Camino al ejercicio profesional

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Este libro reúne la mayoría de los escritos discutidos en el seminario “Trabajo, profesionalización y género. América Latina (siglos XIX y XX)”, que se realizó los días 1 y 2 de septiembre de 2016 en Santiago de Chile, dentro del marco de la investigación posdoctoral que reunía a las compiladoras, financiada por Fondecyt y patrocinada por la Universidad Alberto Hurtado. Queremos agradecer a las autoras de la compilación el entusiasmo, la pasión, la confianza y el enriquecedor intercambio sostenido desde aquellos días hasta el presente. En esa oportunidad, también expusieron sus investigaciones Marianne González Le Saux, Carla Righi, Valeria Pita y Mario Barbosa Cruz. Si bien distintas circunstancias los alejaron de su participación en la publicación, no queremos dejar de agradecer su presencia y aportes a este proyecto. Sumamos a los agradecimientos a Claudia Darrigrandi, profesora e investigadora de la Universidad Adolfo Ibáñez, y a Marisol Palma y Liliam Almeyda, profesoras e investigadoras de la Universidad Alberto Hurtado, quienes oficiaron de coordinadoras de las sesiones de debate y a quienes evaluaron y enriquecieron con sus observaciones este manuscrito. Apostamos a que estas miradas hacia el pasado nos ayuden a pensar el presente que, desde la crisis de la sociedad salarial y la precarización de la vida, interpela y convulsiona con una intensidad renovada las relaciones entre trabajos, profesionalizaciones y géneros.

GRACIELA QUEIROLO Y MARÍA SOLEDAD ZÁRATE CAMPOS

Buenos Aires, Argentina – Santiago, Chile, 2020

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1 Eric Hobsbawm, La era de la revolución (1789-1848), Barcelona: Labor, 1991.

2 Robert Castels, El ascenso de las incertidumbres. Trabajo, protecciones, estatuto del individuo, Buenos Aires: FCE, 2010.

3 Asunción Lavrin, Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay 1890-1940, Santiago: Dibam, 2005 [1995]; Verónica Giordano, La construcción de los derechos civiles de las mujeres en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay en el siglo XX, Buenos Aires: Teseo, 2012.

4 Heidi Hartmann, “Capitalismo, patriarcado y segregación de los empleos por sexos”, en Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, Cristina Borderías, Cristina Carrasco y Carme Alemany (eds.), Barcelona: Icaria, Fuhem, 1994 [1976], pp. 253-294.

5 Carole Pateman, El contrato sexual, Barcelona: Anthropos, 1995 [1988].

6 Cristina Borderías y Cristina Carrasco, “Introducción. Las mujeres y el trabajo: aproximaciones históricas, sociológicas y económicas”, en Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales, pp. 15-109; Helena Hirata y Danièle Kergoat, La división sexual del trabajo. Permanencia y cambio, Buenos Aires: Asociación Trabajo y Sociedad, Centro de Estudios de la Mujer, Piette del Conicet, 1997.

7 Eric Hobsbawm, La era de la revolución, pp. 169-184.

8 Eliot Freidson, “La teoría de las profesiones. Estado del arte”, Perfiles Educativos, Vol. XXIII, N° 93 (2001) [1983], p. 42.

9 Ricardo González-Leandri, “Campos e imaginarios profesionales en América Latina. Renovación y estudios de casos”, Anuario IEHS Nº 21 (2006), pp. 333-344.

10 Asunción Lavrin, Mujeres, feminismo y cambio social.

11 Joan Scott, Género e Historia, México: Fondo de Cultura Económica, Universidad Autónoma de Ciudad de México, 2008 [1999].

12 Heidi Tinsman, “A Paradigm of Our Own: Joan Scott in Latin American History”, The American Historical Review, Vol. 113, N° 5 (2008), pp. 357-374.

13 Elizabeth Quay Hutchison, Labores propias de su sexo: género y trabajo en Chile urbano, 1900-1930, Santiago: Lom Ediciones, 2005 [2001]; María Soledad Zárate y Lorena Godoy Catalán, Análisis crítico de los estudios históricos del trabajo femenino en Chile, Santiago: CEM, 2005; Graciela Queirolo, “Mujeres que trabajan: una revisión historiográfica del trabajo femenino en la ciudad de Buenos Aires (1890-1940)”, Novo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico, N° 3 (2006), pp. 29-49; Mirta Zaida Lobato, Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960), Buenos Aires: Edhasa, 2007.

