Camino al ejercicio profesional

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7 El cálculo es mío a partir de los datos de los libros de examen de la Escuela Superior de Salud Pública y de la Memoria de la Comisión del personal auxiliar de la Medicina.

CON VOZ PROPIA:

ENFERMERAS, TRABAJO Y PROFESIONALIZACIÓN, CHILE, 19401


María Soledad Zárate Campos

En marzo de 1948, la revista Eva inauguraba una sección titulada “Nuevas profesiones para la mujer”. Al mes siguiente, la “profesión” elegida era la de enfermera y el texto introductorio sostenía: “Las enfermeras son profesionales que asisten al médico y al cirujano. Existe un solo tipo de enfermera que estudia tres años en la Escuela de Enfermería. Hay pocas enfermeras, por lo que antes de graduarse encontrarán trabajo. Las niñas de sala no son enfermeras, ellas entran directamente al hospital y se dedican a la limpieza, lavado y el servicio”2. Al año siguiente, Rosalba Flores, subdirectora de la Escuela de Enfermeras de la Universidad de Chile y presidenta de la Asociación de Enfermeras Universitarias, sostenía en una entrevista periodística que la enfermería exigía “personalidad definida, equilibrio emocional y gran espíritu humanitario”, cualidades que las mujeres poseían por naturaleza3.

Si bien estos reportajes reconocían el valor social de estas profesionales, en rigor, no hacían justicia a una realidad compleja y de más larga data. En la década de 1940, la enfermería local gozaba de un par de décadas de desarrollo en la formación académica y laboral, y era un recurso humano importante para la concreción de políticas sanitarias. Se dividían entre dos especialidades: las hospitalarias, concentradas en la atención directa del paciente en instituciones médico-asistenciales, y las sanitarias, que atendían al grupo familiar. Eran profesionales que contaban con una presencia importante en los servicios sanitario-estales chilenos y su voz se hacía cada vez más pública gracias a que habían organizado el Primer Congreso Panamericano de Enfermería en 1942 y el Primer Congreso Nacional de Enfermería en 1948, ambos realizados en Santiago.

La historia de la formación en enfermería, de la trayectoria laboral de quienes han ejercido este oficio y su trabajo en las instituciones sanitarias, no ha sido materia de investigaciones sistemáticas, pese a que se trataba de una importante oportunidad educacional para mujeres y una ocupación que creció significativamente después de 1920 en Chile4. Pero es aún más llamativo este desinterés si se contrasta con el contundente repertorio de fuentes primarias respecto de esta profesión, escritas tanto por la comunidad médica como por ellas mismas. Esta última cualidad distingue a este oficio paramédico femenino de otros como, por ejemplo, el de matronas, auxiliares, dietistas, que cuentan con escasos registros de primera mano5.

A nuestro juicio, es en la década de 1940 que algunas de esas fuentes nos enseñan que las enfermeras comenzaron a dar vida a una “voz propia” que este capítulo describe, siguiendo la pista a artículos de prensa gremial, a monografías y a algunas de las ponencias presentadas en el Primer Congreso Panamericano de Enfermería, que tuvo lugar en 1942 en la ciudad de Santiago. Se trata de un momento particular, pues varias de las enfermeras egresadas a fines de la década de 1930 e inicios de la década de 1940, habían entrado a trabajar a los hospitales de la Beneficencia, al Departamento Médico de la Caja del Seguro Obligatorio, iniciando una pionera labor en las primeras unidades sanitarias fundadas en Santiago, y un puñado de otras había ganado becas de la Fundación Rockefeller para financiar estadías académicas en Estados Unidos y Canadá.

El capítulo se propone documentar algunos aspectos de la sólida y llamativa agencia de las enfermeras en la década de 1940, donde encarnaron una voz propia que, en rigor, estaba preocupada por diversos aspectos relacionados con la profesionalización del oficio6. Esa voz propia, junto a la de los médicos, parece ser una de las más tempranas y elocuentes de quienes ejercieron una profesión sanitaria en la primera mitad del siglo XX. Ciertamente se trata de dos voces, enfermeras y médicos, que no son necesariamente comparables, dadas las mejores condiciones materiales, culturales y políticas que los médicos tenían para acceder a más y mejores plataformas como eran revistas académicas, gremiales y folletos de amplia circulación7.

