.

En la segunda mitad del siglo xv, Europa ampliaba sus horizontes geográficos con expediciones y descubrimientos territoriales impulsados desde Portugal y España. Estos descubrimientos contribuyeron a la identificación de grandes rutas comerciales marítimas, primero, entre los países europeos y Asia. Posteriormente, a partir del siglo xvi, las colonias americanas conquistadas permitieron que el Viejo Continente disponga de una gran extensión de recursos minerales, alimenticios y textiles (Massa, 2003).

En ese contexto, la dinastía de “los Austrias crearon una política comercial marítima de carácter nacionalista basada en dos reglas esenciales: puerto único [Cádiz (1495), Sevilla (1503) y Cádiz (1717)] y monopolio” (Bernal, 1989, p. 214). Estos principios guiaron el comercio con los territorios americanos desde su descubrimiento (1492) hasta la llegada de los Borbones al trono de España con Felipe V (1700)23. Presionado por circunstancias internacionales, implantó el comercio libre con los dominios ultramarinos. Esto ocasionó que España perdiera su papel protagónico en el siglo xviii con la firma del Tratado de Utrecht (1713), el cual otorgó libertad a Inglaterra para comerciar con España y los demás dominios del Rey Católico24.

El prestigio político, social y económico del que gozaba España en el siglo xvi trascendió a diversos aspectos de la vida cotidiana. Por ejemplo, el vestido, más allá de cumplir su función primigenia de protección, embellece a la persona y comunica su rango social y prestigio personal. Vestir “a la española” (Albizua, 2005, pp. 317-319) se imponía en todas las cortes europeas. No obstante

empezado el segundo tercio de la centuria, la carestía y mala calidad de los paños eran signos inequívocos de su decaimiento […]. España no podía abastecer de paños a las colonias […]. En la Metrópoli [sic] escaseaba, pues, la ropa a tal punto que solo los adinerados podían adquirirla (Silva, 1964, p. 15).

A esta situación, se sumaron las demandas de las colonias americanas por el abastecimiento de paños, lo cual provocó paulatinamente la ruina de los consumidores peninsulares.

En este contexto, se inició la política comercial hispana con el Virreinato del Perú. Este comercio se caracterizó por un fluido intercambio monopólico de bienes materiales y modelos políticos y culturales que favoreció a España y sus comerciantes (Suárez, 2009). Sin embargo, ello no impidió que genoveses, flamencos y alemanes invirtieran en las expediciones de mercaderes sevillanos desde los inicios de la Colonia. Esto demuestra la flexibilidad de la Corona española con los foráneos al legalizar su participación en el tráfico con las Indias, ya sea con licencias concedidas por la Casa de la Contratación o con las naturalizaciones (García, 1997). Por su parte, los mercaderes indianos residentes en América también negociaron con la península, algunas veces embarcándose hacia España o comprando productos a través de factores25.

Para asegurar el comercio exclusivo con sus colonias, la corte madrileña instauró el sistema de flotas y galeones, un mecanismo de defensa que consistió en la “[…] navegación obligatoria de todos los navíos mercantes en convoy y bajo la protección de buques de guerra […] que rechazaron el acoso de las demás potencias europeas deseosas de participar directamente de los frutos de la América española” (Lanero, 2007, p. 238). La formación del sistema de flotas y galeones fue paulatina, inició en 1526 y se estableció definitivamente en 1564 con el envío de dos flotas anuales. La de Nueva España partía en la primavera hacia el puerto de Veracruz, mientras que los galeones de Tierra Firme se dirigían al puerto Nombre de Dios en verano (García, 1997) (gráfico n° 1.4). Años después, el Tratado de Utrecht autorizó el libre comercio; y, con ello, se permitió la participación de navíos clandestinos, cargados de contrabando, que ocasionaron una grave crisis en el sistema comercial de España. El comercio ilegal obligó a la corte madrileña a reformar el sistema de flotas mediante el Proyecto para Galeones (1720) (Villalobos, 2009).

Gráfico N° 1.4 Vista imaginaria del puerto Nombre de Dios en la costa atlántica de Panamá, 1672


Fuente: Proyecto Gutenberg.

