Un Giro En El Tiempo

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Silencio.

“Sí, señores, yendo al único pasado y actuando para que se convierta en punteado, es decir, en solo hipotético, el trazo continuo nazi y haciendo que se convierta por el contrario en continuo, es decir, en real, lo que después del giro en el tiempo se ha convertido en punteado, es decir, aquel mundo democrático que conocemos y que por el momento ya no existe, pero necesitamos recuperar”.

Había intervenido por primera vez la investigadora Anna Mancuso, dirigiéndose al propio director y amigo profesor Faro: “Por desgracia, Valerio, me temo que nunca será posible establecer con seguridad si es verdad el esquema A o el esquema B. Si, por una desdichada posibilidad, los universos paralelos del esquema B fueran reales, si fuéramos al pasado y elimináramos la causa del giro en el tiempo sería posible que esta Tierra nazi alternativa no dejara de existir, sino que sencillamente nosotros, en ese momento, al saltar a un universo donde el nazismo no haya vencido y donde recuperáramos, en el año 2133, nuestra sociedad perdida al partir hacia 2A Centauri, no nos acordaríamos de la existencia de una Tierra alternativa ni del hecho de haber vuelto sencillamente a lo largo del paralelo binario donde está nuestra Tierra”.

Valerio: “Sí, estoy de acuerdo, Anna; en todo caso, es una cuestión de mera fe, un poco como las decisiones que toman todos más o menos inconscientemente, incluidos nosotros los científicos, de estar en el mundo o de ser un mundo. No es en realidad posible demostrar que el solipsismo sea verdadero o falso”.

“El solip... ¿qué?”, había preguntado el ictiólogo Elio Pratt, más formado en disciplinas científicas que en asuntos humanísticos.

Le había respondido: “El solipsismo, palabra que deriva de los términos latinos ‘solus’, ‘solo’, e ‘ipse’, ‘uno mismo’, y que significa por tanto ‘solo uno mismo’ es esencialmente la idea metafísica de que todo lo que existe es creado por la conciencia de la persona y no es objetivo. Por ejemplo, si fuera verdad la tesis solipsista, yo estaría solo en la mente de quien me esté escuchando, no sería un Valerio Faro real y evidentemente para mí seríais los productos de mi mente, no seríais objetivos, solo yo existiría realmente y, por decirlo así, os crearía en mi propio interior. El hecho es que es imposible demostrar experimentalmente si el solipsismo es verdadero o falso o por el contrario, demostrar que es verdadera o falsa la realidad del mundo, porque también el experimento y sus presuntos resultados podrían ser meras creaciones del yo: es solo un acto de fe lo que nos hace creer que somos parte de un mundo objetivo y, por tanto, que puede conocerse gracias a la experiencia”.

Había intervenido el pragmático Jan Kubrich: “Con todo, querido Valerio, solipsismos aparte, para mí lo esencial es que este yo mío que está hablando acabe volviendo a la sociedad que ha dejado; si hubiera otros yos innumerables en otros universos paralelos, nunca los llegaría a conocer y por tanto no me podrían importar”.

Anna le había dicho: “Si embargo, a mí me importaría muchísimo saberlo, aunque lo considere imposible en esta vida: en el más allá, si acaso; y por cierto, ¿te das cuenta, Jan?, se plantea un problema teológico esencial...”.

“... no, la teología, no ¡apiádate de mí!”, le había interrumpido sonriente y simulando alarmarse el antropólogo, que a pesar de encontrarse, como todos, en una situación de alta tensión, parecía tener ganas de bromear, igual que Anna tenía el deseo, a pesar de todo, de discutir sobre teología, tal vez ambos queriendo aliviar la tensión existente.

“Hm... pero”, había dicho Anna, que no había entendido el intento de broma: “pensaba que sería interesante, Jan”.

“Perdóname”, le había contestado Kubrich, “solo bromeaba: si solo dependiera de mí, de verdad que te escucharía encantado”.

Pensando que las divagaciones tal vez fueran buenas para aliviar la ansiedad de todos, la comandante había tolerado “... pero sí, Anna, te escuchamos”.