Y si bien las enfermeras como profesionales sanitarias levantaron una anticipada voz pública, hay que recordar que el oficio sanitario femenino con formación más temprana en la historia chilena eran las matronas, instruidas desde el siglo XIX8. No obstante, aquellas produjeron escasas fuentes primarias, pues hasta pasada la primera mitad del siglo XX son muy restringidas las huellas de organizaciones y testimonios directos sobre su quehacer laboral, lo que contrasta dramáticamente respecto del ejemplo de las enfermeras9.

La asistencia sanitaria necesita enfermeras

La creación del oficio de enfermera corrió en paralelo a los debates y reformas que experimentó el sistema asistencial chileno desde fines del siglo XIX, cuando el Estado comenzaba a ser parte activa de los debates sobre sanidad pública. La necesidad de transitar de una oferta sanitaria inspirada en la caridad a un sistema comprometido con la racionalización de los servicios, la tecnificación de las decisiones y de los tratamientos que se aplicaban sobre los enfermos, el mejoramiento de la administración y economía de los recintos y de contar con personal idóneo que cumpliera el papel de enlace con la población y la misión de fomentar la integración social, fueron las principales motivaciones que inspiraron los cambios en las estructuras asistenciales en las que predominaba la caridad y la compasión.

Gracias a la presión y liderazgo de la comunidad médica y al consenso político que se alcanzó en materia sanitaria, la década de 1920 fue escenario de cambios radicales como el mandato constitucional que obligó en adelante a que el Estado asegurara el bienestar higiénico del país, la fundación de instituciones como la Caja de Seguro Obligatorio, organismo previsional y sanitario dirigido a la población obrera, y de la Dirección General de Sanidad; la implementación de reformas a instituciones hospitalarias y la modernización de los servicios de la Beneficencia. Estas transformaciones convirtieron al Estado en un prestador de servicios sanitarios que, hasta entonces, solo proveía la caridad pública10. Las consecuencias de estos cambios trajeron consigo la renovación de la asistencia hospitalaria, la creación de subsidios y de políticas de asistencia médica para la población obrera y políticas de protección materno-infantil, ambas lideradas por el Departamento de Salud de la Caja del Seguro Obligatorio.

Estas transformaciones estuvieron acompañadas por un diagnóstico que la comunidad médica difundió tempranamente: la necesidad de profesionalizar la asistencia a través de la formación de asistentes o auxiliares del médico y la elaboración de protocolos que normaran el trabajo en hospitales y consultorios11. En consecuencia, una meta de las nuevas políticas asistenciales era contar con profesionales adecuados; por tanto, la formación en enfermería era especialmente pertinente para modernizar el sistema sanitario y, de paso, una oportunidad para incrementar la inserción laboral femenina12.

A principios del siglo XX, la comunidad médica impulsó la instrucción de enfermeras, factor detonante para la formalización del oficio y el reemplazo de practicantes, religiosos y religiosas de la caridad que estaban al cuidado de los enfermos en los recintos de la Beneficencia13. Los pasos iniciales de la profesionalización estuvieron dados por el primer curso para formar enfermeras organizado en el hospital San Francisco de Borja, dirigido por el médico Eduardo Moore en 1902; la primera escuela de enfermería, adscrita a la Universidad de Chile, fundada en 1906, y la Escuela de Enfermeras Sanitarias fundada en 1926, proyecto educativo dirigido por las médicas Cora Mayers y Eleanira González, y por la enfermera norteamericana Sara Adams, contratada por el Gobierno14. Esta escuela se fusionó con la Escuela de Enfermería del Estado, dando origen a la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile en 1928. Aquellas enfermeras que querían ejercer en el hospital concluían sus estudios al tercer año, y las que aspiraban ejercer como enfermeras sanitarias debían rendir un cuarto año15. Las enfermeras sanitarias –también conocidas como enfermeras visitadoras– tenían como misión la divulgación de normas higiénicas entre la población, tarea inspirada en la promoción de la medicina preventiva norteamericana, de gran influencia, después de la visita de John Long y Lewis Hackett a Chile en la década de 1920, ambos miembros de la Fundación Rockefeller16. La labor de esta fundación es un buen ejemplo del creciente predominio norteamericano en materia de salubridad pública y que, junto al liderazgo de la Oficina Sanitaria Panamericana, consagraron varias políticas respecto de la formación en enfermería en el continente latinoamericano, como lo fue el entrenamiento de enfermeras sanitarias dedicadas a tareas de prevención y asistencia al núcleo familiar.