 

14 Se trata de un campo historiográfico en enorme expansión. Sin pretender una análisis exhaustivo, mencionaremos algunos títulos referidos al caso argentino: Sabina Frederic, Osvaldo Graciano y Soprano Germán, El Estado argentino y las profesiones liberales académicas y armadas, Rosario: Prohistoria Ediciones, 2010, pp. 13-48; Mariano Ben Plotkin y Eduardo Zimmermann, Los saberes del Estado, Buenos Aires: Edhasa, 2012, pp. 9-28; Silvana Palermo y Jeremías Silva, “Expertos, burocracias y política de masas en Argentina”, Estudios Sociales del Estado, Vol. 2, N° 3 (2016), pp. 6-21; Laura Rodríguez y Germán Soprano, Profesionales e intelectuales de Estado. Análisis de perfiles y trayectorias en la salud pública, la educación y las fuerzas armadas, Rosario: Prohistoria Ediciones, 2017, pp. 9-67; María Silvia Di Liscia y Germán Soprano, Burocracias estatales. Problemas, enfoques y estudios de caso en la Argentina (entre fines del siglo XIX y XX), Rosario: Prohistoria Ediciones, Edunlpam, 2017, pp. 9-41; Flavia Fiorucci y Laura Graciela Rodríguez, Intelectuales de la educación y el Estado: maestros, médicos y arquitectos, Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2018, pp. 7-17.

15 Ana Laura Martin y Karina Ramacciotti, “Profesiones sociosanitarias: Género e Historia”, Avances del Cesor, Vol. XIII, Nº 15 (2016), pp. 81-92; María José Correa y María Soledad Zárate, “Historizar la profesionalización sanitaria: perspectivas desde Chile y Argentina”, Dynamis, Vol. 37, N° 2 (2017), pp. 263-272.

16 Lea Fletcher, “La profesionalización de la escritora y de sus protagonistas. Argentina, 1900-1919”, Revista Iberoamericana, Vol. 70, N° 206 (2004), pp. 213-224. Ver la bibliografía citada en el artículo de Claudia Montero.

17 Para las relaciones entre mujeres y profesiones: Rosario Gómez Molla, “Profesionalización femenina, entre las esferas pública y privada. Un recorrido bibliográfico por los estudios sobre profesión, género y familia en la Argentina en el siglo XX”, Descentrada, Vol. 1, N° 1 (2017). Recuperado de http://www.descentrada.fahce.unlp.edu.ar/article/view/DESe010 (fecha de consulta: marzo 2019); Carolina Biernat y Graciela Queirolo, “Mujeres, profesiones y procesos de profesionalización en la Argentina y Brasil”, Anuario del Instituto de Historia Argentina, Vol. 18, N° 1 (2018). Disponible en https://doi.org/10.24215/2314-257Xe060 (fecha de consulta: marzo 2019); Ana Laura Martin, Graciela Queirolo y Karina Ramacciotti (coord.), Mujeres, saberes y profesiones. Un recorrido desde las ciencias sociales, Buenos Aires: Biblos, 2019. Para las clases medias: Azun Candina, Por una vida digna y decorosa. Clase media y empleados públicos en el siglo XX chileno, Santiago: Frasis, 2009; Ezequiel Adamovsky, Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003, Buenos Aires: Planeta, 2009; Elizabeth Hutchison, María Soledad Zárate, “Clases medias en Chile: Estado, género y prácticas políticas, 1920-1970”, en Historia Política de Chile, Tomo I, Iván Jaksić y Juan Luis Ossa (edit.).

OCUPACIONES SANITARIAS:

ENFERMERAS, PARTERAS Y ASISTENTES SOCIALES


PARTERAS Y ENFERMERAS PORTEÑAS.