Desde 1503, el puerto de Sevilla contaba con la exclusividad del tráfico marítimo entre España y el Nuevo Mundo. Este beneficio lo otorgó la Casa de la Contratación, institución que se encargó del comercio y de la administración de las Indias26 (gráfico n° 1.5). En 1717, se trasladó a Cádiz porque el sedimento del puerto de Sevilla impedía el acceso a los navíos de mayor calado. En 1790, se suprimió a raíz de la implementación y aplicación de las Ordenanzas de Libre Comercio, las cuales inhabilitaban el principio del monopolio comercial27. No obstante, Sevilla no contó con la exclusividad del comercio con sus colonias, tal como lo demuestran las autorizaciones que el emperador Felipe I de Castilla otorgó para la apertura de otros puertos. Así, desde 1522, se permitieron las “navegaciones directas a las Indias desde la [sic] Coruña, Bayona, Avilés, Laredo, Bilbao, San Sebastián, Cartagena y Málaga […], aunque posteriormente serían anuladas (1573)” (García, 1997, p. 27).

Gráfico N° 1.5 Vista del puerto de Sevilla en el siglo xvi (1576-1600), atribuido a Alonso Sánchez Coello. Óleo sobre lienzo, 150 x 300 cm


Fuente: Museo de América, Madrid.

El comercio de España con el Nuevo Mundo, que implicaba el monopolio desde el puerto de Sevilla y, en el caso del Perú, el vínculo exclusivo con el puerto del Callao, consistía en

mantener una escasez crónica de mercaderías en las colonias. De esta manera, al controlar la cantidad y calidad de los productos, podían fijar a su gusto los precios que, algunas veces, podían ser 300 o 400% más caros que en España (Suárez, 2009, p. 238).

Folch (2013) presenta un ejemplo claro en una referencia sobre el costo de un pícul28 de seda china, que en 1620 se compraba en Manila por 200 pesos y, luego, se vendía en la ciudad de Lima por 1950 pesos.

Esta situación cambió después de la firma del Tratado de Utrecht, que concedió amplias ventajas comerciales a Inglaterra, entre ellas, el libre comercio que abasteció a las colonias americanas y satisfizo las necesidades de sus pobladores. La creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) y la apertura del puerto de Buenos Aires (1778) favorecieron la abundancia de “géneros de Castilla”, distribuidos desde allí a Perú y Chile. Este exceso de importaciones generaba bajas en los precios, y la disminución de las ganancias de los comerciantes y deudas29.

La escasez de dinero circulante en las transacciones comerciales con las colonias americanas puso en marcha un sistema de crédito que generó “un movimiento enorme de letras de cambio, créditos a la Corona, pagos de juros, etc., cuyos plazos y condiciones eran fijados teniendo en cuenta, exclusivamente, el arribo de las flotas de América” (Suárez, 2009, p. 238). Estos recursos crediticios eran frecuentemente empleados por los peruleros, nombre atribuido a los mercaderes peruanos que se desplazaban a Sevilla para comprar mercaderías fiadas usando poderes notariales, otorgados por uno o más comerciantes. A través de estos documentos, autorizaban endeudar a su encomendero por una cantidad previamente estipulada y que se pagaría en los puertos americanos (García, 1997).

1.1.1 Las ferias en el comercio con América

Las ferias fueron otro escenario importante para el intercambio de mercancías entre España y el Virreinato del Perú. En estos lugares, los comerciantes y factores se abastecían de artículos europeos para luego venderlos en los mercados peruanos. Los metales preciosos procedentes del Perú eran embarcados, a su vez, con destino a la península (García, 1997).

 

Las ferias iniciaban una vez que las flotas desembarcaban en los puertos terminales y, durante algunas semanas, recibían a numerosos comerciantes y factores españoles e indianos. La primera feria de la cual se tiene noticia se efectuó en Nombre de Dios, colonia española fundada en 1510, en el istmo de Panamá, por Diego Nicuesa. Esta funcionó desde 1544 hasta 1595. Tres años más tarde, las flotas encallaban en la ciudad de Portobelo, donde se realizaba la gran feria del mismo nombre hasta que la insalubridad del clima, los arriesgados caminos coloniales y el continuo ataque de piratas y corsarios la extinguieron en 173930 (gráfico n° 1.6).

Gráfico 1.6 Feria de Portobelo (Panamá) en el siglo xvii, a la llegada de la flota española en 1720. Thomas Gage (1603?-1656). Grabado sobre papel, 14 x 22 cm


Fuente: John Carter Brown Library.