Institucionalizada la formación de las enfermeras en esta fase, el oficio fue materia de diversos debates relacionados con el currículum, la reglamentación de las escuelas y, especialmente, la percepción social que se tenía de estas profesionales. Las primeras profesionales que levantaron su voz en la década de 1930 como, por ejemplo, las enfermeras Sara Adams y Sofía Pincheira, y la asistente social Leo de Cordemans, lo hicieron para debatir públicamente sobre la necesidad de que las enfermeras recibieran mejor formación, fueran diferenciadas del personal que cumplía labores domésticas en los hospitales y de las “antiguas cuidadoras”, y se impulsara la dignificación del oficio, pues las tareas que cumplían requerían de un conocimiento intelectual que era producto de una formación detenida y que debía ser reconocida en virtud de una adecuada prestación asistencial17. Los médicos eran los primeros llamados a modificar el trato que aquellas recibían, asegurándoles respeto y confianza en sus destrezas, proceso que favorecería el apoyo de la población18.

 

El campo laboral de las enfermeras, década 1940

En las décadas de 1930 y 1940, el campo laboral de estas profesionales se concentró en los recintos hospitalarios de la Beneficencia –casas de socorro, centros de asistencia rural y hospitales provinciales– y en los consultorios urbanos y rurales de la Caja del Seguro Obligatorio. También las enfermeras vieron crecer su empleabilidad al implementarse la Ley de Medicina Preventiva de 1938, que estipulaba la realización de un examen obligatorio nacional entre la población trabajadora19. En la década de 1940 se sumó el trabajo de las enfermeras en las primeras unidades sanitarias, lo que daba cuenta de la creciente valorización de esta especialidad en la medicina preventiva de la época.

Para la ciudad de Santiago, el censo de 1940 contabilizaba 2.584, una cifra que incluía a tituladas y no tituladas y que estaba sobrestimada, pues según los archivos de la Universidad de Chile, entre 1906 y 1950 las enfermeras tituladas en las diversas escuelas ascendían solo a 1.521, repartidas entre 349 sanitarias y 1.172 hospitalarias, correspondientes al 22,9 % y 77,11 % del total, respectivamente20.

Elma Frakia, inspectora de Enfermería de la Dirección General de Beneficencia y Asistencia Social, sostenía que las 23.221 camas disponibles en 1942 ofrecían múltiples posibilidades laborales a las enfermeras: desde la organización del servicio y atención en casas de socorro en ausencia del médico a la administración hospitalaria en centros provinciales, experiencia que si bien no podía “calificarse de excelente”, era más valiosa que contar con “un funcionario improvisado”21. Frakia ofrecía un notable y documentado diagnóstico de la situación laboral de las enfermeras a inicios de la década de 1940 en una revista de amplia circulación entre el ámbito asistencial chileno. Las diversas tareas preventivas vinculadas al área materno-infantil, la atención del tuberculoso y del venéreo, la lucha contra las enfermedades infecto-contagiosas agudas, la asistencia en higiene mental y la prevención del cáncer en hospitales provinciales, eran campos ocupacionales privilegiados de este oficio. Dichas tareas debían proyectarse al hogar, pues para Frakia la enfermera era una especie de eslabón entre este y el hospital, pero a la vez sugería que aquella no debía registrar una excesiva especialización, pues –citando al oficial de la Fundación Rockefeller Louis Hackett y a la médica Cora Mayers– en el ámbito curativo lo importante era que una enfermera sanitaria asumiera labores distintas a la atención de la enfermera en el hospital o en el domicilio. Sus responsabilidades eran múltiples: la movilización, reconocimiento e ingreso de los enfermos a hospitales y policlínicos, la ejecución de masajes, la aplicación de inyecciones, la realización de encuestas clínicas, la gestión de exámenes médicos e interconsultas22.