TRABAJO, PROFESIÓN Y PRÁCTICAS (BUENOS AIRES, 1920-1950 )


Ana Laura Martin

En 1935, la Asistencia Pública porteña llevó adelante una serie de exámenes a todas las enfermeras que se desempeñaban en los hospitales e instituciones dependientes del municipio. Los conocimientos evaluados tenían como referencia los programas impartidos en la principal escuela de la ciudad, la Escuela Municipal de Enfermería Cecilia Grierson. Con el resultado de las evaluaciones, el gobierno porteño logró poner blanco sobre negro una situación inocultable en la década del 30: el 76 % de las enfermeras que trabajaban para el municipio no habían recibido instrucción. Por otra parte, un porcentaje importante de las enfermeras evaluadas no calificaba para ejercer la profesión (Ciudad de Buenos Aires, 1936).

Entre las parteras, la situación era otra y muy diferente; sin embargo, no menos alarmante para sus agentes. Se trataba de una ocupación cuya calificación no estaba puesta en duda y contaba con el reconocimiento de la Universidad de Buenos Aires; estaba valorada dentro del esquema de las profesiones sanitarias, pero se encontraba frente a una serie de transformaciones que ponían en peligro la actividad. Hacia la década de 1940, el escenario del parto era muy diferente al de las primeras décadas del siglo, cuando la tarea de partear se erigió como un proyecto profesional de interés para las mujeres. La expansión del sistema de cobertura a mujeres embarazadas, partos y primera infancia en la ciudad de Buenos Aires había elevado el rol de las parteras en tanto vectores principales de los cuidados médicos pero, al mismo tiempo, las especialidades de la medicina y la división de tareas al interior de la profesión y de la atención puso en riesgo el parto a manos de las parteras frente al interés y mayor involucramiento de los obstetras en la atención de los nacimientos. Se trató de una tensión producto de la consideración del parto como un asunto específico y cada vez más ligado a la intervención de la ciencia que no solo se experimentó en Buenos Aires. “¿Debe haber parteras?” se preguntaba la primera partera universitaria brasileña, Mme. Doroucher, y solicitaba mayor calificación y exigencia a la enseñanza de sus colegas para alentar la imagen y la legitimidad de una profesión que tenía competencia en la obstetricia ejercida por los médicos (Mott, 1999a).

La cantidad de nacimientos asistidos en instituciones y en manos profesionales fue creciente a partir de mediados de la década de 1920. En 1924, más del 80 % del total de los nacimientos registrados en la ciudad se atendían fuera de los hospitales. A mediados de la década de 1940, esa relación había cambiado notablemente y casi el 60 % de los partos se realizaban en hospitales de gestión municipal, en otros hospitales o en sanatorios privados ubicados en la ciudad.

Por diferentes motivos, pero en un mismo escenario, enfermeras y parteras se ubicarán en los años 30 en una coyuntura que anunciaba cambios y nuevos límites en el ejercicio de sus profesiones. La salida de esa situación fue definitoria para el desarrollo de ambas tareas en las décadas siguientes.

En los últimos años, la investigación histórica en la región ha mostrado su interés por las profesiones y ocupaciones feminizadas y ligadas al sistema sanitario, como la enfermería y partería (Wainerman y Binstock, 1992a) (Wainerman y Binstock, 1992b) (Mott, 1999b) (Mott, 2001) (Mott, 2003) (de Castro y Farías, 2009) (Ramacciotti y Valobra, 2008) (Martin, 2015). Este trabajo persigue abonar a esas líneas de indagación y pone el foco en las opciones que ambas profesiones tuvieron a su alcance en un escenario de cambios respecto de las necesidades sociales en torno de la atención de la salud. En la misma dirección, son de interés los proyectos que colectiva o individualmente pusieron en práctica enfermeras y parteras; y el modo en que el Estado interpeló a esas ocupaciones.