“Bueno, estaba a punto de decir antes que, tomando como verdadera la conjetura, que para mí es terrible, de los múltiples universos reales, la misma persona tiene al tiempo méritos y deméritos morales diferentes, de acuerdo con el universo en el que esté, será más o menos bueno o malo, de lo que se deduce que cada una de sus decisiones será más o menos altruista o más o menos egoísta; así que, en su caso más extremo, el mismo sujeto, pongamos un Francisco de Asís, en una dimensión temporal ha sido honrado hasta la santidad (objetivo trascendente: la salvación eterna) pero ha sido completamente malvado en un universo en el otro extremo, por tanto destinado a la muerte eterna sin resurrección en Dios, en otras palabras, a la condena eterna”.31

“Sí, Anna”, Valerio había recuperado el turno de palabra, “pero aparte del discurso sobre el paraíso y el infierno que solo nos interesa a los creyentes, la idea de múltiples universos es de por sí terrible: en el caso de múltiples universos reales, el yo, parafraseando a Pirandello, aunque sea subjetivamente y no en juicios subjetivos de otros, uno y cien mil o miles de millones, podríamos decir que no es en el fondo nada,32 porque si existe todo lo que es posible, si la persona es millares y millones de individuos en otros tantos universos y no una sola, no es un yo y por tanto resulta absurdo y también contrario a la humanidad: el hombre resulta ser un cero. Para mí es inaceptable y creo, como Einstein, que Dios no juega a los dados y por tanto pongo mi fe en un único universo”.

“También yo, evidentemente”, había corroborado Anna.

La comandante: “Por tanto, ahora se trata de actuar en el pasado para cambiar este, esperemos, único universo y devolverlo a la condición anterior al giro en el tiempo”.

Se había preguntado a las memorias de las calculadoras de a bordo de la cápsula.

La computadoras habían respondido que en el momento del salto cronoespacial hacia el sistema Alfa Centauri sobre el cual, como sabíamos, se habían registrado datos de todo tipo tomados de calculadoras públicas de la Tierra, la única cronoastronave que resultaba no haber vuelto todavía del pasado era la número 9, que había llevado a la Italia del año 1933 una expedición dirigida por el filósofo e historiador profesor Arturo Monti de la Universidad de La Sapienza de Roma. Al haberse interrumpido las comunicaciones de la 22 con la Tierra tras el salto, no podían tener noticias posteriores.

Luego se había tratado de conocer la historia de la Tierra alternativa a partir de 1933 hasta la actualidad, el giro temporal que se suponía que se había producido en aquel lejano año del siglo XX, advirtiendo que la cápsula 9 se había dirigido al mes de junio del mismo 1933. Por otra parte se habían cuidado de informarse rápidamente de los acontecimientos históricos de la Tierra alternativa anteriores a ese periodo; si la historia precedente había sido idéntica a la de la Tierra que Valerio y los demás conocían bien, resultaría factible que hubiera un solo mundo y que, simplemente, la historia hubiera cambiado con el giro temporal convirtiéndose luego en historia alternativa. En realidad, no podía tenerse ninguna certeza, ya que no era del todo excluible la posibilidad de dos universos cercanísimos en los que la historia, hasta un cierto momento fuera tan idéntica que no podría distinguirse entre historia e historia alternativa; pero si no fuera así, eso primaba la otra hipótesis: incluso en el interior de Jan Kubrich, después de todo.

En nuestra Tierra, Valerio Faro estaba acreditado en el Archivo Histórico Central y tenía acceso directo; esperaba que fuera también así en la Tierra alternativa, es más, había apostado por sí mismo, aunque no había podido evitar preguntarse, mientras se preparaba para intentar el acceso: ¿y si en este mundo nazi yo ni siquiera he nacido? ¿Y si aquí no fuera un historiador sino... un marinero, o un abogado, o... quién sabe qué? Por otro lado, pensaba, lo que le disgustaba siendo un hombre libre y un demócrata convencido, que en el caso esperable de que pudiera acceder a los datos reservados del archivo electrónico, en la Tierra alternativa habría sido un siervo del nazismo, ya que en caso contrario no habría podido acceder; se había preguntado además: ¿Yo o un alter ego? A partir de este pensamiento, había introducido con inquietud su contraseña: había podido entrar sin problemas. Había tragado saliva instintivamente con alivio, fuera cual fuera la verdad, pero preguntándose ahora: “¿Nazi o Valerio alternativo?”.

Había hablado sin intermediarios, como tenía derecho, con la máquina central. Como esperaba, también los programas del archivo estaban en alemán y no en inglés universal que, cuando habían partido, hablaban y escribían en todas partes desde la empresas comerciales a las etiquetas de fábrica cosidas en la ropa interior; ahora solo la cronoastronave 22 y sus discos volantes mantenían sus manuales en inglés, pertinente en el mundo de origen, igual que el propio Valerio y los demás pasajeros de la cápsula.