Según Frakia, la Beneficencia contaba con 394 plazas de enfermeras, de las cuales 335 estaban ocupadas, “30 transitoriamente por cuidadoras y 29 se encuentran vacantes”. La remuneración que recibían era acorde con el número de años de trabajo; la enfermera auxiliar tenía por salario en su primer año de servicio $ 1.000 mensuales y la enfermera primera, a partir del séptimo año de servicio, $ 2.000. Dado el alto costo de la vida en Chile, Frakia sugería revisar estos salarios: el trabajo que realizaban las enfermeras era rudo, penoso, estaban expuestas a patologías transmisibles y se las conminaba a que su perfeccionamiento fuera permanente23.

Si bien el diagnóstico que hacía esta inspectora en 1942 era alentador, el progreso en la formación era aún débil; faltaba contar con profesionales con manejo técnico “irreprochable”, y “hondo sentido de la responsabilidad”. Se requería perfeccionar los instrumentos de selección y que postularan candidatas con auténtica vocación. Recurriendo a los informes que elaboró Elizabeth Tennant, oficial de la Fundación Rockefeller que visitó el país en el marco de su misión docente en la Escuela de Enfermeras de la Universidad de Chile24, Frakia sostenía que faltaban condiciones para una mejor preparación técnica de las alumnas y una mejor infraestructura, que era prioritario optimizar el régimen de internado y que, en definitiva, las escuelas de enfermería debían ser dirigidas por enfermeras y en ausencia de buenas candidatas locales, recurrir a profesionales extranjeras25. En rigor, la lista de pendientes daba cuenta de que la enfermería local estaba aún lejos de constituirse en una profesión moderna y autónoma.

La descripción que hacía Frakia no solo apuntaba al trabajo realizado por las enfermeras, sino también a la relación que establecían con los médicos, ámbito de preocupación temprana entre las profesionales. Si bien la enfermera estaba bajo las órdenes del médico, y debía “cumplir sus instrucciones con un alto sentido de disciplina, con lealtad e inteligencia”, ella debía priorizar el servicio del enfermo antes que el servicio al médico. Las relaciones entre médicos y enfermeras debían ser entendidas como “complementarias y recíprocas. No debe olvidarse que los enfermos se encuentran mejor servidos cuando la profesión de enfermera no es relegada a una posición subalterna”26. La complementariedad aludida era reveladora de un juicio que fue más visible con el paso de los años, pero que contó con expresiones públicas como las vertidas en el Tercer Congreso de Asistencia Social donde Sara Adams, entre otras enfermeras, se refirieron a la conveniencia de que los médicos mejoraran el trato que brindaban a estas profesionales27. La propia Frakia sostenía que los esfuerzos por modernizar el oficio de enfermera eran inútiles si el médico “confunde deplorablemente a la enfermera con una empleada doméstica”; lo que se debía estimular era una “mutua comprensión” del trabajo de ambos y potenciar la “colaboración leal y eficaz en beneficio del enfermo”28.

Las enfermeras también encontraron un ámbito de desarrollo en los consultorios del Departamento Médico de la Caja del Seguro Obligatorio, entidad fundada en 1924, destinada a proteger a la población obrera, a través de la distribución de subsidios y prestaciones socio-sanitarias. Eran responsables de la importante cobertura asistencial de enfermedades laborales y epidémicas como la sífilis y la tuberculosis y, junto a las matronas, de las prestaciones materno-infantiles de significativo crecimiento en la época. A mediados de la década de 1930, los médicos definieron algunas de las tareas centrales de las enfermeras empleadas por la institución: educación sanitaria en materia de higiene y alimentación; procesos de supervisión de constitución familiar como, por ejemplo, promoción del matrimonio y reconocimiento de los hijos; y entrega de subsidios alimenticios29.