Parteras, partos y hospitales

En la década de 1930 se cristalizaron y destacaron de manera más evidente que en las décadas previas los diferentes dispositivos urbanos tendientes a cubrir con mayor eficiencia los problemas de higiene y salud y garantizar el crecimiento de la población, que se consideraba en niveles críticos (Armus y Belmartino, 2001)(Biernat y Ramacciotti, 2008). Esto estuvo acompañado con la formación sostenida de profesionales especializados como obstetras y parteras, entre otras tantas especialidades vinculadas a la salud. La envergadura de los cambios alcanzó la práctica de los partos, pero ahora ya no solo en términos conceptuales, como había sucedido a fines del siglo anterior (Zárate Campos, 2007) (Nari, 2005). En este período, las modificaciones fueron de tipo procedimental y de la mano de una obstetricia que ensanchaba sus campos de acción. Los obstetras, como grupo de expertos, se asentaron definitivamente como distinguibles de otras especialidades médicas y se lanzaron hacia las instituciones del Estado en áreas específicas. Esto puso al oficio de partear en una nueva coyuntura que precisaba cada vez más su campo de actuación y en colaboración o competencia con otros y otras profesionales. Visitadoras sociales y de higiene del servicio social de hospital, puericultoras y, más adelante, asistentes sociales aparecieron para completar el mecanismo de protección de la madre y el niño (Biernat y Ramacciotti, 2013)(Di Liscia, 2002).

En ese esquema y como parte del proceso de maternalización femenina, las mujeres tuvieron un lugar como vectores en la propagación de los saberes médicos e higiénicos para reforzar el vínculo entre la madre y el niño. Marcela Nari señaló que ese proceso se aceleró entre 1920 y 1940 y que puso en el centro el interés del Estado y de diversos sectores de la sociedad al binomio madre-niño (Nari, 2005, p. 19). Una parte importante de ese interés se tradujo en un dispositivo ampliado para la atención de los partos y en un desplazamiento de los nacimientos de los hogares a las instituciones1. Victoria Mazzeo y Raquel Pollero afirman que, durante la década del 30, el porcentaje de partos domiciliarios se redujo drásticamente de modo tal que en 1940 solo el 2 % de los nacimientos se produjo en el hogar (Mazzeo y Pollero, 2005, p. 12).

Si bien los hospitales y la ciudad tenían un sistema de cobertura para la primera infancia desde hacía varios años –al menos desde el centenario–, en los años de la década de 1930 confluyeron algunas fórmulas que se proponían atacar la mortalidad infantil y elevar (o mantener) en niveles aceptables la natalidad, apoyados en un discurso con rasgos eugénicos (Miranda y Bargas, 2011) (Eraso, 2017) (Biernat, 2005) (Vallejo y Miranda, 2004). De ese modo, se cristalizaron y destacaron de manera más evidente, que en los años previos, los diferentes dispositivos urbanos tendientes a cubrir con mayor eficiencia los problemas de higiene y de salud en lo que se depositaban las expectativas de crecimiento poblacional. Las políticas pro maternales en ese contexto, según Carolina Biernat y Karina Ramacciotti (2013), no solo se circunscribían a la protección de las madres –sobre todo de las obreras, para evitar los efectos del trabajo femenino en la reproducción de la prole–; también se extendieron a un arco de actores y problemas entre los cuales la asistencia de los embarazos, nacimientos y puerperios tenían lugar como elemento de importancia fundamental dentro del sistema de atención de la salud.

Sin embargo, conviene hacer algunas aclaraciones sobre los datos que consignan los nacimientos. La información sistematizada por la ciudad de Buenos Aires en los años analizados aquí, permite acceder a dos tipos de registro: por un lado, el relativo al movimiento hospitalario y del sistema de asistencia maternal, que facilita individualizar la atención de hospitales municipales y otros hospitales o maternidades de gestión privada. Por otro lado, el servicio de estadísticas municipales da cuenta de los datos colectados por el Registro Civil. En este caso, el criterio obedece a otras preocupaciones, relativas a la cantidad de nacimientos y ocurridos en la ciudad. Son fuentes de datos menos precisas, pues toman en cuenta los nacimientos con domicilio real en la capital o inscritos en ella, y pueden suponer alguna sobrerrepresentación de los nacimientos reales en la ciudad, aunque los registros distingan esa condición. A partir de 1933, la información proveniente del Registro Civil y sistematizada por el municipio distingue entre la cantidad de nacimientos que se produjo en casas de familia de los ocurridos en hospitales y en sanatorios ubicados en Buenos Aires.