Desde el siglo xvi hasta las primeras décadas del siglo xix, el arribo del Galeón de Manila, proveniente del archipiélago filipino, en la bahía de Acapulco generaba gran expectativa entre los comerciantes americanos que esperaban el inicio de las transacciones en la Feria de Acapulco, “que congregaba a unas diez mil personas, [la feria] trasformaba durante un par de meses un pequeño poblado polvoriento en uno de los mercados más activos del mundo” (Folch, 2013, p. 43).

Otros puntos de encuentro de las expediciones comerciales fueron Veracruz (Nueva España) y Cartagena (Nueva Granada). Mientras las flotas peninsulares esperaban en esta última ciudad la llegada de los navíos que transportaban la plata del Perú, se celebraba la feria donde concurrían los comerciantes de Santa Fe, Antioquia, Quito e, incluso, España (Márquez, 2001). Así lo hizo el licenciado Miguel de Orella, “que de regreso a Lima compró en Cartagena varias piezas de seda cuyo valor ascendía a 2000 pesos. Parte de esta mercadería la vendió en la ciudad de Trujillo y la otra parte la llevó a Lima” (Turiso, 2002, p. 121).

El volumen y valor de las mercancías comercializadas en las ferias eran supervisados por oficiales reales, a fin de evitar fraudes fiscales. Sin embargo, la confusión generada por la dinámica de las transacciones y la escasez de efectivos agudizó el comercio ilícito31. Paralelamente, ante el peligro de ataques de corsarios o piratas, las negociaciones se aceleraban para evitar la prolongada apertura de la feria32.

Agotado el modelo de las Ferias [sic] no solo por el comercio ilícito sino también por los aires renovadores de los Borbones españoles, el Istmo [sic] dejó de ser sede del evento mercantil y también fue sustituido por el Cabo de Hornos como puente entre España y el Pacífico sudamericano (Pizzurno, 2004, s. p.).

Cabo de Hornos mantuvo perfectamente las comunicaciones con el Pacífico, pero las consecuencias no siempre fueron favorables. Por un lado, Chile lograba su independencia comercial, por muchos años ligada al Perú. Sin embargo, por otra parte, el exceso de mercaderías europeas generó grandes pérdidas a los comerciantes, quienes se vieron obligados a bajar sus precios “[…] hasta lograr hoy vestirse a una familia de los más finos tejidos, con la misma cantidad que antes no alcanzaba para las groseras manufacturas del país” (Villalobos, 2009, p. 97).

1.1.2 Los géneros asiáticos en el comercio con América

En la segunda mitad del siglo xvi, el reinado de Felipe II promovió el uso de telas procedentes de China. Así, en 1573, inició un tráfico comercial muy activo entre Asia y América a través del Galeón de Manila. Una vez al año, el navío también conocido como Nao de Acapulco transportaba una gran variedad de géneros asiáticos desde Manila (Filipinas) hasta Acapulco (México). El 19 de agosto de 1595, esta ruta comercial casi llega a su fin debido a que el procurador mayor, don Pedro de Ávalos, prohibió el expendio de ropa de la China porque encarecía otras telas y paños de producción nacional. Sin embargo, los bajos costos de las telas orientales favorecían a una población mayoritaria que no podía adquirir los efectos de Castilla. Por ello, Felipe II accedió a los intereses del público expidiendo la Real Cédula del 21 de junio de 1599 (Silva, 1964).

Gráfico N° 1.7 Ruta marítima comercial española desde Manila hasta América


Fuente: Wikipedia.

Con el advenimiento de la dinastía borbónica, se promovió la creación de la Compañía de Filipinas, en favor del desarrollo económico entre España y América. Erigida por la Real Cédula del 10 de mayo de 1785, su objetivo era asegurar el comercio exclusivo de España con el país insular y otras partes de Asia siguiendo dos rutas marítimas (Cádiz - Cabo de Hornos, Chile, o Cádiz - Cabo de Buena Esperanza, África) hasta desembarcar en Filipinas. Esta medida permitió la importación de productos asiáticos y la exportación de mercaderías americanas desde el puerto de Acapulco, en el Galeón de Manila. No obstante, “solamente podrían enviarse a América las especies que habiendo sido conducidas a Cádiz, se las reembarcase para el Nuevo Mundo, en cuyo caso se las consideraba como productos españoles” (Villalobos, 2009, p. 118).