La primera pregunta del profesor se había referido a la geografía política de la Tierra alternativa. La respuesta había sido que todo el planeta era nazi, no solo Europa, y estaba organizado en el Imperio de la Gran Alemania, que comprendía tanto protectorados dirigidos por un gobernador alemán, como Estados Unidos de América, Rusia, Suiza y la mayoría de los estados afroasiáticos, comenzando por aquellos exislámicos, como reinos fantoches, como el de Italia regido por un rey de nombre Paolo Adolf II: los monarcas locales debía añadir Adolf al nombre propio. En cuanto al Imperio Mundial, el estatuto nazi preveía que para ascender a la corona imperial, tras la muerte o el derrocamiento violento del emperador precedente (esto solo había pasado una vez en 2069), el sucesor tenía que ser elegido por las SS, recordando lo que hacían los césares en cierto periodo de la Roma imperial, ascendidos al trono por las legiones; además establecía que el recién elegido abandonara completamente su nombre y apellido y se convirtiera en Adolf Hitler. Había un Adolf Hitler V en el trono, nada menos que el Káiser del Universo; sin embargo, el imperio, de hecho, comprendía solo unos pocos mundos aparte de la Tierra: la Luna, donde había una base científica, los planetas del sistema solar, de los cuales tan solo Marte, en el que se había cambiado artificialmente el clima, estaba habitado por unos pocos colonos, y finalmente algunos mundos en otras estrellas sobre los cuales, por ahora, solo había misiones de estudio, entre las cuales estaba la expedición de la cápsula 22, con el hecho de que la cronoastronave acababa de entrar en la órbita terrestre. Los alemanes habían llegado a un poder tan grande gracias, inicialmente, a un robo de tecnología de parte del disco estrellado y recuperado por los italianos en la SIAI Marchetti de Vergiate: evidentemente, el archivo hablaba en términos muy lisonjeros de una brillante operación militar realizada por los gloriosos idealistas alemanes. Sin embargo, resultaba que había una tal Claretta, a la que Mussolini, siempre despreocupado por la moral familiar, tenía como amante fija, una mujer treinta años más joven que él, y esta estaba dispuesta a revelar a los alemanes la existencia y la ubicación del disco. Desde febrero de 1933, había aceptado trabajar para los servicios secretos nazis por dos mil liras al mes, lo que, en aquellos tiempos, era una suma importante. La infeliz no se daba cuenta de los problemas que podía dar a Italia la divulgación de noticias recogidas entre las sábanas del Gran Jefe. El archivo decía que los ingenuos italianos habían creído durante muchos años que tal vez habían sido los ingleses, considerados los constructores del disco, los autores del robo y que, por otro lado, el sigilo alemán había sido eficaz, no solo con respecto a la Operación Patriota, como se la llamaba habitualmente, sino también a las posteriores actividades de estudio, asignadas personalmente por Hitler a los ingenieros Hermann Oberth y Andreas Epp: los trabajos habían necesitado años, las bombas disgregadoras y los discos voladores alemanes se habían puesto a punto al inicio de 1939; después de varios intentos, paradójicamente gracias a Mussolini, con el acercamiento ya estrechísimo entre Italia y Alemania, incluso antes de los acuerdos entre los dos países del llamado Pacto de Acero militar firmado el 22 de mayo de 1939: el dictador italiano, ahora subyugado psicológicamente por la fuerza económica y bélica demostrada por el Tercer Reich, había entregado a Hitler un dossier sobre el disco capturado en Italia y sobre los avistamientos de otros objetos volantes no convencionales y, por petición expresa, había consentido además que físicos e ingenieros alemanes participaran en el proyecto del Gabinete RS/33 sobre lo que quedaba del disco, que en aquel entonces se había trasladado a la nueva base de Guidonia. Finalmente se había producido la compartición de información concedida por el ahora débil y desconcertado Mussolini que determinaría el completo éxito de las operaciones de ingeniería inversa de los alemanes: Alemania había construido 31 discos operativos, dotados cada uno de cuatro misiles con otras tantas bombas disgregadoras; se habían construido y probado en una base a una decena de kilómetros de Bremerhaven, en la costa del Mar del Norte, en el Lander de Bremen; las bombas se fabricaban y probaban en la localidad de Peenemünde, en la isla de Usedom, en el litoral báltico del Reich, evacuada previamente la poca población civil residente, e igualmente se había despejado el litoral cercano a la isla a muchos kilómetros a su alrededor. Desde el momento de la puesta a punto de los discos, los misiles y las bombas, los nazis habían necesitado un par de meses para el adiestramiento de aviadores para pilotar estos mismos discos en la atmósfera y en vuelo suborbital, bajo la dirección del as de la aviación nazi alemana Rudolph Schriever, además del uso de los misiles, evidentemente lanzados durante los ejercicios sin las bombas disgregadoras, sustituidas por mecanismos con explosivo convencional. A principios de julio de 1939 Alemania había entrado en guerra sin preaviso y, a diferencia de lo que narraba la historia tradicional, en la historia alternativa había vencido casi inmediatamente: sobre todo, los fliegender scheiben (discos volantes) en vuelo suborbital, movidos por antigravedad, lanzaron misiles armados con bombas disgregadoras, idénticas a aquellas de las que disponían las lanzaderas de desembarco de las cronoastronaves, sobre varias ciudades de Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y Estados Unidos. Como había intuido Valerio Faro y aquellos que a sus espaldas asistían a la investigación, el hecho de que los discos hubieran sido por entonces suborbitales se debía a que todavía eran imperfectos, en ese momento, con respecto al prototipo del futuro.