 

Resulta interesante analizar el seguimiento de los nacimientos en la ciudad según el Registro Civil, pues agrega matices a la información que suministran los datos del movimiento hospitalario y de la asistencia maternal. Si se tiene en cuenta esta información, se puede afirmar que el aumento de los partos ocurridos en los hospitales fue rápido y estuvo acompañado por el descenso de los partos celebrados en casas de familia. Sin embargo, durante los años que transcurren entre mediados de la década de 1920 y fines de la década de 1940, cuando la expansión del dispositivo sanitario era evidente, la cantidad de partos en casas de familia descendió de manera constante, pero se mantuvo en niveles relativamente altos: de más de 21.000 partos en casas de familia en 1933 sobre casi 40.000 nacimientos totales a más de 13.000 en 1947, es decir, de más del 53 % en 1933 al 23 % en 1947 (Municipalidad de Buenos Aires, 1947).

El descenso más notable se puede verificar, en cambio, en la atención de los partos en domicilio por la asistencia de la ciudad. A partir de 1924, la ciudad de Buenos Aires comenzó a registrar los partos según el lugar en que se produjeran: en casas de familia o en hospitales de la ciudad. La atención en casas de familia que las estadísticas municipales tomaban en cuenta era la de los partos atendidos por el personal de los hospitales y puestos sanitarios, pero fuera de las instituciones. Es decir, se trataba de eventos prestados por los servicios sociales y de asistencia maternal de los hospitales. Esa forma de parir tuvo un movimiento particular que puede dividirse en dos momentos definidos. En los primeros años se elevó sostenidamente. En números absolutos, esto significó que en 1924, cuando la ciudad comenzó a registrar este tipo de partos, se atendieron 1.424 y, en 1929, cuando comenzó a descender la atención fuera del hospital, se consignaron 6.921 partos. Desde ese momento, el descenso fue sostenido y rápido; en 1947 se atendieron solo 120 partos fuera de los hospitales de gestión municipal (Municipalidad de Buenos Aires, 1947).

La tendencia a parir en el hospital tenía que ver con la facilidad que la ciudad ofrecía a través de sus servicios de atención maternal; a las nociones sobre el hospital o sanatorio como lugares menos peligrosos que antes, donde no se iba indefectiblemente a morir, y al efectivo discurso sobre la maternidad y el cuidado de la primera infancia que se desarrollaba en la ciudad a través de sus diferentes dispositivos. Algunos estudios realizados para Europa y Estados Unidos señalan que las mujeres recibían bien el nuevo escenario que se les ofrecía –parir en el hospital– y que no siempre resistían el cambio; por el contrario, lo elegían (Hilary, 1993) (Marland y Rafferty, 1997). Esa tendencia se habría asentado en las décadas siguientes, durante la segunda mitad del siglo XX, cuando el dolor comenzó a ser una cuestión de interés médico sobre la cual se podía actuar y las mujeres estuvieron más dispuestas a parir en el hospital (Felitti, 2011).

Sin embargo, no fue una cuestión automática y parir en el domicilio se mantuvo para las urgencias y para los casos de mujeres que los consideraron una opción que podía conservar todos los beneficios del parto seguro. Ese lugar fue el campo por excelencia que las parteras intentaron monopolizar, incluso limitando el ejercicio de otras y otros colegas.

Las parteras entre el hogar y el hospital

Lo que a inicios de la década de 1930 parecía definitivo, la institucionalización de los partos era una tendencia que las parteras adscritas a la Asociación Obstétrica Nacional (AON) en la década anterior ya habían logrado advertir2. A lo largo de los años siguientes visualizaron algunos de los problemas que la profesión auguraba. Los obstetras eran un actor –a veces una competencia– que podía recortar su mercado, se sumaban las instituciones y su capacidad de atender elevados números de partos exigiendo muy pocas parteras para realizarlos y con recursos técnicos complejos. Por otro lado, la disposición de un público receptivo a esas formas de parir hacía peligrar la tarea libre e independiente de las parteras. Finalmente, el sistema de atención maternal había incentivado otra serie de roles vinculados al cuidado de los niños y sus madres: visitadoras, puericultoras, enfermeras; en todas ellas, las parteras veían potenciales competidoras.