No obstante, a mediados de la década de 1940, el servicio de enfermería de la CSO era mal evaluado por la enfermera Amanda Parada, quien tuvo la oportunidad de observar el trabajo de enfermeras en hospitales norteamericanos: los grupos de enfermeras ensayaban una serie de prácticas que no estaban coordinadas con los médicos, que duplicaban y, en ocasiones, triplicaban esfuerzos asistenciales en los hogares de los asegurados. Parada proponía la creación de un servicio centralizado de enfermería que estuviera inspirado en una doctrina sanitaria única: las enfermeras jefe, a través de la oficina central, debían tener el poder para distribuir las tareas de enfermeras sanitarias (en distritos y responsables del servicio sanitario familiar) y hospitalarias, estas últimas subordinadas a las primeras30.

La crítica a las limitaciones del sistema asistencial chileno y a la duplicidad de funciones y tareas que se presentaban fueron temas recurrentes en la década de 1940, debate premonitorio de la reforma estructural que se puso en marcha en la década siguiente al fusionar una serie de instituciones sanitarias y dar vida al Servicio Nacional de Salud, que se fundó en 1952 con el objeto de centralizar las políticas médico-asistenciales. Gladys Peake, presidenta de la Asociación de Enfermeras Universitarias de Valparaíso, fue una de las enfermeras que, inspirándose en las virtudes de la fusión de algunos servicios asistenciales, planteaba en 1940 algunas sugerencias respecto de cómo optimizar el trabajo de las enfermeras. En su ponencia presentada en el V Congreso de Asistencia Social, y publicada en 1940, Peake apoyaba la idea de formar a la enfermera rural con una formación “trivalente” de enfermera-matrona y visitadora, y sostenía que era clave que las auxiliares médicas –enfermeras hospitalarias, enfermeras sanitarias, matronas y visitadoras sociales–, que ejercían en la Beneficencia y en la Caja del Seguro Obligatorio, estuvieran sujetas a normas y directrices claras y precisas en las instituciones que trabajaban, cuestión que, a su juicio, solía ocurrir con eficiencia solo en el caso de las enfermeras hospitalarias31.

El trabajo de las enfermeras adoptó nuevas modalidades en lo que se conoció como unidades sanitarias o health centers, fundadas en la década de 1940. La primera unidad sanitaria, implementada en la comuna de Quinta Normal, al norponiente de la capital, creada en 1943, sirvió para impulsar un nuevo modelo de enfermería, que tenía por premisa ofrecer una organización del trabajo integral con una importante base territorial y una labor disciplinada y regida a objetivos claros. Según las enfermeras María Godoy, Yolanda Ortiz y Nora Fardella, a cargo de esta primera unidad, se podía reconocer que la enfermería sanitaria experimentó tres fases en Quinta Normal. En la primera fase se potenció el “cumplimiento de técnicas”, en donde las enfermeras debían cumplir un alto estándar de normas y cuidados a un acotado número de familias, en donde las visitas a embarazadas, recién nacidos, lactantes y preescolares eran frecuentes, y el uso del maletín, de uniformes y horarios estrictos de trabajo eran la tónica diaria. Como sostienen estas enfermeras: “Este sistema creó uno de los grupos más disciplinados de la Salubridad pública y dio un alto prestigio a la enfermería sanitaria chilena en toda Sudamérica, atrayendo a un gran número de profesionales que se interesaron por perfeccionarse en la Unidad Sanitaria de Quinta Normal”32.

Asesoradas por enfermeras norteamericanas, esta unidad se coordinó para crear un curso de enfermeras sanitarias en sus primeros años y establecer un contacto directo con las escuelas de enfermería del país. La buena experiencia en Quinta Normal permitió replicarlas en otras comunas del país, fundándose cinco nuevas unidades sanitarias entre 1943 y 1948.

La segunda fase de las prácticas enfermeriles en este recinto, a partir de 1948, da cuenta de un mayor protagonismo no solo en la asistencia directa de la población objetivo, sino con otras profesionales, como médicos, inspectores sanitarios y visitadoras sociales, y la participación en la discusión y solución de los problemas sanitarios ambientales que el equipo de las unidades sanitarias consideraba su responsabilidad. La clave de esta fase era mejorar el rendimiento de las prácticas como las visitas domiciliarias asociadas a la contención de, por ejemplo, morbilidad y mortalidad infantil. Según las autoras, esto era revelador de una “fase adulta” de la profesión.