 

La historia alternativa seguía de una manera escalofriante con la pérdida de cualquier valor espiritual y el triunfo del ateísmo más absoluto. La persona se había reducido a la nada, a un mero peón del imperio nacionalsocialista. Evidentemente, el Archivo Histórico Central exaltaba esto como una valiosísima conquista de la humanidad, confundiendo esta con la pseudorraza aria, mientras que consideraba subhumanos a todos los demás seres humanos. Tras la guerra relámpago de 1939, se habían logrado ulteriores mejoras en los discos volantes, hasta alcanzar el vuelo orbital y posteriormente el espacial por debajo de la velocidad de la luz: en 1943 Alemania había llegado ya a la Luna con cuatro hombres de la Luftwaffe de vuelta a la Tierra alternativa sanos y salvos y en 1998 seis aviadores nazis, cinco alemanes y uno austriaco, con un disco mucho mayor que los precedentes, proyectado y construido para ello, habían desembarcado en Marte por primera vez y no habían regresado. La verdadera colonización del planeta rojo se había producido sin embargo, igual que en el mundo de Valerio y de Margherita, solo con la creación de las cronoastronaves, proyectadas en la Tierra alternativa en 2098, esta vez totalmente un producto de la ingeniería nazi, igual que en la Tierra había sido de la ingeniería de los Estados Confederados de Europa pocos años antes: el viaje experimental en el espacio-tiempo de los astronautas nazis se había dirigido a 2015, al vecino sistema doble Alfa Centauri A y B, sin descender a planetas: aproximadamente lo que había pasado con la Tierra, que había conquistado el espacio profundo en 2107 con un viaje de circunnavegación a la estrella Próxima Centauri, a 4,22 años luz de distancia de nuestro Sol, y retorno inmediato. Sin embargo no aparecía en el archivo nazi de la Tierra alternativa que hubieran realizado viajes en el tiempo: ¿tal vez temiendo cambiar la historia en su propio perjuicio? Por tanto, tampoco había habido una expedición al año 1933 para estudiar el fascismo y, como habían pensado Margherita y los demás, el disco capturado por los italianos y robado por los alemanes había venido de la Tierra y no de la Tierra alternativa. Valerio había preguntado al archivo también acerca de los tiempos anteriores a los años 30 del siglo XX: desde los albores de la civilización hasta junio de 1933, la historia alternativa resultaba ser igual que la historia.

“Creo que, visto esto”, había declarado la comandante a la tripulación y los científicos, “no nos queda sino saltar al pasado y tratar de cambiar las cosas”.

Acababa de terminar la frase cuando las computadoras de a bordo habían puesto en alarma roja a la cápsula: habían registrado un disco, seguramente amigo, de la dotación de la nave 22, acercarse a la máxima velocidad y, detrás de él, una decena de kilómetros por detrás, otros dos discos no identificados. Las computadoras habían advertido poco después el lanzamiento de un misil de los segundo contra el primero, mientras que el piloto amigo solicitaba acuciantemente a la cápsula 22 que abriera el hangar con prioridad absoluta. Así se había hecho. La maniobra posterior de la lanzadera era temeraria, con el riesgo de estrellarse contra la cronoastronave y dañarla o algo peor; sin embargo el disco había entrado en el astrohangar sin daños. En cuanto se cerraron las compuertas detrás de la lanzadera, la comandante había ordenado a la computadora un salto inmediato hacia el pasado y la aeronave 22 había desaparecido justo a tiempo para no ser alcanzada por los misiles. Si se hubieran seguido las normas de seguridad, el cronosalto debería haberse llevado a cabo lejos del planeta, pero en este caso la energía desplegada por la nave del tiempo había aniquilado los misiles ya cercanísimos de los discos perseguidores.