En 1796, se amplió el comercio desde Manila a los puertos de Perú, Chile, Río de la Plata y Guatemala, lo cual permitió la entrada de una variedad de productos asiáticos, entre ellos, la seda china (gráfico n° 1.7). El Galeón de Manila abasteció a los mercados americanos hasta 1818, fecha en la que el prior y los cónsules del Tribunal del Consulado elevaron un memorial dirigido al virrey Joaquín de la Pezuela. En este escrito, solicitaron la irrupción del tráfico comercial ejercido por la Real Compañía de Filipinas (Flores, 1999). El Virreinato del Perú fue un gran consumidor de mercaderías provenientes de lugares lejanos como China, así lo demostró el mercader Diego de Tébar, quien en 1593 acusó a Pedro Galindo de una deuda de 1688 pesos ensayados por mercaderías que le vendió:

Diego de Tébar digo [sic] que como parece por esta escritura pública que presentó Pedro Galindo ausente me está obligado a dar y pagar un mil y seiscientos y ochenta y ocho pesos en [sic] susodicho por las mercaderías contenidas en la [sic] dicha escritura, y me debe así mismo otra cantidad de pesos por cuenta diferente y es así que el susodicho tiene sus bienes y trata con ellos y dicen que tiene en esta ciudad cantidad de mercaderías de China y de México y aunque he hecho muchas diligencias para averiguarlo no me ha sido posible y así no puedo cobrar los dichos pesos porque no tengo probanza plena ni semiplena contra las personas que tienen los dichos sus [sic] bienes y así lo juro a Dios y a la cruz en forma y para que los testigos que saben de lo susodicho lo declaren (AAL, Causas Civiles, 1593, legajo 1, expediente 7, fol. 1).

1.2 Mercado interno: comerciantes itinerantes, arrieros y casos de familias comerciantes

En el sistema monopólico entre España y el Nuevo Mundo, gran parte de la actividad comercial estuvo controlada por hispanos y sus descendientes, quienes formaron organizadas redes familiares que los mantenían informados de las transacciones comerciales, y favorecían las alianzas con asociados y factores solventes (Palmiste, 2005). Otro grupo de comerciantes estuvo conformado por los extranjeros naturalizados o con licencias concedidas por la Casa de la Contratación, asentados en el Perú, que, junto con los locales, participaron en tráfico de géneros de los mercados externo e interno.

Este es el caso de Tomás Maraña de Leca, comerciante francés activo en el Perú desde 1595, quien estableció importantes relaciones comerciales con Nueva España y el archipiélago filipino (Lohmann, 2004). Entre los productos que Maraña importaba de la metrópoli, se registran lienzos de Flandes, cortes de tela de Milán, hilo azul de Sevilla, estameñete33, terciopelo labrado de Italia, terciopelo morado, terciopelo llano de Granada, damasco azul, raso leonado, granates finos, lienzo, ruan34 de fardo, pasamanos de seda, terciopelo de color de Italia, terciopelado fondo de oro, tocas rajadas, manteles, servilletas, damasco carmesí, entre otros (Lohmann, 2004).

Una vez llegada la mercadería europea y oriental al puerto del Callao, se iniciaba el comercio interno desde Lima hacia las provincias del interior, sobre todo, en la zona sur andina (gráfico n° 1.8). Por otra parte, en la plaza Mayor de la ciudad limeña, lugar de confluencia de la población, se concentraron tiendas o cajones donde los comerciantes ofrecían diversos tipos de productos; entre ellos, variedades de textiles, pasamanería y ropa importada35. Para un comerciante, era importante tener su centro de operaciones en Lima, donde realizaba la venta directa en almacenes y tiendas, y también ofrecía sus mercaderías a pequeños comerciantes, mercaderes o bodegueros (Turiso, 2002).

Gráfico N° 1.8 Ruta marítima comercial española desde el puerto de Sevilla hasta el Virreinato del Perú


Fuente: Wikipedia.