Finalmente, la tercera fase del trabajo de estas profesionales era comprometerse con estimular la participación de la comunidad, que era un factor estratégico para que la población se hiciera responsable de los objetivos sanitarios colectivos. El programa de vacunación contra la tuberculosis y de extensión de redes de agua potable eran casos que las enfermeras presentaban como buenos ejemplos del activo compromiso de grupos de madres y centros vecinales para su concreción.

A juicio de Godoy, Ortiz y Fardella, los logros de la US de Quinta Normal habían operado como estímulos, junto al impulso de los congresos de enfermería de la década de 1940, para la integración de contenidos de salud pública en los currículum de las escuelas de enfermería de la Beneficencia y de Concepción a inicios de la década de 1950.

 

Voces de enfermeras en la prensa

Los planteamientos de Elma Frakia, Amanda Parada, Sara Adams, Gladys Peake, María Godoy, entre otras enfermeras citadas aquí, respecto de la formación y el trabajo que realizaban en la Beneficencia, la Caja del Seguro Obligatorio y en las Unidades Sanitarias, aparecieron en publicaciones médico-asistenciales de la década de 1940. Pero a diferencia de otros profesionales paramédicos, las enfermeras también desarrollaron tempranamente una discreta, pero presente, opinión pública en prensa y boletines producidos por ellas mismas. Según rastros pesquisados en algunos periódicos gremiales, de breve existencia en las décadas de 1930 y 1940, y que postulaban visiones de distinto espesor respecto de su lugar en el campo de la medicina, algunas matronas, enfermeras y practicantes se auto consideraban “trabajadores de la medicina” como, por ejemplo, aparece en Trabajadores de la medicina. Mensuario sindicalista, publicación editada por la Federación de los Trabajadores de la Medicina de Valparaíso en 1932, que recogía reclamos referidos a la precariedad laboral y a los bajos sueldos que les afectaba. Es en este periódico donde se anunció la expulsión de ochenta alumnas de la Escuela de Enfermeras Practicantes del Hospital San Agustín en 1933, “camaradas pobres que tras mil vicisitudes” estudiaban y trabajaban “gratis” en dicho hospital. Lo único que se les ofrecía a estas estudiantes era contar con un certificado para “cuidar enfermos” y se sostenía que dicha medida había sido promovida por el ministro de Asistencia Alejandro del Río y ejecutada por el administrador del hospital, el médico Figueroa Castro33. Según la enfermera Rosalba Flores, efectivamente esta escuela fue mal evaluada y en 1926, Alejandro del Río decretó el cese de funciones, pues no reunía las condiciones necesarias para brindar una buena formación. Entre las estudiantes que apelaron a esta decisión solo cinco, las más preparadas, lograron el reconocimiento de enfermera34.

Fuentes como la publicación Athanor (1941-1943), editada por la Asociación Nacional de Empleados Sanitarios (ANES), ilustra que en el marco de un temprano gremialismo la preocupación por capacitar y por asegurar sueldos dignos para estos funcionarios fue una motivación política que animó protestas en la década de 1940. Enfermeras, visitadoras sociales y también matronas tuvieron un incipiente y llamativo lugar casi no registrado hasta ahora en esta asociación. ANES abogaba por dar un mayor espacio y reconocimiento a la labor que hacían las enfermeras del campo hospitalario y a la enfermera visitadora que, luego de 1927, había adoptado el nombre de sanitaria. Para la enfermera Luisa Inostroza, quien inauguraba la sección de las enfermeras en Athanor, publicando la presentación que había hecho en el V Congreso Hospitalario en enero de 1939, esta especialización era clave para incrementar los logros de la medicina preventiva y social que desde 1931 había experimentado una importante demanda en los servicios de la CSO, Beneficencia, Cajas Previsionales, los servicios de Madre y Niño, Gotas de Leche y Servicio Médico Escolar35. A juicio de Inostroza, el médico Enrique Laval36 era quien sintetizaba elocuentemente el principal objetivo laboral de estas mujeres: derribar las murallas de los hospitales, originalmente “instituciones cerradas”, y prolongar “su acción hasta los hogares, convirtiéndolos en instituciones abiertas”37. Las enfermeras sanitarias cubrían el cuidado de la familia y del niño, debían vigilar las condiciones económicas de los enfermos, su nutrición, vestuario y alimentación y, según Inostroza, en particular, la enfermara visitadora cumplía una misión clave en la educación de las madres que idealmente no debían trabajar fuera del hogar para no abandonar a sus hijos.