Capítulo 5

A las 0 horas y 30 minutos de la noche del 18 de junio de 1933, ni siquiera cinco días después del traslado del disco capturado, en un hangar de la fábrica SIAI Marchetti de Vergiate múltiples siluetas apenas distinguibles por los ojos de un gato, vestidas completamente de negro, habían caído silenciosamente en el terreno en torno a las instalaciones, usando paracaídas igualmente negros. Para que los motores de los aviones que les habían transportado desde Baviera hasta el lugar no fueran oídos fácilmente desde tierra, los paracaidistas habían saltado desde una altura de cuatro mil metros, abriendo sus telas después de una caída libre de tres mil seiscientos. A pesar de la oscuridad, ninguno había fallado.

Conocían bien los turnos de vigilancia de la guardia italiana porque una espía los había comprobado en los días anteriores y se lo había comunicado a sus superiores en Berlín. Sabían que en la medianoche del 18 de junio se había producido el cambio de guardia y que el manípulo de la Milicia relevado había dejado sus puestos para volver al cuartel.

Después de reunirse, la compañía, compuesta por sesenta hombres a las órdenes del capitán Otto Skorzeny y algunos gastadores de ingenieros, había penetrado en silencio, con el paso militar de un fantasma, en el local de la portería de la fábrica, cerrando de inmediato la boca y degollando a los dos pobres porteros, marido y mujer. Luego cincuenta de los sesenta incursores, todos armados con fusiles automáticos Thompson de fabricación estadounidense, adquiridos mediante intermediarios por representantes del Tercer Reich, habían atacado al manípulo de la Milicia y los dos subtenientes del OVRA que en ese momento vigilaban el disco y, gracias a la sorpresa y al armamento moderno, habían matado a todos. Solo habían muerto ocho asaltantes alemanes y cuatro habían quedado heridos por los disparos de los viejos mosquetes del modelo ‘91 de la dotación de los italianos. Entretanto los diez paracaidistas que habían quedado atrás habían encendido fuegos en la pista de aterrizaje que discurría junto a la fábrica para que pudieran aterrizar los mismos aviones desde los que habían saltado. Los demás, después de hacer fotografías y grabaciones cinematográficas externas e internas del disco hasta entonces entero, se habían llevado las partes transportables, empezando por los misiles con sus bombas y los aparatos cinefotográficos y de radio. Toda la carga se había llevado luego a la bodega de los aviones y posteriormente se había hecho lo mismo con los muertos y heridos de la compañía. Finalmente, los incursores de Hitler habían despegado sin problemas.

El personal civil que había llegado a la fábrica a las 6 de la mañana para empezar su turno de trabajo se había encontrado con el espectáculo de carnicería de los dos porteros degollados y posteriormente con la masacre de milicianos.

En Roma no se había sospechado la realidad, debido a la baja estima en que tenía Mussolini en aquel tiempo a Alemania; el Duce había pensado sin ninguna duda en un golpe de mano de aquellos a quienes todos consideraban los propietarios legítimos del disco: los ingleses.

Las investigaciones tecnológicas fascistas sobre el disco se habían limitado a partir de entonces, por fuerza, a lo que restaba y no se había podido hacer nada con respecto a los misiles, a sus respectivas bombas disgregadoras ni a los futuristas microaparatos de videorradio robados por los nazis, claramente las partes militarmente más interesantes del botín, armas e instrumentos que, dado su tamaño relativamente pequeño, los italianos podían haber recogido sin daño y haber mandado a Roma, en lugar de dejarlos despreocupadamente en Vergiate, donde habían sido sustraídos fácilmente. Naturalmente, habían rodado algunas cabezas, pero, también naturalmente, no las de los gerifaltes que deberían haber sido los primeros en pensarlo, por decirlo así, por no hablar del Gran Jefe, ni las cabezas, entre otros ilustres, del director de la OVRA y el ministro de aeronáutica, Balbo. Nada nuevo bajo el sol, en suma.

 

Ya en la tarde del mismo 18 de junio de 1933, Hermann Goering, ministro del interior de la región de Prusia y futuro ministro de aviación del Reich, que ya para entonces era en la práctica la segunda autoridad del régimen, por orden de Hitler había confiado la dirección de los estudios y las consiguientes investigaciones de ingeniería inversa sobre el precioso botín a Hermann Oberth y Andreas Epp, ingenieros de asegurada competencia profesional y probada lealtad nazi.

Esto se había producido cuando en Alemania entonces no se había reconstruido oficialmente una aviación militar ni, en ella, un cuerpo de paracaidistas, casi dos años antes de que, el 11 de marzo de 1935, Goering fundara la Luftwaffe, nombrado a la vez por Hitler como su comandante en jefe.

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