Lima, Arequipa y Cusco fueron las ciudades con mayor consumo de tejidos y prendas peninsulares. Escandell-Tur (1997) ubicó, en 21 inventarios de 1655 a 1818, la existencia de 19 subvariedades de paños de lana que todas las tiendas cusqueñas solían tener: “[…] los había de Inglaterra, de Francia, de Carcasona36, de Holanda, de Sedán37, de Castilla, de Guadalajara, y de Quito, con sus calidades […] así como con sus colores respectivos” (p. 340). Paralelamente, en Potosí y Huancavelica, el auge de la minería de plata produjo gran demanda de textiles provenientes de Italia, España, Inglaterra, Francia, los Países Bajos, así como especies y sedas de Asia. Todos estos productos llegaban en navíos desde el Callao y eran desembarcados en el puerto de Arica para luego ser transportados, remontando la cordillera, en recuas de mulas (Salazar-Soler, 2009).

La creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) y la apertura del puerto de Buenos Aires (1778) generaron grandes pérdidas económicas a los comerciantes; puesto que los productos llegaban directamente a las ciudades del sur andino y, desde allí, eran transportados hacia Chile, Potosí y el Alto Perú a menor costo y con mayor facilidad (Aguilar, 1999). Ante los reclamos de los comerciantes limeños, el virrey Manuel Guirior prohibió, el 15 de enero de 1778, “[…] el envío de mercaderías europeas desde Chile a intermediarios, ya fuese en los registros del Cabo de Hornos o en los navíos de la carrera; tales remesas podrían hacerse sólo [sic] al Callao” (Villalobos, 2009, p. 90).

Sin embargo, el 2 de febrero de 1778, se concedió por Real Cédula el libre comercio de Buenos Aires, Chile y Perú con España. Esta disposición provocó el aumento del tráfico marítimo y el crecimiento de las exportaciones, lo cual, a su vez, ocasionó que el mercado del Pacífico se saturara completamente. Es decir, los géneros importados disminuyeron sus precios y las manufacturas locales no pudieron competir con ellos. Esta situación generó malestar, el cual fue recogido por Díaz de Salcedo cuando se refería a las bayetas, los paños, los tocuyos y los lienzos de algodón elaborados en los obrajes del Virreinato como efectos que se exportaban a las provincias de ultramar y los países meridionales. Sin embargo, la abundancia de los géneros europeos, su mejor calidad y bajo costo ocasionaron el declive de estas industrias artesanales a mediados del siglo xviii (Villalobos, 2009).

Las manufacturas peninsulares se trasladaban a las provincias del interior por “[…] comerciantes itinerantes, arrieros, y en muchos casos familiares de los grandes comerciantes” (Mazzeo, 1999a, p. 2). Aunque los pueblos de la zona andina se autoabastecían con los paños que los obrajes producían, muchas veces fueron forzados a aceptar “géneros de Castilla” (entre ellos, telas y trajes) por sus propias autoridades y corregidores, quienes formaron alianzas estratégicas con familias ligadas al comercio. Este fue el caso de la familia Tagle, que, durante el siglo xviii y hasta el primer tercio del siglo xix, formó una sólida red política y comercial entre sus propios integrantes y otros miembros de la sociedad colonial (Mazzeo, 1999a).

 

1.3 Géneros de telas: “ropa de la tierra” y “ropa de Castilla”

La incursión occidental de 1532 conllevó cambios que transformaron el ámbito andino, también visibles en la vestimenta. Es probable que, al principio, los maestros españoles que integraron las expediciones conquistadoras trajeran consigo materiales, herramientas y conocimientos sobre técnicas textiles y confección de trajes38. Años después, se contrataron maestros tejedores para montar los obrajes, organizar las diferentes fases de producción y transmitir su arte a los indios, por lo cual recibieron una cuota de ganancia industrial convenida de antemano (Sempat, 1982). Esto sucedió en el obraje de Doña Inés Muñoz39, fundado en 1545, en Sapallanga (Jauja). Para su funcionamiento, la extremeña mandó traer maestros tejedores españoles que transportaron “[…] diversos materiales e implementos como tornos y telares europeos, o bien, peines y lisos para adaptar a los telares criollos” (Silva, 1964, p. 19).

La elaboración de paños no era una actividad desconocida para los indígenas, sino todo lo contrario, tal como lo demuestran las valiosas colecciones de textiles andinos que se guardan en los museos nacionales y extranjeros. Además, su presencia en la industria del vestido, desde el siglo xvi, también comprueba que tuvieron habilidad para aprender los rudimentos de la sastrería hispánica, de la mano de sastres españoles, para luego incorporarse al mercado laboral (Vega, 2012).