Con el objetivo de llegar a la mayor cantidad posible de parturientas, en especial a las madres pobres y trabajadoras, las maternidades del servicio de asistencia maternal se proponían utilizar diversos medios que incluyeron servicios de urgencia y traslado. Un ejemplo es el de la maternidad del Hospital Fernández, que desarrolló un servicio de urgencias y traslados en 1913 y, diez años después, agregó la atención en domicilio (Llames Massini, 1930, p. 22).

En efecto, en 1924, el sistema de atención domiciliaria de partos se extendió a toda la ciudad. Para acceder a esta posibilidad, se pretendía que la mujer embarazada concurriera previamente a consultorios externos para evaluar su condición y asegurar que la evolución del embarazo fuera normal y pudiera incorporarse a la asistencia ambulatoria, para luego parir en su hogar. Es decir, el sistema combinaba un servicio de profilaxis del embarazo con otro de atención de partos. Los casos de este tipo eran asistidos de manera domiciliaria mientras se mantuvieran sin complicaciones. Ese parto era atendido por una partera a la que la Asistencia Pública reconocía, a la que le pagaba per cápita y con tarifa diferenciada según se tratara de una primípara o de una multípara y del tipo de parto, distócico o no (Pérez, 1928, p. 6). Es decir, el cálculo para abonar honorarios de las profesionales se efectuaba según el tiempo y la complejidad del caso. En caso de distocia, la partera debía acelerar el traslado al hospital o procurar la rápida presencia del médico obstetra de turno en la sección.

Inicialmente, las parteras agremiadas en la Asociación Obstétrica Argentina fueron activas promotoras del servicio de asistencia a domicilio centralizado por la municipalidad. Los obstetras que lo promovían, en general directores de maternidades de la ciudad, eran cercanos a la AON, tenían diálogo frecuente con esa organización y lo habían difundido entre miembros para que alentaran a sus socias a ocupar los puestos que la Asistencia Pública ofrecía. Las parteras consideraban que el esquema era necesario y no abandonaron la posibilidad de integrarse al sistema, difundiendo la iniciativa entre sus socias y acompañando a sus colegas obstetras en la promoción del proyecto.

La atención domiciliaria tuvo una gran recepción; ayudó a complementar la asistencia que los hospitales porteños no podían proveer y a ocuparse de las urgencias o de las mujeres que se mantenían renuentes a atenderse en un hospital. Si bien el conjunto de las maternidades municipales estaba en aumento, el número de partos atendidos de manera sostenida no cubría la totalidad de los nacimientos. En el momento en que se dictó la norma de servicio domiciliario de partos, las maternidades porteñas tenían en su conjunto 548 camas para asistir 7.480 partos anuales, aproximadamente 62 por mes en cada institución. El número de partos atendidos con el servicio domiciliario creció en los años inmediatamente posteriores a su creación, y alcanzó su máxima expansión en 1929, para luego comenzar a descender (Ibíd., p. 7).

Para algunos obstetras, este modo de parto domiciliario inaugurado por la Asistencia Pública debía ser complementario y marginal dentro de las opciones de atención, pero para otros era el horizonte al que la obstetricia debía aspirar. Quienes se inclinaban por la segunda opción, los partos normales podían y debían tender a ser asistidos en el domicilio, para dejar los casos complicados en la esfera de la institución. Esto beneficiaba las finanzas públicas pues, según algunos médicos, los partos atendidos por parteras en domicilio eran decididamente más económicos, casi 50 % menos onerosos que los efectuados en los hospitales (Ibíd., p. 6). Esto tenía que ver con la baja remuneración que las parteras recibían en relación con los médicos y con la noción más bien conservadora que indicaba que el parto normal era un proceso fisiológico que había que saber monitorear y acompañar. Sin embargo, el horizonte era universalizar el hospital o el sanatorio como el lugar donde parir, línea en la que se inscribirían los obstetras que dirigieron las maternidades más desarrolladas técnicamente y con mayor número de camas, como Alberto Peralta Ramos y, en menor medida, Josué Berutti. Finalmente, la tendencia fue en el último sentido y el desarrollo del equipamiento urbano respondió al criterio generalizado del parto hospitalizado, pero no impidió que hubiera un período de convivencia entre diferentes modos de atender los partos.