La presentación de la enfermera María Godoy en la Segunda Convención de la Femechos, en Cauquenes el 30 de junio de 1940, era la segunda publicación de una enfermera en Athanor y se concentraba en destacar el importante papel que tenía esta profesional en la implementación de la Ley Nº 6.174 de Medicina Preventiva; en sus manos estaban los controles, las tareas de la educación sanitaria, las pesquisas de factores epidemiológicos y el seguimiento del tratamiento prescrito por el médico tratante respecto de enfermedades como, por ejemplo, la tuberculosis o la sífilis. En consonancia con Frakia, para Godoy la enfermera era el enlace humano que mantenía el contacto entre asegurados y patrones, y quien recababa una serie de antecedentes a través de la encuesta sanitaria, hacía las visitas domiciliarias, instruía a la familia del afectado para que no fuera presa de una “neurosis colectiva”, y se desplazaba hasta las fábricas con “tubo de ensayo en mano” para recoger la expectoración de los asegurados38.

En la década de 1940, la Asociación de Enfermeras editó su propio boletín39. En su primer número, la subdirectora de la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile, la médica Eleanira González, celebraba la aparición de este periódico como un instrumento de unión entre las enfermeras y reforzaba el valor de que la profesión fuera ejercida por mujeres, dadas las cualidades universales que se asignaba a lo femenino en el correcto cuidado de los enfermos40. En una segunda editorial, a propósito de la Segunda Guerra Mundial, se reforzaba la importancia de que la asociación hiciera “respetar sus decisiones”, mantuviera el “espíritu Nightingale”, y se valoraba el prestigio de las enfermeras tituladas en la Universidad de Chile41.

A través de un reportaje sobre el trabajo de la enfermera María Arancibia de Aguilera, se ilustraban los desafíos de estas profesionales en la década de 1940 y se proponía que la difusión de su trabajo era un ejemplo para sus colegas, tarea que el boletín debía cumplir. Graduada en la Universidad de Chile, trabajando desde 1932 en el Servicio Médico Escolar de Magallanes –y atendiendo las necesidades de diecisiete escuelas primarias–, Arancibia prestaba servicios de apoyo en enseñanza de primeros auxilios en la Liga de Madrecitas, a profesores y en la Cruz Roja local, había creado el Dispensario Escolar Curativo y dictaba cursos a varias organizaciones de la zona, entre otras labores. Su trabajo como enfermera sanitaria reunía las tres cualidades clave para dichas funciones: capacidad, laboriosidad y abnegación42.

El boletín de la Asociación de Enfermeras publicó una carta de la enfermera sanitaria Sara Espinoza –quien trabajaba en el Valle del Choapa, zona centro norte del país en un cargo creado por el ministro de Salubridad, Salvador Allende–, que daba testimonio de que algunas enfermeras asumían labores propias de las matronas: “llegué al hogar de un campesino en el preciso momento en que la madre de la familia iba a ‘dar a luz’. El niño estaba envuelto en unos jergones sucios y la madre estaba atada por unos cordeles y colgada de una viga haciendo un esfuerzo sobrehumano por expulsar la placenta”43. Después de revisarla y de darle indicaciones relativas a medidas de aseo y de reposo, que produjeron cierta “resistencia”, Espinoza ganó la confianza de la parturienta. Dado las escasas noticias sobre partos, el testimonio de Espinoza no solo era valioso por la información que reportaba, sino también porque, a diferencia de lo que se podría pensar, las enfermeras rurales, en ausencia de matronas y de parteras, asumían tareas de cuidado de parturientas frecuentemente.