1.3.1 Los obrajes coloniales y la producción de “ropa de la tierra”

El obraje es considerado por algunos autores como una unidad artesanal de producción masiva, accionada por la mano de obra indígena y organizada en torno a las máquinas. Para otros, fue una industria que transformó determinados insumos para producir un artículo completamente diferente (Aldana, 1999). Para Silva (1964), los obrajes fueron industrias no desarrolladas e ineficientes que elaboraron telas de mala calidad para uso de la gente del pueblo. Cabe agregar que la calidad mejoró progresivamente (gráfico n° 1.9).

Gráfico N° 1.9 Obraje en Impabura (Ecuador), ca. 1890


Fuente: Phipps, 2004.

Generalmente, los obrajes se ubicaron en los sitios rurales del área andina debido “[…] a la exigencia de fuerza hidráulica para mover los batanes y de agua clara para las operaciones del teñido, además de la provisión inmediata de materia prima con costo mínimo de transporte” (Sempat, 1982, p. 198).

La Corona española autorizó tempranamente la creación de los obrajes a través de las Leyes de Indias, lo cual permitió la llegada de operarios hábiles en la fabricación de paños. Por lo tanto, se dispuso

que se guarden en las Indias las leyes de estos Reinos de Castilla, en cuanto a los obrajes de paños. Ordenamos, que en la fábrica de los paños se guarden en las Indias las leyes, y pragmáticas de estos Reinos de Castilla: y asimismo sobre que los mercaderes, y traperos los vendan, medidos por el lomo, y que sean tajados, tundidos, y señalados, conforme está ordenado, en el obraje, y todo lo demás, que a su fábrica, labor y comercio pertenece (Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias, 1841, p. 162).

Por el contrario, en 1577, la política comercial monopólica de España, a favor de la exportación de sus productos textiles, impidió la concesión de licencias para el trabajo de los obrajes en América. No obstante, se favoreció la importación de materia prima procedente de las Indias (Silva, 1964). Esta medida prohibitiva no fue bien recibida por los virreyes Francisco Toledo y Luis de Velasco, quienes, ante la necesidad de los habitantes de las colonias, permitieron el funcionamiento de los obrajes mediante la aprobación de ordenanzas como las expedidas por Toledo en 1577 (Silva, 1964). En los años siguientes, las restricciones y concesiones por parte de las autoridades continuaron40. “Se puede afirmar que la etapa de surgimiento y expansión de los obrajes se sitúa entre 1570 y 1715, y la etapa de máximo apogeo […] en el tercer cuarto del siglo xviii” (Escandell-Tur, 1997, p. 347). A pesar de que los ingresos generados por los obrajes no se compararon con los aportados por la minería, no perdieron su importancia por relacionarse con el comercio.

Para que un encomendero ponga en funcionamiento un obraje, requería materias primas para la producción de paños, cuyo principal recurso era el pelo de camélido o la lana de oveja merino, y, en segundo lugar, el algodón propio de las zonas costeras41. Para la adquisición de otros insumos (husos, tornos, telares a pedal, peines lisos, batanes, urdideras o cardas, y vigas de madera), se recorrieron largas distancias. La mano de obra fue proporcionada por la población indígena, familiarizada con las técnicas textiles. En ese sentido, el funcionamiento de un obraje generó circuitos comerciales internos para poder abastecerse y, posteriormente, distribuir su producción en los mercados locales e interregionales (Escandell-Tur, 1997).

En este contexto, se fabricó la “ropa de la tierra”, término empleado para distinguir los tejidos de producción local de las telas importadas. Escandell-Tur (1997) se refiere a la preferencia por este tipo de prendas entre los obrajes cusqueños argumentando que su calidad y color eran mejores. Los paños producidos en los obrajes también sirvieron para confeccionar el vestuario de sus operarios, de los centros mineros, de los conventos, de los sanatorios, de los hospicios, entre otros. En general, la “ropa de la tierra” era una mercancía asequible para la gente pobre, situación que cambió en el siglo xviii ante la llegada masiva de telas europeas al Virreinato del Perú.

La paulatina introducción de telares más finos en los obrajes modificó la textura tosca de los primeros paños. Así, provincias como Quito, Cajamarca y Cusco ganaron reconocimiento por sus tejidos más finos, comparables “con los mejores que se labran [en] España” (Silva, 1964, p. 13). En los obrajes andinos, se fabricó una gran variedad de tejidos de lana y algodón, siendo los de mayor demanda los siguientes:42

 Bayeta. Fr. bayette., lat. laneuss pannus cirratus, it. bajetta. Género de tela de mayor importancia comercial. Su estructura consistió en urdimbres y tramas flojas de lana. Considerada una tela de mejor calidad, fue de dos tipos: la bayeta simple, con una cara cardada; y la bayeta de dos frisas, es decir, cardada en el anverso y reverso de la tela. Fue el principal producto en los obrajes de Cusco. La vara de bayeta importada costaba entre dos y seis pesos, mientras que la bayeta cusqueña, entre dos y cuatro reales.Dos importantes muestrarios de bayetas, que se conservan en el fondo documental del Instituto Riva-Agüero, demuestran que los paños medían vara y tercia de ancho, mientras que el ligamento empleado era llano y su acabado cardado. La calidad del paño se reflejaba en el empleo de hilos delgados, la estructura compacta, el uso de lana suave y su aspecto lustroso (gráficos n° 1.10 y 1.11).Gráfico N° 1.10 Muestrario de bayetones del obraje del señor don Pablo Corral, en Angasmarca, 1808


Fuente: Fondo Riva-Agüero, sección Colonia, serie Reservados.

Gráfico N° 1.11 Muestrario de bayetas listadas del obraje del señor don Pablo Corral, en Angasmarca, 1799


Fuente: Fondo Riva-Agüero, sección Colonia, serie Ramírez de Arellano.

 Buriel. Fr. espece de burat, lat. solócis lanae pannus, it. bigello, basc. goribelz. Paño burdo de lana, de color castaño. En España, fue considerado un paño que vestía a los pobres. Los labradores lo usaron en los días de fiesta y durante el luto.

 Cordellate. Fr. cordelat, cordilias; lat. pannus funiculis intertéxtus, levidensa; it. cordellato. Paño burdo de lana. Las tramas de su estructura estuvieron formadas por cordoncillos. Se manufacturaba, especialmente, en los obrajes de la ciudad de Nuestra Señora de la Paz, y fue comúnmente usado para confeccionar pantalones y mantas. También se utilizó como forro de trajes para españoles, criollos, mestizos y esclavos.

 Estameña. Fr. etamine, lat. subtile textum, it. stamigna. Tela sencilla cuya estructura se caracterizaba por el empleo de urdimbres y tramas de estambre.

 Jerga. Fr. sarge, grosse toile; lat. sagum, levidénsa; it. pañño grosso, aspro sacco. Deriva del término arábigo xirica. Era una tela gruesa, tosca y barata de muy mala calidad. Generalmente, se elaboraba con lana de oveja de color plomo o negro. Se usaba para fabricar costales, aperos de las cabalgaduras y jergón (una especie de colchón relleno de paja que se colocaba debajo de los colchones). Se llamaba ropa enjerga a cualquier calidad de tela sin beneficiar; es decir, un textil recién salido del telar, al cual le faltaban las fases del acabado final. Comúnmente se empleó como forro.

 Paño. Fr. drap, lat. pannus, it. panno, lat. pannui común. Tela de lana muy tupida y de mejor acabado. Su calidad y consistencia dependían del tamaño de la fibra, mientras más corta mejor, y de la cantidad de urdimbres: existían los llamados catorcenos, dieciochenos, veintenos y veinticuatrinos. Usualmente, empleado en la confección de vestidos.

 Pañete. Tela de regular textura e inferior calidad. Comparado con un paño, su estructura no presentaba la trama tan ajustada. Fue muy usado en los vestidos de muchos indios y españoles. En ese entonces, era el textil más consumido. La mayor producción procede de los obrajes de Cusco.

 Sayal. Fr. bure, grosse etoffe faite de laine, gros drap; lat. pannus cilicius, villosus; it. sacco; basc. sayala. Tela llana burda elaborada con lana de oveja. Generalmente, sirvió para confeccionar alforjas y hábitos de los curas.

 Tocuyo. Tela de algodón de suave textura y flexible. Era de dos calidades: los maquitocuyos, hilados a mano; y los tornatocuyos, hilados en torno. Generalmente, se usaba en la confección de camisas.

1.3.2 El comercio de los “géneros de Castilla”

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